lunes, 2 de agosto de 2021

UN TURBULENTO PELO ROJO

 

 


Así de elusivo era cada sueño repetitivo de Catalina Lombroso, como si fuera un unicornio, sin que la mente, rellenara los faltantes de lo que olvidaba.

Lo que la perturbaba completamente, era el personaje que hacía unas tres semanas, se había apoderado de sus sueños, sin haberle visto jamás, y menos aún, entender las palabras que le dedicaba en un idioma desconocido.

La mujer trabajaba normalmente en una empresa de primera línea de medicina prepaga hacía varios años.

<<Es un rostro, más que nada —describía Catalina a su amiga Sara Fábregas.

<<Una cara cuadrada, casi geométrica —continuó el día que lo describió por única vez, piel pálida, algo…marcada, como si fueran cicatrices,  pómulos salientes, ojos pequeños y grises, casi oblicuos, eslavos, razonó posteriormente, cabello oscuro, hirsuto y largo, dientes blancos, parejos y sonrisa burlona. Alguien con cierto poder, que da órdenes, no sé, esto lo agrego ahora, reconoció. Yo era su centro de atención y se me acerca al oído para susurrarme vaya a saber qué, y allí es donde despierto, invariablemente>>.

<<Ese sueño, debe tener más componentes—continuó convencida y el día que lo recuerde, desaparecerá>>.

Sara quedó observándole, pensativa, hasta que al fin soltó: << ¿Tu abuela no es la que tiene el don de interpretar ese tipo de cosas? ¿No sería  una buena ocasión para llamarla y escuchar si tiene algo que decir?>>

<<No necesitarás ir a buscarle, aparecerá solo, cuando deba ser>>. Esa, había sido la lacónica respuesta de Riona, cuando dos semanas después, su nieta le llamó por teléfono.

Técnicamente, no era su abuela, pero así le llamaban todos en el clan.

Catalina suspiró cansada. La calidad de su sueño había cambiado desde la aparición de esas <<semi pesadillas>>. La voz que se acercaba a su oído era agradable, aunque no entendiera lo que decía.

Habiendo llegado al edificio de la empresa, dejó sus cosas sobre el escritorio y comenzó a quitarse el abrigo, Sara Fábregas, su primer conocida el día que entró a trabajar allí y actual mejor amiga, se acercó con evidentes signos de nerviosismo.

— ¡No sabes lo que ha pasado!

El corazón le dio un vuelco. Para variar, la situación económica era difícil, muy. Así que, como cualquiera de los últimos empleados contratados, vivía con las cajas preparadas para salir volando por la ventana con el despido en el bolsillo y una miseria de indemnización.

— ¿Qué pasa, ahora? Su voz salió medio quebrada. Justo acababa de mudarse a un departamento más grande, logrando salir del cajón de frutillas en el que vivía…

—Vendieron la empresa, Caty —susurra. Me dijo la jefa de facturación. Te acuerdas que es amiga de mi mamá —afirma.

— ¡Ay, mierda! ¿Y ahora qué va a pasar?

—No creo que nos digan enseguida. Recién nos estamos enterando.

— ¡Qué callado lo tenían! Maldijo en voz baja, llena de justa indignación. Apenas si he visto a los dueños en cinco años que llevo aquí —agregó, con voz apagada.

—No te has perdido nada —le contestó la otra con expresión preocupada.

—No, si no lo digo porque crea que son buenas personas —respondió. Lo digo porque ni siquiera darán la cara para echarnos, lo harán por telegrama, me imagino. Volvió a maldecir.

—Voy a seguir indagando por otros sectores a ver si saben algo más. Seguro que hacen un <<reordenamiento>>, los nuevos cabrones.

Suspira. Si la echaban, la prepaga que tenía, sería cortada o la tendría que tratar de mantener por su cuenta, con lo costosa que era. Su estómago era un nudo.

Toda la mañana, el sector donde trabajaba, estuvo en ascuas,  pendiente de las idas y venidas de los jefes de área, los caciques menores, sin obtener más que caras de póker.

—Parecen azafatas cuando el avión está en problemas —murmuró Sara desde el escritorio ubicado al lado de su cubículo. Al avión donde viajamos, se le acaba de caer un ala y siento que se pretende, que sigamos viendo películas, maldice. Cerca del mediodía, sus nervios estaban fallando y  se sentía tan nerviosa como Catalina.

La guardería donde dejaba Catalina a Olivia, su pequeña hija de dos años, pertenecía a la misma empresa y por esta razón, era sumamente accesible.

Ese empleo, fue como sacarse la lotería en cierto modo, así que, de pronto, llegar un día y encontrarse con que habían vendido la empresa, fue para su mundo, una hecatombe.

—Repercusiones nucleares, amiga —afirmó Sara, algo más tarde, dejándose caer en su silla frente al escritorio.

— ¿Qué? Caty levantó la cabeza. Recién se dio cuenta que había tenido los ojos fijos en la planilla de Excel sin ver nada desde hacía un buen rato.

—Nada, que es un hecho consumado. Lo hicieron el fin de semana. Vinieron el domingo, el nuevo dueño y su comitiva ¿Puedes creerlo? Parece que el vigilador de la planta baja lo comentó con otro y así… hasta llegar aquí, como el virus. De persona a persona.

— ¿Por qué guardar el secreto si tarde o temprano se terminará sabiendo?

—Perversión, amiga, pura perversión.

Pero, los entresijos de las negociaciones de venta, no habían sido nada sencillos y los anteriores dueños, recién ese día, podían respirar tranquilos de haberla concretado. No la habían tenido fácil con <<el escualo>>, como le llamaban al presidente de la actual corporación, Sigi Troynoy,  con la fama de ser esa clase de empresario super competitivo y despiadado, cuya fama de depredador en toda ley, le precedía.  Los anteriores dueños, fueron cediendo una a una, a las exigencias del magnate estepario, que hacía cinco años se había radicado en el país. El tipo, sabía ciertamente, cómo jugar sus cartas. Tenía un <<colchón>> de dinero enorme, capaz de soportar huelgas y ceses de actividades por tiempo ilimitado, todas las de ganar. Los sindicatos locales, no le asustaban y no pudiendo doblarle el brazo, tuvieron que terminar cediendo ante la inclemente voluntad de quien se sabe poderoso e intransigente, con experiencia previa suficiente y sobrada en tratar con duros de verdad. En su país, las mafias, no andaban con juegos o negociaciones. Su esposa había pagado con su vida, el precio de una, que había salido mal y Sigi, había decidido que sus dos pequeños hijos valían más que muchos millones de dólares que había perdido por el camino, con el traslado de su compañía y la absorción de la anterior. Un solo hombre no podía hacerle frente al crimen organizado, cuando su gobierno negociaba con ellos.

Así que, un día desembarcó en el país, no próspero ni mucho menos, con conflictos sociales de todo tipo, leyes flojas o funcionarios acomodaticios y pronto, se había ganado una reputación, recuperando casi todo lo que había perdido en su patria natal, excepto a su esposa Martina.

Sus hijos, de cuatro y tres años, concurrían a la guardería de la empresa cuando no estaban con la niñera; en lo que iba del mes, había cambiado cuatro de ellas. Los niños eran endemoniadamente traviesos y la enorme propiedad que había adquirido, rodeada por un parque inmenso, parecía un campo minado, perfecto escenario para sus travesuras. Las pobres mujeres, corrían todo el día, cayendo literalmente agotadas antes de llegar a la hora del baño, verdadera guerra campal que los chicos montaban cada anochecer en una carrera despareja entre tanta energía y la de los adultos, en declive.

 

Catalina, despertó a Olivia para servirle el desayuno y la  morruda pelirroja que era su hija, refunfuñó como cada mañana. Vestirla era un drama por que la niña pedía quedarse <<un ratito más>> en la cama y las negociaciones eran agotadoras. Tiene un apetito feroz, por lo que Catalina corría por la cocina, tratando que las tostadas no se quemaran, los cereales estuvieran en el cuenco y la leche tibia. Ella apenas tomaba una taza de café fuerte y ya estaban listas para salir.

Olivia, a sus dos años y medio, era dulce de corazón, pero de fiero aspecto, una niña aguerrida que pronto mostró sus dotes de liderazgo en la guardería de la empresa. Se había trabado en lucha con los varones mayores y gracias a su descomunal tamaño, defendía lo que ella entendía eran sus derechos, sin ser consciente de nada de todo esto. Cuando su madre quisiera acordar, estaría por ingresar a Jardín.

Esa semana era la cuarta vez que la citaban para quejarse de los puños de Olivia. No podía negar sus genes paternos. Kyle O’Sullivan. Meneó la cabeza, desechando la imagen de su salvaje primo y padre de la pequeña revoltosa, que, como jefe del clan, se había negado a acompañarla a Londres para establecerse, a pesar de estar al tanto de su embarazo.

—Ya no podemos seguir así, señora Lombroso  <<Vamos a tener que hacer una consulta con el gabinete psicológico>>, Lucy Raval, la encargada del lugar, la miró severamente, hasta hacerle sentir que quien ha hecho algo malo, había sido ella por ser una madre soltera e irresponsable.

La niña argumentaba que se había defendido y no había quien la convenciera de lo contrario. De reojo, Olivia, mientras se retiraba de la mano de su madre, torció la cabeza y le sacó la lengua a uno de los varones a los que había golpeado, quien le hacía burla.

— ¿Ves, mamá? Gonzalo empezó y ahora la mala soy yo.

—Pero Olivia, no puedes ir por la vida a los golpes, eso es para un caso extremo. Hoy puede ser un día clave en el trabajo, hija, y es posible que a mí también me echen.

— ¿Qué es un <<día clave>>?

—Después te explico. Ahora te quedarás callada, me acompañarás a mi oficina y dibujarás hasta la hora del almuerzo; después de comer, permanecerás en silencio, porque los jefes están muy enojados.

 Olivia lo pasó relativamente entretenida dibujando con fibras de colores todas las hojas usadas que su madre le dio. Después de un par de intentos de salir a explorar los cubículos vecinos, ella, la sentó en una silla a su lado, y le dijo susurrando: <<si me echan, no podremos comprar juguetes ni ir a la plaza, ni nada>>.

Olivia achicó sus ojos grises y sacó su mandíbula hacia afuera diciendo: <<que se atrevan.  Incendiaré todo esto y ya veremos>>.

Ella se quedó atónita.

— ¿De dónde has sacado eso? Un miedo atroz le recorría su interior.

—De una película que estabas mirando.

—Yo no miro esa clase de cosas —se defendió su madre.

—Te quedaste dormida y la miré yo, para contarte, si querías. Se llamaba algo así como “Guerra galáctica”.

—Es una película, Olivia, solo es una fantasía, para pasar el rato. No es verdad las historias que se cuentan.

—Pero yo vi cómo incendiaron todo con unas hermosas armas que escupían fuego. Me encantaría tener una así. Nadie se animaría a echarte.

Caty la miró y sus ojos se dulcificaron. Parecía una eternidad cuando la tuvo sobre su pecho, de recién nacida, saludable bebé de cuatro kilos, pelo escaso, de hebras rojizas y sin cejas y pestañas curiosamente espesas y negras, como su padre, piel tan blanca y sus puñitos de boxeadora. Ahora era una pequeña gladiadora que ponía en jaque a su madre y a las cuidadoras.

Había elegido excluir a Kyle de su crianza, él, había aceptado dejarla en manos de Catalina, cuando se enteró que iban a ser padres, así que ella, apretando los dientes, suspiró y sacando pecho se dispuso a luchar por ambas. Conocía a su primo, y sabía que, por mejor buena voluntad que pusiese, era un espíritu demasiado libre como para atarse a una hija, y consintió en que llevara el apellido materno aunque no perdería el contacto con ellas ni su apoyo económico, eso jamás. Eran familia.

Estaba terriblemente cansada. A la tarde, una hora antes del cierre, la recibirían en el gabinete con su hijita.

Sara había llevado al baño a Olivia un par de veces, mientras el jefe requería a Caty en su oficina. Las dos veces, su compañera volvió cargada con expedientes que había que actualizar.

— ¡Qué día! Suspiró exhausta.

Pero todavía faltaba la entrevista con la psicopedagoga. Olivia, desenvuelta describió el altercado de la media mañana, y la del día previo. No parecía intimidada y por el contrario, se sentía confiada en sus buenos motivos para darles un correctivo a los que, finalmente, resultaron ser tres compañeros de la guardería.

—Tal vez, te interesaría saber, Olivia, le indicó la especialista, que uno de los niños tiene casi tu misma edad. Recién aclaraste que eso era una cobardía.

Al parecer, lo de Gonzalo, había sido el segundo altercado de la mañana, lo que motivó que Olivia terminara en el cubículo de mamá.

—Pero estaban juntos en eso y eran más que yo, protestó, además, a las  mujeres no se les pega. Frunció el ceño, enrojeciendo.

La mujer parpadeó, escribió algo en su cuaderno de notas y Caty tragó saliva.

Una voz de hombre tronó el espacio en el pasillo y un gigante abrió la puerta, vociferando.

— ¿Se puede saber quién es la responsable de este lugar? Su voz ronca y grave, tuvo la virtud de poner blanca la piel, ya de por sí pálida de la especialista que carraspeó, incómoda.

—Perdón, señor… estamos en sesión con una mamá y…

—Pues que espere la mamá. Inspiró tomando aire: un día, un único y maldito día, me veo obligado a hacer uso de la guardería, porque la niñera nos dejó plantados y antes de dos horas, me notifican que han sido golpeados por una niña ¿Es eso lo que enseñan aquí?

—Perdón, señor, esta es una guardería, normalmente los modales se aprenden en casa y se practican en las escuelas y lugares como este. Le pido que hable con la señora Raval que es la encargada.

Por detrás de sus piernas, aparecieron dos caritas  que comenzaron a gritar pugnando por entrar y abalanzarse sobre Olivia, que se puso de pie como un resorte y se preparó para enfrentar a ambos niños.

— ¡Es ella, papá! Todo porque le gritamos <<tomate>> —dijo uno de ellos.

Catalina miró la cara del hombre y nunca le había visto. Por su actitud arrogante, supuso que sería personal jerárquico. Ahora, se confirmaría lo que temía: un sueño premonitorio, iba a ser despedida por el ser poderoso, de pelo negro con hebras grises y expresión cruel. Ella también se puso de pie y tomó a Olivia por los hombros, impidiendo que siguiera avanzando.

— ¿Ves, mamá? <<Ellos y Gonzalo empezaron y me gritaban <tomate> por mi pelo.  Déjame terminar lo que empecé>>.

Todos se quedaron mudos, mirando a la pequeña y regordeta niña que se echó hacia atrás los indómitos cabellos rizados, rojos, y frunció una pequeña nariz pecosa, resoplando, sus manitas, cerradas en forma de puño.

— ¡Basta, Olivia! Tal vez esto sea cosa que tratemos los adultos primero —afirmó Caty.

—Me parece bien, el hombre, parecía indignado. Tuve que interrumpir una reunión para bajar, porque al parecer, una pequeña energúmena decidió golpear a los varones, entre ellos a mis hijos.

—Convengamos que, si ellos comenzaron a burlarse, eso, señor, es bullying, cualquiera lo sabe —la voz de Catalina sonó tranquila, pero fría y cortante. El tipo no parecía ser de <<Contable>>, el sector más odiado de la empresa, donde los contadores, trajeados e inabordables no tenían fama de ser buenos compañeros.

—Ahora, la señora es la psicóloga del lugar —la burla sonó en la voz de él.

—No, señor, trabajo en Recursos Humanos, pero terminé la carrera de psicología, así que, estoy calificada para detectar la situación.

—Pues debería enseñar a su hija que no puede ir por la vida repartiendo golpes, licenciada. Su tono burlón, pareció sacudir fibras dormidas de la madre de Olivia.

—Bueno, deberíamos aprender modales todos. Interrumpir e irrumpir a los gritos en una guardería infantil es de energúmeno, señor. Los bebés necesitan dormir y este es un ambiente de trabajo para estas personas. Los niños pueden ponerse difíciles y hay que emplearse a fondo a veces, para contener la ira. Hay buenos talleres para eso. Catalina sonaba tranquila y se sentía dueña de la situación. El cuerpo de su hija se había relajado, los hombros estaban bajos y había abierto sus manos. Los otros dos niños, habían perdido interés por la conversación entre ellos y estaban corriendo por el pasillo, ajenos a todo.

La psicopedagoga, seguía sentada pacientemente, esperando que ambos adultos, se avinieran a dialogar. No podía pretenderse mucho de los niños, cuando los padres parecían salidos de la serie <<Vikingos>>.

—Les propongo que, estando más tranquilos, se sienten y reflexionemos sobre lo que acaba de pasar aquí ¿Les parece?

—No tengo más tiempo, Licenciada —afirmó él. Usted disculpe mi exabrupto y usted también, señora…  

Catalina no dio su nombre. Las alarmas, habían comenzado a sonar. Observó el traje del hombre, impecable corte, sus puños de la camisa con gemelos, claramente, era del noveno piso para arriba. Los tres  últimos niveles, estaban destinados al personal jerárquico. Por alguna extraña razón, sus hijos, habían concurrido esa mañana a la guardería, cosa que normalmente no ocurría con esta clase de personal y ahora que reflexionaba, había mencionado a la niñera. Además, hablaba el inglés con marcado acento. Bueno, la cosa estaba yendo cada vez peor.

—Ahora que nos hemos tranquilizado, podría agendar una reunión, si les parece para ver cómo es la interacción entre los niños, y quedarnos tranquilos si es algo aislado, la psicopedagoga, miró a ambos.

—Lo de Gonzalo, tal vez viene sucediendo desde hace unos días y ahora que lo pienso, él, tal vez ha estado llamándole de esa manera, a espaldas nuestras y los dos niños tal vez se hayan sumado, y eso fue la gota que colmó el vaso de mi hija—Catalina reflexionó como para sí misma.

—Ahora, resulta que la colorada es la víctima —se indignó el padre.

Catalina, se abalanzó sobre él propinándole una sonora bofetada que dejó al hombrón atónito parpadeando, mudo.

— ¡No se pregunte a quién salen los dos niños! Murmuró con los dientes apretados.

—Por favor, señor Troynoy, evite calificar a la niña, es discriminarla—la psicopedagoga manifestaba cierta irritación contenida. Justo, el nuevo dueño de la empresa, un día, uno solo, tuvo que recurrir a ellos y ya se había montado aquel circo. Se pasó la mano por el cabello.

—Señora Lombroso, por favor. Terminamos de hablar de diálogo, los niños nos miran, recordó la conocida frase y le dirigió una suplicante mirada.

Caty se había sentado y sostenía a su hija que, ante la gritería, se había asomado por la puerta.

Demasiado ocupados en pelearse, no notaron que, al rato, ella se había puesto a jugar con ambos hermanos corriendo por el pasillo y escondiéndose, presa de risas nerviosas, aprovechando que casi todo el mundo se había marchado.

La joven se acercó a Troynoy.

—Le pido disculpas por mi reacción. Lo siento. No podemos pretender que ellos se controlen, si nosotros, nos dejamos llevar.

—Yo también debo hacerlo. No puedo llamar como un mote, como acabo de hacerlo a un niño por el color de su pelo. Me siento avergonzado.

—Bueno, si desean, podemos arreglar una entrevista — reiteró la psicopedagoga, deseosa de dar por terminada la reunión.

Finalmente, las cosas parecían haberse encauzado.

—Sería bueno que cada uno hable esta noche con los niños y traten de hacerles entender lo que ha sucedido esta tarde, en este ámbito.

Ambos accedieron y el señor Troynoy, llamó a sus hijos y estos volaron a pararse a su lado, marchándose, luego de saludar brevemente.

Catalina, se demoró adrede, esperando que los tres abordaran el ascensor. Abrigó a la niña y dando las gracias a la mujer, se retiraron poco después.

En casa, se desplomó sobre el sillón del exiguo salón.

Mañana, el episodio, habría trascendido los límites de la guardería y sería el hazmerreír del sector de contable, donde ese presuntuoso, seguro era jefe de sección o algo parecido. Por los nervios, se había olvidado de preguntar quién demonios era aquel arrogante.

Nerviosa, echó sus rojos cabellos hacia atrás. Ahora, con nuevos dueños, sería la excusa perfecta para dejarla en la calle.

Parecía mentira que, después de cinco años en la empresa, no conociera a la mayoría de los más de trecientos empleados que trabajaban en el edificio, pero ella era de las que llegaba y se ponía a trabajar y solo había hecho amistad con Sara Fábregas, otra paria como ella.

Pensó en Olivia. Tal vez, necesitara la asistencia de alguien que pudiera con el genio de la niña. Ellas dos, eran como dos gotas de agua, eso era innegable. Por lo menos por fuera. El carácter de Catalina era casi más volcánico que el de su hija, y no había psicólogo que hubiera podido con eso. Sencillamente, la mentira, la injusticia, le sublevaban y perdía el control. Como lo había hecho esa tarde cuando el imbécil había dicho <<la colorada>> a su hija, en tono despectivo. Pero, ella, sin dudarlo, llevaba todas las de perder. Ya se sabía, que los números siempre ganaban las batallas. El resto, lo que tenía que ver con lo humano, venía muy atrás en la fila. Así que, mentalmente, se dispuso a ser informada que estaba fuera en la próxima reorganización de la empresa. Suspirando, se incorporó y marchó hacia su computadora, un viejo modelo pero indestructible, para comenzar a reorganizar y actualizar su currículum. Para colmo, la economía, una vez más, patas arriba, y la pandemia había sido la excusa perfecta para justificar la ineptitud de un gobierno detrás de otro, después de varios años de convivir con el nuevo virus, las cosas recién comenzaban a acomodarse apenas. Un planeta dado vueltas, reflexionó mientras tecleaba, actualizando sus datos, su nueva dirección, por lo pronto.

En cuanto a referencias… Dudaba que fuera sencillo obtenerlas, por más que se hubiera esmerado todos estos años.

Se encaminó al cuarto de Olivia y la observó ocupada como estaba con su casita de las muñecas. Allí se le notaba feliz, en su mundo. Tal vez, eso fuera lo que la niña valorara realmente, un espacio para jugar tranquila sin acosos, sin bullying, donde pudiera dejar salir toda la fantasía que acumulaba en su pequeña cabeza de casi tres años.

 

El hombre pensaba que se había comportado como un imbécil. Faltarle el respeto a la especialista, a la desubicada mujer de pelo rojo igual al de la pequeña salvaje, sin guardar las formas, dejándose llevar por su instinto de defender a sus hijos… había sido cuando menos, poco hábil.

La cosa, podría haber ido por otros carriles más civilizados, armarse de paciencia de la que carecía, y escuchar antes de actuar como un Neandertal ¿Ese era el ejemplo que quería que tuvieran sus hijos? La cosa no podría haber ido peor, cuando supo, esa mañana, al solicitar el expediente de la empleada, que Catalina Lombroso, era madre soltera y dependía de su salario para sobrevivir. No temía si la mujer ponía una queja a través del sindicato. Pero, desde que Martina había muerto, se había prometido que la lucha por más dinero y poder tendría un límite. No iba a avanzar sobre la más débil de los dos. Después de todo, sus hijos, aparentemente, eran los que habían comenzado apodando <<tomate>> a la pequeña. Sonrió al recordar la expresión de la furia reflejada en la pecosa carita y sus ojos grises, los de la madre, devorándolo todo. Allí supo que, si ella, no importándole quién era él, no había dudado en golpearlo, sería un elemento valioso en el nuevo personal que estaba reclutando dentro de los miembros de la empresa.

Necesitaba gente como ella, nada de felpudos obsecuentes o torneadas caderas listas para saltar a las camas de los CEOS para hacer carrera o ascender en el escalafón. Estaba harto del viejo orden. Los pechos y las caderas, tendrían que hacer fila igual que el resto. Aunque, a pesar que la madre de la niña estaba cubierta con un impermeable, le pareció atisbar y comprobar que sus atributos no eran pocos. Pero, debería entrevistarla y tantear el terreno. Normalmente, lo hubiera dejado en manos de su personal, especializado en elegir de acuerdo a un perfil determinado, pero después de haber sido golpeado por ella, debería enfrentar a la mujer personalmente y comprobar ciertas pautas. Tampoco contrataría a una <<dominatrix>>, de eso estaba seguro. Era consciente que la empresa, esa mañana, sería un hervidero de chismes y que debería evitar temer que su debilidad quedara expuesta al permitir ser golpeado, sin ponerla de patitas en la calle. Y antes bien, la promovería, solo si el perfil encajaba, aunque quería evitar, por otro lado, que la falta de respeto fuera moneda corriente en su empresa. Ese era el delicado equilibrio por el que le gustaba moverse, templando su cerebro en decisiones riesgosas. Catalina Lombroso, era una de ellas. Como Psicóloga y persona ¿O al revés? Ella debería saber que se había excedido y esa mañana él comprobaría hasta dónde estaba dispuesta a llegar si la ponía entre la espada y la pared, poniendo en juego, en principio, la parodia de un despido inminente. Sonrió con anticipación ante el gesto de pavor, que imaginó, ella pondría al saberse próxima a la puerta de salida. No tendría que echar más que un vistazo a la expresión compungida de su rostro que, seguramente tendría, las ojeras propias del insomnio por la preocupación y se deleitó de antemano. Era inútil, todavía le quedaban vestigios de su antigua personalidad, cuando disfrutaba infundiendo pavor en la gente y saboreando por anticipado el olor a la sangre, de allí su apodo, el brillo de sus ojos azules hielo, ante la perspectiva de una mujercita temblorosa, vestida algo más sexy, para tratar de ablandarle o endurecerle, según se viera. Sonrió con ese rictus fugaz, que a veces cruzaba sus facciones, recordando que era o había sido, en todo caso, un tipo cruel, hasta que derribaron a quién amaba. Le daría el tiempo suficiente para enterarse a quién había abofeteado. Eso, la tendría en ascuas toda la mañana y cuando por fin, fuera citada a su despacho, la tendría hecha un guiñapo, una criatura temblorosa y arrepentida, dispuesta a disculparse hasta de la lluvia que seguía cayendo y accedería a aceptar cualquier puesto que le ofreciera. Volvió a sonreír, con expresión malévola.

Por suerte, había logrado contratar una nueva niñera. Una mujer cercana a los cincuenta años, seria y experimentada en su trato con niños, y que parecía necesitar mucho el empleo. Ese era el secreto. La necesidad ajena por el dinero. Contaba con eso.

La noche anterior, había hablado con ambos de lo sucedido y les había instruido acerca de lo que pasaría si volvían a meterse con la niña pelirroja. Se quedarían un mes sin juegos, sin televisor, sin computadora, sin ir al club a futbol, ni a nadar los ´sábados a la tarde.

Ellos, sabían por experiencia, que su padre, siempre cumplía las promesas. No eran amenazas simplemente, eran algo más, les explicó. Era un pacto entre hombres y ellos, los hombres, siempre cumplían con sus compromisos. Jamás se volverían a meter con ninguna niña, para golpearla, empujarla o burlarse de ella. Si uno de ellos, o ambos, trasgredían la palabra empeñada, ese verano, no pisarían la estepa ni la yurta de los abuelos. Eso, significaba no montar en pelo los numerosos caballos de aquellos, ni saborear sus comidas ni dormir bajo las estrellas, mientras el viento azotaba las paredes de las carpas, ni los galopes infinitos con esa sensación de vértigo en el estómago, ni acechar alguna cueva que albergara a una osa con su cría de la que había que cuidarse para evitar que detectara su presencia y los atacara, ni zambullirse en las aguas heladas de los arroyos, ni todos los demás placeres propios de la vida salvaje que tanto amaban los tres.

Esa mañana, Sara, más que solícita, le había esperado con café y no había parado, hasta que Catalina le describió el incidente con pelos y señales, el que todo el mundo en el edificio conocía. Esta última se enteró a primera hora que no era ningún jerárquico de Contable al que había abofeteado. Tan luego al presidente del Holding, dueño de la empresa absorbida. Eso, al principio le dejó pasmada. Luego, se rehízo. Estaba preparada desde que se enteró de la venta, que, ser puesta en la calle, era una opción. Había dejado en claro su postura, y había puesto al engreído en su sitio, y eso nadie en su sano juicio, se lo dejaría pasar, por muy buenas razones que tuviera. Lo importante era aleccionar a su hija que no debía dejarse avasallar por nadie. Así que, la tarde anterior, no había creído necesario hablar sobre lo sucedido, a menos que la niña así lo expresara, pero Olivia, parecía haber desterrado el incidente a cierto sitio, donde como en un baúl, alojaba las cosas que no merecían su atención inmediata. Por un momento, no pudo evitar envidiar a su hija ¡Quién pudiera hacer borrón y cuenta nueva y que las cosas continuaran como hasta ahora!

Cerca de las dos de la tarde, después de la hora del almuerzo, Catalina fue citada, al último piso.

—No va a perder su valioso tiempo en echarte —razonó su amiga Sara. Cada segundo factura millones —agregó sardónica.

Me dijo la Sra. Broke, que el jefe de la oficina de  personal, también será  de la partida, así que, me destriparán juntos,  como en manada —afirmó Caty. Había esperado que eso pasara ni bien llegara y que sucediera recién a esa hora, es lo que no tenía sentido. A menos que, el señor Troynoy, especulara con que ella juntaría suficiente adrenalina para cometer alguna torpeza que le diera la excusa justa para despedirle, por si lo sucedido en la guardería no fuera suficiente. Conocía a Tomás Fígaro, apenas ingresar. El sindicalista era un tipo duro, con edad para ser su padre y, por alguna razón, ella le había caído bien, o por su circunstancia personal. Claro que estaría enterado, a esta hora, del escandaloso episodio.

Trató de componer una actitud seria, pero no temerosa, aunque su corazón galopara a su antojo, mientras, el ascensor, subía a la velocidad del rayo, se le antojó, hasta el último piso, donde se hallaban los verdaderos leones, los que se alimentaban de su sangre y esfuerzo diario a cambio de un sueldo, lo pactado, seguro, pero calculado para marcar la diferencia del nivel de vida de ellos, los poderosos y los esclavos modernos,

Todavía resonaban en sus oídos la palabra de <<colorada>>, de manera despectiva, arrojada con la puntería de una pedrada en su cara y en la de su hija, por la boca de labios finos y rictus cruel del que ahora, sabía era el dueño y señor de todo lo que por allí se movía y respiraba.

