domingo, 5 de diciembre de 2021

BRANCH OFF

 


Cuando Lennox llegó a la casa de Collin Awbrey, su padre, se sintió exactamente igual como cuando llegaba a pasar las vacaciones de verano, después del año escolar transcurrido en el internado.

La diferencia era, que Collin, esta vez, estaba en la casa. Esta vez, Lennox no iba a necesitar deambular por la inmensidad de la mansión de los Awbrey buscando algo que hacer, a quién perturbar de los numerosos servidores, o algún pasadizo inexplorado que se le hubiese pasado por alto en veranos anteriores, de tan inmensa que era la gran casa.

El hombre que yacía en la cama, distaba mucho de aquel arrogante padre desdeñoso, frío y distante que  había conocido, cuando llegó de la mano de su madre.

Semi reclinado en la enorme cama, con una bigotera que aportaba un suave flujo de oxígeno, mantenía sus ojos cerrados así como una inmovilidad precursora de la definitiva.

Cuando lo oyó entrar, el anciano le miró, sin modificar un ápice la expresión que le había dedicado toda su vida, como la que se destina a un extraño, que, en definitiva, es lo que había sido Lennox en la vida de su padre adoptivo.

—<<Solo encuéntrala>> —le exigió con voz más firme de lo que se esperaba. Parecía que había estado esperando su llegada y ahorrando energía para su última instrucción. Señaló con un dedo marfileño y delgado el sobre al lado de su cama, en la mesa de tapa de mármol.

Lennox, no había esperado un <<Hola, hijo>> y menos un apretón de manos.

— ¿Por qué no se lo encargas a tus abogados? Le preguntó con voz dura. Lennox le miraba de pie al costado de la cama con ceño adusto y mirada torva.

Había sido moldeado en esa horma férrea de no traslucir sus de por sí, escasas emociones, con un control permanente sobre sí mismo y un cinismo propio del que no espera nada de nadie y menos del padre.

—Porque me lo debes. Si no hubiese sido por ti y tu madre, jadeó Collin Awbrey, ella habría venido a vivir conmigo mucho antes y no habría quedado sola en el mundo después que su madre murió. Jamás me reclamó nada, tosió y esperó unos segundos para continuar. Tú, en cambio, tuviste todo lo que un niño rico puede desear y más. Jamás se te cruzó por la cabeza que no te lo merecieras, solo hacías uso de lo que había sin preguntas. Ahora vete. No quiero volver a saber de ti y ella, cuando la traigas, recuperará aquello que le pertenece.

Cerró los ojos y si no hubiese sido por el cable transparente que aportaba el vital fluido a sus pulmones, o a lo que quedaba de ellos, habría girado la cabeza, para no ver, la expresión de intenso desprecio en la cara de su hijo. La belleza imponente de su difunta madre así como la oscuridad que anidaba en ella. Eso había tenido aquel niño para él, mirándole con sus ojos ambarinos, cargados de reproches, su gesto insolente esperando desde siempre, a que él, su padre, muriera.

Detrás de la voluntad del pequeño yacía la madre, su ex esposa, la impulsora y sembradora de la semilla del odio, la desconfianza, el desprecio y el resentimiento de la mujer repudiada. Y cada verano, allí aparecía con su silencio, sus ojos fríos y su mutismo para torturar sus días y noches, por lo que él aprovechaba para salir de viaje. Llevaba sus negocios donde fuera, con tal de huir del pequeño monstruo, como le llamaba sin disimulos.

Lennox se subió al deportivo negro y con un chirrido de gomas, salió disparado de la mansión.

Se maldecía por haber acudido al llamado de Davies, el abogado de su padre, y escuchado lo que aquel viejo idiota, pero muy astuto, le había transmitido. Idiota, por haberse quedado al lado del ser egoísta que era Collin, pero, eso no quitaba que fuera un demonio en sus tratos comerciales y leal como no lo había sido él.

Justo es decir, que, tampoco el letrado, había recibido el maltrato de un padre despótico, egoísta e indiferente como Collin.

De todos modos, decidió llamarle y concertar una entrevista.

La vida amorosa de su padre siempre le había tenido sin cuidado y lo que hubiera hecho después de haber enviudado, era asunto suyo. Pero, en vida de su madre, sí que le concernía y por eso, odiaba al bastardo con todas sus fuerzas. Elaine, había vivido sus últimos años, consciente de las infidelidades de Collin Awbrey y no había solicitado el divorcio porque estaba muriendo. Se limitaban a existir bajo el mismo techo, aunque ni siquiera se cruzaban, alimentaba un rencor silencioso, de manera que ni siquiera podía decir que se  sintiera humillada. Pero, sorprendía las apenadas miradas del servicio y eso a una mujer que había sido tan dueña de sí misma, le causaba una ira y un dolor sordo, sí, había sido humillada. Su pequeño hijo Lennox, era adoptivo, pero no por ello no se daba cuenta de casi todo y había odiado a aquel hombre a quien le habían enseñado a llamar <<padre>>, desde el día que le conoció cuando tenía cinco años.

Por eso en la actualidad, estar sentado del otro lado del escritorio de Davies, con el sobre en la mano, aguardando, le ponía el cuerpo tenso de furia.

—Lamento mi tardanza, Lennox, se disculpó el abogado. Me imagino que querrás un café o algo después de venir de ver a Collin.

—No me ha afectado demasiado, Robert. La voz de tono ronco y bajo tan típicas del hombre en que se había convertido el niño huraño, no le llamó la atención del letrado. Estaba más que al tanto de la ríspida relación entre Collin y el chico al que había dado su apellido. Es solo que considero innecesario que tenga que ocuparme de buscar una hija de mi padre, su única hija, al parecer y creo que no estaría de más que se lo trasmitas <<oficialmente>> porque considero que no le debo nada. Cada dólar que invirtió en mí, mi madre lo pagó con creces. No se lo dije porque no sabía de qué se trataba. Te confieso, que abrí el sobre antes de entrar en tu oficina y si tienes problemas, se lo diré yo cuando salga de aquí.

—No va a ser tan sencillo, me temo. Davies, clavó su mirada en el semblante airado de Lennox. Hay una cláusula en el testamento que si no la encuentras en tres meses, la fortuna que te deja, aparte de la parte de ella, pasará a un fondo privado.

—Pero eso es trabajo para un detective que es a quien pienso encargar del asunto.

—No. Al parecer, Collin, quiere absoluta discreción al respecto. Nadie debe saber que esa hija ha permanecido oculta y desplazada de su vida. Tu empresa está bastante saneada, pero, por lo que averigüé, mal no te vendrían esos trescientos millones de herencia.

—Así que, el hijo de puta, ha decidido que me arrodille para hallar a su preciosa hijita a la que apartó de su vida y ahora tendré que invertir tiempo y dinero buscando a alguien que apenas recuerdo.

—Trescientos millones, Lennox.

—Ya sé. Es una extorsión, pero en este momento, con ese dinero, podría hacer el salvataje completo de toda la empresa, a pesar de la crisis, Robert. No dejaría gente en la calle que ha trabajado para mí y ha soportado mis demoras en los pagos de salarios y de proveedores.

—Collin me dijo que crearías un motivo más que suficiente para disfrutar de algo más de su dinero, tan fuerte, como para aplacar tu orgullo.

Lennox apretó las mandíbulas con furia. Claro que lo sentía. La mordedura de la ira, del orgullo herido por tener que aceptar la postrera humillación de aquel hombre que siempre le había odiado por el hecho de no ser su hijo. Pero, mirando a su alrededor, pensándolo mejor, se irguió y sabiendo que se llamaría imbécil por toda la eternidad, se dirigió a la puerta del despacho.

— ¿Sabes qué? Dile que no voy a aceptar esto —arrojó el sobre al suelo— y se marchó dando un portazo.

Davies sonrió satisfecho. <<Psicología invertida>>, pensó. Collin era un redomado cabrón y sabía manipular a la gente y conocía mejor a Lennox que si hubiese sido su padre biológico. Ya volvería cuando la realidad golpeara a las puertas en forma de reclamos laborales, deudas impagas, amenazas de quiebra y otras lindezas.

Tres días después, Lennox fue contactado por Victoria Awbrey.

Jamás soñó con tropezarse con ella. Nunca pensó que sería tan sencillo.

Si le hubiesen dicho que ella le buscaría en su oficina, no lo hubiese creído, y sin embargo, allí estaba, de pie junto a su escritorio.

—No te creas que me he desvinculado de mi padre, Lennox—le confesó. Mi madre, como ya sabes, formó parte del personal doméstico de la casa por años y muerta tu madre, se transformó en la amante de tu padre.

Él la observaba sin hacer siquiera un gesto, con la expresión gélida e indiferente tan bien aprendida.

— ¿Y para qué vienes a verme si es a ti a quien reclama en su testamento?

—Me avisaron desde la casa, los que me conocieron de niña, que Collin agonizaba y que habían escuchado conversaciones, así que debo unos cuantos favores a aquellos fieles empleados de la casa Awbrey. En cuanto a ti, te vine a ver para que finjas haberme encontrado, pensé que puedes tomarte unos días para que aparezcas por lo del abogado, como si me hubieses encontrado y cada uno tendrá lo que quiere. Así de sencillo.

—No quiero nada de ustedes, Victoria. Ya rechacé el ofrecimiento de Collin y Davies sabe que no haría nada por encontrarte.

—Siempre puedes decir que cambiaste de parecer.

—No entiendo a qué viene tu intención de beneficiarme.

—No me recuerdas, Lennox, pero yo a ti sí —sonrió con tristeza. Era la hija de una asistente y tú con diez años más ni me registrabas, pero yo te espiaba escondida desde el desván donde se hallaba el dormitorio de mi madre y el mío.

—Ja, me hace acordar a la historia de <<Sabrina>>, con algunas variantes. La sonrisa helada de Lennox la dejó fría. Evidentemente no esperaba un rechazo así tan de plano.

—No vas a hacerme creer que trescientos millones de dólares te vendrían mal…

—No, pero hasta ahora me he arreglado sin la limosna de Collin y pienso seguir así. Si me disculpas, tengo una reunión en cinco minutos y no puedo faltar.

Victoria se encontró caminando por la vereda, fuera del edificio de la empresa del hombre sin modales, que había sido aquel niño solitario y esquivo y que la había ignorado siempre. Suspiró. Por lo menos, lo había intentado. No entendía cómo alguien necesitado de dinero, según los rumores, era tan orgulloso como para decidir hundirse antes que aceptar la ayuda de un hombre que muy pronto sería ceniza de crematorio.

Para el caso, ella tampoco había sido considerada, amada o protegida por Collin Awbrey, a pesar de haber sido su hija biológica, así que, si era por motivos, ambos tenían más que sobrados para despreciarle, solo que ella no pensaba dejarse dominar por un orgullo estúpido, a su juicio y haría usufructo de lo que su padre le dejara, y aun teniendo más motivos para despreciarle que Lennox que ni siquiera era hijo suyo. Se encogió de hombros y se dirigió al bufete de Davies.

Un mes después, bajo una lluvia pertinaz, despidió los restos de Collin Awbrey, con un corazón helado, sin una lágrima perdida y con la misma expresión gélida que había observado en el rostro de Lennox en su oficina. Por lo visto, estaban hermanados en más de un sentido, a pesar de sus orígenes tan distintos. La concurrencia había sido nutrida y la recepción en la mansión le había sabido a farsa. Obviamente, no conocía a nadie de los que allí desfilaron. Collin Awbrey había tenido asociados circunstanciales, contactos, empleados fieles como Davies, pero ni un solo amigo. Esperó ver a Lennox, aunque lo creyó improbable, ya que era una persona introvertida que se encerraba en la biblioteca durante horas sin dirigirle la mirada, a diez años de distancia uno de la otra, era lo más lógico.

A esa hora, Lennox estaba cerrando su despacho para reunirse con unos socios de negocios, que jamás hubiera deseado tener, pero que eran de aquellos que aparecían para imponerse y doblegar.

Y él, prefería hacerlo ante ellos en vez de ser contemplado por los ojos casi muertos de un Collin Awbrey triunfante, y menos aún en la muerte, desde el más allá.

La reunión había durado un par de horas. Los clubes nocturnos donde se practicaba sexo, a partir de entonces, brotarían como hongos, serían fruto de los contactos que él aún conservaba en las altas esferas, pero sería un submundo, al que apenas se asomaría, o eso al menos era lo que esperaba.

Pero las cosas no habían resultado tan sencillas. Necesitaban a alguien <<respetable>> al frente. Sería una buena fachada estar al frente el tiempo necesario, mientras ellos tomaban el control de la ciudad. Inundarían sus calles con toda la porquería que pudieran y ese ya no sería su problema. Él solo habría de ser la rampa, le habían dicho. No se engañaba por un momento pero no le quedaba otra opción. Tenía un escondite, documentos, una identidad secreta, una posibilidad cierta de escape y refugio en cierto lugar sin ley de extradición, con suficientes contactos para tener tiempo de ponerse a salvo si algo fallara. Aunque, conociendo el paño, mientras el aparato burocrático de la ciudad se mantuviera lubricado con dinero, no habría motivo para pensar en eso durante un buen tiempo.

Continuó luego su recorrido rumbo al gimnasio donde practicaba boxeo seis días a la semana.

El encargado que le conocía desde hacía al menos siete años, sabía que esa noche, pulverizaría a cualquier sparring que se pusiera en su camino, por lo que decidió convocar al <<gran Jimmy>>.

Este era como un menhir, monolítico e inconmensurable, poco dado a las contemplaciones y menos con Lennox Awbrey.

El mal carácter de este último era legendario y su fiereza como encarnizado golpeador era materia de discusión. La mayoría de las veces había que rescatar a los que caían bajo la furiosa e imparable lluvia de golpes, por lo que muchos evitaban su compañía.

A la ira que Lennox albergaba en su interior, había muy pocas cosas que la calmaran.

Como su padre adoptivo, carecía de amigos. No había tenido ni tiempo ni ganas de tenerlos. A la amistad, como concepto, la consideraba una debilidad. Los amigos pedían saber cosas, conocían las debilidades de uno, perdonaban lo imperdonable y estaban dispuestos a recordar todo aquello que uno pretendía olvidar.

En cuanto a las mujeres… Lennox solo tenía relaciones de corta duración, apenas algunas semanas, las más duraderas, y ninguna que despertara en su cama. Eso, jamás. Prefería las habitaciones impersonales de los hoteles de categoría, poca información, cero confidencias, nada de charlas después de terminar con ellas, nada de intercambio de celulares, y menos compartir la ducha o el desayuno. Eso sería de una familiaridad inaceptable. Cuando, por razones de empresa, necesitaba una acompañante, recurría a una agencia de escorts,  sin sexo con ninguna de ellas. Podría decirse, que Lennox Awbrey era un rico marginal, refugiado en un mundo privado construido por ingente cantidad de dispositivos para mantenerle fuera de redes sociales, y en general, gastaba fortunas para no formar parte de pools de datos de tarjetas de crédito, información bancaria en general, registros catastrales, antecedentes escolares, familiares y sociales. En un mundo en que cada día se vulneraba la privacidad de miles de millones de personas, podría decirse que él era una excepción a la regla de la figuración. Sus imágenes eran casi inalcanzables porque se rodeaba de custodias elegidos que le mantenían apartado del público en general, mientras que él, se limitaba a recorrer un pasillo angosto de anonimato, en aviones privados, sin datos de entrada y salida, autos con vidrios polarizados, y alejamiento de eventos sociales muy publicitados.

