lunes, 23 de noviembre de 2020

LAS TENTACIONES DE ADRIANNE

 


Se estaba haciendo tarde para concurrir a la consulta de la doctora Lucy Taylor. Llegaba con el tiempo justo para ver partir al paciente anterior, cerrando la puerta del ascensor contiguo, aunque sabía que tenía que darle a la psiquiatra, un par de minutos para <<limpiar>> el ambiente  y lo respetaba.

En efecto, cuando ingresó, las ventanas están abiertas, a pesar del intenso frío y una varita de incienso estaba terminando de elevar su fina columna de humo gris que escapaba, hacia el cielo invernal y plomizo.

Se saludaron y esperó a que Lucy buscara el cuaderno, donde anotaba las sesiones de cada paciente.

Habían llegado al  <<pleno nudo>>, como le gustaba decir a ella, para referirse al momento, en que el paciente, por fin, se enfrentaba con el problema, sin conocer, la causa, pero al menos, tomaba consciencia del mismo. Ya poco quedaba por hacer al respecto. Ahora, en general, eran capaces de detectarlo, cada vez que se enfrentaran a situaciones similares que biográficamente tendían a repetirse, generando tanto sufrimiento, como los que padecía la joven cuando terminó su historia con un hombre casado.

Adrianne de Groot, hacía ocho meses que había comenzado el tratamiento. Después de una relación tormentosa con la autoridad máxima de la aeronave en que viajaba cada semana. Era azafata de una de las principales aerolíneas del mundo y su comandante, se había transformado en su amante, durante cinco meses. Sabido es que los pilotos de las aerolíneas sudafricanas, son los mejores pagos del mundo, así que a James Orwell, no le costaba demasiado, alojarse en hoteles carísimos, y de esta manera, su relación prosperó más allá de una simple aventura, como ambos supusieron al comienzo. Se había profundizado de tal manera que Adrianne, había esperado escuchar de un momento a otro, que James, habría de abandonar a Betty, su esposa desde hacía veinte años, para irse a vivir con ella. Acarició el proyecto en sus fantasías, y él tampoco, había contribuido a dejar en claro nada en contrario, si era honesto. En realidad, se lo habían planteado muchas veces, dentro y fuera de la cama. Mientras cenaban en Roma, París, Madrid, Londres, o cualquier otro destino lejos de Sudáfrica, pero al aterrizar en casa, se rompía algo en el interior de la azafata. Allí estaba Betty, esperando a James, para llevarlo al hogar, dándole un cálido beso, mientras que ella, acarreando su valija reglamentaria, se dirigía a la van de la compañía o al vehículo designado para transportarla hasta su departamento, con su estómago hecho un nudo. Y así había sido, durante cinco meses, en que las esperanzas rotas, no hicieron más que horadar su confianza en sí misma, sintiéndose desvalorizada, rebajándose a una situación tan común, y, experimentada por los miembros de diversas tripulaciones alrededor del orbe.

Cuando él, por fin, dio por terminada la relación, argumentando que una historia de tantos años, no era posible que tuviera ese final, con hijos adolescentes que aún le necesitaban, que no eran merecedores del daño que les causaría, así como ella, que siendo tan joven, no tenía por qué resignarse a ser una <<otra>>, cuando tenía derecho a encontrar a alguien libre de toda atadura, para vivir la historia que se merecía, aplastando sus secretas ilusiones que en el fondo, ella sabía, estaban condenadas al muere, desde el inicio de su relación.

Quedó igualmente devastada y aprovechó para tomarse dos semanas de vacaciones para no tener que ver a James y cruzarse en pasillos, u algún otro hotel, haciendo esfuerzos para no llorar. Tampoco quería eso. Había muchas mujeres así, como ella, que un día apostaron a relaciones furtivas y albergaron ilusiones y, que ahora, algo mayores, y desencantadas, la vida les había pasado la factura, mientras que otras habían triunfado, quedándose con el premio, pero, sabiendo, en su fuero íntimo, que podría haber una tentación acechando siempre al que había cedido antes, con ellas.

Así, una tarde que tenía franco, entró al consultorio de Lucy. Estaba francamente desmejorada y tuvo que luchar dos meses, para juntar el coraje suficiente para renunciar a su trabajo, el que ya no le atraía y que al contrario, le sometía a un estrés adicional al propio de su oficio. No se sentía suficientemente fuerte como para cruzarse con él, no, todavía.

De modo que a los seis meses de su renuncia, después de no pocas frustraciones laborales, estaba haciendo antesala en Moore- van der Brul,  una empresa editorial muy conocida, en expansión, por sus inversiones en versiones electrónicas, que le habían citado para una entrevista.

Tenía un título de Medievalista, y jamás había indagado las posibilidades que pudiera ofrecerle su especialización, como no fuera la de convertirse en escritora, pero no quería deberle dinero a su padre, mientras esperaba que la suerte tocara a su puerta, y poder escribir como otros, que habían cosechado éxitos con la Edad Media. A Ian de Groot, nada  le hubiera gustado más, que su única hija aceptara su ayuda, pero el millonario empresario, había educado a una mujercita independiente desde el vamos y muy orgullosa. Sus dos hijos mayores, le ayudaban en la empresa constructora, pero Adrianne, era su debilidad.

Susy Moore, la dueña de la editorial y su marido, Rob van den Brul, administraban una empresa con más de quince años en el mercado, peleando codo a codo. A pesar de todo, habían continuado siendo socios en lo que tanto empeño y tiempo, les había insumido.

Adrianne llegó puntual, no sabía bien de qué se trataba la vacante que estaría disponible, pero esperaba que siendo tan agradable el entorno que percibía, pudiera quedarse.

No era una mujer que pasara desapercibida, precisamente. Su metro ochenta le hacía destacar nada más abrir una puerta. Luego venía lo demás. Eso era legado paterno, su porte, el color de ojos, y la estatura. La armonía de los rasgos, sus formas, eran el aporte de su bella madre. No podía quejarse, aunque, a juzgar por los resultados de su vida amorosa, más valía no hablar.

La que comandaba la sesión de preguntas, y guiaba la entrevista fue Susy. Era una mujer agradable, algo seria, una arruga vertical en su entrecejo, mostraba alguien determinado a vencer las dificultades, fueran del calibre que fuera, pero casi siempre con esfuerzo.

Él, miraba con disimulo el reloj de pared, cosa que disgustó a Adrianne, poniéndole aún más nerviosa de lo que estaba. Si tan apurado estaba ¿Por qué no se iba de una buena vez? Apenas encogido su más de metro noventa en la silla, no parecía hallar acomodo. Fue en una de sus excursiones visuales <<trepando>> por la pared hacia el reloj, que sus ojos tropezaron con la mirada de ella, irritada, las cejas algo juntas por la contrariedad.

Una mujer tan amable, y firme al lado de un tipo de ceño adusto, que la había saludado con sequedad. Se notaba que él, sabiéndose  tan atractivo, se daba el lujo de estar pagado de sí mismo. Se regañó a sí misma, estaba haciendo un juicio de valor sobre un hombre casado. Ahora que conocía sus debilidades, estaba alerta. No quería volver a pasar por lo mismo, no, de nuevo ¿Por qué <<los James>> de este mundo le parecían tan peligrosamente guapos? Tendría que hablarlo esa tarde con Lucy.

— ¿No me escuchó, Adrianne? La voz de Susy, interrumpió el curso de sus pensamientos.

Adrianne sintió que se ruborizaba. <<Estaba absorta en el bombón de tu esposo, querida>>, pensó. Acto seguido se tentó, se atragantó y la otra tuvo que ofrecerle un vaso con agua.

—Perdón, Susy. Por favor, si eres tan amable ¿Puedes repetirme la pregunta?

— ¿Por qué abandonaste un empleo que está mucho mejor remunerado que este, y tan diferente? Una azafata y la Edad Media, no casan —observó, mirándola fijo.

<<Casan>>. <<Ese es el quid de la cuestión, Susy. Tengo tendencia, debilidad por los hombres casados. Mi vida es un verdadero desastre y quiero sentirme que puedo respirar y estar un día entero sin llorar, tengo el corazón roto, pues, por eso>>. Pero, contestó algo diferente.

—Ser medievalista es la vocación, Susy. Pero, al graduarme, mis caminos no parecían muy lucrativos, y, estaba en proceso de mudarme de casa de mi padre, debía, si necesitaba ser independiente, hallar un trabajo bien remunerado, y, cuando ahorrase algo, me volcaría a lo mío. Suspiró, parpadeando. Esperaba que a Susy le alcanzara con eso. Sino, podría echar mano, a otras excusas.

—Tienes poca experiencia entonces, en probar los manuscritos, para detectar aquellos pocos éxitos editoriales. Pero, puedes complementarlo con la exploración de las redes sociales, investigar las tendencias hacia ciertos temas, el público al que va dirigido cada libro en ciernes, y si podemos sumar alguna franja más, simplemente sugiriendo al autor, un ligero cambio en el enfoque, en ciertos matices. Así que eso también deberías hacerlo. Estamos creciendo y a veces, nuestro departamento de marketing, no da abasto.

— ¿Cuál fue el último libro que leyó, señorita de Groot?

La voz grave de Rob van den Brul, que casi ni había escuchado, la sacudió, salida del fondo de vaya a saber qué caverna.

A diferencia de su mujer, él no la tuteaba, ni parecía dispuesto a facilitarle las cosas. Pensó desesperada, y su genial padre acudió en su ayuda.

<<Cuando te pregunte, algún snob imbécil, qué has leído recientemente, con mala intención, contéstale que: <<Aqua Vitae>> de autor anónimo. La historia, la había rastreado Adrianne para complementar título tan oscuro como inexistente.

Levantó su rostro, sonrió levemente y enunció: <<Aqua Vitae>>.

—Se parece al nombre de un perfume —acotó el marido, frunciendo la nariz.

Es un compendio de la historia del whisky, cuyo nacimiento fue, aparentemente a manos de Cor, un monje. Traducido, quiere decir…

—Ya sé lo que significa —la interrumpió Van den Brul, <<agua de vida>>.

—Exactamente —aprobó la chica. Así se llamaban los destilados en general, en esa época. En gaélico se llaman <<uisge beatha>>, solo los barberos cirujanos podían fabricarlos, pero cuando Enrique VIII disolvió los monasterios católicos, los monjes, se dispersaron por las tierras altas, y al destilado de sabor tosco que se fabricaba de cebada solamente, enseñaron a agregar malta, además  de revelar sus secretos sobre destilación. Bueno, el libro llega hasta el mil ochocientos y pico. Es algo… detallado, pero me apasionó. Se nota que, han encontrado manuscritos y luego han incorporado la historia a través de los siglos. Sonrió. Sus ojos verdes brillaban y el hombre sintió un aguijón que creía dormido, que volvía para incrustarse en su ingle. Se sorprendió detestándose por haber querido hundir a la chica, descolocándola. Por lo general, los aspirantes, leían solo éxitos de últimas publicaciones. Le había ganado en buena ley. Se notaba que era inteligente y su sonrisa era como un rayo de sol en su invierno particular.

La pareja se miró y se dirigieron a Adrianne: En un par de días, le haremos llegar nuestra decisión, Susy la miró sonriendo.

—Una última pregunta, van den Brul, no se iba a dejar derrotar tan fácilmente. Como sabrá, nuestros autores, por lo general son contemporáneos y están vivos, la mayoría, sonrió, con su dientes, parejos e impecablemente blancos. Así que ¿Podría darnos un par de autores que le hayan conmovido y parecido de calidad de estos… digamos, dos años a esta parte?

<<Ah, Ian de Groot, eres un viejo bastardo, pero muy inteligente>>.

—Sí, al contrario que muchos, no leo libros premiados, para autores noveles, sino que trato de conseguir aquellos manuscritos que han concursado, pero no han sido seleccionados como ganadores. Así que elegí estos dos títulos: <<La aniquilación programada>> y <<El fantasma de ser reemplazado>>. El primero, es ciencia ficción, sobre un programa hallado, por accidente en una expedición arqueológica, en una cueva, escrito por una cultura desaparecida, donde se planea la destrucción del mundo conocido en ese tiempo. Está escrito en una mezcla de hebreo y arameo. El segundo, es el planteo de la toma de decisiones de la inteligencia artificial, una herramienta cada vez más utilizada y la pregunta sería ¿Cuándo de herramienta pasa a ser un arma? Fueron concursantes para el premio…

—Concorde, ya lo sabemos. Los hemos leído todos, también. Esta vez la sonrisa de van den Brul, fue algo más cálida y el tono de su voz casi se hizo acariciante, sus ojos azules chispeaban con malicia. Era un buen perdedor.

Cuando cerraron la puerta, detrás de ella. Marido y mujer se miraron.

—Creo que se ajustará a nuestra empresa —afirmó ella. Aunque no era necesario arrinconarla, Rob. Susy, tenía el ceño fruncido. Pareciera como si quisieras que saliera huyendo.

—Son ideas tuyas, Susy. Bueno, ¿Qué dices?

—Probemos con un contrato de tres meses. Él acordó poco convencido.

No deseaba más tentaciones en su maldita vida, y así, como estaban las cosas entre ellos, esta chica, sin saberlo, lo arruinaría todo. Cerró los ojos, estaba agotado de no dormir. Pero, un milagro encerrado en aquella coincidencia, le había sido obsequiado por la justicia.

Las piernas apenas la sostenían cuando se dirigió a los ascensores.

Almorzó  con desgano, cerca del consultorio de Lucy Taylor.

Cuando dieron las dos de la tarde, tocó el timbre.

— ¿Cómo te ha ido en la entrevista? Lucy la miró, observándola pálida y algo ojerosa.

—Me puse nerviosa, y a continuación, procedió a describir la escena.

—Tengo temor de repetir la historia…

—Con la diferencia que ahora ya sabes por dónde va. No va a sorprenderte. Aunque, si te contratan, tendrás a la pareja junta, eso va a ayudarte a que no te sea sencillo intimar con él, en caso que te dé señales…

—Espero que no sea así. Para colmo es tan atractivo que…

—Por lo poco que has contado, no se hallaba a gusto allí. Ponerte incómoda, tal vez fue la señal de otra cosa, Adrianne. Es solo una suposición, pero ellos, tal vez estén pasando algo, que ni tú ni yo sabemos, y él, tiene miedo de tentarse, así que, quizá, ahuyentarte fue el método más eficaz que se le ocurrió. Me ha pasado con otras situaciones en el pasado, me refiero a experiencias de pacientes.

— ¿Y cómo acabaron? Adrianne le miró, ansiosa.

—Eso, depende de cómo vaya la historia. No hay dos iguales.

—Sí —admitió tristemente.

—Lo otro bueno, es que, si el puesto fuera tuyo, ya sabes cuál puede ser la causa subyacente de alguien que sin conocerte, se empeña en ser tan desagradable, y que te inquiete lo atractivo que es, sería una señal que James, va retrocediendo en tu vida.

Ya en la calle, Adrianne, se dirigió a comprar su cena. Necesitaba irse temprano a la cama. Estaba triste, eso no lo cambiaba un par de ojos azules que brillaban con malicia. Y mucho menos porque pertenecían, igual que el resto, a otra.

Frente a la computadora, estuvo rastreando datos sobre la editorial Moore-van den Brul, con algo más de ahínco que al principio. Anteriormente, lo había llevado a cabo, junto con otras más a las que envió sus currículum, pero ahora, al ser la única que le había convocado, pondría más atención a su perfil, a la lista de escritores que eran sus clientes, tipo de público que los consumía, eventos a los que asistían, exposiciones o ferias de libros en distintas ciudades, luego estaba el <<quiénes somos>>. No creía que debería meterse allí, porque no sabía cómo habría de irle, al fin y al cabo. Podía intuir un empate entre los miembros de la pareja: ella le quería a bordo, él, no. No creía que habitualmente jugaran al <<policía bueno/policía malo>>. Pero su curiosidad pudo más y abrió la pestaña correspondiente.

Ambos fundaron la empresa de recién casados. Egresados de la carrera de Letras, él, había terminado varios cursos superiores en la Sorbona, mientras ella, había permanecido en el país, llevando adelante el negocio. Seguramente dedicada a cuidar a la prole, mientras él se perfeccionaba, supuso. En total, eran cerca de veinticinco personas quienes conformaban el staff.

Se les veía asistiendo a distintas veladas literarias, ganando premios y encabezando listas de <<más leídos>>, pero ahora, habían incorporado libros electrónicos.

Luego, buscó por el nombre, a ambos cónyuges.

Estaba empezando a abochornarse de sí misma. Estaba fisgoneando ¿Qué es lo que se proponía encontrar? Ella vestida de fiesta, bastante atractiva, él a su lado, con un smoking, quitaba el hipo, se dijo. Por una vez ¿No podría dar con Cuasimodo? Cerró la computadora y metiendo su cabeza debajo de la almohada, se dispuso a dormir.

Como todas las noches, van den Brul, se quedó en la planta baja, escuchando música clásica, triste, melancólica. No se avergonzaba que le gustaran los románticos, hacían juego con su estado de ánimo, mientras continuaba escribiendo su libro.

La debilidad de una noche, en Bruselas, le había costado el matrimonio, que, a decir verdad, hacía años, se tambaleaba. Susy se enteró, porque, él se lo contó a su regreso. De eso hacía cinco años y desde entonces, llevaban las cosas hacia adelante, como mejor podían. Juntos tenían más que ganar que separados.

Pero, cada día que pasaba, sentía que se ahogaba, en un mar de esfuerzo por reprimir, esconder, disimular que todo andaba bien. Habían ido postergando tener hijos, hasta estar más afianzados en el negocio editorial, luego las cosas, comenzaron a torcerse y ahora ya ni siquiera compartían la habitación. Hacía un par de semanas, se había enterado por un amigo, que vio a Susy, tomando café con un hombre que le tomaba de la mano, así que no parecía ser una cita de negocios. No dijo nada. Después de todo ¿Qué derecho tenía él, si había sido el que empezó? Pero, fue la única vez y de allí en adelante, se había abocado a su libro y al negocio, con desesperación.

