lunes, 31 de octubre de 2022

EL TATUAJE

 


ENRAIG

 

Eanraig estaba terminando de dar los últimos toques al diseño que luciría la mujer sobre su espalda, luego se dedicó a darle las instrucciones pertinentes, para su posterior cuidado. Esto era casi innecesario porque la mujer era habitué del local y eran varios los que tenía en ambos muslos, aunque este era el primero en su espalda. Había comenzado tímidamente por alguno aislado, en las pantorrillas, para irse animando, siempre y cuando no fueran muy visibles. No quería que sus hijos se burlaran de ella, pero, después de su divorcio, casi a los cuarenta, había sentido la necesidad, cada vez más imperiosa de soltarse un poco y sus amigas le animaron a concurrir al local de Eanraig.

Le habían dicho que así no se atreviera, solo para verle, valía la pena el viaje hasta la ciudad, ya que animales como ese, según le describieron, no se veían todos los días y esto la estimularía un poco, ante la decisión del marido de marcharse con una mujer mucho más joven.

Para su sorpresa, sus hijos no habían hecho ningún comentario burlón, por lo menos frente a ella del pequeño leopardo que se había tatuado en uno de sus hombros, que parecía enroscar su flexible lomo más allá de su omóplato, y que, al mover el brazo, parecía encogerse para saltar, como un dibujo animado que a todas vistas, resultaba impresionante por lo realista.

En cuanto al comportamiento del <<animal>> en cuestión, para su sorpresa, fue siempre de los más correcto y profesional. La había ayudado a decidirse, en cada sesión, a elegir diseños cada vez más complicados, sin demasiadas estridencias o acumulación inútil, escuchándola, respetando sus decisiones y ponderando cosas nimias. Para Mónica, estos eran los principales gestos por parte de él que le habían animado a volver una y otra vez. Obviamente no se había lanzado a invitarle a tomar algo después del cierre del local. Suponía que alguien como él, tendría mujeres a montones y una mujer grande, ya no le llamaría la atención. Una noche se quedó aguardando a que saliera, cerrando la cortina metálica, esperando ver a qué auto se subía.

Por toda respuesta, vio un deportivo de vidrios polarizados, que se detenía y él subía con la soltura de alguien que lo hace a menudo. Suspirando, puso en marcha el motor y marchó hacia su casa, despacio, dándose una tregua ¿Qué se había imaginado? ¿Semejante exponente del género masculino, típicamente alfa, sin rodeos, iba a prestar atención a alguien como ella?

Obviamente, no podía evitar observarlo, cuando veía reflejada su imagen en el espejo, inclinado, atendiendo cuidadosamente el trazado, absolutamente concentrado. Le hacía preguntas en voz suave y tono paciente si le molestaba, y varias atenciones que le hacían sentir que era única en ese momento. Y en verdad lo era. Cada cliente, lo era, le había explicado cuando ella elogió la paciencia que le demostraba.

Hacía tiempo que nadie era tan considerado con ella y menos su ex, sobre todo, en los últimos tiempos de su relación.

Una noche, hacía ya seis meses, cuando hubo acabado ese día, le avisaron que había una clienta que esperaba por él. La mujer no tenía turno, pero Sloan, su asistente, le indicó que la chica en cuestión había estacionado un deportivo carísimo y se notaba a la legua que era alguna millonaria dispuesta a experimentar un diseño de su autoría.

Estiró los poderosos músculos de su espalda, le indicó a Sloan que estaría unos minutos relajando en su oficina y que luego la atendería. Entre tanto, le ofrecerían un café o alguna bebida.

Para Eanraig, el tatuaje, era solo un pasatiempo, lucrativo, ciertamente, pero solo dedicaba algunas pocas sesiones los fines de semana, ya que trabajaba en una empresa dedicándose a otros de sus amores, el diseño creativo de personajes para algunos eventos culturales.

Sus diseños marcaban tendencia y se cotizaban a precio de oro, pero todavía no contaba con el capital necesario para montar su propia empresa por lo que tenía que trabajar para Malcom Roberts, un excéntrico muy adinerado que comerciaba arte en todas sus manifestaciones, montando exposiciones, eventos, o comercializando los diseños para bandas de rock, camisetas, ilustraciones varias, propagandas y lo que le propusieran. A veces pintaban murales desmontables temáticos, para fiestas que era lo que más disfrutaba Eanraig. Simplemente le gustaba el desafío de enfrentarse con las superficies desnudas, que, como una mujer, fuera capaz de irse transformando con sus toques hasta dar lo mejor de sí. Mimaba cada panel, cada superficie virgen hasta sentir que había logrado sacar lo máximo de ella.

Abrió los ojos y se mojó el pelo casi rubio  para despejarse, se echó un vistazo al espejo. Su altísima imagen, sus brazos torneados y su vientre chato, embutidos en una camiseta estrecha, le ubicaba entre los que las mujeres denominaban un poderoso animal, junto a sus vaqueros negros, las piernas largas y las botas militares. Curiosamente, su cuerpo no mostraba tatuaje alguno, solo tenía algo pequeño, en un pectoral, que tenía verdadero significado para él, y al verle, nadie hubiera creído que no participaba del colectivo de aquellos que tenían su oficio.

La mujer del deportivo, le esperaba sentada en una sala con varios sillones y pasaba distraídamente las hojas de un catálogo de diseños, como si no estuviera decidida por algo en especial.

La evaluó en segundos. Era una joven rica, eso estaba más que clara. Piel blanquísima, pelo negro y ojos azules más claros que los de él. Algo común en la zona, donde los ancestros habían dejado su impronta.

Alta, según pudo comprobar al ponerse de pie, delgada y elegante, sin estridencias, le sonrió con cierta reserva.

—Hola, soy Verónika. Le tendió la mano, un gesto que le descolocó ¿Quién de su edad daba la mano para saludar? Su acento no podía ubicarlo en el mapa. Tendió su mano, y comprobó que fagocitaba la de ella, pequeña, blanca con dedos largos y finos.

—Ya estamos por cerrar —le anunció. Si lo que has elegido es algo muy complicado, te recomiendo que reserves un turno para cualquiera de nosotros…

—No, una amiga me recomendó que viniera contigo. Sonrió, esquiva.

—Tendrás que esperar hasta el sábado que viene, entonces —le dijo, serio. Los días de semana no trabajo aquí.

—Bueno, entonces dime dónde trabajas y mañana lunes estaré allí. No quiero darme tiempo a arrepentirme, ahora que me decidí —sonrió algo avergonzada.

—No va a poder ser. Solo los fines de semana —comenzó a apagar las luces. Sloan ya se había marchado. Cuando dudaban, mejor era que lo pensaran. El sábado a la noche ¿Te viene bien?

—No, tendría que ser en la semana. El sábado que viene, se casa mi hermana y quiero tener listo el tatuaje.

—No trabajo los días de semana. Lo siento. Siempre puedes hacértelo con alguien del staff…

—No, quiero que lo realices en persona, insistió.

Esa semana, por excepción, le había hecho el dichoso tatuaje. No quería que se corriera la voz, porque su dedicación  a la empresa de Malcom requería su total entrega.

En qué momento habían ido conectándose, nunca pudo ser preciso. Solo supo que una noche de jueves, se habían encontrado en una discoteca y habían terminado en el piso de ella y por primera vez, Eanraig quebró su regla de oro: por ningún motivo debía involucrarse con las clientas.

De allí en adelante, todo había sido algo en vertiginoso ascenso y pensaba en Verónika todo el día, algo desconocido que tenía que admitir, le proporcionaba momentos de intenso bienestar. En otros, apenas reconocía que fuera importante para él.

Ella era inquieta, demandante, exigente, bastante inmadura para alguien en sus veintisiete. Se negaba a darle muchos detalles de su vida y llegó un momento en que él se planteó en dejarlo todo, al sentir que siempre había cierta reserva en la chica, que, desde el principio se había negado a responder preguntas y solo se había dedicado a atenderle, satisfacer y disfrutar de aquello que él pudiera brindarle. En lo que a ella se refería, con eso era más que suficiente. Visitas inesperadas, furtivas casi sorpresivas, como la noche que le atravesó el auto en plena carretera, y se bajó vestida de policía sexi, con un portaligas y una chaqueta abierta por el frente, la gorra inclinada y sus labios pintados de rojo, mientras mordía un lápiz.

Podía desaparecer por semanas enteras, sumiéndolo a su pesar, en una ansiedad ríspida y jornadas de mal humor que le hacían difícil crear.

Al llegar a su piso, sin saber cómo podía hallarle en su cama, sin nada encima, con una botella de champagne a medio tomar.

—Nunca sé cómo te las ingenias para entrar —bromeó él ¿No se te ocurre que puedo venir con alguien?

— ¿Y qué? Se revolvía en la cama, mostrando su redondeado trasero y dándose la vuelta se levantaba contonéandose. No soy celosa y no pretendo exclusividad.

Un día, Malcom, se encerró en su oficina y mantuvo una airada discusión con alguien que solo parecía susurrar.

Nadie pudo permanecer ajeno en la oficina a los potentes gritos de Malcom.

Eanraig llegaba en esos momentos, con el casco en una mano y hablando por su teléfono, cuando vio salir a Verónika dando un portazo de la oficina de su jefe. Le bastaron esos pocos segundos para saber de qué se trataba. Genial. Había estado acostándose con la novia de su jefe y nadie creería que no tenía idea de ello, aunque lo hubiese hecho igual, pero eso lo sabía él en su fuero interno. Después de todo, por lo que sabía, no estaban comprometidos, que era su límite, en esa cuestión de avanzar sobre la mujer del prójimo. Tampoco a él le habían respetado tanto en el pasado, después de todo.

Ella le pasó por al lado, sin mirarlo y él se dio cuenta que no la vería nunca más. Ya no quería esos jueguitos peligrosos, no, a su edad. Pero si Malcom veía sus diseños sobre el cuerpo de ella, sus días como empleado estrella, estaban contados.

Tendría que averiguar algo más acerca de cómo había quedado la relación entre ellos.

Esperó un par de interminables días y el viernes, por fin, decidió abordar a su jefe.

En pocas y descuidadas frases, supo que la historia de Malcom y Verónika, estaba terminada.

—Pero deja que atrape al cabrón —masculló Malcom.

— ¿Y si el tipo no estuviese enterado? Se atrevió a preguntar Eanraig.

—Verónika es así, no sé de qué me sorprendo. Cuando me conoció, estábamos en una fiesta  corporativa. Ella y su prometido, su hermana, otro demonio, por lo que tengo entendido, el novio de ésta y su padre. Imagínate que no perdí el tiempo para acercarme al viejo. Tiene una de las mayores empresas de este ramo y provee animaciones para los más importantes de la región. No pude pasar por alto las miradas que me echaba por sobre el hombro de su novio, al que tenía yendo y viniendo a la barra a buscar tragos. Creo que estaba bastante borracho cuando lo hicimos en el baño. No me siento orgulloso de eso, pero me confesó que pensaba cortar con él y yo era la salida justa.

Eanraig suspiró.

—Una mujer así no le conviene a ningún hombre, Malcom —le dijo.

—Ya lo sé, pero se metió como un veneno en mi sangre, viejo. Vive a mil y no tiene límites. Ha sido una típica <<niña de papá>> y eso, a algunos nos vuelve locos. La idea de la libertad ¿Entiendes?

Claro que lo entendía. Si eso era una de las cosas que le había fascinado de ella. Su actitud de salirse con la suya, siempre.

Pero, Eanraig, si algo tenía, era su casi suicida vocación por la sinceridad.

—Bueno, puedo decirte que has encontrado al cabrón, viejo, y procedió a contarle cómo se conocieron.

Malcom estuvo guardando silencio varios minutos, observándole. Sabía, por el tiempo que se conocían, que Eanraig, era un tipo leal, con ciertos códigos y reconocía que había tenido los cojones para arriesgar su trabajo para contarle la verdad.

—Te lo cuento, porque, si vuelves con ella, verás mis diseños en su cuerpo. Prefiero que sea de esta manera, de frente. Tienes mi renuncia, si es lo crees  justo, aunque yo no lo vea así. Por supuesto que no solo no ha vuelto a llamarme, ni ha aparecido por mi casa y espero que siga así. No quiero líos, estoy tratando de abrirme paso en este rubro y no quiero perder mi oportunidad por alguien que juega de esa manera.

Observó que Malcom bajaba los hombros, relajándolos.

—Te creo —afirmó. Si no hubiese hecho lo mismo conmigo, lo pondría en dudas.

— ¿Cómo te enteraste que te era infiel?

El otro sonrió, con gesto de desdén.

—Ella me lo dijo. No te mencionó, pero me dijo que estaba viendo a alguien y que no quería que siguiéramos.

—Y encima no sabremos si ese alguien era yo, sonrió Eanraig.

Malcom Roberts, se encogió de hombros.

—Toda tuya, compañero. La verdad, es que desde que ha desaparecido de mi vida, estoy más tranquilo. No es de la clase de mujeres que se quedan mucho tiempo en un solo sitio. Ya me entiendes…

Las semanas que siguieron, las cosas parecieron volver a la normalidad.

La música atronadora que salía del estudio de Eanraig, le facilitaba la creación. Había vuelto a revisar antiguos diseños y una y otra vez la caricatura de Verónika fue poblando sus animaciones. Como una vil pantera, que se había apoderado del lado creativo de su cerebro, pasó a ser la protagonista absoluta de sus logos, en realidad, partes de ella. Sus ojos velados por las pestañas, de mirada fría, su boca que tan bien había explorado, sus pequeñas orejas, y cada parte de ese increíble cuerpo suyo que había hecho sus delicias de tan breve duración.

Salía a correr por la playa, en un intento desesperado por quitarse la obsesión que le había empezado a atormentar día y noche. Temía que Verónika o parte de ella, se filtrara en su trabajo para Malcom y quedaría al descubierto como un estúpido adolescente con su primera pasión.

Comenzó a frecuentar a sus antiguos amigos. Pero los bares no eran lo suyo. Ya no. Había terminado con unos cuantos hábitos y ahora, cerca de los cuarenta, se sentía un náufrago en una playa sin fronteras, que se extendía hacia un desierto sin fin y sin nada nuevo que ofrecerle. Como, si de un soplido, su creatividad hubiera desaparecido.

Pensó en mudarse a la costa este, pero descartó la idea. Sabía, por experiencia, que marcharse solo significaba una cosa: seguir cargando con lo que él era. O con lo que él se había convertido. Lamentaba no ser como el resto. No tenía una vida hogareña, ni una familia propia y a mitad de camino, entre una eterna soledad, que a veces, podía ser densa. Por experiencia, sabía que podría tener a casi cualquier mujer que se le antojara, pero no quería a cualquier mujer. Ella, no era una opción. Pero, desconocía porqué estaba en ese erial en el que se había transformado su vida.

 Mónica, había comenzado a salir con Martin, un hombre cerca de los cincuenta, separado como ella y con hijos grandes que ya vivían solos. Era paciente, simpático y con él no se crispaba como le pasaba en cercanías del tatuador, sino que le permitía estar relajada y ser ella misma sin temor a ser evaluada por las imperfecciones de su cuerpo.