Sus actuales socios no le preocupaban demasiado. Nunca en su vida, hasta ahora, había mandado matar a ningún indeseable, siempre lo había hecho él mismo, sin riesgos de delación y esta vez, si las cosas amenazaban desbordarse, no se detendría.

Victoria Awbrey, para ingresar a su oficina, había tenido que dejar su celular en recepción y había sido escaneada en busca de micrófonos ocultos.

Cuando esa noche, terminó con el <<gran Jimmy>> de rodillas sobre el cuadrilátero, el rostro reducido a una pulpa sanguinolenta, se hizo cargo con una gran cantidad de dólares que cubriría no solo gastos médicos sino que obturaría cualquier  fuga de información del gigante abatido.

Tenía a su disposición, un equipo médico y un quirófano en las afueras de la ciudad, en caso de algún ataque, de manera de mantener alejada a la policía.

Cuando entró en su casa, se quitó el traje, se metió en la ducha y al salir puso en hielo las doloridas manos. La paliza al gigante no había sido gratis.

Le dolía al respirar, no sería extraño tener alguna costilla fisurada. Su rostro indemne, apenas demostró el intenso dolor que  sentía mientras se aplicaba hielo en el costado que había ido adquiriendo un aspecto tumefacto y rojizo.  Sacó la cena del refrigerador, agua mineral y una caja con analgésicos inyectables cuando tratara de conciliar el sueño.

Este era uno de sus puntos débiles: por alguna razón que desconocía, dormía cada vez menos, a pesar de sus treinta y pico de años y eso le disgustaba ya que no quería hacerse adicto a cualquier droga u hormona para lograr dormir aunque fueran tres horas seguidas. Había intentado casi todo y hasta el momento, le funcionaba bastante bien, provocar un estado de agotamiento lindero con el desmayo para lograr cinco horas seguidas de sueño, lo cual era un milagro.

No se cruzaba con sus asistentes domésticas las que apenas le habían visto al pasar. Entraban y salían, se limitaban a hacer las compras, y preparar ocasionalmente sus comidas. De su ropa se encargaba personalmente, llevándola a  lavar en un barrio alejado de su domicilio, así como los servicios de la tintorería para sus numerosos trajes.

Limpiaba escrupulosamente su dormitorio, el baño y su despacho que permanecían cerrados con un sistema sofisticado de alarma. El resto de la casa era aseada de manera tradicional, pero en ausencia de fotos familiares, u objetos de esa índole, poca información brindaba el enorme espacio sobre su habitante.

 Se pensaba a sí mismo como un ser fuera de todo sistema de empatía, de convivencia, solidaridad o necesidad de comunicación. Jamás se había planteado preguntarse si era feliz. Lo consideraba una cursilería fuera de toda discusión y un concepto de creación social, que no merecía consideración ninguna. Pero, era un especialista en crear paraísos para otros, para su disfrute. Los clubes formarían parte de ello. Allí, cada noche, al abrirse las puertas, cada quien daría rienda suelta a sus fantasías, sus deseos y los socios tan selectos como él, celosos de su privacidad,  pagaban verdaderas fortunas, para continuar moviéndose en las sombras.

Sus otras actividades, las más conocidas por sus conciudadanos, carecían de verdadero interés. Solo se trataba de ser escrupuloso pagando impuestos y generoso con sus dádivas.

A los quince días del fallecimiento de Collin, ni siquiera recordaba haberle ido a ver a su casa. Relegado al más completo olvido, podría sentirse orgulloso de la obra realizada por el viejo, con el ser que había crecido entre las paredes de su casa, y las de los internados, lejos de navidades, cumpleaños, contacto humano de cualquier clase, a los que le había enviado en su afán de tenerle lo más lejos posible. Y pensaba en la ironía que significaba que, justo a él, lo considerara algo así como un monstruo.

Prefería pensarse, como  ser un descendiente improbable de Kaspar Hauser, el enigmático joven que habría permanecido encerrado en una jaula, encadenado a la pared durante casi toda su vida y que un día apareció en la ciudad, sin saber hablar, que vivió muy poco y podría haber muerto en circunstancias misteriosas, se decía que por ser hijo no reconocido de un noble.

Sus similitudes, tal vez no fueran fruto de su imaginación. De niño con escasos contactos familiares, carente de contención emocional y  nulo apoyo maternal, había desarrollado escasa empatía y socializar no era uno de sus dones, precisamente.

Una noche, a los dos meses de la muerte de Collin,  sonó  el timbre. No esperaba a nadie y por más que escudriñó la pantalla conectada con la cámara, no pudo detectar nada. Pocas cosas, detestaba tanto, como sentirse invadido en su propia casa  sin previo aviso.

Decidió revisar al día siguiente, por las dudas, el aparato del demonio podría haber estado movido, o girado en un ángulo equivocado, al ser limpiado por la asistente.

Tenía una extensa superficie parquizada del portón de entrada hasta la puerta de su casa.

Jamás le habían permitido tener un perro y a esta altura ya había perdido esperanza de necesitar alguno entrenado para vigilar. No le interesaba tener ningún ser vivo que dependiera de él tan cercanamente. El jardinero podía con las plantas del jardín, pero un perro… creaba ciertos lazos, generaba sufrimiento incómodo, que creía, alguna vez, haber experimentado de niño, al morir el que había en casa de su padre.

Cuando golpearon la puerta con los nudillos, suavemente, se sobresaltó nuevamente.

Instintivamente, se llevó la mano a la cintura y extrajo el arma que jamás abandonaba. Tenía una endiablada puntería fruto de intensas horas de prácticas en su polígono.

Entreabrió la puerta. Por la mirilla tampoco había podido ver de quién se trataba.

No mostró sorpresa cuando vio a Victoria parada en su umbral, casi totalmente tapada por una caja de cartón, que a duras penas, sostenía en sus brazos.

—Perdona que venga a estas horas, pero es cuando me desocupo —susurró. El viento revolvía su pelo y lo echaba de a ratos sobre la cara, y con las manos ocupadas, ella hacía gestos bruscos con el hombro, para apartarlo y despejar su visión. No tienes celular o tu número no figura en ninguna parte y no me pareció adecuado llevarte esto a tu oficina, así que, Davies, me facilitó tu dirección.

Él se hizo a un lado por toda respuesta y ella entró, haciendo un marcado esfuerzo bajo el peso de la caja que depositó en el suelo ni bien entrar. Ya se encargaría de arreglar al viejo abogado, el fiel perro a sueldo de su difunto padre ¿Qué parte no había entendido de no facilitar a nadie su dirección? ¿Es que andaría precisando un recordatorio físico el vejete que no debía enviar a nadie a husmear? No le importaba si el hombre ya era mayor, necesitaría que le refrescara la memoria. Él no era Collin Awbrey y quería mantener alejado al abogado tanto como fuera posible.

— ¿Qué diablos es eso? Gruñó Lennox.

—Lo que había en casa de Collin. Estuve limpiando y encontré estas cosas que creo que te pertenecen o por lo menos tienen que ver contigo. Parecía disculparse y eso le irritó.

— ¿Acaso te pedí que me las trajeras? Le espetó. No debo necesitarlas porque si no, me hubiese encargado yo mismo de ir a buscarlas o Davies me hubiese avisado. Su voz se hizo más ronca.

—Bueno, el hecho es que la casa está alquilada y necesitaba terminar de una buena vez con todo. No me importa qué es lo que hagas con ella, pateó ligeramente la caja, sólo fue un gesto de buena educación. Si no te sirven, decide tú qué hacer con ellas. No pienso quitarte más tu valioso tiempo. Ya me advirtió Davies que no viniera, pero por esta cosa, no pensé que montarías este drama de novela barata —le dijo, observándole hosca.

—Bueno, ahora que ya sabes donde vivo, te haré una advertencia—la voz ronca de él apenas era audible y podría ser casi considerada una sibilante variante de algún ofidio.

—Ya sé, no te gastes, hermanito —contestó Victoria comenzando a marcharse—apareceré flotando en el río si se la doy a alguien.

Ese calificativo pareció ser la rotura en el dique de contención de Lennox. En dos saltos, la atrapó por los hombros, la hizo girar y le enfocó la cara agachándose hasta poner su rostro casi pegado al de ella.

—No te lo tomes a la ligera, ni en broma. Primero, no soy ningún <<hermanito>>, ni nada tuyo. Segundo soy muy celoso de mi privacidad y ya arreglaré cuentas con el senil de Davies y tercero, te aconsejo que no regreses por aquí, así encuentres un legado a mi nombre de miles de millones de dólares. Solo díselo a él, que para entonces, se habrá recuperado de lo que pienso hacerle.

Ella se desasió con un brusco tirón, se arregló el cabello que caía sobre su cara y le miró furiosa.

—No trates de intimidarme y ahora la que te advierte soy yo: si al señor Davies, le llegara a pasar algo en estos días, te denunciaré a la policía, maldito bastardo.

Las últimas palabras restallaron en sus oídos como si le hubiesen asestado una puñalada.

Apretando los dientes le dijo: <<soy un bastarde, en lo que a mí respecta. No recuerdo a mi verdadero padre, y ahora que Collin ha muerto, he iniciado los trámites de desafiliación, así que seré un completo bastardo>>.

Ella, sonrió. Entrecerró sus ojos y le dijo en un susurro:<< imagino que el pobre huerfanito soportó estos años el peso de llamarse Awbrey con la esperanza de ser su heredero y ahora… Una pena, vas a tener que inventarte alguno. Si quieres te presto el mío>>.

—No juegues con fuego —le advirtió él. Jamás le pegué a ninguna mujer, pero siempre puedo cruzar esa línea y entonces verás de lo que soy capaz.

Ella, decidió no tentar más a la suerte y se dirigió con presteza a su auto, pero, antes que Lennox cerrara la puerta, se volvió y le dijo: un día, Lennox como te llames, vamos a encontrarnos, en un terreno neutral, y allí sabrás quién soy, de verdad, y entenderás por qué no me pongo a temblar ante tus bravatas. No eres la única víctima del monstruo que fue Collin Awbrey. Ah, y por cierto, mi apellido a partir de cobrar la herencia, ya es oficialmente Arwood, como mi madre. Te gané. Riendo como una niña traviesa, se metió en el pequeño utilitario y partió rápidamente a la salida.

Cuando hubo cerrado la puerta, Lennox todavía podía sentir el corazón martilleándole en el pecho. Le costó ganar aire, los oídos le zumbaban y tenía las manos agarrotadas de tenerlas en los bolsillos, por el esfuerzo que le costó no estrellar su bonito rostro contra una de las columnas del porche. Había advertido que era delgada, de huesos pequeños y muy buenas formas, pero que nada le costaría menos que tirar su cuerpo en cualquier vertedero, cuando fuera convenientemente de noche.

Se desplomó en el sillón que daba al ventanal donde se apreciaba la bahía, y los últimos rayos del sol. Miró la caja de soslayo y no dudó que pasaría bastante tiempo antes de sentir deseos de abrirla. Ignoraba qué contendría, pero recordaba haber sido muy cuidadoso con todo lo que se llevó de la casa del viejo y estaba seguro de haber descartado cuidadosamente cualquier objeto o documento que le vinculara con aquel ser detestable.

Pensó en el viejo abogado. No le convenía llamar la atención lesionándole ya que la entrometida de la joven podría llamar a la policía y en estos momentos, con sus nuevos socios dando vueltas tan cerca, lo que menos le convenía era despertar la atención de las autoridades.

Pero, tenía que asegurarse de no volver a ser importunado. Odiaba dejar cabos sueltos.

Llamó a Robert Davies a última hora, cuando calculó que el anciano estaría dormido y le pescaría con la guardia baja.

La voz adormilada de Davies, le sonó lejana y cascada. Cuando comenzó a hablarle, casi pudo sentir el esfuerzo por despabilarse que hacía y sobre todo cuando su voz seca, algo irritada, le hizo llegar el mensaje. Sabía que hablaba de una conexión segura pero aun así, decidió que el mensaje fuera breve, claro y directo a la mente del letrado.

—Robert, te agradezco que le hayas facilitado mi dirección a la señorita Victoria. No sabes cómo lo aprecio. Casualmente, comentaba con mis nuevos socios, que han venido de Detroit, que nada me gustaría más que hacer una reunión familiar. Ellos están solos aquí y todavía no conocen a nadie en la ciudad, ya sabes.  Así que… te espero el fin de semana que digas, cuando no juegas al golf,  trae contigo a tus adorables nietas, Shirley y Lucy, y cualquier amiga que deseen. Tengo una piscina cubierta climatizada con vistas a la bahía y la vamos a pasar muy bien, eso, te lo aseguro. A veces lamento no tener hijas de su edad para que fueran amigas… pudo escuchar el jadeo del viejo y supo que su mensaje había llegado. Le deseó buenas noches, después de excusarse por la hora.

Casi en penumbras, el salón tenía cierto brillo fantasmal, por la cantidad de superficies pulidas de mesas, repisas de piedras duras que reflejaban ciertos rayos aun atrapados allí. Debajo, en el valle, ya se percibían los primeros destellos de las luces de calles y viviendas. Sonrió satisfecho y más tranquilo, se propuso planear qué hacer con la desafiante <<hermanita>> que había surgido de la nada. Claro que la recordaba. Acechándole entre los arbustos, trepada a un árbol, las piernas delgadas, como una torpe y pequeña jirafa. Animal desgarbado que se había convertido en una mujer delgada, pero voluptuosa en los lugares justos.

Una legítima Awbrey, alguien que se notaba ambiciosa, porque como él, no había dudado en conservar su apellido, genuino, y, a diferencia de él  que había cedido a regañadientes a ser adoptado por el entonces marido de su madre, se aseguró de haber heredado lo que le correspondía. Y ahora, había vuelto a restregarle su propiedad y a echarle, simbólicamente con esa mísera caja de cartón enmohecido, exponiendo, que en la casa, todavía hubiera algo de él, el no deseado, el intruso. En pocas palabras, se sentía humillado, desalojado, como un paria, el bastardo que era.

Abrió su portátil y comenzó a rastrear datos de ella y poco le costó enterarse que era periodista, una buena cadena de noticias y diarios digitales. Lo suyo, parecía ser la investigación y en su haber estaban enlistados, los casos más resonantes que la joven talentosa había expuesto. Nombres conocidos, personajes de los bajos fondos, bandas criminales, especialmente aquellas vinculadas con la trata de personas, parecía tener cierta inclinación por librar una guerra personal contra los abusadores de niños. Lo sabía. Imaginaba que Collin había pertenecido a cierta red que ella habría descubierto y por eso, un día se había marchado y dejó a su madre en compañía del monstruo. Tal vez eso fueran puras especulaciones. Por allí vendría la pista cuando se refirió a que él no había sido la única víctima. No obstante eso, aunque esa fuera la causa de su cambio de apellido, su aversión y el empeño que puso en desaparecer de la vista de Collin, jamás había ido lo suficientemente lejos como para perderse algo de la vida de su padre. Algo raro, o no tan típico de las personas abusadas que tratan de esfumarse de verdad. No había costado nada hallarla porque ella es la que había aparecido. Todo bastante extraño.