Pasó a la sala de espera, donde el enorme escritorio de la señora Broke, parecía construido antes que el resto del edificio. Como si las paredes hubieran sido levantadas después que el vetusto y carísimo mueble estuviera asentado sobre sus macizas patas de bronce.

—Siéntese, por favor. El señor Troynoy está reunido con el señor Cantero y ya le recibe.

Joaquín Cantero era el jefe de la oficina de Personal.

Ella, se cruzó de piernas. Ese día, sospechando que sería el último, se había puesto pantalones y botas de taco bajo para poder cargar con los efectos personales de su escritorio, Olivia y su bolsa de la guardería. Una remera básica completaba el sencillo atuendo.

Al rato, la señora Broke levantó el auricular y escuchó en silencio.

—Puede pasar, señora Lombroso.

Catalina, descruzó las piernas y se levantó lentamente, dirigiéndose con paso seguro a la puerta de madera maciza y doble hoja.

El despacho de Troynoy, era inmenso. Carecía de paredes, literalmente vidrios por todo el perímetro, apenas había un muro a un costado, donde había un par de puertas y la de salida. El resto, daba a la ciudad que se erguía a sus pies. El piso recubierto de porcelanato brillante de color humo, se perdía hasta encontrarse con una alfombra en tono tabaco debajo del escritorio de acero mate, detrás del que se sentaba Sigi Troynoy. A un costado, en una silla de cuero con posa brazos, estaba Cantero.

—Pase, señora Lombroso— La voz de Troynoy carecía de entonación y  de emoción alguna.

El saco del traje gris antracita estaba colgado en el respaldo de su sillón, como si fuera un oficinista. Se hallaba en mangas de camisa blanca, arremangada y un chaleco del traje cerrado adelante le daba un aspecto imponente de alguien que, además de guapo, parecía estar muy atareado. Con un gesto le indicó la silla opuesta a la de Cantero que la saludó con una inclinación de cabeza.

—Seguro debe preguntarse por qué intervengo personalmente en este trámite —la miró fijamente sin pestañear.

—Claro, es un misterio, señor. La voz de ella, sonó clara y tranquila. Normalmente alcanza y sobra con la participación del señor Cantero.

—Le dije —Troynoy miró a Cantero. Ambos sabían a qué se refería, menos ella, que había sido sincera. No entendía por qué intervenía el presidente del holding para despedir a una empleada, así el incidente le hubiera tenido de protagonista.

—En contra de lo que debe haberle quitado el sueño, no está aquí para ser despedida. La voz algo ronca y grave de él, la tomó desprevenida.

Ella abrió sus ojos grises y serenos, le taladraron por un instante. No le daría el gusto de admitir que no había pegado ninguno de ellos, la noche antes. Se había maquillado más cuidadosamente para disimular cualquier rastro de insomnio. No le daría ese placer.

—Me sorprende que le preocupe mi ritmo de sueño, la verdad.

Se sostenía porque la razón le asistía, independientemente del poder que tuviera su interlocutor. Ella, mejor dicho su hija, había sido víctima de bullying, y eso no debía perderlo de vista. Había que ver, cuando recurriera a Tomás Fígaro, qué opinaría que una de las empleadas y su pequeña hija hubieran sido sometidas a abuso verbal por parte de <<la patronal>>.

Echó hacia atrás sus rebeldes mechones de pelo rojo, que ese día de lluvia, parecían cargados de electricidad. Esperó en silencio, el curso de la conversación.

—Como sabrá y pronto lo haremos extensivo al resto del personal, la empresa y mi compañía, se han fusionado, por decirlo de esta manera y, mi forma de encarar los negocios, así como la dinámica interna entre mis empleados, son bastante diferentes a lo que conocen. De modo tal, que, estoy reclutando personal, dentro del que está en funciones, para reorganizar la empresa. Los que no se adapten a estos nuevos tiempos …  se encogió ligeramente los hombros.

—Por lo que he podido ver ayer, me refiero a su desempeño y a sus argumentos, así como sus antecedentes académicos, me han persuadido para que sea transferida, al área de Relaciones Públicas.

Los ojos de Catalina, se abrieron grandes, por un segundo, hasta retomar el control.

—Perdón, pero si algo perdí ayer, señor Troynoy, fue la capacidad de hacer relaciones públicas, así la razón estuviera de mi parte. Esto último, había que volver a aclararlo.

El aludido sonrió torcidamente.

—Está claro que no espero que se desempeñe a las bofetadas, imagino que no será frecuente su reacción en ese sentido. La entrevista psicológica no describe un comportamiento agresivo por su parte. Por eso, he decidido apostar por usted en su nueva función. El sueldo será ligeramente superior al que percibe en la actualidad.

—Si me permite, señor Troynoy, quiero ser completamente sincera con usted, a pesar de las repercusiones que pueda acarrearme.

Él alzo una ceja, extrañado, clavando sus ojos azules en su cara, de piel pálida con pecas, aguardando.

Le hizo un gesto para que continuara.

—Tiene mi palabra que no tomaré represalias contra lo que diga.

— ¿Esto, por casualidad, tiene que ver con la trascendencia de un caso de bullying ante una eventual queja por mi parte en la sede del sindicato?

— ¿Quiere decir que puedo estar preocupado por tener problemas legales ante la demanda por bullying de una empleada con el apoyo del sindicato? ¿Es eso? ¿Cree que este ascenso es para acallarla?

—Eso sería, sí. Reconozca que justo al día siguiente del altercado, usted me promueve y me da qué pensar.

Sigi Troynoy, rió con ganas.

—Esta mañana, ni bien llegué, me comuniqué con el señor Fígaro y le puse en autos de lo que sucedió ayer. Lamento que se entere por mí, pero, él lo ve como una pelea de tránsito entre dos padres alterados y preocupados por el bienestar de sus hijos, solo que el ámbito fue laboral y no callejero. Además con mis disculpas y nuestro compromiso de reunirnos con la psicopedagoga, son  más que suficientes como para salvar la situación, a menos que usted sea de otra opinión.

Catalina, se hundió en la silla. Sinceramente, esperaba algo más de Fígaro. Pero, este hombre que tenía enfrente, conocía los hilos del oficio. No por nada estaba donde estaba y era dueño de un imperio a nivel internacional. Más le valía no seguir tentando a su suerte y decidió aceptar el acuerdo, la promoción o lo que fuere.

—Bueno, siendo así, acepto la prueba. Espero estar a la altura y le aclaro que me gustaría que se me explicara lo que se espera de mí.

—Seguro. Ahora se hará el traslado ante la oficina de Cantero y luego, la señorita Fiona Duval, se encargará de instruirla.

Le tendió la mano y dio por terminada la conversación por el momento.

Salió, sintiéndose, algo aturdida, siguiendo por el pasillo a Joaquín Cantero hasta el sector de Personal. Si había esperado que el gremialista se extendiera en explicaciones, se quedaría con las ganas y sospechó que ese había sido parte de algún acuerdo previo entre ambos hombres. No trataría de sonsacar más información, al menos por el momento. Tomaría lo que se le ofreciera y debía sentirse aliviada por ello.

Allí se confeccionaron las fichas correspondientes y luego un golpe en la puerta y una cabeza rubia, se asomó a la oficina de Cantero.

Una mujer alta y muy atractiva, sonrió, presentándose, una vez que hubo entrado, como Fiona Duval.

Unos stilettos y una falda tubo ponían de relieve la silueta formidable de la mujer que, se contoneaba a su lado, guiándola hasta su propia oficina. Tenía cierto aire de propietaria del lugar. Señaló una puerta, frente a la que se detuvieron y la hizo sentar en una silla con un pupitre adosado, para tomar notas. Le entregó un block y un bolígrafo, para comenzar de inmediato, a instruirla acerca de lo que se esperaba de ella cuando se hiciera cargo de sus futuras funciones el próximo lunes.

—Sigi me ha comunicado, que puede encajar con el perfil que buscamos —su voz sensual y de tono bajo hacía que uno tuviera que inclinarse hacia adelante para poder escucharle. Su perfume era dulzón y, la envolvía con sutileza.

Después de varios segundos, Catalina, cayó en la cuenta que el tal <<Sigi>> era el señor Troynoy. Gran confianza debería haber cuando una empleada le llamaba por su nombre de pila. Seguramente, eran amantes, sospechó la pelirroja. Pero, eso a ella, le tenía sin cuidado, aunque sin saber por qué, la rubia le cayó mal de entrada. En realidad, no aprobaba que las mujeres echaran mano a sus atributos, para escalar o mantener en vilo a los compañeros del sexo opuesto. Después reparó en su atuendo de <<personal despedido>> y se sintió como un ratón deslucido. Normalmente vestía con corrección, pulcritud y sin esconder sus atractivos, aunque, sin ofrecerlos como una res en el gancho, se decía.

Así que, durante lo que quedaba de la tarde, Caty fue toda oídos. Le quedaba más que claro que respondería a su jefa inmediata, la voluptuosa Fiona Duval. Genial.  Solo quedaba por ver, quiénes serían de la partida. Dudaba de poseer cualidades de una <<relaciones públicas>>, pero, también, estaba convencida que Sigi Troynoy, no estaría designándola para esa tarea, solo para evitar su queja ante el sindicato. Tal vez, nunca le quedara claro. La tarde anterior, no había hecho gala de mucho tacto con la psicopedagoga y mucho menos con él, a quien había dado la única bofetada que tal vez, alguien le hubiera dado en su vida.

Miró la hora, ansiosa. La guardería estaba por cerrar y ella tendría que bajar los diez pisos, esperando varios ascensores para poder entrar, y pasar antes por su cubículo a buscar sus cosas, a menos que, llamara a Sara y le pidiera que ella le esperara con ellas en planta baja así no perdía más tiempo.

— ¿Estás muy apurada, Catalina? La voz gatuna de la rubia, le sacó de sus cavilaciones.

—Están por cerrar la guardería, Fiona. Debo pasar a retirar a mi hija.

—Ah, tu hija… lo dijo como si le acabara de confesar que tenía sarna.

Una mujer insufrible. Evidentemente, esta era la represalia de Troynoy, de eso, estaba segura. El muy maldito no la había echado, pero la había puesto bajo el taco del stiletto de su amante. Maldijo para sus adentros.

—Bueno, por unos días tendrás que avisarles que vas a demorarte un poco en retirarla, porque el señor Troynoy, está apurado por lanzar una campaña agresiva de reclutamiento de nuevos afiliados, además que necesitamos que los planes de salud, se eleven al siguiente más caro. Ya sabes, los dueños anteriores, fueron bastante descuidados al respecto.

Eso no tenía que ver con una <<relacionista pública>>, se dijo Catalina, pero, fiel a su intención, no discutiría los alcances de su nuevo cargo.

Mientras llamaba a Sara y volaba hacia el ascensor, pensaba cómo mierda harían para incrementar el número de afiliados, cuando la crisis imperante, estaba produciendo un éxodo masivo de los mismos en la mayoría de las empresas de medicina pre paga, debido, principalmente, al incremento periódico de la cuota, amén del co-pago, cada vez más elevado, abonable en cada consulta y práctica y que había aumentado su valor en más de un cuarenta por ciento en este último año. Resopló frustrada. Eso, sin contar con las dificultades para comunicarse vía telefónica con la sede central, que había puesto de manifiesto la dichosa pandemia. La odiosa grabación repitiendo incansablemente <<en este momento, todos nuestros operadores se encuentran ocupados, un momento por favor>>, esto podía repetirse indefinidamente. Evidentemente, había mucho para mejorar en su relación con el público, y dudaba tener la varita mágica para revertir eso.

Cuando llegó a la planta baja, había dejado pasar cinco ascensores atestados, y Sara estaba bastante inquieta.

—Discúlpame, Sara. La perra de Fiona me ha tenido hasta después de hora y ya sabes cómo se ponen todos cuando llega la hora de la salida.

—No me voy de aquí hasta que no me cuentes. Mi novio, hoy tiene guardia y tengo tiempo. Estaba nerviosa pensando cómo te habría ido con el super jefe. Yo, además, hice los deberes y tengo los avances de la venta.

—Entonces, acompáñame  a buscar a Olivia, pidió su amiga.

Bajaron un piso hasta el subsuelo, al amplio espacio destinado para tal fin, que daba a un espacioso jardín interior cubierto por un techo de vidrio, situado en la parte posterior del edificio.

Sola y sentada en el pasto húmedo, hamacando la bolsa hacia los lados, Olivia esperaba a su madre. Se la veía tan pequeña al lado de las moles de edificios que le rodeaban, que a Caty se le partió el alma.

— ¿Te dejaron sola? Miró hacia todas partes.

—No, Lucy está adentro y sale de vez en cuando para ver que esté bien. Se la escuchaba tranquila y sin apuro. Una virtud de la niña, la paciencia, que era la responsable que jamás hiciera pataletas o berrinches. No se resignaba, pero, sabiamente, sabía esperar su momento.

—Tengo que hablar con ella, un ratito ¿Puedes quedarte aquí antes de irnos a casa?

—Sí, además está Sara. Le voy a pedir que para que no se aburra, me haga la trenza que se me deshizo.

—Tranquila —sonrió Sara. Haremos aquí, un salón de peinados, no te preocupes.

Olivia, abrió la bolsa y sacó un peine y se lo dio. Se sentaron en unas sillas de hierro al lado de una mesita del mismo material y Sara haciéndole un gesto a Caty, se dispuso a hacerle la trenza a la niña.

Catalina entró a buscar a Lucy para pedirle unos días para poder retirar algo más tarde a su hija. Pondría el nombre de Fiona por medio, y pensó que eso bastaría.

En el jardín, Sara se encontró con una mata de pelo rojo  plagado de rulos y nudos que le hicieron imposible avanzar con el peine.

— ¡Ay, diablita! No dijiste nada que hay que levantarse una hora antes todos los días para peinarte solamente.

Olivia, emitió una risita pícara.

—Mamá lo hace para peinar el suyo y cuando llega mi turno, me hace un par de colitas y eso es todo.

—Bueno, ya sé qué voy a regalarte para tu cumpleaños —prometió Sara. Una planchita y un frasco gigante de desenredante.

— ¿De verdad? Olivia parecía entusiasmada ante la perspectiva. A sus años, ya era coqueta ¡Lo que le esperaba a Catalina!

A esta, en el interín, no le estaba resultando nada fácil tratar con Lucy Raval. La mujer, temía que una excepción, se transformara en una constante generalizada y pronto, todo el personal, prolongaría el horario de la guardería por órdenes de cualquiera. En este caso, así fuera la misma Fiona Duval, la novia de Troynoy.

La mujer, había desembarcado un mes antes que él, y nadie sospechó que era parte del nuevo staff de quien sería el comprador. Ahora, estaba a la vista.

Así que, se negó en redondo y propuso, que se aprovechara el tiempo de trabajo para llegar a los resultados a los que Fiona aspiraba. Si Catalina, en este caso, necesitaba tiempo extra de entrenamiento, peor para ella. Se tendría que llevar trabajo a casa. Fue irreductible y Caty abandonó su oficina, sin argumentar más nada. En su interior, admitía que Lucy tenía razón. No podía hacer excepciones; las empleadas de las guarderías, también tenían familia y necesitaban hacer uso de su tiempo, tanto como ella.

Cuando volvió con Sara y su hija, les describió la índole de su conversación y el vano intento. Ya le informaría a Fiona al día siguiente. Mientras tanto, en su casa, repasaría los apuntes que había tomado esa tarde y pensaría estrategias para llevar a cabo los planes de la rubia. No terminaba de cerrarle que una <<relaciones públicas>>, fuera alguien más cercano a los creativos del departamento de publicidad. Tal vez, fuera esa mezcla a lo que Troynoy se refería, cuando hablaba de modelos pocos convencionales.

Por el camino, rumbo a su casa, Sara les acompañó. Quedaron en cenar en casa de Caty, mientras ponía al día a su amiga de las nuevas funciones que debería asumir el lunes próximo y los cambios que venían, de la mano, de una venta aún no confirmada.

—Bueno, hace un par de horas, recibimos un memo, donde se  convoca al salón de convenciones a los jefes de área para que luego bajen la información a la tropa, de que hemos sido oficialmente vendidos. Se hará una presentación del presidente de la empresa y parte de su nuevo directorio. El resto del mismo queda, porque, aparentemente irán haciendo un trasbordo paulatino. Hay ciertos pendientes, parece, por los que Troynoy, quiere que los antiguos dueños permanezcan todavía sentándose en el directorio. Willi de publicidad, me dijo que parece que han dejado una deuda que Troynoy insistió que saldaran ellos. Lo poco que trascendió es que él compra empresas con dificultades, las sanea, las pone en valor y las vende por mucho más valor, pero, en este caso, se ha encaprichado que no iba a comprar la deuda y que deberán sanearla los viejos dueños. No sé, parece algo personal.

— ¿Por qué dices eso?

—Por algo que me dijo Marisa, la de Marketing. Hay una parienta de Troynoy que estaría casada con uno de los anteriores dueños y ella con su patrimonio, respaldó las piruetas financieras del marido y como es familia, el Jefe, no se lo perdona al marido y le hizo firmar esa cláusula. Este fin de semana, al parecer, envió a sus abogados a la casa, y el tipo tuvo que firmar unos compromisos. No recibirá un centavo de la venta, hasta que no salde la deuda, restituyendo el patrimonio de su mujer.

—Eso es lealtad.

Catalina, a su pesar, se confesó que eso le gustaba. Sentirse amparada, debía ser una sensación incomparable y desconocida para ella.

—Bueno, y ahora, cuéntame qué tal te fue, y cuántos golpes has dado esta tarde —bromeó Sara.

Olivia, en brazos de su madre, llegó dormida a casa. Era casi la hora en que le daba de cenar después del baño y la pequeña acusaba el cansancio del madrugón.

—Termino de alistar a Olivia y te cuento —prometió Caty.

Bañó a la pequeña, le lavó la enmarañada cabellera, le puso desenredante y la peinó, antes de ponerle el pijama.

—Sara me ha prometido una planchita y un desenredante para mi cumpleaños —dijo la niña.

Caty no dijo nada. La cargó en brazos, y la llevó a la cocina donde sacó la cena de su hija, lista para calentar que tenía preparada en un recipiente hermético y se sentó acompañándola mientras esta comía con ganas.

Luego la acompañó al baño donde la niña cepilló sus dientes, saludó a Sara y se metió en la cama. Esa noche, no habría cuento.

Catalina, sacó dos copas y una botella de vino, mientras calentaba la cena para ambas, y se dispuso a contarle a su amiga su curiosa entrevista.

Cuando terminó el relato, Sara, observó los ojos de Caty, ahora, ya algo más tranquila, refulgían en su mejor estilo <<bruja>>, como ella bromeaba siempre. Lo atribuía a algún ancestro irlandés que habría metido la cola, u otra cosa entre los muslos de su abuela italiana.

—Pues ha tenido una curiosa manera de retribuirte, amiga. Nada menos que a las órdenes de su novia. Todos saben el hambre de poder que tiene la maldita de Duval. Esa sí que es una bruja, y de las peores. No le des motivos de celos, porque hará de tu vida de por sí nada sencilla, un verdadero infierno. Tiene ascendente sobre Troynoy y el muy capullo, le ha dado carta blanca en ciertos asuntos, que  considera <<domésticos>> y se mantiene apartado de los comentarios del personal. Sabiendo cómo es ella, le ha dado una mísera cuota de poder para tenerla entretenida y de paso que sea útil en algo, que sino, debería ocuparse él, aunque fuera de refilón. Ella, en su territorio, está en su salsa. Hace y deshace a su antojo, aunque es capaz en lo suyo. Tiene olfato.

— ¿Cómo es que sabes tanto de alguien que acaba de desembarcar hace menos de dos meses?

—Fue compañera de universidad de Adam, mi hermano del medio y ya se perfilaba como la maldita arpía que es en la actualidad. Estas cosas no se improvisan, Caty. Hay que nacer con las ansias y el hambre del depredador y para esta trepa, Sigi Troynoy, es el candidato que puede proporcionarle lo que ambiciona.

 Catalina tragó saliva. Se sentía muy cansada. Necesitaba dormir y levantarse un día, siquiera uno, al mediodía sin tener nada en qué pensar. Pero, en vez de eso, se dispuso a ordenar el pequeño piso.

Pasaron un par de semanas, sin incidentes. Para sorpresa de Fiona, Catalina, resultó una asistente brillante, independiente, sin ser temeraria, la consultaba con una mirada neutra, carente de emoción, y parecía sentirse cómoda, planificando estrategias con los del departamento de Marketing y últimamente, le había presentado una lista de falencias, de cara a los afiliados, que podrían facilitar la interacción con la empresa de estos, ya fuera para consultas o cualquier tipo de orientación. También, había sugerido un centro de atención telefónica e internet, donde se derivaría a los casos no urgentes al especialista correspondiente, con una coordinadora de turnos, que sin duda, agilizaría los trámites para el afiliado sin necesidad de autorización previa de muchas consultas, especialmente ginecología, obstetricia, pediatría y odontología, en ciertas prácticas.

Le comunicó a Sigi las innovaciones propuestas, ya que demandaría cierta reorganización del plantel y él tomaría las decisiones de los traslados.

Por lo visto, Sigi no se había equivocado, cuando percibió las capacidades de Catalina Lombroso. Esas últimas semanas, apenas se habían visto con la joven y eventualmente cuando iba a ver a Fiona, la joven parecía inquieta y no disimulaba su apuro por marcharse del despacho de su jefa, tan pronto él llegaba, sin anunciarse, obviamente.

No disimulaba que su presencia la alteraba y la ponía nerviosa, y siempre se las ingeniaba para tener alguna gestión que resolver que demandaba su presencia en el otro extremo del edificio.

Obviamente, que no se podía pretender otra cosa, después de lo acontecido entre ellos. Pero, sin saberlo Catalina Lombroso, Troynoy, tenía que agradecer el giro dado, ya que, en otro momento, la reacción suya, hubiera ocasionado que todo el sindicato le estuviera detrás amén de las demandas de la empleada y los reporteros, acosándole por <<violencia de género>>.

Además, estaba enfocado en cerrar un enorme trato con otro grupo empresarial, que de salir bien, le convertiría en el hombre más rico de la región, lo que le insumía ingente cantidad de horas de trabajo, y casi nunca llegaba a casa antes que sus hijos estuvieran dormidos.

Pensaba, sin embargo, qué distinto jugaba el destino que ponía a niños de la misma edad, como la pelirroja de dos años y Jens, su hijo menor, en veredas opuestas. Seguramente, si la niña tenía algo de suerte, trabajaría a las órdenes de algún Jens, que había tenido la suerte de nacer en cuna de oro.

Cerró la computadora, por ese día. Había quedado en llevar a cenar a Fiona a un sitio de moda que la rubia se empeñaba en conocer y que, aparentemente, era algo escogido para ser fotografiado. Eso, no se le escapaba, era una reafirmación de una relación que él no se planteaba a largo plazo. A pesar que la conocía hacía poco, había días en que apenas la soportaba. Su conversación maliciosa, que intentaba ser una provocación permanente, de índole sexual, a veces, le tenía harto. Por comodidad, tenía que confesarlo, no la apartaba de su vida, para evitar tener que salir a buscar a alguna otra mujer para aliviar sus tensiones.

Fiona, se había percatado de ello, y, le molestaba que su novio fuera plenamente consciente del esfuerzo de Caty en poner una saludable distancia entre ambos.

Miraba fijamente el atractivo semblante de él, mientras esperaba que ella se desocupara para atenderle, y en ningún momento, se le escapaba, que, experimentaba algún tipo de inquietud respecto a su subordinada. Eso le irritaba. Reconocía que la joven era prudente y ajena a las reacciones de Sigi, pero, ella, debería estar más que alerta con respecto a esas tensiones subterráneas. Ya se sabía que los hombres, se sienten más atraídos cuando la presa es esquiva y eso la ponía fuera de sí. Aunque Catalina fuera casi invisible, como mujer, estrictamente hablando. Jamás vestía algo provocativo, antes bien, se empeñaba en esconder sus curvas y su rostro sin rastros de maquillaje, lucía diáfano, quizá algo demasiado <<virginal>> para su gusto. Eso, no sabía, si en definitiva, atrajera más a Sigi, que una chica despampanante envuelta en un costoso y adherente vestido, que se metiera dentro de sus bragas, y unos stilettos de infarto. Debería estar más que atenta, y no dudaría en liquidar a la joven, enviándola a Archivo General en el sótano del edificio. Necesitada como estaba, no sería capaz de protestar.

Después de enviudar Sigi, Fiona había seguido paso a paso, la meteórica carrera de este, por la empinada escalera de los negocios y no estaba dispuesta a ceder un palmo de lo ganado con tanto esfuerzo. Eso, incluía, haber aceptado a los dos insoportables hijos del hombre, y sabía que ella, hasta entonces, era el motivo que le mantenía dentro de la cordura y que dulcificaba su difícil carácter y su personalidad  llena de aristas oscuras y violentas.

Las cosas, se precipitaron cuando Olivia, el terremoto pelirrojo que era la hija de Catalina, cayó debajo de una estantería cargada con peluches, y el mueble luego de tambalearse se inclinó, dejando a la pequeña colgando del último estante que se vino abajo en un estruendo y un vuelo de animales peludos que dejó inmóvil a todo el mundo. El cuerpo de la niña, despareció debajo del mueble, que demostró estar mal amurado.

Cuando su teléfono sonó, Catalina atendió y al escuchar, se puso pálida y colgó sin hacer comentario alguno.

Se dirigió luego a la oficina de Fiona y le comunicó el hecho y salió corriendo sin esperar nada de su parte.

Con el corazón saltándole del pecho, tomó el ascensor que parecía demorar más que de costumbre.

Entró por la puerta vidriada y se precipitó en el recinto. Las puertas de las salas donde estaban las cunas y los niños agrupados por edad, permanecían cerradas.

La sala de Olivia, había sido desocupada y nadie había osado mover a la pequeña. Los empleados de mantenimiento, habían desplazado la pesada estantería, para poder llegar al cuerpito que inmóvil, yacía boca arriba y muy pálida.

Catalina corrió y se arrodilló sobre su hija que parpadeaba aturdida. Había perdido el conocimiento unos minutos y ahora revoleaba sus ojos grises, con expresión de aturdimiento.

—Quédate quieta un rato, Olivia —le susurró su madre. Espera sin moverte hasta que llegue el doctor ¿Sientes algún dolor?

—La niña hizo ademán de mover un brazo pero su madre la detuvo.

—Dime dónde y no te muevas, angelito.

—Detrás de la cabeza —frunció la nariz.

—Bueno, ya vienen para aquí a verte.

— ¿Y el unicornio?

— ¿Q Qué unicornio? Catalina tartamudeó.

—El que quise agarrar del estante —Olivia quiso incorporarse y Catalina volvió a impedírselo.

—Lo buscaré y si lo encuentro te lo traigo. Pero si te mueves, no lo haré.

La niña accedió y esperó mientras su madre, revolvía frenéticamente en la montaña de muñecos.

En esos momentos, llegó Sigi Troynoy, seguido de dos hombres vestidos con ambos verdes.

—Vamos a trasladarla, le anunciaron a la atribulada Catalina, hay que evaluar el traumatismo craneano. Seguramente se le hará una TAC y RMN.

— ¿Adónde la llevarán? Inquirió Troynoy.

Cuando se lo dijeron, sacó el celular del saco y salió al pasillo, donde habló con alguien, de espaldas a la escena.

Habiendo colocado un collar cervical, alrededor del cuello de Olivia, la cargaron en una camilla.

Catalina, conmocionada, se fue con ellos adelantándose por el pasillo que daba al hall donde estaba la puerta principal y subió a la ambulancia con ellos.

—Mamá —reclamó la niña.

—Acá estoy, querida. La tomó y apretó su pequeña mano. La niña, no había soltado al unicornio.

Cuando la llevaron al área de imágenes, Catalina tuvo que quedarse esperando, con el unicornio sobre la falda.

En ese momento, llegó Troynoy, acompañado de un hombre como de cincuenta años de pelo gris y ambo blanco, impecable.

—Él es amigo mío, el doctor Jenkins, neurocirujano. Revisará a su hija y echará un vistazo a las imágenes. Está en las manos del mejor.

Ella, le dio la mano al recién llegado. Se le veía ausente, fruto del shock. Alcanzó a ver la sangre que salía de la parte posterior de la cabeza de su hija y cómo había manchado la almohada de la camilla.

Asimismo, su pantalón estaba manchado y no parecía haberse dado cuenta que, hasta el unicornio, se hallaba ensangrentado.

El médico se dirigió al sector por donde la llevaron a Olivia, y las puertas se cerraron, detrás de sí.

Catalina se toma la cabeza entre las manos.

—Trate de tranquilizarse —susurró Troynoy—tenía su mirada fija en las facciones de la joven ausente, que se había empequeñecido a ojos vistas, replegándose, como si hubiera sido ella la aplastada por la estantería en vez de la niña.

Claro que hubiera intercambiado su lugar por su hija, sin dudarlo. Pero ese tipo de cosas, estaba fuera del alcance.

 Se ofreció a traerle un café, que ella aceptó sin hablar y ambos se quedaron sentados codo con codo, esperando, lo que a Catalina se le antojan horas innumerables y eternas.

Hasta que Jenkins salió por la puerta, sonriendo tranquilizador.

—Por suerte ha sido un corte en el cuero cabelludo y una leve contusión pero que, no parece estar teniendo compromisos con las membranas que recubren el cerebro, trató de explicarle a la madre. El cuero cabelludo es muy aparatoso y sangra profusamente. De todas maneras, esta noche esta jovencita permanecerá internada y en observación. Cualquier signo que presente, tienen órdenes de avisarme que vendré enseguida. Puede entrar a verle y si quiere quedarse con ella, no veo inconveniente en que lo haga. Es muy duro a esa edad quedarse sola en un hospital. Le tendió la mano y le sonrió con calidez.

Antes de irse se dirigió a Troynoy.

—Por poco no me encuentras en el país, Sigi. Estaba por volar a un congreso en el que tengo que presentar varios casos. Pero, por las dudas, les dejaré los números de mi equipo. Son tipos brillantes.

Catalina, guardó otra tarjeta que le extendió y la guardó. Volvió a saludarle y se dirigió a estar con su hija.

— ¿Cómo sigue tu padre?

Alcanzó a escuchar algo del diálogo entre ambos hombros.