En su experiencia,  era un amante sin demasiada imaginación y que no le hacía temer por su cordura, pero era comprensivo y gentil.

Muchas noches se sorprendía imaginando cómo hubieran sido sus noches con Eanraig y se le cortaba la respiración imaginando aquellos poderosos hombros en movimiento, sus cabellos en desorden cayendo sobre el rostro oscurecido mientras sus ojos refulgían con pasión.

Invariablemente suspiraba, mientras observaba a Martin durmiendo pacíficamente a su lado.

Verónika parecía haberse esfumado y los días de Eanraig volaban, pero sus noches se arrastraban. Giraba en su amplia cama sin esperanza de conciliar el sueño e invariablemente terminaba en su estudio diagramando en su computadora los diseños que darían vida a futuros productos donde estarían presentes partes de ella, su silueta, sus ojos algo oblicuos cuyo color animaría tal vez el esfumado de un frasco de perfume de alta gama, la forma de su cabeza en un nuevo envase. Se había permitido transformarla en una obsesión y aceptaba sucumbir a ella.

Había convencido a Mónica que no siguiera cubriendo su cuerpo con tatuajes porque era demasiado baja y ella parecía haber entendido el mensaje subliminal y la vio cerrar la puerta del negocio para no volver por allí. Detestaba desilusionar a alguien, en especial a las mujeres y por eso, carente él mismo de ilusión alguna, no quería alentar a que estas se apropiaran de otras personas. Pocas cosas, si las había, fueran peor que las ilusiones. Creía que las obsesiones tenían ilusiones de fondo.

Si las cosas habían de continuar así, debería tomarse unos días, pensó con cierto agobio. Malcom seguro no tendría problemas ya que siempre podría enviar sus diseños vía web y estar en contacto con los demás miembros de su equipo a través de Zoom.

Decidió irse unos días a Nueva Zelanda. Le atraían los paisajes imponentes, montañosos, volcánicos, como ciertas áreas lunares y pensó que eso sería un buen paliativo para su desierto interior.

Alquiló un todoterreno y una precaria cabaña en un complejo y se marchó a hacer senderismo y tomar fotos de ciertos lugares de los que se enamoró. Llegó hasta el glaciar Franz Joseph, donde desde un helicóptero tomó las mejores vistas aéreas de toda la zona.

Decidido a iniciar algo diferente hizo imprimir las imágenes, buscó entre sus contactos alguien que le interesara comprarlas y eran tan buenas que obtuvo cierta ganancia. Generar dinero se le daba bien. Era algo que había aprendido en su vida. A los casi cuarenta años tenía el aspecto aniñado que desmentía su edad y que le permitía ser aceptado en casi todos los círculos.

Por esa causa, cuando viajó a Australia, no tuvo dificultades en incorporarse a un grupo de surfers y captar las imágenes más rentables de su viaje. Pero él no había viajado hasta allí para hacer negocios. En teoría era una desconexión necesaria, tanto como eso. Lo más difícil ya que el rostro de la joven aparecía en flashes casi todas las noches en las que no estaba tan exhausto como para dormirse de inmediato.

Una noche recibió un mensaje de Verónika y dudó en leerlo. Por un lado, no quería que ella volviera a su vida, por otro deseaba aunque solo fuera verla de lejos.

<<Malcom lo sabe>>. El mensaje llegaba con atraso y carente de novedad.

Cerró los ojos y suspiró hondo. Decidió ignorarlo. Ella no podía aparecer y luego esfumarse para volver a emerger cuando le diese la gana.

Sin embrago, el sueño no acompañó su decisión. Se vistió y salió al fresco de la noche. El ruido del mar estrellándose rítmicamente le sacudió el letargo en el que se hallaba. Se acercó a la orilla y se zambulló en las heladas aguas. Braceando frenéticamente, estuvo por espacio de media hora, hasta que se dejó arrastrar hasta la orilla, donde, como un náufrago se quedó boca abajo hasta que el frío erizó su piel y comenzó a tiritar.

Era hora de regresar.

Los diseños, a partir de esos momentos, cambiaron radicalmente. Sus protagonistas eran fragmentos de espuma de mar, tormentas de arena, crestas blancas de envolventes olas, para hombres y mujeres que mostraran al mundo las ventajas de ciertas fragancias, autos de ciertas marcas, joyas y artículos de lujo, para pocos.

<<Nacida del agua>>, la marca que detentaban los que <<olían>> a dinero, se impuso bajo el vestido transparente y el paso felino de la modelo Nadia Ezerekis.

Eanraig, con un vaso de whisky en la mano, observaba el desarrollo de la velada en los espaciosos salones del hotel en los que los dueños de la marca habían elegido para la presentación. Su mano estaba detrás de toda una galería de productos asociados con esa elite tan endiosada como envidiada por el resto del planeta.

Miró por los espacios vidriados la imagen de la imponente ciudad en la que se alzaba la torre de acero y vidrio, rodeada por un mar de arena. Treinta pisos más abajo, las limosinas esperaban para llevarlos a sus vuelos de destino.

Detectó en una espalda desnuda, un diseño de un tatuaje suyo y sonrió. Hasta allí llegaban sus trazos.

La mujer en cuestión se giró y vio con un nudo en el estómago, a aquel par de ojos que tan bien conocía cuando se entornaban en medio del oleaje del placer compartido, clavarse en los suyos.

Se volvió bruscamente y se encaminó a la salida.

Estaba alucinando. Verónika no `podría, no debía estar allí. Su celular comenzó a vibrar.

<<No podrás escapar de mí>>.

Abordó una de las limosinas que iban y venían dejando gente en el aeropuerto y le indicó al chofer la plataforma por la que tomaría su vuelo.

Estaba decidido a hablar con Malcom. Enfrentarse con él, sería lo más valiente y cuerdo.

Una semana después de su regreso, encontró el momento adecuado para hacerlo.

El hombre alzó la vista  y con un gesto de cierta sorpresa contempló un rostro con signos de agotamiento.

—Si no te conociera, podría jurar que has estado de juerga. Le señaló el bar detrás de sí, pero Eanraig negó con la cabeza.

—Creo que necesitas ver esto, le enseñó la pantalla de su celular.

—Mi amigo, te he dicho, que me sentí aliviado cuando se esfumó. En ese momento no quise alarmarte, pero pasó algo así cuando lo dejamos. El acoso duró un par de semanas y luego cesó.

—Creo que algo tengo que hacer al respecto.

—Podría hacernos más daño que favor —Malcom le miró sin pestañear. Solo queda aguantar hasta que se le pase. Imagínate la propaganda negativa para la agencia y nuestros nombres. Si llega a la prensa, nos freirán en las redes sociales. Es un tema sensible que involucra a dos personas que trabajan en la misma empresa. Al final, nos dejará como dos acosadores.

—Debo reconocer que desde afuera, no se ve bien que ambos hayamos ido por la misma mujer, el jefe y el subordinado.

—Y a espaldas del primero, agregó Malcom.

—Sí, nadie va a creer que no tenía idea que salía contigo —se lamentó Eanraig. Admiro cómo captó mi interés y para complicar más las cosas, siendo cliente del negocio de tatuajes. Se ve horrible.  

—Esperemos a ver cómo sigue esto —la voz de Malcom era suave y ciertamente parecía un hombre resignado. No me olvido que tuve sexo con ella, estando con su novio. Creo que estamos hasta el cuello en esto.

No le extrañó, pues que dos semanas después, la mujer estuviera en el frente de su casa, aguardándole.

Con algunos forcejeos, se la quitó der encima y subió a su piso. Ya no lo dudó más y a la mañana siguiente estaba con su abogado en la oficina del fiscal.

Malcom llegó unos minutos después y ambos, no tuvieron más remedio que exponer sus relaciones, describir lo más exactamente posible, la índole indiscutiblemente sexual de las mismas y la carencia de toda contemplación ética.

Cuando salieron, quedó flotando entre ellos, que, a los ojos del fiscal, eran dos depredadores, ni más ni menos.

Esa semana, hicieron instalar cámaras en sus viviendas y en las oficinas de la empresa.

Tuvieron que notificar al resto del personal que sería sometido a registros visuales. Los motivos, trascendieron de alguna forma y durante días se sintieron observados y los cuchicheos y miradas maliciosas no dejaron de cruzar de una punta a la otra del recinto.

Las redes sociales, para empeorar las cosas, se nutrieron de las andanzas y correrías de ambos. No faltó quien publicara sus imágenes  en diferentes eventos, solos o acompañados de mujeres de belleza indiscutible. Hasta esa mañana en que apareció una foto de un tatuaje en la espalda de una mujer. Una pantera completamente negra con un par de ojos de mirada torva y amarilla que parecía saltar de la pantalla.

<<Mi belleza no es causa para que me transformen en un juguete>>, luego frases similares como una declaración de principios.

Malcom y Eanraig, estuvieron reunidos con sus abogados toda la mañana.

Siguieron apareciendo fotos de ellos dos, en las mismas fechas, junto con un tercer hombre que figuraba como novio oficial.

Las furibundas llamadas del padre de Verónika, insultándoles y amenazándoles con llevarlos ante los tribunales.

De nada parecía servir el argumento que había sido algo consensuado. Los mensajes del celular de Eanraig, donde ella trataba de ubicarle sin respuesta, no tenían relevancia.

La frutilla del postre, fueron las imágenes del forcejeo entre ambos, la última noche que ella le estaba esperando. Parecía que él la quería introducir por la fuerza en su piso.

<<La pantera vuelve al ataque>>, rezaban los titulares.

—Tendremos que aparecer en algún programa amarillista de entrevistas —se lamentó Malcom, invocando nuestro derecho de  réplica.

—Los hombres llevamos las de perder en eso —reflexionó el tatuador. Hace dos semanas que en el negocio no entra nadie. Si sigue así, tendré que cerrar.

—Es raro, porque la gente es tan morbosa que suele acudir en tropel cuando se producen hechos de este tipo — irritado, Malcom se rascaba la barbilla. Se le veía ojeroso y preocupado.

La joven, había desaparecido, otra vez. Deseaban que esta vez fuera de manera permanente.

Mónica, detuvo su auto a pocos metros de la entrada del local.

En la recepción no había nadie y estuvo tentada de dar la vuelta y regresar al vehículo.

— ¿Qué quieres, Mónica? El tono de Eanraig, sonaba áspero e irritable.

—Vine porque pensé que necesitarías a alguien que crea en ti, digo, en estos momentos. Mi opinión ya sé que no relevante y tampoco te conozco tanto, pero desde el comienzo me inspiraste confianza. En realidad, no me pareció que fueras del tipo que toma por asalto a una mujer.

Él no quería lastimarla, pero debía hacerlo, por su bien.

—Si fueras joven y bella…Por eso, no puedes decir nada—clavó más a fondo su certero arpón verbal.

—Ya lo sé—sonrió con amargura. Me queda más que claro. Aun así, no me das la impresión de…

— ¿Qué sabes qué clase de transformación sufro, que hace que salte sobre una víctima? Así ella me haya acosado, debí haberme quedado callado porque esto nos está arruinando. De aquí en más dirán: <<Ah, ese tipo tuvo una denuncia por acoso, hace un tiempo>>. Y no habrá tribunal ni sentencia que pueda limpiar nuestros nombres. Somos un par de hombres que se comportó como tantos otros. Sólo jugamos un juego, con la complacencia de una mujer que nos estaba llevando al abismo.

— ¿Les ha pedido dinero?

Eanraig sonrió triste.

—Tiene más dinero que los dos juntos. Su padre es muy poderoso. Está bien relacionado y se dedica casi a lo mismo que nosotros. La única explicación que tengo, es que esté mortalmente aburrida o enferma.

ALEXEI

Alexei Solanoff, el magnate ruso, atendió el móvil. Era raro que alguien tuviera su número privado, exceptuando Malcom, entre otros pocos.

—Tenemos un problema, susurró, luego de saludarle. Mi mejor empleado y amigo, y yo….

Luego de un rato, el otro sugirió reunirse los tres en un lugar en las afueras. Malcom había hecho un ligero resumen de la situación.

Luego de llegar a su casa, después de una jornada de trabajo en la oficina, había castigado duramente el saco de arena que colgaba en un rincón de su galería de tiro. Bosquejó un plan mientras se bañaba. Su cuerpo macizo, pesado en apariencia, debido a su enorme desarrollo muscular, era asombrosamente ágil, para un hombre de casi dos metros de altura.

Su rostro parecía haber sido extraído de la piedra con su mirada glacial, la mandíbula cuadrada, la cicatriz que cruzaba su mejilla desde el párpado inferior hasta el mentón, su cabello negro y largo, el pendiente en su oreja, los tatuajes que lucía en sus anchas espaldas, resultado del impecable trabajo que Eanraig llevara a cabo varios años atrás, hacían de este personaje un enemigo implacable en los negocios ya no un competidor, sino otro depredador del mundo considerado civilizado y  que incluían desde cadenas hoteleras de lujo, hasta fumaderos de opio en Tailandia, pasando por empresas de bioseguridad, informática y laboratorios farmacéuticos.

El enorme depósito en el que se reunieron cerca de medianoche, estaba vacío en aquellos momentos, pero ninguno de los dos socios, dudó que  lo estuvieran momentáneamente, ya que el movimiento de los productos y servicios del ruso eran antológicos.

—Haremos migajas con esa mujer, prometió el ruso, abriendo y cerrando los puños.

—No queremos violencia física —la voz de Malcom traslucía cierto temor.

—No la habrá, pero tengo un equipo nuevo en el sector de informática que puede encargarse de viralizar su nueva imagen —sus dientes perfectos y blancos relucían como anticipando saborear carne fresca.

— ¿Qué será eso? Eanraig le miró fijamente. Debía aceptar que el hombre intimidaba. En sus años de tratarle como tatuador, sabía que los intrincados patrones que le había solicitado, tenían un significado en su biografía. Desde las calles de Moscú donde había sido arrojado hasta los quince años en los que fue <<reclutado>> por la viuda Katya Petrovna, le habían traído hasta allí, convertido en un multimillonario. En la espalda estaba plasmada su terrible historia y solo había que saber <<leerla>> para tratar de evitarle sin perder el respeto por aquel que se había construido a sí mismo.

—Ya lo verán. Sonrió de costado, estirando la cicatriz como si ésta fuera a rasgar su piel curtida y bronceada por la intemperie.

—Parte de tus honorarios ya están transferidos —dijo Malcom.

—Me gusta ayudarnos en estos tiempos tan difíciles para los hombres de verdad —enunció el ruso.

Ya en el auto de Malcom, ambos amigos compartieron sus reservas porque sabían de su misoginia y cierta mala fama que tenía con las mujeres.

—Ya sabes cómo es —Malcom escudriñó la oscuridad a través de la ventanilla.

—Sí, y eso que apenas le conozco, me pone nervioso que no haya querido darnos detalles. Verónika es algo desequilibrada y me parece que no está a la altura de Alexei. En el fondo, es una niña mimada y su padre tiene que ver con esto. Jamás le debe haber negado nada, pero eso no habilita a nuestro amigo a hacerla pedazos.

—Yo esperaría—Malcom tomó aire. Alexei no llegó adonde lo hizo cometiendo estupideces o actuando por impulsos irracionales.