No podría titular de venganza lo que haría, ya que en lo personal, esos gestos no eran tan irritantes, después de todo, era una caja, por el demonio. No, lo que necesitaba realmente, era rehacerse, recobrar ante ella, el respeto y el temor que sentía que debía imponer. Antes que nada, debía evitar a toda costa que Victoria iniciara una investigación sobre el <<hijo adoptivo>> de Collin, y eso complicaría su situación no solo en lo personal, sino comprometiéndole con sus nuevos socios.

Durmió pesadamente, luego que ella se hubiera esfumado lentamente de su mente, cerca de las cuatro de la mañana. Ese día, a las once tenía una reunión a la que no podía faltar.

Se vistió, después de salir de la ducha, ese día golpearía sacos de arena humanos, como le gustaba imaginar.

Apenas desayunó con una taza de café del tamaño de un tazón para avena y salió zumbando de la casa.

No estaba para sonidos estridentes en el auto. Habló por teléfono durante casi todo el trayecto. No vería el contenido de la maldita caja hasta no sentir que así debía ser.

Victoria Arwood, ahora había reemplazado el rótulo en sus carpetas, en el cartel de su oficina y en todo lugar donde estuviera el antiguo <<Awbrey>>.

Su jefe estaba esperándola y, puntual como siempre, se reunió con él en su espaciosa oficina del ático de la torre.

—Tengo novedades —anunció Harry Evans. El veterano y cínico periodista estaba a solas en ese momento, le indicó que se sentara frente a su escritorio.

—Tengo una muy buena información, al parecer,  ha desembarcado parte de la mafia de Detroit, para hacerse con los clubes nocturnos, y contando con un socio inmejorable, impoluto e intocable como tu… lo que sea, hermano, o eso, Lennox Awbrey. Sería un bombazo.

Ella suspiró. Lo que le faltaba.

— ¿Es imprescindible que lo maneje yo?

—Promete ser algo muy grande, Victoria.

—Y muy peligroso, Harry.

— ¿Puede ser que sea la primera vez que empleas esa palabra? ¿Desde cuándo te intimida a ti algo que sea <<peligroso>>? Reforzó la palabra con el gesto de ambas manos.

—Desde que conocí al Lennox adulto, Harry. Desde niños siempre le veía, ya sabes, como el hijo del dueño, del jefe de mi madre y siempre me evitó, huraño como era y siempre me sentía en peligro ante su presencia. Anoche, cuando le llevé una caja con algunas cosas que quedaron en el altillo, que le pertenecen, sentí que si cree que debe asesinarme, va a hacerlo y personalmente. No exagero. Ese tipo está enfermo, es una fiera oscura, un mal bicho lleno de odio. No me pagas tanto como para exponerme así. Imagínate que no le costará nada detectar quién está detrás de alguna investigación que le vincule con los tipos de Detroit, y, créeme, no habrá lugar en esta tierra donde pueda esconderme si sale a la luz algún negocio turbio donde ellos estén involucrados, los políticos y policías que fuere.

— ¿No estarás exagerando?

—Te aseguro que no, Harry. Es una mala bestia. Imagínate que prefirió cualquier cosa antes que aceptar buscarme para que Collin muriera en paz, perdiendo trescientos millones de dólares, que le hubieran permitido sanear sus empresas en riesgo. Tal es el odio que le tenía al viejo.

—Bueno, piénsalo. Sino mañana, le paso el caso a Lydia. Esta era una periodista veterana y ducha en lides de investigación <<pesada>> que había orientado a Victoria en sus comienzos.

—No, Harry, déjalo, lo tomaré yo. No sé si la <<cercanía>>, por decirlo de alguna manera con Lennox Awbrey, me dará ciertas ventajas, aunque desde ya sabemos que es famoso por su hermetismo.

—Deberás ingeniártelas, descubrir su talón de Aquiles, como todo el mundo, solo tendrás que encontrarlo.

Victoria había estado al tanto de la compleja personalidad del hombre en cuestión, pensaba que estaba más cerca de la locura que nadie que conociera y debía confesarse que le inspiraba cierto temor. Había podido ver el extraño diseño en sus ojos, cuando le increpó furioso, que le intrigó sobremanera. En efecto, tenía cierta configuración vertical de ambas pupilas, como se advierten en los ofidios y reptiles. Tal vez fuera algo constitucional, pero jamás había visto ese patrón en los ojos humanos.

Lo que debía pensar era cómo atraerlo, logrando que se abriese y confiase en ella. No disponía de tanto tiempo y estaba casi segura, que por el lado de la confianza, era transitar una vía muerta.

Esa misma noche se puso en contacto con las personas que habitualmente colaboraban en sus investigaciones. Esa el principal motivo por el que le costaba obtener algún margen de ganancia en su trabajo. Con el monto de la herencia de Collin, tendría más que suficiente, para dejar de trabajar, pero, el periodismo, desde que era una niña, le había fascinado y la labor de investigación era una actividad por lo menos excitante.

Se reunieron en su casa, y sus tres colaboradores llegaron con sus portátiles y algunos otros artilugios.

Víctor Stanton, llevaba los micrófonos.

Cuando hubieron dado cuenta de la comida rápida en la sala de Victoria, comenzaron a intercambiar planes y estrategias.

—Tendrías que colarte solo una vez más en su casa —concluyó Víctor. Te indicaré dónde convendría ubicar los micrófonos. No puedo interceptar su teléfono móvil, porque usa equipos especiales. Nos ocuparemos de las cámaras,

—Pero ¿Y si tiene esos sensores de micrófonos? Victoria aventuró su hipótesis.

—Pues deberás abordarle desde otro ángulo.

—Yo creo que localizar a alguno de los de Detroit, sería más productivo —Rose hizo volutas de humo de su cigarrillo. Victoria, no tenía problemas con los fumadores, no era una obsesiva de los ambientes limpios y solo quería que esa noche saliera de allí algo concreto.

— ¿Acaso tienes idea de lo peligrosos que son esos tipos? El gesto de pavor de Leo, no dejó de sorprenderles. Era por todos sabido que Victoria le gustaba, pero además, tenía razón.

—Solo puedo decirles que, por ejemplo, en dos semanas, hay una fiesta de re-inauguración de uno de los clubes, el más grande y que ha estado cerrado por <<refacciones>> —anunció Rose, triunfante; su nariz sumergida en la pantalla de su portátil. Es absolutamente necesaria la invitación. Dejó caer los hombros, algo desanimada.

—No puedo tocarle el timbre y decirle <<Hola, Lennox… ¿Por casualidad no te sobra alguna entrada? O… ¿Tienes con quién ir a la fiesta de tu club? —la mueca de Victoria, tampoco contribuyó a elevar el ánimo.

—Te dijo Harry que buscaras sus puntos débiles—recordó Leo. Por lo que veo, este tipo es un extraterrestre.

—No les conté lo que he visto, aunque tal vez, no tenga ninguna importancia —Victoria se sentó en el borde del sillón. Tiene las pupilas verticales como los reptiles.

—<<Síndrome de ojo de gato>>, la voz suave de Rose Biener, los dejó pasmados y continuaron en silencio escuchando lo que seguramente seguiría. Al parecer, es una anomalía cromosómica del par 22, que determina pupilas verticales, y otras malformaciones renales, anales, cardíacas, esqueléticas, en la piel de las orejas, retraso mental… o puede ser la única manifestación que se llama <<coloboma>> de la pupila.

—Eso, no nos lleva a ninguna parte. Lennox, hasta donde recuerdo, ha sido siempre muy saludable y jamás he escuchado nada que permitiera sospechar que tuviera algún problema. Creo que en todos los veranos en que lo he visto, jamás le he visto enfermo —recordó Victoria.

—Por lo que puede verse, tu <<pariente>> está <<cañón>>, rió Rose.

—Sí —admitió Victoria— es una pena que un hombre tan guapo, tenga ese carácter tan horrible y esa mente retorcida… Les contó el episodio de la caja de la noche anterior.

—Nos estamos alejando del objetivo —refunfuñó Leo. No sé ustedes, pero tengo sueño y mañana debo madrugar, así que propongo que esta noche y mañana, cada uno pensemos algo y nos reunimos.

—Creo que lo del club y un encuentro <<casual>> con él o trabar alguna relación con uno de los de Detroit, o alguien que aporte datos, será la única oportunidad —Víctor terminó de redondear.

—Ustedes porque no arriesgan nada —la voz de Victoria sonaba tensa y algo aguda. No le conocen. Puede ser un tipo cruel y ambivalente. Me demostró que no tiene el menor interés en volverse a cruzar conmigo.

—Llamaré a alguien para tratar de conseguir un pase —dijo Leo. El resto, corre por tu cuenta. Eres la que más arriesgas, la cara visible, pero cobras más, no lo olvides—Leo le guiñó un ojo.

Victoria puso los ojos en blanco.

—En el catastro —prosiguió Rose—figura como único propietario. Tal vez, en la oficina, nos brinden alguna información.

— ¿Dónde está ubicado el club? Victoria se sirvió café y volvió a sentarse. La vida nocturna nunca había sido lo suyo.

—Aquí. El dedo de Rose se posó en un mapa de su celular. Observa el barrio, querida. Se nota que está en un sector muy selecto.

— ¿No sería posible que alguien les denuncie por ruidos molestos y esperamos su reacción?

— ¿Cómo quién? Digo, el denunciante —Víctor parecía pensar con rapidez.

—No lo sé, es algo que se me ocurrió. Hacerles enojar, obstruirles la re-inauguración, que tuvieran una clausura y que se pongan nerviosos. Allí comenzarán a moverse y se notará. Llamarán a cierta gente, no sé, imagino que harán jugadas imprudentes, presionarán a ciertas personas… Victoria terminó de beberse el café y se echó un mechón de pelo hacia atrás.

—Esa es buena —se entusiasmó Leo. Además, se nota que te has quedado algo enojada con el trato que el salvaje te ha dado ¿O me equivoco?

—La verdad es que nunca esperé que me ladrara de la forma en que lo hizo y me molestó. Además le ofrecí en su momento, un trato más que generoso y faltó poco para que me arrojara escaleras abajo. Aunque preferí pensar que estaba pasando por un momento difícil. Cuando le llevé la caja, se pasó tres pueblos.

—Bueno, ahí tenemos una punta. Es una zona bastante residencial y aunque fuera insonorizado, los autos que salen, entran, el movimiento típico de un lugar como este, creo que alteraría al vecindario —Víctor los miró de uno en uno.

—Si no podemos entrar, deberíamos grabar el ruido exterior —Rose era práctica. Esta gente es muy celosa de sus invitados. No creo que podamos conseguir algún pase. Podríamos generar una <<falsa riña de borrachos>> en la puerta, así lo documentamos, la prensa estará allí y luego comenzarán las especulaciones y trascendidos cuando les coloquen la faja de clausura.

—Conozco un par de tipos que por dinero se pelearían dentro del mismísimo vaticano —Víctor se entusiasmó.

—Mañana terminamos —concluyó Victoria. Seleccionaremos lo mejor. Recuerden que no tengo tiempo de elaborar algo demasiado complicado.

Victoria durmió poco y al día siguiente, no tenía mejores ideas que el anterior. Sus métodos, lo aceptaba, no eran de lo más éticos, pero, después de todo, se trataba de mafiosos buscando expansión para lavar su dinero y sembrar la ciudad con sus basuras, no había porqué tener tantas contemplaciones.

En cuanto a Lennox, no parecía ser mejor que ellos. Hubiera sido más sencillo aceptar lo que ella le había ofrecido en bandeja que asociarse con esa clase de gente. Y menos riesgoso. Hasta donde sabía, siempre había vivido bien y esta declinación de sus negocios, sería momentánea. Aunque, de caer la banda de asociados, él no correría mejor suerte. Era el socio local, el dueño de los contactos, el facilitador. En ese punto, no se sentía tan segura de permanecer indiferente con alguien que, en realidad solo la había tratado con rudeza, con problemas y que ella bien pudo acercarse al abogado y que él se encargara. Si era sincera, quería hacerlo en persona, porque, porque…Lennox le gustaba. A su pesar, le había gustado desde que era tan solo una niña y él un huraño adolescente que ni caso le hacía o a lo sumo, le gruñía cuando le dirigía la palabra.

Pero, no le había ocasionado ningún daño. Por el contrario, se había apartado cuidadosamente a partir de la lectura del testamento.

Un ramalazo de culpa rozó su mente. Lo empujaría a un sitio en el que no había pensado. Hasta podría acabar en la cárcel. O algo peor. Tal vez sus socios fueran de los que descargaran su furia con él y eso solo podía conducir a un solo resultado. Trató de apartar imágenes de Lennox hallado en un callejón, el traje caro empapado en sangre, el cabello negro caído sobre los ojos sin vida y aquellas pupilas verticales resaltando en sus iris amarillentos, fijas y sin brillo.

Sacudió la cabeza. No empezaría con eso. Cuando llegara a aquel puente, vería. Tenía que moverse con cautela y hacerse invisible a los ojos de él, para investigar a sus espaldas.

Por empezar, llegó hasta la zona donde se llevaría a cabo la re-inauguración del club y estacionó el auto por breves minutos.

Este era un edificio de magnitudes imponentes, aunque solo podían atisbarse a través de las rejas de la entrada. Luego todo era un recinto amurallado. Se notaba que había sido una mansión de estilo victoriano, con sus torres, escaleras y techos en complicados encuentros. Un sistema de cámaras de vigilancia, hizo que acelerara y pasara con los vidrios oscuros levantados. Era una calle de poco tránsito y el sitio contaba en la calle con escasas propiedades similares. Por lo demás, estaba rodeada por extensos jardines, y una entrada de autos que se imaginó, circularían alrededor de una fuente, deteniéndose para dejar a los invitados y continuar hasta el estacionamiento en la parte posterior de la propiedad.

Era muy poco probable que se pudiera montar una pelea en la calle, alejada como estaba de la suntuosa entrada. Eso, estaba casi descartado. Maldijo en voz baja. El tiempo corría y pocas opciones le quedaban.

Lo más artero del mundo, sería alertar de un artefacto explosivo y provocar una estampida en masa, y, aunque eso  agitaría el avispero, llamando la atención de la prensa apostada afuera, nada indicaba que sería conveniente investigar el origen del dinero que sostenía el gasto de la re- inauguración. Tal vez, enfocar la atención del público sobre una autorización para funcionar ese tipo de establecimiento en un barrio residencial, concretar algo así, podría ser más sencillo.

Había descartado provocar un incendio. Estas cosas podían tornarse inmanejables y ella no quería tener sobre su consciencia la vida de personas ajenas a sus propósitos. Después de todo, se trataba de una investigación periodística, casi lindero con la prensa policial, pero podía ser algo muy grande y este, solo el comienzo.

Esa mañana, sus socios, no aportaron nada nuevo. Estaba todo en gestión. Parecía que los funcionarios que siempre habían atendido sus teléfonos, ahora, por alguna razón eran inhallables.

— ¿Y si me aparezco con una última caja? La voz de Victoria les sacó de sus tareas a los otros tres.

—Se me ocurre que le drogues y entran juntos al estacionamiento y que pase por estar borracho… Rose suspiró frustrada. Olvídense, no bebe. Está blindado, chicos. Es de otro planeta.

—A menos que seas su talón de Aquiles —Víctor la miró por sobre su máquina.

