jueves, 22 de marzo de 2018

HERMANOS DE SANGRE



¿Quièn habrìa de meterse en su cabeza de perro?.
Lo habìan mandado a reeducaciòn, despuès de intentar triturar al diminuto caniche de una vecina, y morderla a ella cuando tratò de poner a salvo a la miniatura. 
-¡Y lo logrò! ¡vaya si lo logrò!. Tanta la griterìa que armò, que ahì mismo, cuando al fin pude derribarla, justo se detuvo el auto y bajò el tipo con el paraguas y me lo partiò en el lomo. 
-¡Nada! Para que sepa, ¡no sentì na-da!.
-Los pitbull tenemos huesos fuertes, somos aguantadores y lo que es muy importante, esos ojos amarillos que imponen tanto respeto cuando los clavamos fijo, como los colmillos.
-Lo que no entiendo es que a mi dueño le gusta mi caràcter fiero. Es màs, me seleccionò por eso. De la camada fuì el que antes empezò a morder a sus hermanos y eso pareciò encantarle ni bien me viò. A mi padre lo usaban para pelear, en el campo. Tenìa el lomo como el miò, asì de fuerte, no tan liso, el de èl estaba cubierto de cicatrices de distintos tonos de rosa y gris con algunos frunces. 
-Tampoco entiendo porquè siento esas ansias. La sangre metàlica y salada, su olor me enardece y hace que me aloque, como dice mi dueño con satisfacciòn. 
-Y siempre me quedo con las ganas de seguir. Los gatos. Las pocas veces que alguno ha intentado cruzar el jardìn, queda un revuelto de pelo, huesos, y sangre. Y eso va para las palomas, y el jardinero que un dìa me tirò una patada, y sentì la pantorrilla del tipo, gomosa, eso me excitò màs. Se moldeaba y se retorcìa entre mis dientes, como si tuviera vida propia. Me costò largarlo. Esa vez, me cosieron en el veterinario, porque el hombre se defendiò con una tijera de podar. A èl tambièn tuvieron que coserlo.  A su olor lo tengo en mi memoria. Làstima que no ha vuelto màs. Le mordisqueè el mango de la tijera, cuando la costura me pinchaba. Algo parecido al dolor.
-Cuando empiece a sacarlo a caminar y lo canse, le dè de comer y le enseñe quièn es el alfa, se le van a ir las ganas de morder.
Reeducaciòn. 
Atado, fijo, o apenas aflojarle. Rienda corte. Tiròn. Voz firme. Vuelta a empezar.
-Este tipo cree que va a poder conmigo. Ya escuchè que no habrà otra. Me llevaràn al veterinario y me castraràn, y si en seis meses no me tranquilizo...
-La chica del maldito caniche se cansò de pasar frente al portòn de reja. Ahì aprendì a ver el color rojo. Dicen que los perros no distinguimos bien los colores. Eso porque no han sentido la furia que sentì cada vez que olìa el miedo y el sudor del asqueroso matojo de rulos del infeliz. 
El dìa que alguien por descuido (?) dejò abierto el portòn...  
-Conmigo no valen las distracciones. Mi atenciòn, mi vigilancia es natural. Es un estado permanente de tensiòn que siento en cada uno de mis mùsculos, los que logran que mis orejas cortadas giren un poco, que mis mandìbulas se mantengan apretadas,a veces tiemblo, como si me estuviera preparando para una pelea que no llega. 
-Sòlo yo sè lo que es estar encerrado, acosado por una urgencia,  sin poder salir y los olores provocàndome continuamente.
Dìa y noche. A veces sueño que salto las paredes de los costados y me echo al cuello del doberman del vecino que lo deja afuera para que cuide la casa. Me da risa solo de pensar lo que le harìa a su àngel guardiàn. O la pared del fondo y hago que el labrador que tienen me conozca a fondo. Pero ese no tiene gracia. Es de los que se entrega sin pelear. Cualquiera se da cuenta. 
El otro dìa pasò caminando el tipo del paraguas. Me cansè de rebotar de una pared a otra, ladràndoles a èl y a una vieja flaca que lo acompañaba. Cara de bruja. La harìa trizas, ni duda, pero, no me queda claro lo que dijo. ¿A quièn hay que reeducar?.
La vieja se reìa y decìa:
-¡Què lindo que es!. ¡Còmo me gustarìa que se enfrente con un mastìn napolitano y ver què pasa!. Hilos de Piedra.