—Ya lo sé, pero no te olvides que es un salvaje. Si conocieras la historia que me juré no contar cuando le tatué en la espalda, también estarías nervioso. Eanraig, parpadeó varias veces, mirando la ruta con fijeza. Le gustaba conducir y Malcom se lo agradecía ya que detestaba hacerlo.

Tres días después de la reunión nocturna, se hizo viral un video donde se veía a Verónika entre dos hombres vestidos con ambos blancos y siendo conducida hasta un cuarto de lo que parecía ser una clínica. En su rostro intensamente pálido, resaltaban los ojos abiertos de mirada fija y notablemente extraviada, los cabellos revueltos.

Luego, otras imágenes le mostraban sentada en una cama, vestida con una bata de hospital, abrazándose las rodillas, y una enfermera administrando una inyección en un brazo delgado, mientras que la paciente no parecía ni enterada.

Los textos indicaban que Verónika había sufrido de depresión hacía un par de años. En otros videos se observaba  a un hombre que manifestaba haber sido su novio y recibió amenazas por su parte cuando quiso terminar su relación. Amenazas que duraron meses, con audios incluidos.

—Creo que esto soluciona nuestros problemas —Malcom lucía casi radiante.

—Veremos —Eanraig parecía cauteloso. Verónika no va a quedarse quieta.

—No hay manera que conecte a Alexei con lo que salió publicado y menos con nosotros.

Eanraig se encogió de hombros con incertidumbre.

—Propongo llamar a nuestro amigo. Ya le transferí el resto del dinero, pero quiero oír su impresión.

Cuando lo hizo, le informaron desde el celular del ruso que su número estaba fuera de servicio.

—No tenemos cómo conectarnos con él. Malcom parecía perplejo. No soy tan estúpido como para llamar a su empresa y menos ir a verle.

—Deberemos esperar hasta que dé señales de vida.

En esos momentos, en Atenas, Alexei  hacía seis días estaba detrás de un trato de compra de una empresa naviera.

Había tratado de terminar antes, pero los abogados de los vendedores se habían puesto difíciles.

De vuelta en su hotel, arrojó el saco del traje y la corbata en un sillón de la suite. Se acercó a la barra y se sirvió un whisky.

Su rostro de aspecto adusto mostraba las huellas del cansancio de doce horas de negociaciones.

Se sentó en el amplio sofá y abrió su portátil.

Recorrió los correos y sus amigos le habían enviado un par esa mañana. Se notaban inquietos por los resultados y él se había retirado luego de poner en escena los videos, según su costumbre. Guardaba una distancia y hacía silencio hasta su regreso y no iba a quebrar sus propios códigos.

Volvió a observar las imágenes de Verónika en la cama de la institución psiquiátrica y gracias a su hacker había podido extraer fragmentos de esos videos que habían sido hechos en su momento y luego alguien había intentado borrarlos sin demasiado éxito.

Debía reconocer que la mujer era inquietante de una manera oscura y fascinante. Su vista fija en la ventana de su habitación, imaginando que era de esas que podían hacer perder la cabeza y el sueño a un hombre, pero, de allí a transformarse en una acosadora, eso le parecía algo retorcido y algo morboso.

Pasaron tres semanas antes que se reunieran nuevamente los tres.

El ruso, más bronceado y satisfecho por su más reciente adquisición, los otros dos, no habían tenido novedades y parecían más tranquilos.

— ¿Podemos dejar este asunto atrás? Malcom fue al grano sin esperar. En su fuero interno estaba irritado con el magnate que se había tomado su tiempo para dar señales de vida.

—Me temo que no será tan fácil —Solanoff les miró ambos. Recuerden que es una mujer perturbada, que no tiene problemas en acosar, traicionarles y jugar con ambos.

Encendió un puro y exhaló una bocanada de humo, entornando los ojos. Se arrellanó en el sofá. Su poderoso tórax se expandió y tomó unos papeles.

—Copia de su historia clínica —susurró. La verdad es que la chica no lo pasó bien, luego de graduarse en económicas.

—Danos un resumen —pidió Malcom.

—Luego del divorcio de sus padres, a los catorce años, cayó en un cuadro depresivo y estuvo internada un tiempo. Tuvo un par de recaídas y hace varios años que está recuperada. Le cuesta dar por terminada las relaciones, por lo menos algunas —clavó sus ojos en Eanraig.

—Casi nos cuesta la amistad y nuestra relación comercial —apuntó Malcom.

—Sólo queda esperar para ver sus próximos movimientos. Si fuera inteligente, dejaría estar ya de acosarte, Eanraig. Si no fuera así, no tendré más remedio que hacerle una visita.

—Tú no te dedicas a intimidar gente, Alexei —Malcom estaba serio—y nosotros no somos gangsters.

—Soy bastante peor que un gángster, Malcom —el ruso sonrió levemente—los ojos glaciales parecían atravesarle. Imagínate que uno no llega hasta donde estoy, sin mancharse las manos con sangre.

—Tendrás que matarnos—Eanraig deseaba no seguir escuchando. Será mejor que terminemos aquí.

—Tranquilos —el ruso volvió a sonreír—sólo era una humorada para distender los ánimos. En ningún momento, les dijo que conocía a la chica. Cuanto menos supieran sobre él, mejor.

El mencionado recordó algunos de los diseños que había hecho en el cuerpo del ruso, distaban bastante de ser una simple humorada.

Algunos eran patrones intrincados, de una atrapante violencia, donde se mezclaban expresiones de terror, manos en garras, gotas de sangre, armas, calaveras…O, tal vez eran sólo manifestaciones de aspiraciones de alguien muy controlado, que respiraba poder y derrochaba su dinero el cual entraba a espuertas en sus empresas.

Eran cerca de las dos de la mañana, cuando Alexei se duchó, apuró un par de tazas de café y llamó a sus guardaespaldas y al chofer.

El todoterreno negro y blindado, se detuvo frente a un edificio de la periferia. Tecleó el código en la entrada, subió por el ascensor utilizando una tarjeta. La puerta se abrió y una rubia sinuosa, le echó los brazos al cuello y ambos se introdujeron en el interior del piso, cerrando la puerta a sus espaldas.

A la mañana siguiente, ambos amigos, evaluaban la visita al piso del ruso.

—Tengo la sensación que hemos firmado un pacto con el diablo —Eanraig miró a Malcom. Ambos tenían huellas de no haber dormido bien la noche anterior.

—Recuerdo que cuando le conociste, te impresionó bien —en el tono de Malcom no había reproche o eso quiso creer el tatuador.

—Sí, era la viva imagen de un hombre endurecido por el infortunio y que supo alzarse sobre una infancia miserable llegando a ser uno de los hombres más influyentes y ricos del planeta.

—Sí, pero demasiado accesible para hacer ciertos favores oscuros —ahora sí la voz de Malcom sonaba algo aguda con signos de irritación.

—La verdad, no tenía ni idea que estuviera tan <<disponible>> para nosotros, pero lo atribuí a nuestra relación de las horas y los días que pasé tatuándole el cuerpo. Debo recordarte que le conociste en casa y también te pareció un buen tipo —se defendió Eanraig.

—Sí, pero me inquieta lo de hacerle una visita a la chica y esa manera mafiosa de hablar del tema.

—Sí —convino el tatuador. Me parece una reacción algo exacerbada por su parte. Pensé que era más frío y espero que acepte respetar nuestros términos, si Verónika vuelve a la carga.

—En cuyo caso… ¿Qué haríamos?

—Dentro de la ley, amigo. Le volveremos a denunciar, consultaremos con los abogados. Lo normal.

Esa noche, el todoterreno se estacionó frente al piso de Verónika.

Alexei Solanoff no era un hombre que aceptara jugar dentro de una cancha marcada por otros y sólo acataba sus propias reglas.

Tenía la certeza que Verónika no se detendría. Había tenido oportunidad de verle haría cosa de un mes en una fiesta de recaudación con fines benéficos y había quedado impresionado con la mujer.

El padre, con aspecto arrogante, la mantenía cerca de él y trataba de que su hija no se alejara mucho del grupo de conocidos que pronto se formó a su alrededor. La maniobra de Zeus Samsó era evidente. Mantenía su vaso siempre lleno y la chica parecía aburrida sin remedio.

El ruso había considerado acercarse pero, desechó la idea, cuando contempló el hecho de la diferencia de edad entre Verónika y él, cosa que no escaparía a los ojos del halcón que era Zeus. No iba a enojar a la bestia, pudiendo abordar a la hija en alguna otra oportunidad. En el pasado, había hecho algunas inversiones con el viejo y habían festejado juntos las ganancias obtenidas, compartiendo mucho alcohol y mujeres. Sabía que eso no sería olvidado por él  y quería contar con la ventaja de contactarla a solas sin la presencia del celoso progenitor.

Ahora, estacionado fuera de su edificio, sin chofer ni guardaespaldas, saboreaba el momento previo al inicio de la cacería. Sonrió, en la oscuridad de la calle mojada por la lluvia reciente. Había respirado el frío y apreciado las nubes de vapor que escapaban por su boca entreabierta.

Recordó a los hombres que habían pedido su ayuda. Realmente, había sido providencial la excusa de su generosa intervención. Normalmente, nunca hubiera metido la nariz en ese tipo de asuntos. La hubiera considerado <<Caza menor>>. Pero ahora, tenía interés personal en la presa. Esto, sí que lo era. Miró hacia arriba a las ventanas a oscuras del piso. Acaso durmiera…

<<Mejor que mejor>> —pensó colocándose unos guantes de cuero negro, delgado y suave. Palpó el arma que siempre llevaba y abriendo la puerta del vehículo, se deslizó en la oscuridad.

 

VERÓNIKA

Al fin estaba de regreso. En la clínica, esta vez habían sido más agresivos. Habían reemplazado a su psiquiatra, por un joven de aspecto bien intencionado. La buena disposición se palpaba en las miradas empáticas que le revolvían las tripas. No obstante eso, era enérgico,  inflexible con la rutina diaria que había trazado para ella, una especie de fundamentalista terapéutico con el que no sería posible entablar negociación alguna. Desde el principio, fijó un cambio radical en sus hábitos y su conducta autodestructiva. Le habían quitado el alcohol, por supuesto, una dieta equilibrada y saludable, nada de salidas los fines de semana ni fiestas locas. Ahora, mojada aún por el agua de la ducha, se hallaba parada frente al ventanal de su living, la vista perdida. Estaba evaluando su próxima jugada en aquel desafío en el que se había embarcado con aquel desconocido que había publicado el secreto más oscuro de su vida: la internación, su locura y la obsesión como había sido la originada por Eanraig, quien ahora formaba parte de aquel muro invisible de ladrillos /hombres que, por una u otra razón, hubieran decidido expulsarla de sus vidas.

Sintió más que escuchar, un ruido leve a sus espaldas y se giró en la oscuridad.

Inmediatamente divisó los contornos de la gigantesca silueta, totalmente vestida de negro y el corazón golpeó hasta zumbar como un destello rojo detrás de sus párpados y oídos. Era terror, el más puro de la gama de terrores que le acosaban, aquellos que la amenazaban desde la infancia, resumiendo, su propia escala cromática del terror.

Por alguna razón que desconocía, el miedo se agrupaba por colores según su intensidad y caprichosamente iban del gris hasta el rojo furioso, antes de llegar al negro que era acompañado por la pérdida de consciencia y el patético intento de su cerebro de desconectarse de lo intolerable.

—No te muevas —la voz grave, profunda, amenazadora con ese extraño acento ríspido que se hundía en las <<erres>> como un serrucho. Supo que estaba detrás del video. No necesitaba más datos. La venganza de Eanraig. Ya no precisaba que su instinto le confirmara lo que compulsivamente había llevado a cabo con el tatuador. Dejarse obsesionar por él había sido un error y sospechó que bien podría ser el último.

—Si es dinero, podemos arreglarlo, mi padre…

La risa cálida, casi misericordiosa del ruso, le erizó los pelos de la nuca. Sabía que no venía por dinero. Que, esta vez, el dinero de su padre no podría rescatarla de las garras de Eanraig.

— ¿Puedo sentarme? Las olas de frío que recorrieron su espalda le recordaron que debajo de la afelpada bata no tenía nada.

—Estás en tu casa —la voz sonó sardónica, suave y continuaba siendo amenazadora y allí donde irás, no necesitarás ropa.

— ¡Juro que no volveré a molestar a Eanraig! Su voz temblorosa sonó como un patético graznido. Ni dignidad para enfrentar las consecuencias de su enfermedad. Estoy en tratamiento. Si me permites te mostraré lo que estoy tomando para evitar las obsesiones…

—Mis amigos, saben valorar a las chicas como tú —continuó el ruso impasible. Invisibles para ella, sus facciones aterradoras, imponentes y brutalmente cinceladas, se acentuaron con los claros oscuros de sus irregulares altibajos en el mentón cuadrado, fuerte y la cicatriz que estiraba su piel hasta límites imposibles de describir, como si fueran a descoser unas costuras internas y tan antiguas como su vida en las calles de su madre patria.

Ella se quedó sin voz. Sabía a qué se refería. Esclavitud sexual. Eso sería todo.

—Debe haber algo que pueda hacer para convencerte que ya no represento una amenaza para él —Verónika sintió que le faltaba el aire.

—Pero, habrá otros, pequeña. Pobres tipos que tengan la desgracia de dejarse encandilar por las formas de tu cuerpo y tu bella cara…Y yo ¿Sabes? Me encargo de evitar que arrastres al desastre a otro pobre desgraciado. Cuando mis amigos terminen contigo, créeme, no quedará un rincón de tu cuerpo libre de la oscuridad que te espera. Sacó su teléfono del bolsillo del saco.

—No, no, espera…debe haber algo que pueda hacer para que cambies de idea…Intentó soltar el cinturón de su bata, pero una mano enorme apresó la suya impidiendo que la moviera.

—Ni lo intentes, preciosa. Si es por encantos, tengo montones de mujeres que no se muestran tan asustadas negociando sus cuerpos conmigo. Te diría, sin ser jactancioso, que se muestran complacidas, no con aspecto de ir rumbo al patíbulo.

—No, no te tengo miedo por eso. Pareció dudar…eres convincente y sé cuándo he perdido, así que si me das una oportunidad, me iré nuevamente a la clínica y no volverán a saber más de mí. Seguramente, alguien te ha dado una oportunidad a ti también.

— ¿Cuántas te han dado en tu vida, pequeña? Desde que eras una niña, has estado ingresada… al menos siete veces. Si esas no son oportunidades…No sé qué lo sea. Los ojos metálicos de él la recorrieron entera, en la penumbra que los rodeaba, parecía no necesitar más.

—Bueno, creo que ya has decidido así que terminemos con esto. Cobra lo que tus amigos te den y ya está.

—Te equivocas, el que les paga soy yo. Ellos me sacan la basura ¿Entiendes? Soy yo quien está en deuda con ellos, aunque en tu caso, será mercadería de primera y ganarán una fortuna el tiempo que dures con vida.

Se colocó el aparato en la oreja, luego de marcar y aguardó.

