martes, 31 de enero de 2017

EL LOBO DEL CONURBANO: EL SENDERO DE LA LOCURA



El dìa habìa empezado despertàndome por el sonido de una lluvia tranquila y persistente. Sabido es el efecto de la lluvia en el lobo, sea cual sea hoy el sexo que he de adoptar. Salì "literalmente" de un sueño profundo, oscuro, como la cueva que habito. No me sentìa cansada, a pesar que habìa sido un sueño muy cambiante. Tuve un profesor en la facultad, un cardiòlogo. del que estuve secretamente enamorada, a la manera de ciertos lobos, es decir sin que èl jamàs lo supiera. En mi sueño. èl era mi ginecòlogo. No se necesita ser Freud, ¿no?. Habìa parido recientemente y me hacìa el control post parto. El tipo en cuestiòn, me revisaba en una sala repleta de gente y para que me sintiera màs còmoda, me proponìa con una ternura que jamàs habìa mostrado, ir a su consulta privada. Y me preguntaba ¿porquè ahora se muestra tan tierno y cuando fui alumna suya ni la hora me diò?. Subimos a su auto, conducido por un negro de piel lustrosa y librea oscura. Mudo. Llegamos al consultorio que resultò estar en la Boca. De pronto, habìa saltado fuera del auto y habìa pensado en Quinquela. Allì levanto la cabeza y veo el puente oscuro, el de sus cuadros, gigante, recortado apenas sobre un cielo negro y estrellado. Entramos en una especie de galpòn que era su consultorio. Me quedè esperando en la entrada y en silencio apareciò un ovejero belga, negrìsimo, amistoso. Entrè en una cocina revuelta y tratè de avisar a mis padres por el celular dònde me hallaba, (han muerto ambos hace muchos años), pero a pesar de oir voces del otro lado, no pude contactarme con ellos. Ya en la camilla èl mirò y me dijo, o puede ser muy bueno, o màs o menos o muy malo. Sabìa que hablaba del cuello uterino. Y allì me despertò la lluvia. 
Impreganada, como suelo quedar despuès de estos sueños, salì a caminar bajo una lluvia tenue y sentir en el pelo y el lomo  la humedad fresca que me aliviò. Caminè varios quilòmetros, habìa llegado a la Catedral. Siempre bien mantenida, su vereda es lisa y pareja. Asì que empecè a caminar hacia atràs. Es un ejercicio que practico con el objeto de cambiar mis puntos de vista. Trato de hacerlo cuando no hay personas. Los humanos tienden a juzgar, a burlarse de lo que no entienden y no me siento lista aùn para soportar la burla sin inmutarme. Tan concentrada estaba, que olvidè que seguìa caminando para atràs, cuando oi que una voz me decìa: lindo dìa para caminar asì. Era el hombre de una pareja muy joven de cartoneros que refugiados sentados debajo de un àrbol, estaban ahì, junto a un carro con cartones y un coche con un bebè muy chiquito. Levantè los dos pulgares en asentimiento. Su tono no me pareciò de burla, sòlo un comentario tan neutro como la nada misma. Allì recièn me di cuenta que seguìa caminando para atràs. 
Bueno, pensè para los creyentes, estoy en tierra sagrada. Para los que no, no importa nada. ¿En què cree un lobo?. ¿A quièn puede interesarle?.
Ya antes habìa sido un dìa especial. Habìa oìdo còmo una mujer vieja le ofrecìa màs libros de historia para leer a un custodia. Y habìa pensado: no està todo perdido. Mientras haya quien lea. El aislamiento propio del trabajo, no le han hecho atontarse con la radio insensata todo el dìa.
Ya casi de vuelta, cerca de la cueva, pensaba mientras cruzaba una sendacebra, ¿còmo termina èsto?... Y supe que no todos los senderos terminan....