—Bien, por ahora. Tiene pensado volver a la madre patria, porque quiere ver a mi abuela ¿Te lo imaginas? Por suerte esa semana, no usaré el avión y que se vaya de una vez porque ya me ha hartado con eso de querer estar en su tierra y…

El otro rió.

—Déjalo, que se ha ganado el derecho de viajar.

Catalina, esa noche durmió poco y mal en la habitación de Olivia. La niña no mostraba signos de alarma y las enfermeras estuvieron saliendo y entrando seguido para monitorear sus constantes vitales.

Se quejó que tenía hambre y su madre, recordó que desde la caída, no había tomado ni la merienda ni su cena, pero el doctor la quería solo a líquidos. La niña se puso de mal humor y Catalina, encendió la televisión y puso los dibujos animados, hasta que la pequeña, por los nervios pasados, se quedó dormida pacíficamente.

Al rato un golpe ligero en la puerta, le mostró a Troynoy, que entró en la habitación.

— ¿Cómo se encuentra? La miró a ella y parecía que no preguntaba por Olivia y, así lo entendió la joven.

—Ella, por fin se ha dormido. Yo, trataré de hacerlo pronto. La verdad es que me siento como si me hubiera arrollado un tren de carga.

Él rió, suavemente, para no despertar a la niña.

—Sé lo que es eso. Nadie se imagina la sensación de agotamiento que queda después de estas situaciones—afirmó. Si necesita ir a su casa, puede hacerlo y volver después, le dijo. O si necesita comer algo.

—No, tal vez despierte y si no me ve, va a inquietarse. Estaré bien, muchas gracias por lo que ha hecho señor Troynoy. Yo, no voy a iniciar ninguna querella contra la guardería.

—No hice lo que usted ha visto por eso. La voz de él sonó dura.

—No, bueno, pero, tal vez…

—Lo haría por cualquiera de los que trabajan en mis instalaciones, pero no por lo que usted piensa.

—No pienso nada, ahora no, la verdad. Además parte de la culpa la tengo yo.

Él enarcó una ceja y la miró.

—Olivia, siempre, desde que aprendió a caminar, ha tenido tendencia de trepar. Es como un gato. Yo no avisé en la guardería que, no hay altura que le imponga respeto, ni corrección que sirva. Es más fuerte que ella. Es un impulso a elevarse sobre el suelo y cuando uno quiere acordar, allí está agazapada sobre el aparador, sin usar una silla siquiera. Eso es lo aterrador del problema. Cuando vivía con mi madre, alcanzaba la terraza y un día la vimos saltando por los techos vecinos. Después de acercarme con mucho cuidado y traerla abajo, me desmayé por los nervios.

—Es asombroso —reconoció él. Injertada con gato —sonrió.

—No es para reírse —afirmó ella. No puedo ir al supermercado con ella que ya ha trepado a las góndolas, o a un centro comercial, donde está subida a una columna del primer piso. Cerró los ojos, agotada. Creo que, después de esto, la van a expulsar de su guardería —bajó la voz. No sé por qué le conté esto.

—Todos necesitamos desahogarnos de vez en cuando —susurró él. Anders, mi hijo mayor, tiene la misma costumbre con los árboles y no hay uno que se le resista. Pero, como su hija, no sé cómo hace, pero por el tronco liso trepa como si tuviera ventosas. Ambos rieron.

Una corriente cálida se había puesto en marcha y, carraspeando, incómodo, Troynoy, se puso en pie y saludándola, se marchó, no sin antes decirle, que, cualquier problema, no dejara de avisarle.

Ella le siguió por el pasillo. Caminaba erguido, sus casi dos metros y anchas espaldas que se acentuaban por el abrigo negro y largo, parecía haberse vestido para una cita que, por la hora, ella no creyó que podría cumplir. Eran cerca de las tres de la mañana.

Cuando el celular esa tarde, le había sonado, pensó que Sigi adelantaría la hora de la cena, lo que les daría más tiempo, para estar juntos.

Pero todo se había frustrado por la maldita cría de Catalina Lombroso y su aparatosa caída. Todos los niños se caían y no había porqué exagerar. Pero, cauta, había desistido de quejarse con Sigi. Ya le compensaría, si ella se mostraba, casi resignada, silenciosamente triste y callada.

Aunque ya a las dos de la mañana, el hombre se había extralimitado. Superaba lo que se esperaba que él hiciera como dueño de la empresa. Aunque fuera una de medicina pre paga. Cuando, pasadas las tres de la mañana, tocó el timbre de abajo, estuvo por no abrirle y hacerse la dormida, pero tal vez, fuera mejor, mostrarse tolerante y comprensiva. Sería lo más hábil. Así, que se retocó al el pelo, quitó maquillaje como si hubiese estado durmiendo, se puso una bata de seda negra sobre un mínimo baby doll y le abrió la puerta.

Cuando él entró, le echó los brazos al cuello y se restregó, mimosa.

— ¿Has cenado? Ella se dirigió a la cocina, cuando él negó con la cabeza.

Le preguntó por la niña, no pasaría el tema por alto, ni dejó de averiguar por la madre.

Los comentarios de Sigi, fueron escuetos, casi mínimos. Ahorró decirle que había citado al médico de su padre, una eminencia en lo suyo, porque sabía la crispación y el discurso que tendría que soportar de la rubia y a esa hora, lo único que deseaba era dormir. En su cama. Se sorprendió por experimentar eso. Normalmente, se hubiera dirigido al dormitorio de Fiona y hasta hubieran tenido sexo. Pero, esa noche, lo único que ambicionaba era sumergirse en su propia bañera y meterse en su solitaria cama. Y así se lo dijo.

No sabía qué era, pero no veía la hora de llegar, ver a sus hijos dormidos y acostarse solo.

La rubia, había aprendido a no discutir, cuando Sigi manifestaba la intención de marcharse, sobre todo, porque él era inflexible, una vez adoptada una decisión. Ya le haría sentirse culpable y la compensaría, se dijo, dedicándole una leve sonrisa y una mirada harto comprensiva.

Él, antes de irse, agradecido, le besó en la frente y ella se quedó con los labios ávidos y frustrados.

Cuando se quedó a solas, no le negó la retahíla de insultos a él, a sus hijos, Catalina, a la mosquita muerta y, en especial, a la insoportable criatura que había engendrado.

 Catalina, había intentado convencerse que era fuerte y podía afrontar casi todos los eventos que la vida le pusiere al frente, y esto no era así, ni para ella, ni para ningún humano. Se trataría pues, de hacer consciente en esa cabeza suya, que debería ser más firme con la endiablada hija a la que nada le negaba, por su culpa escondida y aprender a no treparse al tren ilusorio, manejado por un mega millonario, que saldría, como de las páginas de un cuento, a rescatarlas a ambas.

Todas esas cartas, las fue poniendo sobre la mesa mental. Se trataba, pues, de dejarse en claro, que su jefe, estaba en una relación que tenía cierto tiempo y a la que debía respetar y mantenerse apartada, si quería evitar un conflicto con Fiona,  y, que, dado a elegir,  Sigi, no habría dudas a quién preferiría defender. Amén que otra vez, salir de una ilusión con un corazón roto, no serviría de nada. Ella, tendría que avanzar en un día por día, sin prestarse a desempeñar el rol de la Cenicienta.

Su autoestima, tendría que ser apuntalada, salir a la calle con mejor aspecto, cuidado y profesional, sin desbordes, sin ridiculeces sexis. Y ese, era su próximo paso. Mejorar su aspecto, era una cosa, algo que tenía la finalidad de hacerle sentirse más fuerte, algo poderosa, pero sin el objetivo de pescar, al menos por ahora a ningún hombre. Paso a paso, día por día.

Grande fue la expresión de sorpresa de Catalina Lombroso, cuando al ingresar a la guardería, luego del alta de Olivia, se encontró con su jefe y sus dos hijos, cada uno sujeto de cada mano, bastante firmemente, eso era notorio. Ambos niños, transmitían un deseo irrefrenable de salir corriendo, y sus gestos de franca desesperación era bastante cómico.

Por parte de Olivia, apenas los vio, su pequeño cuerpo se tensó como el de un gato. En la parte posterior de su cabeza tenía un pequeño apósito, bajo el que el corte cicatrizaba en paz. Ella demostraba sentirse bastante incómoda por el recuerdo de su reciente accidente y el encuentro no deseado con sus dos adversarios.

Catalina, ese día, tenía pensado quedarse un rato más con ella, para que retomara la confianza que antes sentía, y justo ahora, sus intenciones, se veían frustradas por Sigi que, atento a las reacciones infantiles, apenas le había dirigido la mirada.

Cuando al fin reparó en ella, le sonrió levemente y se inclinó para dejarlas pasar. Desde la última noche en el hospital, hacía de esto ya seis días, no se habían visto. Ella, había utilizado parte de sus vacaciones para estar en casa con Olivia, hasta que se sintió segura que su hija estaba restablecida del todo. El especialista que le había enviado el señor Troynoy, le había asegurado que no tendría secuelas de ningún tipo y por un tiempo, tendría que evitar golpearse en la misma zona hasta que cicatrizase el cuero cabelludo.

Habló con la señora Raval, encargada del lugar.

Cuando ambos se encontraron en el pasillo, fuera de la guardería, él la miró atento.

— ¿Más tranquila ahora?

—Sí, mucho mejor, gracias, señor Troynoy.

—Olivia no parecía muy convencida.

—Sus hijos la ponen inquieta —confesó ella. Al diablo los disimulos.

—No son malos niños, solo algo traviesos…

— ¿Puedo hacerle una pregunta? Obvio que si no quiere responder no tiene que hacerlo y lo entenderé.

—Pruebe. La observó con mirada burlona.

— ¿Por qué siguen teniendo niñera si usted puede enviarles al mejor jardín de la ciudad?

—Ah, eso. Bueno, soy algo chapado a la antigua. En mi país, hay algunos que acostumbramos a tener personal en casa, dedicado exclusivamente a la educación de nuestros niños. Pero cuando comienza el primario, el niño ya se va de su casa sin problemas.

—Es raro. Digo, socializar es importante. Olvídelo.

—En casa, viven media docena de niños, de manera casi permanente. Sonrió con beneplácito.

— ¿Son todos hijos suyos? Le miró asombrada.

— ¡No! Son niños de la calle que vienen a casa a bañarse y a comer, juegan y se van. Los envío al colegio y es el único compromiso que tienen sus padres con nosotros, mis hijos y yo. Duermen en sus casas y sus padres, o quien sea que esté a cargo, han accedido. No les doy un centavo a los adultos, trato directamente con los niños. Si están enfermos me hago cargo, y mis abogados se han encargado de redactar el papeleo correspondiente. La mala fe es inagotable en este mundo.

A este paso, habían llegado a los pisos respectivos y ella se bajó en el suyo, quedándose parada frente a la puerta hasta bastante tiempo después que esta se hubo cerrado, llevando a Sigi a la estratósfera, por lo que a ella le tocaba, ya que ese hombre era un ángel.

Lentamente, encaró para su oficina. El resto del día, lo pasó como encandilada por una luz cegadora. Ese jefe suyo era de otro planeta  y ellas, habían tenido la suerte inmensa de tropezar con él.

También se confesaba, que en su gusto en lo que se refería a mujeres, no era tan angelical, ya que tener a la blonda serpenteando su cuerpo de manera desafiante ante la mirada ajena, le molestaba bastante. Parecía decidida a dejar en claro, que Sigi Troynoy era y sería suyo, por una ofídica eternidad y ese pensamiento, tuvo dos vertientes, uno, era que, su jefe tenía derecho a liarse con quien deseara y otra, si nada le decía a Fiona, era porque estaba de acuerdo con el trato felino que recibía, más propio de una constrictor que de una mujer, pero, en definitiva, era asunto de ellos y en lo que a Olivia y ella se refería, estaba agradecida y tranquila al comprobar que él era así con todos los necesitados. Eso, también en el fondo, algo le decepcionaba. Le hubiera gustado saber que era alguien especial, pero… por otra parte, su psicóloga tenía razón, debería volver a recuperar sus formas de mujer sin esconderlas para que nadie más se fijara en ella para defenderse de otro depredador. No andaría por ahí en plan de conquista, pero se daría alguna que otra oportunidad. Tres años eran más que suficientes de abstinencia y no necesariamente, todas sus relaciones dejarían a una Olivia entre sus brazos, aunque la niña era una de las cosas que más le gratificaban en esa vida de soltería y algo de aislamiento al que se forzó, para reparar sus tejidos psicológicos

Sigi, había cerrado la puerta de su oficina, casi sin detenerse a mirarla, apenas un distraído y casto beso en la mejilla, poco más que un leve roce, más de un marido de cuarenta años que de un novio reciente. Seguro tenía que ver con la pelirroja que le distraía. Maldita fuera.

No quería pasarse la vida vigilando a un marido cuando apareciera una nueva atracción. Ella, ya lo sentía así y era lo correcto, después que durante cuatro meses de relación <<formal>>, según sus parámetros, ella no había puesto sus ojos sobre ningún otro hombre, ni sus ojos ni nada. Pero, que no la cansara, porque, si le notaba tan indiferente como desde hacía casi un mes, ella ya tenía en vista otro CEO tan o más rico que él. No era mujer de andar rogando ni reptando por el pasillo en su busca, como lo estaba haciendo en la actualidad.

Sintió la necesidad de golpear y entrar en su despacho, cerrar la puerta por detrás y treparse al escritorio, quitarse la ropa y que él hiciera el resto, salvaje y rudo. Suspirando, cambió de idea. Algo en sus ojos, le advertía que no estaba de ánimo para el revolcón con el que ella fantaseaba.

Por el extremo del pasillo llegó Catalina cargando la pila de archivos que ella le encargara la tarde anterior que le habían obligado a sepultarse en el sótano. Una forma de vengarse de la mujer y apagar el destello de su cabello rojo, cubierto por una capa de polvo, y que se hacía extensiva a la punta de su pequeña nariz respingada, casi de duende nocturno.

Para colmo, la mujercita, se empeñaba en usar faldas cada vez más cortas, desplegando sus piernas blancas torneadas, enfundadas en unos curiosos zapatos afelpados también verdes a juego con sus ojos, sin taco pero puntiagudos con una curiosa forma <<peterpanesca>>.

Su indumentaria, de un tiempo a esta parte, a esta rara mujer, se le había dado por salirse de las camisas amplias y las faldas anchas y pantalones de marinero. No dudó que este cambio tenía un responsable: Sigi.

Hoy, la enviaría el resto del día al sótano, de eso no la salvaría ni el mismo dueño de la empresa, ni lo que pudiera sucederle a su revoltosa hija.

—Muy bien, Caty. Déjalos aquí en el suelo. Necesito hacer una puesta a punto de la evolución de nuestras campañas previas para aumentar el reclutamiento de afiliados, y los años más productivos. Digamos… un período de diez.

Catalina nada respondió. Se restregó la cara con el canto de la mano dejando una línea gris a su paso.

Justo en ese momento, la puerta de la oficina de Fiona se abrió y Sigi Troynoy, apareció sin golpear.

Se quedó sorprendido, por la visión de unas nalgas redondas y pequeñas cubiertas de tela verde, cuando Catalina se irguió, dejando la pila de expedientes en el rincón señalado por Fiona.

En un parpadeo, se dio cuenta de la situación. Vaya con la madre de la niña ¿Dónde había metido ese portentoso trasero todo este tiempo?

Sacudió la cabeza y sonrió.

Fiona, era hermosa, pero insegura y ambiciosa, con la avidez de una gata que ha pasado hambre.

La pelirroja, era una luchadora orgullosa que no dudaría en irse dando un portazo. Y él, no permitiría abuso de ninguna especie, y menos quedarse sin contemplar aquel cuerpito maravilloso que tanto prometía y que le estaba vedado, al menos, por ahora.

— ¿No hay persona disponible para esta tarea, Fiona?

—Es que nos urge rastrear las campañas anteriores de reclutamientos…

—Le urge a usted, señora Fiona. La voz de Catalina sonó ronca por la furia contenida. Ya le dije que me las arreglo muy bien sin rastrear ideas antiguas y ajenas, ya trilladas. Estrategias, me sobran, le reitero, confíe en mí.

Fiona palideció furiosa. Sigi, las observó divertido. De ninguna manera pasaría por arriba de la autoridad de Fiona delante de Catalina Lombroso, así que, zanjó la cuestión de la forma que sabía, sería infalible para aplacar la ira y la venganza de la rubia.

—Te invito a almorzar, Fiona. Quiero hablarte de algo.

La otra, se irguió. Sus colores volvieron a las mejillas, se olvidó de la pelirroja, los archivos y el apuro por rastrear campañas antiguas, sacudió su melena y se marchó tomando su abrigo y la cartera.

—Luego te veo, Catalina —anunció triunfante.

Esta, se encogió de hombros y abandonó el despacho rumbo al suyo, y a llamar a Sara para almorzar juntas.

—Salvada por la campana, amiga —Sara Fábregas, festejó con malsana alegría que la rubia hubiera sido distraída de su juego de venganza contra su amiga.

—Sí, si no fuera por el jefe, la bruja, a esta hora estaría machacándome con archivos de la década del veinte.

—Cuando vuelva de almorzar, se desquitará —afirmó Sara, pesarosa. A menos que el jefe le proponga matrimonio…

Catalina sintió la garra helada del miedo en su interior. Desconocía el motivo de pensar en un inalcanzable, fuera de su listón, mejor dicho, tan pero  tan encima de sus posibilidades, que mejor ni pensarlo. Esa gente estaba hecha para frecuentar el Olimpo de hombres y mujeres, que, como ellos, lo tenían todo. Las mortales, como ella y Sara, habían sido hechas para hombres como ellas, sin demasiadas expectativas laborales o económicas, frutos de escuelas públicas y casas de barrios comunes. Fin del sueño.

— ¿Tienes algún plan para este fin de semana? Sara le miraba curiosa. Tampoco se le escapaba que su amiga había mejorado su aspecto, y que, las respuestas masculinas en la oficina, no se habían hecho esperar, pero Catalina, no las registraba.

—No, pensaba llevar a la playa a Olivia y cenar en casa temprano. No tengo dinero para pagar una niñera a esta altura del mes.

—Bueno, es una lástima. Pensábamos ir por unas cervezas al nuevo pub al lado del mar, pero, claro… a esperar el mes que viene.

Catalina asintió muda.

Regresó temprano a la oficina, y se puso en la nueva idea promotora de nuevas ventas. Obvió, por el momento la pila de viejos archivos del despacho de Fiona, que trataría de esquivar todo lo que pudiera. Tenía que demostrarle que no necesitaban nada de todo aquel acúmulo pasado de moda ¿Por qué los menos imaginativos estaban siempre al tope de las funciones? ¿Sería un designio de alguna divinidad arcana y deseosa de vengarse de alguien en especial? ¿Las diosas ancestrales de sus padres, habían vuelto por más? ¿Fiona sería su enviada?

¡Eso era! Pondría la imagen de una de aquellas venerables druidesas, respaldando un producto para infantes, una cubertura especial, para niños <<especiales>>, aquellos que necesitaban cuidados algo extremos, a cargo de esa antigua mezcla de abuela con bruja buena, hechicera, sacerdotisa, mujer sabia, que con sus manos poderosas acunaba los sueños de los pequeños más vulnerables. Un nuevo plan para esos niños, algo más costoso, pero más contenedor. El verde, su color, el de la ropa de esas mujeres, el de su patria ancestral, sería el distintivo, esa pequeña anciana vestida de verde, con largas trenzas blancas y ojos bondadosos, estaría pintada en las ambulancias, si Fiona, lo permitía, obviamente, elevándolo ante el Jefe.

Tal vez, pensó con pesar, si le habían propuesto matrimonio, regresaría más benevolente y estaría de acuerdo con su proyecto.

Pero, Fiona regresó taciturna, la miró hosca y se encerró en su despacho del que no salió, hasta la hora de la salida, sin decir nada.

Bueno, debería esperar. Tal vez, el gigantesco anillo, no le habría parecido tan enorme para su majestuoso dedo. Sonrió, a pesar de su tristeza, por la imagen, de tremenda roca sobre las erguidas y orgullosas espaldas de la bruja de su jefa inmediata que la obligaría a cargarlo, inclinada, como ella con la pila de archivos.

Bajó a recoger a Olivia, luego de apagar todo.

Las luces en el despacho de Sigi, vaya a saber si seguirían encendidas. Mierda, ya era Sigi para ella. Basta.

Para variar, llovía otra vez, cuando empuñó la mano de Olivia que, excitada, no dejaba de parlotear mientras la sacaba casi a rastras, hasta la puerta de salida, donde tendrían que lograr abordar un taxi.

Pero, el verde destino de la druidesa, a la que aspiraba a designar madrina de un puñado de niños, la protectora, puso el auto negro, de impactantes líneas, en el camino de Catalina y Olivia. Sigi, le abrió la puerta y ladró algo que ella no entendió bien, antes de zambullirse medio caladas en el interior ya caldeado por la calefacción y que se extendía hasta ser parte del asiento, como pudo comprobar con agrado.

Los niños, comenzaron a pelearse en el asiento trasero, con la pelirroja mandona que no cedía espacio ni poder, aún en automóvil ajeno.

Él ordenó algo en un idioma a sus hijos, que enmudecieron y se sentaron obedientes, dejando que la pequeña Olivia, meneando sus caderas se acomodara, la nariz pegada a la ventanilla.

— ¿En qué les habló?

—En ruso. Suena más duro que el inglés, sonrió Sigi. Impone.

Las dejó en su casa, y hubiera partido raudo, seguramente a cambiarse y a ponerse guapo, si acaso, podría más, pensó Catalina, para su cena con <<Cruela>>, de no haber sido por la rápida intervención del mayor de los <<buenos niños>>. En efecto, Anders, pegó un brusco tirón al apósito en la cabeza de la pequeña Olivia, llevándose algunos puntos en el intento, comenzando a manar la sangre, nuevamente.

En un segundo, el auto era un completo caos, entre gritos en ruso de un padre enfurecido, preocupado por la angustia reflejada en la carita de Olivia quien, a los manotazos, había tratado de defenderse del ataque de Anders, aunque tardíamente, mientras Jens, lloraba con la boca abierta sin entender nada, por la sorpresa. Una Catalina que abrió la puerta del auto, estrellándola contra una columna de hierro y abollándola en el trámite, yendo hacia el asiento de atrás para rescatar a su hija, con la campera manchada de sangre.

Sigi Troynoy, terminó bajándose, furibundo. Hizo a un lado bruscamente a Catalina, sacó en sus brazos a Olivia del asiento de atrás y revisó la herida, observando que de los puntos, tres habían sido arrancados. Utilizando la misma compresa como tapa, comprimió la herida, mientras la mecía y murmuraba palabras suaves en su oído. No reparaba que el frente del saco del costoso traje estaba empapado de sangre y lágrimas infantiles.

Anders, horrorizado, al ver brotar tanta sangre, gritaba que le perdonaran, mientras que Jens, no quitaba los ojos de las manchas del tapizado ni del traje de su padre. Catalina, se acercó y trató de recuperar a la niña.

—Ya está bien —dijo. Yo puedo llevarla a la guardia para que la cosan de nuevo—susurró.

Pero, Olivia no era sorda. Cuando escuchó la palabra <<cosan>>, soltó un terrible chillido y se acurrucó aún más contra el pecho de Sigi, quien habiéndola calmado, comenzó nuevamente a intentarlo, asegurándole que, cuando salieran de la guardia, si se portaba como una chica valiente, le compraría una muñeca de su tamaño. Eso, pareció ser motivo suficiente para calmarse, quedando, una sucesión de hipos, y sollozos bajitos.

Por fin, Sigi, le dio la niña a Catalina, para que fuera con ella sentadas atrás, hasta el hospital.

Ella accedió, más por el shock y la inercia que por acuerdo.

Esperaron apenas unos minutos en el hospital, donde Sigi Troynoy se dio a conocer, una vez más y en menos de diez minutos, Olivia había ingresado a una sala para que le volvieran a suturar el profundo corte.

El médico impidió que Sigi, entrara junto con Anders, como pretendía, para que se diera cuenta cabal de lo que había hecho. Pero no le dejaron trasponer la puerta. Le aconsejaran que hablara con el niño y que le hiciera comprender las consecuencias de lo que había hecho, pero con paciencia. Después de todo, habían sido cosas de niños. La pálida cólera del rostro de su padre lo decía todo.

Al rato, llamó a Fiona por teléfono, anulando la cita por esa noche. Debería intervenir en un asunto de familia, le dijo y que al día siguiente, le explicaría.

Trataría de quitar a Catalina del medio, porque Fiona, simplemente no creería lo ajena que había sido a todo el incidente. Lo que menos deseaba era perjudicar a la madre de la niña, que no paraba de tener sobresaltos por un motivo o por otro y todos, tarde o temprano, terminaban involucrándole.

Cuando, salió Catalina con Olivia en brazos, con surcos de lágrimas en sus mofletes e hipando, la cargó él hasta el auto.

Reinó un silencio sepulcral hasta que introdujo el vehículo en el estacionamiento de un centro comercial. Sus hijos, comenzaron a agitarse y él, les ladró algo en ruso.

Cargando a la pesada niña, Sigi, con Catalina y sus hijos detrás, entraron a una prestigiosa cadena de jugueterías.

Los empleados, no pudieron menos que sorprenderse al ver entrar a lo que pensaron era una familia que habría sufrido un choque.

Olivia, eligió sin avergonzarse y cara de felicidad, la muñeca más grande que encontraron y Sigi, luego de abonarla con su tarjeta de crédito <<Insignia>>, se la dio. La pequeña no necesitaba ser cargada y por el contrario, pasó a llevar en sus brazos a la enorme muñeca. A mitad de camino, el hombre, decidió, que necesitaría un carrito para su transporte y compró el más grande que había. Olivia, había olvidado el incidente y le dedicó toda su atención a su nueva hija de plástico y cabello rojizo como ella.

—Como ha demostrado ser valiente ¿Puede tomar helado? Preguntó Sigi mirando a Catalina.

—Sí, pero no me parece que… Catalina, estaba azorada, por aquel exceso de atenciones.

—Pero a mí me parece que estaría bien—porfió la niña—, acomodándole los rizos a la muñeca, observándoles desde su estatura.

— ¿Y nosotros? Anders, susurró, mirando a su hermano menor.

—Depende de ella, en tu caso, si te perdona. Los ojos de su padre iban de una cara a la otra.

—Bueno, lo perdono, pero la próxima, cuando vaya a la guardería, será mi esclavo. Olivia, miró a Anders con severidad. Iba en serio.

— ¿Cómo que tu esclavo? Catalina, se quedó de una pieza.

—Sí, se trepará a todos los estantes para alcanzar los peluches que yo quiera —afirmó ella, adelantando su mentón.

—Ah, no ¡Eso sí que no! La voz grave de Sigi negó con la cabeza. Se terminaron las trepadas a ningún estante. Eso será así. Piensa otro tipo de servicio que pueda hacer Ander.

—Me dará todas las golosinas que le saque a otros niños. Él es mayor de tamaño y nadie se atreverá a negarse. A mí, a veces me pegan, cuando quiero arrebatárselas.

—Mejor otra cosa —afirmó su madre, preocupada. El carácter dominante de su hija empezaba a inquietarle un poco.

Él, en un aparte, cuando los niños se habían adelantado rumbo a la heladería, le susurró en el oído.

—Perdón ¿Pero su padre ha sido algún gángster? Vaya carácter que tiene su pequeña hija.

Ella afirmó con la cabeza y sonrió.

—En realidad, se parece a mis parientes de Irlanda —confesó. Mis primos, son todos bastante pendencieros, pero leales.

—Es bueno saberlo. Sigi rió divertido. En realidad, no quería saber del padre de la niña. Le molestaba que un hombre, hubiera jugado con ella. De haberlo conocido, le hubiera gustado aclararle algunas cosas.

—En realidad, es bastante maldito —confesó ella.

No había necesidad de aclarar que había decidido confiar en él.

— ¿<<Es>>?

—Sí. Decidió quedarse en Irlanda después que le dije que… bueno que estaba embarazada… decidimos seguir con nuestras vidas como siempre.

—Puedo imaginarlo. Sigi movió la cabeza para ambos lados, lamentándolo.

— ¿Es muy cercana a su familia?

—Sí. Todas las semanas, hablamos por Skype y nos mantenemos al tanto de nuestras vidas. Los extraño, en verdad y Olivia podría tener niños de su edad para jugar, me refiero a los hijos de mis primos. Aquí no hace amigos con facilidad.

Lo que él hubiera pensado, se lo guardó.

—Si se anima, puede intentar dejarla en casa para jugar con los niños que vienen todos los días, en lugar de enviarla a la guardería. Hay entre ellos, una niña de cinco años que no tiene con quién jugar, porque son todos varones y se aburre bastante. Por ahí, congenian.

—Sería bueno intentarlo —se entusiasmó Catalina. Mientras que yo, podría hacer las compras más tranquila, por la costumbre de treparse en todas partes, ya sabe…

—Sí. Mi casa es grande y bastante segura, aunque para una <<escaladora>> profesional, nada es imposible.

 Así que, sin casi darse cuenta, Olivia, pasó a integrar la pandilla algunas tardes, luego de la escuela, pasaban por casa de los Troynoy, correteando por el jardín, tomando la merienda y cenando de vez en cuando.

Con Roxie, la chica afroamericana que pasaba allí sus jornadas, congeniaron enseguida. Desaparecieron al instante de conocerse, y solo hubo que estar algo más pendiente de las iniciativas de la pelirroja, que pareció asumir el mando ni bien contactaron, a pesar de ser dos años menor.

Con alivio de Lucy Raval, tal vez Olivia, estuviera más aplacada.

<<Tengo que compensar a Fiona>>, el mecanismo de pensamiento del empresario, siempre transitaba por los mismos carriles. Un psicólogo, tal vez, le hubiera hecho descubrir, una necesidad de reparación o de aprobación constante. Sus padres, según hubiera avanzado en la terapia, tal vez, habían sido demasiado críticos con él y de allí esa constante necesidad que se estaba transformando en un exceso, según el propio Sigi, parecía advertir.

Luego de la muerte de Martina, había hecho siete meses de terapia y, renuente como era a franquearse con un extraño, había dejado el tratamiento cuando llegó a la conclusión que el tiempo, sería el que ordenara las piezas, que el trabajo le ayudaría a eso, y, obviamente, la permanente demanda de sus dos pequeños hijos.