—Necesitaría seis meses, por lo menos —musitó Victoria. Ni utilizando hipnosis o perdiera la memoria. Me detesta. No olviden que soy la única hija legítima del hombre que ha odiado toda su vida…Mi oferta de cobrar esa inmensa cantidad de dinero, le humilló y como es tan resentido, jamás lo olvidará.

—Narcisista —gruñó Leo. Ya odio a este tipo.

—Acá conseguí una lista de sus socios de Detroit —Rose retiró la hoja de la impresora.

—Estos nombres no me dicen nada.

—Tres de los más peligrosos, por lo que pude ver. Vinculados con crímenes en su ciudad, de los que han salido más limpios que antes. Son intocables.

—Buscaremos la debilidad de ellos, entonces —Victoria observó los rostros. Aterradores, en más de un sentido.

—Bueno —sonrió Rose. Son divorciados, todos, gustan de las chicas, ya sabes. Las facilonas y vulgares, tendrías que esforzarte con tu porte aristocrático, querida. Rubias, de formas generosas —sacudió la cabeza. Engorda unos cinco kilos, tíñete el cabello y cruza los dedos. La competencia es feroz.

—Sabes que eso no es lo que hago —Victoria parecía molesta. Además, si me dejara caer por allí esa noche, Lennox debe haber buscado mi perfil y estará al tanto que ando husmeando. Hay que hacerlo de otra manera.

Con desgano,  Lennox levantó la tapa de la caja con la punta de su zapato.

Se agachó y la levantó colocándola sobre la mesa del café.

Dentro había una pila de papeles doblados y fotografías.

Las imágenes de su madre, en traje de noche, al pie de la enorme escalera, sonriendo a la cámara. En París, tomada de su mano, por entones, de unos cinco años, que, con ceño fruncido observaba al fotógrafo, seguramente Collin. Otra, le mostraba en traje de graduación, su partida de nacimiento.

Estaba seguro de tener el original en casa.

Cuando la abrió y la leyó, se quedó frío. Su nombre estaba, casi al final, pero el nombre de su madre no coincidía con la mujer a la que había considerado como tal todos estos años. Donde debería figurar el nombre de su padre estaba en blanco.

Fue raudo, hasta su estudio y abrió la caja fuerte hurgando entre los papeles.

La partida de nacimiento rezaba Elaine Higgins. Comparó con el otro papel y el nombre de la mujer era Mary Jane Thortorn.

Como si de un cachorro se tratase, se habían cambiado los nombres de los compradores, intercambiando, en este caso a las madres. El padre, obviamente un desconocido sin datos. No solo era un bastardo, sino que, además había sido vendido y adoptado o entregado en adopción. Genial.

Pateó la tapa de la caja que había caído de nuevo al suelo.

Entregaría la documentación a Davies y que investigara su verdadero origen.

A ello, le siguió una ficha médica de un hospital en Faibanks, Alaska. Se hacía mención a los controles que habían sido llevados a cabo durante un año y medio, de ese niño que aparentemente había sido, de nombre Lennox Thortorn, que padecía un síndrome llamado de <<ojos de gato>>. Al parecer, luego de exhaustivos estudios, no le habían detectado ninguna otra malformación, por lo que le otorgaban el alta y ese, parecía haber sido el momento en que Mary Jane Thortorn había considerado oportuno desembarazarse de él. Al parecer, la mujer quería asegurarse que entregaba mercancía sin daños, pensó con ácida amargura.

Cuando estaba por cerrar la caja, observó en el fondo, doblada, la hoja de un cuaderno de espiral. Era un dibujo infantil. No hacía falta ser Winnicott para darse cuenta  lo que representaba.

Debajo de la figura de un hombre de gran tamaño y aspecto amenazante, otorgado por cejas pobladas, una mujer diminuta de cabellos oscuros le miraba, ella, puro ojos marrones. Detrás apenas asomando a la altura de sus caderas, una cabecita de cabello oscuro sin facciones visibles, antes bien, oscurecidas a fuerza de borronear con los dedos para hacerla irreconocible. Así que esa era la historia familiar de Victoria al lado o bajo la mirada de Collin, su padre biológico.

Apartó la hoja de papel y la guardó en la caja fuerte. Necesitaba apenas unos datos más y su querida <<hermanita>> estaría fuera de su radar, si continuaba importunándole.

Apartó esos papeles y procedió a sacar copias para el abogado. A esta altura, no quería llevar ninguno de los tres apellidos que danzaban ante sus ojos y para ello, solo quedaría satisfecho de poder elegir lo que le hiciera sentirse libre de aquella forzosa orfandad por partida triple.

Al día siguiente, dejó en la oficina del abogado la documentación. Robert Davies no hizo mención alguna de la llamada que había recibido de él, hacía dos noches. Aceptó encargarse del tema y manifestó no estar al tanto de nada.

—Yo fui el abogado de Collin —aclaró. Lo relativo a su esposa que ya venía con un hijo, ya no era de mi incumbencia. Solo gestioné para ti, el apellido Awbrey. Creo que por entonces, ellos estaban recién casados y Collin hubiera aceptado cualquier cosa, hasta adoptarte.

—Luego que quede claro parte de mi origen, quisiera  cambiar mi apellido. Pensaré alguno y te lo diré, así haces las gestiones, Robert. El tono suave de su voz, era más peligroso que sus explosiones de furia.

Fue esa noche que recibió una llamada de un número privado. Pensando que era alguno de sus socios, decidió atender.

Había pasado el día reunido con ellos en el club, luego había ido al ayuntamiento donde había tocado ciertas puertas y mantenido reuniones y, satisfecho había regresado a su casa.

Entrenó durante dos horas y estaba por irse a duchar cuando el móvil sonó.

—Soy Victoria —la voz suave de ella tuvo la virtud de erizarle los pelos de la nuca. Estaba sudado, cansado y ya quería dar por terminado el día.

— ¿Y ahora qué quieres? De mala manera le ladró al  otro lado de la línea.

—Empezamos con mal pie, Lennox. Creo que debí entregarte todo a través de Davies. Debes haber tenido la sensación que fui a husmear a tu casa.

— ¿Acaso no fue así? ¿Te faltó averiguar algo? ¿Viste el contenido de la caja? ¿O encontraste más información? Tal vez, con lo que ya sabes de mí, puedes hacer una publicación de esas que tanto les gusta a los carroñeros.

—No, mira, sé que no es de mi incumbencia, pero…estuve pensando que tal vez, deberíamos reunirnos en algún lugar neutral para aclarar algunos puntos y luego no volverás a verme.

— ¿Para qué querría reunirme contigo? No aceptaré chantajes para no publicar cosas que hayas averiguado.

—No es mi estilo.

— ¿Cuál es ese estilo? ¿Pasar por delante del Fénix y detenerte a espiar?

Victoria se quedó sin habla.

— ¿Crees que no se nota cada automóvil que se detiene enfrente y el conductor observa el interior, no se baja y luego arranca? Las cámaras hacen su trabajo, Victoria y la gente que trabaja para mí, es profesional.

—Tenía curiosidad. Corren rumores que estás por re-abrirlo en breve y todo el mundo que importa querrá asistir. Eso era lo que quería hablar contigo. Mi jefe me ha encargado que haga una nota de tu <<resurrección>> y obtenga una entrevista con el dueño. Siempre has sido noticia, aunque no quieras dar entrevistas, pensé que…

—Pensaste mal, sigo sin dar entrevistas. No necesito publicidad, los socios no es lo que buscan. Colgó si dudar.

Victoria colgó lentamente. Sus compañeros escucharon la grabación completa, que había colocado  en una memoria.

No sabía por qué, pero omitió proporcionarles el dato que esa noche se reuniría con él.

—Mira, Lennox —lo volvió a llamar a las dos horas—mi jefe está empeñado en lograr lo de tu club como sea, y si yo no lo hago, enviará a mi colega y puedo asegurarte que a ella no vas a sacártela de encima tan fácilmente como lo haces conmigo. En realidad, me intrigas, pero, no estoy desesperada por saber cosas sobre ti, porque las intuyo y creo que somos más cercanos de lo que te gustaría saber, y… puedo ser piadosa con lo que sé, no te gustaría que salga a la luz. Esto, no es un chantaje, es la descripción del panorama opcional.

Sopesó la situación. Lo que la chica decía en parte era cierto. Conocía a las reporteras ambiciosas, se habían colado en su cama en el pasado y pronto aprendió a detectarlas. Con Victoria ese problema no existía. Para él, siempre sería la niñata que se escondía detrás de un arbusto para espiarle. Con sorpresa comprobó que eso parecía ser lo que se le daba bien a ella. Esconderse.

De manera que aceptó encontrarse la noche siguiente para hablar en terreno neutral, como había propuesto.

Los socios ese día, estaban ansiosos. Cuanto menos demorara la apertura del nuevo club, antes podrían marcharse de la ciudad. El socio local, les reportaría millones y garantías. Y sin embargo, a cada paso, había alguien intentando frenar la iniciativa con nuevas demandas.

Muy temprano, su secretaria le anunció que estaba el encargado de algunas regulaciones y tuvo que salir con los planos aprobados de la reforma, arrancando de paso a Davies de su oficina.

De camino, pensó que debería reemplazarlo por alguien más joven, ambicioso y tan controlable como lo era él.

Tuvieron que ir al club que a esa hora era un hervidero de operarios, gritos, corridas y guiar al tipejo aquel del ayuntamiento por laberínticos pasillos, demostrándole, una vez más, las salidas de emergencia, las obligatorias y aquellas opcionales que a Lennox se le daban bien tanto en su cochera privada como en su club.

Solo que, el plano era falso. En realidad, como las mentiras que funcionan, estaba cercano a la realidad, ofreciendo una vía alternativa de escape a una calle lateral y tranquila. Pero, más abajo, en un nivel paralelo que desembocaba a dos calles de allí.

No sería la primera vez que hubieran de hacer huir a algún político famoso para evitar ser sorprendido en actitudes comprometedoras.

Lo que sucedía en Fénix era entre adultos y consentido, para Lennox, los límites eran borrosos. No habían sido pocas las veces que tuvieron que hacer desaparecer rastros de sustancias prohibidas, ese tipo de cosas, y, esos túneles secretos, le permitían tener liberado el camino para cierto tipo de trámites. Construirlos, en su momento, le había costado un montón de dinero adicional, pero los operarios indocumentados sin conocimientos del idioma, habían sido depositados, al terminar, nuevamente en sus playas de origen.

Es por eso, que esta mañana, se hallaba tan irritado con el inoportuno funcionario celoso de sus deberes ¿Acaso consideraban que era poco lo que gastaba en ellos? Por un momento, le costó refrenar el impulso de estrellar la cabeza del tipo contra la pared y arrojar el cuerpo a un vertedero y hacerlo cubrir con cemento. No sería la primera vez y en esos momentos, de no ser por la recatada presencia de Davies, lo habría hecho con gusto. Pensó que hacía nada, sintió el impulso de hacerlo con Victoria y se sorprendió sabiendo que no podría llevarlo a cabo, por alguna razón que se le escapaba y que no estaba bajo su control. Decidió postergar el análisis de esto para dedicarse a lo que tenía entre manos.

—Bueno, esto parece ser suficiente —concluyó el hombrecito. Sucede, señor Awbrey que queremos asegurarnos que todo esté en regla para evitarnos molestos reclamos. Puedo asegurarle, en confianza, que si el establecimiento se encontrara situado en otro barrio, algo más… comercial, usted me entiende, las cosas hubieran sido más sencillas…

<<Y más baratas también>> pensó con desagrado Lennox.

—No queremos que los vecinos que son contribuyentes como usted, se sientan perjudicados con este nuevo proyecto suyo.

El rostro impávido de Lennox le miró como si se tratara de una cucaracha en retirada.

—Bueno, si ya ha finalizado, firme todas las constancias de inspección y entrégueselas a mi abogado—finalizó con tono irritado.

Media hora después de regreso en su oficina, tenía a los tres mafiosos instalados en la misma.

Discutieron por espacio de una hora.

Estaban ante un tipo duro, como ellos y sin escrúpulos, de manera que se habían ahorrado los buenos modales de entrada. Por más que el acento de él denotara caras escuelas privadas, era tan salvaje y rufián como ellos.

Sabían que andaba armado, que tenía un guardaespaldas casi invisible, tal vez, la única persona en el mundo que se había acercado tanto a Lennox, aunque, ambos eran conscientes, que todos perderían de malograrse el trato que tenían. Podían manejar a estos enviados y asociarse, para evitar futuros desembarcos de otros grupos, pero no iban a permitir su permanencia.

Cuando se hubieron ido, Ray Simpson emergió de las sombras desde donde le gustaba acechar.

—En cuanto puedas, quítalos de en medio —susurró—nada bueno traen estos tipos acá. Van a perjudicar la imagen del club.

Ray no necesitaba permiso para hablarle.

—Ya lo he pensado. En cuanto salde mi deuda, aunque me cueste una guerra. Si se ponen difíciles, no esperaré tanto.

—Vas a necesitar a tu gente, si las cosas se tuercen —puntualizó Ray.

—Ya lo sé y estoy en eso. Cambiando de tema ¿Qué has podido averiguar de mi hermana?

—No lo es—corrigió el otro, ceñudo. Piensas dejar de lado todo, cambiar el apellido y te empeñas en recordar un parentesco inexistente. Creo saber por qué lo haces.

Reclinándose en su sillón, Lennox le clavó los ojos.

— ¿Ahora también eres psicólogo? ¿No crees que de niño me sometieron lo suficiente a terapia?

—Deja que te enuncie mi teoría, al menos.

—Si no te dejara, igual irás largándola durante horas.

—Creo que estás tratando de poner más distancia con la chica, y nada mejor que llamándole <<hermana>>, cuando sabes perfectamente que no lo es, ni tiene nada que ver contigo. Será que te gusta y eso no puedes permitírtelo. No, con ella.

—Me parece que no estuviste la noche que trajo la caja a mi casa.

—Claro que estuve, lo escuché todo y el esfuerzo que hiciste para no echártele encima y allí no podría decir si para estrangularla o tener sexo con ella.

—Viene a ser casi lo mismo —susurró Lennox. No sería la primera mujer que muere en mis brazos, literalmente.

—Eso trata de tenerlo bajo control, Lennox. Ya sabes que si dejas salir a la bestia que llevas dentro, los tipos de Detroit serán como personajes de cuentos para niños.

—La cuestión es que de ellos, me desharé de la única forma que conozco. No hay otra solución.

—Vendrán más, lo has dicho. La guerra es inevitable. No creo que tu plan funcione. No podrás mantener alejados a otros tipos eliminando a estos.

—Estoy en eso, te repito lo de hace un rato, que sigan creyendo que necesito su dinero y lavaré para ellos, pero, afortunadamente, no es así. Solo quiero dar el ejemplo de lo que le pasa a todo aquel que quiera venir a mi ciudad.

— ¿Cuándo vendrán ellos?

—Ya los verás, bueno, si es que se dejan. Lennox sonrió y sus ojos de pupilas verticales se achicaron hasta hacerse apenas dos rendijas de la que emergía el fulgor amarillo de un felino.

—La chica no se merece el final que puedas darle —la voz  de Ray sonaba preocupada.

—Eso depende de ella. Ha venido por mí y ahora tendrá que hacerse cargo de las consecuencias. Si sabe lo que le conviene, esta noche se alejará y será la última vez que nos veamos.