Adrianne, pasó el fin de semana, metida en su departamento. No podía, como estaban las cosas, salir a gastar dinero. Después de la entrevista, había continuado enviando sus antecedentes a diferentes sitios, pero, hasta que alguien se tomara la molestia de leerlos…

Sus amigas, le habían invitado a tomar unos tragos, pero no quería pedirles prestado y se excusó diciendo que estaba enferma

Ian de Groot, llamó a su hija la noche del domingo. Su voz no lo engañaba, su pequeña y rebelde hija, estaba sufriendo. Seguramente que por algún cretino.

Ella, disfrazó todo lo que pudo, pero de a ratos, sentía deseos de llorar. Añoraba el calor que irradiaban los abrazos de James, su actitud solemne e incómoda al principio, hasta que de a poco, se fueron soltando las amarras que le vinculaban con Ciudad del Cabo. Hasta el regreso, obviamente. Allí, tenía quién le aguardara. Ella, se refugiaba en las salidas interminables con sus amigas hasta el próximo vuelo, donde ansiaba verlo, impecable, en su uniforme, serio y que casi nunca parecía reparar en ella.

Luego, ya en los hoteles, se transformaba en el hombre que la había enamorado. Relajado, atento y divertido. La primera vez, caminando, abrazados, por la Roma nocturna, habían salido corriendo bajo la lluvia hacia el hotel, y ella ya no podía seguir recordando, sin que apareciera, el nudo en la garganta que le atenaceaba desde la ruptura, amenazando asfixiarle ¿Cuándo cedería el dolor?

El lunes recibió un mail, donde le avisaban que pasara por la editorial, que el puesto era suyo. Suspiró hondo. Tenía que ser fuerte.

A su padre, sabía que no lo engañaba, pero ahora, le mandó un mensaje avisándole que había sido seleccionada para el puesto, gracias a él. Y le describió a su examinador, porque en eso se había convertido el desagradable entrevistador. Le agradecía, enviándole un beso.

La verdad es que extrañaba a sus hermanos y a su padre. Pero, ahora tenía que enfocarse en un nuevo comienzo.

Cuando llegó, Susy, la dejó en manos de Clara, su secretaria, para que hiciera las presentaciones de rigor con el resto de los que serían sus compañeros.

No le pasó desapercibido, el gesto de sus compañeros varones, y la hostilidad de las mujeres. Siempre era lo mismo. En sus pares, solo hallaba rivales y en ellos, cazadores.  Solo para sus dos amigas, que lo eran desde la escuela, ella no tenía más que virtudes y era confiable.

Se había vestido de lo más profesional, con un traje oscuro y una camisa blanca. Casi parecía una azafata. Cuando se miró al espejo, esa mañana, no pudo evitar sonreírse al darse cuenta de lo paradójico de la situación. Azafata de libros. Había salido, dando un portazo. Algo simbólico, esperaba, como si lo hubiera dado, para su vida anterior y las penalidades que arrastraba desde entonces.

Tendría que compartir oficina con dos de ellos, Thomas y Ely.

Enseguida, Clara, le trajo una pila de manuscritos para leer y seleccionar.

Le indicó dónde iban los que serían para llevar a las reuniones con un resumen para los jefes, los que deberían ser devueltos a sus autores, la mayoría y aquellos, que quedaban en reserva para tiempos de sequía de talento. A veces, un retoque aquí y allá, pautado con el escritor, deparaba después, grandes satisfacciones.

Hasta el mediodía estuvo pues, enfrascada en dos de ellos. Pero, le pareció que iba demasiado despacio. Para el día siguiente, tendría que presentar algo en la reunión de cada mañana, a primera hora.

Se colocó los audífonos con su música y comenzó con el tercer manuscrito.

Se incorporó de golpe y prestó atención al texto. Si no lo terminaba esa tarde, después de almorzar, se lo llevaría a su casa. Estaba atrapada en la trama y tenía que terminarlo antes del día siguiente.

Apenas comió algo que había llevado desde casa. Declinó la invitación a almorzar, argumentando que no quería perder tiempo, ya que era lenta. No quería parecer estirada, parte era cierto, era lenta, pero el dinero era algo que también tenía su peso.

La tarde se pasó volando, enfrascada como estaba, en la lectura de aquel sorprendente manuscrito. Anotó los datos del autor, Peter Richter.  Asimismo, tomó abundantes notas del material que le pareció importante, al final, haciendo un esfuerzo, lo dejó para explorar las redes de internet y estar atenta a los comentarios y requerimientos de lectores. Su primera impresión fue que necesitaban más seguidores en Instagram. Había que zamarrear a tanto lector indiferente, y debía pensar una estrategia que lograra cierta expectativa acerca del próximo lanzamiento editorial.

Desde su oficina vidriada, un malhumorado van den Brul, observaba los movimientos de la nueva empleada. Por un momento, pensó que estaría picoteando detrás de sus compañeros, pero, parecía haberse ubicado como si ella también tuviera de antemano, un entendimiento profundo de cómo marchaba y se enfocaba el negocio, y apenas se había movido de su escritorio. Tampoco era del tipo de empleada que dedicaba tiempo a ordenar y decorar su espacio. Por el contrario, apenas hizo espacio, se instaló, sin cuidarse que la anterior ocupante había dejado varios objetos que fue colocando amontonados en un rincón. Ni una fotografía, ni stickers en su computadora. Habló apenas por su celular y al mediodía se acercó a la heladera de la cocina a buscar un recipiente y masticó distraída una ensalada, mientras se concentraba en la lectura de vaya a saber qué. Pero lo que fuera, parecía haberle subyugado, porque apenas prestaba atención a su almuerzo, dejaba de masticar y se quedaba inmóvil, o jugueteando con un mechón de pelo que le caía delante de su oreja, como los niños en la escuela. Haciendo un esfuerzo, desvió la mirada y se dedicó a su libro, que parecía hacer esfuerzos por regresar a dormir en su cajón.

Su mal humor, debido básicamente dormía poco, se agotaba corriendo, o nadando a primera hora antes de concurrir a la editorial o al caer el sol. Y Susy, por el contrario, cada día parecía estar más radiante y rejuvenecida. A sus treinta y nueve años, Rob van den Brul, se mantenía en excelente forma, pero el mal dormir, de a poco, le había ido minando la energía que le dedicaba a la editorial.

Al día siguiente, Adrianne, esperaba ansiosa la primera reunión con los editores. Con impaciencia, aguardó su turno. Thomas no tenía nada de relevancia, y estaba aún por terminar <<por arriba>>, algo que ya su intuición le decía, que no tenía salida, que el autor había quedado atrapado en sus propias redes. En cuanto a Ely, estiró sus delgadas piernas y ajustó sus lentes y tosió, nerviosa, como siempre hacía desde que ingresó a la empresa, siete años atrás.

Lo que había seleccionado, parecía ser una copia al bestseller de moda que había sacudido, dos años atrás, el nivel de ventas y que, lamentablemente, no habían sido ellos.

Las miradas se dirigieron a Adrianne. Se echó el cabello hacia atrás, incluido el mechón que inútilmente colocaba detrás de su oreja.

—Creo que encontré algo fantástico —susurró.

—Habla más fuerte, querida —el tono de Susy era a la vez dulce pero exigente.

—Sí, bien. Se titula <<El hombre de las seis cabezas>>. Levantó la vista, azorada, cuando escuchó risitas en la sala de reuniones. Los ojos de Rob van den Brul, permanecían serios.

—Silencio— tronó de golpe—con aquella voz imperativa, más propia de un cantante de ópera enojado, que la de un dueño de una editorial.

Todos, callaron, incómodos. El jefe, ese día estaba de peor humor que de costumbre y estaría apurado por acabar rápido la tediosa reunión para ir a refugiarse en su despacho, en donde últimamente, se enclaustraba.

—Se trata de un autor que dice ser descendiente de un hombre hallado en una tumba en 1997, por unos pescadores, en la parroquia de la aldea escocesa de Portmahomack. Esto es un hecho verídico y salió publicada en casi todos los diarios. Asimismo, dentro de la tumba, se han hallado cinco restos humanos más. El principal, sería un hombre de unos cuarenta años, alto para la época medieval en la que se cree que pertenecía, un metro con setenta y cinco, por lo que los arqueólogos suponen que debe haber sido un destacado guerrero. Por el radiocarbono, sus restos datarían de finales del siglo XIII y comienzos del XIV. Por el estudio genómico realzado, los restos del segundo hombre, ocupante de la tumba, sería su sobrino o su primo, uno de los cráneos sería padre de este último, solo la cuarta calavera hallada, no encaja en el patrón, ya que sería de un hombre fallecido en el siglo VII y IX. Actualmente, se suponen que son del mismo linaje que han sido enterrados a través de los siglos en el mismo sitio. Ahora bien, el autor, se ha efectuado un análisis de ADN y lo sorprendente, es que está emparentado con ellos. De allí, comienza su periplo para indagar detalles acerca de la causa de muerte de sus ancestros, cosa que hasta ahora, no ha sido posible. En su novela, apuesta a una batalla que ha sido descartada por haber sido muy posterior, pero, una que no figura en la historia clásica, y narra sus andanzas por esas tierras escocesas, en los libros y en excavaciones similares. Conoce a una mujer de la misma aldea y comienza una relación que no termina bien, pero ella ha quedado embarazada y le escribe, cuando nace un hijo, y adjunta el estudio genético de ambos, que es casi idéntico al suyo. De manera, que ahora, está la familia buscando más nexos y…

Susy, suspiró, sonriente. La miró con benevolencia.

—Sabes, Adrianne, te ha subyugado por ser quien eres, me refiero a que una medievalista, es justo lo que estaría buscando, pero la gente…

— ¿Por qué no podemos instalar el tema y así como manipulan a la gente con tonterías, lo hacemos con esto? Rob van den Brul, les miraba fijo, a todos, por turno.

 Respiraba algo agitado, inusitado en él, considerado en la empresa, en general, como una persona fría, distante, agresiva y mordaz, en ocasiones y con muy poca paciencia, todo controlado bajo esa máscara inexpresiva que disimulaba un cerebro brillante, y una personalidad carente de emociones, y empatía casi ausente.

—Habrá que <<remar>> mucho en las redes sociales —afirmó su mujer—dirigiéndole una mirada extrañada. Verle entusiasmado por algo, últimamente, se había vuelto una empresa imposible, a menos que… observó rápida y fugazmente a la nueva empleada, que, con gesto de vergüenza, hundía la nariz en sus notas. Pero se rehízo, cuando retomó la palabra.

—Eso es seguro —dijo Adrianne— habrá que trabajar el perfil de la historia, publicitarla, conseguir reportajes al autor, eso, sí es que están de acuerdo, reflexionó, que lo dicho por van den Brul no significaba que estaba aprobada su selección. En caso de ser el manuscrito elegido, me ofrezco para contactar al escritor y acercarle lo que ustedes propongan, dijo, terminando su voz en un susurro de tonos cálidos.

El resto propuso a su vez, cada uno en su género, y quedaron en discutir acerca de dos, pero había que reformular el título del de Adrianne, si es que su autor estaba de acuerdo.

— ¿Puedes venir a la oficina? Susy le pidió a su marido con voz cortante.

Cuando estuvieron a solas, ella le miró furibunda.

— ¿Acaso te has vuelto loco? ¿Crees que estás ante un éxito editorial sin precedentes? ¿Un hallazgo? ¿Un nuevo personaje que enloquecerá a las mujeres y terminará en las plataformas?

Él se limitó a cruzarse de brazos, y dejarle terminar la retahíla de frases hirientes. Ya le había recriminado que hacía rato que había perdido su toque. Ya no era capaz de <<olfatear>> un verdadero éxito y con sus veleidades de escritor, solo estaba desentendiéndose cada día más de la empresa.

—Ponía algo del entusiasmo de mi parte, tanto me reprochas su falta, Susy. La voz sin tonos, de él, profunda y con un profundo desinterés en lo que ella dijera, fue toda la respuesta que estuvo dispuesto a darle.

¿No será que la azafata te está carcomiendo la mente? Ella lo miró con astucia reflejada en sus ojos. Si me esforzara algo, hasta te podría decir las miradas que le dedicas.

—Ahora no vengas con escenas de celos, querida. Eso hace rato que se acabó — él concluyó— no vayas por ahí, te lo advierto. Está poniendo lo mejor y un poco de estímulo no le vendría mal. Parece que has olvidado cuando tuvimos su edad.

—Yo no tengo que hacer eso. Tú no lo olvides, Rob. Lo haremos, como tú dices, pero te doy tres semanas para instalarlo, y luego al cesto de los papeles.

Adrianne, de reojo, no había podido evitar observar a través de los paneles de vidrio de la oficina de Susy, la más grande de las dos, la airada discusión que se estaba llevando a cabo. Necesitaba instrucciones, para colmo y nadie hablaba del tema.

Thomas y Ely, continuaban enfrascados en sus computadoras. Hasta, que Thomas levantó la cabeza y la miró.

—No te apures, Adrianne. No es tu culpa, ni de la de nadie. Ellos se llevan como perro y gato. Discuten hasta por la grapadora.

—Bueno, susurró Ely, con voz aguda, hay que admitir que al jefe no se le escuchaba la voz en los últimos meses. Y en general, es ella la que empieza y él solo mantiene la vista fija perdida en la pared y apenas le contesta. Escucha ¿Acaso se le oye? Está histérica porque ni caso le hace.

Adrianne, prefirió guardar silencio y no prenderse a la rueda de chismes.

—Solo necesito instrucciones —les dijo. No sé a quién he de pedirle ahora cómo seguir con esto.

—A tu nuevo mentor, Adrianne, te lo has ganado. Ahora, sopórtalo. Buena suerte. Ely con un gesto de sus comisuras sardónico continuó leyendo.

Se dedicó a buscar datos sobre Peter Richter y anotó dirección y teléfono, así como el mail. No tenía redes sociales y eso era un problema, de inicio, a menos que accediera a que le crearan una cuenta y el número de seguidores en aumento sería el indicador de la generación de expectativa. En el sitio web de la empresa, deberían destacar su adquisición, en caso de concretarse. Había tanto por hacer y si en el medio, estallaba la guerra de los cien años entre la pareja, que ella, quedaría a la deriva.

Susy, convocó al otro compañero de sección política, para encerrarse con ella, mientras Rob se dirigía a zancadas a la oficina de la medievalista.

Viendo su ceño fruncido, el gesto adusto y el rictus de amargura en su boca, Adrianne, casi deseó que no le hubiese apoyado en su primera reunión. Acaso la estaba utilizando para hacer irritar a su esposa. Esto último, termino de extinguir la poca tranquilidad que había tratado de acumular durante la discusión a puertas cerradas.

Van den Brul se apoyó en el vano de la puerta. La miró y le dijo: ¿Vamos?

Ella, no entendía nada, pero tomó, la portátil y le siguió por el pasillo rumbo a su despacho.

Pero él torció para la salida, y, sin darse vuelta, al notar que no le seguía, le dijo: ¿Piensa bajar a la calle sin abrigo y sin su mochila?

Ella volvió corriendo a su oficina y apiló todas sus cosas, corriendo detrás de él que no se había detenido para esperarla. No era lectora de mentes, tendría que aclarárselo, pensó.

Thomas y Ely, la vieron salir como una exhalación.

—Va a quedar entre dos fuegos —afirmó Thomas.

—Habría que advertirle —dijo Ely. Parece buena persona.

—No sé, no la conocemos tan bien, pero no parece tener idea en la que se está metiendo.

Uno de ellos, había quedado, en sus comienzos tres años atrás, en la misma posición en la que ella estaba ahora y todavía Susy, apenas le saludaba, después que Rob le había tomado bajo su ala protectora. El tipo sabía trabajar, pero la tensión con la esposa, estaba en pie a cada instante y todo era motivo de discusión. La experiencia, había sido agotadora.

Se dirigieron a pie hasta un bar cercano, que poseía una especie de ático al que subieron por la angosta y vetusta escalera. Era más espacioso y tranquilo que la planta baja. Ella, apenas podía seguirle por las zancadas que daba el marido.

En la planta baja había que hacer los pedidos y subir con él portando la bandeja haciendo malabares.

—Yo voy a encargarme por ser el primer día —anunció Rob ¿Qué va a tomar?

—Un café doble, con leche.

— ¿Comerá algo?

—No —respondió acordándose de sus finanzas. Le tendió el dinero, pero él lo rechazó.

—Por ser un gasto inesperado, hoy invito yo.

Ella, le esperó en una mesa pegada a la ventana, desde donde se veía trascurrir a la multitud de personas apuradas y enfocadas en sus asuntos. Desplegó su computadora y los apuntes junto con el manuscrito.

No tenía idea cómo él enfocaría el asunto, ni su estilo de trabajo. Tal vez esperaba que ella se encargara de todo y él daría los vistos finales y las correcciones correspondientes. Las instrucciones se las haría llegar vía mail…

Rob subió, llevando la bandeja con dos cafés iguales.

—Le diré cómo suelo llevar este tipo de trabajo <<desesperado>> —le anunció mirándola sobre unos lentes de lectura que se colocó en un rápido movimiento. Tengo la vista fatigada, aclaró. Muchas horas de lectura, sonrió.

—Pronto estaré como usted —afirmó ella ¿Por qué le llama <<desesperado>>?

—Ah, eso es porque Susy nos ha dado tres semanas para lograr resultados. Si en ese tiempo, no conseguimos generar la expectativa deseada, su proyecto, quedará eliminado. Eso tendrá que aclarárselo al autor. Por lo que leí, es su primera novela.

—Sí, es bastante arriesgado, y me queda claro que no tenemos mucho tiempo. Adrianne, parecía bastante decaída.

—Tome el café primero, así le sube el entusiasmo, eso ayuda.

Ella bebió un trago y se quemó, soltando una maldición, que le arrancó una sonrisa al hombre.

—Perdón —dijo avergonzada. Cuando me quemo, no puedo dejar de insultar.