No alentaba pensamientos de venganza, aunque tal vez, al principio, quería contratar un sicario, pero, también, en su fuero íntimo, sabía que su insaciable ambición por expandirse, había sido la principal responsable en la muerte de ella. Pasar de allí a la culpa, medió apenas un paso y logró, haciendo <<cosas buenas>>, mitigar un poco su dolor y su mala conciencia. A la vida, después de lo acaecido, dejó de pedirle más cosas de las que ya tenía y, curiosamente, éstas, se reprodujeron sin pedirlo. Eso aumentó su generosidad para los menos favorecidos, una especie de círculo virtuoso que se retroalimentaba con lo bueno que intentaba ser. Más exactamente, justo. La ecuanimidad, era algo que estaba muy presente en su vida actual, trataba de separarse de emociones mezquinas y pensar y actuar objetivamente, desapasionadamente.

No cubriría con diamantes a Fiona, no alimentaría la codicia de la mujer, porque no sería bueno para ella. Sin que ella lo supiera, trataría de limar sus asperezas y esa extraña rivalidad o más exactamente esa aversión que su amante sentía por la nueva empleada, recientemente promovida.

También, si era sincero, sabía que la mujercita, como pensaba de ella en la intimidad de su mente, le había movido un montón de cosas que creía aseguradas. Le había enseñado, sin proponérselo, a valorar cosas simples, a manifestar emociones, a valorar el desahogo ajeno, como una buena bofetada justamente recibida, ya que la soberbia, era el peor de todos sus pecados.

Asimismo, reconocía que, como padre, tenía que cesar de consentir a sus hijos para no corromperles, no arruinar sus vidas, haciendo de ellos, seres mezquinos. Para eso, eran los niños de la calle. Sus pequeños <<contratados>>, seres que equilibraban, sin saberlo, las demandas de sus hijos, fruto de haber sido tan consentidos. Para que, ambos niños, desde el inicio, fueran conscientes de las diferencias, las ventajas y los reveses que deparaba la vida a los que menos tenían y la genuina posibilidad de transformarse un día, si se les brindaba la oportunidad, en personas útiles, independientes, autosuficientes, y, por cierto, algo felices ¿Por qué no?

Olivia, era un capítulo especial en su tablero de juego privado. Una pieza de reciente incorporación que prometía aumentar la característica lúdica de su vida doméstica. Por empezar, era un espejo en miniatura, de la mujercita que le gustaba. Eso, era indiscutible. Amaba en las mujeres la indocilidad, el espíritu aventurero, la característica desvergonzada y la soltura de lengua, la rapidez en las respuestas. Aprendería de los niños de la calle, porque, ciertamente, a otra escala, estaba muy sobreprotegida, porque, a su nivel, Catalina, también tenía tendencia a la reparación, de acuerdo a sus posibilidades y, otra semejanza que ambos compartían, era cierta dosis de culpa que cargaba la mujercita. Seguramente, por la clase de padre que había brindado a su hija. O no-padre, en este caso. Por eso, sus esfuerzos por compensar con imágenes paternas encarnadas en sus primos de Irlanda y el tratar de mantener los puentes con la familia ausente, del otro lado del océano.

Puentes, que él pensaba ayudar a tender, si la ocasión era propicia.

Sus pensamientos, volvían a la mujercita. Desde su altura, cualquier persona de menos de uno setenta y cinco, pasaba a ser una personita, y de allí ese diminutivo que, como en este caso, entrañaba cierta ternura. A su manera, era una duende diminuta, en el que el gris verdoso de sus ojos, era como un fragmento de su isla natal que llevaría de por vida.

Con esta guisa de pensamientos, tendido en su amplia cama, Sigi, se quedó dormido.

Se podría agregar, que era un hombre muy seguro de sí mismo y su mayor defecto era el ser calculador al extremo, con un autocontrol muy acentuado, pero ya se sabe que las emociones y los sucesos no son ciencias exactas y escapan a veces, a pesar de todo.

La actitud protectora y generosa de su jefe, la tenía en ascuas. Lo que menos deseaba era malquistarse con Fiona, estando bajo sus órdenes estrictas. Por ahora, había olvidado el temita de revolver viejas campañas y la idea algo trillada de <<la abuela verde>>, parecía entusiasmarle. Hasta prometió hablarlo con Sigi, como le llamaba ella familiarmente, esa misma noche en la cena que tendrían. Cosa que no había sucedido, porque el suceso sangriento en el auto, había suspendido los planes románticos de su jefe y la blonda.

Este, al contrario de lo que podría suponerse, al día siguiente apareció contento, muy guapo, para variar y un ramo de rosas para Fiona que la puso como una moto de emocionada y algo decepcionada. En el fondo, esperaba algo más sofisticado y caro

Ella trató de esfumarse para evitar sentirse incómoda ante las muestras de cariño de su jefa con el hombre, que impávido pero ligeramente risueño, se dejaba adorar por ella.

Le daba vergüenza ajena lo que a veces se veía obligada a contemplar. Consideraba humillante el rol de una hermosa mujer que no dudaba en reptar casi literalmente ante un dios griego.

Si fueran amigas, le diría que se hiciera respetar un poco.

El hecho que Olivia fuera asidua de la mansión Troynoy, no se hacía extensivo a ella, que la esperaba religiosamente afuera, así diluviara, como aquella tarde. Tenía al taxi esperando estacionado junto al cordón de la vereda, ante el portón de reja de tres metros de altura.

Desde adentro, le abrieron, pero, por el portero eléctrico, reclamó que fuera la niña corriendo hasta la reja, que ella no entraría y que la estaba esperando bajo el paraguas.

Pero, la voz del mayordomo le insistió que entrara. Maldiciendo por lo bajo, pagó y despachó al taxi. Esquivando los charcos del sendero cubierto de pedregullo, caminó los cien metros que la separaba de la puerta de entrada.

Chorreando como un pato, pasó al vestíbulo. Se quitó los zapatos y desde el interior, le llegaron las voces de un montón de niños. Esperó parada allí, juntando ira, porque debería llamar por un auto, un día que parecía ser el del diluvio universal.

El señor Troynoy, bajó la escalera principal, y sonriendo le hizo un gesto para que pasara. Una asistente cordial, le ayudó a quitarse el impermeable y lo llevó hacia adentro.

—Pase, que Olivia está ocupada, pero ya viene.

— ¿Qué está haciendo?

—Están construyendo un muro, ayudando a los mayores.

— ¿Bajo la lluvia? Ella se asombró.

—Están limpiando. El muro ya está levantado. Pase, y véalo usted misma.

La guió a través de una galería cubierta y a lo lejos, en un rincón del parque, observó una especie de pared, algo tosca, de factura casera y divisó a Olivia que junto a Roxie acarreaban trozos de ladrillos, cargando una carretilla, ataviadas con capas y botas de goma.

— ¿Pero cómo…?

—Cada uno ayuda en la futura casa de juegos. Hay albañiles de verdad, pero ellos, ayudan y aprenden sin darse cuenta.

—Bueno, le agradezco, pero deberemos irnos, señor Troynoy. Se me ha hecho tarde porque no conseguía un taxi y ahora deberé llamar y esperar por uno…

—Ni soñar. Las llevaré luego de terminar nuestra charla, señorita Lombroso.

—En realidad, no tiene por qué hacerlo…

—Bueno, vamos a charlar de lo que me interesa. Ahora y aquí. La voz había cambiado de matices. Era grave, profunda y no admitía <<peros>>.

Se sentaron junto a la chimenea. Ella aceptó un café y se dispuso a escucharle.

Fiona, esta mañana, me dijo algo de su proyecto para niños con necesidades especiales. Me encantó. Le mandé algo a la oficina para que hagan cálculos preliminares de costos y el valor de la prestación para los afiliados. Catalina se quedó de piedra. De Fiona, esperaba cualquier cosa, menos que fuera tan…leal. Aparentemente, no le interesaba ocultar el mérito ajeno, por alguna razón que ella no alcanzaba a comprender. No era la primera vez que era destacada por sus ideas, y la otra mujer, hubiera podido apropiárselas, sin que ella pudiera impedirlo.

Estaba especialmente confundida, cuando terminó de reflexionar acerca de los excesos del jefe de sus pesadillas, o sus sueños, según se viera. La generosidad de la que parecía hacer gala, el tacto con el que impedía enfrentamientos con su posesiva amante, la actitud de la mujer, a la que no le agradaba y que, curiosamente, le cedía todo el mérito ante él, y, por último, el cambio positivo que se había apoderado de su hija Olivia, para transformarse en miembro del equipo de <<elite>>, en la mansión del empresario. Estaba aprendiendo a socializar, en base a la cooperación al principio, y al afecto después, conociendo el alcance de la amistad que se encarnaba en Roxie, su almita gemela de cinco años, casi su hermana, elegidas recíprocamente y unidas por lazos más fuertes que los familiares. Eso, le pesaba un poco, porque era lo que anhelaba que su hija desarrollara con sus primos allende el océano.

— ¿No se le había ocurrido que tal vez, respondiera a algún plan de Sigi?

La voz de Edda Freeman, su psicóloga, resonó grave y seca en el silencio de la consulta.

La mujer era muy cara, pero valía cada libra que le pagaba.

— ¿Qué clase de plan?

—Usted describe a su jefe como alguien que calcula cuidadosamente cada paso que da, un tipo brillante en lo suyo y, con esto de los chicos de la calle, la guardería y hasta el favor de traer a su médico personal, para consultarle por el golpe en la cabeza de Olivia, me dice que o se siente muy culpable por algo, o sin saberlo forman parte de algún proyecto, una fundación, por ejemplo, donde ya sabemos que por ese canal se lava dinero y se evaden impuestos.

—Lo hace parecer un ser siniestro, doctora.

—No tanto. Simplemente, trato que vea que puede haber más de una posibilidad y que, a veces, estar o sentirse desprotegida, puede hacer que idealice a una persona y luego por cualquier cosa, esto se desmorone y vuelva a sumirse en la depresión. Hay que estar preparada para una desilusión, saber que la naturaleza humana se forma de luz y oscuridad, en distintas proporciones, se guardan secretos que a veces, es mejor ignorar, me refiero a secretos pertenecientes a la vida ajena, a la biografía del otro, más precisamente, sobre todo, cuando es una relación totalmente asimétrica como es el dueño de una empresa y una empleada de menor rango, cuya jefa es la amante del mismísimo dueño. No sé si me explico.

—Sí, lo que intenta decirme es que ponga una saludable distancia entre él y yo, que trate de no intimar en lo personal, sobre todo. Para eso está Fiona que es mi filtro natural y a quien siempre me refiero en primera instancia. Jamás salteo la cadena de mandos. Pero, las situaciones <<extra laborales>> como fueron los accidentes de los niños, superaron mi estabilidad y no pude negarme a que me ayudara.

—Pero, eso de ir a su casa cada día a buscar a su hija… ¿Le parece que es ponerse a salvo de falsas ilusiones? ¿O exponerse a situaciones equívocas?

Catalina no contestó. Sabía qué es lo que tenía que hacer, claro. Una vez, más Edda Freeman tenía razón. Se había comportado como una frágil campesina que esperaba que el príncipe acudiera en su ayuda. Una idiota.

Así que, allí estaba Catalina Lombroso, sentada en la sala de la mansión de su jefe.

—Como le dije, Fiona, me llamó esta mañana para hablarme del proyecto que usted le presentó para los nuevos planes infantiles.

Conque era eso, suspiró aliviada.

—Bueno, es lo que incluí en la carpeta que le entregué a ella.

—Todavía no he tenido tiempo de verla, pero si se quedan a cenar, me lo comenta durante la cena, y vamos adelantando.

La sonrisa de Sigi, en otro momento, la hubiera desarmado y se hubiera sentido el centro de su especial atención, pero, para eso iba a terapia. No la iba a pescar con la guardia baja, por más encantos que desplegara.

—Lo lamento, señor Troynoy, pero no podemos quedarnos. Le agradezco mucho, pero, tengo planes para esta noche. Hubiera jurado que una sombra cruzó por la mirada del hombre pero fue algo tan fugaz que, seguramente habían sido figuraciones suyas.

—Bueno, mañana, pregunte a mi secretaria qué hora tengo libre y viene con Fiona a mi oficina y me explica a fondo el proyecto… ¿Cómo es que le ha llamado?

Ella se sintió ruborizar. Ahora le parecía una chorrada.

—<<Abuela Verde>> —susurró.

Sigi rió de buena gana.

—Espero que tenga una línea argumental fuerte porque, a priori, parece el nombre de una sopa enlatada.

—Puede parecerle eso. Pero, no lo veo así. Ella estaba disgustada y antes de seguir hablando, colocándola en un lugar incómodo, se levantó excusándose y comenzó a llamar a Olivia.

Se saludaron rápidamente y ella se negó a que las llevara, aduciendo que llamaría a un amigo que tenía auto. Cuando corriendo, salieron hasta la calle, llamó a un auto privado de empresa y a los pocos minutos se subieron a él. Olivia, no había dejado de refunfuñar por la manera intempestiva de salir casi huyendo del lugar, pero su madre tenía la cabeza en otra parte. Por suerte, había parado de llover y al llegar a casa, la niña se había olvidado de su malhumor, empeñada como estaba, en contarle lo que esa tarde habían construido con los chicos.

Cuando Sigi abrió su notebook, escribió durante un buen rato. El silencio reinante, le indicó que los chicos habían cenado y sus hijos, ya estaban en la cama.

Se sirvió un vodka y se quedó sentado ante el fuego.

No importaba, cuán lejos tratara de llegar la mujercita. Al principio, formaba parte de un proyecto, pero, sin darse cuenta, se había ido escurriendo en algún resquicio que todavía quedaba dentro de su pecho, donde antes latía un corazón que respondía a emociones humanas. No solo Olivia, se había colado por allí, y, que estaba tan contenta en el nuevo ambiente, hasta, se habían limado asperezas entre sus hijos y la gatita salvaje de pelo colorado. Pero la <<gata madre>>, había vuelto a sacar las garras. Era una mujer que no quería volver a ser lastimada. Eso, se notaba a la legua. Lo que daría por sentir ese cuerpito maravilloso estremecerse debajo del suyo, suspiró. Pero, tiempo al tiempo…

 El lunes por la mañana, Fiona y Caty, fueron recibidas por Sigi Troynoy, a solas. Él prefería tomar una decisión en privado, antes de poner la consideración del directorio, por la sensación de control y poder que eso le proporcionaba.

Así que, luego de una breve reseña por parte de Fiona, Caty, valiéndose de las proyecciones en 3D de la computadora, expuso su proyecto <<Abuela Verde>>.

—En principio pensado para el traslado en unidades especiales para niños con enfermedades que requieren frecuente hospitalización, esto se haría extensivo al área de internación y para ello, habría que contar con al asesoramiento de un equipo de psicólogos.

La joven, parecía haber considerado todas las facetas de su proyecto.

—Tal vez, ellos, desaconsejen hacerles sentir diferentes, ubicándolos en áreas especiales y eso hay que tenerlo en cuenta, porque podría perjudicar su evolución. Pero, para aquellos que por fuerza, deben permanecer aislados, tal vez, entrar en un sector que los haga sentir <<especiales>>, en el buen sentido, podría ser algo positivo.

— ¿Cómo sería eso?

—Ser acogidos en el <<Proyecto de la abuela verde>>, sería como pertenecer a esos sofisticados clubes donde se viaja en primera, se reciben atenciones distintas al resto del pasajero turístico común. No creo que esas personas se sientan diferentes de mala forma —reflexionó en voz alta.

—Creo que tiene razón —Sigi Troynoy habló con su voz grave y manera pausada. Hay que consultar previamente, antes de embarcarnos en un proyecto que se nos vuelva en nuestra contra. La intención de cada padre, es, que sus hijos se sientan como cualquier niño, a pesar de todo. La felicidad máxima a que aspiran, es que nadie pueda distinguir a su niño del conjunto, y eso creo que con el tiempo, no ha cambiado.

—Estoy de acuerdo con eso —afirmó Fiona. Sonreía levemente, como si estuviera en un todo de acuerdo con él y solo estuviera presente porque esa era su función. No respaldaba a Catalina ni lo haría nunca, y estas <<alocadas propuestas de la joven>> quedaban en evidencia, dejándole en un lugar donde la inexperiencia sería más que evidente.

—Podemos en principio, considerar las unidades de traslado. Eso puede ser de ayuda, alejando de la mente del niño la imagen ominosa de una ambulancia común y corriente. Se me ocurre, que tal vez, <<la abuela>>, podría estar presente en todos los pabellones de nuestros sanatorios, junto con la decoración y los uniformes del personal. Así, de paso, todos los niños, serán iguales, y no creo que los psicólogos estén en desacuerdo.

Sino, Catalina, el sistema, será similar al utilizado en algunas de nuestras cárceles, donde los uniformes de los internos cambian de color, de acuerdo al pabellón en el que estén alojados—explicó suavemente. El color negro para los de máxima peligrosidad, el naranja para los comunes y así…

Ella se dio cuenta que el hombre tenía razón. Y así lo enunció.

Lamentaba no haberlo pensado y deseó haber sido más reflexiva y no tan apurada por comenzar a emitir proyectos para demostrar que servía. Salieron del despacho en silencio. Fiona, erguida y triunfante, encarnando la voz de la experiencia, de ahí los motivos por los cuales respaldaba sin reparos casi cualquier cosa que proviniera de la joven creativa. Tampoco se trataba de aceptar cualquier cosa, porque entonces, se desacreditaba a sí misma. La inexperta, puesta en evidencia, obviamente, había sido ella,   Catalina, que, caminaba con las carpetas y archivos debajo del brazo, los hombros caídos hacia adelante, la franca imagen de la derrota y la inexperiencia. Tal vez, había tenido demasiada autoconfianza y debió consultar a alguien más que no fuera la rubia fría y calculadora. Se prometió que no le pasaría más, esta especie de salto sin red.

—No te avergüences—le había deslizado su jefa, condescendiente. Todos hemos tenido tropiezos.

Pronto, las palabras que le traían los colores a su cara, <<abuela verde>>, corrieron como reguero de pólvora entre el resto del piso y aledaños.

Sara, cuando se reunieron a comer un bocadillo, en un parque cercano, trató de quitarle importancia a lo sucedido.

—Todo será cuestión que esperes tu momento. Fiona, un día, no muy lejano, va a aterrizar sobre sus siliconadas tetas y ya verás quién ríe último.

—Pudo haberme advertido, Sara —se lamentaba Catalina.

—Su juego ha sido ese, desde el principio —aseguró Sara con el ceño fruncido. Debe haber percibido que pareces importarle al jefe.

—Ah, sobre eso, la psicóloga me ha advertido… Y terminó por contarle la audaz teoría de lo que representaban ella y su hija para el empresario, y quizá el resto de los niños a los que ayudaba.

—Eso no podemos saberlo —pensó Sara. Sin embargo….

— ¿Qué? Caty la miraba, expectante.

—No te prometo nada, pero tengo un amigo, que podría meterse en su notebook y quizá tenga algo para…

— ¡No podría! Después de cómo se ha portado con nosotras, la ayuda que nos brindó… Catalina negaba con la cabeza.

—Pero, tendrías la ocasión de salir de dudas y te juro, Caty, que es tan bueno mi amigo, que no dejará huellas de su… exploración.

—Tiene que ser alguien que trabaja adentro de la empresa y que no despierte sospechas —sostuvo Catalina, algo dudosa.

—Obviamente, es de informática. Solo será un paseo para él y te aseguro que el jefe, no va a notarlo. Solo su computadora personal, nada que tenga que ver con la empresa. Algo…<<extraoficial>>.

—Que nos llevará directo al desempleo—le cortó Catalina.

— ¿Desde cuándo tienes miedo?

—Desde que tuve a Olivia. Rotunda, Catalina miró a su amiga. No sabes las noches de insomnio que tengo por saber que, si me pasara algo, solo tendría a mis primos que están tan pero tan lejos, que, veces, quisiera designar un tutor aquí que se encargara de ella, hasta llevarla con alguno de mis primos casados. Digamos que dejar todo arreglado, por las dudas.

—Bueno, de eso puedes ocuparte cuando viajes a Irlanda y hagas los trámites allí. Yo puedo hacerme cargo de ella hasta que la deje en poder de tu familia y Servicios Sociales no meterán su garra en ella.

—De aquí a que yo viaje…

Si bien el proyecto de Catalina, era casi un completo fiasco, había que rescatar sus costados rentables. Eso, como le había prometido, lo analizaría con sus expertos en costos e inversiones. Sigi, se sentía irritado con Fiona, que en cuanto se hubo percatado que estaba haciéndole perder su tiempo, había huido de su despacho junto con la pelirroja. La llamó a su teléfono y solo pudo hallarle media hora después, ya que estaba reunida con unos creativos. Lo que estaba haciendo la mujer, era enfriarle para que no desatara la cólera del infierno sobre ella. Sabía que era una novata, y dejarle a cargo de una mujer mal intencionada y celosa, no había sido una de sus mejores ideas. Pensó que su amante sería más profesional, pero, comprobó que se manejaba con patrones puramente emocionales y eso no iba a permitírselo. De la pelirroja, se ocuparía después. No le parecía una mujer rencorosa, pero sí, muy orgullosa, por lo que lo de esa mañana, no lo olvidaría jamás. Una curiosa manera de aprender, se dijo. Pero, no podía conformarse un equipo donde la gente desconfiara de su jefa. Eso era impensable y Fiona, pagaría por eso.

Así que, cuando la mujer golpeó a su puerta, él la hizo entrar, y la recibió de pie junto a su escritorio, de espaldas a la puerta.

Se giró y le clavó una mirada glacial. Fiona comprendió que debería echar mano a todas sus artes para apaciguarlo, si quería conservar su lugar en la empresa y en la cama de él.

—Sigi, te juro que no analicé a fondo el impacto psicológico que esto podría haber tenido, de ponerse en práctica. Ya aleccioné a la señorita Lombroso y creo que aprendió la lección. Fue muy insistente con respecto a que te mostrara el proyecto, hasta me propuso que lo hiciera a mi nombre y…

—Como lo pensaste, dejaste que fuera sola al matadero, dejando en claro, desde el comienzo, que no estabas de acuerdo con él. Ahora, Fiona, dime ¿Cómo carajos crees que cualquier miembro de tu equipo vuelva a confiar en ti si no solo no les respaldas sino que ni eres capaz de impedir que hagan un terrible papelón delante de mí? Agradece que no estaba reunido el equipo de Grunwald, porque tu cabeza, te juro que hubiera rodado antes que la de ella.

Fiona, sabía que su equipo rival, encabezado por Thor Grunwald, eran especialistas en destripar a sus adversarios, y si eran mujeres, mejor.

—Sigi, ya sé que no estuve muy profesional, pero te juro que cuando me lo planteó, hasta me pareció original y…

—Ella misma reconoció que tenía una base endeble y argumentó las causas, Fiona. Pero, imagino que no habrás querido ni terminar de escucharla ante el apuro por hacerle quedar mal y minar su confianza ¿No es así?

La mujer, no contestó. Hizo un puchero con su boca que había retocado con labial. Boca, que en otros momentos, hubiera tentado a Sigi de mil maneras en distintas partes de su cuerpo, vaya si ella lo conocía. Pero, en ese momento, parecía inmune a uno de sus recursos más valiosos. Detrás de su escritorio, habían dado rienda suelta a su pasión, muchas veces, sin ni siquiera desvestirse y ella era capaz de elevarle al cielo con solo desabotonar su bragueta. Pero, debía reconocer, que tendría que hacer algo más que eso, para recuperar el terreno perdido.

—Sigi, no volverá a pasar, te juro. No sé qué se me pasó por la cabeza. Incluso estuve pensando en utilizar algo del proyecto para enriquecer el Plan Infantil y que no todo haya sido una pérdida de tiempo.

—Yo pensé lo mismo. Así que, Fiona, dile a la señorita Lombroso, lo que has pensado, esboza tu idea y que rehaga el proyecto. La idea de los móviles especiales, y algunas cosas más, creo que podrían funcionar. Pero quiero que esta vez, tú respaldes su exposición y que quede claro desde el principio. Lo haremos ante la junta cuando concurran por la sesión mensual y le daremos la oportunidad que se rehaga y que no todo haya sido una pérdida de tiempo.

—Te agradezco, Sigi. No me queda claro cómo puedo agradecerte la paciencia que nos has demostrado…

—Haciendo un proyecto sin errores y pocas correcciones, Fiona.

— ¿Queda en la nada la cena que cancelaste la noche pasada? El tono de ella, gatuno y sugerente, trepó por el cuerpo de él y anidó en su entrepierna.

—Esta noche, pasaré por ti a las ocho. Fue su seca respuesta.

Fiona, más que satisfecha, pensó que había sido más fácil de lo que suponía y no había perdido su toque, definitivamente. Más tranquila, se dirigió al despacho donde se encargaría de la pelirroja aquella.

Sigi, después de la reunión con Fiona, almorzó con un par de posibles dueños de sanatorios muy prestigiosos, para suscribir un convenio de atención para afiliados de ciertos planes de elite.

Cuando retornó a su despacho eran pasadas las tres de la tarde, cuando sonó su celular. Era de su casa.

La voz entrecortada de la niñera, le bajó a la tierra rápidamente.

Olivia, otra vez Olivia, se había trepado a un árbol y ahora no podía bajarse. Uno de los jardineros había intentado trepar y la pequeña se había refugiado, aún, más alto, y en esos momentos, se hallaba abrazada a una rama a unos quince metros de alto, bastante asustada.

Cerró los ojos, y sintió que el corazón latía cada vez más rápido.

—Llamen a los bomberos y detállenles la situación —ladró furioso. Yo, estoy yendo para allí.

No recordaba cómo estaba al volante de su auto, que por suerte, esta vez era el deportivo negro que, como una bala se desplazó hasta las afueras de la ciudad. Pero en más de veinte minutos, podrían pasar muchas cosas. Por empezar, esta vez, había omitido avisarle a la madre. No se animaba a mostrarle su incapacidad para cuidar de su hija y temía que su reacción, le haría perder un tiempo precioso y decidió arriesgarse.

Había esperado, que a esa hora, el tránsito fuera más fluido, pero parecía haberse adherido al asfalto y no avanzaba. Comenzó a transpirar. La camisa se le había pegado a la espalda y tenía la boca seca.

Cuando por fin llegó a su casa, con una frenada que hizo chirriar los mecanismos, corrió hacia los fondos del parque. Le extrañó que el camión de los bomberos, no estuviera allí y deseó que ya se hubieran ido, luego de rescatar a la niña.

Pero, ni siquiera habían podido acudir, por un incendio de grandes proporciones cerca de allí que requería de todas las unidades disponibles ya que las llamas, estaban cercando un centro comercial que todavía estaba siendo evacuado por precaución.

La vio abrazada a la rama, que oscilaba bajo su peso, con ojos agrandados por el miedo.

—Olivia, ya subo a buscarte, solo quédate lo más quieta que puedas y ya llego hasta donde tú estás. No te asustes. Va a salir todo bien.

— ¿Y mamá? La débil vocecita, temblona le trajo cierta mala conciencia a su mente.

—Está por llegar en cualquier momento —mintió.

— ¿Por qué no la trajiste tú?

—Estaba muy apurado por venir a rescatarte y preferí que ella esté en camino antes que…

—Ya me estoy cansando, no puedo sostenerme más.

Él se quitó el saco, no quiso perder tiempo buscando una soga porque no sabría qué hacer con ella ya que a lo sumo, podría acercársele apenas dos metros si no quería que la rama se quebrase por su peso.

Fue ascendiendo lentamente. Todavía no tenía idea dónde había ido colocando Olivia sus pies para hallar puntos de apoyo en aquel tronco pelado que solo tenía ramas a tres o cuatro metros del suelo. Era una verdadera locura. No podía culpar a nadie por su descuido ya que humanamente, para una niña de menos de tres años, no era posible acceder a las ramas más bajas.

Debajo de ellos dos, se habían reunido todos los niños y sus hijos que observaban mudos, la riesgosa escena.

Repasó a su personal doméstico. Los hombres que trabajaban para él, eran muy añosos y ni pensar en las mujeres. Se esforzó en concentrarse dónde colocar sus pies que resbalaban a cada rato, zafándose de endebles apoyos. Maldijo sus zapatos de lujo totalmente inadecuados para el trance.

Cuando por fin alcanzó la primera rama, el ascenso se le hizo más fácil.

—Ya me estoy acercando, Olivia. Un rato más y te podré alcanzar.

—Apúrate, Sigi que me parece que la rama ha hecho un ruido—dijo la pequeña, mirando hacia sus espaldas, con gesto preocupado. Mamá esta vez sí que va a enojarse.

Sigi, no quería pensar ahora en lo que diría Catalina. Y si la niña caía… apartó esos pensamientos con esfuerzo y continuó trepando.

A lo lejos, se oyó la sirena de los bomberos. Por favor, que llegaran rápido. No recordaba haberse asustado tanto desde…

Ya casi estaba a la altura de donde ella había llegado, trató de acercarse a la rama en la que Olivia estaba abrazada como un mono pequeño. Hubo un crujido. Era un árbol añoso y… extendió el brazo, pero le faltaban dos metros para alcanzarle.

Vio, de reojo, estacionando, al camión, frente a su casa.

Los gritos de los niños guiaron a los bomberos que, portando una escalera de varios tramos, se acercaban corriendo.

Sigi, cuando la extendieron, era quien más cercano se hallaba, así que se trepó a la misma ni bien alcanzó el nivel donde él estaba. Llevaba sujeta una soga con una especie de gancho de sujeción que la niña no sabría cómo pasarlo, pero que él intentaría hacerlo. Junto con eso, había un arnés que apenas pudo alcanzar y mientras, por el otro lado, un bombero alcanzaba a la niña, tomándola por la cintura, sujetándola y comenzando a descender. Luego, las cosas se precipitaron. La escalera, comenzó a oscilar y Sigi observó con terror que la rama sobre la que apoyaba, comenzaba a quebrarse y desprenderse del tronco principal.

Olivia ya estaba a salvo en tierra, cuando la rama se terminó de romper y Sigi acabó precipitándose a tierra desde unos tres metros de altura.

Al cabo de media hora, una ambulancia llegó al lugar. Sigi fue cargado en una camilla y trasladado al sanatorio.