Victoria se miró al espejo antes de apagar las luces de su departamento, mientras iba de salida. Obviamente, no estaba en plan de seducir. Era trabajo y además con su forzoso pariente. No sentía que tenía que agradarle. Solo se trataba de convencerle para que al menos pudiera invocar en su informe las dudas sobre los fondos para la remodelación del selecto club. Sabía perfectamente que no aceptaría hablar del tema, pero tal vez, solo tal vez, admitiera que estaban bajo estricto escrutiño de la oficina del Alcalde y eso, no sucedía todos los días. Después, sus colegas, harían su magia, introduciéndose en las aprobaciones de planos. Luego, un muro de concreto. Jamás en la historia de los sobornos, existía prueba física alguna, solo suposiciones, la falta de cumplimiento de ciertas regulaciones, que se hubieran <<pasado por alto>>. Para ello, el equipo legal de su diario, lo tendría todo en bandeja, y, con suerte, en un par de meses…BUM.

En cuanto a la participación de la gente de Detroit…era otro cantar. Por más riesgosa que hubieran sido sus investigaciones en el pasado, esto era otra cosa. Eran peligrosos de verdad. No pensaba bucear en aguas tan profundas. Eso, se lo había advertido a Harry esa misma tarde. Tal vez, a Lydia, eso no le hubiera importado. Tenía que confesar que le costaba admitir que ciertos riesgos, le intimidaban. Eso no era bueno en su especialidad, pero aquel rasgo de carácter la había acompañado en sus veintitrés años de vida y ya no podría modificarlos. El miedo, por lo general la paralizaba. Era de esas personas. No optaba por huir y mucho menos atacar. La peor de las reacciones y eso, por más años de terapia que llevara a cuestas, seguía allí.

Como si toda su vida se la hubiera pasado detrás de los arbustos espiando, pero dispuesta a no hacer nada más. Eso no había cambiado y, Lennox, tenía que ver con ello.

Fue la última vez que se habían visto, cuando aquellos veranos acabaron. Ella, tendría seis años y él diez más. Estaba fumando sentado al borde de la piscina y su pelo negro refulgía por las gotas de agua que aún persistían. Nunca le había visto tan de cerca, en traje de baño. La cintura estrecha, una espalda que algún día sería ancha y unos brazos que ya comenzaban a despuntar.

No pudo huir, se quedó clavada allí, agazapada, cuando el chico, se plantó en tres saltos y la arrastró por fuera del arbusto, tironeando de sus brazos. Ella pataleó chillando, pero él le tapó la boca y con una sola de sus anchas manos la continuó arrastrando hasta las cocheras de la gran casa.

Allí la arrinconó contra la pared, había acercado su cara blanca de ira, con aquellos ojos extraños a escasos centímetros de los suyos y le advirtió, en tono muy bajo, suave como un gruñido, que si le sorprendía espiándole, le ahogaría en la piscina y la hallarían flotando, como el gato muerto, que había aparecido días atrás.

Recordaba el espanto que le acometió, ya que Philippe, había aparecido, flotando en el agua. Cuando le quitaron de allí, el animal tenía el cuello roto.

Ella estaba segura que había sido él. Había coincidido con las vacaciones invernales y estaba en la casa. Todo el mundo sabía que Lennox odiaba a los gatos y a Philippe en particular. No quedaban claros los motivos, pero, ella pensaba que, los causantes de ese odio, eran esos extraños ojos suyos que tanto tenían que ver con los del animal. No podían saber que en la escuela le decían que su padre había sido el gato familiar que embarazó a su madre y cosas por el estilo.

Sacudió la cabeza, para alejar los malos recuerdos de aquella vez. La reprimenda que le dieron por estar toda sucia de tierra, sus brazos magullados, y las piernas cubiertas por arañazos. Jamás diría la verdad, porque temía que antes de ahogarla cuando nadie oyera sus gritos, Lennox le había advertido, le cortaría la lengua por chivata.

Se prometió mostrarse segura de sí misma y no dejarse intimidar. El psicólogo le había sugerido que no intentara embaucar a un psicópata, si es que acaso Lennox lo fuera, por las dudas, que no se expusiera inútilmente. Por eso, no intentaría llevar las cosas al extremo. Si se sentía amenazado, no dudaría en hacer algo extremo, de eso, estaba segura.

Cuando llegó al restaurante en el que él la citó por el móvil, lo divisó en el fondo del lugar. Desde allí se observaban las puertas y a la totalidad de los comensales, así como estaban cerca del pasillo que iba hacia los baños y la cocina.

Vestido con un traje negro, una corbata del mismo tono y una camisa blanca, Lennox parecía absorto en la carta del lugar.

No hizo ademán de levantarse cuando ella se acercó, y el mozo tuvo que retirar la silla donde Victoria se ubicó.

—Fui puntual —aclaró ella. Sentía la necesidad de afirmarlo, insegura y se odió por eso.

—Eres la interesada, así que es lo menos que puedes hacer. Lennox apartó los ojos del menú y la observó sin expresión.

—Primero, podríamos comer algo y luego tratamos el tema ¿Te parece? La voz de ella, trataba de ser conciliadora.

—Dame tu teléfono —la mano de él cruzó el espacio que los separaba, la palma hacia arriba, esperando.

Ella se lo entregó, dócil.

—No traigo micrófonos ocultos, Lennox.

—Eso lo veremos después —susurró él.

— ¿Cómo dices? Victoria se irguió en su silla. En ese momento, el mozo se acercó para que hicieran el pedido.

Lennox apenas comió algo, acompañando con agua mineral. Victoria se decidió por la lasagna y una copa de vino tinto.

—Bueno, comamos primero, ya que se nota que estás necesitándolo —Lennox bebió de su copa y escarbó con el tenedor la langosta a la que había abierto expertamente.

Victoria, observaba fascinada la pericia de sus manos, cuando procedió a partir el cuerpo del crustáceo, seguido por las patas con el cascanueces, produciendo un crujido, escarbando el remanente con el extremo de una espátula delgada, retornado al resto del cuerpo, terminando de partirlo, echando jugo de limón, sin manteca en cada trozo que se introdujo en su boca cincelada.

A la joven no se le escapaba la habilidad con la que partía los diferentes segmentos de las patas, le recordó a las películas cuando le cortaban los dedos a los cautivos de un secuestro, los crujidos de pronto, habían tenido la capacidad de remitirle a verdaderos huesos. Apenas observó la expresión concentrada de su rostro, con la que se disponía a terminar en escasos minutos con el cuerpo del animal, devorado lentamente y sin cubiertos. Cómo secó su boca, antes de proceder a utilizar el lienzo húmedo para terminar la higiene.

Entornó los párpados, como si ya estuviera satisfecho.

—Prefiero venir a un sitio sencillo para comer langosta —la voz de Lennox se había tornado casi un ronroneo. En los lugares de lujo, la sirven lista para consumir, y yo evito que nadie toque lo que me llevaré a la boca ya cocinado y… siento un extraño placer en descuartizarla con mis manos —sonrió y la miró.

A ella le produjo cierta aprensión, como si nada fuera dejado al azar por Lennox Awbrey quien ahora bebía lentamente de su copa y secando sus labios después.

Notó que, a su vez, él observaba su boca y pensó que tendría salsa de la lasagna, por lo que volvió a secarse con la servilleta.

—Es la primera vez que comemos juntos —observó la joven como para ir entrando en materia.

—La última —la voz de él, no se oía irritada ni nerviosa. Era una afirmación. Aunque, si hubiera una próxima, también sería bajo mis propios términos.

El mozo retiró los platos y volvió a entregarles el menú.

—No como postres —aclaró él. Tú pide lo que quieras.

Ella se decidió por un helado de limón y él pidió un café.

—Bueno, el objetivo de la nota —decidió abordar el tema directamente—es investigar cómo has logrado una re-inauguración tan compleja, en un sitio residencial que, sin dudas vulnerará la tranquilidad del lugar.

—Y la financiación, imagino.

—Eso, creo que no va a ser materia de discusión, Lennox.

— ¿Te gustaría recorrerlo? De pronto él, decidía, conducirla al sitio sin mediar ninguna explicación.

—Si no me arrojas en algún pozo, me encantaría —confesó ella. Jamás pensó que él sería tan directo.

—No puedes olvidarte de la piscina y del gato. Fue una afirmación.

—La verdad es que ha constituido un trauma infantil, Lennox. Si hubiera dicho algo en ese entonces…

—Me hubieran internado, seguramente —sonrió levemente. Hoy, estarías temblando cada vez que alguien llama a tu puerta.

—O, me hubiera librado del fantasma que has representado todo este tiempo.

—En cambio, te paralizaste y preferiste guardar silencio porque me temías.

—Te equivocas, idiota. La voz de ella sonó más fuerte de lo que hubiera querido. Sabía que eso te perjudicaría muchísimo con lo cruel que podía ser Collin y decidí callarme y aguantar lo que vino después.

Él la observó callado. Sus ojos recorrieron su cara, volvieron a quedarse detenidos en sus labios y sonrió.

— ¡Ay, Victoria! Siempre has sido tan buena…Bueno… ¿Vienes o no?

Salieron al frío de la madrugada. El auto de Lennox estaba a tres calles de allí.

Anduvieron un buen rato, todavía ella no estaba segura de no estarse metiendo en la boca del lobo. Casi literalmente. Después de todo ¿Ella no había presionado por una entrevista? ¿Podía olvidar el gato flotando? ¿Los tipos de Detroit?

Se detuvieron frente al edificio del Fénix.

Lennox sacó unas llaves del bolsillo y el gran portón de obra se abrió sin hacer ruido. Le cedió el paso.

Recorrieron el espacio blanqueado de cal y cemento hasta la escalinata. Otra puerta, esta con una combinación electrónica. Al parecer, no había personal de guardia. Genial.

Encendió las luces del hall central, enorme que terminaba en dos escaleras sinuosas e interminables, el olor a humedad típico de las obras en construcción.

—Esto no puede llegar a estar listo en dos semanas —reflexionó Victoria.

—Ten cuidado donde pones los pies —le advirtió Lennox, cuando comenzaron a subir los peldaños.

— ¿Cómo está diseñado? Quiso saber ella, sin perder de vista la mareante espiral que parecía no tener fin, la planta baja cada vez más lejana y la baranda que comenzaba a flaquear, dándole una ligera sensación de vértigo que iba en aumento.

—Estás recorriendo el plano a pie —susurró él sonriente. Es lo mejor.

—Imagino que habrá ascensores —Victorias notó que empezaba a cansarse del ascenso.

Lennox rió. En realidad, solo hay <<descensores>>.

— ¿Y eso qué es?

—Opciones rápidas de escape.

Tragó saliva. Se atisbaba el pasillo que vino a buscarlos, casi coincidiendo con el fin de las barandas que se esfumaron ni bien terminaron de pisar el último escalón. Respiró aliviada.

El pasillo infinito flanqueado de innumerables puertas.

—Parece un hotel —algo decepcionada, Victoria todavía necesitaba aire.

—Sí, de afuera lo parece —concedió Lennox.

— ¿Y por dentro?

—Lo que te imaginas y así seguirá siendo.

—No veo la gracia de una visita guiada por el dueño y solo superficial.

Él no respondió. Abrió la puerta del final, donde había otra escalera más que daba a una puerta.

Al abrirla, la terraza salió a su encuentro.

Una terraza donde el viento arreciaba por momentos. Sin advertirlo, habrían subido al menos tres pisos.

—Tres pisos, máximo —dijo Lennox como leyendo su pensamiento. No hay autorización para más en esta zona. De cierta manera, recreo las escaleras de Penrose.

— ¿Qué habrá aquí? Victoria no se animaba a despegarse de la pared porque no había barandas de ninguna clase y el vértigo comenzó de nuevo a estrujarle la boca del estómago, creando una sensación de vacío.

— ¿Para qué llegamos hasta aquí si no vas a admirar la vista? Lennox extendió un brazo, invitándola a acercarse al borde.

—En realidad, he venido a saber algo para hacer un informe, no veo cómo el paisaje nocturno y un puñado de luces puede…

En dos saltos, casi sin darle posibilidad de sostenerse del marco de la puerta, el hombre la arrastró hacia el borde, tomándola de la cintura y precipitándose tan cerca del fin del piso que ella creyó que la soltaría. En realidad, estaba segura.

—Quiero que experimentes el vértigo, hermanita —susurró Lennox.

Ella sin quererlo y sin desearlo se aferró a los brazos de Lennox, pero él la maniató soltándolos y dándole la vuelta, la sostuvo por los brazos e hizo ademán de arrojarle al vacío.

—Así de cerca estás —le advirtió. Si  de lo que escribas sugiera algo más de lo que ves, esto te parecerá una noche romántica, al lado de lo que harán contigo mis socios, si yo lo permito. Así que ya empieza con las preguntas, y de acuerdo a lo que me parezca, iré aflojando mi presión y no podré detener tu caída. Como un adelanto, la soltó de uno de los brazos y ella no pudo evitar gritar. El viento, se llevó su voz que se perdió en el silencio que sobrevino luego de la caprichosa ráfaga.

— ¿Cómo has logrado reflotar el negocio, luego de la estrepitosa caída de tus acciones en la bolsa el último semestre?

Sí, ella había tocado el tema tabú. Aquello de lo que nunca se hablaría y, sin embargo, por algún motivo desconocido, era lo primero que saltó a su embotada mente.

Sintió una vez más que su brazo izquierdo era soltado y medio cuerpo oscilo en el vacío. El viento  la envolvió sacudiendo y enredándole el pelo alrededor de la cara. Manoteando en el vacío, ella trató de girarse apartándose del borde, pero la férrea mano de Lennox la sostenía del otro brazo.

—Próxima pregunta, solo una chance, Victoria. Tienes solo este brazo.

— ¿Revisaste el contenido de la caja? Cerró los ojos. Los latidos del corazón le impedían escuchar los ruidos externos, se habían instalado como un zumbido en ambos oídos. Decidió que su último acto sobre la tierra, no sería propio de la cobardía y la parálisis con los que había convivido toda su vida, casi toda. Desde la advertencia del gato flotando. En breve, sería ella flotando en el vacío y luego… nada ¿Es que acaso no era así como pasaba? La negrura final, como cualquier muerte, suponía.

 Lennox soltó el brazo restante y ella dio un alarido, para sentir cómo la aferraba por la cintura nuevamente. Le oyó jadear en su oído y luego mordisquearle el lóbulo de la oreja. Por un momento, pensó que era como un endemoniado coreógrafo que, cuando todo parecía indicar que la soltaría, dejándola caer, a último momento, una mano en su espalda o un brazo en torno a su cintura detenían la caída inevitable.

La alejó del borde, lo suficiente como para darle la vuelta y tomarle del pelo con brusquedad, causándole daño mientras mordía su boca con avidez casi animal. Sintió la rodilla de él separando sus muslos y deseó clavarle las uñas que no tenía, en aquel rostro inexpresivo de mirada glacial, un manipulador en toda regla.

Maldiciendo entre dientes él, tratando de zafarse ella, balbuceando insultos, intentaba golpearle donde fuera.

Pronto advirtió lo inútil de su tarea y se sintió caer en el suelo pedregoso que se incrustó en sus rodillas y piernas.

Lennox le dio la espalada y se acomodó el pantalón impecable. Volvió a acercarse y la levantó de un tirón.