—Contactará a Peter Richter, para que venga a vernos mañana a la mañana. Rob, omitió todo comentario al respecto. A las once, será mejor. Si no puede, le doy mi número, me avisa y le indico los horarios que tengo disponibles. A veces, creen que, haciéndose rogar, el contrato será mejor.

Ella retuvo el dato, lo tendría en cuenta.

—Ahora, dígame qué pensó de la obra, de verdad —pidió ella.

Los ojos azules de él, la miraron fijo, sin pestañear, como si evaluaran si merecía la pena matar su entusiasmo.

—Es un desafío —en principio. Hay montones de obras parecidas, de manuscritos extraviados, códigos secretos, hermandades oscuras y todo eso. Hizo un gesto despectivo con la mano. Pretendo que este hombre, cambie un poco, la dirección que le imprime al relato.

Ella abrió los ojos con sorpresa. Bebió, ahora sin quemarse. Luego, se mordió los labios, gesto que a Rob no le pasó desapercibido. Le costaba aceptar que ella fuera quien le convenciera. De allí, pasó a mordisquear el pulgar izquierdo, considerando el asunto.

—Suena algo… no sabía cómo decirlo. No voy a enseñarle a usted el oficio, señor van den Brul, pero… creo que eso puede ocasionar que el autor, vaya a otra editorial y…

Él rió con ganas. Vaya en media hora que estaban juntos, se había reído dos veces. Tenía una risa contagiosa y se distendía. Adrianne, se pellizcó para hacerse consciente que estaba desbarrancando.

— ¿Piensa que con este manuscrito encontrará en toda Ciudad del Cabo, alguien que se tome la molestia de levantar una noticia de los diarios y transmitirla en forma de libro? Bienvenida a bordo, señorita de Groot, abróchese el cinturón. La había parodiado y a ella no le había molestado, por el contrario, le hubiera gustado que fuera así más frecuentemente.

—Bueno, voy a citarlo, usted le entrevistará, le pondrá al tanto de contratos, plazos, expectativas y yo, me encargo de convencerle que tenga Instagram, por lo menos y que cambie el curso de la historia. Lo que no me ha dicho es qué pensó para reemplazar la parte faltante…

— ¡No, no! Él la miró, impaciente, se quitó los lentes. La tal familia, se dedica a investigar los orígenes de su antepasado y bla bla… pero descubren una enfermedad genética rara, en su hijo, que se había expresado, por ser consanguíneos y ahí, que él se arregle. Tal vez, el muerto, había encontrado una cura o algo similar. Llegar a los cuarenta en el medioevo, era una hazaña, Adrianne. Moverán cielo y tierra para averiguar si sus ancestros la padecieron y que allí empalme con el sobrino y su padre, miembros del mismo clan, usted verá de entusiasmarlo.

Su nombre en la boca de él, sabía a degustación, a probar sabor prohibido. Sacudió la cabeza y apretó los muslos, instintivamente.

—Pero tenemos tres semanas.

—Por eso dije <<desesperados>> ¿Va a querer algo más? Ya le permití que organizara usted cómo nos moveríamos, espero que funcione.

—Disculpe, no me di cuenta, Adrianne, sudaba. Las últimas frases, podían tener un inequívoco significado o, por el contrario, ser del todo inocentes, y ella era la mente calenturienta.

—No tiene importancia, ahora vaya a hacer la tarea, cuando tenga algo, me manda un mensaje y me va informando. Tendré su número y nos comunicaremos de esta forma hasta que nos reunamos con el autor.

— ¿Cree que con un mail será suficiente? Preferiría ir a su estudio, la oficina o donde me cite.

—Como desee, pero va a precisar dinero.

Ella se puso roja, sin poder evitarlo.

— ¿Le molesta hablar de dinero? Los ojos de él la taladraban.

—No, para nada, es que… precisamente ahora no lo tengo.

—Por casualidad ¿Es algo de Drew de Groot?

— ¡Sí! ¿De dónde conoce a mi hermano?

Se tomó medio segundo, antes de contestar, igual se enteraría.

—Fuimos compañeros de escuela y miembros de algunos clubes…

—Yo no recuerdo que le haya mencionado.

Él volvió a reírse.

—Cuando usted tenía doce, nosotros teníamos veinte y no nos fijábamos en las niñas de colegio, precisamente, y menos mencionar a qué clubes íbamos.

Ella volvió a enrojecer. Seguramente, eran los famosos clubes de strippers o, algo peor, según recordaba la furia de su padre, cuando tuvo que pagar las deudas de Drew de sus dichosas membresías.

—Papá se enojó mucho cuando le llegaron las facturas de las membresías que Drew adeudaba —sonrió.

—Membresías y roturas varias —evocó risueño Rob. Fue épica nuestra salida del <<Minnie>>, carraspeó y poniéndose serio nuevamente, le despidió de manera algo brusca, dejándole con la pregunta en la boca.

Llamaría a Drew y averiguaría, se prometió. Pero ahora, tenía que contactar a Peter Richter. Suspiró mientras bajaba la escalera y se dirigía a la oficina.

Desde donde se hallaba sentado, Rob, la siguió mientras cruzaba la calle rumbo a la empresa. Estaba perdido, ahora Drew, estaría al tanto que su hermana pequeña trabajaba para él y los secretos que ambos guardaban, estaban en peligro, amén de sus planes. No había estado seguro del parentesco hasta estudiar la cara donde se mezclaban la nariz angelical, con la mirada verde, ligeramente turbia y la boca sensual del infierno, en el que estaba precipitándose sin remedio. El apellido, bastante  común en Sudáfrica, no le alertó del peligro. Ahora, era tarde. Drew, se enteraría por boca de su hermana, que estaba bajo las órdenes del depravado de van den Brul y todo se complicaría aún más. Hasta hace nada, se sentía asfixiado por un matrimonio de rutina y desamor y ahora, en una sola sesión de trabajo, toda su tediosa y asfixiante parodia, y su cuidadoso plan, amenazaban con irse al carajo, aunque esto, le agregaría un condimento extra.

Peter Richter contestó el mail, casi de inmediato.

Eso era bueno y solo podía significar una cosa. El tipo, como era de esperarse, había recibido de vuelta su manuscrito, con una cortés nota de rechazo,  en el mejor de los casos. Adrianne, tamborileó en el escritorio con el lápiz sobre su siguiente paso: informarle que iría a verle, antes de la reunión de la mañana siguiente, tan luego para hacerle cambiar el curso de su historia, antes de molestar a van den Brul, y hacerle perder su tiempo con un tipo que se negaría de entrada a hacer tal cosa, no tenía sentido hablar de números. Tendría que ir ablandado al matadero, le había dicho su jefe.

Otro jefe, pensó con preocupación. Por suerte, a última hora, vería a Lucy y allí pondría sobre la mesa sus cartas. Estaba perdiéndose nuevamente en la contemplación del cuerpo y la mirada de un hombre ajeno. Esa era la pura y maldita verdad.

De pronto, recordó que el tema de los viáticos no había sido resuelto, cuando la conversación se fue por el camino de Drew de Groot y no sabía cómo llegar hasta las afueras de la ciudad sin gastar bastante de su magro presupuesto. Consultaría con Thomas y Ely.

—Tendrás que apañártelas o hablar con Susy que es la directora financiera.

—Tragó saliva. Notaba a la mujer bastante diferente del cálido recibimiento que le hiciera de entrada ¿Notaría algo? Había tratado de comportarse de lo más profesional, estaba segura. No era responsable de las corrientes subterráneas que experimentaba, a su pesar.

 — ¿Rob no te ha dicho nada? Susy, parecía extrañada.

—Pues, no.

—Normalmente disponemos de algunos viáticos, solo para viajes, que no cubren estadías ni comidas. Eso, en el pasado, solo nos ha traído abusos. Suspiró como si alejara desagradables recuerdos.

—Peter Richter vive a dos horas de aquí, así que estaré todo el día fuera. Yo me arreglaré —la voz de Adrianne sonó dura y contrariada. Más valía la pena que regresara con un <<sí, acepto cambiar el curso de mi historia>>…

En la estación compró un par de sandwiches y tomó el tren.

Por suerte, el paisaje era magnífico y casi valió la pena el gasto.

La casa del autor, por suerte, estaba cerca de la estación del tren.

Le abrió la puerta, apartando varios perros que salieron a ladrarle.

Era casi de su misma edad, de rostro simpático y sonriente.

Cuando por fin se instalaron en el salón de la vieja casa, ella aceptó con gusto el café.

—Realmente, si voy a serte sincero, jamás soñé con ser seleccionado. Tenía una sonrisa contagiosa.

—Ni yo, confesó ella. Pero, de entrada, tu relato me llamó la atención. Van den Brul, le había dicho que ahorrara elogios en la primera entrevista. Ahora, pensaba que él debió acompañarle por ser la primera vez, y, sin embargo, de entrada, estuvo de acuerdo en dividir las tareas.

—Soy medievalista —le informó Adrianne—y creo que también eso influenció la decisión de mis jefes, cuando supieron que parte de tu historia es cierta, solo que…

—Lo que les molesta es la parte no histórica —completó Peter. Parecía mentira cómo le estaba facilitando el camino de vuelta hacia la puerta, ya se lo esperaba. Pero, lamentablemente, debo informarte que es absolutamente cierta, y no modificaré un ápice. Mi hijo y mi mujer, junto conmigo, claro está, compartimos genes legendarios y tu jefe ha debido  informarte que ya ha intentado que cuente la verdad. No sé por qué te ha enviado bastante lejos, sabiendo que no tengo redes, pero últimamente he abierto una para juntar fondos para la investigación de la enfermedad que padece Leonard, mi hijo.

De modo que, lo de la enfermedad rara, no era un invento de van den Brul.

— ¿Pero por qué no la contaste de entrada en tu libro? Digo, en vez de plantear simplemente los orígenes e identidad de la familia sin ahondar en el tema de la enfermedad, eso vendería muchos ejemplares y sin tanto esfuerzo —protestó Adrianne.

—Porque, no has escuchado que usé la palabra <<lamentablemente>>. La voz del joven atravesó el aire que había entre ellos, como cortándolo, de tan aguda que salió.

—Creo que no te entiendo.

—Leonard, nuestro hijo de nueve años, está enfermo de eso. Es el único y nadie conoce la cura ni el origen, pero no queremos que sepa porque, ya sabes, no terminan bien, y si mi teoría es cierta, en la tumba de mi clan,  podrían estar las respuestas.

—Creo que no termino de entender.

—Creo que allí colocaron solo varones, y no por ser solo guerreros, sino por ser transmisores de la enfermedad a través del tiempo. Son los exiliados, por la misma familia, que fue agrupándoles a través del tiempo en una fosa común. Si Leonard, supiera, supondría que él iría a parar allí, porque, conoce el sitio y le conté mi teoría antes de, antes de…

Sus ojos estaban llenos de lágrimas.

Adrianne estaba por sentarse a su lado y abrazarle, para consolarle, pero, no podía darse el lujo. Estaba allí, para convencerlo de darle ese giro propuesto por van den Brul: escribir la verdad de la enfermedad de Leonard, y publicitar todo lo que pudieran la historia, beneficiando el curso de la investigación, y darle al niño, la remota posibilidad de contar con alguna cura o tratamiento y, proporcionando enormes ganancias a la editorial y al autor.

—Antes de enterarse —completó ella. Bueno, pues, deja que te diga, si no aprovechas la ocasión y callas la verdad, le estés quitando a tu hijo, tal vez, la única chance de curación o tratamiento que vaya a tener alguna vez, y creo, que no como padre, sino, como ser humano, no tienes derecho a retacearle información acerca de su identidad, ni la carga que eso conlleva, por desdichada que sea.

— ¿Tienes hijos? La pregunta se asestó sobre su cara.

—No.

—Entonces, mejor cállate.

—No quería sonar como sonó, pero, me gustaría saber que mi papá peleó con lo que tuvo a su alcance para salvarme. Un verdadero heredero de un guerrero anónimo, enterrado hace más de setecientos años. Pensó en Ian de Groot, y supo que es lo que habría hecho.

—Mi padre, no tuvo hijos, —susurró ella— <<forjó>> hijos, siempre nos ha dicho y los tres, hemos sobrevivido a varias experiencias difíciles y con las herramientas disponibles, estamos peleando día por día. Mi hermano Drew, con un pasado turbulento, que a cada rato llama a nuestra puerta, en forma de hijos naturales. Andrew, el que le sigue, ha sido literalmente armado de nuevo, después de un accidente, porque corre en auto, y así y todo, no abandona, por más titanio que lleve en su cuerpo.

—Tú debes ser la princesa de la familia. La voz, de él, parecía mostrar algo de intento de reconciliación, aunque, ninguna de las situaciones eran límites, eran personas con problemas.

—Yo, no debiera decírtelo, pero soy adicta a los hombres casados.

Era la primera vez que lo decía en voz alta. Lucy, estaría satisfecha o tal vez, no tanto.

Él la miró extrañado.

—Sí, es así y te aseguro que mi vida es un infierno—le aseguró ella. Pero, tranquilo, tú eres un posible cliente y mi jefe, me ha enviado sola a tu casa, en mi primera misión para hacerte cambiar la historia, sabiendo lo que dirías, casi seguramente, y estará disfrutando con ello, sabiendo que he comenzado a trabajar en la editorial hace menos de un mes, porque tuve que renunciar a mi anterior empleo, por haberme liado con mi jefe. Fin de la historia.

Secándose los ojos, se levantó y se encaminó a la salida.

— ¿Otro café? Mientras lo hablo con Alice —la voz de Peter sonó algo insegura.

—Sí, por favor y quisiera pasar al sanitario, si eres tan amable.

Él le indicó y ella, aprovechó para lavarse la cara, y respirar varias veces.

Maldito James Orwell, así la había dejado, convertida en una patética criatura que andaba llorando por los rincones. Y ahora, un Rob van den Brul, le daba el tiro de gracia, riéndose a su costa. Eso le había pasado por soberbia, cuando quiso apabullarlos con sus <<libros leídos, anónimos>> en la entrevista. Por un lado, era mejor, ya estaba queriéndose meter bajo su piel, con sus ojos y su sonrisa escasa y burlona y ese cuerpo suyo que le hacía temblar las rodillas. Si fuera soltero, estaba segura, que ni lo habría mirado. Casi, segura. Tal vez…Imposible. Como lo pusiera, era lo más perfecto que había conocido… y había que ser ciega para pasar a su lado sin girar la cabeza. Lo peor, es que él, era perfectamente consciente del efecto letal que tenía sobre las mujeres. Como Drew. Y ahí, en el baño de la casa de Peter Richter, se dio cuenta, que ambos, eran las dos caras de la misma moneda. Habían conformado un dúo que trajo de cabeza al padre de ellos, aunque ignoraba qué habría pasado con la familia de van den Brul.

— ¿Necesitas algo? La voz de Peter sonaba ansiosa y estaba preocupado.

—No, ya salgo.

Apretó el botón del depósito. Se echó un último vistazo a la cara y suspirando salió para tomarse el café antes de tomar el siguiente tren.

—Lo hablé con Alice, está trabajando, pero creo que si tenemos el apoyo de la editorial, en esto, y lo tratan sin sensacionalismo, lo manejaremos con Leonard y acepto contar su… nuestra historia. Como tú dijiste, tengo casi la obligación de ofrecerle una oportunidad y no aceptar su destino, sin pelear. Tu padre, es bastante sabio, sonrió con tristeza.

—No te recomiendo tres días en compañía de Ian de Groot —bromeó ella. Entonces esto es un <<sí>>, le tendió su mano, mientras que con la otra, apuraba el café.

Él afirmó con la cabeza.

—Mañana a las once en el despacho de Rob van den Brul —le recordó entonces. Y… no digas que te lo dije, por favor, pero, pelea tu contrato, si cambias la historia, cualquier editorial matará por publicarla.

Salió sonriendo. Ahora, el tacaño de su jefe, tendría que afilar el lápiz y se pasearía como un león enjaulado acompañado por las instrucciones de la bruja de su esposa. La quiso mandar derecho al fracaso y ahora, tendría un posible éxito editorial, y para ello, tendría que escribir varios ceros en los honorarios del autor y los derechos sobre el libro, amén de las plataformas. Esperaba que eso alcanzara para encontrar o constituir una fundación para investigar la genética de ese padecimiento familiar.

A su regreso, sentía furia igualmente, la había mandado al muere, a sabiendas. Todo tenía la apariencia de una venganza, pero se dijo que estaba poniéndose paranoica,

Aprovechó que no tendría que aparecer en la editorial, por el resto de la tarde, y almorzó en su casa, antes de ir a la consulta con Lucy.

Esta suspiró una vez más, cuando se enfrentó con una Adrianne, casi vuelta a sumergirse en una historia con matices similares a su aventura anterior.

Pero Adrianne, se negaba a llamarle así. Ella, se hubiera ido a vivir con James, sin dudarlo. Esto era distinto ¿En qué sentido? En que James había sido, todo dulzura, romanticismo, complacencia, admiración mutua, atención e interés por ella, bueno, al menos hasta que tuvo que elegir. Con el actual, era  una trampa desde el vamos, un avezado jugador de ajedrez que, sin más motivos, que el aburrimiento de estar casado con una mujer a la que no amaba, se entretenía planeando estrategias rebuscadas, muy planificadas, había que admitirlo, pero potencialmente siniestras y peligrosas, porque Adrianne, continuaba siendo vulnerable.

A la mañana siguiente, se propuso, no contar nada de su entrevista. Sería una tumba, tan hermética como los secretos que guardaba la del hombre de seis cabezas. No le daría el gusto al bastardo.

Apenas, llegó, se sirvió café y se sentó frente a su computadora.

—No me ha llamado —se quejó Rob van den Brul—asomándose a la oficina. Creo haberle dicho que nos mantendríamos informados.

—Viene a las once por su tema —le dijo detrás de una sonrisa profesional toda blancura. Realmente, no creí tener que molestarle, si no había nada notable para contar.

Él se dio la vuelta sin responder y se metió en su despacho.

La sonrisa en el rostro de ella, se amplió.