Desde allí daba órdenes para que le informaran a Catalina y pusieran al habla a Olivia para que le contara lo que había pasado y que la joven supiera por boca de ella que se encontraba bien.

Lo de Sigi, terminó siendo una fractura algo más arriba del codo y tuvieron que colocarle un cabestrillo de Viet Nam. Llamó a su chofer y a las dos horas estaba de regreso en su casa.

Catalina, estaba hecha una furia así que no le importó cuando vio descender del lujoso automóvil a su jefe, con el brazo fracturado por tratar de rescatar a su hija.

Anteriormente, por espacio de un cuarto de hora, sus gritos e insultos fueron soportados en silencio por un Sigi que había tomado analgésicos, y, le pareció que la joven estaba exaltada por demás, pero no estaba para discutir con ella. Después de todo, tenía razón. Era la madre y debería haber sido informada antes que nadie. No le importó que él hubiera querido ahorrarle la imagen de su hija trepada a una insegura rama que amenazaba quebrarse a quince metros de altura. Ahora no lo entendía, pero, Sigi estaba seguro, que acabaría haciéndolo.

Otra vez, el caos, parecía haber estallado alrededor de ella, Olivia y Sigi Troynoy. Si hubiera sido supersticiosa, estaría buscando a una bruja para que rompiera el hechizo que cruzaba sus caminos de mala forma. Le diera las vueltas que le diera, los dados, siempre, salían así.

Para colmo de su bochorno, por la fallida presentación de la campaña, otra vez había vuelto a explotar contra el rostro impasible de su jefe, que, lejos de guardarle rencor, se había limitado a dejarle liberar su angustia y el terrible miedo que le estrangulaba las entrañas, cada vez que la desventura rozaba a su hija.

Pero, esta vez, Olivia, se había pasado y tendría que ser muy severa con ella, por mucho que le pesara. Además, debería pedirle disculpas a Sigi Troynoy, porque se había extralimitado y al día siguiente, Olivia regresaría a casa. No más de casa de Sigi, le gustara a ella o no.

Animada por todas estas decisiones, esa noche, Catalina, regañó fieramente a su hija que, después de los pucheros, había comenzado a llorar bajito. Ella, se había asustado también, así que a Catalina, le pareció que ya tendría suficiente escarmiento.

Habló con Sara durante un buen rato, hasta que ella también se calmó a su vez. Reconocía la consideración de él, al no avisarle hasta no tener todo bajo control. Le hubiera pasado a ella igualmente, porque Olivia era rapidísima cuando decidía treparse a algo.

Al día siguiente, dejó a Olivia en la guardería, bajo protesta y ante la mirada desconsolada de Lucy Raval, enterada del incidente de la tarde anterior. A sus oídos, había llegado la odisea vivida por la pequeña pelirroja y eso, le daba una íntima satisfacción ya que se notaba que lo de trepar como los monos, era un hábito incorporado a la niña, que habría que desterrar, si se querían evitar males mayores.

Luego, en un hueco que su jefe tenía en su agenda, Catalina logró ser recibida por el mismo. Se mostraba frío y distante, pero, luego de las disculpas, la mirada de arrepentimiento, el discurso que había ensayado, Sigi, no pudo resistirse a la luminosa sonrisa de su subalterna.

―Siendo así, tendrá que convencer a Fiona que no ha utilizado ningún encantamiento contra ella para arruinar nuestras cenas románticas.

La verdad, no parecía mostrarse muy afectado por ese hecho, todo lo contrario de su jefa, que, en respuesta a su saludo, había emitido un sordo gruñido.

―Le estoy agradecida por la oportunidad que le dio a Olivia, pero, no va a poder ser. Aquí, la sala de tres años es muy agradable. Aunque extrañe un poco su casa, ya que solo parece estar a gusto al aire libre haciendo salvajadas.

―No sé a quién saldrá ―la miró fijo, con una sonrisa burlona.

—Tal vez, ha tenido una idea equivocada de mí. Suelo ser bastante agradable y no genero conflictos en mi ambiente laboral —protestó ella.

Él se levantó desde detrás de su asiento, la tomó por los hombros, la giró, y dándole tiernas palmadas en ellos, la condujo hasta la salida.

—Bueno, bueno, —dijo calmándola como a los niños o los locos. Está bien. Vaya, trate de tranquilizar a Fiona, que va a costarme una fortuna en regalos reparativos y compórtese como una buena chica, aunque sea por doce horas.

Ella, estuvo por girar a contestarle, pero, sabiamente, decidió seguir caminando por el pasillo, sin darse la vuelta. Si lo hubiera hecho, le hubiera visto los ojos grises clavados en su trasero, con sonrisa lobuna.

Lo que estaba pasando, ya le daba mala espina. Descartó los carísimos bombones que reposaban sobre su escritorio y una tarjeta con la letra irregular, picuda, por lo agresiva y decidida en los palos transversales de las <<t>>. <<Lo siento, Fiona. Se ha presentado algo en casa y he sufrido una caída. Estoy en urgencias. Parece ser una fractura. Estoy con Alberto quien me ha traído y me llevará de regreso. La cena de hoy, la postergaremos, pero luego ya re agendaremos otra. S.

Como si fuera una cita de negocios, en eso se había ido transformando su relación, desde, desde que… La maldita pelirroja aquella, había irrumpido en sus vidas con la insoportable cría, una copia en miniatura de su madre.

Justo se abrió la puerta del despacho y una Catalina Lombroso cabizbaja y dispuesta a recibir golpes verbales, entró por la orden del día. Traía dos tazas de café.

—Una es latte y la otra le hice poner un toque de canela, porque no sé cuál es de tu agrado—susurró tímidamente.

—Ninguna en realidad, porque tomo té, pero gracias.

Después de todo, seguía pareciendo ajena a los planes de su traviesa hija que era demasiado pequeña como para hacer las cosas adrede. Fiona, se quedó observándola, pensativa.

Maravillada por el olfato de Sigi para detectar a sus presas, la mujer no dejaba de admirar la naturalidad con que sus <<víctimas>>, aceptaban su progresiva protección, hasta que, como intrusos en una colmena, quedaban atrapadas y cubiertas por un tapón de cera, o rodeadas por una tela maravillosamente urdida.

Ignoraba si Catalina sería una de aquellas. Antes bien, la joven parecía dispuesta a mantener una saludable distancia con Sigi, costase lo que costase, pero las campañas estaban en pleno proceso de creación y no podría sustraerse al magnetismo del empresario.

Hasta que, <<La abuela Verde>>, cobró vida, unas semanas después, en forma de pequeñas ambulancias y hubo de aumentarse la cuota del plan, ante la inminente puesta en marcha de un área especial para aquellos niños con padecimientos crónicos. Sigi, había desoído al equipo de psicólogos y había hecho algo diferente. Había encuestado directamente a los pequeños implicados y los resultados obtenidos, parecían apuntar que, el disponer de un área especial para ellos, no les hacía sentirse mal, sino que, por el contrario, querían probar un tiempo y si no se sentían cómodos, se les cambiaba inmediatamente al plan anterior.

Cuando Catalina recibió la novedad, sencillamente no podía creerlo. Le fue encargada la estrategia para llevar a cabo los incrementos en los planes, previa conformidad del niño y su familia. No creía estar capacitada para el trato con el cliente, pero, telefónicamente, al menos, le había ido bastante bien.

Había trabajado mucho junto a los diseñadores de la parte gráfica y enviado por celular el video con el proyecto en marcha.

Se reunió con los arquitectos, y comenzaron con el sanatorio más antiguo.

Necesitaría una extensión horaria, por lo que tuvo que contratar una niñera, para que le diera de cenar a Olivia, después del baño, al llegar de la guardería.

Pasó más de un mes, en el que para alivio de Catalina, no se cruzó con su jefe y Fiona, más tranquila, era quien iba y venía con las alternativas del proyecto, poniéndolas en conocimiento del hombre.

 Pasaron tres meses y el impacto de <<La Abuela Verde>>, fue tal, que las ganancias de la empresa podían considerarse casi siderales. Parecía mentira lo necesarias que habían sido tan solo unas pocas ideas y tan lucrativas que habían resultado. Como si Catalina hubiera detectado lo que aquellos niños <<especiales>> esperaban sin saberlo.

Por eso, no le extrañó, cuando se celebró un evento en la última planta agasajando a los creativos. Esa noche que prometía ser tan especial, Olivia se quedó a cargo de la niñera con quien parecía llevarse bien.

Sara, había contribuido con el vestuario de la atractiva pelirroja. Le había prestado para la ocasión un vestido de corte sirena, verde, que armonizaba con sus ojos y unos zapatos a tono, tal vez demasiado elevados para su gusto, pero, no estaba para gastos, cuando Olivia parecía crecer cada mes, como si tuviera apuro por jaquear la economía de su madre.

Sosteniendo una copa de champagne en la mano, la joven erraba por el salón, saludando a aquellos pocos que conocía. Buscaba con la mirada a Fiona, pero, se imaginó que entraría con Troynoy. Las cosas entre ellos, parecían haber mejorado y ahora, su jefa no estaba tan irascible como los días anteriores. Extrañaba a Sara, pero el festejo era para ellos y el sector de <<Ventas>>, obviamente.

Cuando por fin aparecieron ambos, la joven no pudo menos que reconocer que hacían una hermosa pareja. Ambos altos, ella rubia, estilizada y elegante, en cuanto a él…Bueno, era Sigi,  que parecía hacerse cargo del espacio que le rodeaba, eclipsando al resto de hombres que, con sus trajes caros, deambulaban de aquí para allá, acechando al gran Jefe.

Ella, por su parte, procedió a eclipsarse detrás de una columna del espacioso salón, pegada a un ventanal que daba a una terraza. Si comenzaba a sentirse incómoda, tendría una vía de escape al exterior. Reconocía que el rechazo de Olivia a los espacios cerrados, era algo tal vez heredado. Pero, no se engañaba. Aquí había algo más. Huía de Sigi, de sus ojos y su mirada escrutadora que parecía adivinar sus pensamientos. Pero, de sí misma, le sería más difícil escapar.

Cuando Fiona se hizo cargo del micrófono, el corazón de Catalina comenzó a apartarse de su ritmo normal. Sabía que la nombraría y no quería eso. Figurar no había sido su intención.

—… <<Y es por eso, que siguiendo la política de la empresa, se premiará a aquellas personas, que se destacan por su entrega y las horas extras dedicadas a la misma, es que hay que reconocer que <Abuela Verde>, no habría sido posible sin su creadora>>. Catalina Lombroso, sube, por favor.

Las piernas le temblaban y las mejillas rojas, hacían que, se sintiera miserable.

Fiona le entregó el micrófono.

Catalina apenas lo sostuvo y lo acercó a sus labios.

—Gracias, Fiona, pero sin tu confianza en llevar mi pequeña idea ante los jefes, no hubiera sido posible cristalizar a la misma y sin las modificaciones y oportunas críticas de los más experimentados tampoco. Muchas gracias.

Le entregó el micrófono como si este, de pronto, le quemara la mano y se apresuró a bajarse de la tarima.

— ¡Espera, Catalina, tu premio! Fiona, hizo un gesto a Sigi Troynoy quien subió a la misma con un papel angosto en una mano.

La joven imaginó que sería un cheque.

Sigi, hizo ademán de entregárselo, sonriente.

Ella, extendió la mano, insegura y lo tomó.

Las letras bailaban ante sus ojos. No entendía nada.

—Creo que has mencionado los orígenes de la <<Abuela>>, como los de tu tierra, por eso, hemos pensado en regalarte un pasaje para Irlanda, por una semana de estadía para dos personas, para que, de paso, te reencuentres con la familia y puedas regresar renovada y con más ideas por el estilo.

Ella sonrió y agradeció con voz algo insegura. No se había preparado para actuar en público y se sabía poco desenvuelta, cosa que a los otros dos, les hacía parecer peces en el agua. Algo más que les situaba entre las parejas de <<Dioses del Olimpo>>, bellos y perfectos. Fiona, parecía haber dejado atrás la etapa de arrastrarse detrás de Sigi y parecía segura y aplomada.

Luego, reparó en la magnitud del premio. Aquello era algo que ni soñado. Desde que había partido, luego del nacimiento de Olivia, hacía más de seis meses, no había regresado a la patria y extrañaba a sus primos.

Regresó a casa en taxi, como volando sobre una nube. Todavía le parecía mentira. En una semana, estaría en su casa.

Cuando llegó, no era medianoche aún, así que llamó a Sara.

Le contó todo a la velocidad del rayo. Estaba tan excitada que apenas le sería posible trabajar los días venideros.

A duras penas, lograba concentrarse. Cuando llegó el viernes, se despidió de Sara y de Fiona.

Dudó en hacerlo con Sigi Troynoy, pero decidió no hacerlo. El OIimpo, no estaba hecho para los tristes humanos como ella.

La última sesión antes de su viaje, a la joven, le costó mantenerse quieta en el sillón. Pero, Edda Freeman, tenía un objetivo que era el bienestar de la misma. Había superado la experiencia de un hombre egoísta e inmaduro como era Kyle, con gran sufrimiento y no estaba lista para enfrentarse con otro mucho más refinado, inteligente y manipulador, con aparente empatía. ¿Cómo hacer para que la joven se enterase de la verdad detrás de su jefe, a quien parecía haberle subido a un pedestal? Poco acostumbrada al buen trato, como había estado, por parte del padre de su hija, era fácil darse cuenta que un seductor nato como Sigi Troynoy, la tenía servida en bandeja. Y el pasaje, teniendo en cuenta una confidencia de la joven, era la frutilla del postre.

Así que la mujer, comenzó una delicada tarea de ir despojando capa por capa a aquel personaje, hasta reducirlo a la imagen real. Esto lo debería hacer contra reloj, ya que luego de regresar de Irlanda, la paciente estaría más arrobada con él, seguramente por haberlo pasado muy bien en familia.

— ¿Qué piensas que harás allá en tu casa?

—Reunirme con mis primos, sus mujeres e hijos, nada especial, pero tanto, al mismo tiempo, sonrió ella. Ha sido tan sorpresivo esto que todavía no puedo creerlo.

— ¿Cómo han premiado antes a los creativos? ¿Has averiguado?

—Sí, con una semana en algún rancho en Texas para turistas, o en algún hotel en Las Vegas. Creo que es la primera vez que lo hacen en Europa.

— ¿Y a qué crees que se debe?

—Se lo mencioné al jefe, no me acuerdo cuándo. Me sorprende que lo haya recordado. Es asombrosa la memoria que tiene.

— ¿Has averiguado algo en internet sobre tu empleador?

—No, de él personalmente, no. Acerca de la empresa, sí, obviamente ¿Por qué lo pregunta?

—Tal vez, todo no es lo que parece. Habíamos quedado, al principio, en estar atenta a volver a ilusionarse con alguien, distorsionando la percepción. Evitar volver a quedar rota por  quien no es lo que parece.

Catalina reaccionó, irritada. Era lógico. Con un pie en el avión, un tirón brusco que le hizo descender a la tierra, tenía que enfadarle. Pero, era preferible, albergar la duda en su mente, porque, estaba transitando el mismo camino que con el padre de su hija a quien vería nuevamente.

Por lo pronto, había tomado una sana distancia de su jefe y eso haría que pudiera exponerse a conocer otras personas y no a enfocarse tan solo en una que parecía haber absorbido sus horas de trabajo y las privadas también.

Pero, por otro lado, se sentía contrariada con la psicóloga. Esta parecía empeñada en que no pudiera volver a confiar en otro hombre, deslizando la duda. Catalina, reconocía que él no sería para ella, ya que era alguien involucrado en una relación que no tenía intención de perturbar. Por eso, cuando se dio cuenta que estaban demasiado próximos, se apresuró a poner distancia. Pero, si era sincera, no estaría de más que averiguara algo por internet.

Así que esa noche, abrió su notebook y buscó datos sobre Sigi Troynoy.

Estudios en Moscú donde había nacido, título en escuela de negocios, completado con maestrías en Londres, empresa familiar, comienzos. Casamiento con Martina Nobotna, compañera del instituto y fallecida hacía cinco años a manos de la mafia. Eso, creía haberlo escuchado en los pasillos, al ingresar. Dos hijos que, vaya si los conocía.

Reparó en un aparte. Una hospitalización del empresario, luego del homicidio de Martina en una afamada clínica psiquiátrica.

Tragó saliva. Edda Freeman, debería saber algo y por ética no podría contarle, pero había plantado la duda y allí estaba.

Siguió buscando, pero parecía que por casi un año, no había noticias de sus actividades. Pero era una advertencia. Algo sobre lo que andarse con cuidado. Tal vez, era de aquellos que arrastraban en su caída, o…

Al parecer, era de un bajo perfil y pretendía seguir así. No aparecía información de los chicos de la calle ni de las donaciones y actos de beneficencia a los que concurría.

De algo estaba segura, utilizaría el pasaje y luego, seguiría como hasta ahora. A veces pensaba, en aquella especie de gigante furioso, que había irrumpido por el pasillo de la guardería, durante la primera pelea que protagonizara Olivia y misteriosamente se había ido transformando en el más servicial, y, protector jefe, que hubiera conocido. Es como si lo hubiese reemplazado un hermano gemelo o… que hubiera algo planeado detrás de todo eso y ellas, con su hija incluida, fueran parte de una especie de programa. De todas maneras, no pensaba desperdiciar un premio, que consideraba merecido. Este año, había sido duro en parte y lo había sorteado gracias a Sigi, y decidió que a la vuelta, se pondría a investigar qué lugar ocupaban madre e hija en un presunto diseño <<expiatorio>>.

Había que ver la alegría de aquella pobre infeliz, cuando le entregaron el pasaje, pensó Fiona, mientras se vestía para salir a cenar con Sigi. Si apenas tuviera una idea de la campaña de auto sanación y expiación llevada por su amante, las ilusiones de la patética pelirroja, se desmoronarían como el pedestal en el que había subido al que podía considerar su futuro esposo, porque, era innegable la cara que ponía cuando él estaba cerca y los ojos que iban detrás de la figura alta y tan agraciada por la naturaleza. Había que aceptar, a su pesar, que la joven era muy hermosa, pero a su entender, carecía de la menor sofisticación y la docilidad que seducía a Sigi. Nada le <<ponía>> tanto como una mujer sumisa. Si lo sabría ella. Suspiró, anhelando que el tiempo que faltaba para la llegada de su cita, terminara de una buena vez. Si esta noche, no podía seducir a Sigi y convencerle de casarse con ella, estaría sobrepasando el tiempo que Fiona se había dado para lograr su cometido. Si esto sucedía, ya habría tiempo para sacar sus garras, cuando tuviera un anillo en el dedo, empezando por los dos malcriados hijos del hombre que pasarían sus futuros años en un internado, de allí o de Suiza, lo mismo le daba.

Miró su esbelta y agraciada figura ante el espejo. Exudaba distinción, y las joyas de diseñador, sabiamente combinadas, junto con su vestido adherente, le parecía la fórmula imbatible, para lograr que el hombre, de una buena vez, le pidiera matrimonio.         

Esa noche, Sigi en un traje de corte italiano, de color oscuro y camisa blanca, la pasó a buscar puntualmente.

Como de costumbre, él había elegido el restaurante, ya que en la relación, era quien hacía y deshacía. A Fiona, en opinión de Catalina, solo le faltaba la correa y el collar, por supuesto que a espaldas de la distinguida rubia.

En cuanto a Fiona, le daba igual. Como su madre siempre había dicho, a los hombres había que darles la sensación del control en banalidades, hasta tener el dichoso anillo en el dedo. Luego, si la unión era bendecida con un heredero, el control completo, podía pasar a manos de la mujer, casi sin excepción. Un día, habían hablado del tema y Fiona había terminado bastante intranquila. En las intenciones de Sigi, no figuraba la palabra <<compromiso>>, al menos a corto plazo. Además habría de aceptar un contrato pre nupcial, que a ella, en caso de divorcio, le dejaba más o menos como había llegado al mismo. Para ella, no era todo lo generoso que se mostraba con la pelirroja y sutilmente, había ido tanteando por ese lado, hasta acercarse al núcleo de la cuestión. Y, para su sorpresa, Sigi, algo deslizó de su tarea reparativa por la inmensa culpa que le corroía, y que estaba pagando el daño ocasionado a Martina, con tareas de beneficencia anónimas y gestos de generosidad y altruismo desconocidos por él hasta hace poco. Había evitado, por todos los medios referirse a la pelirroja y eso le dio mala espina. Jamás le había sorprendido una frase alusiva a la joven y eso, se había convertido en un tema tabú.

Cuando Sigi la besó en la mejilla, al mejor estilo <<marido de cuarenta años de vida en común>>, Fiona, no pudo menos que desanimarse un poco. Había invertido una pequeña fortuna en joyas auténticas, y aquel modelo de diseño ridículamente caro. Unas palabras de él, y estaría por los cielos.

Mientras iban por la autopista, ella pensó en la vida sexual que llevaban y cómo, también se había transformado. Sigi, había demostrado ser un amante discretamente apasionado y ella lo interpretó por su reciente viudez, pero cuando el tiempo hubo transcurrido y el hombre no cambiaba, Fiona empezó a preocuparse y a reclamarle mayor atención, lo que terminó por irritarle y acabó diciéndole que sólo le daba lo que podía. Si no estaba satisfecha, ya sabía lo que tenía que hacer.

Ella, una vez más, agachó la cabeza, esperanzada en que las cosas cambiarían cuando ella fuera su esposa. Los hijos, necesitaban una madrastra, por más antipática que fuera la palabra y nadie mejor que ella, para ayudar a transformarles en hombres de carácter.

Al retornar a su casa, con Fiona enfurruñada a su lado, Sigi no pudo menos que pensar en el bamboleante juego de caderas que ese maldito verde marcaba en el andar de la pelirroja de sus sueños húmedos.

En ese, su paraíso onírico, la sometía a las mil torturas sádico- sexuales que iban desfilando por su mente. Hacía rato que había abandonado sus intenciones de redimirse con ella. Vaya mujer. Le reconocía un poder que no había querido admitir al principio, cuando le creyó desvalida, sumisa y agradecida, pero, ni bien ella, mostró sus garras y sus colmillos, toda la fiereza que aquel cuerpo podía transmitir, poniéndole rígido en todos los sentidos, dejó de protegerla. Aparentó ser el mismo, pero en su fuero interior, la fiera que había en Catalina, le excitaba hasta impedirle pensar y calcular sus pasos con cautela, por lo que, el prudente alejamiento de la joven, le habían proporcionado cierto alivio, aunque los sueños recrudecieran en esos días de no verle. La observaba sumergirse en un lago de aguas heladas, desnuda y quedar de espaldas a él, con la cabellera roja rasando el agua, hasta que se giraba con brusquedad mostrándole sus pechos erguidos por el frío, haciéndole despertar presa de una agitación desconocida y reprimida hasta entonces.

Miró de reojo a Fiona, los ojos cerrados, como una perfecta esfinge rubia. Sabía lo que ella esperaba de él y sonrió. Claro que no lo obtendría. Jamás aceptaría a nadie que no amara a sus hijos y ella, apenas disimulaba lo molesta que se sentía por su proximidad.

Le daría lo que ella esperaba, de manera discreta e insatisfactoria. Eso, le tenía sin cuidado. No valía la pena. Calculó que, en unas horas, Catalina estaría abordando el avión rumbo a la isla verde y volvió a sonreír, pasándose la lengua por su labio inferior. Ansiaba tenerla de vuelta y allí podría mostrar su juego, si la pelirroja, se distendía un poco. Si no, habría que ayudarle a relajarse.

Esa semana, sin embargo, el saberla lejos, le produjo cierto escozor incómodo que no había sospechado que llegaría a sentir por mujer alguna y le molestó. Le costaba concentrarse y el trabajo estaba centralizado en sus manos, por lo que debía hacer enormes esfuerzos por asistir y atender innumerables reuniones. Estaba solo y ahora, eso comenzaba a pesarle. Su refugio, el trabajo, había dejado de serlo. Ahora, quería salir, subirse al auto y alejarse todo lo que pudiera de la ciudad. Cerró los ojos e imaginó el reencuentro de la pelirroja con sus primos.

¿Cuán cercanos serían? ¿Habría alguno que… El padre de Olivia, sería de la partida, eso era inevitable. Trató de no pensar para no enloquecer de furia, detrás de su semblante impávido. El de siempre, el que había puesto después del homicidio de Martina. El que le había permitido llevar a sus hijos cada día a cumpleaños, al pediatra y a casa de amigos, sin inmutarse y por dentro, estaba roto. La tarea benéfica, le había sido de gran ayuda y disimulado sus tendencias violentas. Manteniendo una relación con una joven bella, inteligente, enamorada de él y sumisa, le había servido, pero, ahora le fastidiaba. Necesitaba estar solo, volver a sentirse Troynoy, de vuelta a su estepa natal, sin miedo a que la mafia asesinara a su familia. Volver por su madre, a escuchar sus consejos y deseó poder convencerle que viajara a ver a sus nietos. Suspiró, cansado. Era una mujer perceptiva y poco dada a hablar porque sí.

La emoción que se desató dentro de sí, apenas tocaron su isla natal, fue tanta que sintió un nudo en la garganta que le impidió contestar las preguntas que disparaba una excitada Olivia.

Sus primos, por tandas, se harían presentes y la niña a pesar de su corta edad, recordaba a aquellos tíos, como les llamaba, enormes, de cabellos rojizos, ojos azules y voces graves que la arrojaban al aire despertando sus chillidos mezcla de miedo y entusiasmo. Los pequeños primos, de edades similares, así como sus madres, rubias, pelirrojas y de pelo azabache como la tía Shannon con sus mellizos de quienes se había hecho íntima, formaban el gran nudo celta que unía a su madre y a ella con aquellas tierras llenas de magia.

Y allí estaban en la sala del aeropuerto, aguardándoles. Ambas fueron engullidas, casi literalmente por los brazos de aquellos parientes ruidosos y físicamente superdotados, rodeados por niños más bulliciosos todavía perseguidos por sus atareadas madres.

El camino a casa fue un cruce interminable de información. Disponían de una semana para ponerse en contacto y eran muchos. Olivia, abrazando una muñeca que le había ofrecido su prima Kendra, reía feliz.

Había valido la pena, pensó Catalina, el esfuerzo por sostener a <<La Abuela Verde>>. Les contó a algunos, el proyecto, mientras que al resto que iban en varios vehículos, se los diría después, así como a Kayle, el mayor, el más serio y, que, como jefe del clan, parecía natural que emanara de él una autoridad indiscutida por sus hermanos y primos que no hicieron mención a su persona. No le pasó desapercibido a Catalina, que el padre de Olivia no hubiera acudido a recibirles. Sintió cierta decepción, a pesar de creer que estaría ya curtida por todo aquello que Kyle había sido para ella y la forma de distanciarse.

A pesar de todo, se albergarían en su casa que era la de mayor tamaño y esa noche cenarían todos juntos.

La habitación que les dieron a madre e hija era pequeña pero cómoda, contando con un baño con bañera incluida que hizo las delicias de Olivia que había olvidado cómo le gustaba disfrutar del agua tibia y los juguetes que flotaban a su alrededor. En casa, no contaban con el artilugio y eso de bañarse rápido debajo de una ducha como lo hacían los adultos siempre apurados, no iba con ella.

Kendra, pronto fue de la partida y ambas primas comenzaron una verdadera batalla naval por los juguetes con gritos y enormes cantidades de agua que desbordada de la bañera iba a parar al piso con preocupación de Catalina.

Cuando, por fin pudo bañarse ella, recorrió la distancia hasta la casa de Riona para ayudar a ultimar los detalles de la mesa tendida en el amplio comedor. Los niños se sentarían juntos en una punta, excepto los más pequeños, de solo meses, que eran más sencillos de contentar.

La conversación se centró en el tiempo que había trascurrido desde la última vez que se vieron. La visión de Sigi Troynoy, se irguió, invisible ante ellos y  Kayle, no pudo evitar fruncir su ceño ante la entusiasta descripción que hizo de él, su ingenua y soñadora prima y madre de su única hija. Se habían saludado brevemente y había levantado en sus brazos a Olivia que le pasó sus brazos alrededor del cuello. Para ella, era tan natural, saber que tenía un padre del otro lado del mar, como le contaba su madre, que no extrañaba su breve contacto. Habían logrado <<arreglar>> ese problema, actuando naturalmente, tal como había aconsejado Riona, la madre de Kyle y ahora Catalina, parecía querer volver a jugar con fuego, al aceptar pernoctar allí, pero, al ser Kyle el único soltero y con aquella gran casa, parecía natural que ambas se hospedaran bajo su techo y la niña podría pasar más tiempo con su padre.

La anciana, conocía de sobra la historia de Catalina, así como la de su madre, una O’Sullivan, una del clan cuando se enamoró de aquel italiano de apellido Lombroso. Kyle, esa mañana, llegó a la enorme finca propiedad de la familia ancestral, donde Riona, aún conducía con mano férrea, se despatarró en la banqueta alta de la mesada de la cocina, que la mujer había insistido tuviera el aspecto de una barra de un pub, para reunir a sus muchachos y muchos nietos. Unos, para el café o la cerveza y los otros para la merienda. Pero, esta mañana, de no ser tan temprano, hubiera sido ocasión de whisky. Esa noche, Catalina y Olivia acudirían a la cena en lo de Riona, por eso, Kyle estaba urgido de hablar con su madre.

—Así que, ¿Nuestras chicas, están aquí gracias a ese hombre manipulador, como me cuentas? Riona clavó sus azules ojos en el rostro oscurecido del hijo.

Kyle asintió, con gesto sombrío. Su  gigantesco porte, propio de su clan, difería de la fragilidad y aspecto algo etéreo de su pelirroja prima.

—Me temo, madre, que esto forme parte de una cadena de favores, a pagar en un futuro cercano. Caty, está atrapada entre su deuda, la gratitud por haber salvado a Olivia en dos oportunidades y bueno… imagino que sus sentimientos hacia el hombre. Apretó las mandíbulas y sus ojos azules, casi escondidos por sus negras cejas y mata de cabello azabache, propios del clan Brennan, despidieron un brillo peligroso.

—Kyle, ya sabes que tu prima es algo… voluble, visceral y su carácter creo que debe haber cautivado a un tipo tan frío en apariencia como ese ruso jefe de ella. Hizo una mueca de asco.

