Sobre la costa del río Gualeguy vivía un hombre bueno. Emboscado una noche por unos malhechores, para robarle, le asesinaron sin dudar.
Al tiempo, entre los pajonales de la ribera, le salió al encuentro a uno de los asesinos un tigre negro, matándole de un zarpazo.
Uno a uno, fue emboscando y matando a los asesinos de aquel hombre.
Los lugareños atribuyeron a la primera víctima, el hombre bueno, el rol de haberse transformado el el tigre negro y justiciero.
Otras creencias habituales en Misiones, Paraguay y Corrientes, son las que rodean al Yaguareté- abá. Apuntan a que debajo de su piel habita el indio viejo bautizado. De noche, tales indios, adoptan la forma de un tigre, carnicero con cualquiera que se le cruce.
Ambrosetti cita, en estas leyendas, lo que él denomina "infiltración cristiana", ya que el atributo de bautizado apunta a esto. No solo eso, todo el procedimiento que rodea la metamorfosis tiene la impregnación de la nueva religión.
Así, el indio que ha de transformarse en tigre, se separa del resto, espera la noche, se esconde al abrigo de algún matorral y comienza a revolcarse, derecha e izquierda, rezando al revés un credo, produciéndose paulatinamente el cambio.
Cuando deba retornar a su forma humana, hará lo mismo pero en sentido inverso.
Si bien el Yaguareté-abá se asemeja a un tigre, posee más corta la cola y carece de pelo frontal. Es de carácter fiero y resistente a ser abatido.
Otra narración es la relacionada con el joven que decide acabar con un Yaguareté-abá que habitaba una picada cerca de Yutí (Paraguay), una vez localizada la fiera, es sorprendida por el valiente que con un cuchillo se trenza en lucha con él. La fiera huye, herida, hacia su guarida. El cazador le persigue siguiendo el sanguinolento rastro. Llega así a una gruta "llena de calaveras y huesos humanos roídos". Luego de asestarle catorce puntazos, el joven recuerda que sólo degollando al felino podrá acabar con él.
De modo que continúa la lucha hasta que logra degollar a la poderosa criatura.
Los guayanás de Villa Azara, creen en la mencionada "metamorfosis", así el felino que habitaba la región se pensaba que era el alma del difunto Pedro Anzoátegui, a quien temían y respetaban, llamándole: Tatá aujá: el que come fuego.
En el Noroeste, se asemejan estas creencias y el pueblo cree que muchos tigres, "uturunco" son hombres que han sufrido la transformación. El tigre que resulta, termina "marcando" a su cazador.