—Sergei… susurró. Sí, amigo otro de estos especiales favores… esta vez puedo asegurarte que te llevarás algo de primera. La chica tiene estilo y está firmada. Rió de su chiste. Sí, un trabajo digno del artista de Eanraig. Él no lo sabe pero estamos por quitarle un peso de encima. Nos vemos.

Verónika se abalanzó sobre el ruso, quien sacó una pistola con silenciador y la aplicó sobre su abdomen.

— ¡Dispara, hijo de puta! Ella forcejeó para apretar el gatillo, manoteando a ciegas. La bata se abrió y como un relámpago él pudo sentir los pechos bamboleándose incitadores, la boca húmeda de ella, que, jadeando junto a su oreja, pugnaba por disparar el arma sobre sí.

La tumbó hacia atrás y cayeron al suelo. La tuvo debajo en un segundo, ya totalmente desnuda, dándole puñetazos inútiles en el enorme pecho. La estaba aplastando y pronto ella comenzó a perder el sentido, sin poder llevar aire a sus pulmones.

Imaginó sus ojos abiertos llenos de terror, los vasos de su cuello dilatados y  ambas carótidas pulsando.

Y perdió el poco control que le quedaba. Sintió su ignorado poderío de hembra joven algo demente, sobre un desquiciado como él. Y supo que estaba a su merced, sin que ella lo sospechara siquiera. Y en eso radicaba su poder: en la carga de sensualidad de todo lo que ignoraba de sí misma.

La poseyó allí mismo, y pronto ella, como salida de un trance, pareció recuperar el sentido del movimiento rítmico y acompasado, tan antiguo como el tiempo. Luego, ambos quedaron acostados mirando el techo, ingrávidos, sin resuello, en un lío de piernas, pantalones apenas caídos, el arma a un lado, con la oscuridad lóbrega del caño apuntándoles.

Por un segundo, Alexei Solanoff pensó en dispararle y llegar a otro acuerdo con sus amigos. En esta oportunidad, no habría mercancía viva y el precio sería otro, que estuvo tentado de pagar, sino fuera por las pulsaciones de su cuerpo que le intimaban a ir por más. Y por ello fue a buscarla, a rescatarla de esa especie de catatonía para montarla sin piedad por su aspecto ajado y algo desmadejado, palpando el cabello, pegado a la cara por el sudor. No tuvo piedad por ella.

Trabajó intensamente entre sus muslos y los pechos, la boca carnosa y todo lo que se le cruzó por su enfebrecida mente en aquella noche interminable. Perdió la cuenta de las veces que llegó hasta sus profundidades así como las que la puso con la cara contra la alfombra, asfixiándole casi, como una muñeca desarticulada

Lo de él, no podría denominarse técnicamente violación ya que fue consensuado hasta que los primeros indicios del amanecer se hicieron presentes.

Ella se había quedado dormida hecha un ovillo contra su cuerpo. La tapó con la bata que había quedado reducida a un trapo húmedo en un rincón, cuando la apartó de una violenta patada al sentirla enredada en una de sus musculosas piernas.

Recogió el arma y volvió a ponerla en su sitio, se incorporó y se subió los arrugados pantalones, se acomodó el pelo. Arrancó el cable de la lámpara y ató sus manos. Ella, ni se inmutó.

Fue hasta el dormitorio y buscó una manta con la que la tapó por completo. La cargó en brazos y bajó a la calle hasta su todoterreno.

Con cuidado, la colocó en el asiento de atrás y subiéndose puso en marcha el motor y se perdió en la bruma. Volvió a llamar a sus amigos y les canceló la entrega por el momento.

Tenía ahora el problema entre sus manos pensó y suspiró algo cansado. El cuerpo le pesaba agradablemente. Se había quitado el dolor de la entrepierna, sonrió de costado y pensó en el que ella sufriría ese día. Pero, aun así, no se sentía del todo conforme. Era un perfeccionista. Tenía la sensación que ella era un gigantesco cabo suelto.

Verónika abrió los ojos, los párpados se sentían pesados y volvió a cerrarlos.

Como una flecha, un pensamiento se abrió paso en la bruma que era su mente. Recordó a la bestia que la había atacado la noche anterior y deseó que fuera parte de una pesadilla. <<Su>> pesadilla, decidió que sería desde entonces. Se incorporó en la enorme cama, le dolían las muñecas y al observarlas en la penumbra, observó las líneas rojas que el cable había marcado allí; se las restregó suspirando.

Se terminó de levantar de la cama y localizó una puerta que daba al baño.

Era un enorme cuarto con un jacuzzi de mármol negro. Al aliviarse, descubrió el ardor en los labios y la vagina. El animal que no se había detenido un instante con ese percutor que debería tener entre las piernas. Soltó una maldición al recordar que ella no se había resistido. Cedido, entregado partes de su cuerpo que nunca antes había concedido en otorgar a nadie, esa noche, como un baluarte, habían ido cayendo una a una, ciertas partes prohibidas de su cuerpo. Parpadeó tratando de impedir que las lágrimas brotaran como parecían querer hacerlo.

Se metió bajo la ducha y se restregó a conciencia con el gel y el champú. Debería aparecer donde fuera que la hubiese llevado. Parecía un sitio de enorme lujo, seguramente la guarida de la bestia. Pero, al menos, no le había entregado todavía, al mercado de cuerpos, tal como le oyó decir. O, tal vez, la destinara a su uso personal hasta que, cansado de ella, la arrojara con aquellos tipos. Trató de descartar ese pensamiento que le hacía sentir físicamente peor.

Se dirigió hasta el dormitorio y en el vestidor halló algo de ropa cuidadosamente colgada en el extenso lugar. Eligió un pantalón negro y un buzo de igual tono, manoteó algo de lencería de un cajón e hizo lo mismo con un par de borceguíes.

No se atrevió a mirar su rostro en un espejo, pero, antes de irse del lugar, observó que no había ninguno. Sintió un escozor y al palparse el cuello descubrió unas marcas dolorosas, insultó en voz alta al bastardo. Buscó un poco más y encontró un pañuelo de seda negro que ató a su sensible cuello. Tiró del cabello hacía atrás y salió por la puerta.

El ancho pasillo era casi tan largo como el de un hotel y había una sucesión de cuartos todos vacíos. El corredor mencionado, se abría en un recinto circular que daba a un barandal y dos escaleras a cada lado que, como en una película de los cuarenta, se abrían como si de un abanico se tratara. La ausencia de muebles le llamó la atención y empezó a bajar con precaución.

En la planta baja, un vestíbulo también circular desembocaba en varios pasillos. Eligió al azar, buscando la cocina. No esperaba hallarla a la primera, pero pronto se dio cuenta que era el punto común en el que desembocaban los pasillos restantes.

La puerta estaba cerrada pero al abrirla el olor a café casi la hizo levitar. El recinto era enorme, como la cocina de un hotel de lujo, un par de islas, electrodomésticos de aspecto galáctico. Pero, seguía sin ver a nadie. Abrió las puertas de la heladera industrial y sacó la leche, yogur, frutas y se sirvió café que parecía recién hecho. No se había dado cuenta de lo hambrienta que estaba hasta que no vio el contenido de los estantes. Parecía que allí vivieran muchas personas, pero el silencio era total. Miró la hora en el reloj de pared de diseño imaginativo y con sorpresa comprobó que eran las cinco de la tarde del siguiente día. Había dormido unas cuantas horas, mucho más de lo que suponía.

Luego de devorarlo todo, se dedicó a deambular por la enorme mansión. Observó la multitud de cámaras en cada estancia. Abrió puertas y cajones en los pocos muebles que allí había, pero todos estaban vacíos. El piso en damero negro y rojo parecía un tablero de ajedrez alucinante, donde ella sería un peón que no tardaría en ser sacrificado.

Llegó a la conclusión que era la única ocupante y que su habitación fuera, tal vez, lo único amoblado en su totalidad de toda la casa, sin contar la cocina.

Decidió salir al exterior y no se asombró cuando comprobó que la puerta de la entrada estaba cerrada, lo mismo que las ventanas. Los vidrios eran a prueba de las sillas de la cocina que corrió a buscar para estrellarlas contra ellos. No pudo hallar un acceso a algún garaje donde seguramente habría más de un vehículo. En el sótano sólo había  luz en el techo protegida contra golpes. Las alarmas estaban invisibles si acaso las había. Detectores de humo en la cocina, bien. Eso tal vez serviría. Prendería fuego a la casa del cabrón y los bomberos por fuerza, deberían derribar la puerta y ella podría escapar.

La maldita cocina era eléctrica y ella no tenía idea, de cómo provocar un incendio con cables. Maldijo su ignorancia sobre el tema y su poca imaginación al respecto. Continuó su exploración para hallar una terraza y finalmente pudo observarla a través de los amplios ventanales herméticamente cerrados que daban a ella.

Maldijo hasta agotarse. Observó que los alrededores parecían despoblados. Masas de árboles rodeaban aquella especie de jaula en la que se hallaba recluida. Ningún vecino hasta donde podía divisar.

Derrotada, regresó a su habitación pero se equivocó de puerta y observó que la cámara pegada a la suya estaba amoblada con una enorme cama, un vestidor y otro baño similar al que ella había utilizado. Evidentemente, al menos dos personas podrían dormir allí.

Por lo demás, las paredes desnudas, ni un espejo. El monstruo no se afeitaría allí. O, tal vez estuviera en poder de un extraño vampiro… Su mente le traía imágenes que en otro momento la hubiesen hecho reír.

Sobre una mesa, a un costado de la cama había un papel y un frasco que reconoció, contenía su medicación.

Lo leyó y pudo observar la letra de aguzados trazos, agresivos en imprenta y en tinta negra.

<<Verónika, imagino que a esta altura ya habrás irrumpido en mi habitación, de modo que dejo aquí tu medicación. No dejes de tomarla.

Espero que no necesites nada hasta que yo esté de vuelta. No intentes hacer alguna tontería. A. >>.

Hizo un bollo con el papel y lo arrojó al suelo, furiosa.

Comprobó que el frasco contenía solo la dosis para ese día. Decidió tomarla. No iba a ponerse en riesgo de ceder a impulsos que la pusieran en riesgo y a merced de aquel demente. Ya le quedaban pocas dudas sobre lo que era. Un loco, un desquiciado que seguramente estaba detrás del video que había hecho que su padre, en su momento, llenara su casilla de mensajes sin dignarse a responderle.

¡Su padre! Seguramente él la haría buscar cuando no le fuera posible encontrarla, pondría la ciudad patas arriba de ser necesario. Sólo que pasaría bastante tiempo, ya que, para su desdicha, ella solía desaparecer por períodos de tiempo bastante largos y era habitual que no contestara sus llamados o mensajes. Sospecharía que habría caído en otro de sus períodos de extravío y divagaciones sin sentido, detrás de alguna relación tormentosa.

Miró el cielo y vio que era de noche. No tenía idea de la hora. Volvió a bajar. Estaba frustrada, en el baño de aquel hombre no halló ni una navaja ni un alicate o una tijera. Los cinturones eran inexistentes en su guardarropa, al menos ella no había podido hallarlos. Dobladas y apiladas con esmero estaban las toallas todas en las gamas del gris así como las sábanas. Las camisas blancas todas iguales, los trajes negros y grises, seis o siete smokings, los zapatos ausentes. Ropa interior, lo usual, boxers negros, todos iguales. Nada de ropa de deporte o todo aquello relacionado con el esparcimiento y lo casual, así como frascos de vidrio con lociones, o para después de afeitarse. Nada. Un cuarto de hotel le hubiese brindado más información.

Supuso que, tal vez fuera un sitio solo usado para el trabajo. Tendría a su familia en alguna casa típica de las cercanías, o no tanto. No le había pasado desapercibido el sitio con la H para el aterrizaje de un helicóptero, así que, los tendría lo suficientemente lejos como para que ignorasen las actividades del esposo y padre. Podría muy bien tener hijos de trece o catorce años o menos, ya que, si bien su rostro le era desconocido, su cuerpo mostraba una flexibilidad y fortaleza notables, pero distaba  de ser el de un jovenzuelo. En cuanto a su acento, como lo recordaba, sonaba a alguien proveniente del este de Europa, Rusia incluida. Pero eso podía fingirse.

Bajó nuevamente a la cocina. En la pared, el reloj apenas mostraba las siete y media de la noche. Reparó que ni siquiera había perros que ladraran. Volvió a subir. No podía distinguir luces en las cercanías. No pudo evitar sentirse asustada, angustiada por lo que sucedería, hasta cuándo estaría encerrada allí, si él regresaría y no quería pensar en que la dejara hasta que, agotados los alimentos, se dejara morir de hambre. Parpadeó de nuevo y pensó que, si tuviera el físico adecuado podría sorprenderle detrás de la puerta empuñando una sartén de hierro fundido que había visto en un armario de la cocina. Pero, evocó el tamaño del tipo. Ni siquiera podía soñar con llegarle a la cabeza a menos que saltara con una técnica de la que carecía. No sólo era alto, calculó los dos metros sino que su masa muscular era imponente y sospechó que no era de los que se dejaba sorprender. Tendría que treparse a una silla y saltarle justo en el momento en que abriera la puerta.

Se acordó de las cámaras y calculó que por el celular, el hombre barrería la zona antes de entrar.

Se sentó en el suelo y puso la cabeza entre las manos. Se maldecía por haberse involucrado con Eanraig, por haberse creído enamorada de él, por haber jugado con Malcom, por amenazar, por iniciar ese juego enfermizo que, hasta ahora siempre le había salido bien. Entonces, recordó, que su sensación de triunfo era muy placentera cuando podía vengarse de alguien que le quitaba del medio, la empujaba fuera de su vida y ella pasaba, una vez más a no ser nada, menos que nada, como siempre había sido.

Si bien era ella, la que habitualmente se esfumaba, ellos no la reclamaban de vuelta. Ni uno, en toda su vida, había salido en su búsqueda.

A esto, le siguió el regreso a su dormitorio, donde se echó, hecha un ovillo, en la cama, se puso a pensar en lo que le había despertado el hombre la noche anterior y no dudó que había desarrollado algún maldito síndrome de Estocolmo. El esfuerzo de la víctima por complacer a su captor, al ser dominante, a quien tenía el control de su destino y la posibilidad de poder <<comprar>> su libertad. Antes que ser entregada a aquellos chacales que comerciaban carme, había preferido entregarse dócil, pero frenéticamente a aquella especie de máquina de hacer sexo semejante a un vórtice que despertaba emociones y sensaciones que hombre alguno hubiera provocado antes, al costo de llevarse consigo, los últimos jirones de dignidad que pudieran quedarle.

Y si tenía que volver a hacerlo, se arrastraría si eso era lo que quería él. No le cabían dudas que haría lo que había dicho: la entregaría a los mercaderes de esclavas sexuales, así que no había dudado en serlo para él en exclusividad. Cabía la posibilidad que fuera de aquellos que compartían todo, mujeres incluidas y su final sería el mismo que le espantaba. Estaba exhausta y pronto, volvió a quedarse dormida. Así que no escuchó llegar al todoterreno, ni a los cuatro guardaespaldas, ni la puerta de su habitación cuando se entreabrió y despacio, con cautela, asomó la cabeza de Alexei Solanoff, su silueta recortada contra el tenue haz de luz que se filtraba desde el pasillo.