—Con una amante, una mujer desvergonzada que no duda en humillarse detrás de su dinero, completó Kyle, que, a estas alturas, había desistido de resistirse de guardarse la información para sí. Por suerte, Caty cuenta casi todo y es muy abierta con respecto a su deslumbramiento por el jefe. Esto último, despedía amarga ironía por los cuatro costados.

Riona, no estaba dispuesta a ver a su hijo, volver a sufrir el mismo dolor que arrastraba desde que era un adolescente. Nadie en el clan, ignoraba lo que sentía Kyle por Catalina, desde que ella era casi una niña. Había sido muy amiga de su hermana menor, Shannon y ambas se habían vuelto a encontrar cuando el padre de Olivia, había huido, antes de sufrir el <<accidente>>.

—Kyle, es muy poco lo que podemos hacer desde aquí, me refiero a protegerlas en esta situación que ella ha elegido al marcharse.

—Pero tampoco podemos dejarlas a la intemperie, como están ahora. Eso hace que, cualquier gesto, por mínimo que sea, para ella sea salvarla ¿Entiendes mi punto?

—No sé qué pretendes que yo haga. Su madre era mi pariente, eso es verdad, pero no incluye que pueda obligarla a quedarse y parece que la gran ciudad, la ha atrapada. Me temo, que la niña, también comparta esa fascinación que ejerce la nueva vida sobre su madre.

—Estuve rastreando los antecedentes de este Troynoy. Su esposa fue víctima de la mafia de su país, cuando se enfrentó contra ellos y por eso, puso distancia y parece decidido a hacer borrón y cuenta nueva.

—Solo puedo hacer una cosa que está a mi alcance y no siempre ha sido así— la mujer, sacudió la cabeza con gesto de pesar, recordando la huida del padre de Catalina, luego de casarse obligado.

—De poco hubiera servido, por ese entonces, madre. Sin él, no existiría ella.

Riona O’Sullivan, era una vidente poderosa. Poseía esta facultad desde que era niña y muy pocas veces, le había fallado. Pero, el inconveniente, era que el don no podía ser forzado, ni convocado según necesidad. Y ahora mismo, no sabía que, con solo ver a Catalina, pudiera <<ver>> algo. Lo que no necesitaba de ningún poder, era el amor desesperado de su hijo por ella y que la joven ignoraba, simplemente por que sí. Lo consideraba un hermano mayor, y siendo primos lejanos, no hubiera habido inconvenientes familiares para su unión, pero las cosas, se habían torcido una vez y tal vez jamás se enderazarían.

— ¿Será posible que viera una imagen del tal Troynoy?

Kyle, buscó en su celular y cuando la halló, se la enseñó a su madre.

Mientras la mujer se concentraba, achicando sus ojos azules, como los de sus dos hijos, la imagen perdió nitidez y sus bordes fueron difuminándose, mientras el hombre salía a fumar al porche.

Lo que vio, la llenó de un miedo como hacía tiempo que no sentía. Catalina, debería poner distancia de él, porque sus manos, chorreaban sangre. Ya sabía ella, que esto era un simbolismo, que, seguramente la sangre, representaría una característica de Troynoy, relacionada con la ambición, las ansias de poder, la violencia que podría llegar a utilizar, no lo sabía exactamente.

Luego de una media hora, se asomó a la ventana y llamó a su hijo.

Le resumió su videncia, y le pidió que no dijera nada a la joven. No, en esos momentos, donde, la gratitud, era una emoción muy fuerte, seguramente albergada en el corazón de su prima.

Cuando Kyle llego a su casa, halló a la joven sentada frente a su computadora. Mientras Olivia y Kendra jugaban en la sala.

— ¿Te has traído trabajo? Preguntó afablemente, aunque se imaginaba de qué iría la cosa.

—No, pero encontré un correo del señor Troynoy queriendo saber cómo nos había ido en el viaje, si necesitábamos algo y me pidió que enviara fotos para colgar en la página de la empresa, algo de acción familiar, algún paisaje, ese tipo de cosas. Lo haré esta noche, si me permiten, en lo de Riona, alrededor de la mesa, con el fuego encendido y mañana, si el tiempo lo permite, algo del lago, las montañas y tu casa.

Kyle, apretó las mandíbulas con furia ¿Es que acaso no lo veía? Sabía que ella era testaruda y de mucho carácter, y que, por las malas poco conseguiría.

— ¿No temes volver a decepcionarte, Caty?

—No, porque me cuido de poner distancias con mi jefe, Kyle. Sé que tiene novia que piensa casarse con él que parece una modelo de pasarela y yo, bueno, yo solo soy…

—Algo distinto a lo que está acostumbrado, Caty. Y tal vez, eso, te haga emocionante a sus ojos y te brinde atenciones <<especiales>> que te confundan. Me gustaría que estuvieras atenta, son personas muy ricas que juegan con chicas ingenuas y con dificultades, como tú. Cuando la novedad pase a la historia, puede que salgas con el corazón roto. Ya estaba, lo había dicho.

—Sí, es más o menos lo que me dice la psicóloga que estoy viendo. Por eso, trabajo incansablemente y trato de enfocarme para lograr mi propio espacio y ahorrar todo el dinero que pueda, en caso de tener que irme si las cosas me pusieran incómoda. Además, con lo que pasó entre nosotros, Kyle, ya tuve bastante de salir rota.

— ¿Te ha hecho sentir así? ¿Como te sentiste, luego de acordar separarnos? Kyle la miraba con inocultable curiosidad y expectante.

—No, Kyle, es solo que, su sola presencia tiene algo de intimidante y me perturba y me pongo nerviosa, tengo miedo que se me note que estoy algo deslumbrada. Te lo cuento a ti porque eres un buen amigo y…

—Sabes, Caty que jamás te he visto con ojos de amigo. Así que, te pido, no vuelvas a marcharte dejándome desvastado otra vez.

—Lo siento, Kyle, eres un buen hombre y mereces una mujer que…

—No sigas por ahí, Caty. Yo sé lo que necesito.

—Lo que pasó esa noche, Kyle, no va a repetirse nunca más. Si tan solo, pudiéramos borrar eso…

—Yo no quiero hacerlo.

—Éramos casi unos niños, Kyle.

—Tienes razón, Caty. Hay que aceptarlo. Nada podemos hacer para cambiar el pasado, pero puedes estar alerta a tu presente para diseñar un mejor futuro para ti y tu hija. Sabes que quiero a Olivia, y cuidaría de ustedes, pero, conozco mis límites. Respeto tu decisión y bueno, iré a ducharme para que vayamos a lo de Riona a cenar.

Subieron al todoterreno de él y anduvieron en silencio el trecho que separaba la casa de Kyle con la de su madre.

Olivia, en el asiento trasero, parecía cansada de haber jugado todo el día y estaba milagrosamente callada.

Cuando al fin llegaron, el resto, ya estaba allí.

La comida que ofrecía Riona en estos festejos familiares, eran épicos.

Sin embargo, Catalina apenas removió con desgano la comida en su plato, con los ojos bajos.

Kyle, no quitaba su mirada azul profunda de ella. Bebía de a lentos sorbos la cerveza que su madre fabricaba con ingredientes tan especiales, como secretos.

Se echó el largo cabello negro, como el de Shannon, su hermana, quien no perdía de vista a su hermano. Sabía, porque había sido testigo de los años de su callado dolor a causa de la pelirroja que había resuelto poner distancia entre su tierra y él. La joven quería a Catalina como una hermana, pero no permitiría que volviera a terminar con Kyle. Este debía seguir adelante, y no lo había hecho. Hablaría con ella sin que él se enterara porque la mataría.

Después que hubo contestado las preguntas de Riona, que tenía los ojos clavados en su semblante, Catalina, se había levantado llevando los platos al fregadero y comenzado a lavarlos, a pesar de las protestas de las mujeres allí presentes, pero era, la mejor manera se sustraerse de tanto interrogatorio. Conocía de sobra, las dotes de Riona y no quería pasar por ello. No, de nuevo, cuando solo había visto a alguien rondándole, según le anunció, como un depredador. Se imaginó que el resto de la familia le habría puesto al día con todos lo que ella había contado acerca de su nuevo trabajo y las peculiaridades de su jefe.

Volvieron en silencio, como habían venido. Catalina acostó a Olivia, que esta vez, ni siquiera pidió cuento alguno para dormir, sino que cayó profundamente sobre la almohada, respirando pausada y tranquila.

Ella, salió al porche y allí estaba Kyle fumando, de pie, apoyado en una de las columnas y mirando el cielo oscuro con pocas estrellas. No se giró al escuchar la puerta. Nadie de la familia, pensaba nada malo de haberla ubicado en casa de él, solo, como vivía.

— ¿Quieres café? Catalina le tendió una taza que él pareció aceptar, agradecido.

Ella, se sentó en los escalones de la galería y se dedicó a beber en silencio.

— ¿Cuándo  regresas? La voz de su primo sonó ronca y más grave que de costumbre.

—Pasado mañana. 

—Así te hacemos la despedida.

—Kyle…

—No digas nada, Caty. Estará todo bien. Solo avísanos si surge algo. Iremos a buscarte.

Ella dejó la taza a un costado sobre el suelo, y se acercó por detrás a él, enlazando sus brazos alrededor de su estrecha cintura. Para ser un hombre tan corpulento, tenía cintura y caderas estrechas en oposición a los anchos hombros y espaldas que eran realmente impresionantes.

—Tengo que confesarte algo —musitó ella.

Él se deshizo de su abrazo y la hizo girar haciéndole girar, tomándola por los hombros, impidiéndole apartar su cara de la  suya.

—Déjame que te lo diga yo, Catalina.

Ella enmudeció y forcejeó, soltándose.

—El padre de Olivia soy yo, Catalina. Y te reclamaría como mía, si tan solo viera que serías feliz aquí entre los nuestros, pero no es así.

Catalina se quedó de piedra.

— ¿Por qué no lo has dicho en todo este tiempo?

Él se encogió de hombros.

—Tú preferiste, salir huyendo, así que, respeté tu decisión, pero ambos sabemos la verdad.

La joven, se cubrió la cara con las manos.

—Estaba decidida a que no te vieras obligado a hacerte cargo de nosotras. No hubiera soportado ver tu mirada acusadora. Después de todo, la que fue detrás de ti aquella noche, fui yo.

—Claro, lo que yo sintiera o pensara, era irrelevante…

—Eres un hombre libre y no quería atarte por un impulso, que nos hubiera hecho infelices.

— ¿Qué harás ahora? ¿Regresarás y seguirás en la empresa?

— Sí, creo que va a ser lo mejor. Quiero ser independiente.

— Quiero que sepas, que he abierto, una cuenta aparte a nombre tuyo y de Olivia por estos tres años que hemos estado separados. No te  lo he dicho, pero creo que necesitas saber que puedes sentirte más segura y ese Troynoy no tendrá tanta influencia en tus decisiones.

—Eres un buen hombre, Kyle. A pesar que creo que estás celos y no hay motivos para eso. Ambos sabemos que somos libres.

—No, Caty. No te engañes. No soy bueno. Hago lo que hay que hacer y mañana iremos a la ciudad e iniciaremos los trámites de filiación. Quiero que Olivia lleve mi apellido. Eso, no te obliga conmigo de ninguna forma, a pesar que no es lo que yo quiero.

Ella se acercó y poniéndose en puntillas, le besó fugazmente los labios ásperos y secos.

Pero él, la tomó por la cintura y la pegó a su masculinidad.

Ella, jadeó y apoyó las manos sobre el ancho pecho de Kyle.

Sin dudarlo, se encaminaron hacia la habitación de él.

 —Creo que esto es una locura, otra vez —musitó la pelirroja.

—Sí, una hermosa locura de la que nos separa un océano —gruñó él. De solo pensar que ese tipo alberga sueños húmedos contigo, creo que va a hacer que vaya allí y me establezca en la ciudad.

— ¿Serías capaz de abandonar tu isla verde solo por nosotras?

Él hundió su nariz en los cabellos de Catalina y aspiró cerrando los ojos, sin responder. El olor era el mismo de aquella noche, la única en la que se dejaron llevar y se acostaron después de la fiesta familiar. No respondería a esa pregunta porque ambos, conocían la respuesta: Kyle Brennan era y sería un espíritu libre.

Catalina sabía que para Kyle el ofrecimiento era ceder mucho terreno. Su pariente lejano, era enemigo de leyes, normas y convenciones. Parecía vivir en otro siglo y era posesivo a la antigua usanza.

 Acunados por los gritos de la casa aledaña, la música típica y la lengua ancestral hablada por Riona, que intentaba traspasarla a sus nietos, se habían quedado dormidos, cuando un ruido los despertó.

Shannon, con Olivia dormida en sus brazos se presentó en la habitación de su hermano, sin golpear.

—Háganse cargo de su hija, chicos. Les guiñó un ojo y depositó en la gran cama a la niña que ni alteró su respiración y se marchó, sonriendo pícara.

Olivia, mantenía apretada la muñeca que le habían dado, y que ahora lucía sucia y desgreñada, más o menos como su dueña, tenía las mejillas arreboladas por el calor en la casa de su abuela.  

Kyle, la cargó en brazos, y la dejó en la cama de la habitación de huéspedes.

—Esa niña, pesa lo suyo —observó cuando regresó acostándose al lado de Catalina.

—Tiene a quien salir—observó ella mirando, el gran cuerpo, con lujuria.

Algo, que no había podido olvidar. Cómo se sentía Kyle, cuando parecía querer arrebatarle el oxígeno, aplastándole con paión. No había semana en que no soñara con ese pelo negro en que ahora enredaba sus dedos y esos ojos azules clavados con avidez o recorriendo su cuerpo con hambre atrasada.

—Debo volver, Kyle. Ya sabes, mi trabajo está allá y aquí no tengo nada que hacer, solo me retendrías tú, pero, más tarde o más temprano, te sentirías sofocado por nosotras y saldrías disparado a la ciudad buscando una nueva emoción. No te engañes.

—Eres tú la que lo hace. Desde que te marchaste, no fui un monje, eso está claro, pero ninguna mujer me atrae lo suficiente como para no largar todo y quedarme contigo. Siempre ha sido así. Y si ahora no me cuido, es porque estoy limpio. Me he realizado los estudios, después de mi última relación y están normales. No te he pedido los tuyos, por cierto.

—Y no haría falta porque, a diferencia de ti, yo sí he hecho una vida monacal —sonrió.

—Es difícil de creer. Una mujer hermosa y en la ciudad más tentadora del mundo…

—Pero, realmente, con el trabajo, mi hija, bueno, nuestra, me he dedicado solo a trabajar y a cuidarla.

— ¿Y qué hay con el imbécil de tu jefe?

—Él tiene una relación bastante estable y ya he dicho que su interés es puramente solidario, porque es a lo que se dedica. Ya he contado, lo de los niños de la calle, sus donaciones, en fin, lo de su esposa…

—Bueno, y yo soy un elfo, Caty.

Ella sonrió.

—No te imagino, vestido de verde y trepado a un árbol o agazapado entre la maleza…

Fue lo último que dijo, antes de quedar aprisionada en la boca de Kyle y sus brazos como poderoso anclaje protector contra la realidad.

Luego, vinieron las conversaciones en voz baja. Las disculpas de ella, su culpa por haber sustraído a su hija de la presencia de su padre. Ella, le había mentido, diciéndole que tomaba la píldora y que no había de qué preocuparse, pero, la verdad era que, deseaba tan intensamente a su primo, que no le importaron las consecuencias, cuando quedó claro que él no tenía preservativos a mano. La farmacia más cercana estaba a más de veinte kilómetros y la urgencia era, en ese momento, en pleno bosque, lo único   que se imponía.

Kyle, tomó su cara entre sus manos, ásperas y quemadas por el sol, despejó con un dedo un mechón rojo rebelde que tapaba uno de sus ojos verdes, algo turbios después de no dormir por el sexo increíble que ambos se habían regalado.

—Encontremos algo que nos satisfaga a los dos, Caty. No debes regresar aquí, si no lo deseas, pero, no me prives de ir a verte y quedarme unos días con ustedes.

—A la distancia, no va a funcionar, Kyle. Además, mientras no nos veamos, vas a estar con otras mujeres y eso no puedo soportarlo. Por eso, creo que me dejé absorber por la personalidad de Troynoy.

— ¿Y qué propones?

Ella negó con la cabeza.

—No veo salida, para esta historia, Kyle. Tenemos una química poderosa, pero se diluye ni bien estoy abordando el avión a New York. Conozco tu forma de ser desde que nací.

Él suspiró.

— ¿Vas a liarte con él, entonces?

—No lo creo. Decidí no provocarme más daños con los hombres que elijo en mi vida, así que, creo que me retiraré a un rincón a estar tranquila, disfrutar de mi hija, y olvidar este viaje.

Él suspiró y se bajó de la cama, yendo rumbo a la ducha.

Caty, le siguió poco después y terminaron una perfecta jornada bajo los poderosos chorros de agua caliente, rogando que Olivia no oyese la sublime sinfonía.

Había trasladado a Catalina y a su hija al aeropuerto. Regresó lentamente al vehículo y enfiló hacia el valle. Sentía ya en el estómago el vacío de aquella mujer, casi pariente, que conocía desde que ambos eran unos críos, y entre cuyos muslos, se había llegado a sentir como en el hogar. Suspiró y en su horizonte, no vio nada que pudieran hacer.

Ella no estaría allí, cuando necesitara su presencia entre los brazos, en su cama vacía y añorarla de esa forma, se le hacía intolerable, así que, aceptaba la compañía de otras mujeres que ni de lejos le conformaban, pero que mitigaban en algo su soledad. Ella tenía razón. No era hombre para vivir como un monje. Separaba sus emociones de sus necesidades primarias, y así las cosas, se habían ido sosteniendo a través del tiempo.

En cuanto a Olivia, extrañaba a aquel diablito pelirrojo, la réplica de ella, que correteaba a su alrededor, y que le llamaba <<tío Kyle>>, a pesar de saber que era su papá. Había aceptado naturalmente, el intercambio de roles, sin hacer preguntas, dedicándose a disfrutar de sus alborotadores y numerosos primos.

No tenía bien claro qué quería de ellas. No podía imaginarse viviendo a diario con ambas y haciendo de padre, de manera fija y responsable. Sabía que se comportaba como un miserable, pero así había sido siempre. Los compromisos, le causaban verdadero espanto y Catalina, sabiamente, le conocía tanto, que había impedido todo reclamo de su parte, porque en verdad, Kyle creía que le amaba de verdad.

Aunque, por otra parte, no podía evitar plantearse que, ella podría haberse quedado en el valle, viviendo cerca, dándoles un tiempo y viendo cómo se daban las cosas. Pero, en caso de verle con otras mujeres, sabía que le haría sufrir, y por eso, no insistió en que se quedaran a vivir allí.

Cuando el avión tocó tierra, hicieron los trámites migratorios, recogió el equipaje y se dirigió a la salida, para hacer la fila para taxis,  observó que Albert, el chofer de Troynoy, se les acercaba sonriendo.

—Por aquí, señorita Lombroso, hizo un afable gesto guiándolas hacia la limosina.

—No, Albert. Nos iremos en taxi, no es necesario que nos recoja—su tono era enérgico y firme.

—Lo hacemos con todos los empleados que regresan luego de sus viajes, señorita —afirmó el hombre, que no había abandonado su sonrisa.

Hasta sus oídos, le habían llegado los comentarios del determinado carácter de la pelirroja y no le extrañó su afirmación, tan categórica.

—Bien, si es así, no se la pondremos difícil—sonrió ella también, subiendo al enorme vehículo de la mano de Olivia quien se había mantenido ausente, entretenida como estaba observando a la multitud de gente que atiborraba el aeropuerto a esa hora.

Cuando descendieron frente a su edificio, Albert, bajó el equipaje y lo colocó en la vereda.

Ya en casa, Catalina, se arrojó en su sofá y comenzó por llamar a Sara.

Luego de relatar brevemente su estadía en Irlanda, quiso conocer las novedades de la oficina.

—No sabes, amiga, la locura que hay por la nueva campaña.

— ¿De qué se trata?

—No sabemos muy bien, porque apenas son trascendidos, pero parece algo muy grande y el jefe se pasa el día, literalmente, reunido con el equipo de creativos, así que, seguro tendrás novedades tú antes que yo, a través de Fiona. Por lo demás, todo sigue igual.

Los detalles de lo sucedido con Kyle, se los guardaría por el momento. No era algo para sentirse orgullosa, eso de tentarse cada vez que le veía y luego retornar cada uno a lo suyo, como si el tiempo no pasase y pudieran hacer esto por siempre. Olivia, necesitaría una estabilidad que Kyle no podría ofrecerles, y ella, necesitaba ordenar la vida de ambas.

Cuando esa mañana, Catalina se presentó a trabajar, la rubia estaba atareada frente a su ordenador y apenas levantó la vista para saludarle.

Habían sucedido ciertas cosas la semana de premio de su subordinada que habían sumido en la miseria a Fiona.

En principio, había notado un notable alejamiento de Troynoy que en principio, lo había atribuido a la enfermedad de uno de sus hijos, pero que al recuperarse el crío, no había sucedido una aproximación del padre hacia su persona, buscando la comprensión y el calor que ella le aportara en otras situaciones similares.

Se consideraba una mujer paciente y se estaba agotando en este vano intento por reemplazar a Martina en el corazón del hombre.

No había recurso al que no hubiera echado mano y por ese motivo, cuando vio a la pelirroja, terminó de arruinarse su día.

—Llegas justo, Catalina —por todo saludo, podía haber sido peor.

— ¿Cómo estás, Fiona? Los ojos verdes de la joven la escudriñaron.

— ¿Cómo crees? En plena campaña, así que has llegado para incorporarte al proyecto que lleva el grupo de Thor.

Thor Grunwald, el creativo superestrella que había ganado el premio el año anterior, estaba en plena reunión cuando ambas llegaron a la sala de juntas.

Apenas  interrumpió su exposición, para concederles una mirada gélida y luego continuar como si nada.

Todo el mundo en la empresa, conocía de sobra el machismo recalcitrante del hombre y nadie reparaba en sus puyas, que dejaban ardiendo la piel de las mujeres, cuando eran víctimas de ellas.

Catalina, jamás había cruzado dos palabras con él, y esperaba seguir así.

Todo lo que tenía de odioso, lo compensaba con su apostura. Era, sin duda, el ejecutivo más atractivo de la empresa y sabiéndolo, se hacía más inclemente en su trato. De entrada, pues, se prometió no cruzarse con él, conociendo su carácter y su lengua rápida e irreflexiva. Aquí, era el feudo de Thor y este reinaba sin disimulo, hasta casi por encima del mismo Troynoy, quien no intervendría por razones que le eran desconocidas, hasta hablar con Sara, por supuesto.

El hombre seguía delineando su estrategia hasta que se detuvo bruscamente, para mirar uno por uno, a los nueve integrantes de la reunión, Fiona incluida, su par en cuanto a funciones se refiere.

—Bueno, creo que ya hablé lo suficiente, por ahora. Ahora, quiero escuchar. Se sentó en la cabecera, estirando unas piernas largas y musculosas, disimuladas apenas por el casimir del traje. Bebió un sorbo de un vaso de café haciendo una mueca de asco. Pidió una nueva ronda a su secretaria para el equipo, con voz áspera y ronca. Tal vez, estuviera cursando una laringitis, supuso Catalina. Recordaba que, su voz, le había llamado la atención, la primera vez que le había escuchado y ahora, más de tres meses después volvía a oírla, con lo que descartó esa dolencia.

—Bueno, tal vez, la señorita Lombroso, de regreso de su merecido viaje, tenga algunas ideas novedosas al respecto —el matiz  irónico, no pasó desapercibido para nadie. Debía saber que ella no podría estar al tanto del tema ya que acababa de llegar. Aun así, Catalina Lombroso, no era mujer que se encogiera al escuchar gritos o intentos de intimidación.

—Para ser sincera, intenté averiguar de qué se trataba la nueva campaña, señor Grunwald y al parecer hay un secretismo vaticano alrededor del tema. Así que, si tuvieran a bien develar el misterio, sería bastante útil. Adoptó el tono más sardónico que pudo y se quedó mirándole fijo, agitando sus pestañas oscurecidas por el rimmel, pero que, misteriosamente, no le restaban naturalidad a su escaso maquillaje y proporcionándole esa mirada de mujer ingenua de ojos verdes y cabellera llameante.

La reacción de Grunwald, no se hizo esperar. Agitó su espesa melena negra, echando hacia atrás los mechones que caían sobre sus ojos grises.

Revolvió en una carpeta y extrajo dos memos, que los arrojó hacia ellas, utilizando la superficie perfectamente pulida de la mesa, para que <<aterrizaran>> frente a ellas.

—Tiene razón, léanlos y al mediodía me hacen llegar su opinión.

Con extrañeza, Catalina miró al hombre que, serio, se dedicaba a guardar todo en folios y se retiraba de la sala charlando con uno de sus colaboradores.

—Un día —le advirtió Fiona, furiosa—vas a sembrar con tus dientes la alfombra de algún recinto, aunque, no sé qué tienes, que parece que nadie te hace frente, y no eres más que una empleada rasa. Meneó la cabeza pensativa. Tenemos un par de horas para diseñar algo de este proyecto ultra secreto, y ya tendremos noticias de Thor. Es muy vengativo, no te olvides que te he avisado.

Estaba repatingado frente al escritorio de Troynoy. Su primo, estaba repasando y firmando algunos nuevos contratos y hasta que pudo atenderle, Thor se sirvió otra taza de café.

—Como me adelantaste, ya tuve mi primer cruce con la pelirroja —la voz ronca de Thor hizo que Troynoy detuviera lo que estaba haciendo para clavarle sus ojos con mirada fiera.

—Esa mujer, está bajo mi protección —te lo recuerdo. La voz grave  de Troynoy se extendió por el enorme despacho.

—Ya lo sé y si hace un rato, no la humillé delante del grupo de creativos, fue porque lo he tenido presente ¿Acaso te estás acostando con ella?

—No, para nada—la respuesta inmediata y segura de su primo, le sacó cualquier duda que tuviera.

—Estoy pasando por un divorcio complicado, primo —se quejó Thor—necesito a una mujer aguerrida que me sacuda de mi letargo. No preciso historias románticas, ni flores ni bombones. Pero, como te ha pasado a ti, las modelos y actrices, ya no me satisfacen.

—Tampoco nos viene bien una demanda por acoso, Thor. Esta, es una madre soltera que trata de salir adelante y no quiero complicarle la vida con nuestras retorcidas historias.

—Obvio, no le contaría las mujeres que hemos compartido en el pasado, Sigi ¿Me crees idiota? Pero, te digo que, desde que te has liado con esa rubia siliconada, no eres el mismo. No me gusta lo que veo. Necesito al depredador de regreso.

—Termina antes tus asuntos legales con tu ex esposa, Thor. Las fotos en las que sale acompañada por el futbolista, no te dejan muy bien parado, aunque la infidelidad haya sido más que probada. Permite que esta joven trabaje con tranquilidad y va a sorprenderte. No la acoses y la protejo, porque la mandé investigar y obtuve una información valiosa que si sale a la luz, la dañaría de manera irreparable.

—No entiendo por qué te comportas como si fueras tan caballero, y ambos sabemos que eres cualquier cosa, menos, eso.

—Porque he intentado transformarme en mejor persona desde lo de Martina.

—Eres aburrido, primo. No me acostumbro.

—Bueno, ya lo harás. Recuerda lo que hablamos. Déjala en paz y va a rendir porque no es holgazana.

—Mis chicos, tampoco lo son, Sigi. Te hemos dado muestras de ello.

—Sí, y quiero que a Fiona, no se lo pongas difícil. No la jaquees. Ellas, son solo dos, pero se complementan, a pesar de todo.

—Al mediodía las emplacé para que me den algo, después que les entregué el memo. Veremos si esa adorable cabecita suya, alumbra algo novedoso. Y no te molestes diciéndome que solo es una madre soltera bla, bla, porque te conozco y veo tus colmillos desde aquí, primo.

Se dio la vuelta y se retiró cerrando la puerta.

Troynoy respiró hondo. Maldita fuera. Lo que había averiguado de ella era inquietante. Esa tórrida relación con el padre de su hija, que no estaba muerto ni mucho menos,  le parecía propia de gente peligrosa y de armas llevar. Era una libertad que ejercían ambos, que excedía lo que él hubiera tolerado siendo, por caso, el padre de Olivia. Por eso, no le extrañaba que la pelirroja fuera tan aguerrida y  resultara tan agresiva, salvaje y deseable. Otra vez, tuvo que llamarse al orden, cuando notó que su cuerpo se rebelaba como si de un adolescente se tratara. No debía pensar en ella, ahora menos que nunca, luego de saber de sus relaciones familiares ¿Qué papel desempeñaba ese Kyle en toda esta historia? ¿Era solo el donante accidental de esperma o sentía cosas por ella, vivas a través del tiempo? Por lo que sabía, el tipo era incapaz de mantener relaciones <<serias>> por más de dos meses y eso lo colocaba en la categoría de imbéciles a la edad que tenía.

—Ahora, Fiona ¿Podrías adelantarme algo de qué va esta misteriosa campaña de la que tenemos que darle un par de ideas a Grunwald en un par de horas? la voz de Catalina sonaba irritada.

—Tal vez, ha sido el proyecto más ambicioso de Sigi —le aclaró la rubia sinuosa. Y yo, quizá, no tendría que estar diciéndote esto, porque lo he averiguado entre sus sábanas, querida, pero él cuenta con mi lealtad. En realidad, lo descuenta.

— ¡Qué extraño! La pelirroja parecía genuinamente sorprendida, no pensé que el señor Troynoy, tuviera ciertas debilidades. Eso, te convierte en una <<Mata Hari>>

—No, no soy una traidora, Catalina. Soy completamente leal a mi prometido y lo sería aunque rompiera el compromiso. Esto último lo murmuró en voz apenas audible.

— ¡Qué suerte tiene! Rodearse de personas tan leales —Catalina suspiró imaginando a Kyle, sumergido, entre los complacientes y blancos muslos de Sally Pearson, por ejemplo. Parpadeando, desechando tales imágenes y trató de enfocarse en el dichoso memo, que aún tenía entre manos.