—Hablaremos en mis términos, ahora. La empujó fuera de la terraza.

La arrastró por la escalera rumbo al pasillo que habían dejado atrás.

Eligió una de las puertas cerradas y la abrió, pateándola.

Tiró de ella hasta que cayó sobre la alfombra.

Encendió la luz, una tenue tulipa en alguna parte. Le indicó un sillón de cuero en el que ella se desplomó. Lennox, se dirigió a una barra que había estado oculta y le sirvió algo en un vaso tallado.

Fuego puro. Victoria no estaba acostumbrada a eso y tosió mientras sentía que la garganta le ardía.

—En verdad no querrás conocer a mis socios.

Era la primera vez que lo admitía.

De otro de sus saltos felinos, casi intangibles, se acercó hasta ella, le arrancó el vaso y a continuación lo hizo con la ropa.

—Sin micrófonos, buena chica —sonrió.

Ella tratando de cubrirse con los restos que caían desgajados, casi inútilmente.

— ¿Podrás darme algo para cubrirme, si crees que salga de aquí alguna maldita vez?

—Déjame ver qué hay. Ha pasado bastante de mi última vista a este cuarto.

Ella no quiso saber detalles, ni qué habría sucedido con la desdichada que le habría acompañado.

—Otra vez pensando mal de mí —se burló él, como si leyera su pensamiento. Subió voluntariamente pero… bueno, también se mostró demasiado curiosa y no tuvo tu suerte.

— ¿La mataste?

—No, se soltó, se encogió de hombros. Al parecer, no soportó la idea de que no amo ni me enamoro, ni me apego ni nada. Cada mujer… siempre fantasea con ser la que te cambiará.

— ¿Sabes que estás enfermo, Lennox?

—Sí, imagino que nadie emerge del infierno de Collin totalmente cuerdo…

—Esa no es excusa —ella parecía irritada. Si fuera por eso, debería haberme sumergido en las pastillas y todo eso. Pero… eres más débil de lo que suponía.

Ahora lo había desafiado. Y eso desencadenó destellos de los ojos de pupila hendida. No podía descubrir la verdad, pero tal vez, un día lo haría, de la peor forma.

Lennox sacudió la cabeza, como evitando sucumbir a alguna tentación oculta.

—Sí, pero eso no tiene que ver con Collin, solamente. Sabes, desconozco mi origen pero imagino que no hay nada sano ahí, de manera que poco pueda decirte para tu informe que sea publicable, me refiero—mentía.

— No creo que no sepas nada, Lennox ¿Por qué de una vez no lo sueltas y ya?

— ¿Para que mañana salga en todos los portales de la red? Además dije <<publicable>>. No, gracias.

— Si tan temible eres ¿Por qué no te sacudes a tus socios? La voz de ella ahora sonaba algo irónica.

—Lo haré a su debido tiempo, Victoria. Antes, debo poner en orden ciertas cosas y creo que tendremos que dar por terminada la entrevista. Por cierto, de esto, nada. Te irán a buscar, te repito.

— ¿Y para qué me trajiste hasta aquí?

—Porque pensaba que, tal vez me hicieras perder el control de tal forma que haría que saltaras en la terraza y nada pasó. Bueno, solo un poco de juego de hermanos, rió con expresión lujuriosa.

—Eso no fue un juego de hermanos, y ni por asomo compartimos una mínima partícula de sangre, por suerte —advirtió ella. Además te importó mantener cierto control. No me engaño. Pude sentirte retorciéndote como luchando contra algo, tus músculos en tensión  hablan por ti, Lennox. Eso me recordó al día de la cochera, peleas contra algo que temes.

—Tienes razón, al menos no despertaste lo que suponía, así que la bestia no sintió necesidad de salir.

— ¿Es literal eso?

— ¿Crees en eso? ¿En posesiones? ¿En Mr. Hyde? ¿En personalidades alternativas?

—No sé. Al que llevaban al psiquiatra era a ti, no a mí, Lennox. Ahora, en serio… ¿Por qué habrías preferido asociarte con estos tipos (resaltó el potencial), antes que aceptar la condición de Collin?

—Por lo visto, ignoras quién ha sido tu padre, Victoria. La fortuna que ha logrado, su financiación inicial, no la hizo en base a ser un <<self made man>>. Eso, si no contamos que el miserable dispuso de parte de la fortuna de mi madre…

—Razón de más para aceptar, te lo debía.

—No quise nada de él, a ver si de una vez lo entiendes. Mejor ser socio del mismo diablo que recibir algo de ese monstruo.

—Necesito algo, de verdad, Lennox. Al menos, que pueda ilustrar el interior de tu club, en parte al menos, que pueda soslayar el esfuerzo para financiarte, el logro de renacer, como el fénix al que hace mención el nombre… Sé que no necesitas propaganda, pero es el trabajo que me han encomendado y…

—No me gusta que me repitan las cosas. El tono de voz de él denotaba cansancio e irritación. Comenzó a salir del club a grandes zancadas. A ella le costaba seguirlo.

— ¿Adónde vamos?

—A cierto sitio que quiero mostrarte, antes que olvides parte de lo que has visto.

No sabía por qué le seguía si estaba claro que nada lograría. Se felicitó por no haber contado nada a sus colegas de aquella reunión.

Cuando Lennox detuvo el auto frente a una casa enorme en las afueras de la ciudad, a ella se le ocurrió pensar que tal vez sería otro club, algo diferente.

Cuando ingresaron, utilizando una llave magnética, el interior, estaba lleno de gente. Música atronadora, luces estroboscópicas, una enorme barra, un sector VIP, palcos y privados como en un inmenso laberinto. Atentas y voluptuosas camareras. Lennox se detuvo varias veces a intercambiar fugaces saludos. Por lo que Victoria pudo apreciar, era conocido por casi todos y las mujeres, en especial, le destinaban miradas ansiosas e interesadas.

Se internó por un pasillo hasta detenerse en una puerta que abrió con una clave numérica.

Las paredes del recinto estaban cubiertas por vidrios por los que se apreciaba cada rincón del club, además de inmensos paneles con monitores de video vigilancia.

Desde el exterior, hubiera sido imposible apreciar lo que sucedía en el interior.

Tres hombres sentados en sillones de cuero, con botellas medio vacías, conversaban animadamente.

En cuanto le vieron guardaron un silencio expectante.

Victoria había observado que ella vestía sencillamente para aquel sitio, con lo que había podido hallar en el Fénix, comparada con las mujeres que se regalaban a sí mismas, con vestidos lujosos y sofisticados, antes que para otros. Leo las hubiera definido como <<hembras majestuosas>>, así que no temió despertar nada y pasar desapercibida. Se imaginó que serían los famosos hombres de Detroit. No sabía qué demonios se proponía el sádico aquel de Lennox.

Con solo dos palabras, él desalojó un par de féminas, que estirando sus mínimos vestidos se alejaron riendo por el pasillo.

El humo de cigarrillo tampoco le molestó. La música, una continua y sorda decadencia electrónica, la tranquilizó.

Lennox hizo las presentaciones, omitiendo decir que era periodista. Solo la describió como su <<hermana>>.

— ¿Sabes que han estado fisgoneando en el Fénix? Uno de los hombres se dirigió a él, sin preámbulos.

—Ya me he ocupado de eso —aseguró sirviéndose una copa. Victoria negó con la cabeza. Pueden hablar delante de ella, es familia y socia, agregó.

Ella tragó saliva y se tambaleó ¿Es que acaso estaba loco? Sí, pero ¿Qué se proponía? ¿Involucrarle? Eso parecía claro.

—Quién lo diría —comentó uno de ellos. Tiene aspecto de niña de colegio caro.

—Las apariencias engañan. Recién llegamos del Fénix. La terraza le pareció lo más prometedor del lugar.

— ¿Ha visto los cuartos?

Lennox sonrió.

—En realidad, ella me ha dado algunas ideas que hasta esta noche no habían surgido.

— Deja que ella hable, Awbrey.

Victoria tomó aire y se ubicó en un sitio casi en penumbras en una esquina del enorme recinto.

Se aclaró la garganta.

—Me ha fascinado la terraza, especialmente y por eso, le propuse a mi hermano que como los socios no estarán al tanto, sería interesante arrojarlos al vacío, por sorpresa,  algo especial para las mujeres, sobre todo.

Se miraron enarcando las cejas. Uno de ellos rió.

—Pero, mi querida…

—Victoria, y no soy tu querida. Le pertenezco a Lennox —sonrió seductoramente, acercándose al cuerpo de él.

—Había pensado disponer una red al estilo de los mejores circos, en todo el perímetro del edificio. Acabo de comprobar que la adrenalina y la excitación que provoca la caída, es muy estimulante. Hicimos un simulacro con Lennox y puedo asegurarles, que me mojé. Así que… una pena tener que venir aquí, porque hubiéramos terminado en una de las habitaciones. Pero, los negocios, primero.

Se hizo el silencio hasta que uno de ellos, rompió en una carcajada soez.

—Con lo serio que parecías, ya sabía que tenías tu costado perverso. Brindo por tu hermosa hermana. Lástima que no puedas regalarme una visita privada…

—O tal vez sí —aventuró ella mirando fijamente a Lennox. Cuando inauguremos, te prometo acompañarte. Mi hermano estará ocupado haciendo de anfitrión.

No pudo dejar de observar los ojos fijos en ella de Lennox, pero no hubiera podido descifrar el significado de aquella mirada.

Cuando una hora más tarde se marcharon de allí, Lennox guardó silencio hasta que ella se giró en el asiento.

— ¿Crees que los haya convencido?

—No veo qué has logrado con eso.

—Que vale la pena quedarse y jugar. Esa noche, ya te desharás de uno, cuando la red desaparezca. Te hago ese favor y te quedarán dos para acabarlos. Te liberas de tu deuda, de ellos y yo puedo escribir algunas cosas.

 — ¿Fue cierto que te mojaste en la terraza?

—Sí. Creo que padezco de parafilia. Al principio, pensé que del miedo, me había orinado, pero luego sentí una excitación que me es familiar y ya no tuve dudas.

—Tu padre se sentiría orgulloso de su hija.

—No sé. Todo le parecía poco a Collin. Mi madre sufrió bastante por sus abusos y por protegerme, tuvo una vida bastante penosa.

— ¿Te mantuviste al margen completamente?

—No. A la distancia, como ya te he dicho, me enteraba de lo que pasaba allí adentro. Cuando enfermó, estuve en su habitación un par de veces. Sonrió en la oscuridad.

— ¿Para qué? ¿Querías comprobar que sufría?

—No solo eso —admitió. Esas veces, estaba algo enojada y manipulé algo en sus goteos endovenosos. Digamos que suprimí los analgésicos por un tiempo. Los reemplacé, hasta que las enfermeras se dieron cuenta. Otra noche, le coloqué un par de auriculares y le hice escuchar heavy metal por dos horas, a fondo, la cinta de embalar es útil para silenciar a los ancianos rebeldes.

—Estoy impresionado —Lennox sonrió. Creo que eso de trabajar juntos, me está gustando.

—Tú me ayudas, yo te ayudo. Aunque, no —sacudió la cabeza como si emergiera lentamente de una pesadilla—yo no soy así. Señaló hacia atrás como si los de Detroit permanecieran al pasado. No soy lo que dije, y menos lo que les has dicho. Te preguntarán por qué, de entrada, no les has dicho que soy tu socia.

—Nosotros ahora, mal que te pese, estamos en esto —afirmó Lennox. No dejarán que te salgas y no lo harás.

—Digamos que es una manera sutil de controlarme —de pronto, todo quedó claro.

—Es <<esto>> o tener que matarte. Se tocó el costado del saco del impecable traje.

—No percibí que estuvieras armado —recordó cuando la tuvo apretada contra su cuerpo balanceándola sobre el vacío.

—No, entonces, no —dijo Lennox. Pero, mientras tú te dejabas absorber por la atmósfera tóxica de mi despacho, tomé mi arma y la coloqué justo aquí. Se abrió el costado del saco y en su cintura, ahora brillaba apenas el metal de una pistola. Supe que ni bien saliéramos de allí, recuperarías tu forma habitual.

Victoria sabía que hablaba en serio. Pensó en su grupo de trabajo ¿Qué podría decirles de esa noche y cómo los mantendría apartados? Ahora sabía que estaría en la inauguración, debía estar y había prometido una noche a uno de los tres. Cerró los ojos al borde del pánico.

Lennox detuvo el vehículo frente a su edificio.

—Por empezar, deberemos mudarte —anunció. Si realmente tuviera una hermana, jamás permitiría que viviera en una ratonera. Miró con desprecio el antiguo edificio del barrio de clase media. No entiendo qué has hecho con el dinero de Collin, no me hubieran dado los segundos para salir huyendo de este sitio. Frunció la nariz.

A ella eso la hirió. Quizá más profundamente que todo lo sucedido en esa noche eterna que había volcado de campana su vida. Conocía a casi todos sus sencillos vecinos que la habían asistido en sus malos momentos, como si hubieran sido de su familia y ella había estado para ellos. Deseó poder golpear a Lennox, pero se contuvo. No sabía cómo respondería y supo con certeza que le temía. Siempre había sido así. Y el gato flotando en la piscina, reapareció ante los ojos de la mente.

—En cuanto a tus colaboradores —la voz de él sonó fría e impersonal—tendrás que prescindir de ellos. No podré por ahora, ocuparme de cada uno.

— ¿Cómo crees que va a poder ser posible? Ya empezamos a trabajar en tu caso y ¿Qué les voy a decir? ¿Que me has amenazado?

—Lo que quieras, menos eso. Tienes consciencia y sus muertes te pesarían tanto que no saldrías de eso.

—Déjalos en paz, Lennox.

— ¿Me estás amenazando? Se acercó más a ella y pudo sentir el olor que emanaba su cuerpo. Humo de cigarrillo, y algo más sutil que no pudo definir. Atisbó en las penumbras del auto, un brillo que emanaba de sus ojos de gato, una visión pasajera fugaz, como un mal sueño de unas garras, asiéndola por los hombros, la boca del felino abierta en su cuello, la hizo retroceder hasta chocar su cabeza contra el vidrio de la ventana.

Lennox la observó con curiosidad. Pero enseguida se rehízo.

—Encárgate de tenerlos entretenidos en las tonteras legales con las que seguro iniciarán la investigación, le dijo. Envíalos a ver a Rollo Strauss. No les digas que te lo he dicho. Él va a encargarse de todo. Quedarán satisfechos y tu investigación conjunta, lamento decirlo, quedará desarticulada; pero al menos, seguirán con vida ¿Tenemos un trato?

— ¿Y la historia que podría contar? Me refiero a lo de anoche.

—Ten paciencia y tal vez, solo tal vez, cuando esto acabe según mis planes, serás libre de contar lo que quieras. Hasta podrás llevar excavadoras en busca de cuerpos al Fénix, sonrió. Le acarició la mejilla con el dorso de dos dedos en forma ascendente, luego sacudió la cabeza y le susurró: Victoria, eres demasiado buena. Tu nombre se asocia con triunfo pero con puritanismo y eso es una lástima.

Ella salió del auto, sin aguardar nada más. Ya tenía suficiente.