En el buscador puso Peter Richter y encontró una entrevista que había dado hacía un par de meses, hablando apenas del tema de su hijo, pero, a buen entendedor… esto le enseñaría a empaparse bien de los potenciales seleccionados, porque Rob van den Brul, era un jugador al que no le gustaba perder.

Hasta que no hubiera algo firmado, no avanzaría sobre las redes y el potencial relato. Decidió encarar otro manuscrito.

¿Quién los seleccionaría? La pregunta de plomo, cayó a sus pies y rebotó contra el suelo, picando hasta sus ojos que se levantaron y buscaron a su jefe.

Este estaba de espaldas, mirando por la ventana de su despacho. Sus espaldas anchas, de hombros poderosos, la camisa blanca, inmaculada, el chaleco del traje gris oscuro, la corbata, seguro que algo floja, las mangas arremangadas, sus brazos con el vello justo, ni muy claro ni tan oscuro, sus manos…se abofeteó mentalmente.

Clavó sus ojos en la pantalla. Pero no podía concentrarse. Faltaba una hora para que Peter llegara. Ya no aguantaba más, sabía que la negociación, si llegaba a haberla, no eran de su incumbencia.

Se concentró en el manuscrito que estaba leyendo. Resopló, inquieta en su sillón. Un café, otro más.

Estaba sirviéndose cuando alguien carraspeó a sus espaldas. Van den Brul, esperaba su turno. Gracias a la austeridad impuesta por Susy, los jefes y  empleados, no tenían privilegios con respecto al café.

—Ya me sirvo—le dijo ella, sin girar de nuevo la cabeza.

—Ya es el segundo que toma en menos de una hora—la ronca voz de él le erizó el vello de la nuca.

—Mañana traigo medio kilo, no se preocupe.

—Me refiero a que estará muy alterada para las cinco de la tarde —había burla en su voz.

—No me hace nada —mintió. Pasó rozándole para dirigirse a su oficina. El maldito cuerpo inalcanzable olía exquisitamente bien a jabón de maderas, loción de afeitar, de las caras, las que usaba Drew, sus armas, sus estrategias.

El celular de él sonó y atendió enseguida cuando leyó la pantalla.

—Sí, dime. No llores, tranquila, por favor ¿Te parece que nos veamos para almorzar? Sí, a las once tengo una reunión, pero cuando termine, nos vemos. Sí, allí, cuídate, nos vemos en un rato.

Adrianne, había seguido paso a paso la conversación. De manera que su jefe tenía un amorío. Observó a Susy, a través del vidrio, enfrascada en vaya a saber qué. Ausente y satisfecha.

Hasta que Peter Richter no apareció, ella estuvo transpirando por miedo que se hubiera arrepentido. Al menos, estaba allí.

Salió a su encuentro y le guió por el pasillo hasta el despacho de Rob van den Brul. Golpeó suavemente, hizo las presentaciones de rigor y cerró la puerta, cruzando los dedos de la mano libre.

Él no había querido tomar nada. Ni se le cruzó, hacer extensiva la invitación a su jefe, que buscara su café él mismo, si quería otro.

Durante la hora y algo más que duró la reunión, apenas pudo hacer nada. Thomas y Ely habían bajado a almorzar. Susy salió disparada para una reunión en… ni escuchó lo que decía. Tenía secretaria y Clara estaría al tanto. Pensó que el marido no tenía ni compartía secretaria. No le duraría ninguna, si era como Drew.

Peter se marchaba, esbozando una sonrisa, al pasar por su oficina, se armó de valor y se detuvo.

—Creo que va a ir todo bien. Casi no hubo regateo y en tres días, los abogados presentarán los términos para que firmemos el contrato. Si todo sale bien, serás tú quien lo ha logrado, Adrianne.

Ella lo acompañó a la salida y lo despidió con un beso en la mejilla y un apretón en el brazo. Peter, entendería que solo era un gesto de afecto, de deseo de buena suerte.

Cuando se giró se tropezó con su jefe, que a punto estuvo de derribarla.

—Perdone, se excusó. La miró sorprendido por la familiaridad que había entre el autor y la nueva empleada. Vaya que sabía utilizar sus encantos. Achicó los ojos.

—Me voy a almorzar y no quiero recibir llamados, Clara. De nadie —recalcó.

Adrianne se quedó parada, cuando las puertas del ascensor se cerraron y encogiéndose de hombros, se dirigió a su oficina. Tenía un sándwich a medio mordisquear sobre él. Pero el hambre, se había ido ¿Cómo sería la amante de Rob van den Brul?

Los días pasaron y Peter Richter firmó y hubo cierto clima de distensión en el ambiente. La miraban de reojo, murmuraban acerca del éxito de la azafata, ni bien <<aterrizar>> en la editorial.

Una noche, llamó a Drew.

— ¿Qué pasa que mi hermanita me llama? El tono irónico de su hermano mayor, nunca dejaba de sorprenderla. Podían pasar meses sin hablarse y siempre le parecía que habían dejado algo sin tratar hacía solo unas horas.

Le contó para quiénes, trabajaba ahora.

—Tenemos que vernos, Adrianne. La voz de él, reveló alarma.

—Sí, un día tendríamos que reunirnos —rió ella despreocupada, pero alerta al pánico subyacente.

— ¿Dónde estás ahora? El tono de él, no dejaba lugar a dudas, era importante y urgente.

Quedaron en reunirse en una hora.

—Estoy escasa de dinero, Drew, así que, no me hagas pagar el trago a mí.

Él no terminaba de entender, porqué se negaba a aceptar la ayuda del padre.

—Eres una tonta orgullosa, yo pago.

El sitio propuesto por Drew, era algo lujoso y muy pero muy caro.

—No tienes que impresionarme —le dijo ella mientras se abrazaban.

Él sonrió y la miró frunciendo el ceño.

— ¿Estás comiendo bien? ¿Quieres que te preste dinero, si no quieres que te lo dé? Me lo devolverás cuando cobres tu primer sueldo.

—No, gracias, Drew.

— ¿Por qué demonios dejaste la aerolínea?

—Me aburrió tanto horario y estar sonriendo todo el tiempo.

Se sentaron y Adrianne pidió vodka.

—No te andas con rodeos —bromeó su hermano.

—Ahora dime qué pasa con mi jefe que parece que hubiera invocado al diablo.

—Más o menos ¿Él no te contó nada? Parecía más asombrado que otra cosa.

—Solo hizo la relación más tarde, de entrada, no reparó en el apellido. Algo dijo de salir juntos y del pasado, cuando eran jóvenes.

— ¡Somos jóvenes aún! La protesta de Drew la divirtieron.

—Aléjate de ese tipo como de la peste, es lo único que puedo decirte.

— ¿Pero qué es tan terrible? Tú eres un mujeriego empedernido y tu mujer te soporta y no te ha asesinado, todavía.

—Él es distinto, Adrianne. Yo tengo mis asuntos por ahí, no lo voy a negar, todo inofensivo. Pero él… juega con las mujeres, como un ajedrez, un manipulador, las deja hechas un guiñapo. Puedo asegurártelo y sé de lo que hablo. No sabes lo que es reducir a una mujer a escombros. Eso hace. No agregaré nada más.

—Está casado hace un montón con la otra dueña.

—Por conveniencia. Me han dicho que ni el dormitorio, comparten. Hay bastante en juego y a la sociedad, le ha ido bien, no dejes que te engañe. Prométeme que vas a cuidarte y no vas a dejar que se te acerque.

—Quédate tranquilo. Ya soy grandecita ¿No?

—Para mí serás siempre la hermanita a la que hay que proteger.

—No te lo tomes en serio, Drew. De verdad, estoy bien.

Continuaron un rato más, hablando sobre Andrew, el hermano del medio, pero al rato, la conversación había languidecido del todo.

Prometió una vez más que se cuidaría.

Cuando llegó a su piso, sin hambre, el estómago revuelto, por el alcohol casi en ayunas, tenía ganas de llorar.

Esta vez, estaba decidida a cuidar de sí misma, de verdad.

Al día siguiente, tenía una reunión con los publicitarios. Había estado explorando las redes y tenía idea que los seguidores de Peter aumentarían cuando surgiera el anuncio. Aunque era necesario, reflotar antes, la historia medieval, sembrar la curiosidad, establecer el parentesco con él, anunciar que estaba preparando una novela. Así lo venderían, supuso que esos serían los objetivos de la empresa. Esperaba presentar el plan del enfoque mañana mismo. Necesitaría las malditas instrucciones del <<simulado>>.

Rob van den Brul, se paseaba por su estudio, esa noche, en su casa. Cuando llegó, Susy había salido y la asistente le había dejado la comida preparada en la heladera. Vaya hogar, maldita sea.

Pensó en Adrianne. No sabía cómo carajos lo había logrado. Convencer a Peter Richter. Seguramente, apelando a sus encantos, lo pensó por enésima vez, cerró los puños. Ellos, llevaban meses tratando de convencer al tipo y ella en menos de una hora, lo logró. Había querido verle regresar derrotada, dolida y humillada, pero se notaba que era casi tan astuta como él. Se mordió el labio inferior. Ahora, tendría que imaginar otra jugada, para dejarle fuera y derrotarla y tuviera que renunciar, pero, sería una torpeza imperdonable, era demasiado pronto, tendría que padecer más, mucho más. O, echar mano al plan B. Sacó el tablero de ajedrez del estante y pensó su próxima movida.

Esa mañana, los publicitarios, parecían dormidos. Adrianne, estaba furiosa, necesitaba que le supervisaran. Se encaminó al despacho del jefe y golpeó. Sin obtener respuesta. Había estado trabajando desde temprano y lo que tenía, pensaba que era bueno, bastante bueno, en realidad, pero quería escuchar la voz de la experiencia. Los demás creativos estaban en lo suyo y nadie tendría tiempo para una novata.

Una voz ronca le dijo que pasara, cuando casi estaba por retirarse.

Su jefe, acababa de terminar una conversación por teléfono y se le veía bastante alterado. Mal asunto. Habría discutido con su amante, y ahora, la emprendería contra su proyecto.

—Tengo algo para el lanzamiento, los de publicidad ya están con la gráfica de una portada, se han basado en las fotos que imprimí del sitio arqueológico en cuestión. Calaveras se han usado tanto que me parecen un lugar común.

Él pareció salir de un sueño y levantó la cabeza, como si recién arribara al planeta tierra. Tal vez, estaba con resaca también.

—Si quiere, regreso en otro momento.

—No.

—Pero puedo…

—He dicho que no. La voz alta, vibrante, de cantante de ópera enojado, restalló en el aire.

Seguro tenía jaqueca, y le arrojaría todo sobre el escritorio.

Haciendo un evidente esfuerzo, inspiró hondo y le hizo un gesto que se sentara.

Ella desplegó los bocetos y diagramas.

—Ya lo hablé con los de gráfica y publicidad, me dijeron que usted supervisaría, como siempre se ha hecho. Recalcó la palabra <<siempre>>.

Él, sin mirarla ni responder, observó atentamente los diseños, gráficos y opciones que ella había imaginado.

—No sé si es la forma en que pensaban enfocarlo y…

—Si no para de hablar, no puedo apreciar el conjunto —la voz ronca de tono bajo, ahora sonó como un ruego. Gracias.

Ella se replegó en la silla y su mirada vagó por el techo, las paredes, el ventanal, los libros en una biblioteca de pared a pared, revistas y aterrizó en el rostro imperturbable de Rob van den Brul.

—No me gusta. Muy convencional.

—No hay problema, lo puedo cambiar y…

—A ver si me sigue. Esto no es Indiana Jones, señorita de Groot. Las comparaciones hay que evitarlas a toda costa. Tendrá que ser más original, si no quiere que transfiera el proyecto a otro de sus compañeros. Uno más y queda fuera de él. Como le dije, no tenemos mucho tiempo.

Adrianne parpadeó, luchando contra las ganas de llorar que sentía por la indignación, por tanto vapuleo innecesario. Drew tenía razón, era un maltratador o alguien que disfrazaba su misoginia y disfrutaba, aguardando la oportunidad de ejercer el poder.

—Bien —le dijo. Deme un día más y trataré de estar al nivel de lo que pretende. Solo le pediría que me oriente cuál es su idea.

Rob van den Brul puso sus ojos en blanco. Suspiró con señales de cansancio. Tiró del sillón hacia adelante y dio vuelta las hojas del proyecto original.

—Más o menos así, trazó con un lápiz de punta afilada, con gestos ágiles y seguros una seguidilla o secuencias, de las que señaló con flechas anotando la distribución en el papel. La letra de imprenta, de formas agudas, sin titubeos. Una agresión visible para cualquier grafólogo, pensó ella. Era cuestión de género, ahora casi no tenía dudas. Por eso, dejaba a las mujeres hechas añicos. Recordó la preocupación pintada en el rostro de Drew.

— ¿Me está escuchando o estoy hablándole al viento?

—Está muy claro, señor van den Brul. No me gusta su esquema, me parece… <<arcaico>>. Ella levantó sus ojos y lo vio transformarse en una masa muscular de ira. Deseó desaparecer.

Él levantó los hombros, con una mano, se llevó los cabellos hacia atrás, y trató de no gritarle, eso, aceleró su respiración ¿Qué se creía la zorra que tenía sentada enfrente?

—Bueno, haga como quiera. Mañana, lo presentamos a consideración del equipo. Rehaga su idea, y yo plantearé la mía.

Un desafío en toda la regla. De manual. Estaba clarísimo que nadie contradeciría al dueño.

—Me parece que usted jugará con las blancas. Y ya sabemos que es quien tiene la ventaja. Ella mantuvo la voz firme y los ojos sin pestañear.

—No es una maldita partida de ajedrez —siseó él.

—Pero, se le parece bastante, si me permite. Desde que llegué, siento que algo no está bien. Por alguna razón que ignoro, trata de hacerme las cosas más difíciles o humillantes o algo que no sé bien qué es. Pero si así quiere jugar… Juguemos.

Se levantó sin esperar que él agregara algo y se retiró cerrando la puerta suavemente.

Trabajó el resto de la tarde y parte de la noche. Al final terminó llamando a Peter.

Le contó lo sucedido, pero no para que él fuera su paño de lágrimas. Necesitaba contar con su pleno acuerdo y plantar la necesidad en la mente de él.

—En realidad, te llamo, había pasado al tuteo, porque necesito que me autoricen a utilizar la imagen de Leonard. Verás, lo dijo sin darle tiempo a pensar. Si nadie le conoce, será algo intangible, inexistente. Si no tiene una cara, una voz, algo que la gente pueda identificar, será un invento más o un fantasma en el que nadie se molestará en gastar su dinero en aportaciones o lo que cueste asistir a tus conferencias y menos, en el libro.

—Eso no será—la voz de él sonaba firme.

—Déjame decirte que habiendo tantas <<fake news>> corriendo por ahí, la de tu historia familiar, será una más. Explícale a Leonard que es absolutamente necesario, que te acompañe a tus charlas, que tenga seguidores, que abran una nueva cuenta de familia. Las personas admiran lo que un padre o una madre está dispuesta a perder para salvar a su hijo, o intentarlo al menos.

—Parece que se te da bien, esto de entrar en la cabeza ajena, Adrianne.

—La diferencia es que yo no gano nada. Ni siquiera puedo decirte que obtendría una mejor comisión, mi sueldo seguirá siendo el mismo. Y tanto tú como tu esposa, saben que tengo razón. Nadie repara en las fotos de los niños perdidos en los carteles de leche. Pero reproduce un video, dale voz al niño, un nombre, compañeros de escuela, y pasará a ser alguien que merece ser hallado. Tu hijo merece contar con un respaldo serio de un laboratorio que se dedique a esto, pero para eso, sabes que falta el dinero.

— ¿Qué es lo que tienes en mente? El joven parecía comenzar a claudicar.

Adrianne miró el reloj y se quedó helada. Las tres de la mañana. Y él sonaba alerta como si fueran las diez de la mañana. Estaba abrumado por lo que había iniciado, y tendría dudas. Ella, no podía permitir eso.

—Si vivieran más cerca, estaría ahora mismo en tu casa, mostrándote el bosquejo que se me ha ocurrido. De todas formas, voy a necesitar que ustedes dos hagan una sesión de fotos con nosotros, si es que aprueban mi idea. Mañana es un día crucial. Necesito contar con tu aprobación. MI jefe competirá con su idea, contra la mía. Ya sabes, por lo que te conté cómo me arrojó la otra que ahora veo que tenía razón. El tipo es un cabrón, pero conoce el oficio.

—Necesito que me autorices a hacer un bosquejo, que si se aprueba, allí se necesitarán las imágenes de ustedes. Le describió lo que pensaba.

Cuando terminó, estaba agotada, tal había sido la energía que había puesto a través de la distancia para conmover a ese padre desesperado.

—De acuerdo. Haz lo que creas que debes hacer. Si la tuya es mejor, espero que tus compañeros se animen contra el jefe. Por lo que escuché por ahí, parece que he dado con un híbrido de humano con un tiburón. Sabes que nuestras costas, es muy visitada y no es raro un encuentro con estas bestias y ¿Quién sabe? Ambos rieron.

—Allí tienes el material para tu próxima obra de ficción—bromeó ella. Siempre pensamos que el hombre se transforma después de encontrarse con diferentes criaturas, pero, si fuera al revés… No un hombre con dotes de araña, o de lobo o una mujer con atributos de gato. Sino, un tiburón con atributos humanos. Y allí entra… se rió. Peter le acompañó, entusiasmado.

—Tal vez te haga caso y te propongo que la escribamos juntos. El tipo arderá en llamas, sabiendo que el tiburón lleva su impronta y no podrá decir nada.

—Cuenta conmigo, pero, por favor, no digas nada.

—Lo juro.

—Gracias. Eres un buen amigo.

Cuando cortó estaba confusa. Algo parecía haber transformado a Peter Richter durante la conversación y por un momento, había vuelto a ser el hombre joven dispuesto a pasarla bien con alguien de su edad, sin pensar en lo que aquejaba a Leonard, que oscurecía su existencia, como una nube suspendida de su cabeza, agradecido por esa risa contagiosa en plena madrugada.