—Bueno, pues vamos a ello—anunció Fiona. Se trata de una plataforma standard que ha comprado la parte de los laboratorios de Sigi, con sede en Budapest, por un tema de impuestos, creo, pero eso, no nos incumbe. La cuestión es que, tal vez lo sepas, las plataformas, o mejor dicho, con la tecnología que lo permite, algún día, será factible fabricar diferentes tipos de vacunas para cualquier cosa y que en un futuro pueda hacerse el recambio genético celular de un sector defectuoso en el ADN, para modificar la estructura genética original de una célula afectada, por ejemplo ante mutaciones virales ultrarrápidas aventajando a nuestros competidores. Esto, le permitirá a los sanatorios adheridos a nuestros planes de medicina, disponer en tiempo record de vacunas en número suficiente para abastecer a nuestros afiliados. Imagínate, que el Covid 19, no ha sido ni será la primera pandemia que asole el planeta en tanto y en cuanto, exista el contacto cercano de hombres con animales de diferentes especies. Pero, la disponibilidad de vacunas, será entonces mucho más rápida, teniendo, la posibilidad de secuenciar en forma casi instantánea la composición genética del virus que sea o cualquier enfermedad como la diabetes. Y lo más importante de todo es, que Sigi, será uno de los dueños absolutos de esta tecnología, sin ataduras a los estados, como fue la pandemia pasada. Será el dueño del manual de instrucciones que recibirá el ARN, el editor que será introducido en esas células infectadas o defectuosas por otros procesos.

—Lo nuestro, sería poner en conocimiento del público, la conveniencia de contar con nuestro respaldo médico, por disponer de tecnología de avanzada para enfrentar lo que se viene. Catalina pensó en la sangre virgen de Olivia y el alivio que sería, poder contar, desde el comienzo, con un medio para combatir la ausencia de anticuerpos en su sistema, gracias a la existencia de vacunas seguras y eficaces.

—Así, que, piensa algo.

—Necesito un resumen de lo que presentó el equipo de Thor. Para tener algo en qué basarme.

—Enseguida lo tendrás. Fiona sonrió, malévola. Por lo que pude enterarme, está pasando por un divorcio controversial y está bastante desenfocado, cosa que nos conviene para ganarles de nuevo. Aunque, no te dejes ganar por su aspecto distraído, puede ser solo un ardid. Con este hombre, nunca se sabe.

<<Lo que faltaba>> se dijo Catalina. Tener a este fantasma disconforme y machista respirándoles y exigiendo resultados, cuando él estaba detrás de cuanta mujer se pusiera a tiro, según las habladurías. Por lo poco que le había llegado, que ella ganara el premio de ese año, le había sentado bastante mal y estaba empeñado en superar sus ideas a toda costa, a pesar de la contienda que mantenía con su futura ex esposa por la infidelidad de esta. Contaba con el aspecto personal para que el gigante del martillo, las dejara en paz. Por Sara, se había enterado, en un aparte breve que habían tenido, que era primo de Troynoy y pocas posibilidades habría de contar con la imparcialidad del presidente, llegado el momento de un eventual pleito por acoso laboral o maltrato verbal. Aunque siempre quedaba Tomás Fígaro, pero el sindicato, tampoco podría evitar que se vertieran palabras hirientes y hasta que interviniera, ya el mal rato y el bochorno, habrían sucedido. Intentó apartar de su mente este tipo de pensamientos y se abocó a investigar la nueva adquisición de Troynoy. Recordaba el viaje que había hecho el año anterior, en plena pandemia, a Europa del este, pero sin conocer el destino exactamente. Ahora, le iba cerrando todo. En verdad, su proyecto era muy ambicioso y no tan sencillo de ponerlo al alcance del afiliado medio, aunque su prepaga era para gente de muy alto poder adquisitivo. No disponía de tiempo material, para llevar a cabo alguna encuesta básica para determinar el nivel de información de un grupo determinado de personas.

Por lo que había podido leer, la planta húngara, se encargaba de todo y allí solo llegaría el producto terminado.

Habría que voltear, el prejuicio que tenía occidente por las  ex posesiones de la Unión Soviética, y su capacidad tecnológica. Sabido como era, que entre los países emergentes del régimen, Hungría no estaba entre los más desarrollados y prósperos, precisamente, con los salarios más bajos de casi todos ellos, la disconformidad y las privaciones se hacían palpables, con solo hablar en confianza con cualquier persona de la calle.

¿Por qué Sigi Troynoy, justamente, había elegido dicho país? Podría haberlo hecho en cualquier lugar con una planta en marcha, tal cual sucedía en la India, pero, él, había seleccionado una ciudad pequeña del país del este para construir su laboratorio, al amparo de impuestos más baratos, pero, así y todo, no se explicaba. Decidió, pues, mientras le llegaban los lineamientos de los proyectos del equipo de Thor, continuar investigando por ese lado.

Así, pudo saber que, Szekszàrd, capital del estado de Tolna, era la capital del condado más pequeño de Hungría, con escudo de armas propio y una historia que se remontaba al medioevo, con incendios y destrucciones de muchos de sus edificios, entre ellos, un monasterio benedictino fundado en poco más del año mil. Eso, que no decía nada en el buscador, que aclarara el porqué de su elección, se develó luego, un poco más tarde, cuando escudriñó en las redes sociales, el origen de la familia materna de Troynoy. Y allí estaba. Su madre, había nacido en dicha ciudad de nombre impronunciable, pero que los austríacos habían simplificado bastante, cuando continuó leyendo.

De manera que eso era: la familia. A Sigi Troynoy, le importaba la familia. Cerró los ojos. En realidad, siempre lo había tenido enfrente de sus ojos, su actitud protectora, paternal, su consideración para su calidad de madre soltera. Esas cosas, le importaban. Tal vez, se equivocara y el tipo solo era un frio y calculador empresario, pero, que, en cuanto podía, hacía un gesto dirigido a miembros desprotegidos de las familias en general. No había más que ver a los niños de los que se había hecho cargo, sin mencionar sus participaciones en obras benéficas, porque eso, lo hacían casi todos.

Por allí, rumbearía. Creía no equivocarse. Por eso, había ganado su proyecto de <<Abuela Verde>>, apuntaba a la emoción, al corazón vinculado con lazos de parentescos. Su olfato no se equivocaba. Estaba segura.

Su aviso de correo sonó y en segundos, tuvo los resúmenes de los proyectos de Thor Grunwald.

Vistas de la planta de elaboración, como si de un frigorífico se tratase, el tipo orientaría la campaña, hacia la efectividad en la fabricación, cintas de transporte con miles de frasquitos de vacunas que luego se descargaban en aldeas africanas, países subdesarrollados, y ciudades como París, Londres, New York y un largo etcétera, que por momentos, se parecía a un folleto de viaje. Y esos, eran los muchachos de Thor, sonrió despectivamente. Lugo recordó la fama del hombre y decidió no correr riesgos, poniéndose en situaciones de ser sorprendida burlándose, algo impropio de ella, pero que, en el caso del soberbio aquel, no le chocaba tanto. Alguien, alguna vez, debiera bajarle los humos. Ignoraba el por qué no le había contestado sardónicamente esa mañana, pero, imaginaba que la intervención de Troynoy no sería ajena. Pero, no quería tirar de la cuerda y poner a prueba, la escasa paciencia de aquel hombre rudo, de aspecto bárbaro y que además de todo, estaba cabreado por un divorcio humillante.

Así que, lentamente, comenzó el bosquejo en su computadora, de una modesta y cálida historia. No sabía si Troynoy, querría que su biografía estuviera a disposición de todo el mundo, pero, después de todo, al estar en la red, ese era el caso. Ella, no había estado fisgoneando y la pregunta que le había surgido de ¿Por qué en Scekszàrd? Sería la que se harían miles de afiliados.

Allí una voz en off, aclararía las dudas porque, al fin y al cabo, ellos, merecían conocer la verdad. Su prepaga de medicina, disponía de una planta que fabricaba plataformas para la producción de cualquier vacuna que se necesitaría en el futuro. Y allí entrarían los <<Legos>>, aquellos módulos de plástico que ayudarían mejor que nada, a comprender la importancia de pertenecer a esa empresa que continuamente estaba en la punta, en la línea de largada, en la cresta de la ola, avizorando aquello que venía desde el futuro. Chin. Fin de la historia. Entrarían los bebés, las madres, las futuras madres, aquellos ancianos sonrientes, y una manada de jóvenes punk, con sus brazos desnudos, todos juntos, enlazados entre sí, bajo el nombre de la empresa.

Tal vez, comenzara a contar la historia del revés. Porqué estaban así, y de atrás para adelante, hasta llegar al origen de la ciudad que albergaba <<lo posible>>, donde había nacido la madre de su actual fundador. Otro <<Chin>>. Pensándolo bien, elegiría esa.

Más tranquila, se dirigió a buscar a Sara para ir a almorzar juntas y luego, irían con Fiona, al despacho del <<gigante del martillo>>, apelativo al que se aludía maliciosamente en los pasillos, a Thor, en clara relación, con su significado mitológico. Más tarde, hubo de enterarse que el personal femenino, hacía alusión a otro tipo de martillo, más bien…carnal.

De un golpe, Thor estrelló su teléfono contra la pared, ciego de furia. El abogado de su maldita esposa, era una verdadera sanguijuela, así que, el siguiente cuarto de hora, luego de armar nuevamente el vapuleado dispositivo, le dio instrucciones al suyo de dejar en la calle a aquella desgraciada que, durante dos años, había disfrutado de su enorme fortuna, y aprovechado sus viajes de negocios, para irse de juerga con cuanto hombre guapo se cruzara en su camino.

Ya llegaba con dos minutos de atraso a la reunión que tenían con Fiona y la pelirroja que traía de cabeza a su primo.

Cuando llegó a la sala de juntas, masculló algo parecido a una disculpa,  había tratado de arreglar sus cabellos demasiado largos y tupidos, dándose por vencido antes de ingresar al recinto. Estaba tan cabreado que apenas notó que ambas mujeres se miraron con cierta inquietud. El célebre mal genio de Thor, era célebre y esta característica, acompañada de aquel físico descomunal, poco ayudaba a tranquilizar los ánimos.

Se dejó caer en el sillón de la cabecera, sirviéndose una taza de café que le  pondría más irritable de lo que ya lo estaba.

—Bueno, al grano ¿Qué se traen? Quiso saber, mirándolas a ambas con sus escrutadores ojos grises.

Sus agraciadas facciones, eran demasiado finas para ese cuerpo que parecía haber sido extraído de una cantera antes que de un útero, según pudo apreciar Catalina. Con la furia, se había dejado el saco del traje y estaba solo con la camisa blanca, el chaleco gris oscuro ajustado a un torso poderoso de aspecto intimidante y una corbata que yacía floja a esta altura de la jornada.

Fiona, animó a Catalina a exponer, y esta se limitó a proyectar el corto, que, a las apuradas, había pergeñado esa mañana.

Cuando este terminó, centrándose en algunas imágenes de la encantadora ciudad de Scekszàrd, Thor, desvió su mirada hacia el rostro de ella que no supo interpretar qué significaba, pero se decidió a esperar lo peor.

—Mostrémoslo a Sigi —susurró. Su voz tenía un extraño matiz de algo parecido a la emoción.

Así que, sin mediar más palabras, se encaminaron al despacho de este.

Sin golpear, según su costumbre, Thor irrumpió en el recinto, donde Sigi hablaba con alguien por teléfono en su lengua materna. Su tono era suave e intimista, así que, Catalina supuso que sería alguien cercano.

Cuando terminó, no se mostró sorprendido por las personas que estaban en su presencia. Sabía que irían cuando tuvieran algo que ofrecer para la campaña.

Era la primera vez que veía a Catalina desde su llegada y notó que estaba ciertamente intimidada, como si sintiera vergüenza de estar allí, permaneciendo detrás de Thor. Fiona, a último minuto, había recibido una llamada del exterior y no iba a poder acompañarles, hasta más tarde, así que ambos, se adelantaron por el pasillo, rumbo al despacho de Sigi Troynoy.

—Aquí te presentará, la señorita Lombroso, algo, que, a mi entender ha captado, que es  diferente y tienes que verlo —anunció Thor a su primo sin más préambulo. Una mirada <<femenina>> que tal vez te interese. Sabes que en mi equipo somos todos hombres y nuestra óptica, a veces es algo <<neandertal>>. En su voz no había asomo de burla. Hasta parecía haber reconocimiento.

Proyectaron, otra vez, los brazos entrelazados, las diferentes razas, los países con realidades tan distintas, el proceso de producción de la vacuna,  como una especie de <<viaje centrípeto>>, terminar por el origen de todo, la pequeña ciudad húngara, cuna del proyecto, de la planta y del impulsor del mismo y su empresa.

Sigi Troynoy, se quedó en silencio un par de minutos que parecieron una eternidad.

—No sé. Me parece algo… personal. Terminar el mensaje, centrándolo en mí, me parece demasiado presuntuoso. Yo lo modificaría y lo completaría con una imagen con la mayoría de los empleados que puedan participar. En realidad, la empresa es la responsable que el proyecto pueda ir hacia adelante y se conforma con todos, eso es lo justo. Por lo demás, me gustó el gesto de justificar por qué fue elegida esa ciudad para montar la planta, eso alejará a los que temen cierta influencia soviética, dada mi nacionalidad, que, confieso, no ayuda en muchas de mis negociaciones.

—En realidad, no hubo tiempo para planear algo más original o algún enfoque diferente, pero Fiona apenas ha tenido tiempo de encargar algo a esta creativa. El tono de Thor, era frío e impersonal.

—Sí, me hago cargo. De todas maneras, pueden compaginarse imágenes de la ciudad, con la planta, una toma exterior y algo del proceso de producción, para terminar con los brazos enlazados debajo de nuestro logo —sostuvo Sigi

—Eso me gusta más —Thor afirmó con la cabeza. Tiene más exactitud, me refiero al mensaje.

—Bueno, pónganse ambos equipos a eso—les instó Sigi. Ya después habrá tiempo para continuar pensando algo más original.

A Catalina, le dolieron sus palabras. Tenía amor propio, como todos y que su trabajo fuera tan poco valorado de entrada, le costaba aceptarlo.

Se levantó sin aguardar  a que los otros lo hicieran. Una tos discreta de Fiona le detuvo en seco.

—Señorita Lombroso, no terminamos aún—la voz suave de Sigi la hizo arrepentirse de su arranque.

—Perdón, creí que eso era todo, señor Troynoy.

—No, y tal vez para mañana, pueda idear algo más… digno de usted.

—Sí, tal vez, hemos caído en lugares comunes, ambos equipos—reconoció. Ella sola, no iba a cargar con la trillada idea de la planta por dentro, con cintas de transporte, montaje y todo eso que se había visto en el proyecto del equipo de Thor.

Fue consciente de la mirada fulminante de este. A ella, no le competía juzgar el trabajo ajeno, pero, no le pasó desapercibido que, ignoraba las objeciones sufridas por ellos, en cambio Grunwald transmitiría con pelos y señales las alternativas de la reunión. Después de todo, Fiona, su jefa, había estado ausente, cuando Sigi Troynoy evaluó al equipo de Thor.

Las facciones del gigante del martillo, permanecieron inmutables hasta que se retiraron del despacho.

Apenas hubieron salido y alejándose unos metros, él explotó, casi literalmente.

Entre otras cosas, le objetó no ser quien para calificar el trabajo del otro equipo, que era una novata recién llegada que, con suerte de principiante, había dado en el clavo en su primer campaña, pero que no se engañara, él estaría detrás de cada tropiezo suyo, para aplastar sus pedazos cuando cayeran esparcidos, después que se revelara, su verdadera ausencia de talento.

Ella, permaneció impasible, hasta que Thor se quedó sin aire, jadeando, pálido de ira.

Fiona con sus ojos agrandados por el temor y los nervios, apenas reparó que la secretaria de Sigi y el propio Sigi, había abierto la puerta de su despacho, siendo testigos del intenso vapuleo a que era sometida la pelirroja.

Cuando pareció que Thor se había llamado a silencio, Catalina se irguió hasta colocarse enfrente de él, los brazos en jarra, el rostro levantado hacia el ceño adusto y pálido de furia de su contrincante.

— ¿Terminó ya? ¿O las leyes del bosque le exigen que haga un sacrificio ritual? ¿Acaso piensa que me considero una víctima, una novata o una indefensa mujer que no será capaz de ponerle en su lugar, Grunwald? Si usted ha sido testigo de las objeciones a mi trabajo, por parte del señor Troynoy, no veo por qué mi jefa, ha estado ausente cuando <<sus>> muchachos han sido citados, como yo, ante el jefe ¿Acaso debemos pensar que forman cofradías machistas en este sitio?  Acompañó sus palabras con un gesto abarcativo de su brazo, girando y describiendo un semicírculo. Creo que este es un hecho muy grave de discriminación de género.

Se dio media vuelta y se encaminó al ascensor.

Fiona, con expresión de angustia, apareció en esos momentos, corriendo tan rápido como sus tacos aguja se lo permitían. Le pareció entender la situación y ambas treparon al ascensor, desapareciendo cuando las puertas se cerraron.

Cuando Catalina llegó a su oficina, se sentó frente a su ordenador y en pocas palabras tipeó una nota dirigida al señor Tomás Fígaro, con copia al presidente de la empresa y al mismísimo Thor Grunwald. 

Como una tromba, se dirigió a la oficina del jefe del sindicato, se hizo firmar su copia por la secretaria de este, y se marchó rumbo a su despacho.

Fiona la aguardaba presa de pánico y temor.

—Vas a desatar una guerra con el equipo de Thor, Caty. Ellos, nos aventajan en número y no olvides que su jefe es primo del presidente de la empresa.

—Por eso, si mueve un dedo en favor de su pariente, estará haciendo un acto de favoritismo que no puede permitirse. Mi padre, fue gremialista, en Irlanda, Fiona y, créeme, desde que era una niña, sé cómo piensan los patrones.

La rubia le dirigió una mirada de confusión ¿En qué sitio quedaba ella? Una jefa, igual que Thor, que no había sido participada de la reunión de Sigi con el otro equipo, ignoraba las objeciones que les había hecho, y eso las situaba a ambas en un lugar totalmente asimétrico y desventajoso.

Si era sincera, había llegado el momento de dejar a Sigi Troynoy. Esa mujer de pelo rojo, parecía tener las cosas claras, un coraje a toda prueba y parecía no tenerle miedo a los Thor Grunwald de este mundo, ocuparan el sitio que ocuparan. Mujeres como ella, no necesitaban echar mano a tacos de trece centímetros, ni faldas tubo o escotes sugerentes. Y menos que menos, acostarse con los jefes.

Esa noche, Sara Fábregas, llamó completamente desbordada por los trascendidos de pasillo.

Cuando Catalina le hubo contado lo sucedido, Sara se agarró la cabeza.

—Espero que Tomás te respalde, amiga.

—No espero nada de nadie, Sara. Y ahora, me voy a acostar que mañana tengo que pensar algo para demostrar que somos ¿Te das cuenta? Las mujeres tenemos que demostrar continuamente. Ellos, solo tienen que estar, y pocas veces, son juzgados por alguien que no sean sus pares.

—No me has contado al final, cómo te ha ido en tu patria.

—Es una larga historia, Sara. No sé si estoy lista para eso, todavía.

 Cuando estuvo a oscuras, evocó a Kyle, su cuerpo tibio y sabio, pero sin ningún proyecto que les vinculara a la larga ni a la corta. Si era sincera, había esperado que él hubiera tenido tiempo de reflexionar sobre su relación y esta vez, deseara formar parte de sus vidas. Pero, Kyle, era inconmovible en sus decisiones. Jamás le había prometido nada que no fuera sexo sin compromiso y ella había aceptado. Olivia, tendría que crecer sin un padre que se hiciera responsable. Y eso, era culpa de ella. Podían haberse detenido en aquel bosque, pero ninguno deseó hacerlo.

Suspiró contrariada, al ocupar su mente la alta e imponente figura de Thor Grunwald. Tal vez, al día siguiente, estuviera engrosando la fila de los desempleados. No terminaba de confiar en Tomás Fígaro y sabía que el veterano gremialista, tenía sus <<condicionamientos>>. Sabía que, tampoco podría confiar en Troynoy, porque jamás dejaría a Thor a la intemperie, eran familia. Y, por último, el mismo Grunwald, acostumbrado a capear cientos de altercados similares en el pasado, con mujeres tan indignadas como ella. Cerró los puños y deseó por unos instantes, ser hombre para ir y tocarle el timbre de su ático de lujo, y estamparlo en los ventanales desde los que seguramente dominaba la ciudad dormida a sus pies. Como un rey consciente de su poderío.

No podía dormir, así que, se levantó. Por la puerta entreabierta, observó a Olivia dormir profundamente.

Encendió la luz de su pequeño estudio y se puso a trabajar. El reloj marcaba las tres de la mañana.

Cerró los ojos frente a la pantalla en blanco, donde esperaba que surgiera el guión que las repusiera en su sitio, tanto a Fiona como a ella. No esperaba gran cosa de su jefa. Tenía dotes para organizar y asignar, delegando tareas, pero, en el tiempo que llevaba trabajando con ella, jamás la había visto al frente de algún proyecto. Realmente, el favoritismo de Troynoy para con su amante, a veces, le daba asco. Una cosa sí tenía que reconocerle: Fiona no ponía obstáculos cuando se trataba de nuevas ideas, pero, le faltaba el criterio y la experiencia que tenía Thor, para descubrir cuando algo era o no, viable. Por ese lado, estaba totalmente librada a su aire, si bien, gozaba de cierta libertad, al mismo tiempo, Fiona, le dejaba sin red. Pero, obviamente nada podría recriminarle, ahora que las cosas parecían haber mejorado entre ellas, dada la evitación que Catalina hacía de Sigi.

En el despacho de Sigi, al día siguiente, estaba Tomás Fígaro que había sido convocado a primera hora.

—Esto, tiene que parar, Tomás —le había dicho Sigi. La señorita Lombroso, puede ser solo el inicio de un conflicto de proporciones, animando a otras empleadas a hacer lo mismo. Ya he hablado anoche con Thor, y le pedirá las disculpas del caso. Realmente, se ha excedido y creo, que con eso será suficiente, sin necesidad de armar, un tremendo jaleo de proporciones ¿Lo crees posible? ¿Te sientes capaz de manejar esto y que se corte aquí?

—Tomás Fígaro, respiró hondo. Los trascendidos del odioso primo de Sigi, llevaban años y ahora que por fin, una empleada le había puesto en evidencia, y sacado a relucir el asunto, le parecía que el rudo sin modales, debería sufrir un castigo ejemplar, para desalentar futuros conflictos con las mujeres de la empresa. El maltrato verbal, era equiparable casi, al maltrato físico.

—Mire, señor Troynoy, la señorita Lombroso, es la primera que lo pone por escrito y no puedo dejar de darle curso al trámite y dejarlo en vía muerta. Usted sabe, tan bien como yo, que el señor Grunwald no es el primer exabrupto que tiene con una empleada y verbalmente, he recibido montones de quejas estos años. Lo lamento, pero deberé consultarle a la señorita en cuestión, a ver qué decide.

Cuando ella escuchó la propuesta de Tomás Fígaro, le pareció bien, porque, para Thor Grunwald, la humillación de una disculpa pública, iba ser la peor de sus pesadillas.

Así, que antes que la sangre llegara al río, la voz firme y decidida del hombre, se elevó para ser escuchada por quien se acercara a la sala de juntas, delante de ambos equipos.

Al día siguiente, se juntaron, y trabajaron hasta la hora de irse. Apenas habían parado para comer algo. La marea de ideas, había tomado ímpetu y el clima en el recinto, parecía libre de cualquier interferencia ajena al tema de la campaña.

Las cosas, parecían haberse vuelto a encaminar, gracias al aguerrido carácter de Catalina.

Al cabo de ese año, ambos equipos habían viajado a Hungría para visitar la planta de fabricación de las diferentes tipos de vacunas que vendrían. Troynoy, había dispuesto que se adquiriera dos empresas farmacéuticas más pequeñas de la zona, para poder completar con tecnología diversa fusionando los planteles de científicos.

Había sido una intensa jornada y la pelirroja estaba exhausta. No estaba acostumbrada a caminar todo el día sobre altos tacos y trajes de ejecutiva, así la hiciera este recurso, el objeto de más de una mirada de los miembros de la planta y los compañeros de la empresa. Al no ser una mujer muy pendiente de la aprobación ajena, se movía con naturalidad, pensaba y hablaba sin filtros o con escasa autocensura aunque jamás sonaba ofensiva o despectiva para los otros, a menos de ser provocada.

Sigi, al verle ataviada de esa manera, había reaccionado como cualquiera de los otros, si se exceptúa a Thor, para quien, Catalina tenía bigote y barba, al saber que no le era indiferente a su primo.

La diferencia entre ambos hombres, era que Sigi era tan correcto casi hasta la exasperación y a veces, ser tan educado, a juicio de Thor, le ponía en la parcela de los idiotas.

De ser él, quien estuviera detrás de la irritante mujercita, hace rato que la hubiera empotrado contra una pared del cuarto de la fotocopiadora, y le habría apoyado toda su hombría hasta amansarla.

Pero, tener que disculparse públicamente, lo había escarmentado y no quería, por otro lado, sentir los puños de su primo aplastándole la nariz. Conocía de sobra a Sigi Troynoy y su aparente afabilidad y calma cuando era prisa de la ira. A pesar, que a su vez, también había recibido su escarmiento en la persona de Martina, su impávido primo, no hacía más que gala de un férreo autocontrol, desarrollado con los años, teniendo a raya un genio tan o más explosivo que el suyo y alejándose de los problemas, como no era su caso.

Iba todo bien, y al día siguiente partirían rumbo a la ciudad, hasta que se presentó una dificultad: Fiona no sería de la partida. Misteriosamente, la rubia se había bajado a último momento, aduciendo tener compromisos atrasados con distintos proveedores de insumos farmacéuticos que habría que promocionar a la brevedad, como por ejemplo, una maravillosa <<píldora del día después>>, a la que solo había que tomar antes, en cualquier situación y parecía ser totalmente inocua, por lo que Catalina, debería tomar a su cargo la parte <<social>> del evento en las plantas recién anexadas junto a Thor, cosa que desagradó profundamente a la pelirroja, segura como estaba, del fluido manejo de las relaciones públicas, que tan bien se le daban a su jefa.

No era la primera vez que la escultural mujer la dejaba en la estacada. Ya había experimentado antes, la familiar sensación de orfandad que su presencia imponía y que la hacía sentir vulnerable y expuesta. Pero, esta vez, sería algo inevitable y el jefe estaría demasiado ocupado como para velar por su seguridad y desempeño, habida cuenta que Thor Grunwald, estaría absorbido en salvar a su propio equipo.

Se sabía blanco de las miradas y las habladurías acerca de sus <<novatadas>>, trascenderían con la velocidad del rayo. Maldijo para sus adentros. Sara, no formaría parte de la recorrida y ansiaba tenerla cerca.

La noche antes, sintió la necesidad de bajar al bar del hotel de la ciudad. Budapest, era hermosa de noche. Al día siguiente, partirían para la ciudad de Scekszàrd y tenía que levantarse bien temprano para revisar el libreto que tenía preparado desde antes de partir hacia Hungría.

Pidió un vodka, y luego otra.

Cuando Sigi Troynoy, que se hallaba desvelado, se sentó a su lado en la barra, observó que la pelirroja estaba a mitad de camino de una borrachera épica y enseguida supo cuál era el motivo.

—No es para tanto, Señorita Lombroso —susurró con voz ronca. Seguro se ha enfrentado con situaciones más difíciles.

—Pierda cuidado, mañana, estaré como nueva y les haré quedar muy bien, casi como Fiona.

—Fiona —deslizó aquel.

—Sí, ella, es insuperable en esto e imagino que en otras cosas también. La lengua se había empezado a soltar y Sigi lo advirtió interesado en comprobar hasta dónde llegaría su subordinada. Nunca la había visto bajo los efectos del alcohol y no quería perdérselo por nada del mundo. Ignoraba muchas cosas de ella, a pesar de haber hecho su investigación acerca de su biografía, aquella parte que parecía blindada de su existencia. Allá en Irlanda y de la que ella era tan celosa en preservar.

Pero cuando observó que los ojos de la mujer, se posaban turbios en su cara, sintió que hasta allí llegaría. No quería que al día siguiente se sintiera avergonzada de la indiscreción que, sospechó, ella estaba por cometer.

Sus rodillas se rozaron y ella la retiró a pesar de sus reflejos torpes y empastados.

—Creo que por esta noche, ha bebido más que suficiente —le dijo afablemente.

—Usted no conoce mi resistencia, señor Troynoy. Ella sacudió su melena hacia atrás mostrando su cuello largo y delgado.

Eso, le excitó sobremanera de una forma que no esperaba. No se aprovecharía de una mujer ebria y que, además era su empleada.

Pero Thor Grunwald, no pensaba lo mismo, cuando los vio llegar hasta la puerta de la habitación de ella.

Sigi, había insistido en acompañarla y se felicitaba de haberlo hecho, dado el paso vacilante y el dedo que parecía errar al apretar el número de su piso.

Los vio marcharse y los siguió. La pelirroja, con su guardia baja, sería una presa fácil, a pesar del cabreo de su primo tan caballeroso.

Cuando ella cerró la puerta, apenas Sigi Troynoy la hubo dejado en su cuarto, se dirigió a la cama, vacilante y en la puerta se oyeron unos golpes suaves.

Ella, imaginando que era el jefe, la abrió sin reservas, para encontrarse, reclinado en el vano a Thor, bloqueando toda posibilidad de escape.

—No tan rápido, Catalina —le susurró tomándola por un brazo. Veremos ahora qué tanto te resistes a mis atenciones.

—Vete, Thor, ella le apoyó las manos en los hombros, rechazándole, pero fue imposible moverlo de allí. Voy a gritar, te advierto.

— ¿Quién va a venir? ¿Mi primo? Si debe estar bajo la ducha fría el muy imbécil, porque es tan idiota que no se anima contigo ni estando ebria, como estás.

—Porque él, se tambaleó Catalina, es un hombre de verdad. No se aprovecharía de una mujer un poco ebria. Arrastraba las palabras y el hipo y las náuseas atenazaban su garganta. Estaba lista para vomitar los zapatos de Thor.

Él la tomó por la cintura, ella trató de atinarle en la entrepierna, pero casi perdió el equilibrio en el intento. La boca de Thor, avanzó hacia su cuello. Catalina gritó.