domingo, 18 de marzo de 2018

EL TRIUNFO DE LOS BUENOS


Si bien en lìneas generales, el relato es fiel al argumento de la pelìcula, los personajes, sus nombres y oficios, excepto el protagonista, son ficticios, y no pertenecen al guiòn de la misma. Ficciòn dentro de otra ficciòn dentro de otra ficciòn...........

El nuevo desempleado, uno màs para cobrar el seguro de desempleo, habìa visto una pelìcula francesa empezada, asì que sin tìtulo ni elenco. El argumento giraba alrededor de un grupo de personas que por una razòn u otra se hallaban fuera del sistema, sucesivos despojos del naufragio laboral. El azar hizo el resto y lo que primitivamente fue un espacio abierto con soportales de concreto, se transformò en una ciudad subterrànea, en la que los objetos acumulados delineaban funcionales cubìculos.  Cada noche clasificaban lo que encontraban tirado en las calles durante el dìa. En ese mundo en penumbras se fabricaban toda clase de artefactos. La mayorìa habìa desempeñado un oficio allà arriba, cuando habìan sido visibles y registrados.   
A partir del despido, en aquel inmenso sòtano urbano, conformaron una gran familia subterrànea, en la que aùn aquellos que no estaban muy cuerdos y que carecìan de debido registro de existencia previa, tenìan su lugar y ocupaciòn. Aportaban lo suyo, la mùsica que podìa tocar Bartok, con algùn instrumento arrojado por la marea de la mudanza apresurada, la sopa que le torcìa el brazo al invierno,  gracias a la creatividad de Madame, ex encargada de un modesto restaurante aplastado por la topadora inmobiliaria del perìmetro de Parìs, la trampa de Pascal, que ponìa fin al ruido de las carreras de ratas en las noches de insomnio. Lo mejor era cuando llegaba "La Hora del Capìtulo", pomposo tìtulo que ellos habìan puesto a la lectura del libro favorito. El antiguo, el Decano, leìa cada noche gracias a los faroles que habìa recuperado Hammett (una de las guitarras del grupo Metallica) ex empleado de una metalurgia ahora cerrada. Al libro en cuestiòn le faltaban partes, tal vez en eso radicara la fascinaciòn que ejercìa, participando quienes querìan  llenar los huecos argumentales. Las historia, de esta forma tomaba un curso insospechado. No era extraño que en La Impura, de Guy Des Cars, el favorito en aquella època, en vez del aceite de chalmoogra para la lepra, Chandal hallara el agua de un manantial dormido y se curara, cuando Smila, la pequeña cantante, tomaba a su cargo el relato, quedàndose dormida a continuaciòn, como un gato, enrollada en su historia. Si el que retomaba era Tesla, el mago de los cien inventos, el que doblaba alambres y componìa objetos rotos y deshechados, la impura, perdìa dos de sus dedos por la lepra antes de hallar el agua de Smila. Tal vez fuera el reflejo de sus dedos perdidos en la màquina, lo que motivò que allì se estableciera el sendero argumental del mago. Rellenaban con sus propias historias las partes faltantes y se establecìa una competencia para seleccionar las mejores. Era cuestiòn de tiempo, suponemos, para que arribara un psicòlogo para completar el cìrculo de interpretaciones biogràficas y otras no tanto. Algunos fragmentos eran insostenibles en el hilo argumental de la obra. Pero nadie iba a negarles el derecho a intervenir a Marat y Carlota, la pareja demencial, cuyos derroteros con los faltantes eran francamente geniales. En sus vacilantes escenarios verbales, Chantal, la protagonista, la bella leprosa, firmaba contrato con una marca de moda diseñada exclusivamente para ella y sus mutilaciones, segùn Carlota. Marat, asentìa por lo general, hacièndole gestos de rebanar su cuello. El de Chantal.
Cierto dìa, todos habìan cobrado un propòsito alternativo al de recolectores cotidianos, cambia el ritmo del filme: el protagonista, el reciente desempleado, se embarca en una investigaciòn por fraude y estafa al estado, por parte de una empresa perteneciente a un fabricante de armas. Dicho sea de paso, la fàbrica donde trabajaba y en la que por accidente se entera de una siniestra trama que requiere de las habilidades de su nuevo equipo. Surge la necesidad de elaborar un plan que incluye tender cables, instalar micròfonos ocultos, grabar conversaciones, intervenir telèfonos, acceder a viviendas disfrazados de ejecutivos con trajes italianos y conseguir un par de camiones desvencijados. Lo màs difìcil fueron los trajes italianos. El robo no tenìa cabida en la soterrada comunidad. Debìan tomar prestado dichas prendas entrando por los fondos de una tienda de alquiler de ropa. Despuès de muchas vicisitudes, el bien triunfaba. Ante una asombrada cùpula policial y judicial se desenmascaraba el fraude y llegaba el final feliz, aquel donde triunfa la justicia y se reconoce el valor de cada individuo, sin importar de dònde viene, ni  què hace. Se abren los estrechos brazos del sistema que habìa hecho oìdos sordos a sus carencias.
Lo màs disparatado de todo el argumento, no fueron los aportes de Carlota y Marat. Lo fantàstico, lo que hace que la pelìcula casi parezca de ciencia ficciòn, es que el cìnico refugio construido por la estructura policial, polìtica, empresarial y judicial, cayera aplastada por el peso insobornable de la verdad y la justicia. De otra forma: que triunfaran los buenos. Hilos de Piedra.