Él, por su parte, conservó la sonrisa pintada en su cara un buen rato. No había nada de malo, en relajarse un poco, charlando a las tres de la mañana con una mujer impactante, que había llegado a sus vidas para darles una oportunidad, sin ser demasiado entusiasta. Y encima le arrojaba una idea alocada para su próxima novela. Sacudió la cabeza, todavía sonriendo, apagó la luz y se dirigió a su dormitorio.

A la mañana siguiente, estaban todos en la sala de juntas. El proyector estaba iluminando una pantalla. Volvía a jugar con las negras, pero tenía grandes esperanzas. Tenía un As en la manga, la confianza de Peter y de ser necesaria, su voz, apoyando su proyecto. No sabía si él sería tenido en cuenta, pero pensaba hacer lo posible para que, así fuera.

Susy, radiante en un traje de ejecutiva azul, los de publicidad, sin demasiados cambios. Ella, por ser sábado, se había permitido unos jeans gastados, unas botas de taco alto y una remera blanca ajustada. Iba casi sin maquillaje y su cabello se elevaba sujeto por un par de palos de madera japoneses.

Rob van den Brul, era un espectáculo aparte. Igual que ella, había echado mano a los jeans desteñidos, unas botas y una remera ajustada blanca. Nadie creería que no se habían hablado en más de veinticuatro horas y que estaban compitiendo, guiados por la furia.

Adrianne, sabía que se vería sospechosa la coincidencia, pero ella no iría a cambiarse.

Él inauguró la muestra de sus bocetos. La idea era novedosa, tuvo que reconocerlo, se apartaba de cualquier cliché. No podía dejar de hamacarse en la silla, nerviosa. Pero, antes, él le había dedicado un párrafo aparte, destacando lo inusual de esta presentación interna, en sábado, ya que el proyecto de ella era trillado y el suyo había sido juzgado de arcaico por la novata. Le clavó una mirada azul, inmisericorde.

Hasta le pareció que paladeaba la sangre antes de terminar. El tipo era brillante en su exposición. El corazón le latía como una moto. No olvidaba que las blancas, las tenía él.

Cuando le tocó su turno, proyectó un boceto, y había conseguido que le pusieran música de fondo.

Ambos padre e hijo, uno pasándole el brazo por los hombros al más pequeño, trepando peldaño por peldaño, cada uno de lo que parecía una escalera que se movía continuamente, oscilando continuamente sobre un vacío oscuro. Si prestaban atención, la tal escalera era ADN desplegado, y la ascensión hacia arriba de ambos era lenta. Una voz en off, hablaba de ayudar a ambos a terminar de recorrer cada tramo para Leonard. Al final, un grupo de hombres ataviados con ropas de distintas épocas históricas les aguardaba. Desde el medioevo hasta el siglo XIX, los aquejados, los transmisores de la misteriosa enfermedad. Una secuencia mostraba a Peter escribiendo el relato, jugando a la pelota con su hijo, haciéndose análisis de laboratorio y otras secuencias.

Cuando se hizo el silencio, ella se sentó e inclinó la cabeza. No había tenido oportunidad de ver el proyecto terminado y la música le había emocionado.

Susy, conociendo a su irascible marido, propuso que la votación fuera secreta.

Adrianne le miró sorprendida, la mujer le guiñó un ojo.

Jamás hubiera sospechado que contaría con la complicidad de la mujer de Rob. Se notaba que las cosas estaban bastante mal entre ellos, ya que aunque fuera por su vínculo, debería haberle apoyado y nada más lejos.

Susy era consciente que la idea de la revancha, había llegado más temprano de la mano de la bella azafata y la aprovecharía, claro que lo haría. Recién después de varias investigaciones, había descubierto las andanzas secretas de su marido. No había sido aquella única vez, y, estaba decidida a pedirle el divorcio. Ya se vería cómo harían con la empresa. Le había creído cuando le juró que había sido solo una sola vez, pero no aclaró, que en esa semana, sonrió con amargura. Era increíble la cantidad de mujeres que se habían acostado con su marido en los últimos cinco años. Gracias al carísimo investigador, había obtenido datos más que satisfactorios, como para dejarle en la ruina.

La caja que hacía de urna, volcó su contenido y comenzaron el recuento.

La victoria de Adrianne, no fue aplastante. Ganó por pequeño margen, pero había ganado.

La idea se Rob era brillante y se luciría también en las redes.

Miró, al salir, a su contrincante. No parecía demasiado afectado y bebía un café, en esos momentos, mientras susurraba algo por el celular.

Estaría lamentándose ante la amante, supuso Adrianne, con una sonrisa torcida que intentó ocultar. Pero supo que le había visto, cuando reparó en la mirada que le echaba. La borró como pudo y se dirigió a su oficina. Tenía mucho que aprender y no quería creérsela. Humildad, antes que nada.

Thomas y Ely se le acercaron a felicitarle.

—No sé cómo lo has logrado, Ely, se le acercó al oído. Deberías estar en ventas.

—Ni se te ocurra mencionarlo —le fulminó ella con los ojos. Ahora deberé tener mucho más cuidado, ya sabemos lo que es un tiburón enojado.

Los otros dos, salieron disparados hacia sus escritorios y Adrianne giró la cabeza, tarde.

— ¿Ese es mi apodo? Rob van den Brul, le miraba atento y serio.

—No señor. Yo, fue una ocurrencia del momento… Sé que tengo mucho que aprender y no voy a creer que por haber ganado esta tontería, he aprendido el oficio. No soy tan estúpida.

—Bueno, esperemos a ver cómo luce cuando procesen las imágenes que usted ha imaginado y mientras tanto, proceda con el texto, recuerde, <<corto, pero impactante>>.

El Slogan, en su boca parecía algo obsceno y de doble sentido. Como lo que hacían las adolescentes en los baños del club nocturno y que las hacía salir desmadejadas, tambaleantes de ebriedad y alucinando.

Desconocía por qué algunas cosas, dichas por él, tenían el sabor de lo prohibido y estaba segura que era gracias a Drew. De no haber sabido que eran, o habían sido compañeros de correrías, nada de esto, pasaría y hacía que ella, estuviera siempre a la defensiva, erizada y expectante controlando sus reacciones ante sus palabras. Todo esto, hacía que muchas noches, llegara a su casa contracturada, sin hambre, el estómago revuelto y hecha un manojo de nervios.

Por suerte, las fotos fueron tomadas en el estudio de los fotógrafos, en otro piso, así que no se cruzaron. Peter no deseaba exponer a su hijo como un animal de feria y trató de no tropezar con nadie de la editorial, incluida ella. Ya se hablarían a la noche, como se había hecho casi una costumbre tan necesaria para él, que esperaba esos instantes, donde la cálida voz de ella, desprovista de segundas intenciones, dotaba su espacio vital con relatos e impulsaba su imaginación animándola a buscar nuevos temas.

Era viernes y Adrianne recibió la llamada de Martine, planeando una <<noche de chicas>>.

Van den Brul, estaba en la cocina cuando escuchó la conversación, en la hora del almuerzo cuando la planta estaba casi desierta.

—Sí, amiga, necesito esos tragos esta noche, donde sea. Ha sido una semana especialmente dura y quiero relajarme.

— ¿Dónde? No lo conozco.

— ¿Biscayne Bay, como en Miami? Le digo al taxista, no te preocupes. Ya sé dónde debe ser. Es que, con mi oficio, he tenido escasa oportunidad de recorrer todas las playas y hay tantos bares... A las once de la noche, entonces. Beso.

Él, escurriéndose por el pasillo, logró entrar en su despacho sin ser visto.

Si todo salía como planeaba, sería un <<ataque doble>>, un asedio que ni Capablanca hubiera podido prever. A su esfera laboral y directo a su corazón ¡Qué tierno!

Hasta última hora, Adrianne estuvo enfrascada en un relato, no demasiado prometedor, pero con potencial, como había escuchado que calificaban varios de los trabajos analizados en las reuniones de los lunes. Aquellas historias a las que se les pedía a los autores, que pulieran o enriquecieran de determinada manera, pero era algo bastante prometedor que a alguien le pidieran eso. Casi, como una pre- selección.

Esa noche, se dio una ducha, se puso crema para el cuerpo, de las caras, las que compraba en los free shop del mundo. Era inútil, por X motivos, James aparecía una y otra vez en su mente. Apartó ese pensamiento. Por esta noche, se olvidaría de él.

Llamó a Peter. Después se enteraría con detalles de la sesión de fotos y cómo había ido. Solo que esta noche, llegaría a las tantas, porque pensaba salir con las amigas. Él le deseó suerte, y prometió llamarle tarde, para saber cómo había llegado, si es que lo hacía sola, comentó con picardía.

Ella rió y, era difícil que algo sucediera, le dijo, todavía no estaba lista para encarar nada, la herida todavía no había cerrado.

—Pero, dicen que un clavo, saca a otro clavo —Peter deseaba que ella encontrara a alguien decente y no siempre rufianes, según su secreta opinión.

Se puso una solera de breteles muy finos y falda corta, en tonos pastel, que tanto resaltaban sus ojos azules y el cabello tan rubio y unas sandalias de taco fino, no muy altas, ya que a ella no le hacía falta agregar centímetros a su elevada estatura.

Se dio un último vistazo de aprobación y esperó la llegada del taxi.

Sus dos amigas, ya estaban instaladas en una mesa en la terraza, con vistas al mar y apenas corría una brisa que venía del océano. Se colocó un chal de hilo fino que le quedaba pintado.

Las amigas aprobaron el aspecto de Adrianne, estando al tanto de su situación personal.

—Se te ve bastante repuesta, Martine lo celebró con una margarita y pronto ella también se encontró bebiendo a la par de sus amigas.

Había música bastante fuerte y hablaban a los gritos para hacerse oír.

A la quinta ronda, bajaron a la playa. Se sentían audaces y con ganas de alternar con los abundantes jóvenes que continuamente seguían bajando a la playa, en grupos ruidosos. Pronto, se les agregaron un grupo de cuatro que las acompañaban, riendo y compartiendo unas cervezas que sacaban de una heladera portátil que acarreaban hasta ubicarse cerca de la orilla, en unos médanos y rocas.

El cielo, sin luna solo estaba poblado por estrellas.

A las dos horas estaban charlando, como si se conocieran de toda la vida. Adrianne, la estaba pasando realmente bien. Uno de los chicos, comenzó a fumar hierba que pasó de mano en mano.

Su tensión inicial, entre el alcohol y la droga, comenzaba a declinar. Bajó la vigilancia, se distendió aún más y todo le hacía reír. Ya conocía los efectos, novata no era, pero nunca lo había practicado con extraños.

No le llamó la atención que uno de ellos, la arrastrara hasta unos arbustos algo alejados del resto del grupo.

Pero no estaba tan aturdida como para permitírselo, pero las fuerzas le flaqueaban, ellos eran surfistas y el chico en cuestión, tenía mucha fuerza. Estaba atrapada por un pulpo, pensó.

—La dama no quiere, así que lárgate —la voz de van den Brul salió como un disparo, a boca de jarro. Plantándose enfrente del chico, le aplicó un gancho que lo tumbó dejándole inconsciente.

La tomó de un codo, pero no alcanzó para mantenerle erguida.

—La creía algo más madura, la verdad. Ahora diga adiós a sus amigas y mañana hágase cargo de la resaca.

Ella a través de la bruma, parpadeó porque el tipo estaba con un traje de neopreno negro, de los gruesos. Había salido de la nada. En realidad, había brotado del mar.

— ¿Qué hace acá? Le miró, bamboleándose.

—Salgo a nadar de noche, y este es una de mis playas favoritas. Cuando siento que es suficiente, me voy, me cambio, me tomo un par de cervezas y rumbeo para mi casa.

—Bueno, ahora, déjeme que ya estoy bien. Gracias.

La soltó y ella se cayó sentada en la arena, sin poderse mover.

La levantó como una muñeca de trapo.

—No sea remilgada, la llevo a casa, dormirá allí la mona y mañana se va.

Ella tenía entendido que él vivía en la ciudad en una gran casa, según había escuchado, pero en vez de esto, se dirigió cerca de allí, a unos cien metros de la playa y estacionó el Jeep, frente a una cabaña de madera, rústica, con un farol en la entrada.

Entraron y le dio ropa para que se cambiara, y una manta, alojándola en el sillón del salón comedor y cocina, un único ambiente amplio. Él se dirigió a su dormitorio y dándole las buenas noches, cerró la puerta.

Adrianne, se desplomó en el sillón y se tapó con la manta, cayendo en un sueño de ebrio. Al rato, su celular comenzó a sonar.

Van den Brul, estaba harto de la persistencia de la llamada. Quien fuera, no se resignaba a cortar. Maldiciendo, se levantó a tratar de cortar la comunicación. En la pantalla el nombre <<Peter>>, iluminado, le indicó de quién se trataba. <<Así que, nuestra azafata, es una cazadora nocturna>>, hizo una mueca y cortó la comunicación, poniendo en modo avión. Arrojó el aparato sobre la mesa de café para que ella lo viera y se fue a dormir.

A la mañana siguiente, domingo, él se levantó temprano. Eligió, entre sus muchos trajes de neopreno, uno que estuviera seco y se dirigió al agua a nadar. El agua estaba bastante fría a esa hora y estuvo nadando durante una hora.

Cuando salió del mar, ella continuaba sin dar señales de vida.

Comenzó a preparar el café.

Como si lo hubiera olido, ella abrió los ojos, para cerrarlos enseguida, deslumbrada por la luz solar que se filtraba a través de las persianas.

Haciendo acopio de valor, se sentó tomándose la cabeza con ambas manos, los ojos cerrados.

—Acá tiene, le alcanzó el café y dos analgésicos ¿Qué tomó?

—Algunas margaritas, cerveza y hierba.

—Excelente para un domingo a la mañana. La voz de él no denotaba humor ninguno.

—No acostumbro a…

—Lo que haga o deje de hacer en su tiempo libre, no es de mi incumbencia, de Groot —le espetó con voz seca.

— ¿Por qué intervino anoche, si es así?

—Porque cualquier mujer que dice que no, es no. Por eso.

— ¿Usted vive aquí?

—Sí.

No le explicó que Susy y él, hacía algunas noches, después de una discusión, otra más, habían acordado separar sus caminos personales, continuando con la empresa, hasta tener en claro si podían hacerlo también por separado, más adelante, si las cosas se encaminaban un poco. Así que, en principio, él le dejó la enorme casa a ella, solo tomó el Jeep, y las cosas que había traído de la universidad, cuando se habían casado, llenando muchas cajas con libros y la parte de él, del guardarropas. Conservaría la casa de la playa y el todoterreno que iría a buscar en otro momento, así como las tablas de surf.

Ella, usó la ducha y se puso la solera, las sandalias y tomó otra taza de café sin hablar, mientras revisaba su celular. El jefe la vio sonreír cuando leyó la llamada de Peter, guardándose el aparato.

—Quiero decirle una cosa antes que se marche. Ella volvió a sentarse.

—Tenemos ciertos códigos éticos que aplicamos a los clientes.

—Ya sé, no involucrarse con ellos.

—Veo que ha entendido, pero decidió pasar de eso.

—No, hablamos sin tocar temas de la empresa, bueno tal vez, al principio, pero ahora nos proponemos escribir algo juntos y a la madrugada, es cuando pensamos mejor, y hemos estado discutiendo algunas historias. A Peter, le hace bien, por un rato, escapar de la realidad que está viviendo. Le ayuda a enfocarse en otros proyectos. Alice, su esposa, está al tanto de nuestras conversaciones, y ayer quedó en llamarme para ver si había llegado bien. Lo aprecio, y quiero que el tiempo le alcance para hallar un tratamiento para Leonard.

—Será mejor que se apuren en hallar algún tema, porque, el chico no va a aguantar, de Groot.

Ella abrió los ojos sorprendida, el corazón le latía y la cabeza seguía su ritmo, dolorosamente.

—No puedo creer, cómo puede alguien ser tan insensible…

—No, le estoy avisando para que no se involucre tanto que quede destruida, cuando nada funcione.

— ¿Usted está seguro? ¿Acaso sabe algo que no está diciendo?

—Algo más que usted. Tengo amigos médicos e hice algunas consultas. Por eso, tendremos que utilizar ese tiempo <<desesperado>>, que le mencioné al comienzo, y lanzar el libro, aunque todo esté ya sentenciado. Vaya alistando los textos y muévase. Si los prepara hoy, mañana lunes, los reviso a primera hora, después de la reunión y coordinamos con gráfica, así, antes del fin de semana, está lanzado.

Ella pidió un taxi, mientras él se quitaba el traje de neopreno reemplazándolo por ropa seca, después de la ducha.

Sentía una satisfacción inmensa. Hubiera jurado que casi escuchó quebrarse las esperanzas de la novata, como el ruido del vidrio roto. La zorra, ahora, estaría todo el puto domingo encerrada, trabajando los textos, y si había suerte, el libro sería lanzado, y, hasta era posible que Peter, no le perdonara que ella supiera que, no había tiempo para investigaciones, pero había priorizado los intereses de la editorial, la juzgaría, igual que todos y no querría saber más nada con ella. Sonrió con malicia.

<<No sabes todo lo que tengo planeado para ti, querida azafata, desearás no haberte cruzado con quién no debías>>.

Subió al Jeep y se dirigió a casa de Susy, todavía había algunas cosas para traer.

Como van den Brul suponía, estuvo hasta las siete de la tarde del domingo confeccionado los textos. Los revisó, cientos de veces ya que no había tiempo. Otra vez, su jefe, iba varios casilleros delante de ella.

Sus amigas la llamaron preocupadas, le habían dejado varios mensajes que ella no quiso contestar para no perder tiempo. Estuvo consultando varios artículos de revistas científicas muy prestigiosas, incorporando toda la información disponible, aunque había recuadrado la frase de van den Brul <<corto, pero impactante>>. Suspirando, volvió a resumir, a darle forma y sentido, hasta que le pareció que se ajustaba a lo que él deseaba.