Nunca supo de dónde, el cuerpo de Sigi saltó de las sombras y sus puños intentar abatir a su primo, sobre la alfombra del pasillo. Eran dos gigantes que hacían trepidar las puertas de las demás habitaciones, rodando y golpéandose donde pudieran alcanzarse.

Ella se tapaba la boca, presa del espanto y la vergüenza.  

Luego, lo último que recordaba fue unos brazos que la levantaron en vilo, la llevaron al baño y la inclinaron sobre la taza del inodoro, donde ella, se ocupó de vaciar su estómago hasta su papilla original, creyó por un momento, tomándole sus cabellos y manteniéndoles hacia atrás. Unas palabras en ruso, suaves, trataban de apaciguar la furia de sus tripas. Hasta que se dejó caer exhausta y luego, la llevaron hasta el lavatorio, donde, unas manos grandes le alcanzaron un vaso con agua para enjuagarse la boca. Un dedo le introdujo dentífrico y frotó sus dientes. Ella, atónita,  lo dejaba hacer. Después aterrizo su cuerpo en la cama.

Le quitaron los zapatos, el vestido, y la taparon con la sábana y la suave manta. Corrieron los cortinados, la ubicaron de costado y dejaron algo sobre la mesa de noche, para marcharse con sigilo. Por el rabillo del ojo, vio que Thor quien había sido el que había puesto a buen recaudo su reputación. La niebla de la borrachera, no pudo evitar un pensamiento de sorpresa. Jamás lo hubiera pensado de él, antes de sumergirse en un sueño profundo, algo estuporoso.

Al día siguiente, la alarma sonó a las siete y la cabeza de la pelirroja latía a su propio ritmo. Entreabrió los ojos y allí sobre la mesa, vio un vaso con agua y dos comprimidos que supuso, serían analgésicos y los tomó sin dudar.

A la media hora, ya bañada y vestida, se observó en el espejo. Apenas una sombra de ojeras, bien disimuladas por el maquillaje, eran los mudos testigos de su noche anterior.

No sabía con qué cara se presentaría ante ambos primos.

Había logrado irritar a Thor, eso no le cabía la menor duda y lo sucedido no era lujuria, era deseo de venganza acumulado y atrasado. Podía dejarlo pasar. Cuando llegaran de regreso, ya tendría tiempo de ordenar lo que había pasado en su cabeza. Ahora, quedaba, el viaje a la ciudad de la madre de Sigi, la visita a la planta, el discurso de inauguración, la presentación de las plataformas, el almuerzo de celebración y el viaje de regreso. Un largo infierno.

Lo peor de todo, sería enfrentar los ojos de su jefe. Lo más humillante, pero debía no solo alguna especie de disculpa por el espectáculo en el pasillo, sino por su borrachera de órdago. No estaba de vacaciones, había sido muy poco profesional y no estaban entre sus reglas, las de consumir alcohol en eventos de trabajo. Pero, había cedido ante las presiones de estar sola, por primera vez, sin supervisión ni guía de su jefa, que a pesar de sus limitaciones como creativa, no le faltaba talento para las relaciones públicas, mientras que lo suyo era el aislamiento y la creación en soledad.

Se sentó en el final del avión, toda la distancia que pudo poner entre su asiento y el de él. Detrás de sus gafas de sol, que la protegían de la luz del día que le aumentaban la cefalea, se creyó a salvo.

Pero, una mano tendiéndole un vaso con café, la sacaron del letargo en el que se había sumido.

—No se preocupe por lo de anoche —susurró Sigi. Todos hemos pasado por esta especie de <<pánico escénico>> que es la viajar al exterior y hacer una presentación.

La miraba con atenta preocupación, siempre tan solícito.

—Imagino que, sin Fiona, no debe ser fácil.

—Es cierto —reconoció ella. Ambos lo sabemos.

Lo último había sido innecesario y estaba por completo de más ¿Qué le estaba pasando? ¿Se iba a entrometer también en la vida privada de Sigi Troynoy?

—Perdone, señor Troynoy, no estoy muy despabilada, todavía. No fue mi intención…

—Está bien, tal vez, lo nuestro, lo de Fiona y yo no ha sido todo lo discreto que requería nuestra situación dentro de la empresa. Pero, he venido aquí, principalmente para arreglar las cosas, en esta media hora que tenemos para llegar a Scekszàrd, lo ocurrido con Thor.

— ¡Qué hermoso sonó el nombre bien pronunciado! Se admiró ella.

Sigi sonrió. La mujercita, tenía la virtud de descolocarle con frecuencia. Más de lo que le hubiera gustado admitir. Había cambiado el eje de la conversación y del acuerdo al que intentaba llegar con ella, para mantener la cabeza de su primo sobre sus hombros. Lamentaría que tuviera que marcharse por la bochornosa escena que había protagonizado la noche anterior y necesitaba tantear las intenciones de Catalina Lombroso en relación con ello. Si hacía falta algún tipo de <reparación>>, no tendría dudas que lo haría. El nombre de su empresa, debería estar por encima de todas esas bajezas. Esa mañana, bien temprano, había zamarreado a un dormido Thor para mantener con él, café mediante, una conversación de adultos sobrios, como le aclaró. Los golpes en la cara de su primo, serían difíciles de disimular, pero, casi todo el mundo sabía que era un tipo proclive a buscarse problemas, así que no dudó en pactar con él un silencio de tumba en relación con lo sucedido con la joven la noche anterior. Y sería la última vez que él lo protegería, prometió y le aclaró que lo que le importaba era el prestigio de su empresa. Catalina Lombroso, estaba por fuera de toda suspicacia, ya que todo el mundo sabía que era una joven seria en cuanto a relacionarse con compañeros o superiores de la empresa.

Catalina clavó sus ojos verdosos en la expresión inexpugnable de su jefe.

— ¿Qué cree que es necesario que suceda para que lo de anoche no trascienda?

— ¿Acaso me está sobornando? Ella sacudió la cabeza, incrédula.

—No, lo que hice por usted…

—Ya lo sé hasta el hartazgo, lo haría por cualquiera en mi situación, no tiene necesidad de machacarme cada vez que hace algo a mi favor. Quiere, necesita llegar a un acuerdo de silencio ¿No es así? Además, el prestigio de su empresa está por encima de casi todo, eso me ha quedado más que claro.

Él asintió.

—Ya hablé esta mañana a primera hora con Thor. Tratamos unas cuantas cosas y eso incluye su futura conducta en mi empresa. Solo me falta usted.

— ¿Qué necesita que haga? ¿Que firme un acuerdo de confidencialidad? ¿Que renuncie?

—Nada de eso. Me basta con su palabra. Lo de anoche fue el resultado del estrés en un hombre que tiene mala bebida y montañas de problemas y que…

—Es un redomado imbécil —finalizó ella. Y un misógino y un cavernícola y…y…debe tener un micro pene.

Sigi frunció el ceño antes de lanzar una carcajada, casi una risotada de taberna.

—Eso es lo que más va a cabrearle —seguía riéndose.

—Es bueno saberlo —afirmó ella. Para la próxima, ya sé con qué debo…

Estaban solos en esa parte del avión, de modo que,  Sigi aprovechó para describirle la infancia terrible de Thor, la ausencia de un padre y un entorno mínimamente afectuoso y protector.

—Por el contrario, a Thor le tocó ser el custodio y protector de sus dos hermanos menores y le fue difícil permanecer alejado de malas compañías inevitables en las calles de cualquier ciudad —evocó sonriendo. Por suerte, la naturaleza le dotó de un físico extraordinario para sortear algunos peligros, agresiones y por eso, la violencia, es casi su manera natural de reaccionar, casi un reflejo.

El corazón de Catalina se dejó ablandar un poco por aquellas palabras que sonaban sinceras, aunque se prometió no bajar la guardia con el estepario, como el propio Sigi le designaba en su idioma.

—Así que, por el tema de Thor, no se preocupe. Si quiere interponer una queja formal, le saldré de testigo. Lo que sea que usted necesite, pero esto que acaba de pasar, no tiene que ver en ese tema. No le he contado esto para que retire su queja, sino para que conozca a las personas con quienes ha de tratar. Eso va a redundar en disminución de conflictos entre ustedes, de es estoy seguro.

Catalina lo pensaría, no entendía a qué venía exactamente eso de tratar a ciertas personas en un futuro.

—No hace falta que diga nada. Respetaré y aceptaré, cualquier cosa que me diga. La tomé por sorpresa y usted no esperaba que comentara cosas tan cercanas a nuestra familia y…ya estamos llegando, se abrochó el cinturón.

Las siguientes horas, a ella le parecieron que pasaron volando. Flotaba sobre la tarima donde expuso con firmeza y aplomo aquello que había escrito y mecánicamente sus pies le marcaron durante el resto del día, el camino que debería seguir. En su recorrida por la planta, el brindis, el almuerzo donde se quedó en un aparte, mientras que Sigi, en la cabecera junto con los directivos de la planta, intercambiaban impresiones en húngaro fluido. De vez en cuando, le sorprendía observándola por encima de su copa y eso, la obligó a pensar.

Estaba claro que algo había pasado con la empresa. No podía precisarlo, ya que no era una experta en fusiones y ese tipo de operaciones, pero, pronto cayó en la cuenta, que se avenían nuevos e importantes cambios.

Cuando, comenzaron el traslado al gigantesco edificio de la firma <<Environmental Buildings>>, bajo la presidencia de Thor, se sintió algo intimidada. De aspecto rudo e intimidante, la alta torre, como su dueño, se ubicaba en las afueras. Por un momento había pensado que Troynoy la retendría. Estaba equivocada ¿Sería Thor Grunwald el que habría solicitado su traslado? ¿Querría hacer de su vida un infierno por venganza?

En cuanto a Sara, había quedado en la antigua empresa y ambas amigas tenían un poco más difícil lo de encontrarse para almorzar, pero por fuera, se seguían viendo con la misma asiduidad que antes.

Los temores de Sara, de ver que su amiga durara un suspiro en la empresa, comenzaron a disiparse, cuando observó la sutil estrategia de su dueño para irla cercando, rodeándola de  determinadas atenciones, mucho más rudas que las de Sigi, pero más directas y efectivas en el <<emocionario>> de la pelirroja. Era así como le gustaba definir el menú de las mismas, extendiéndose en analizar su profundidad y alcance.

Por eso, no le llamó la atención que Thor, fuera la primera persona que Catalina comenzara a citar ni bien se sentaron a comer en la casa de esta última, un mes después del traslado, mientras Olivia, jugaba en la bañadera.

Había que reconocer que el tipo, rudo y todo como era, sabía hacer ciertas cosas. Las mujeres se le daban bien. Cierto tipo de ellas, obviamente y no por nada, Catalina había caído subyugada por personalidades <<asilvestradas>> como las de Kyle Brennan, el padre de Olivia. Thor era su tipo, a pesar del mal pie con el que habían iniciado su relación. Eso era indudable.

Antes de pasar a otro plano, el camino fue un arduo camino de seducción que el gigante enamorado hubo de recorrer en pos de aquella escurridiza mujercita, la que solo le esquivaba por miedo, pavor a ser herida otra vez. Porque, hay que decirlo, cada vez que regresaba de Irlanda de ver a Kyle, su corazón o parte de él, quedaba por semanas en aquella isla verde, sin remedio. Por eso, los pedazos de ese noble órgano, esquivaron tan cuidadosamente a Thor Grunwald y sus atenciones, los primeros tiempos. La tarea de pegarlos, colocarlos en el orden correspondiente le tocó a quien nadie esperaba, y Catalina se dejó, por primera vez en su vida, llevar por un camino falsamente sereno, pero sí seguro, rodeada por todo lo que el rudo empresario puso a su disposición. No solo en lo económico, sino en lo afectivo con el pequeño terremoto colorado encarnado en Olivia, y haciéndolo extensivo, a su no menos contestataria madre.

Dejar sus miedos a un costado, sus defensas y su resistencia a abrirse, costó bastante tiempo de amoroso asedio y cuando por fin, se rindió, fue una noche memorable para ambos.

En su interior, Catalina, asombrada del salvajismo desplegado por Thor Grunwald, una vez que se decidió a dejar la empresa de su primo, no pudo menos que sorprenderse por la voracidad con la que fue acometida por un Thor hambriento y desconocido, el que se veía en una continua disyuntiva, entre guardar la despectiva apariencia de la que hasta ahora había hecho gala o dejar aflorar su verdadera personalidad, animal y despiadada, dándose el lujo, después de tantos años, de perder el férreo control que hacía que su primo Sigi, pareciera un cándido monaguillo. Gracias al divorcio, Thor Grunwald, pudiendo liberar por fin a la bestia enjaulada, que había sometido estos años, manteniéndole cautiva en un matrimonio desabrido, con una <<esposa trofeo>>, transmitía alivio y cierta cuota de buen humor.

Se sentía asombrosamente bien por ello, por primera vez en años. Él siempre sería, a diferencia de su educado y refinado primo, más civilizado, un producto de la estepa siberiana, por mucho despliegue de trajes caros, modales pulidos, atenciones caballerescas y gustos ciertamente algo retorcidos, cuando de conquistar a una mujer se trataba. Luego de estar con ella, supo, que no habría mujer como aquella salvaje pelirroja que, llameante, ardió entre sus brazos, en la cama, en la ducha, en el piso, sobre la mesada de la cocina o en el elevador de una obra en construcción disparado a toda velocidad a veintisiete pisos de altura, sin paredes y con los recios vientos azotándoles; al borde del pánico por la altura y el ritmo vertiginoso de esa especie de montacargas, Catalina se aferró a los hombros de él, conteniendo la sensación de caída en la boca del estómago, aceptando casarse con él, mientras llegaba al clímax. Hasta que, como dos contendientes, más que amantes, propusieron una tregua, para almorzar en familia.

Sus citas, se parecían más a un secuestro que a un encuentro romántico y ella, pronto descubrió que eso comenzaba a gustarle. No es que le sentara el papel de víctima, ya que Thor, le dejaba exteriorizar su resistencia, arañazos y mordeduras incluidos.

Al día siguiente, cuando Catalina despertó en su cama, Thor había desaparecido. Había una nota en la almohada de al lado y unas escuetas frases: <<tengo algo que dejé sin terminar y debo hacerlo <T>>.Tuvo que ocuparse del desayuno de su hija, y no dedicó mucho más tiempo a eso. Por comentarios sabía que, en la vida de él, las mujeres duraban una noche, como máximo. Lo del pedido de casamiento, seguro sería algo originado por la descarga de adrenalina y endorfinas, razonó.

Por una semana, no supo nada del huraño. Ni llamó ni pasó por la oficina o por casa. Nadie le había vuelto a ver.

Fiona, no podía ocultar cierto goce perverso observando el callado desasosiego de la pelirroja.

<<Ahora, conocerá al verdadero Thor y sus desatenciones>>, pensaba la rubia algo despechada, regodéandose, aunque sus esfuerzos estuvieran puestos, en esos días en un poderoso magnate de los medios. Sigi, había quedado atrás, sin adioses rimbombantes ni regalos culpables. Simplemente la mujer, consideró que su tiempo de espera había concluido.

Regresar a la patria, no le supuso una emoción especial, excepto por su madre y los dos hermanos menores que, siguiendo sus instrucciones, atendían las finanzas de la familia en la capital, a la que se habían trasladado, cuando Thor comenzó a pelear en las grandes ligas. Bajo la protección de Sigi, la familia, se había extendido y prosperado lo suficiente como para establecer redes con contactos propios y acumular no solo una considerable fortuna sino, también poder.

Antes de informar a Sigi de la fundación de su propia empresa, había querido dejar establecido el nuevo perfil que le daría en su patria, estipular los términos de la separación societaria con su primo en los mejores términos, reunirse con los abogados y finalmente, presentarle el proyecto de su empresa por videoconferencia, cuando todo estuviera perfectamente claro, sin deudas ni zonas oscuras.

Cuando Sigi vio en el gesto de su primo, la feroz determinación de establecerse en la vereda opuesta, sintió algo de pesar. Se había acostumbrado a su huraña presencia, un ser intimidante y algo despiadado, sin modales, con dificultades para hablar correctamente su lengua materna, porque, a diferencia de él, Thor había pasado la infancia en las calles, y le había costado mucho enderezar sus costumbres, sus hábitos pendencieros, fruto de la hostilidad del medio y nunca lo había logrado del todo. Esto había pasado después de su regreso de Hungría.

Thor, no había conocido la dicha de contar con una familia, una mujer como Martina y dos pequeños hijos que calentaran su corazón, por lo que su interior, era un laberinto oscuro y sin lugar para la compasión o la empatía. Es tal vez por ello, que anunció la separación societaria sin evidenciar emoción alguna en la pétrea expresión de su rostro. Después de todo, solo eran negocios, explicó y las cuestiones familiares seguirían sin alterarse.

Así que, cuando un par de semanas después, se instaló en su despacho, el gigantesco corpachón ceñido a la delicada forma de un robusto sofá, para anunciar a un sorprendido Sigi, que iría detrás de Catalina Lombroso.

Ignoraba en qué momento la joven había despertado el interés de aquel depredador y este, para su sorpresa, tampoco parecía haberse dado por enterado y no sabía precisar, cuándo encontró la mente ocupada por la pelirroja, sus ojos verdosos, su cuerpo torneado y menudo. Dicho en otros términos, cuándo se había transformado y pasado de ser una pesadilla a tan solo pensar en trabajar juntos,  para finalizar siendo una obsesión el hecho de tenerla.

Sigi, víctima una vez de sus rígidos buenos modales y su corrección a ultranza, decidió dejar el campo libre a su obstinado primo. En el fondo, deseaba que la mujer le rechazara por su carácter violento y su presencia contundente, sin modales ni miramientos.

Acostumbrado como estaba Thor a pelear y arrebatar lo que necesitara sin pedir casi permiso, Sigi consideró el gesto de su primo de una atención casi exquisita para con él. Pero, si algo tenía Thor, es que era agradecido a quien le había ayudado a él y a su familia, a salir de la miseria, y eso era algo que no olvidaría jamás. La gratitud podía más que la sangre. De tal modo, era su peligrosa obsesión por no dejar pasar por alto la más mínima ofensa a su familia o a todo lo que considerara suyo, que ese había sido uno de los cuestionamientos que casi habían provocado la ruptura con su primo mayor. Fue en ocasión del asesinato de Martina, cuando este se negó rotundamente a vengarse y decidió cerrar sus heridas lo mejor que pudo y tomar a sus hijos partiendo para América.

Catalina y Olivia, pasarían a ser de su propiedad, si sus esfuerzos tenían éxito, pero quería comenzar el asedio con la tranquilidad que con Sigi, las cosas estaban más que bien.

Los cambios se concretaron cuando al cabo de casi un mes, Thor reapareció al lado de Sigi, para informar la separación de la empresa y Catalina pasó a formar parte del nuevo equipo creativo del hombre de pelo largo y oscuro, de torva mirada, gesto ceñudo y cara de pocos amigos.

La cicatriz que partía su ceja derecha por la mitad, acentuaba su fiereza e imprimía mayor peligrosidad a su rostro.

Los nuevos compañeros de equipo, sus antiguos rivales, la recibieron con corrección y respeto y pronto, se sintió aliviada de estar libre de la mirada cargada de reproches de Fiona, definitivamente desplazada de la cama y la vida de Sigi, aunque, la rubia, en su interior, estaba feliz por haberse librado de la posibilidad de convertirse en la madrastra, de dos endemoniadas criaturas, como les llamaba, a espaldas de su padre.

Trabajar con Thor, se transformó en una especie de montaña rusa. El hombre era muy temperamental, y las reuniones grupales eran un  verdadero desborde de sensaciones límites.

A diferencia de Sigi, el perfil empresarial de Thor Grunwald, era el megaemprendimiento inmobiliario, de colosales y casi faraónicas construcciones, en tierras inexploradas, rodeadas de naturaleza, donde se integraban de tal forma hasta ser casi invisibles como ciudades mayas devoradas por la selva o mimetizadas con las arenas del desierto en ricos países árabes, donde el mar de arena parecía haberse solidificado por el calor abrasador del sol para transformarse en domos vidriados, sin aristas que parecían estar sepultados por dunas. Eso, obviamente era un espejismo, con el que los arquitectos jugaban, para eclipsar sus creaciones.

En cuanto a sus hoteles, eran el colmo del refinamiento, y la aparente simplicidad, escondía complicados mecanismos para aprovechar al máximo, los beneficios del suelo y sus minerales. Las paredes de sus edificios, se nutrían con las sales del desierto y el agua del mar, dependiendo de su ubicación, otorgándoles una apariencia lozana similar al panteón de Agripa. Rejuvenecidos conforme el tiempo pasaba.

A Catalina, no le interesaban los rumores  que el gigante utilizara los hoteles para lavar dinero de mafias del este. Estaba acostumbrada a las habladurías y así fuera cierto ¿Acaso podría ella, un ser casi insignificante transformarse en una formidable fiscal? Sonreía cuando el pensamiento acudía a su mente. Solo evaluaba el cambio que se había producido en sus vidas con la llegada de Thor. Si bien no amaba el lujo, se había ido acostumbrando a vivir bien, a enviar a su hija a buenos colegios, a darle la oportunidad que ella no había tenido, para llegar a ser lo que Olivia deseara.

La joven, cerró la tapa de su ordenador y se dispuso a marcharse a su casa.

Disponía de un loft espacioso en la mejor zona de la ciudad y a sus casi veintitrés años, recién graduada en administración de negocios, gozaba de una independencia envidiable.

Esa noche, decidió darse el baño de burbujas que se había prometido, champagne mediante, si podía hacerse con la campaña del último grupo industrial dedicado a la fabricación de materiales de construcción amigables del medioambiente, incorporado a la empresa de su padrastro, Thor Grunwald, quien había insistido en darle su apellido, en vista que Kyle, seguía viviendo en su neblinosa isla de eterna libertad.

Sonrió al acordarse cómo había sido que Thor y Catalina, habían unido sus azarosas vidas, con las luchas internas entre la posesividad y la personalidad controladora de él y su madre con una niña de siete años, para ese entonces. Habían superado muchos escollos, entre los que se encontraban lo que Thor y su madre descubrieron que no podrían esquivarse toda la vida, huyendo de la poderosa química que les atraía sin remedio.

Ese día, cuando al fin se sintieron listos para hablar con ella, la conversación se prolongó hasta altas horas de la noche, pero todos salieron convencidos que las cosas, podrían funcionar, planteadas como quedaron.

Así, Catalina Lombroso, pasó a formar una familia con el otrora machista Thor Grunwald. El antiguo troglodita, se había puesto en manos de una terapeuta, para lidiar con ciertos traumas infantiles. Catalina y él, con el tiempo, acomodaron su relación, basándola en el respeto mutuo y las asperezas iniciales habían sido limadas por completo.

En cuanto a ella, se transformó en una hermana protectora de Jasha e Iván, los dos hijos gemelos que Thor y Catalina tuvieron, aunque no había dudado en liarse a golpes con ambos hasta bien entrada la adolescencia.

Luego, inadvertidamente, pasaron a vigilar sus pasos, a celarle, a rodear a sus posibles citas hasta desalentarlas, y un día los sorprendió observándola con atención, como si hubieran dejado de reconocer en ella, a la fornida luchadora de pelo rojo y extraordinarias habilidades de trepadora de árboles, para verla convertida en una esbelta y altísima pelirroja, de abismales formas y de tanto carácter o más que su madre, que había sabido acompañar el crecimiento de ambos hermanos, con la equilibrada dosis de ternura y firmeza que ellos necesitaban.

Su padre biológico, seguía recibiendo sus visitas anuales, cuando volvía al clan, se hacía uno más con ellos, visitaba a primos, tíos y a Riona, que aún fuerte como una encina sagrada, los reunía junto al fuego y a su mesa para evocar a sus dioses ancestrales y hablar en su lengua.

Thor Grunwald, por su parte, había aceptado visitarles, integrarse junto con Catalina, dejando bien claro que no aceptaría escapadas románticas de su mujer y Kyle, por más luna llena que hubiera o deidades en los bosques, aguardándoles. Sobre todo, en el momento en que su madre estaba esperando otros duendecillos mitad irlandeses, mitad rusos.

Sus hermanos Jasha e Iván, habían sido un verdadero milagro de fusión. En sus pómulos eslavos, sus ojos oblicuos grises, resaltaba las largas cabelleras rojizas y las pecas de su madre, que se mezclaban con los rasgos más salientes de ambas etnias. Dueños de un carácter endiablado, habían superado con creces a su  hermana mayor, dejando agotados, en el camino a niñeras que huían y a ambos padres, que algo mayores, deseaban un poco de paz.

Olivia, no había abandonado sus inclinaciones por trepar y con el tiempo, las había perfeccionado, montando una especie de trapecio en su espacioso loft, donde una vez por semana, su instructor le enseñaba su dominio. Algunos fines de semana, viajaban en busca de cumbres, si eran verticales, mejor, aunque últimamente, ambos parecían entenderse mucho mejor en posición horizontal.

La puerta de su casa se cerró de un formidable golpe, y como una tromba, Jasha e Iván entraron resoplando dejando caer una mochila y desplomándose en su mejor sillón.

—Les he dicho que me avisen cuando vas a dejarse caer por acá, rezongó Olivia.

— ¿Para que nos digas que no? Ese novio tuyo, puede esperar.

— ¿Por qué cada vez que se cabrean con mamá o papá vienen aquí y no van con Anders y Jens? Son amigos, después de todo —refunfuñó ella, sirviéndoles un vaso con agua helada.

Jasha e Iván, entrenaban todo el día en el gimnasio donde daban clases y hacían un culto de la vida sana y de las mujeres que allí podían disfrutar luego, a sus anchas.

—Tú nos entiendes mejor, ellos son muy…rusos.

Olivia, rió y los abrazó.

— ¿Qué pasa ahora?

Queremos irnos a vivir solos y mamá cree que aún no estamos listos ¿Puedes creerlo? No tenemos el dinero suficiente para irnos de casa y Thor no quiere ayudarnos. Sería un préstamo, pero papá no se anima a tener conflictos con ella.

—Bueno, deberán buscar la manera de conseguirlo sin meterse en líos.

—Ya sé. Papá rompería cada uno de nuestros huesos, si hiciéramos algo ilegal. Le tiene pánico a que podamos meternos con la mafia, ya sabes… por lo que le pasó al tío Sigi con la madre de Anders y Jens.

—Por suerte, o por desgracia, tenemos una super familia ampliada, Jasha Grunwald —el tono irónico de Olivia, no pareció molestar a su hermano menor, quien se limitó a repatingarse en el sillón de  la sala de su hermana mayor, por lo que tienen suficientes opciones de escape, hasta con Kyle, si desean poner tierra por medio. No creo que mi papá ponga objeciones a que le invadan la casa, si es que sigue teniendo una novia en cada aldea, está deshabitada la mayor parte del año. Si se lo dicen a mamá, que Thor no esté delante, ya saben la tirria que le tiene a Kyle.

—Parece que no conocieras a padre cuando se enfurece —le recordó Iván. Para la mayoría de edad, todavía nos falta bastante y cada día que pasa, no esconde el deseo de vernos trabajando para la empresa. Puso cara de espanto. Nos ha amenazado con enviarnos a Rusia con nuestros tíos y la abuela que parece un cosaco, con ese carácter que tiene —dijo Iván poniendo los ojos en blanco.

—Bueno, mientras vayan a la universidad, si saben elegirla lo suficientemente lejos, podrán sustraerse de tales presiones—trató que reflexionaran. Las cosas, no pueden estar tan mal entre ustedes.

—Iban bien, pero hasta que se nos ocurrió decirles que queríamos entrar en la academia militar.

— ¿Qué? Olivia le miró con espanto que no intentó disimular.

—Bueno ¿Qué? ¿Acaso es ilegal querer servir al país?

—Pero, no tienes idea lo qué es eso.

—Tú tampoco —le espetó Jasha.

—Primero terminen la preparatoria y luego estudien el panorama. No son muy buenos alumnos, así que, las opciones para las mejores universidades, no estarán a su alcance, pero, tal vez alguna no muy grande ni importante, pueda tener algo que ofrecerles.

Eso pareció conformarles por el momento. Olivia, tal vez fuera a la única persona a la que escucharan, ya que estaba a mitad de camino entre los adultos y la adolescencia. Una mezcla equilibrada de responsabilidad con temeridad, le daba a los ojos de sus hermanos, una autoridad más allá de todo raciocinio.

Había sido muy apegada a Sigi y a Thor, salía de acampada con ambos y los cuatro varones que eran sus hermanos y los hijos del primero, compartían deportes extremos, guardaban silencios cómplices de accidentes que protagonizaron en duras travesías en gomón por los rápidos, vuelcos con kayak, el día que los gemelos casi sucumbieron por hipotermia, un mosquetón mal colocado en alguna pendiente que los cinco ascendían que casi habían dado con algunos en un profundo barranco, horas de entrenamiento con aquel misterioso profesor de lucha que había contratado Sigi para que aprendieran a defenderse y la nariz de Olivia que el hombre enderezó de un solo y experto golpe luego de un puño mal aplicado. Ese día creyeron que era el fin de sus correrías, ya que su nariz se había puesto violácea e hinchada mientras que sus gritos e insultos amenazaban con derribar algunos árboles en mal estado del espeso bosque donde se habían reunido.

Catalina tuvo que contentarse con la explicación de una caída de la bicicleta, aunque no había quedado conforme con los titubeos de los cuatro hombres que observaban con preocupación la hinchazón de su nariz, aún bajo las bolsas de hielo que le habían aplicado ni bien llegaron, andando por la cocina en puntas de pies y susurrando como ladrones, mientras trataban de lavar la sangre de su buzo.

Sonrió con nostalgia. Esos años de locos, que se repetían más esporádicamente ahora, quedarían grabados en su mente para siempre.

El teléfono le sacó de su ensimismamiento y la voz grave, sosegada de Thor le trajo hasta el presente.

—Diles a esos dos, que, o vienen a casa en este mismo instante o les juro que yo mismo los pongo en el avión privado que los llevará a Rusia esta misma noche y el campo de entrenamiento al que los voy a enviar, será el peor de sus infiernos. Ya hablé con mi familia y mis primos los llevarán directo porque ambos pertenecen al ejército y andan en busca de voluntarios.

Apagó el altavoz y ambos se levantaron refunfuñando.

Ese padre tremendo que se habían echado, podía ser muy borde, a veces y una cosa era segura: jamás bromeaba.