sábado, 17 de marzo de 2018

LA LAGUNA COMPARTIDA



Estimado Sr. Martin:
Tal vez no nos recuerde. Estuvimos en Salta hace un par de temporadas y Ud. se ofreciò a hacernos de guìa, cuando nos recogiò en el aeropuerto. 
Habìamos estado varias veces en Salta y Jujuy, pero era la primera vez que ìbamos a pasar la noche fuera de la ciudad, en plena montaña. Pernoctarìamos en Iruya, un pueblito literalmente medio colgado desde un balcòn de la montaña, sobre el rìo de ese nombre. Renombrados amaneceres,  mentados por otros viajeros.
"Asì que Ud. nos pasò a buscar por el hotel a la madrugada", irìamos sin prisas recorriendo los lugares que màs nos gustan y detenièndonos a tomar fotos donde se pudiera detener con seguridad, evitando curvas y tramos muy angostos. Almorzar donde nos gustara, en fin, nada pautado de antemano y sin màs pasajeros que nosotros, nos encantò verlo aparecer a bordo de una camioneta 4x4.
Pudimos asì bajarnos para "pescar" un grupo de guanacos o una pareja de còndores allà en lo muy alto planeando, planeando ser sostenidos por las corrientes del viento, allì nos contò que el macho del còndor, si la hembra muere, se suicida plegando las alas y estrellàndose en la tierra. 
Màs adelante, intentè correr hacia mi marido para evitar que se internara entre los arbustos espinosos, por las vìboras y me apunè. Fueron unos segundos de una sensaciòn de muerte,  lleguè a pensar que ustedes dos, iban a poder dejar mi cadàver en alguna cueva; en un segundo pasò esta idea, la que me gustò mucho, pero este otro tema.
Llegamos hasta Iruya, donde pasamos la noche, de forma muy precaria, en ese momento no estaba preparado para el turismo, no era Purmamarca o Tilcara, asì que los hoteles, exceptuando el Iruya eran todos de modesto perfil. Habìamos intentado conocer la iglesia, pero el servicio habìa terminado, el cura habìa cerrado la puerta con llave y se habìa esfumado. Nos quedò, entonces, caminar por callecitas en pendiente, cruzàndonos con burros salvajes que deambulaban por todas partes y en los que nadie reparaba, si se nos exceptuaba . En una hora habìamos dado dos veces la vuelta en redondo, juntando màs hambre que frìo. Las posibilidades de comer no fueron mejores, si uno querìa obviar la carne de llama, la perspectiva era arroz blanco y el huevo duro que pedì, quedaron debièndolo. 
Al dìa siguiente, con mucho frìo partimos para Salta despuès de desayunar. A la hora del almuerzo, llegamos a Tilcara, donde  nos llevò al hotel y restaurante del Automòvil Club, que a su juicio era de muy alta calidad. El lugar era precioso. El menù especial, superaba con creces nuestros hàbitos gastronòmicos y nuestra intenciòn de pagar bastante por un almuerzo en ruta. Deseàbamos comer algo sencillo y econòmico cerca de la ruta. Por ese motivo, empezamos a descender a pie la ligera cuesta que desde la Hosterìa del ACA, nos permitìa abordar la camioneta.
Esto es lo ùltimo que recordamos ambos.
Tres dìas despuès, mientras cenàbamos en Aires Caseros en Salta capital, nos dimos cuenta que ambos, mi marido y yo, habìamos olvidado todo desde la dichosa cuesta. No podìamos recordar dònde habìamos almorzado, ni què habìamos comido y menos algùn detalle del camino de regreso a la ciudad. 