Cuando dio por terminado el trabajo, estaba agotada y casi no había comido en todo el día.

Llamó a Peter y le envió el texto, antes de ser aprobado, le aclaró. El jefe, podía vetárselo todo, o aprobarlo y terminar. Él, por su parte, había enviado a mitad de semana el texto cambiado y van den Brul, después que ella lo halló inobjetable, no había respondido aún. Esto también le tenía bastante estresada.

El lunes, llegó a la editorial, sintiéndose cansada, pero, antes que el resto, puso el texto sobre el escritorio de su jefe, y se preguntó, otra vez, si habría tenido tiempo de terminar de leer la historia cambiada, así ya  daban por cerrado al tema. Solo quedaba trabajar sobre las redes sociales. La cuenta de Instagram estaría lista en cuanto van den Brul, aprobara los textos promocionales de la historia medieval y la derivación hasta la época actual.

Peter la llamó. Estaban con Leonard en el hospital, y esto terminó por fundir sus circuitos nerviosos. No se animó a decirle que ya no llegarían a tiempo, pero, una idea terrible le surgió en la mente. Había un camino horroroso, pero alternativo que aunque ya no le sirviera al chico, pondría de manifiesto la pasta y la entereza de la familia, y sería, entonces, un homenaje para Leonard. Se detestó por pensar de esta forma, pero era necesario que todo el esfuerzo invertido, valiera la pena. Llenaría de fotos del niño las calles de la ciudad. Así tuviera que pedir dinero a su padre. Y sí, había amor propio, deseos de ganar, la maldita partida con el consumado jugador, que así fuera.

Y, en efecto, el niño partió, dejando sumidos a sus padres en el desconsuelo inimaginable, pero ella les acompañó hasta el final, para luego, cargar sobre sus espaldas la campaña del homenaje, y si su amigo, le odiaba por eso, no le importaría. Ya llegaría el momento de hablarlo. Habían construido una relación fraternal, que soportaría este fatal desenlace, esta embestida brutal. Y así se hizo.

Los textos fueron aprobados, y las redes se vieron invadidas por los anuncios adaptados al cambio brusco. Habían dado una vuelta de campana a la historia, ya no sería de esperanza, sería de aceptación de realidad, de coraje, sin renunciar a la lucha, a pesar del inminente final.

Así salió una primera tirada, algo modesta, pero la cara del niño, tapizaba la ciudad a primera hora de una mañana lluviosa, y el libro debajo.

Las redes explotaron, y, las llamadas por entrevistas con el autor desconocido, fueron infructuosas. Peter y Alice, se habían encerrado en un mutismo que Adrianne respetó, manejando el nuevo enfoque, como mejor pudo, ya que, van den Brul, había decidido, abstenerse de participar y parecía abocado ahora, en un proyecto de Ely a quién llamaba a cada rato, exigiéndole nuevos cambios, y, en público, le daba señales indudables al joven, de apoyo casi incondicional. Evidentemente, con ella, había un tema personal.

La primera edición, se agotó y pronto, las ediciones digitales fueron muy demandadas, así como la necesidad de una segunda edición. Pero Peter y Alice, seguían sin dar señales de vida.

Cuando sus cuerpos, fueron hallados, dentro de su automóvil, tomados de la mano y envenenados, surgió la teoría del pacto suicida y así parecía haber sido. Les habían sometido, a demasiada expectativa, y exposición,  a mensajes en exceso entusiastas y optimistas, con la finalidad de convertir a la familia en un éxito editorial. Esa era la única pauta que se había cumplido a rajatabla. Cuando falló lo de la campaña para recaudar fondos para investigación, lo cambiaron por un homenaje y si esto no hubiera funcionado, seguro, Adrianne, hubiera pensado en algo, para conservar su trabajo y que no le entregaran su proyecto a algún otro.

La verdad, le golpeó como un guantazo en pleno rostro.

Esa tarde, estaba preparando todo, para marcharse a su casa, cuando van den Brul, se apareció, silencioso como un gato, apoyándose en el vano de la puerta.

—Bienvenida al infierno —susurró. Tenía una botella de vino en la mano. Nos está yendo de primera, gracias a ti, ahora la tuteaba, una forma de incluirla en ese club siniestro, de los cínicos, y el vale todo, que él presidía.

Ella, al contrario de lo esperado, levantó la cabeza seria y entera. Él ignoraba que había sido forjada, no, educada.

Ahora brindarían por el éxito, y de paso, recordarían a Peter y a su familia.

Ella, aceptó el vaso que le tendía y lo levantó para brindar. Lo apuró de un trago y se dirigió sin agregar nada, al ascensor.

Ya bajo la ducha, cerró los ojos. No se negaría las lágrimas que necesitara verter en privado, pero maldita sea, si le daba el gusto a él de paladear el jodido disfrute, por el juego sin sentido.

Todavía quedaba mucho trabajo que hacer, había que ubicar a los deudos y arreglar el tema del reparto de las ganancias originadas por el libro.

También, desde el fondo de su ser, quedaba pendiente averiguar, el porqué del encarnizamiento de él. La experiencia que acababa de vivir, no quería repetirla. Si volvía a quedar a su cargo, debía saber toda la verdad, la obra vida y milagro del próximo autor con el que se topara.

Cuando Lucy Taylor, terminó de escuchar el relato, guardó silencio, hasta que empezó a desenrollar la madeja.

—Yo creo, que deberías, tomar la punta del ovillo de Rob van den Brul, coincido contigo que esto parece algo personal. Creo, también que será tiempo perdido preguntárselo directamente. Puedes volver a caer en sus manos de manipulador profesional. Te ha ido llevando por donde se propuso, y creo, que no ha quedado satisfecho con eso. La próxima obra que, seleccionen, si es tuya, tendrás que peinar hasta el último detalle. Tentar a Susy para que te supervise, es declararte vencida de antemano, aunque no sea un juego, no hará más que debilitarte, ella va a rechazarte, porque, históricamente él, se ha encargado de eso. Te sometió, a través de hacerte creer que ganabas cada partida del juego, para incluirte en el toque final, el brindis de un cínico y un vencedor, haciéndote sentir cómplice de su bajeza. Realmente, si no fuera porque es un hijo de puta, habría que reconocer en él a un maestro.

— ¿Y cómo quieres que lo investigue?

—Eso debes averiguarlo tú. Empieza desde el principio, arma su biografía y tendremos pistas, respuestas, sin que él lo sepa, claro. No sé si es momento, para participar a tu hermano, que sin duda, sabe mucho más de lo que parece. Hasta, me figuro, que pueden haber hecho un pacto de silencio sobre algo muy delicado.

—Y, cuando estés lista, hablaremos de lo que sientes acerca de todo lo que pasó con Peter y su final. Ahora, es demasiado pronto.

De esta manera, Adrianne, organizó sus días laborables, partiéndolos en dos. La mitad a la evaluación de manuscritos, y el resto a indagar en el turbio pasado de su jefe.

Confeccionó una lista que había encabezado de la siguiente forma:

 1) Datos de su familia parental. Todo lo que apareciera en las redes.

2) Colegios.

3) Problemas con la ley.

4) Ficha médica.

Con esos primeros cuatro puntos, encaró su primer día.

Nunca pensó que le alcanzaría con el punto 1.

En efecto, nacido en Ciudad del Cabo, era hijo de Horace van den Brul, propietario de yacimientos áureos y esmeraldas, y Ángela Pearson, geóloga. Una hermana cinco años mayor, Beatrice <<Betty>> van den Brul Orwell, casada con James Orwell, dos hijos adolescentes… Dejó de leer, cerró los ojos. Era cuñado de James. Seguramente la persona que llamaba llorando, era su hermana, Betty, la esposa, la mujer engañada. Seguramente, James, habría vuelto a las andadas.

Lucy era una mujer inteligente.

¿Debería renunciar y salir huyendo nuevamente o presentar batalla? ¿Frontal o solapadamente? ¿Idear una jugada maestra, para tumbar a su oponente? Recordó la advertencia de Drew ¿Habría calculado el desenlace de los padres de Leonard? ¿Podría haber calculado las chances de sobrevivir al hijo, luego de albergar tanta esperanza que ella insufló en el corazón de aquellos dos seres, solo para contradecirle? ¿Hasta dónde llegaba la tortuosidad de su mente?

Betty la conocería de vista, de eso, estaba segura. Por ese lado, el hermano menor tenía una ventaja. Imposible sorprenderle por ese lado, y además no se creía tan ruin, aunque, llevada a un terreno donde todo vale, no dudaría en ensañarse con ella para hacer perder el equilibrio y la mente fría al hermano. Tal vez, fuera ella, el talón de Aquiles, de Rob van den Brul.

Volvía de a ratos a el manuscrito, hasta que una noche, se le ocurrió algo que le cortó la respiración.

Se sentó en la computadora y comenzó a escribir.

Ese domingo fue a visitar a Ian de Groot.

—Vengo a pedirte un préstamo, papá. No quiero que sepas para qué, pero será bastante dinero, y tardaré en devolvértelo, si no sale bien.

— ¿De cuánto estamos hablando?

Cuando se lo dijo, el hombre, sin dudarlo le hizo un cheque.

—Lástima que me digas que es un proyecto y solo eso, porque podría guiarte.

—El sigilo, es esencial y cuantas menos personas estén al tanto, mejor.

—Aquí te dejo, por las dudas, los datos de Daniel Orville, el dueño de mi bufete de abogados.

—Lo conozco desde que nací, papá.

—Entonces, consúltale antes de arriesgar mi dinero. Le dio unos golpecitos en el mentón, como cuando era niña.

—Me propongo aplastarle, Daniel. Estaban sentados en una terraza de la casa de él que daba al mar. Podría despertarse cada día en ella, pensó algo envidiosa al compararlo con su piso, tan austero.

Le había planteado su proyecto y analizado algunos costos de la inversión que se proponía hacer.

—Creo que debes terminar primero el manuscrito, luego lo reviso, para que no hagas una alusión, demasiado <<explícita>> y tengamos que <<arrollar paño>>, no querrás volver a ser humillada. Reconozco que ese bastardo, merece morder el polvo. Pero, ha demostrado ser maquiavélico y no sé si tengas la experiencia suficiente para eso.

—Es la razón por la que estoy aquí.

—Y yo que pensé que querías visitarme, hizo un gesto de tristeza y burla, al mismo tiempo.

—Tu consulta no me la regalas, precisamente.

—No, y eso hace de mí, uno de los mejores abogados del país, querida. Doy todo de mí, como espero, no tengas que comprobar, sonrió, enigmático.

Estaba claro que estaba seduciéndole. Miró su alianza y le pareció que el hombre mayor y aún guapo, tenía cola, tridente y cuernos. Eso, nunca. No, con él, que la había tenido en su regazo. Pero ya le diría a Lucy que ellos, a veces, comenzaban el juego, que no siempre era ella. Por lo menos, no conscientemente, y esa conclusión la relajó un poco. Estaba claro que nunca encontraría  a alguien libre que le llegara, sin juegos peligrosos. O tal vez, eso era lo que excitaba su inconsciente, el juego potencial que había en toda relación prohibida. Llegada a esa conclusión se desanimó a ojos vistas.

—Bueno, quedamos así, terminas de escribir lo que sucedió, cambias la historia un poco, búscate alguna reliquia misteriosa que haya del medioevo, debe haber cientos, sitúas la estructura familiar del protagonista, modifica la forma elegida para matarse, y describe con pelos y señales a un editor inescrupuloso, sin esposa, en otro país, desde luego y condiméntalo con lo que quieras, para hacerlo vil y despreciable. No podrá accionar, porque sería admitirlo, y sobre todo, haremos de tu equipo algo especial. Firmarán un contrato de confidencialidad y bajo un buen seudónimo, creo que puede armarse un duelo antológico, que peleará contra un enemigo invisible.

—Lo publicaré por cuenta mía, sin respaldo editorial alguno.

—Mejor, eso garantiza el anonimato. Algo como <<La llave menor de Salomón>>. Un enigma autoral.

—Exacto, aunque, no es estúpido, lo sabrá de inmediato…

—Otra cosa es probarlo, querida. Ahora, vete, que está por llegar Sally, y es muy celosa.

Adrianne, salió poco menos que espantada de la gran casa, mirando hacia todos lados, con conciencia culpable, cuando solo había sido una consulta profesional, fuera de la oficina de él, para mantener la reserva.

Ron van den Brul, iba saliendo del mar con su traje negro, el agua salada escurría por sus cabellos tapándole los ojos, cuando alzando la cabeza, vio a una conocida figura, sentada en el porche de su casa. La inconfundible silueta de James, a casi cien metros, estaba inmóvil. Por él, podría haber estado muerto, apretó los dientes, hasta que sus mandíbulas protestaron dolorosamente.

—Rob —dijo el otro hombre levantándose, algo incómodo.

—James —imitó su tono y posturas envaradas. No le bastó más que ver su atribulada expresión, para saber lo que había sucedido.

—He dejado a tu hermana.

—Tu esposa, dirás, mejor.

—Sí. Bajó la cabeza. No me siento orgulloso de ello, puedes estar seguro, pero será lo mejor. Últimamente, no hacíamos otra cosa que discutir por todo y yo…

—Volviste a engañarla, dilo, ya.

—No, después de lo de… no he vuelto a hacerlo, te lo juro, es que, solo que ya no la amo y no tiene sentido que nos hagamos infelices viviendo juntos, además están los chicos…

—Deja a mis sobrinos tranquilos, maldita sea. Vete con tu zorra, si es lo que quieres, y déjanos en paz. Yo me encargaré de tu familia. No deberás aparecer más por aquí, múdate a Australia, adonde quieras, pero desaparece de una vez.

—He venido a hablarte de Adrianne.

— ¿Qué hay con ella?

—No es una zorra.

—Bueno, lo que digas.

—No, ella, es especial, no tiene la culpa de nada, yo lo inicié. Tonteamos un poco, estando algo ebrios, pero, yo era el que estaba casado, y debí terminar allí, en cambio alenté la relación y lo peor, fue que alimenté sus ilusiones…

—Le rompiste el corazón, quieres decir.

—Sí, ella no esperaba nada, hasta que una noche yo, le dije que abandonaría a mi mujer y ella se asustó primero y estuvo eludiéndome por varias semanas, hasta que volví a rondarla, no pude evitarlo. No sabes cómo es.

— ¿Que no sé cómo es? Rió con ganas. A Susy, la he engañado muchas veces, en mi mente, con ella. No soy quién para condenarte, después de todo, pero, Betty, es mi hermana y debo protegerla. Y sí, a tu zorra, el otro pegó un brinco con gesto de furia, a tu novia, le hice la vida imposible y mi última jugada, te puedo asegurar que la dejó fuera de combate. Resultó de tal modo, que, ahora tiene sobre su conciencia la muerte de dos personas. Sacudió, la cabeza. Mejor planeado, imposible. Cuento con que sepa que soy hermano de Betty. No sé para qué carajos has venido.

Entró en la casa. Se sacó el traje quedándose desnudo y encaminándose a la ducha.

James, se quedó parado en medio de la sala.

Se acercó a la mampara de la ducha.

—He venido a pedirte, que la dejes en paz a Adrianne. Ella, es la que más ha perdido con nuestra relación, fui un cobarde, tenía miedo de perderla y por eso, le prometí lo que quería escuchar, porque se enamoró. Eso tal vez, no sepas lo qué es. Y, me enteré que había entrado a trabajar a tus órdenes, hasta que, anoche Betty me contó todo.

—Para que lo sepas, James, no he parado aquí. Falta todavía, mi amigo. Voy por toda ella, y hasta que no la destroce, no voy a parar. Ni tú ni nadie, va a impedírmelo.

—Jamás podría golpearte, porque, lo más seguro es que me mandaras al hospital, porque se te da bien, siempre has sido un bravucón de la calle, Rob. Le advertimos en casa a Betty, que no se inmiscuyera con un tipo de las calles, como tú y hecho a los golpes de puño, pero, ya ves. Vine, como un ser civilizado, a tratar de defender a la mujer que amo y a la que no me acercaré más, porque ya la lastimé lo suficiente. Así que, no tiene sentido que sigas vengándote en la más débil.

—Te equivocas, James, tú eres el más débil. Ella es fuerte, dura y ya está de pie, te lo aseguro, lista para dar batalla. Aunque, no es un producto de la calle, como me dices, sé que, conmigo, no tiene oportunidad. No sabrá por dónde le vendrá el ataque, pero caerá derribada en cuatro asaltos. Te arrepentirás de haber hecho llorar a mi hermana.

—Estás enfermo, Rob. Acepta que todo el tiempo, las parejas se terminan.

—Ella ha dependido de mí desde chicos, y la he defendido con uñas y dientes, pero, contra ti, debe ser la única pelea que perdí, sin pelear. Me ganaste, enamorándola. Contra eso, tuve que hacerme a un lado, todos estos años, vigilándote de cerca. Y la has hecho sufrir, y lo hace todavía, así que ya puedes advertirle a tu amiguita que iré por ella, no me importa, lo haré igual. No es diferente a las otras. Te lo aseguro. Detecto, que, a su pesar, le atraigo y me teme. Es una combinación por demás excitante.

—Estás enfermo, eres muy retorcido.

Sacudiendo la cabeza, se alejó, con los hombros bajos.

Rob, se enrolló una toalla a la cintura y silbando entre dientes fue a ponerse más guapo. Esa noche, saldría de cacería.

El teléfono de ella sonó con aquel ringtone que era para él.

La voz de James, se oía como si le tuviera al lado. Estuvo por cortarle, pero él se apresuró a pedirle que no lo hiciera, que, necesitaba advertirle de algo.

Ella, ya sabía. Se imaginaba de qué iba.

Quedaron en verse, en un bar cerca de la oficina de la línea aérea.

Le contó que había dejado a Betty y que terminaba de llegar de la playa, de la casa de Rob van den Brul.

—Me dijo que te avise que viene por ti.

A continuación, le contó el desarrollo del ríspido diálogo.

—Yo, lo lamento, pero no soy como él. Detesto la violencia física, nunca he tenido que abrirme paso en la vida gracias a los puños.

