miércoles, 8 de agosto de 2018

ASÍ CUALQUIERA CAMINA A LA SOMBRA DEL MAESTRO


No desmerezco los méritos de la Comunidad del Monasterio. Cuando decidí partir, no pude evitar sentirme un desertor. 
De allí en adelante sería un forastero, tanto en el mundo al que decidí retornar, como en el refugio que me brindó la Sangha todos estos años, como si decidía volver detrás de sus muros protectores. Desde que me ordené, no tuve que ocuparme del ingreso de dinero, ni de las actividades relacionadas con la supervivencia.
Cuando daba mis conferencias y escuchaba las tribulaciones ajenas, sentía una enorme compasión. Creía entender la angustia de aquellos que habían perdido su trabajo, o estaban sin él, buscando lo que fuera sin hallarlo.
Cerradas las puertas, apagadas las cámaras, silenciado cuanto se había registrado en video, me dirigía al refectorio, por así llamarle y comía en silencio. Frugalmente, es cierto, no está bien visto un monje excedido de peso, le quita sobriedad. Eso es lo último que queremos.
A pesar de eso, experimentaba la falsedad de mi discurso. Había consolado, sí, tal vez. Había brindado una herramienta con la que combatir el sufrimiento psicológico que el estar sin trabajo conlleva, pero en realidad, no había podido acercarme más que desde el discurso. Esa es la verdad. Ya sé, no hace falta saber lo que es tener hijos para....Por eso, jamás crucé esa línea. En mis conferencias, jamás aludí a la situación. Renuncié a ponerme en lugar de otro ya que no hallé en mis ocho años de monje, una sola oración, una palabra, algo que pudiera transmitir, que tuviera el sentido, el tronco común, eso que pudiera compartir desde el mismo lugar con el aflijido. 
Cerraba la puerta de mi celda por las noches, sabiendo que tenía por delante horas de sueño sólo interrumpidos por la oración y la meditación. Nunca ese sagrado silencio fue atravesado por el llanto de un bebé enfermo. Jamás sufrí el menor desvelo al ver pasar las horas y mi hija sin llegar.
Sabía que al día siguiente me sentaría a tomar mi magro desayuno. El que nunca me había faltado. 
Si bien mis sandalias necesitaban un cambio, le daba largas antes de dirigirme al hermano ecónomo para que me proveyera un nuevo par.
Mis dudas doctrinarias, que las tuve, fueron atendidas por mi guía espiritual. Debo reconocer que en ese sentido no me dejó dormir a la intemperie. Los mondos que practicaba con mis tribulaciones, tenían el efecto de un bálsamo. Pronto me sentía listo para abordar el próximo avión y llevar el consuelo de la palabra allá donde me designaran.
Ahora le quito horas al sueño para escribir ésto que posiblemente nadie lea. Ya no hay cámaras encendidas ni auditorio expectante. Hace varias horas que estoy junto con otros, cortando una ruta. El dinero que recibo del gobierno no me alcanza. Si tan solo hubiera cambiado las sandalias antes de irme.... Hilosdepiedra.