Él escuchó la respiración pausada, rítmica de la joven e intuyó la silueta enrollada literalmente sobre la cama revuelta. Entró despacio y la cubrió con una fina manta. Luego volvió a salir.

—Todo en orden, Obrecht, susurró el ruso desde su dormitorio, un par de horas más tarde.

— ¿Estás seguro de seguir con esto? La voz del otro hombre sonaba preocupada. Como él, tenía ese acento similar, que los había hermanado en una historia común que había comenzado en las calles de Moscú y que continuaba con la fructífera sociedad que habían fundado juntos, después de incontables penurias y tenebrosas historias compartidas por más de veinte años.

—Obviamente, imagina que este tipo de mujeres merece destinos similares—la voz del ruso sonó ronca y apenas audible.

—Todas no deben ser como Sonya, Alexei —su tono era conciliador. Bastante había tenido ya de la terrible historia de su amigo y socio.

—Pues, esta lo es y el tipo al que le hice el favor, me lo agradecerá con el tiempo. Todavía debe estar bajo los efectos de sus falsedades. Son como brujas, todas ellas, egoístas que sólo buscan conseguir lo que quieren y dejan todo atrás. A estos dos, casi les cuesta la amistad y los negocios. Sabes que esas son cosas sagradas.

— ¿Cuánto tiempo la piensas tener cautiva? Y que sepas que creo que corres el riesgo que te demande.

El ruso sonrió torvamente.

—Lo dudo mucho. Además, no termino de decidir qué haré con ella cuando me canse. Si la entregaré a mis amigos o la despacharé esperando que reconozca mi generosidad.

—Bueno, cuídate y piénsalo bien. Yo sigo todavía aquí y el acuerdo todavía está bastante verde.

—Eso no me preocupa —Alexei Solanoff suspiró.

Se sirvió un whisky del armario disimulado en la pared y que a Verónika se le había pasado por alto, como todo aquello cuidadosamente oculto en paneles secretos. Lugares que albergaban todo aquello que podría darle la libertad que aún no terminaba de ganarse así como el tiempo de reflexión necesario para su rehabilitación.

Pensó en la mujer que en la habitación aledaña dormía plácidamente, desmadejada sobre la cama. Se le antojó el sumo de la sensualidad, su hombro desnudo asomando por debajo de la mata de cabello negro, el bretel caído, la boca entreabierta, su pálida piel. Podía entender que hubiera puesto de cabeza el mundo de Eanraig y ni hablar del de Malcom, más superficial, pero no acostumbrado a que le engañaran.

Una mujer para la cual, traicionar a los hombres, era como un estilo de vida, un juego excitante. Seguramente, habría aprendido la primera lección al manipular a su padre desde su nacimiento. La noche anterior, había empujado a esa misma mujer a un abismo de placer y dolor que jamás habría esperado. Pero no quería equivocarse, no pretendía saltar con ella a ningún abismo compartido. Apuró el vaso y se dirigió a la ducha.

A la mañana siguiente, Verónika supo que se hallaba sola. Otra vez. En sueños le había parecido que alguien entreabría la puerta del dormitorio, pero el sueño pudo más.

El pensamiento le golpeó en pleno rostro: la habían drogado. Normalmente, se hubiera incorporado de un salto. Jamás olvidaría que estaba cautiva de un sádico, un tipo dispuesto a entregarla a tratantes de mujeres y sabía que, por más agotada por los nervios que estuviera, su reacción no sería la de seguir durmiendo. Evaluó lo que haría con aquello que sospechaba. Era indudable que la comida tenía alguna sustancia que la sedaba sin remedio, pero que no sería la del desayuno, imaginó que sería algo que comería cerca de la hora de la cena porque era durante ese momento en que él se haría presente. Analizó el tipo de alimentos consumidos.

No pensaba dejar de comer, por el momento. Tal vez, necesitaría todas sus fuerzas para idear algo y tratar de escapar o, simplemente, sobrevivir. Notaba, que el apetito se había incrementado, con lo que siguió sumando elementos a las sospechas de los sedantes. El monstruo evidentemente, había contemplado todos los aspectos, así que, decidió abstenerse de probar nada después de las cinco de la tarde. Trataría de tomar el mismo café que consumía a la mañana y, en lo posible repetiría el mismo menú que le parecía bastante seguro.

En su despacho, Alexei trabajó toda la mañana hasta cerca del mediodía donde interrumpió para atender el llamado de Malcom.

—Debo decirte, que por ahora no hemos sido molestados, Alexei.

—Esperemos todavía —recomendó el ruso. La semana que viene, tengo que viajar a Bruselas pero me mantendrán informado. Tengo vigilada a la chica.

— ¿Sigues apostando gente en su casa? Malcom sonaba asombrado. No sabía que fuera tan obsesivo.

—Podría decirse que algo así —la voz suave, engañosamente amable del ruso le produjo un escalofrío.

Los hombres del ruso llegaron a la mansión cerca de medianoche. Su jefe, en vuelo a Bruselas, había designado a algunos para hacer las rondas, mientras decidía cuáles serían sus siguientes movimientos.

Verónika despertó al día siguiente y el silencio era absoluto. La noche anterior había observado por la ventana, un par de todoterrenos y las siluetas borrosas de varios hombres de traje oscuro descender de los mismos, distribuirse y rodear el perímetro sin decir una sola palabra. Al paso de las horas, se recostó en la cama, ya que por esa noche parecía que no iba a suceder nada. Su captor, por lo visto, no estaba entre ellos. Respiró aliviada.

A la hora del almuerzo, había tenido cuidado de no apartarse de la dieta del desayuno. Al acabarse la leche no se atrevió a abrir otro envase. En esos momentos, se sentía famélica y devoró lo que comía desde hacía dos días. Con preocupación, notó que el yogur también se estaba terminando. Si aquello se prolongaba, le quedaban las frutas y, de no quedarle más remedio, se arriesgaría con otra cosa.

Volvió a patrullar incansablemente la casa con la esperanza de descubrir algo que le hubiese pasado por alto, pero para su consternación, todo estaba exactamente igual, si exceptuaba que no había caído fulminada por el sueño y eso le permitía vigilar lo que podía ver desde las ventanas.

A los tres días, sentía pánico. No había regresado el tipo del acento del este y podría ser que no apareciera nunca más o que los guardias fueran, de aquí en adelante, la única presencia. Desde donde les veía, sólo podía ver sus cabezas pero apenas sus rostros y menos percibir alguna palabra.

Necesitaba hablar con alguien o se volvería loca. El frasco con las pastillas era religiosamente llenado cada día, por lo que se prometió vencer al sueño para tratar de sorprender al que cumplía la misión.

Luego de estrellarla contra el piso muchas veces, pudo empuñar la pata de una de las sillas de la cocina. No pesaba mucho pero, tal vez podría atontar al que manipulaba las pastillas. Otra idea se le ocurrió, podría ser que las pastillas tuvieran además, algún sedante incorporado a la fórmula original.

Esperó lo que le pareció una eternidad a que alguien entrara en la habitación de Alexei. Los párpados le pesaban y tenía mucho sueño. Había dormido poco y mal, preocupada por no escuchar nada. En cierto momento, le pareció oír un roce en dicho cuarto. Entreabrió la puerta que daba al mismo de su dormitorio y observó una figura corpulenta que estaba parada frente a la mesa donde se hallaba el frasco de su medicación. Se abalanzó blandiendo la pata de la silla, intentando llegar hasta el cráneo del tipo, pero sin darse cuenta, se vio tomada por los hombros, girada y estrellada contra la pared. Quedó atontada unos segundos y le pareció que iba a desmayarse, luego sintió un pinchazo en el cuello. Todo se volvió negro y eso fue lo último que recordó.

Despertó varias horas más tarde en su cama, El dolor de su frente era bastante notable. Se llevó las manos a la frente y palpó un bulto de considerables proporciones que le dolió al tocarlo. Profirió un quejido y una maldición. Había arruinado su única chance, hasta donde alcanzaba a percibirlo, de poder hacerse con alguna arma de verdad, acceder a la puerta de la entrada, conseguir las llaves, o algo.

Cuando Alexei cortó la comunicación, estaba en vuelo de regreso. Sus hombres le habían informado de lo sucedido en la casa. No habían tenido más remedio que drogar a la chica con algo más pesado para evitar que se hiciera daño. Obrecht le había recomendado cautela y era uno de los pocos a quien escuchaba. Cerró las manos en un puño. Todavía faltaban varias horas de trayecto para llegar, porque antes tenía que pasar por la oficina. Abrió el portátil y siguió trabajando. Nunca había permitido que sus asuntos interfirieran con el trabajo, y no iba a empezar ahora.  

Cerca de medianoche llegó a la casa y relevó a los hombres con el nuevo equipo que venía con él.

—La chica está dormida —le informó el jefe del equipo saliente. Ha estado tirada en la cama y no ha tocado ni la comida ni líquido alguno. Durante el día, sólo come lo del desayuno. Debe tener miedo que la droga esté en el resto de alimentos. Anoche casi me sorprende y tuve que defenderme.

—Está bien —dijo Alexei. Me ocuparé de este asunto.

Se había bañado en el avión y cenado algo liviano.

Cuando se asomó por la puerta, Verónika parecía dormir profundamente.

Se acercó a su cama y acarició con un dedo calloso la mejilla de ella. No observó que su respiración se alterara. Decidió salir de la duda. Con el dorso de la mano, rozándola apenas, enganchó un bretel del camisón, deslizándolo a lo largo de su brazo. El pecho ligeramente visible, terminó por sobresalir del todo. Siguió con sus caricias y notó un casi imperceptible temblor.

Sonrió en la oscuridad. Ella podría no haber visto su cara, pero su cuerpo, reconocería al suyo. De eso estaba seguro.

Se tumbó a su lado y ella se volvió a agitar. No le cupo duda que estaba despierta y alerta. Había dejado el arma en su habitación, pero no tenía intenciones de acabar con ella. Por el momento.

Le terminó de bajar el camisón hasta las rodillas. Lo desgarro de un brusco tirón y ella se sobresaltó con el chasquido de la tela rompiéndose. Jadeó y eso le enardeció. Hacía varios días que no estaba con una mujer y ella intentó tocarle la cara, pero le apresó las muñecas con una de sus manos. Jamás dejaría que palpara la cicatriz y le reconociera.

Accedió a su interior de manera salvaje, y ella se sacudió como si le doliera, pero, por lo que fuera, dejó de corcovear, tratando de salirse de debajo de él, para volverse colaboradora, otra vez. Se retiró bruscamente y ella gruñó sin poder evitarlo, desquiciada.

—Por esta noche, será suficiente, pequeña —susurró él. Me han dicho que no te has portado bien y eso no voy a tolerarlo.

Se levantó y se marchó.

En la oscuridad, Verónika sollozó de furia y terror. La situación podría prolongarse hasta que ella no fuera más que un guiñapo. Ignoraba su aspecto pero sospechaba que era deplorable. Los vidrios eran ligeramente esmerilados y apenas podía ver las siluetas de los hombres que la custodiaban pero no los detalles de su rostro.

¿Acaso pretendía estar hermosa para él y seducirle?  ¿Es que acaso estaba ya completamente desquiciada?  Se sentía furiosa por su frustración sexual, se maldijo internamente. Eso podría deberse al aislamiento, la privación sensorial, o cómo fuera…Las intenciones de él eran doblegarla, devolverla, si decidía hacerlo, privada de voluntad, maltrecha y aterrorizada.

Lo que fuera que sucediera con su mente, ansiaba que él regresara a la noche. La alimentaria, tal vez, sin drogarla, la acariciaría, le trataría bien, la arroparía, como sucedía cuando pensaba que se había quedado dormida y en plena noche abandonaría el lecho para marcharse de la casa. Desde el principio, jamás había pasado una noche entera junto a ella. Hasta empezaba a extrañar el calor de su gran cuerpo, como si junto a él, devorada por sus brazos y su boca, ella pudiera estar a salvo de todo lo demás.

Pero no quería engañarse. Sabía que pronto se desharía de ella, de una manera u otra. Si tan solo, pudiera llegar a un acuerdo que él quisiera cumplir…Algo que le permitiera desaparecer del estado, se mudaría y jamás volvería. Pero él, no daba señales de cansarse. Noche tras noche, durante dos semanas la visitaba. La trataba con cierta gentileza, atento a su placer, generoso, contenedor, le gustaba acariciarle el pelo, luego de tironearla como una cometa. Murmuraba ásperas palabras en sus oídos, en esa lengua y con aquel tono de voz ronca que reconocería aunque jamás le viera el rostro. Eso, él debía saberlo bien y tal vez fuera lo que le impedía liberarla.

Lo que jamás había hecho era besarla. Al menos no en la boca y ella llegó a sentir cierta variedad de hambre de ello. No se atrevía a pedir nada, jamás hablaba, se limitaba a gemir, cuando ya no podía soportar más sus torturas amorosas.

Los días pasaron y una noche, él no regresó. En su lugar, la silueta ya familiar del guardián, le inyectó algo en un brazo.

Verónika despertó en una habitación que desconoció. Revisó el cuarto. Había algunas prendas en un armario, un bolso con sus documentos y algo de dinero.

Se vistió rápidamente y probando, la puerta se abrió a la primera. Caminó por el pasillo y salió a un hall donde una mujer estaba detrás de un mostrador.

Salió a la calle, pero no reconoció el sitio. Se alejó sin girar la cabeza. Pondría toda la distancia de lo que fuera aquel lugar antes que alguien se lo impidiera.

SOLANOFF

Dos semanas atrás, había tomado la decisión de liberarla. Esa velada de gala, vestido con smoking, se dirigía a una de las subastas de lujo en el centro. Las obras de arte eran otro de sus pasatiempos e inversiones y en su casa de Londres, tenía una colección notable de obras de arte. Obrecht, llegaría más tarde y ansiaba reconectar con su vida anterior.  Eso incluía mujeres también.

Cuando llegó su socio, se sentaron juntos en la gran sala donde se llevaría a cabo la subasta.

—Quiero comprar ésta, señaló con su dedo un cuadro de grandes proporciones. Ya hice una oferta electrónica, pero quiero ver quiénes pujan —susurró mirando en derredor.

—Es imponente —tuvo que reconocer Obrecht. Se fijó el número que le correspondía. <<Mujer en retirada>> —dijo ¿Quién es el pintor?

—La pintora —corrigió Alexei. Es Anna Lenova, una amiga de Rusia. En realidad, me interesa la modelo.

— ¿Vive aquí tu amiga? Obrecht curioseó el resto del catálogo. Un murmullo sordo indicaba que la sala se estaba llenando.

—Sí, lo pintó hace poco.

—Ah, pero entonces es ella… Lo miró asombrado.

—Él asintió con la cabeza. La voz del ruso sonó fría e impersonal. Parece que ha quedado bastante impresionada por la experiencia que ha vivido. Ha salido después de varios días de encierro en su casa y mi amiga siempre camina las calles en busca de personajes límites para sus obras. No fue una coincidencia, porque le facilité la dirección, suspiró dejando escapar un breve gruñido desde las profundidades de su pecho.