—No lo sientas, James. Es así y cada uno, nos defendemos como mejor sabemos y no te juzgo.

—Te llamó <<zorra>> al menos tres veces y no fui capaz de plantarle cara. Se tomó la cabeza entre las manos.

Ella, miró nerviosa, a su alrededor. Le daba algo de vergüenza, que adoptara esa actitud más propia de una mujer desesperada, que de un hombre medio. Se le notaba destruido, por su situación y la de la familia, lo que había ocasionado que cayera sobre ellos. Sin querer, imaginó a Drew, liándose a golpes para defenderla en el patio de la escuela, que motivó su suspensión y una ceja partida que hasta hoy, lucía con orgullo.

—Te agradezco que me lo hayas dicho —susurró—pero, ahora, tranquilízate, que estoy preparada.

—No le conoces, Adrianne. Es peor que un animal herido. Él con tu hermano Drew, han sido muy cercanos, hasta que pasó lo de la chica aquella noche. Betty me contó.

— ¿Qué sucedió? Por dónde y por quién se enteraría del secreto que por años, habían guardado tanto su jefe como su hermano mayor.

—Parece que jugaron una apuesta a ver quién seducía a una compañera, y, ganó Rob. Cuando lo supo, la pobre chica que se había ilusionado, tuvo un intento de suicidio y la internaron, tres meses por depresión. Después de esto, la familia van den Brul, sacaron a Rob de la escuela y le enviaron lejos, a terminar los estudios. Desde entonces, cortó todo lazo con ellos.

—James, ahora ya me lo has dicho, déjame a mí evaluar la situación. Lo de la chica es algo infame, pero, el bullyng, porque se trata de eso, es más común de lo que se supone. No los exculpa. Sé que Drew puede llegar a comportarse como un verdadero cretino. Lo quiero, pero no soy ciega.

Se levantó, le rozó el dorso de una de sus manos, y se fue sin darse vuelta.

Esta experiencia, parecía haber adoptado la forma de un exorcismo, más que una reunión de ex amantes, en la que uno sale herido, aún más profundamente. Ahora, sentía que le había hecho bien el reencuentro. Sabía que no añoraría nada más de lo que hubo con él. Respiró aliviada después de casi un año de no verse.

Al día siguiente, trabajó con más ahínco que de costumbre, se salteó el almuerzo y la hora destinada a eso, se fue a la playa, donde se tendió sobre la arena, con los auriculares puestos y la música que no podía haber escuchado, solo por haberla compartido antes, comprobando que en este momento la disfrutaba y estaba vacía de contenidos, asociaciones y recuerdos.

A la tarde, terminó con el manuscrito, el suyo. Lo leyó varias veces y  tomó un taxi hasta el estudio de Daniel Orville.

Lo dejó en manos de su secretaria y volvió a la editorial.

Le llamó la atención, observar  a un grupo de personas, que se habían reunido en el despacho de Susy, que no incluía al marido.

Thomas y Ely estaban alborotados e inquietos.

—Parece que las cosas llegaron al final entre ellos —susurró el primero. El tema societario, es lo que ella está tratando ahora.

— ¿Somos como los muebles? Adrianne, les miró a ambos. <<Yo me quedo con la mesa de café, tú quédate con la lámpara de la abuela >>.

—Algo así —dijo Ely. Creo que no nos van a dar opciones de agruparnos según nuestras preferencias.

—Yo creo que iré a sorteo—bromeó ella. Pero, intuía que él, la reclamaría y era lógico, si se miraba de afuera. Era quien había trabajado más cerca, de los dos esposos. Pero sin no era así ¿Cómo podría ejercer su venganza y terminar de asestarle el golpe de gracia?

— ¿Quiénes son los que están con Susy?

—Sus abogados.

— ¿Han hecho antes, algo parecido? Quiso saber.

—Nunca, que sepamos. Creo que es la antesala del divorcio. Ella tiene un novio hace bastante y él jamás, por lo que sabemos, le ha sido infiel. O una vez hace cinco años, es lo que se comenta.

—No puede ser, Adrianne, no podía creerlo, tenía toda la pinta del infiel por excelencia. Cayó en la cuenta que las conversaciones telefónicas que ella había escuchado, seguramente eran con Betty. Iba cerrando.

Rob, al caer el sol, corría por la playa los veintidós kilómetros. Al regresar, vio un taxi estacionado frente a su casa. Los malditos abogados, no se manejan en taxi.

Pero era un sobre de aviso para el inicio de los trámites de divorcio y separación de bienes, la empresa incluida.

Con una toalla encima, para no enfriarse, leyó las citaciones por arriba y arrojó todo sobre un sillón y fue a ducharse.

Al final, la noche anterior, había suspendido la cacería porque su presa, estaba con las dos insoportables amigas en un concurrido bar de la playa vecina. No aparecería por allí, sería una maniobra torpe, digna de un principiante.

Cuando salió del baño, se contactó con su abogado.

El lanzamiento del libro <<El tiburón de papel>> de una tal Rosa Galante, fue una presencia que invadió todos los medios, hasta los medios de transporte, los afiches callejeros. Una tirada tentativa, lo declaró el más vendido del mes, y se mantuvo. Todos buscaban a la escritora fantasma, sin hallarle. Sin una cubertura editorial, debía ser una mujer rica, para financiar el proyecto, pero a las dos semanas, hubo de hacerse la segunda tirada. Los ojos del mundo editorial, se dirigían a la empresa Moore/van den Brul. Concretamente, enfocados en él. Un secreto a voces que le relacionaban abiertamente con la muerte del matrimonio de Peter y Alice, padres del difunto Leonard. La mirada de todo el mundo, estaban posados en esa atmósfera cargada de electricidad que era la empresa estas semanas y la respuesta que saldría de su vocera de prensa. Pero, un silencio abismal, fue todo lo que recibieron aquellos que esperaban una especie de <<duelo al sol>>.

No le daría el gusto, Rob frente a la ventana de su despacho, que pronto habría de desalojar, meditaba su siguiente movida. En mal momento, había caído esta especie de bomba cargada de clavos, que todavía no terminaban de caer y seguían atravesando partes suyas.

No había advertido signo exterior alguno en la zorra. No había tenido tiempo de hacerlo después de hablar con James, como seguramente había sido. Tenía que haberlo preparado antes. Su abogado le convenció de renunciar a iniciar acción alguna, porque sería darse por aludido. Tenía que admitir que la historia difería lo suficiente para que apenas recordara vagamente su similitud, pero no alcanzaba.

La maldita, ahora que se asoleaba en la playa, estaba para el infarto. Su piel, había adquirido una tonalidad dorada y al darle la luz, se notaba una ligera pelusa rubia en sus brazos desnudos, que daban ganas de pasarle los dedos y seguir sin detenerse.

Esa noche, nadó como un poseso. Estaba entera, como él lo había predicho. Haría falta mucho más que un cuerpo como el de él, y su antológica mirada que hacía derretir al resto de las mujeres, a la que ella se había vuelto inmune, para que cayera en su poder. Su afán de dominio, estaba para ser saciado y hasta no humillarle, no pararía.

Mientras el libro seguía circulando y ahora, era una posesión casi emblemática de las asociaciones feministas. Cómo hacerle pagar al machista su destrato y el abuso de género. Las chorradas, como él las calificaba, estaban perjudicando el negocio. Cuando terminaran la división, quedaría para jugar con las negras.

El manuscrito seleccionado por Ely, mereció toda su atención en las semanas entrantes. Habían conseguido un sponsor que inauguró el lanzamiento en uno de los principales hoteles de la ciudad.

Una tregua en la guerra interna de la empresa. La próxima, sería el reparto de los empleados. Los peones. Y la búsqueda de un espacio físico para van den Brul, que sería quien emigraría.

El salón especial para reuniones del hotel estaba a rebosar. Adrianne, estaba siendo asediada por varios hombres, en el momento que el jefe ingresó al recinto. No estaba preparado para lo que visualmente salió al encuentro de su mirada entornada. Sencillamente perfecta, hasta tal punto que pudo, por un instante, comprender a James, hasta apiadarse del enorme esfuerzo que debería haber significado tener que renunciar a semejante mujer. Con un vestido negro, y unos aros de perlas genuinas, era el compendio de sencillez y belleza sin adornos superfluos. Su cabello rubio recogido, y su piel reluciente y bronceada, generaban preguntas en quienes no estaban al tanto de la existencia de tan hermosa criatura.

Había un hombre de cierta edad que al girarse, pudo ver con espanto que era Ian de Groot, susurraba algo al oído de su hija.

Lo que faltaba. Todavía recordaba la mirada de desprecio que le dirigió cuando el asunto de aquella pobre chica, les explotó en la cara a Drew y a él. Su respuesta adolescente, haciéndole frente al viejo, furibundo, retumbaba en el fondo de su mente: <<Ella tiene la culpa, siendo tan fea>> << ¿Cómo se le puede haber ocurrido,  que los chicos más sexis de la escuela compitan por ella, si no hay algo, más valioso en juego?>>. Estuvo cerca de ser golpeado. Desde ese momento, perdió contacto con ellos y su propia familia. Un exiliado, excluido, apestoso y que aún duraba.

¿Qué haría el viejo aquí? ¿Vendría a regodearse, con la tormenta que se avecinaba?

Se miraron, Adrianne, les presentó. A esta altura, la zorra sabría que se conocían, pero tendría que estar alerta.

En pocas palabras, Ian de Groot, se ofreció a comprar su parte de la editorial o ampliar la estructura de lo que quedaría para él, aplastando a Susy. Lo planteó así, cuando se sentaron, whisky por medio en un salón aparte. Directo y, sin cortes innecesarios. De alguna u otra manera, su preciosa hijita, pasaría a ser su socia. Estaba arrinconado.

Ella, a lo lejos, disfrutaba de la velada, la lectura y la firma del ejemplar, por parte de su compañero de oficina. Se le veía feliz por Ely y, haciendo las delicias de los babosos que le rodeaban.

De boca en boca, había corrido que ella era Rosa Galante, la autora de <<Tiburón de Papel>>, y eso le otorgaba un cierto don de membresía, al ser una autora novel destacada y que había sorprendido a los críticos más exigentes.

Rob, pidió dos días para contestarle al irritante viejo.

Pudo ver, antes de volverse, por sobre el grupo de admiradores, cierto brillo triunfal en los ojos de la zorra. Creía haberle atrapado.

Esa noche llegó a su casa algo ebrio, y furioso. Se puso el traje de neopreno y a pesar del temporal que se avecinaba, se sumergió en las frías y turbulentas aguas del océano. Nadó hasta sentir que la mente se le aclaraba, el frío despejaba la bruma alcohólica, y se enfriaba el deseo de tener a la azafata debajo de su cuerpo, debatiéndose, y rogando por más.

Drew, cuando se enteró de la oferta del padre a Rob, montó en cólera.

Adrianne, abogó por su padre.

—Está casi retirado, ha dejado las empresas bajo tu control y la de Andrew en Europa, así que algo tiene que hacer, sino enloquecerá. No imagino algo mejor para él, que tener que enderezar al miserable de tu amigo. Lo tiene sujeto por las bolas.

—Ten cuidado cómo hablas —le advirtió. Han gastado, fortunas en colegios y pareces una vulgar callejera.

—Además, papá quiere supervisar, el manejo del dinero que gané con el modesto libro que escribí, como Rosa Galante. Daniel Orville, estará detrás de nuestras operativas, ambos, somos nuevos en el rubro y no queremos caer en manos de van den Brul.

— ¿Papá sabe lo que te hizo con el libro de Peter?

—Ese fue el motivo por el que planificó esto, después que yo fui a pedirle un préstamo para la publicación de <<tiburón…

 — ¿Vas a asociarte con él, a pesar de lo que te he dicho?

—Sí, al parecer, a papá le sentará bien, participar en el juego que ha planteado van den Brul.

Drew, se marchó, sin decir nada, contrariado, meneando la cabeza.

No le había dicho nada que, gracias a James, estaba al tanto de su secreto.

Daniel Orville y el abogado de van den Brul, redactan el contrato, donde el padre, se incorpora como accionista mayoritario, presidente de la sociedad y con doble voto. Las ventajas, parecen estar de su lado.

Durante una semana, la editorial, permanece cerrada, mientras el editor busca un nuevo emplazamiento. Será necesario encontrar una propiedad de mayor tamaño, Ian de Groot, supervisa su elección y la partida, por momentos, se enfoca en ellos dos, mientras que <<Rosa Galante>>, escribe una historia que, conocerá la luz, solo en caso de ser necesario.

Su tiempo, se reparte entre la playa, y el nuevo manuscrito.

Se entera que Susy, ha hecho otro tanto, y ha encontrado en una excelente ubicación, unas oficinas muy costosas, y, por el momento, parece acaparar el mercado que tenían antes ellos dos. Los clientes, optan por irse con ella. Las lealtades son muy frágiles, la paciencia es poca y gracias a la publicación de  <<El tiburón… no ha salido muy bien parado de la última partida.

El reparto de los empleados no fue sencillo. La mayoría ha optado por la ahora ex esposa. Ha sido la más equilibrada, y, profesional de los dos. Thomas y Ely, parten pues con ella, y apenas se atreven a mirarla. No los culpa. Parece ofrecer mayor seguridad.

Al caer el sol, está tomando un trago en uno de los bares de la playa. La figura de neopreno negro, se acerca corriendo, proveniente del mar.

Pasa directamente a los baños y al rato sale, vestido con un jean gastado y una remera. El traje lo lleva enrollado en una bolsa.

Se sienta a su lado, sin ser invitado. A Adrianne, no le sorprende su aparición. Sabe que es la hora en que sale a nadar.

Pide un café.

—No hemos podido comentar tu triunfo a solas —le dice—mientras bebe de la taza.

Ella, le mira sin dar señales de satisfacción.

—Aunque debo decirte algo— él se yergue en su asiento— Has debido pedir refuerzos para tratar de vencerme, así que las blancas por dos veces, serán para mí.

—Como quieras, pero, deberías terminar con este eterno campeonato que juegas y obligas a participar  a quienes te rodean, Rob.

Ahora, comienza a tutearle.

—Es lo que le da emoción a estas cosas de la vida, Adrianne.

—Como la apuesta que hicieron tú y mi hermano sobre esa pobre chica ¿No?

Se queda helado, hasta que, cae en la cuenta que James ha estado rondándole, seguramente, ha sido el muy cobarde.

—Por lo que veo, has vuelto a ver a tu piloto —le dice, sarcástico.

—Sí, y agradezco a la culpa que siente, porque me entero que me llamas <<zorra>>, cada dos palabras.

Sopla de golpe.

—No lo puedo creer, si alguien te llamara <<zorra>> en mi presencia, le rompería media cara.

— ¿Crees que todos son tan… primitivos como tú, tan de la calle?

Su gesto se ensombrece, la furia, se apodera de él.

— ¿Eso fue lo que James te ha dicho? Se ríe. Así fuera un debilucho ilustrado como él, me haría romper mi cara para defender tu honor.

—Pero eres tú quien me llama así.

—Obvio, yo soy el ofensor y el que ha de ser hecho papilla. La próxima vez iré frente a la casa de Drew y lo gritaré hasta que baje a golpearme.

A pesar de todo, la escena le divierte.

—Drew te reduciría a una hamburguesa —le dice.

— ¿Quieres apostar?

—No, déjale afuera. Ya se salió de toda la basura en la que estaban metidos.

—Tu hermano engaña a su mujer.

—No lo niega y tú, tampoco te quedas atrás. James me contó.

—Miente, hace cinco años, estuve a punto y le conté a Susy, sintiéndome algo ruin, pero no he vuelto a exponerme. Jamás, aunque a él le dije que lo seguía haciendo.

—No te creo. Le mira, dudando. Sé cómo te miran las mujeres, Rob, no soy tan idiota.

—Podrán mirarme como se les ocurra, pero, no me interesa.

—Bueno, imagino, que no has venido, para hablarme de tu vida sentimental. Estaba disfrutando mi trago en soledad.

—En realidad, necesitaría que viéramos oficinas, tu padre, tiene un concepto diferente y no nos ponemos de acuerdo. Ignora la circulación que debe tener un negocio de estas características y ahora quiere contratar un estudio de arquitectos.

—Él hace todo a lo grande.

—Ya lo creo —la mira. Ella, se ríe. Por momentos, parece haber bajado la guardia, pero, lo más seguro, es que quiera que ella lo haga.

—Bueno, te acompañaré. Pero, no antes de las once.

— ¿Paso por tu casa?

Accede.

— ¿En verdad vas a hacerme creer que no me guardas rencor por el libro de Peter y el final que eligió? La mirada de su ahora socio, le taladraba.

—No, no he olvidado, y no deja de sorprenderme a lo que llegaste para defender a tu hermana, o vengarte en la zorra de tu cuñado —le sonrió con inocencia.

— ¿Vas a querer entonces, que sigamos vengándonos el uno de la otra hasta que acabemos destruyéndonos? La voz de Rob era casi inaudible.

—Yo hago tablas, ahora, si estás de acuerdo, pero, si por casualidad, me traicionas, te juro que, será lo último que hagas, porque iré contra Betty. El tono de ella, no le dejaba lugar a dudas.

Sabía que era cierto. La mujer que tenía enfrente, era hermana de Drew y vaya que Drew era capaz de todo e hija de otro tiburón, algo viejo, pero, tiburón al fin, que no dudaría en arrancarle hasta la última pieza dentaria, si era capaza de hacerle daño a la princesa de la familia.

—Otra pregunta, ya que al parecer estamos siendo socios en esto ¿Por qué tu padre, pudiendo hundirme, no escogió dar su apoyo a Susy?

—Por varias razones, los ojos de ella espiaban de a uno, el contenido de su copa que se había vaciado. Primero, porque al enemigo hay que tenerle cerca.

—Cliché. Él la miró, decepcionado.

—Segundo, porque a Ian de Groot, le fascinan los malvados. Los triunfadores sobre la culpa, que mataría a cualquiera, pero que a ellos, por el contrario, parece infundirles más vigor.