Eran casi las cuatro de la mañana cuando se acostó. Se había duchado antes porque le parecía oler a sexo, pero de una forma perversa, que la rebajaba, sin haberlo tenido, en realidad. La sensación de haber descendido a un submundo vicioso y degradante le daba náuseas. No es que se considerara virtuosa. No era una pacata. Pero aquello a lo que se había asomado, la abrumaba. Era como un abismo al que se había asomado y así había sido, literalmente. Recordó el viento, el vacío y la sensación acuciante de su sexo y eso la aterró. Tendría que pasar los siguientes días con aquel ser fuera de toda ley, de todo sentimiento humano decente y cuerdo. Eso, le daba miedo. Se había sentido en cierto momento, casi igual a él. Era cierto, había caído bajo el dominio de aquellos tipos y había sentido la necesidad de demostrar que era peor o igual a ellos. Síndrome de Estocolmo, quiso tranquilizarse. O, eran los que le mostraban quién y cómo era en realidad, una legítima hija de Collin Awbrey.  

A la mañana siguiente, después de dos cafés cargados, esperó frente a la puerta de la oficina que solían usar para trabajar. Sentía acidez y decidió comer lo que hubiera a mano, así fueran las espantosas donuts de Víctor.

Les expuso la idea de contactar a alguien del ayuntamiento, un tal Rollo Strauss.

— ¿De dónde lo has sacado? ¿Tienes idea de quién es? Rose parecía asombrada. Parece que le has sacado provecho a tu noche, la miró con suspicacia.

— ¿A qué te refieres?

— ¿Te has mirado en el espejo? Rose Biener podía ser demasiado perspicaz o su cara mostraba signos evidentes de… se giró y buscó un espejo en la mochila.

Se quedó sin respiración cuando vio las ojeras, la palidez y el pelo revuelto que ni siquiera se había acordado de aplacar antes de salir. Había dormido apenas y no dudó en tomar un ansiolítico. En mal momento, porque tenía los sentidos algo embotados y le hubiera gustado tenderse sobre la alfombra raída de la entrada para echarse una siesta.

—Necesito comer algo y poner las ideas en orden —anunció, tomando una, de las apestosas donuts de Víctor.

—Si te dan asco ¿Es eso lo que quieres comer ahora? Parecía sorprendido.

— ¿Alguien puede convidarme unas tostadas de pan integral untadas con humus? Les miró tratando de recuperar su dominio.

Víctor hizo un gesto con la mano, dándole paso hacia el envoltorio de las rechonchas y chorreantes estructuras. No se le ocurría describirlas de otra forma. Frunció la nariz ¿Cómo podían engullir eso?

Apenas dio un mordisco, la grasa o lo que fuera impregnó su paladar y salió corriendo al baño a vomitar. La bilis acudió presurosa y decidió recuperar completamente la dirección de aquello que se estaba yendo al garete, si no reaccionaba a tiempo. Maldito fuera Lennox.

Salió del baño, luego de enjuagarse la boca y les dio los datos del tal Strauss.

—Es el número dos —Rose volvía a retomar lo que se había interrumpido y todavía no cuentas de dónde lo has sacado.

Tomó aire con fuerza. Tenía que inventar algo y rápido o de lo contrario la sagaz mujer la destriparía con su infalible olfato para las mentiras. Cuando iba a hablar, Rose gritó: ¡Viste a tu hermano!

Guardó silencio y asintió. Ya estaba, tal vez ahora fuera más fácil.

—Me pidió reserva y pienso respetar eso —la voz le salió firme y decidida como estaba a cerrar la cuestión, siguió enunciando: Solo esto puedo decir: desea que le dejemos en paz, y, para que todo este asunto se aclare, si queremos salir de toda duda, me facilitó el contacto de este hombre que nos recibirá y nos dejará husmear todo lo que queramos.

— ¿Lo de los socios fantasmas también?

—Eso no lo admitió, pero está dispuesto a que vaya a la inauguración, explore lo que desee, aquí mintió sobre cuán extensa podría ser su investigación, y luego que escriba lo que quiera. Se trataba de ganar tiempo. Darles<<algo que entretuviera>> su insaciable curiosidad.

—No veo porqué debes ajustarte estrictamente a sus condiciones, por más familia que sea. En realidad, hasta donde sabemos, ustedes dos, no han cruzado ni diez palabras en toda su vida, o nos has mentido todo este tiempo —Leo intervino por primera vez. No le debes nada. El perceptivo Leo. Pensar que hubo un día en que pensó que entre ellos, podría haber química…

—Es la verdad —porfió. Pero, si algo he conocido de Lennox Awbrey, es que me conviene mantenerme lo más lejos posible, pero no quiero dejarle el caso a Lydia.

— ¿Es esto o nada? Leo parecía no conformarse ¿Desde cuándo has aceptado condiciones en todos los trabajos que hemos hecho? Parecía decepcionado. O, debemos pensar que hay algo que no nos estás diciendo.

— ¿Qué quieren que diga?

—La verdad, para variar, Rose frunció el ceño. Esto no es serio. No podemos permitir que nuestro investigado te diga a quién debes ver o a quien no. Es inaceptable y porque me respeto como periodista, me niego a hacerlo. Lo haremos a nuestra manera. Iremos con Strauss, obviamente, pero seguiremos nuestro estilo de trabajo. Si no es así, dile al jefe que, por mi parte, me abro. O se lo digo yo y los motivos. Estás escondiendo información y deberías apartarte para darle el caso a Lydia o hacer según tu instinto.

Entonces, Victoria, se sentó en su butaca y habló. Cuando hubo terminado el silencio se apoderó de la estancia. Así de raras y serias eran las cosas. No tanto raras, pero sí alarmantes. Todos tenían familia, menos ella, así que anunció que seguiría sola.

—Si esto termina con la verdad saliendo a la luz, les incluiré en los créditos, pero, si debo ocultar o alterar el informe, asumiré las consecuencias, pero no puedo permitir que ninguno salga muerto de esto o alguien que les importe. Como entenderán, no voy a ir a la policía porque también algunos, pertenecen a la nómina de Lennox y no sabremos nunca quiénes son. No hay por dónde cortar. Hasta donde llega la corrupción es imposible de saberlo.

— ¿Vas a contarle al jefe? Leo la observaba inquisitivo.

—Ni hablar. Si Lennox se entera que les he contado lo que sé… bueno, sería otra de sus chicas que sale volando por la dichosa terraza.

— ¿En serio le crees capaz de ello? Rose la miraba con gesto preocupado.

—Absolutamente. Anoche no jugaba. Algo pasó que mencionó una transformación que no había estado presente, en ese momento, no entendí y la cuestión es que no me arrojó al vacío, pero en un momento sentí que era eso exactamente lo que quería hacer. No sé qué otras formas de hacerme desaparecer tenga, pero no voy a arriesgarles a ustedes. Él tiene razón, no podría vivir con eso.

—Te está manipulando, por si no lo notaste —Leo parecía furioso. No aceptaba ser apartado, así, sin más.

—Sí, Leo, claro que lo he notado —su voz denotaba fastidio. Diez palabras o no, en casa, se hablaba de él. Tengo el dudoso privilegio de haber tenido ambos mundos para disponer de información de Lennox Awbrey. En uno, era en el que se comentaba sus avances con el psiquiatra, o sus planes para que no se notara su existencia y en el otro, se comentaban los macabros hallazgos de sus andadas, sus peleas por la ropa que había que reparar o la sangre que no salía con facilidad, sus animales muertos colgando de las patas, cabeza abajo en las puertas de las habitaciones de sus padres y los golpes de Collin. Los gritos, bueno, las peleas… era imposible sustraerme de ellas.

—Debes haber vivido un infierno. Sobre todo cuando su madre descubrió que eras la hija de su marido con alguien del servicio.

— Eso, ardió toda la noche y dio como resultado que me adoptara—recordó Victoria.

—Pero él usa el apellido paterno, también.

—Sí, pero él vino con su primera esposa y lo adoptó, pero lo desheredó.

—Vaya cabrón —reflexionó Víctor.

— ¿A quién te refieres? Victoria le miró sin pestañear.

—Al padre, por supuesto.

Ella ladeó la cabeza dudando, pero no dijo nada.

—Bueno, de todos modos, no hemos llegado a nada —Rose miró su móvil.

—Haremos lo del tipo este… Strauss —enunció Victoria. Yo permaneceré inactiva esperando a que Lennox me contacte. Esta vez les mantendré al tanto de lo que vaya surgiendo.

—Yo, si no tienen inconvenientes, buscaré algunos nombres de mujeres vinculadas con él —Leo se levantó y nadie se opuso.

—Si no me convoca para entonces ¿Les parece que nos reunamos después de cenar en mi casa? Propuso Rose. Mi marido esta noche juega a las cartas y suele llegar tarde y tu casa, miró a Victoria, no es un sitio seguro.

Todos estuvieron de acuerdo.

Al llegar a su piso, Lennox se quitó la ropa y arrojándola en un canasto, se sumergió en la ducha y luego en el jacuzzi.

Se sirvió un whisky y lo llevó a la mesa al lado de la cama. Jamás probaba el alcohol, pero siempre podía hacerlo.

Esperaba poder dormir. Era tarde para llamar a alguna mujer y pronto amanecería.

Pero dio vueltas en la penumbra de su dormitorio y ya casi amanecía cuando se levantó, fue al gimnasio, donde sudó el alcohol que había ingerido la pasada noche, se volvió a duchar y desayunó antes de salir para su oficina.

Ray lo esperaba parado al lado del auto. De un vistazo, se dio cuenta de la noche que había pasado su jefe.

— ¿Adónde vamos?

Quiero ir a ver un piso cerca de aquí que está a la venta —la voz de Lennox sonó algo ronca.

— ¿Quieres tenerla cerca?

—No demasiado, pero sí lo suficiente.

— ¿Dijeron algo tus socios?

—Les gustó. Creen que es como ellos. cuando se transformó en un bicho lascivo bajo sus ojos.

—Te preguntarán por qué no figura en el título de propiedad del Fénix.

—Eso puedo arreglarlo. Como casi familia, habría acciones conjuntas o ella haberse negado, por Collin, a participar de hecho, en el negocio. Los asuntos familiares, no creo que les quiten el sueño. Son cuidadosos con el que figura como propietario, lo demás es secundario.

—No te confíes.

—No, Ray. Conozco cómo camina la cabeza de esta gente. Ahora mismo están pensando en recuperar su inversión y están apurados aguardando la re-inauguración. Lo que pase en el medio…mientras los políticos y la ley estén amañados, todo estará bien.

— ¿Y cómo piensas convencerla para que abandone su vecindario?

Lennox no contestó, se limitó a mirar la pantalla de su móvil, hasta llegar al edificio de su empresa.

Strauss, les facilitó el acceso a los planos y les proporcionó toda la información pertinente. No les sorprendió la actitud del hombre. Parecía estar esperándoles y les recibió de inmediato y les cedió un espacio para consultar todas las carpetas y archivos que solicitaron.

En la oficina, rastrearon a las mujeres que habían salido con Lennox. Tarea nada fácil que puso a prueba la pericia de Leo.

—En los últimos años, ha salido con incontables mujeres —suspiró cansado. Solo dos han tenido una muerte que puede llamarse <<sospechosa>>. Una, se ahogó en las costas de las Seychelles, en un viaje de placer, supuestamente ya que sabemos cómo se puede mover el dinero en algunas zonas. Y tengo la impresión que Lennox Awbrey no hace nada sin un propósito definido. El rescate del cuerpo solo demostró que la mujer se ahogó, sin señales de lucha o golpes ya que fue hallada casi de inmediato. No había drogas o demasiado alcohol en sangre. Estaba en una fiesta a bordo y nadie se percató de ninguna pelea previa hasta que se arrojó por la borda.

— ¿Cómo, acaso saltó? Se quedaron sorprendidos.

—Solo tendría que averiguar si tenía algún antecedente de depresión o algo por el estilo. Así —hizo un gesto con la mano. De golpe, ya no estaba. Ah y un detalle, estaba desnuda. Completamente.

—Así que lo más probable es que estuvieran en el camarote de él y nadie sabe qué habría pasado.

—Si había música, sexo, alcohol, alguna substancia y ruido ¿Quién se habría percatado si discutieron?… Victoria parecía pensativa.

—Puede ser, pero es raro. Saltar por la borda después de una pelea… Víctor meneó la cabeza.

—No estaba embarazada —agregó Leo. Digo, porque a veces uno puede perder la cabeza.

— ¿Tienes experiencia en eso? Rose le miró achicando los ojos.

—No personalmente, pero a veces las mujeres reaccionan de forma desesperada, si el padre no quiere hacerse cargo.

—Pero no es el caso de esta chica —Victoria se encogió de hombros, por la autopsia, aclaró sin necesidad.

—La otra, es más extraño, saltó por el balcón de un piso de un amigo de Lennox. También estaban en una reunión y en las mismas circunstancias. Sin mediar peleas, ni gritos, ni sustancias y todos la vieron impulsarse por la baranda y saltar. Estaba vestida, por cierto. Ambas eran muy atractivas, hermosas chicas…

—Bueno, Rose se miró las uñas, debemos creer que tu hermano tiene un extraño efecto sobre las mujeres.

— ¿Qué te hace pensar eso? Victoria entornó los ojos. Tal vez le atraigan las mujeres mentalmente inestables. Dos en tanta cantidad como dicen, puede ser una coincidencia.

—No lo es, afirmó Leo, rotundo. No de la misma forma. Algo está sucediendo aquí y que no lo sepamos, no significa que nada extraño suceda y solo sea una mera <<coincidencia>>. Solo puedo decirte, Victoria que tengas cuidado con él. Creo que debes estar más que atenta, no solo los tipos de Detroit pueden ser letales. Como si ella no les hubiera advertido —se recordó molesta.

— ¿Sabes si siendo menor de edad tuvo algún incidente grave y haya un expediente cerrado? Rose, golpeaba sus dientes con un lápiz, pensativa.

—Victoria negó con la cabeza. No tengo ni idea.

— ¿Cuál era el diagnóstico de los psiquiatras? Leo la miró por encima de sus gafas.

—Nunca se comentó, por lo menos delante de mí. Solo mi madre, me advirtió que me fuera lo más rápido de la casa, aun siendo ya la segunda esposa de Collin. Siempre pensé que era por él, que siempre fue muy violento y yo le temía, pero jamás me tocó. Ahora que pienso, puede haber sido en relación a Lennox. Tampoco les  conté del gato flotante.

—Unos minutos después, el grupo estalló en comentarios y exclamaciones de todo tipo.

— ¡No puedo creer que no hayas dicho nada! Rose parecía indignada ¡Eso es bullyng! Y ya puedo imaginarme el trauma que te ha dejado.

—No le dije a nadie porque temía que me pasara lo mismo que al gato —se defendió ella. Nadie le quería en la casa, pero, por alguna razón, Collin seguía tolerándole los veranos hasta que terminó la universidad. Ese fue el último que volvió por la casa. Me fui ni bien terminé, pero pasaron varios años, antes de poder marcharme.

No les dijo que esos veranos que pasó en la casa silenciosa, extrañaba la errática figura de Lennox, escurriéndose como una sombra, entre los árboles que daban al lago. Echaba de menos sus ojos tan raros, tan escrutadores, hasta su gesto despectivo con ella, una cría que corría a esconderse ni bien le veía.

Ahora esa casa estaba alquilada y ella seguía viviendo en su piso de siempre. Recordó el comentario despectivo de Lennox la noche anterior. Sabía que, después de reunirse en el club, tendría que mudarse. En caso contrario, la falsedad de su actuación se pondría en evidencia. Suspirando supo que eso sería una prioridad.