En la pintura, se observaba una calle húmeda y desierta, en un oscuro atardecer una mujer huyendo, la cara vuelta hacia el observador, los cabellos ocultaban parcialmente sus facciones, pero Verónika  estaba allí, sin duda. Los ojos denotaban un mudo terror y la boca entreabierta parecía gritar en un entrecortado jadeo. Perseguida por sus propias pesadillas, la mujer estaba casi desnuda, apenas una falda corta que dejaban apreciar sus torneadas piernas, iba descalza y no muy limpia.

—Esta vez te has pasado, Alexei. Ella no es Sonya, eso lo sabes y creo que ha aprendido la lección.

Alexei guardó silencio, pero sus ojos destellaron por la luz de un flash cuando alguien les tomó una foto. Se giró bruscamente e hizo un gesto a sus custodias quienes se abalanzaron sobre el que tomó las fotos, hubo un forcejeo y el celular fue a pasar al poder de los fornidos guardaespaldas, quienes lo incautaron. Le dieron un puñado de billetes al hombre quien se escurrió con desagrado, perdiéndose entre los asistentes.

—Por eso, me mantengo lejos de estos eventos. Solanoff miró hacia la salida. Será mejor que nos vayamos —dijo cambiando de idea. La obra ya es mía —anunció guardando el móvil en el bolsillo.

— ¿Y la chica? Obrecht le miró, atento.

—Espero que se mantenga lejos de mis amigos y por lo demás no me interesa si está viviendo en una cueva.

—No es del tipo de mujeres que nosotros frecuentamos, Alexei. Ellas, jamás se espantan, les hagas lo que les hagas. Saben de qué va este juego que practicamos los hombres que tenemos dinero y cero conciencia. A pesar de todo, no deja de ser una chica enferma y no una oportunista. Creo que padece todo eso que le pasa.

—No olvides que tiene dinero y eso ya no la hace una <<pobre chica>>, sólo alguien muy trastornado, con problemas y tiempo para causarlos, típico de ricos ¡Ah, Obrecht! Siempre tan compasivo. Le miró con aprecio.

En el fondo, sigues siendo el mismo huérfano que vino a casa de mi abuela.

 Alexei, era alguien que no había dudado nunca en eliminar de su vida todo riesgo o amenaza de cualquiera que se transformara en alguien importante o riesgoso. Y Verónika era, esto último. Desde el momento en que había advertido lo precario que era su equilibrio, lo inconsciente que era de su alucinante presencia, alguien que dejaba su impronta sólo con mirar de cierto modo. Simplemente, mirando los tatuajes que le había hecho Eanraig cuando empezaba a caer en su tela de araña, ya sabía que traería problemas a su ya compleja vida. Pero, estaba empeñado en rescatarle a<<su manera>>, aunque para ello, tuviera que echar mano a procedimientos retorcidos e intimidantes. Y, de paso, trataría de obsesionarla con él, para vengarse en ella del resto de las mujeres, sobre todo, una de ellas.

Sería erradicar sus obsesiones por los demás hombres reemplazándolas por la que tendría con él, una vez terminada lo que fuera aquello que había implantado en ambos y de eso estaba seguro, a diferencia de Eanraig y los demás hombres, él sí que sabría manejarla…

Tenía en claro que no tenía vocación de rescatista de mujeres en apuros. Ese, era un cliché y él tenía cosas importantes que hacer y era a lo que se dedicaba.

Cada noche que pasaba en su casa, miraba el cuadro perturbador de ella, huyendo en la noche, cuando la liberó sin mediar explicación alguna. Sin embargo, le había costado dejar que se fuera, porque se había aficionado a ciertas cosas. El temor que le inspiraba, su respiración agitada que empezaba por deberse al stress hasta terminar siendo una muda súplica por más, más de él, antes del éxtasis. Pero, en ese salvaje intercambio, él también había implicado partes suyas. No era una pérdida, en realidad, ya que en cuanto lo deseara, podía recuperar lo que fuera que ella retuviese, sin saberlo. Nunca había deseado a una mujer como le pasaba con ella. Compadeció a Eanraig en un primer momento, pero luego, a esto se le agregó un genuino deseo de lastimarla, verla sufrir, como imaginaba había sucedido con Sonya. Poco a poco, había desterrado a Sonya de sus pensamientos, pero no había día que no asociara a Verónika con ella y eso le hacía sentirse débil, porque, si tanto se parecían ambas mujeres, debería haber entregado a Verónika a sus amigos y sin embargo, no lo había hecho.

Desde que ella era libre, no le había perdido pisada. Se había asegurado insertándole un rastreador en su nuca estando drogada, del tamaño de una lenteja y eso le había permitido dormir cinco horas de un tirón.

Tendría que planear muy bien sus siguientes movimientos.

Haberla llevado a Nueva Orleans, desde el otro extremo del país, le dificultaría su regreso y podría poner en orden algunas piezas sueltas que todavía estaban allí.

Los negocios, no obstante, eran su prioridad y no le quedaba tanto tiempo para dedicarle, pero, desde donde estuviera, siempre podría conocer su localización.

VERÓNIKA

Volver a su vida anterior, haber estado en lo de su padre, mudarse de piso hasta encontrar algo que le gustara y al mismo tiempo, le brindara cierta seguridad, le demandó varias semanas, amén de la corta estadía en la clínica, para ajustar la medicación.

Alexei Solanoff era su peor recuerdo y al mismo tiempo, en su fuero interno, deseaba ver su rostro, así fuera de lejos. Pero, al no conocerlo, debería confiar en su memoria táctil y en su olfato, así que, de producirse un encuentro, debería estar lo suficientemente cerca como para estar segura y debía admitir que era muy difícil que tal cosa llegara a suceder.

Su pesquisa y el rastreo que había hecho, sólo le había permitido acercarse a su guarida y en vano había aguardado cerca del portón de acceso sin lograr ver a alguien en algún vehículo de los numerosos que entraban y salían con cristales polarizados. Se trasladaban de a tres en fila, como si de una comitiva se tratase. Evidentemente, él, estaría en el del medio, había imaginado, en una de las prolongadas veladas que se había impuesto casi cada día y muchas noches. Esperas que se le hacían eternas.

Imaginaba que el ruso, podría haberse presentado en su antiguo piso, pero se había mudado hacía una semana, tomando infinitas precauciones, pasada la media noche y evitando llevar más de una valija mediana. Dentro de ella, estaba toda la vida que merecía ser rescatada.

Comparado con el resto de la misma que se extendía por delante, le sabía a desierto, a poco. Seguía sin hallar un sentido y el hastío y la sensación de vacío que experimentaba desde que había sido liberada, le hacían temer por su precaria cordura.

Se sabía vigilada, pero no de una forma tangible. Era otra la sensación de ser observada, como si una cámara omnipresente le siguiera a cada paso.

Salió de la duda, la noche que volvió a encontrar a Solanoff en su nueva casa, a pesar de todas las precauciones.

— ¿Qué quieres ahora? Le increpó con fiereza. Deja de ser un cobarde y muestra tu cara, de una vez. No serás un fantasma por mucho más tiempo.

La risa ronca que había añorado escuchar desde hacía semanas, no se hizo esperar.

—Sé que te has portado bien —le susurró. Has sido una buena niña y eso hace que pronto no vuelvas a tenerme cerca.

Ella tembló sin entender qué era eso que le recorría las entrañas. Miedo. A no volver a sentirle, a ser libre, en una palabra. Decididamente, estaba desequilibrada y esa situación paradojal, se le antojaba parte de un complejo síndrome que estaba construido en base a sus fragmentos. Pobres trozos esparcidos que aquel ser despreciable rompía un poco más cada vez que la visitaba. Le enfrentaba con la disolución progresiva de sí misma y la creciente dependencia de su presencia, elusiva y misteriosa.

Cuando no se contactaba con él, ella extrañaba algo salvaje, rudo, inmisericorde, presente en cada encuentro que habían tenido y que completaba su interior, le daba sentido, sin haberlo buscado. No iba a admitirlo frente a él, pero le parecía experimentarse como una mujer valiosa para sí misma. Era alguien que merecía algo bueno. Eso, en definitiva, era lo que él le daba. Satisfacción plena, tocaba y hacía vibrar cada cuerda íntima de aquel delicado instrumento que era su cuerpo. Pero, además tocaba algo más. No solo era un encuentro íntimo y profundo, era un bucear en las posibilidades, en lo que vendría luego, a continuación, entre un espasmo y otro, en cada remanso de aquel río tumultuoso que era el río sexual que le obligaba a remontar. No había remansos en esa corriente. Era un continuo requerimiento de su atención y una constante alerta de su intuición. Sentía que, para acompañarle en cada viaje, ella debía acoplarse perfectamente con él, adivinando cada uno de sus movimientos, pero había más, tenía que aguzar sus sentidos para llevarse su olor, su sabor salado, el aire tibio con el que premiaba su cuerpo, en cada caricia. Apreciaba la pericia de aquella lengua que no dejaba sitio sin arrasar, las manos, ásperas y sus guturales gruñidos hasta el rugido final en que la sumergía a cada recodo del torbellino de su río privado.

Quedaba desmadejada, agotada, e invariablemente avergonzada de sí misma. Humillada más allá de la locura que le alcanzaba.

Le acechaba con la esperanza de alterar sus planes, fueran los que fueran y le obligaran a tomarla allí, en el asiento trasero de su auto, contra el muro de su casa, donde fuera.

Cuando contempló, una vez más, los harapos a los que quedaba reducida su ropa, como si de un animal furioso se tratara, la lencería, arrancada y hecha pedazos a zarpazos, mientras su boca hacía estragos allá adonde estuviere, supo que la noche anterior había sido la última. La bestia, le había visitado por última vez y eso la redujo a un ser desvalido, sentada en el suelo de la cocina con una taza de café en el suelo.

No tenía ni fuerzas para arrastrarse hasta la ducha. Por el contrario, quería conservar lo más posible, su olor sobre su cuerpo. Pasó su nariz por los brazos y el sándalo que emanaba de él, la terminó de sumir en la desesperación. A continuación, lamió sus manos, el gusto salado, mezcla de sudor y sexo, se le antojó el elixir de una felicidad perdida para siempre. Ya no conocería un amante así y eso terminó de arrojarla a un abismo emocional demasiado poderoso. Había conocido la masculinidad en su pleno poderío y por más que quisiera, no volvería a encontrar otro Alexei Solanoff.

Se despertó un par de horas después, con una sed abrasadora. La cabeza le pulsaba por el llanto vertido y sacando fuerzas de flaqueza, se metió bajo el agua de la ducha. Se obligó a comer, a vestirse y salir a la calle.

Detuvo su auto frente a la casa de Eanraig. Sabía que estaba arriesgándose demasiado, pero ya no tenía mucho más que perder.

Él se mostró sorprendido y aprensivo.

— ¿Qué es lo que haces aquí?

—No vine a molestarte, Ean —susurró Verónika. Vengo por él. Necesito saber cómo encontrarle. No quiero volver a lastimar a nadie, lo juro, pero quiero saber dónde está. Creo que ha terminado de romperme del todo y quiero que sepa que ya no debe seguirme más y que me alejaré de la vida de todos ustedes. Pero, quiero ver su cara. Necesito mirarle a los ojos, que vea dentro de los míos  y que sepa que ya no represento ningún riesgo.

Eanraig le indicó un sillón y se sentó enfrente.

—No tengo idea de dónde hallarle. El que tiene su número es Malcom y el  que me dio a mí cuando era mi cliente ya no existe. Si quieres puedo llamar a…

—No, no quiero que le preguntes. No me porté bien con él y no quiero que vaya a llamarle para desatar su furia y vuelva a secuestrarme…

— ¿Pero…qué dices? Eanraig la miraba extrañado. Su hermoso rostro parecía demudado.

Ella le contó la historia de su cautiverio y sus visitas nocturnas.

—Estoy segura que sabe que estoy aquí y temo que pueda entregarme a sus amigos, los traficantes de personas…

—No sé de qué hablas… Eanraig estaba cada vez más espantado, conforme se enteraba de los detalles.

—Es lo que utiliza para amedrentarme y le creo capaz de ello.

—Dime la verdad ¿Te ha violado? Hablaban en susurros, como si él pudiera escucharles a ambos.

—Sé que me merezco lo que está pasando. Si te hubiese dejado en paz, nada de esto habría pasado. Pero, no podemos volver atrás. No lo ha hecho <<formalmente>> y lo que describió causó el espanto del joven tatuador. Sonrió con amargura, es la venganza perfecta, así como la cura de cualquier obsesión futura, reconoció.

—Esto se nos ha ido de las manos, Verónika, a todos, y lo correcto es compartirlo con Malcom. Solanoff, debe tener algo personal en su pasado que le obliga a hacer lo que hace, pero que esté demente, nos indica que, tal vez no sepa cuándo parar. Y eso nos expone a los tres por igual. No sabemos de qué sea capaz, pero yo le vi, físicamente hablando y puedo asegurarte que no lo quieres de enemigo. Eso puedo asegurártelo.

—Llámalo, entonces.

Verónika parecía derrotada y Eanraig le aseguró que podía pasar la noche en su casa. A pesar de todo, la joven le daba lástima y le creía, porque era la misma sensación que tenía él, cuando el ruso había aparecido en sus vidas. Habían abierto una caja de Pandora cuyo contenido, todo él, estaba envenenado.

Pasaron un par de horas antes que un Malcom pálido y desencajado apareciera por la puerta del tatuador.

Apenas miró a la chica y se sentó al lado de su socio y amigo.

Éste, le puso al tanto en veinte minutos y, a intervalos, Malcom clavaba la vista en el rostro pálido de Verónika. Contrariamente a lo que sentía Eanraig, Malcom era más duro e intransigente con ella. En su momento, se había sentido humillado y no perdonaba con facilidad y prefería estacionar a un costado el tema, antes de mostrar compasión por ella. Eanraig no quiso recordarle que había tenido sexo con ella estando su novio a metros de ambos.

Coincidían en que la situación era muy delicada en cuanto al equilibrio del ruso se tratare. No consideraban reunirse nuevamente con él y Malcom accedió a hablarle por teléfono como máxima concesión. No estaba convencido que Alexei Solanoff, dejara de ser un tiburón en los negocios, como prioridad en su vida, para dedicarse a incluirlos en un baño de sangre por algo personal. Le parecía un tipo frío y calculador y para nada emocional, aunque no dudaba que en lo sexual, fuera un depredador de mucho cuidado.

Pero, se sorprendió cuando nadie atendió su llamado.

— ¿Creen que deberíamos ir por su empresa? Eanraig les miró, esperando.

—Sí. Ya es hora de blanquear todo esto. Él sabe que jamás iríamos a la policía, porque nadie quiere quedar expuesto y hay algunas soluciones y pautas que podemos acordar sin hacer de esto una guerra.

OBRECHT

Accedió a recibirlos en su oficina.

Si se sorprendió de ver a Verónika con sus antiguos enemigos, no lo demostró.

Resumieron sucintamente lo acaecido y Obrecht tampoco en esa oportunidad, no demostró asombro alguno.