— ¿Hay alguna más? Dijiste que eran varias.

—Podría decirte porque soy su hija, porque le gusta ejercer el poder sobre lo que ama y lo que odia, para humillarme por haber tenido que pedirle dinero, después de despreciarle. Como te dije, varias. Mi analista no puede quejarse, sobre el material paterno que le ofrezco.

— ¿Por qué en este cuadro nunca mencionas a tu madre?

—Ella murió hace mucho, ni la recuerdo, tal vez, Andrew o Drew, pero para mí, siempre estuvo él.

Se puso en pie. Bueno, mañana a las once.

Él le hizo un gesto y partió en su auto.

Ella, desde el taxi en el que se movía, dándose vuelta, no pudo evitar preguntarse ¿Cómo sabría en qué bar estaría ella aquella noche? ¿Tendría una muda de ropa seca en el baño de cada bar a lo largo de la playa? No creía que fuera hombre de acceder a abandonar una partida, así como así. No le intimidaría la amenaza de una mujer que le bastaba con soplarla para derribarla. Tal vez, hubiera aprendido a respetarla, aunque fuera, un poco. O, tal vez, ambos, padre e hija, estaban ante un frío y hambriento depredador, cuya jugada, ninguno estaba percibiendo, todavía.

Ya en su casa, Rob van den Brul, se arrojó en un sillón en la galería trasera y un vaso de whisky en la mano.

Analizaba los últimos movimientos. La zorra, estaba muy lejos de imaginar hasta dónde era capaz de llegar. Esa misma mañana, había acompañado a Betty al médico y las noticias no eran buenas. La enfermedad, había regresado. Y el estrés tenía mucho que ver, tal vez, demasiado. Seguramente, ella, ignoraba que la mujer de su amante había estado enferma, pero, no era excusa, para hacer lo que hizo.

James, había comprado un piso en una buena zona y pronto pasaría de ellos, los dos hijos y, obviamente Betty. Ella no quería que se enterara de la recidiva. No quería a nadie de vuelta en su vida por obligación o lástima.

Pero, el médico no compartía esa idea. Cuanto más afecto tuviera a su alrededor, más fácil sería superar esta etapa. Así, que Rob, ahora pasaba mucho tiempo en su casa, donde hacía lo más parecido a una vida familiar que hubiera conocido jamás.

Ian de Groot se negaba a dejar que ellos eligieran las oficinas, no permitiría que le excluyeran. Adrianne, por tercera vez, trató de convencerle que van den Brul conocía el negocio y sus requerimientos.

— ¡No sé cómo todavía puedes confiar en él! Se asombró el padre.

En esos días, Andrew, había llegado a la casa paterna desde New York y Drew, le había puesto al tanto.

—Ese energúmeno, casi me rompe el puente de la nariz por una chica—recordó, serio. Total, para que, después de separarnos, para que no nos matáramos, me la dejó sin mirarla. Un bicho raro, realmente. Me dijo, <<el premio del perdedor>>, se encogió de hombros, y se fue silbando.

—Creo que le gusta ejercer el dominio de esa forma—dijo Adrianne.

Al día siguiente, a las once, Rob, pasó a buscarla.

—Me han llamado el agente inmobiliario, al parecer han hallado algo que piensan que será perfecto—le dijo Adrianne.

— ¿Podremos verla hoy?

—Nos está esperando. Así que él se dirigió donde ella le indicó.

—Vaya frente, ella parecía entusiasmada, mejor ubicación, imposible.

El agente les estaba esperando en el hall. Estaba situada en un ático, de donde se contemplaba el mar, por todas las enormes ventanas y un pasillo, que comunicaba las diferentes oficinas, sala de reunión, incluida, espaciosa y muy luminosa. Estaba en alquiler o venta, según prefirieran, ya que los dueños, no parecían tener apuro.

—Alquilaremos, por ahora —afirmó ella.

Él estuvo de acuerdo.

A las dos de la tarde, habían hecho una entrega por un depósito y solo faltaba que Ian la viera.

Ella le llamó.

—Papá, hemos señado una oficina preciosa, en un ático, sí, ya te doy la dirección exacta.

Cuando se lo dijo, quedó de una pieza.

— ¿Cómo que es tuya?

Por el rabillo del ojo, observó cómo reía van den Brul. Cortó la comunicación, furiosa.

—Resulta que el cabrón, es el dueño del edificio y tiene oficinas en alquiler. Lo  arregló todo con el de la agencia y…

— ¿Creías que ibas a verte libre de su control? Rob, parecía disfrutar en grande.

— ¿Acaso no te importa que siempre se salga con la suya?

—La verdad, es que poco me importa que esté jugando un poco. Solo está finteando—se burló él.

—No le subestimes.

—No lo hago, simplemente, estoy describiendo su juego. No esperaba menos. Por un momento, pensé que nos seguiría, pero la hizo más emocionante y algo más elaborada.

—La verdad, es que no sé cómo Susy, ha podido llevar adelante la empresa, teniéndote como compañero, siempre jugando —le dijo ella, ceñuda.

Antes de darse cuenta, él había frenado y estacionado el auto, debajo de unos arbustos, cerca de la playa y la tomó por la nuca y el cabello.

Le acercó la cara sin expresión y siseó: no te metas en mi historia con ella, y no cuestiones mis métodos, solo porque estamos empatados, eres una novata, y a este paso, siempre lo serás. La fría cólera, así como se había encendido, se apagó.

Ella se desasió de sus manos que fueron aflojando la presión. Él se acomodó nuevamente frente al volante y encendió el motor.

—Ahora en vez de uno hay dos controladores en tu vida, muñeca. A uno, le debes la vida y al otro, tu trabajo, y si lo dejas, será más que eso. O aprendes a jugar o lo de James, parecerá un día de campo.

—No puedo creer que todavía sigas lleno de odio y deseos de venganza.

— ¡Y cómo! Ahora que la enfermedad ha regresado, no esperes piedad, por mi parte.

— ¿Estás enfermo? Ella le miró, seria.

—Betty, es la que ha estado en remisión y ahora ha vuelto, dos meses después que tu piloto la abandonó.

—Creo que lo habría hecho de todas maneras, Rob. No estoy tratando de consolarte, eso jamás lo haría, no, contigo. Pero, cuando nos conocimos, me dijo que hacía varios meses que ya había dejado en claro que no la amaba, que todo había terminado.

Él apretó las manos en el volante, hasta dejar blancos a los nudillos.

—Así que, yo he venido a ser el blanco ideal, para saciar tu odio y tu enojo contra la vida. No soy psicóloga, pero no hace falta mucho para darse cuenta que he sido tu chivo expiatorio ideal.

Van den Brul, apretó los labios y no dijo nada. Frenó bruscamente frente al edificio de ella y partió haciendo chirriar las gomas sobre el pavimento, dejando olor a caucho quemado y marcas negras sobre el asfalto.

—Touché —susurró Adrianne. Y se metió en su casa.

La mudanza, se realizó a comienzos del mes entrante. Había algunos manuscritos que, gracias a la gestión de Adrianne, habían aterrizado sobre su escritorio. Todavía había gente que recordaba a Peter Richter y su triste historia.

Rosa Galante, recaló con un par de manuscritos que ella se encargaría que su socio aprobara. Cuando él lo dejó en sus manos, ella estuvo encantada.

Dirigida a la franja femenina, ella se haría cargo de las autoras del género. Rosa Galante, encarnaba a la mujer contemporánea, enfrentada con dilemas tan viejos como la maternidad a tiempo completo, versus la demanda laboral, la decisión de tener o no hijos, la mujer que no quería un hombre en su vida, la mujer con cargo jerárquico y subordinados hombres, el poder en nuevas manos, cambio de paradigmas, las nuevas familias, la nueva crianza a cargo de dos madres y temas que Rob van den Brul y su padre, con la flexibilidad mental de un dinosaurio, dejaban en sus manos.

—Tampoco queremos espantar a los autores hombres—protestó Rob. Esto es una editorial pluralista, no un baluarte feminista —maldecía en vos alta. Bastante tengo ya con mi socia y encima con un pseudónimo que es un <<paradigma>> para las mujeres. Así que, ahora son Adrianne y Rosa ¡Genial! Y se iba de la oficina, dando un portazo, y regresaba a las dos horas, el pelo húmedo del agua de mar y más calmado.

Ella, desde su despacho, le contemplaba con inocultable avidez. El tiburón le atraía, a pesar de todas las bajezas de las que era capaz y aún de aquello a lo que todavía no se hubiera atrevido. Dudaba que hubiera mucho de esto que le detuviera. Su hermana, había mejorado, por lo que había podido enterarse, y desde el día que le plantó la verdad a la cara, dentro del auto, él, no había vuelto a tocar el tema. Igualmente, esperaba la certera puñalada que se estaba demorando. Eso indicaba, que sería algo muy elaborado, arriesgado o que no estaba inspirado lo suficiente para poner nada en práctica.

Lucy Taylor, estaba trabajando con ella, en otras de las caras de su montaña. Hacía un mes, había conocido a un hombre que le profesaba una consideración y un trato, a los que no estaba acostumbrada.

Mike Fouché, era un cirujano prestigioso y a raíz de haber operado a una amiga de Adrianne, se habían conocido.

Obviamente, que el hombre estaba casado. La psicóloga, trataba, por todos los medios, de tratar de entender no solo la atracción que ellos, ejercían sobre ella, sino la fascinación que ella tenía sobre cada hombre comprometido con el que se cruzara, terminara esto en aventura o no.

Adrianne, se sentía feliz. No le importaba ser <<la otra>>, en esta oportunidad, ya que era una relación sin promesas, sin compromiso, solo el momento.

Hasta el día en que la esposa, furiosa, se presentó en la editorial y a la Rosa Galante, que salió a atenderla, le propinó una sonora bofetada, en medio de insultos que hizo, que tanto su padre, como Rob, salieran de sus despachos, asombrados, al escuchar el escándalo.

Adrianne, disponía de un despacho donde estaba escrito su verdadero nombre y otro, aledaño, donde campeaba el de Rosa Galante, cuando se encerraba a escribir como tal.

La escena que protagonizara, la utilizó como material en su siguiente novela, mientras los otros dos, por turno, pugnaban por encerrarse con ella y hacerle entrar en razón, y que entendiera que la imagen de la editorial, se vería dañada, cosa que pareció no importarle demasiado. Los empleados murmuraban y por unos días, fue la comidilla del lugar.

Un par de meses después, el libro <<Bajo la piel de la otra>>, volvía a encabezar el record de ventas. Recibió, una multitud de cartas, en su correo, de mujeres que eran <<las otras>>, que por primera vez, daban la cara, firmaban con nombre y apellido, formando casi una asociación de <<otras>>, contando todas las historias que pueda imaginarse.

El invierno transcurrió relativamente tranquilo.

Las aventuras eran más discretas, por lo poco que trascendía. Aunque, a juzgar por su expresión, ella, se había transformado en una depredadora y era el terror de las mujeres casadas.

Una tarde, se juntó una multitud de mujeres casadas, frente a la empresa, con pancartas y gritos hostiles contra Rosa Galante.

Tuvieron que llamar a la policía, y el episodio, salió por televisión.

Su padre y Rob van den Brul, la citaron para una reunión urgente.

—Esto tiene que parar —la voz de su padre, se parecía a la de Rob.

El otro, asintió en silencio.

—O dejas de hacer escándalos con tu vida de descontrol o te pediremos que te marches de la sociedad.

—Cómprenme mi parte y me voy —les desafió. Su padre, podría, en cambio Rob, ni de lejos. Lo que había facturado Rosa Galante, ese último año, había hecho subir el precio considerablemente.

—La verdad, es que no sabemos qué te has propuesto, si hundirnos o…

—Manejarlos —les dijo, sonriente.

—Sin mi dinero, nada puedes hacer.

—Pruébame, papá. He crecido bastante, a pesar de ustedes los machos alfa —lanzó una carcajada. Ya me gustaría que vieran a ciertos <<conocidos>>, arrastrándose, para que les reciba en mi cama. Los extremos a los que están dispuestos a llegar.

Cuando ellos dos se quedaron solos, Ian se encaró con Rob.

—Tú, con esa fama que tienes, ese cuerpo y esa cara ¿Vas a decirme que nunca te hiciste valer? ¿Nunca has podido dominarla? ¿Solo buscando venganza?

Rob suspiró.

—Estoy soltero, Ian. Ya no estoy en su radar.

—Pues cásate. Hay que neutralizarla de alguna forma. Pensé que tú serías la amenaza, pero ahora ella está en el cuerpo de Adrianne.

— ¿Quieres decir una simulación para que caiga en mis brazos? No, paso. Ya decidimos hacer tablas por un tiempo. He desistido de vengarme, porque tiene razón, lo de mi hermana, había comenzado mucho antes y me desquité con ella. No quiero negar que tu hija no me tiente, pero, te repito, desde que no uso alianza, he dejado de existir para ella. Sonrió tristemente.

—No sé si podremos conservar autores hombres por mucho tiempo. Se corre la voz que es una editorial <<para mujeres>>, así que no disponemos de mucho para que terminemos por trabajar al servicio de Rosa Galante.

— ¿Y si tú compras su parte y pones la mía?

— ¿Me crees demente?

—Una simulación de mi parte. Firmamos un contrato que sigo trabajando para ti, como hasta ahora, y nos libramos de ella.

No fue sino hasta comienzos del verano, cuando Adrianne, comenzó una relación con un magnate de los medios y les vendió su parte, un par de meses después. Ian de Groot corrió con todos los gastos.

En escena apareció la editorial <<Afrodita>>, donde Rosa Galante comenzó publicando el manuscrito que tenía preparado sobre su historia con James Orwell. Una segunda historia, donde dos hombres jóvenes juegan una apuesta, compitiendo para seducir a una inocente joven que termina bastante trágicamente.

Una tercera, sobre <<La mujer engañada>>, los perfiles de las mismas, a la luz de la psicología, ayudada por Lucy Taylor.  Desde las que ignoran el engaño hasta las que utilizan el propio cuerpo para castigar al marido, infligiéndose una enfermedad, como Betty.

Dueña de su espacio y su tiempo, Rosa Galante,, ahora tenía su propio despacho, sin compartirlo con Adrianne, que le esperaba afuera para disfrutar de la vida y vaya, que lo estaba haciendo.

Compró una casa cerca de la playa, comenzó a correr, y a concurrir a fiestas de personas <<interesantes>>. Llenó sus días y su dormitorio con ellas, hasta que se aburrió.

De lejos, a veces veía a su ex socio saliendo del mar, o corriendo solo al caer el sol, desde la galería de su casa.

Si era sincera, con Lucy lo era, extrañaba la tensión que se desarrollaba entre ellos. El miedo en la boca del estómago por la próxima jugada de él, sus miradas lujuriosas, cuando recién llegó y añoraba eso. El juego sin un final claro y preciso, de dos dementes.

Estaban almorzando con Drew, y se les había sumado Andrew, el <<hermano de América>>, como le llamaban desde que se había establecido allí.

Se habían puesto al día con sus cosas. Temas de hermanos. Hasta que Drew, le miró con suspicacia, entornando los ojos que tan bien la conocían.

— ¿Algún proyecto editorial nuevo para Rosa Galante?

Ella bebió un pequeño sorbo de su bebida helada y lanzó como al pasar.

—Richard Bayle.

— ¡Estás loca! Papá va a matarte ¿Tienes idea lo que vale el tipo? Ahora ya lo tiene casi donde el viejo y Rob le querían y está por firmar con ellos. No, no te atreverías.

— ¿Quieres verlo? Ella sonrió, pestañeando. Y, puedo asegurarte que no ha de costarme más.

— ¿Qué me estoy perdiendo? Andrew iba de una cara a otra de sus hermanos, todas tan semejantes, y seres tan difíciles de contentar, de satisfacer…

—Pasa que tu hermana menor, es una ninfómana, eso pasa.

—No exageres —se indignó ella.

— ¿Qué dices? Andrew abrió los ojos con asombro. Si hasta casi ayer tenía frenos en los dientes y…

—No seas idiota —le espetó el otro. Y para colmo, no ha dejado a un hombre casado sin testear… Frunció el ceño. Por una vez, aléjate de los problemas. Richard Bayle, es un tipo serio y papá está tranquilo. No mete sus narices en nuestra empresa y está entretenido con algo que por una vez le gusta y Rob… Está por casarse.

Ella abrió los ojos, esta vez, la sorprendida era ella.

—Sí, como lo oyes. Ha encontrado una chica, buena persona, inteligente que le entiende y van a casarse pronto.

—Bueno, lo mío, son negocios. Richard Bayle es el escritor más popular entre las mujeres, es quien más entiende el mundo femenino. Ideal para Afrodita. Puedes decirle a papá que voy a ir por él. Su voz, transmitía determinación.

Pasaron quince días. Después de una turbulenta reunión en el despacho de Ian de Groot, Rob se había marchado furioso a nadar y desquitarse golpeando las olas, hasta caer agotado en la playa. La marea <<tiraba>> hacia adentro y el solo esfuerzo de contrariarla, había extenuado al hombre.

Desde lejos, divisó la casa de Adrianne. Claro que sabía que era de ella. Hacía casi un año que se había instalado allí y a veces la había entrevisto cuando corría al anochecer.

Pero esto de Richard Bayle, había que pararlo, como fuera.

—Golpeó la puerta trasera con furia. Estaba agotado y sentía frío.

—Aquí no tengo ropa seca —le dijo él, a modo de saludo.

—Pronto la tendrás, le dijo ella, tomándolo del cuello y arrastrándole hacia la sala.

—Estoy prometido y pronto voy a casarme —susurró él, con voz ronca.  Cualquier mujer, en tu lugar, mataría para que fuera de ella, le contestó mostrándole su alianza.

 Ella le dijo, imperativa: ni se te ocurra dejar a tu prometida. Eso, jamás.

Estás enferma ¿Lo sabes?

Sí, Lucy Taylor ya me lo ha dicho. Atrapó su boca y cerró la puerta detrás de ellos.