viernes, 27 de enero de 2017

LA ENTREGA



A veces, la entrega a lo que sea que pase, es una flexibilidad interna que es una forma sana de protecciòn. Protegerse, al decir de Don Juan no es defenderse. En mi entender, la diferencia, sutil a veces es o puede ser la capacidad de reagruparse desde el equilibrio, desde adentro, cuando uno se ha sabido proteger. Defenderse es tensiòn, plegamiento, pendiente de lo externo y lo que suceda sin la participaciòn interna de uno. Eso implica, la tarea posterior de reagruparse y equilibrarse. Ambos estàn presentes durante el proceso de protecciòn, no hay que salir a buscarlos despuès de emplear la defensa, como animales que han huido por un incendio.
Hasta ahí, lo de esta mañana, surgido de vaya a saberse dónde. 
Ayer pude ver, en la playa de estacionamiento del súper, un edificio que tenía un tanque de agua parcialmente cubierto por una enredadera. Ahí tenés al sufrimiento, me dije. Adherido como esa "enamorada del muro", ganando terreno, cuando nos comportamos como el tanque de agua. 
Dejamos que vaya apoderándose hasta el menor de nuestros resquicios. Eso no es entregarse, eso es defenderse. Resistiendo, rígidos, y al final, como el tanque de agua cubiertos por la enredadera, veremos cómo se resquebrajan nuestras, las que creíamos sólidas, paredes.
Entregarse no es resignarse. Hoy uno puede definir por los opuestos o la negación. qué no es.
La resignación tiene que ver con el apabullamiento por el dolor y quebrada ya hasta la resistencia. Para eso es la resistencia: para ser quebrada, fracturada, arrastrándonos como la pared del tanque cuando no pueda soportar el peso de la dichosa enredadera del ejemplo.
Entregarse es estar consciente, atento a cómo va creciendo la enredadera. Cuando podemos dejar de vernos como "el tanque de agua". Cuando podamos ver, el avance de la enredadera sobre nada. Sin un "nosotros" debajo de ella. No seremos depositarios de su peso. Sólo vemos cómo crece, se extiende, hay días que detendrá su ritmo. Nadie habrá, sólo el ritmo de aparición, cese, o un nivel sostenido, un ruido de fondo, si tenemos la suerte de advertirlo. 

miércoles, 25 de enero de 2017

EL ENOJO

¿Còmo seguir despuès de casi dos meses de silencio de Blog?
Sin contar los viajes, a lugares geogràficos. Los viajes que valen tambièn la pena, aquellos que uno se dirige hacia lo profundo, en soledad. Un viaje, en fin, conformado por muchos dìas de pensar y no pensar. Todo me parecìa absolutamente banal, para volcar acà. Y aùn lo creo. Tambièn veo que lo banal es muy popular. Lo que uno considera banal, no lo es para otro. Lo màs probable que si uno enumera aquello que considera banal, alguien se enoje, inevitablemente. Y este mundo ya tiene gente suficientemente enojada.  
Se ha dicho y escrito mucho, acerca que la meditaciòn ayuda a observar el enojo y en general aporta beneficios, como lo reportan personas iracundas que la practican con regularidad. Como casi todo lo que enoja, nada va a desaparecer, el que va a cambiar de posiciòn, en ese campo de batalla imaginario, es el meditador. Ser consciente que hay cosas que no han de modificarse, al menos en lo inmediato, ser conscientes que uno puede desde su sentarse diario, ver su enojo, sus causas, concentrarse en ir cada vez màs profundamente, ver que indefectiblemente siempre pero siempre hay una idea detràs de la que se escuda el iracundo para desde allì arrojar su ira/idea como quien arroja piedras. Desde ese sentarse, ver què hay detràs de esa idea. El deseo de tener razòn, de acertar, de estar en lo correcto. Eso no importa, lo que sì es interesante es que siempre està el deseo. Deseo de lograr imponer su idea, deseo de comprobar que estaba asistido por la razòn, deseo, y màs deseo de lograr que las cosas se hagan tal y como quiere. El solo hecho de que algo no se acomode a su deseo, es motivo de contrariedad, frustraciòn e inevitable enojo. Como surgido desde el primer enojo ya olvidado.
Cualquier cosa que lo motive, es una idea pre-existente. 
Diferente es la indignaciòn que surge ante una injusticia, un acto de violencia que vulnera a otro ser indefenso. 
Sentarse, y observar què cosas son dignas de una indignaciòn que no impregne a los que nos rodean, como hace la ira que se desparrama como un gas tòxico. 
Ser iracundo es, al final, ser portador de veneno. El iracundo lo ùnico que desea con urgencia es poder arrojar ese veneno sobre otro, contagiarlo. Sentarse y ver porquè necesita compartir su sufrimiento con otro, traspasàndole parte de su ira. Dedicarle el tiempo que merece la ira, como un objeto de meditaciòn es empezar a dar el primer paso.