Al principio, lo tomamos a broma. Tenìamos en claro ese dato: el recuerdo desapareciò en el mismo sitio y al mismo tiempo. Bromeàbamos porque en principio comentamos que no notàbamos faltas: ni òrganos, ni dinero ni equipaje, sòlo los recuerdos. Ausentes y sin dejar rastro alguno. Lo extraño era que ambos compartìmos la experiencia, estaba casi descartada entonces, la posibilidad de un accidente vascular cerebral.
Mi marido se molestaba porque yo insistìa en tono de broma, que habìamos sido "abducidos". Habìamos estado hablado de OVNIS  con Ud. cuando volvìamos de Cachi unos dìas antes, y nos comentò lo frecuente que era verlos. Que de no ser Parque Nacional, patrullado dìa y noche, donde se prohibìa el acampe, lograr pernoctar allì era garantìa casi segura de avistar luces y formas raras. Pero serpientes y patrullas eran motivos suficientes para aceptar su palabra.
La cuestiòn es que no hubo forma de recordar què habìa pasado en Tilcara. 
Al tercer dìa de esta "laguna compartida", propuse en el "Aires", recuperar el recuerdo perdido con este ejercicio: "Imaginemos un plato de tallarines. Ahora empiezo a tirar del extremo de uno de ellos, desenrollàndolo, como el hilo de Ariadna que nos va a llevar a"...y de pronto, empecè a "ver" el sitio, el bar de la ruta, donde  entramos para almorzar. Con una nitidez asombrosa, de la nada misma, surgiò la escena: habìamos elegido una mesa para dos cerca de la puerta. El frìo era notable.
Asì que, cuando Ud. desde el fondo del local, nos hizo  gestos con la mano para que nos acercàramos, acudimos dòciles. Con una inclinaciòn teatral, nos presentò una enorme chimenea encendida y nos sentamos en la mesa de enfrente, la màs cercana, sintiendo la caricia del calor paulatino. Placer de los placeres.  Màs tarde nos sirvieron fideos y pollo. No tomamos alcohol, el agua mineral y la ensalada de frutas completò el menù. 
Otras personas habìan empezado a ocupar las mesas vecinas. 
Fue en ese instante, cuando la trayectoria invisible del tallarìn-guìa imaginario, me llevò a una conclusiòn. Narcosis!!! le dije a mi marido. "Fue eso! El fuego!, debemos habernos instalado tan cerca que hemos inspirado monòxico de carbono y esa fue la amnesia que nos acometiò despuès!". 
No hemos podido comprobar mi teorìa.
Me hubiera gustado que "Ud., Sr. Martìn, fuera el brujo, como su abuela", que curaba a la gente, nos dijo durante el trayecto y les "veìa" las enfermedades a travès de la orina que les hacìa llevar en un frasco transparente colocàndolo delante de un trozo de àlamo blanco. "Este mètodo, me parece que lo practican en Mèxico tambièn", le habìa dicho yo. 
Igual que el Don Juan, el brujo de Castaneda,  ella habìa traspasado su poder, cuando llegò su hora, a un tìo suyo. Este hombre, falleciò poco despuès y su abuela sorprendentemente dijo lo mismo que Don Juan: lo matò el exceso de poder. Cuando alguien no es suficientemente fuerte es lo que pasa, nos dijo Ud. Simplemente muere. Hilos de Piedra.