Se había criado con Alexei en las calles impiadosas de Moscú y hacía rato que ambos habían aprendido la lección de no demostrar sus sentimientos. Al menos, aquellos que les hicieran parecer vulnerables.

—Esto tendrán que exponerlo a Alexei. Es un tema demasiado personal y el alcance de la <<enseñanza>> que tenía planeada para Verónika —la observó casi con curiosidad, no lo conozco. Él es quien ha tomado las riendas del tema y hasta que no esté de regreso, creo que pueden estar tranquilos ya que nadie hará nada en contra de ninguno.

— ¿Y qué hay si le  dejó instrucciones a alguien? Malcom podía ser difícil de convencer.

—Eso no podemos saberlo. Yo soy su socio y amigo, pero… en otros negocios, los favores que decida hacerle a sus conocidos es cosa suya.

— ¿Cuándo estará de regreso?

—En una semana vuelve de visitar a su abuela, en Rusia.

Los hombres parecían asombrados.

Obrecht sonrió divertido. De los dos amigos, él era quien tenía en buen humor y le gustaba divertirse. El oscuro y taciturno era Alexei y así había sido siempre.

—Sí, una vez por año, se toma vacaciones para visitarla en Rusia. Tiene ciento dos años la señora y está fuerte como un cosaco.

— ¿Y no tiene forma de comunicarse con él?

Malcom parecía refractario a dejar el despacho y quería irse con cierta seguridad de allí. Estaba harto de dormir mal, temiendo que, alguno de los sicarios del ruso, le hicieran una visita.

Obrecht le miró, sagaz. Había aprendido tempranamente el arte de leer las expresiones humanas y, a excepción de Alexei Solanoff, los demás eran para él como un libro en su propio idioma.

—Si lo que teme es alguna sorpresa de Alexei, puedo asegurarle, que este tipo de <<ajustes>> en los tratos, prefiere realizarlos en persona.

—Si yo soy <<ese tipo de ajustes>>, Verónika le miró con fiereza, creo que nadie conoce a fondo lo que es su socio, como yo.

—Bueno, pues —Obrecht se encogió de hombros—eso ya no me incumbe. Me refiero a sus experiencias de índole personal.

—Es amigo de los eufemismos —Malcom le fulminó con la mirada. Usted, sabe perfectamente de lo que es capaz.

—Sí, eso es verdad —confesó con una sonrisita—pero, si les confiara algo de lo que sé, créanme, estarían en migraciones a esta altura y prefiero que aclaren todo antes de hacer algo que lamenten.

— ¿Eso es una amenaza? Malcom volvió su mirada a Eanraig que había permanecido callado hasta ese momento. Por lo general, era él quien llevaba a cabo las negociaciones de sus tratos y el tatuador, prefería quedarse en un segundo plano, observando.

—No, para nada. Sólo me limito a describir la situación. A mi manera de ver, ustedes, por razones que no me quedan claras, deciden unirse, después que Alexei Solanoff les dedicó tiempo y esfuerzo para resolver el pequeño problema al que se enfrentaban. Miró a Verónika que pareció encogerse en su asiento. Y…les aclaro que sus honorarios fueron para la gente de su equipo y ciertas reformas de último momento, que tuvo que hacer en su casa. Esta sociedad, no ha recibido un mísero dólar del trato. En todo caso, estoy frente a tres personas que no han respetado los términos del mismo y, según tengo entendido, el seños Solanoff, ha dejado bien claro que entre ustedes no habría más contacto, de ninguna especie y eso, sí les aseguro, no se lo tomará bien.

—Otra vez vuelve a amenazarnos —Malcom parecía a punto de explotar.

—Es una mezcla de advertencia y observación.

 Obrecht se preciaba de ser el que ponía en palabras los gruñidos de su socio. Siempre había sido así. Una mirada a sus ojos gélidos, y ya sabía cómo debían enfrentar determinada situación. Eso, si el ruso accedía a dejarle participar de su mínima expresión. Su cara angulosa de pómulos acentuados, normalmente era inescrutable.

—De acuerdo —capituló Malcom—esperaremos a que contacte con nosotros para aclarar esta situación. Si el problema que usted considera <<pequeño>> lo fuera en verdad, no estaríamos aquí. No somos personas de exagerar, miró a Verónika que no había abierto más la boca y que parecía ausente.

Ya en la calle, observó el rostro impávido de Eanraig. El antiguo macho alfa, parecía haberse empequeñecido por la manipulación de Verónika y no era inmune a su presencia. No todavía. Confió en que el ruso tuviera planes para ella que facilitara la liberación de su amigo del hechizo involuntario de aquella bruja algo demente.

Cuando se hubieron retirado, Obrecht tomó un celular desechable y marcó un número.

SOLANOFF

Alexei, abrió los ojos. Una noche sin pesadillas, sin despertar abrupto, sin sudores de terror, le parecían una experiencia extrasensorial. Pero eso es lo que poseía la casa de Natasha Ibramova, su abuela.

Como pudo se metió en el reducido cuarto de baño y a duras penas pudo darse una ducha aceptable. Si bien, era un hombre muy corpulento, la casa se adaptaba a los gustos y necesidades de la anciana, tan diminuta como un duende.

Tenía que andar inclinando la cabeza al atravesar los dinteles de las puertas y a eso ya se había acostumbrado a partir de los diez y seis años cuando dejó de crecer. Inútilmente, había tratado de comprarle una mansión acorde a su gusto en la ciudad. Su abuela había sido intransigente al respecto. Moriría en la granja y así se lo había dicho cada vez que el ruso tocaba el tema. Allí tenía todo lo que ella necesitaba y estaba acostumbrada al ambiente rural que no cambiaba por el ruido de las grandes ciudades y ni hablar de una mansión en medio de la nada, como era la propuesta de su nieto.

—Siéntate y toma tu café —la voz crujiente de un ruso áspero como la geografía del lugar, le recibió cuando bajó la escalera, agachado y con el pelo negro húmedo y recién afeitado. Parecía remontarse a su niñez cuando le regañaba si se quedaba dormido un rato más, antes de expulsarlo para ir a vivir en plena ciudad, para endurecerle y que fuera un sobreviviente genuino, como lo había sido ella.

La anciana, con sus ojos verdes, limpios, le miró detrás de un mar de arrugas y frunció el ceño. Su cabello había sido negrísimo y aún conservaba algunos mechones de aquel color igual al suyo.

Con ella no tendría dónde esconderse. No podría mentirle ni disimular. Las ruindades de su estepa interior, quedaban despojadas de cualquier apariencia que intentara dar detrás de sus caros trajes y su aspecto formidable e intimidante.

—Esta vez, has cometido un gran error. No todas son Sonya, Alexei.

Nadie sabía cómo funcionaba la mente aún lúcida de la abuela. Había sacado a flote a sus siete hijos desde la miseria más absoluta, echando mano a sus poderes de vidente que la habían hecho temida y respetada en toda la región. A pesar de toda la superstición de la que quisieran rodearla los monjes, nada había podido con su poder e influencia, a pesar de no ir acompañada por riqueza ya que los vecinos eran todos tan pobres como ella. Pero era a Natasha Ibramova a quien acudían las autoridades cuando uno de ellos caía víctima de las enfermedades pulmonares tan comunes en la época de crudo invierno.

Alexei clavó sus ojos grises en el rostro tan inescrutable como el suyo.

—Lo que hice, lo volvería a hacer, abuela. Me refiero a Sonya.

—Eso estuvo bien. Tuvo lo que se merecía, pero, con ésta, ya has expuesto demasiado de esa tundra que llevas dentro desde la muerte de tu hijo.

Así era ella, concisa y siniestramente precisa en su diagnóstico. Inútil era preguntarse cómo lo hacía.

—No has sabido protegerte y has creído que con tu poder era más que suficiente, y no es nada comparado con el que ella tiene. Puede aniquilar a un hombre con solo proponérselo porque su poderío está sin pulir y su mente vaga sin rumbo, así que nada podrás hacer para evitar que te dome. En algún momento, lo hará y sabrás lo que es el verdadero infierno.

Alexei, sonrió y levantándose la abrazó. Apenas le llegaba a la altura de la axila y su cabello olía a humo de innumerables fuegos encendidos una y otra vez, en las profundidades de un bosque helado.

Así que, el daño ya estaba hecho. Sólo le quedaba aceptar que tendría que pagar por ello. Sonya, de alguna manera, lo venía a buscar para vengarse, allá donde estuviera, en caso de estar aún viva.

Había visto cómo, una y otra vez las visiones de aquella pequeña mujer echaban raíces y se cumplían a rajatabla, se hiciera lo que se hiciera.

Una vez, ella había intentado explicarle cómo funcionaba, pero él no lo había captado.

Al parecer, el tiempo no existía como uno lo consideraba, no había pasado, presente, futuro. Todo era una ilusión, un continuo. Por eso lo que habría de suceder en la artificial separación en tiempos, en realidad, ya había sucedido, de alguna manera era como la luz de las estrellas, él la veía pero en realidad, hacía miles de años que la estrella en cuestión había dejado de existir y ya debía estar sumergiéndose en el infierno diseñado por Verónika y el hambre que sentía por ella, que nada podía saciar. Era, en su arrogancia, el fracaso de su intención de quitarle las obsesiones por métodos de dependencia brutales, apropiándose de esas mismas obsesiones.

Permaneció allí durante una semana. Una noche, su teléfono satelital sonó en la silenciosa estancia.

—Obrecht…

—Han estado aquí, los tres, Alexei. Al parecer, la chica contó su experiencia, y se han espantado, para ser breve. Están aterrorizados de que, al romper el pacto de no estar más en contacto, la tomes contra ellos. Obviamente, no irán a la policía porque el escándalo les haría peor a su imagen.

— ¿Cómo la viste a ella?

—Parece un animal apaleado. Hecha un ovillo, apenas si se atrevió a levantar la mirada. Creo que, de algún modo has matado algo en su interior y puede que las obsesiones ya no aparezcan pero…

— ¿Pero qué? Su voz, ronca e imperativa sonó forzada para no mostrar su quebranto y la ansiedad.

—Pues, que parece drogada, Alexei. Esa mirada…Ya sabes, como desenfocada. Lo peor, es que no creo que esté consumiendo substancias.

—Destina un equipo frente a su casa. Refuerza su seguridad, si es necesario, vuelve a encerrarla en mi casa hasta que yo vuelva. Mi equipo ya sabe qué hacer.

—Me pareció que debías saberlo.

—Sí, eso es lo que esperaba. Puede ser una etapa de ajuste hasta que recupere el control.

— ¿Y con ellos dos?

Hubo un instante de silencio.

—Discretamente, sería bueno que los siguieran. Si se acercan a la policía, impídelo. Interviene sus teléfonos, jaquea sus correos, lo que solemos hacer en estos casos. Vamos a tener que clonar sus equipos para interceptar sus mensajes emergentes, algo de eso.

—Con impedirles el contacto con la policía ¿Qué alcances le damos?

—Ya lo sabes.

—Bien.

—La semana que viene ya estaré allí.

— ¿Natasha, fue muy dura contigo?

—Nada que ya no sepa. Tú la conoces. Imposible ocultarle algo a la maldita bruja.

Obrecht sonrió a la oscuridad de su habitación. Desde que era un niño enjuto, ella le había aceptado en su casa y dado de comer, sólo porque era quien parecía poder con los demonios de su nieto y lograba arrancarlo de sus abismales silencios.

VERÓNIKA

Regresó a su piso. Tenía algunos pendientes. Informes económicos y ponerse al día con el detalle de sus inversiones. Fuera de sus períodos de oscuridad, era una persona lúcida y con objetivos.

Se maldecía por la deslucida reunión en la que sentía que había perdido el tiempo. Sólo habían obtenido la atención de Obrecht, que parecía ser el que conocía al monstruo mejor que nadie y que podría acercarse a él sin peligro. En internet no encontró nada de él, como ya había imaginado.  Desde hacía varios días, tenía un nombre para la bestia que la había secuestrado. En minutos, tendría su rostro. Era todo lo que precisaba. A su cuerpo, lo conocía demasiado bien. La pintora que había ilustrado la tela con su expresión, la noche que creyó que la seguían para volver a atraparla, se había presentado en su casa.

Anna Lenova, era amiga de Alexei Solanoff y se conocían desde Rusia. Tendría la misma edad que él, era una mujer de cabello negro y rostro adusto, labios gruesos y sensuales. Parecía conocerle íntimamente y durante su breve estancia en casa de Verónika, quedó en claro, que le era leal por completo.

—Pinto de memoria —le aclaró. Mi mente, trabaja como una cámara fotográfica y habitualmente voy por las calles recogiendo expresiones que luego vierto en mis obras. Cuando Alexei me llamó, no me extrañó que quedara impactado por tu aspecto. Tienes esa vulnerabilidad falsa que le vuelve loco —sonrió. Me dejó que expusiera el cuadro, pero pujaría por él para obtener el máximo precio para mi beneficio. Así es él. Generoso hasta el extremo.

Con lo que sucedió, por fin lo halló y se quedó congelada ¡Era ese tipo! Claro que le había visto antes, en funciones benéficas y veladas de gala, junto a su padre. Lo había visto desde hacía años, cuando era una adolescente, él ya rondaba los círculos en los que se movían los que importaban, de manera algo periférica. En ese entonces, le recordaba ser alguien enjuto, muy alto pero sin la notable masa muscular, la extraordinaria corporeidad que había alcanzado en estos años sin la feroz cicatriz que cruzaba media cara, sin aquella mirada de animal acorralado pero no vencido. Una parte de ella, la maldita, la enferma, quería volver a verle, a tocarle, a sentirle, una maldición. Si dejaba que aquella parte de su humanidad ganara la batalla, estaba perdida. Se habría obsesionado con él.

Se pasó una lengua por sus labios resecos. Ya podía reconocer los síntomas, de la irrupción en su vida, o lo que aquello fuera, de aquel oscuro fruto de la venganza pergeñada por Eanraig y el otro ex, Malcom Roberts.

Habían juntado sus diferencias, pero seguirían siendo enemigos. Pensó unos instantes. Si no se abría del dúo, el ruso se vengaría de los tres. Habían traicionado el pacto. Seguramente, Obrecht ya le tendría al tanto. Un desastre al que había sido arrastrada. Seguía siendo tan manipulable como cuando era una niña. Se odiaba por ello, pero ya no le podía poner remedio. A menos que…

Obrecht, atendió la llamada desde su despacho.

—Quiero hablar contigo —la voz ronca de Verónika le puso la erizó la piel.

— ¿Qué es lo que quieres? El tono seco del socio, restalló en sus oídos. Desde luego no poseía el tono profundo, arrastrado y suave de Alexei…

—Necesito aclarar las cosas que sucedieron. No soy estúpida. Sé que rompimos una de las condiciones del convenio, y no fue ésa mi intención. Después de la experiencia que tuve, necesitaba compartirla con ellos, por ser los responsables de todo.

—Me parece, que estás omitiendo una parte de la ecuación, querida. Tú desencadenaste todo ensañándote con Eanraig, que, detrás de su apariencia formidable, es un ser sensible, demasiado para este mundo en el que nos movemos. Imagina que, en manos de Alexei, duraría muy poco.