viernes, 16 de marzo de 2018

UN MICRO A LA ETERNIDAD



Ilustraciòn de Marius van Dokkum, quien, en nuestra opiniòn es uno de los mejores ilustradores con ancianos. Recomendamos ver su pàgina.

Sr. Hilos de Piedra: segùn supe, Ud. requerìa historias cortas para publicar en su blog asì que le hago llegar èsta que por lo demàs es verìdica. Sucediò en un viaje que mi mamà y mi suegra hicieron en micro a Camboriù, Brasil. Como Ud. sabrà, es un viaje muy largo y cansador. Màs de veinte horas insume el trayecto, asì que , como es lògico, conforme el tiempo pasa, el tedio, el sueño y la desatenciòn van en aumento. Mi mamà toda su vida fue fanàtica de la radio y se llevò su pequeña portàtil con una provisiòn de pilas de repuesto. Una vez agotada la conversaciòn con mi suegra, que ha sido mujer de pocas palabras, tratò de localizar alguna emisora de su gusto. Asì fueron transcurriendo las horas, las paradas para ir al baño, tomar un cafè, comer algo o simplemente estirar las piernas. En una de las tantas, mi mamà se olviò la radio encendida en el portaequipajes.
Cuando subieron todos, cerca ya de la frontera con Brasil, medio amodorrados, el chofer puso en marcha el motor y se empezò a escuchar la voz suave de un locutor que los guiaba en un rezo desde el fondo del coche. Por los parlantes salìa su voz modulando, "en el nombre del padre, y del hijo..." y asì empezò la letanìa de un rosario, "santa marìa....madre de dios..." de a poco, el micro entero acompañò a coro el rosario, somnolientos pero voluntariosos rezos por kilòmetros y kilòmetros. Mi mamà, empezò a buscar su amada radio, poco amiga como ha sido de la religiòn, y cuando por fin la encuentra, se diò cuenta que habiendo quedado encendido en la emisora que estaba transmitiendo el programa del rosario, el aparato se habìa abocado al parlante del micro y era la responsable del fervor colectivo, valga la metàfora. Lentamente empezò a retirar la radio, hasta que el sonido fue inaudible y  lo màs discretamente que pudo, se sentò y cambiò el dial. Silencio. Rojas y muertas de risa, cuando le contò en susurros a mi suegra, lloraban por esa especie de mal entendido, sofocàndose y parecièndose a dos colegialas tardìas en plena travesura. Los demàs pasajeros, nunca se enteraron del asunto y el chofer siguiò poniendo canciones de moda a continuaciòn de la piadosa convocatoria.
Desde fuera, y haciendo una escena para una pelìcula, hubiera colocado el micro,  continuando su eterno viaje, tomado desde una curva, en perspectiva y dando FIN al corto. Atentamente, Patricia de Beccar.