—Es por eso que te llamo. Sé que él no ha intervenido para mezclar a tu amigo en esto. Todo es cosa de Malcom y no le culpo, pero bueno, ya está hecho. Tampoco él es un santo.

—Lo sé, pero tendrás que entender que, al presentarse los tres en la empresa, han puesto en marcha cierto <<operativo>> que llamaríamos <<control de daños>> y no pienses que puedo interceder con Alexei para que desista de aquello que quiera hacer.

—Imagino que no—suspiró desalentada. Bueno, espero que pueda reflexionar y darse cuenta que sus métodos son difíciles de procesar y que estoy en eso.

Obrecht guardó silencio. Por su parte, ya no le correspondía decir nada. Todo estaba en manos de Alexei.

Cuando, tres noches después se topó con el mismo en una de las tantas cenas a las que asistía acompañando a su padre, no pudo seguir ignorándole, a pesar que Solanoff estaba acompañado por una de las intérpretes de la embajada rusa, famosa por su fría belleza y su profesionalismo.

Él le miró fijamente, mientras su padre los presentaba. La intérprete, miraba para otra parte, demasiado atenta a los millonarios que circulaban copa en mano y, de vez en cuando le echaba a Verónika miradas cargadas de advertencias.

—Quiero que conozcas a mi hija, Alexei, Zeuss observaba con atención al ruso que, imperturbable recorría con aires de propietario el cuerpo de Verónika. No entendía por qué le molestaba aquello. Sabía que su hija atraía las miradas de casi todos los hombres en un salón y eso, habitualmente, le hacía sentir orgulloso, por eso, ahora,  no acertaba a saber qué era la alerta que se había disparado en su cerebro. Fue como presentarle el cordero al lobo. Cerró los ojos ante las imágenes perturbadoras. Se dijo que debería indagar más en ello. Su intuición había sido su aliada para hacer ciertos negocios y había aprendido a no desoírla.

Verónika permanecía parada a su lado, algo tensa, parecía fatigada cuando elevó sus ojos hasta el rostro del ruso que se erguía ante ellos.

—Ya nos hemos cruzado antes —susurró. En otras situaciones parecidas y otras no tanto, pero jamás habíamos sido presentados. Tendió una mano pequeña y extraordinariamente frágil, hacia la mano del ruso que la devoró cuando cerró la suya, reteniéndola.

—De cerca, con luz, señaló las arañas del techo, debo admitir que es más impresionante, Verónika.

El nombre pronunciado con su acento, se adhirió a su mente como cera derretida y caliente. Claro que reconocía el tacto de aquella poderosa y encallecida mano, tibia y conocedora.

Cuando hubieran seguido circulando por la estancia, Zeuss se volvió a su hija.

— ¿Qué demonios fue todo ese jueguecito? ¿Acaso te ha puesto en la lista del rebaño de hembras que tiene?

Verónika sonrió, sacudiendo la cabeza.

—No, padre. Nos hemos visto por ahí, en sitios como éste. Puedo asegurarte que no se me ocurriría acercarme a ese tipo, estando cuerda (no mentía, lo suyo, se originaba en su costado de locura y abandono, cuando no era dueña de sí).

—Espero que sigas así, porque lo conozco un poco y no quieras estar en su radar. Sabes, estas cosas siempre aparecen en las redes, las mujeres le persiguen, es un tipo listo, un Midas moderno y tengo entendido que consume de estas mujeres, señaló en la dirección adonde habían seguido el ruso y su acompañante, que las deja sin explicación y jamás regresa. Eres adulta, sabes que hay tipos algo desviados que en materia de intimidad, no conocen límites y ellas, algunas, no están preparadas para embarcarse con él en ese tipo de actividades.

<<Ese barco ya zarpó>>, en su caso ya había experimentado lo que él podía hacer sentir a una mujer, pensó ella, apretando los dientes y suspirando. <<Sólo necesito seguir en control y perderle de vista>>.

<<No te dejó probar su boca>>, el pensamiento se disparó como un cohete en su mente y decidió doblar un poco el alcohol que se permitiría esa noche. Más del que los psiquiatras habían terminado por aceptar a regañadientes, pero, la situación lo merecía. No eran muchos los casos en los que, raptor y cautiva se cruzaran en un evento social, y que nada anómalo fuera a suceder. Esa noche, si fuera necesario, tomaría un comprimido extra para dormir sin sueños. Con Eanraig, había sucedido algo similar, pero muchísimo menos potente, se le presentaba en sus sueños, los más húmedos y prohibidos que desencadenaron sus otras crisis. No dudaba que esta vez, serían más duros de soportar, verdaderas poluciones nocturnas, se dirigió a la barra.

En cuanto pudo, se disculpó con su padre y tomó un taxi hacia su casa.

En el asiento de atrás, se estiró y descansó la cabeza en el respaldo. No quería limusinas ni nada para volver sintiéndose una princesa ultrajada en secreto. Una princesa muy, pero muy enferma.

SOLANOFF

Despachó a la intérprete que dormía enroscada entre sus sábanas. Esa noche, por excepción la había dejado quedarse a dormir, cosa que odiaba: sentir su enorme lecho usurpado,

Abrió su portátil y comenzó a ordenar la mañana del domingo y la agenda de negocios.

Una y otra vez, Verónika, aquella maldita bruja, se presentaba con su cabello negrísimo, su rostro pálido y limpio, su gesto impávido y, ese cuerpo que…Cerró de un golpe la tapa, maldiciendo en ruso.

No entendía cómo, dos horas después, habiendo saciado su enorme apetito en la escuálida mujer que acababa de marcharse, imaginando que estaría calmado, se sentía presa de una furia extrema, pensando una y otra vez en las mil maneras en que poseería a Verónika Samsó. Se dirigió al gimnasio donde descargó parte de su energía en su saco de boxeo, en la cinta de correr, en los tremendos abdominales a los que se sometió y las pesas atormentadoras, mientras una enorme banda sonora se precipitaba sobre sus oídos, atronando el espacio.

¿Es que acaso debería ir a la empresa a trabajar, como un perro solitario?

¿Llamar a Obrecht? Si algo anómalo se hubiera presentado, ya lo sabría. Miró la pantalla de su teléfono. Nada.

¿Acaso ir a verla? ¿Presentarse a la luz del día, sacarla de la cama a la rastra, y poseerla sobre el piso de la manera más humillante, con su escolta, con la vista fija en el vacío, fingiendo no oír ni ver? ¿Es que acaso, había sido siempre esa clase de bestia abusiva? Recordó la mirada aterrada de Sonya y se detuvo. Hasta allí había llegado. Verónika traccionaba y arrojaba a su mente las imágenes de su ex esposa, cuando la entregó a sus amigos. Cerró los ojos, apretando los puños.

Se duchó y sacando el deportivo negro, se dirigió a la casa de ella.

Para su sorpresa, le estaba esperando. En la escalera que daba acceso a su piso, con una pistola en el regazo.

—No esperaba este recibimiento —dijo Alexei. Estaba pensando que fue un error dejar a mi custodia abajo, después recordé que, durante tu internación, han reemplazado las balas por salva —sonrió. Cabos sueltos…que he tratado de atar en tu ausencia.

Ella disparó sin pestañear y sólo el ruido la dejó aturdida.

El salto del ruso derribándole, haciendo que rodara los tres escalones y el breve forcejeo, fueron suficientes para aterrorizarla. Había sido una bala de verdad y él estaba jugando con la muerte, esa especie de ruleta rusa que le enardeció y se revolvió furioso. Se equivocó si había pensado que ella se acobardaría, y no apretaría el gatillo.

Verónika, se tapó la boca con la mano y se arrastró, trepando los escalones, hasta la puerta entreabierta de su casa, tratando de ponerse a salvo de la ira del ruso. El arma estaba caída fuera de su alcance y sólo atinaba a tratar de ponerse a resguardo de aquella masa de músculos y mirada enceguecida, que jadeaba ruidosamente por la ira.

Pero no llegó muy lejos. La levantó en el aire, como si fuera una muñeca de trapo y la metió adentro cerrando la puerta de una patada.

Tres horas después, ella dormía, la cara bañada de lágrimas. Todavía sollozaba y se quejaba en sueños.

El asalto había sido brutal. En sueños, le pareció oírlo hablar con sus hombres. Seguramente se había comunicado con ellos, para resolver el asunto del disparo y los ruidos que ellos habían hecho con los vecinos.

No había ahorrado energía cuando saltó sobre ella, arrancándole la ropa, furioso.

—Es todo culpa tuya —le gritó, y siguió en ruso. La había cargado sobre sus hombros poderosos hasta introducirla en su piso donde la remontó por las escalas que tan bien conocía, sumiéndola en el infierno de humillación al no poder resistir, el placer, al fin.

Cuando ella salió de la ducha, el café estaba recién preparado sobre la mesada de su cocina. Él, sentado de espaldas, parecía abismado en la contemplación de las vistas de la ciudad que se ofrecían por los ventanales.

Verónika se sentó en uno de los bancos opuestos al que el ruso ocupaba. Le miraba furtivamente y no mostraba señales de querer decir algo.

—Supe por Obrecht de la llamada que le has hecho en estos días. Sólo espero que tengas buenos motivos para aliarte con los que me pagaron para sacarte de sus vidas.

—Si tenerme cautiva y todo lo demás, no es motivo suficiente no sé qué sería. Además, quería mirarles a la cara cuando se los contara y lo que vi, me convenció que no estaban al tanto de lo que hiciste. Así que, el que espero, tenga buenos motivos para hacer lo que hizo, seas tú.

—Sí, confieso que se transformó en algo más personal, pero tenía que asegurarme que no reincidieras. No creo en la terapia y esas cosas, así que empleé los métodos que usó mi abuela con nosotros cuando nos arrojó al mundo para que aprendiéramos a sobrevivir. Tu padre, será muy astuto para hacer negocios, pero criando a su hija deja bastante que desear.

—No eres quién para decir qué está bien y qué no —los ojos de Verónika relucían de furia. Desde el comienzo, he tenido problemas y él ha hecho todo cuanto pudo para encontrar una solución.

—Amparándote, sacándote de la circulación, para que pudieras escudarte detrás de tus obsesiones, sin afrontar lo que has hecho con el hato de hombres con los que te obsesionaste.

— ¿Y tú nunca has cometido errores en esa vida oscura que llevas?

La carcajada de Solanoff la sorprendió. En ella, sólo había amargura y desprecio por sí mismo.

Verónika dejó la taza vacía sobre la mesada. Él se le acercó y sorpresivamente, extendió su mano y le alisó el cabello, como si de una niña se tratara. La tomó por los hombros y la guió hasta el sillón de la sala.

—Te habrá sorprendido que te dejara saber quién era, por mi amiga la pintora. Eso, fue, respiró profundamente, bastante arriesgado por mi parte, pero necesitaba, que supieras mi nombre.

Continuó hablando…

—Sabrás que estuve casado, hace unos siete años.

Ella, supo que no era momento para intervenir.

—Desde el comienzo, la dejé sola, con la excusa de mis negocios, mis viajes, mis eternas reuniones. Fue el tiempo de fundar mi compañía, por eso, me dediqué de lleno a eso. Jamás tuve tiempo para interesarme por ella, por Sonya. Dejaba montones de dinero, tarjetas de crédito para que se entretuviera y no me importunara con preguntas y temas femeninos. Sólo quería llegar a casa y olvidar el mundo de allá afuera. No deseaba escuchar, ni ver nada que alterara mi equilibrio para no distraerme, así que no teníamos casi diálogo, ni presté atención a que mi mujer se volviera una alcohólica y que pasara las noches de fiesta, cada vez que yo me ausentaba en viajes de negocios. Cuando quedó embarazada, ni siquiera sabía si era mío. Hasta ese punto se había deteriorado todo. Ese día, estuve trabajando en casa hasta tarde, esperándole. Quería tratar de arreglar las cosas y cuando llegó, tambaleándose, la llevé en brazos hasta nuestra cama, pero no fue una buena idea. Le amonesté por seguir tomando alcohol en su estado y se burló, diciéndome que al padre no le importaba. Yo, me enfurecí y discutimos. Una pelea a los gritos. Sin esperar al chofer, se marchó de casa al volante y cuando supe que se había estrellado y había perdido el embarazo, enloquecí de la furia. No me  justifico. Sólo describo los hechos.

<<Así que, cuando una semana después le dieron el alta…respiró pesadamente, decidí castigarla y la entregué a mis amigos, los traficantes de personas. Hice que realizaran una prueba de paternidad en el cuerpo del feto y era mi hijo>>.

La expresión de horror que se pintó en el rostro de Verónika, le golpeó como si fuera un puño.

<<A diferencia de ti, no pensé en ella como una enferma, alguien que necesitaba ayuda, desintoxicación, ese tipo de cosas y no intenté nada. Por eso, cuando Malcom me contó los detalles de tu <<adicción>> decidí reparar a mi manera, cuidar de ti, de una manera enferma, lo acepto, pero no sé hacerlo de otra forma. Alejarte a través del terror, de los hombres, sólo para que dejaras de hacerles daño y luego devolverte al mundo real>>.

Verónika, vio el tormento de su mirada. Lógicamente, él no sentiría remordimientos como los demás. Su furia era legítima y defendería sus métodos por siempre, así fuera responsable del trágico final que hubiere tenido Sonya.

—Nunca quise saber qué pasó con ella —como leyéndole el pensamiento, reclinó su anchas espaldas en el sillón, mientras le acariciaba una mejilla con un dedo de su ancha y cálida mano. Lo volvería a hacer, así como lo haría contigo, si me hicieras algo así, aunque ella era débil, pero tú eres fuerte, una y otra vez te has levantado.

—No sabes qué hubiera hecho de ser entregada a tus amigos.

—No lo sabremos. Después de hoy, ya eres libre. No volveremos a vernos. Lo que pasa entre nosotros, es demasiado poderoso para poder encauzarlo. Sé que no debí involucrarme contigo, por eso, debo dejarte marchar. También ellos pueden quedarse tranquilos. Ya no me interesan. Si no pueden librarse de ti, ya no es mi problema. Tú aprendiste lo que puede pasar cuando uno se rinde y cae en las garras de la sombra que anida en cada uno. Yo cargo la mía y seguiré mi camino. Dile a Zeuss que respire, no me acercaré a su preciada niña.

La abrazó y le dio un suave beso en la cabeza, para marcharse a continuación.

EANRAIG

El diseño lucía como una fantástica ilusión óptica. La espalda de Verónika tenía un nuevo tatuaje en tonos negros, grises y esfumados.

Un lobo de ojos grises, en medio de una estepa, que arremolinaba su pelaje en forma salvaje y la soledad se apoderaba de quien observara el desolado entorno del poderoso animal.

En un sillón en un moisés, dormía, plácido, el niño de pocos meses. Su enmarañado pelo negro, le daba el aspecto de un pequeño lobezno.

— ¿Vas a decirle?

—Sí, claro. Está preparado para cualquier cosa, dijo levantándose de la camilla y clavando los ojos en el poderoso contorno de los brazos de su hijo.

Cargando el moisés, se marchó hacia la noche.