Como si le hubiese leído el pensamiento, la pantalla de su móvil se iluminó y vio que era Lennox.

La citó en una calle cerca de su casa, frente a un edificio.

—Debo irme y tendré cuidado —anunció antes que el grupo comenzara con las recomendaciones.

Cuando llegó, había anochecido. Sus compañeros, decidieron continuar el día siguiente. El tema se agotaba en un callejón sin salida y el hermano parecía blindado. Ni una multa de tránsito. Estaban acostumbrados a la frustración, las personas que son un fraude ambulante, esconden sus flaquezas bajo múltiples capas de mentiras y verdades. Jamás queda completamente claro dónde acaban unas y comienzan otras.

— ¿Qué hay? Victoria, miró hacia el edificio.

—Tu nueva casa —le dijo Lennox dándole una llave computarizada.

— ¿La  pagaré yo?

—No, la sociedad que conformamos recientemente, se encargó de ello.

Entraron en silencio por la cochera subterránea. El frente era refinado pero nada ostentoso, materiales de calidad y buen gusto en el diseño.

— ¿Eso incluye dinero de Detroit?

—Te dije que la sociedad que conformamos, ellos son un paquete aparte, en realidad, me pertenecen —lo dijo tranquilamente, mientras abría la puerta del ascensor marcando una serie de números.

— ¿Cómo es eso? ¿Acaso no son tus acreedores?

—Eso es lo que ellos piensan, pero no vine a hablar de ellos, ahora.

—Y siempre ha de hablarse de lo que tú quieres, imagino.

—Quedarme callado me hace mejor y creo que para ti lo sería también.

—En mi oficio, es difícil —comenzó a irritarse.

El ascensor se detuvo ante una puerta de cristal y accedieron a un espacioso hall que desembocaba en un salón luminoso revestido por paneles de vidrio que daban al cielo de la ciudad. Esa zona cara, evitaba que algo se interpusiera en la trayectoria de las miradas, hacia el vacío más definido que ella jamás viera, algo similar al de él, pero de mayores dimensiones, pensó. Habría costado una fortuna y apenas estaba amoblado con lo básico.

—Compartiremos el abogado, si no tienes inconveniente. Después de todo, quedó claro que trabajaremos así.

—Espera un poco. Yo no llegué hasta este punto para que nos asociáramos o nos vinculáramos de cualquier manera, solo es una nota de investigación, un informe que cuando entregue, ya no habrá motivo alguno para que sigamos en contacto. Recuerda quién soy, Lennox. Una usurpadora, el objeto de rechazo, repudio, intimidación, sujeta al terror por el maldito gato. La niña a la que hiciste eso, ha desaparecido aunque a veces, aparezca y hace que te odie hasta desear matarte y patear tu cadáver. Lo que me has hecho, quiero que lo pagues hasta el último día de tu miserable vida. Jadeó sin aire.

—Sin embargo allá arriba, me pareció sentir otra cosa —susurró él señalando la terraza. Deja que te muestre tu casa.

—Gracias, pero puedo recorrerla sola.

—No será lo mismo, puedo asegurarlo.

—Quiero que sepas que esta madrugada, comencé a escribir —anunció ella. Nada de lo que digas, podrá hacer que cambie de idea, ahora más que nunca. Mis compañeros, andan erráticos como has exigido, para mantenerlos vivos. Tienes razón se han extraviado entre todas tus capas de supervivencia y engaño, pero, yo soy la que conoce el hilo conductor. La que me llevará hasta tu centro y la muerte de esas chicas, hasta que el último de tus crímenes quede expuesto. No sentía seguridad que lo que decía fuera del todo cierto. El tema de las chicas…

—Aquí tienes una consola con las cámaras de vigilancia —continuó como si no le hubiese escuchado. Los muebles llegarán mañana. Para los de Detroit, estás mudándote con dudas, porque eres muy… apegada.

— ¿Pero es que acaso no estás escuchándome? Victoria ardía de furia.

—Sí, creo que intentarás vengarte y todo eso. No parecía impresionado, al contrario, lucía una sonrisa radiante y perfecta, desprovista de malicia. Sus extraños ojos, se achicaron con abandono.

Casi podía oírle ronronear, como si de un enorme gato se tratase. Pero no se dejaría engañar. Sabía que, cuando se lo proponía, Lennox podía ser encantador, y conseguir lo que quisiera, hasta que…

—Ellas se arrojaron solas, tú no las empujaste. No las forzaste a hacerlo, tartamudeó. No sé cómo lo haces, pero puedo sentirlo, lo sentí allí arriba. Por un momento, ahora lo recuerdo, sentí ganas de saltar, a pesar de estar aterrorizada y excitada, el vacío me atraía. En cambio, tú te empeñabas en retenerme. Estoy segura de lo que sentí. Frunció el ceño.

—No era yo, era él, no te engañes, hermanita, dentro mío llevo <<algo>>, que es lo que produce los impulsos destructivos.

— ¡No soy tu puta hermana! Gruñó ella entre dientes.

—Tiene más morbo para ellos y para mí… Bueno, vamos, si no quieres seguir conociendo tu nueva casa…

—Pediré un taxi.

—Casi es de noche y no es seguro que andes por la ciudad tú sola, déjame llevarte hasta el piso donde vives.

—He dicho que no. Tanteó la puerta de salida y el cristal se había oscurecido por dentro, haciendo imposible visualizar el ascensor.

— ¿Quieres abrirme? La voz le temblaba.

Lennox se acercó por detrás y tomándola por la cintura la desplazó levemente.

—No tengas miedo, el gato estaba muerto cuando tocó el agua. Lo encontré entre las plantas y lo arrojé a la piscina. Por lo visto, surtió efecto. Eres una sobreviviente y odias lo suficiente. Creo que, después de todo, no somos tan distintos —susurró en su oído y ella sintió erizarse el vello de sus muslos. Era una sensación placentera, un reflejo, analizó. Solo una respuesta animal a un roce cualquiera.

— ¿Y las chicas?

— ¿Qué hay con ellas? Él retrocedió, molesto.

— ¿Saltaron o las indujiste de alguna forma?

—Eso, es más difícil, no de explicar, sino de entender, Victoria. Tregua. Te muestro tu casa y otro día te explico. Debo irme para tomar un vuelo a Detroit en media hora. Acabo de intentar decirte lo que me ocurre. Algo que se apodera de mí y mi voluntad no puede contra eso.

— ¿No tenías que abordar un avión? ¿No debes someterte como todos los mortales a los trámites del aeropuerto?

Sonrió de costado.

—Voy en el avión de ellos. Jamás pisarían el mío.

— ¿Tienes uno?

—Dos, en realidad. Pero los uso para distintas actividades. No movería el mío para transportar tres cadáveres.

Ella palideció.

— ¿Qué quieres decir? Victoria sintió frío y calor. Esto estaba llegando demasiado lejos.

— Eres periodista —se quejó él. Deberías saber que esta mañana llegando de un viaje de Las Vegas, tuvieron un percance que…no acabó bien.

—No importa a cuantos mates, vendrán más —le miró con fiereza.

—Pensé que te alegraría saber que la vida de los malos también es efímera…cándidamente la observó, mientras se mordía el labio inferior.

— ¿Cómo sucedió?

—Sabes que la ruta es algo monótona, tal vez se durmieron. Habían estado de juerga toda la noche y bueno… habrá que esperar los resultados forenses ¿No te parece? Lo menos que pude hacer fue retirar los cuerpos, cosa que ya hizo mi abogado y devolver sus restos a Detroit.

—Todo el mundo sabrá que estaban vinculados contigo, de alguna manera.

—No es ningún misterio, habían pasado la noche en uno de mis hoteles —se encogió de hombros.

—No te entiendo. Necesitas dinero para reflotar un club y tienes un hotel, dos aviones y… aunque dijiste que no lo precisas, el dinero, jamás sobra, Lennox.

—Tengo más de lo que necesito, realmente. Pero quería sacarme de encima a esta gente. Vamos.

De camino al piso de Victoria le explicó.

—Ellos se presentaron hace tres meses en mi despacho y quisieron manejar la ampliación del club, y apoderarse de ciertas vertientes del negocio. Eso no podía permitirlo. La ciudad es mía, así que hice correr el rumor que estaba en dificultades económicas. De manera, que el perjudicado sería yo que me he quedado sin aportantes. Ellos ahora se enterarán que en realidad no acepto extorsiones, y resuelvo a mi manera ciertas cuestiones. No niego que al principio, pensé en llevarlo a cabo, a través de intermediarios, pero eso, olería a una guerra que no estoy dispuesto a permitir. El Fénix es un lugar enclavado en una zona de bajo riesgo criminal y no podía permitir una vulgar guerra de pandillas.

—Creo que me estoy enterando de ciertas cosas que preferiría no saber, aunque ya es algo tarde, y eso me hace pensar que debo estar en tu lista de pendientes. Muertos ellos, ya solo queda una nota de sociales con la re-inauguración, pero poco más.

—En realidad, no puedes ir a la policía y contarles nada de lo que he dicho, porque he estado visible en todo momento, y si bien es cierto que ellos se hospedaron en mi hotel, yo tengo testigos que he permanecido en la ciudad todo el tiempo.

— ¿Cómo lo has hecho?

—Yo no hice nada. Ya llegamos. Mañana, podemos salir a cenar en plan nuevos socios y te cuento lo que me entere al llegar a Detroit. Luego decidimos si vas a incluirlo en tu informe.

— ¿Qué hay con la deuda que tienes con ellos?

—No me dieron nada. Querían, claro que querían darme el dinero, pero no lo usé y se los envié de regreso a su hotel aquí. Ya sabes que no andan con transferencias bancarias. Así que estoy llevándolo, junto con sus cuerpos.

—Creo que con este nuevo giro, se terminaría nuestra relación, Lennox. Ya puedes disponer del piso que compraste y…

—La sociedad lo hizo y ya no hay vuelta atrás.

— ¿Por qué quieres ahora que esté cerca de ti, cuando todo el tiempo intentaste dejarme fuera? No entiendo.

—Vendrán más peligros, puedo verlos y será mejor que estemos preparados.

Ya a solas, su mente era un torbellino de interrogantes, dudas y sospechas. Haberse acercado a Lennox Awbrey, había sido pésima idea. Ahora se sentía atrapada en su tela de araña y temía que solo hubiese una forma de salir y no era buena.

Amaneció lloviendo y en la oficina, reinaba un clima denso y de muy alto voltaje, como si fuera a llover con electricidad de fondo. La animación y entusiasmo de días atrás ante la perspectiva de ciertos hallazgos se diluían ahora con la desaparición física de los tres de Detroit, el dinero y cualquier vinculación que hubiera podido haber con Lennox Awbrey. El informe había ido a parar a la papelera, un montón de tiempo desperdiciado.

La noche loca que había tenido lugar, ahora parecía una pesadilla brumosa y con más dudas que certezas.

El hombre en el que se había convertido Lennox era un ser trastornado, con demasiadas caras ocultas o versiones peligrosas de una personalidad que era atractiva para las mujeres que, como ella, parecían enamorarse del lado oscuro de los hombres.

Harry estaba detrás de otra nota, y parecía haberse enfocado sin pérdida de tiempo. Esta vez, era el turno de Lydia Evans.

Victoria abonó escrupulosamente las horas trabajadas por su equipo y se dedicó a mudarse. Sus vecinos se mostraron felices por su cambio, más que merecido para una hija tan ignorada por un padre desalmado. Iba siendo hora que disfrutara de todo aquello por lo que había padecido en su infancia y parte de adolescencia.

Ese día, no tuvo noticias de Lennox y no llamó para concertar su cena de nuevos socios, como había anunciado.

Ni esa noche ni ninguna otra en dos meses.

Paulatinamente, su vida continuó con sus carriles habituales. Había perdido todo contacto con él y no iba a tratar de buscarle. Había tenido suficiente con acercarse a su peligroso mundo y ahora dormía mejor por la noche. Pudo retomar un par de investigaciones que tuvieron cierta resonancia y aquel piso enorme y desierto, parecía ser el único testigo de su misteriosa sociedad. Tampoco acudió a la re-inauguración del Fénix y eso le supo, a cierta decepción. En el fondo, esperaba una invitación por su parte y no fue así. Se enteró por los portales de noticias, que había sido todo un éxito. Por lo que pudo averiguar discretamente, nada indicaba que los forasteros, hubieran vuelto a aparecer.

 Las imágenes mostraban a un Lennox Awbrey sonriente, con una rubia explosiva colgada de su brazo. La noche había sido un éxito y una vez más, el Fénix renacía.

Ella conoció por entonces a Rollo Strauss, el número dos del alcalde. Lo que comenzó con ciertos requerimientos de material se transformó en una invitación a cenar y luego más. Parecía un dedicado funcionario y parecía increíble que figurara en la nómina de Lennox Awbrey.

Posiblemente, estuviera jugando con fuego, pero, por una vez, decidió dejarse llevar.

Al cabo de unos dos meses, el hombre la invitó al Fénix ¿Tenía que ser justamente allí? No quería ver a Lennox ni de perfil.

Trató de negarse y Rollo insistía cada vez más vehementemente.

— ¿A qué tanto interés?

Los ojos de él, recorrieron con avidez y lujuria su cuerpo.

—Soy socio de allí, honorario, claro, pero necesito que lo disfrutemos juntos. Ya no me interesa ir solo. Cada vez, me gustas más y lo quiero todo de ti.

Era apuesto y parecía un tipo decente, a pesar de sus <<deslices éticos>> como funcionario ¿Quién no los tenía? ¿Acaso ella no había planteado en el grupo, desde generar escándalos frente al Fénix hasta una amenaza de incendio? Eso tampoco era ético y solo considerarlo, la acercaba bastante a Rollo y su invitación.

— ¿Qué es exactamente lo que hay allí, que tanto te seduce?

—Podemos ser como en realidad somos, Victoria.

— ¿Y cómo se supone que somos? ¿Acaso estuviste fingiendo cosas que no eres?

—No, es que soy como soy y siento que necesito más.

—Los tríos no me van, desde ya te aclaro ni disciplina ni nada de eso.

—Solo acompáñame y dejémonos llevar, por favor.

—No me gusta que el club pertenezca a Lennox Awbrey. Por si no lo sabías él y yo…

—No son nada, Victoria. Ya me lo ha explicado todo. Además está en trámite de cambiarse el apellido paterno y eso te aliviará saberlo.

—Pareces conocerlo bastante —ella le observó con la suspicacia propia de su oficio.

—Nuestros caminos se juntan y se separan periódicamente y tenemos gustos parecidos, en ciertas cosas. A ambos nos gusta vivir bien y privarnos de poco. Pero, eso no me transforma en un depravado, te aclaro, que serás quien lleve la voz cantante en esto. Si te sientes incómoda, lo dejamos y listo. Amigos.

<<Amigos>>, pensó ella ¿Así era como quedaba Rollo con las mujeres que no querían dejarse llevar? Pero, era una mujer adulta, tenía que acercarse a la experiencia, sabía qué era lo que quería y necesitaba, así que, sería quien pusiera los límites, o eso esperaba.

La noche que entraron al Fénix, estaba fría, más que de costumbre. Parecía que el hielo sobre el que se asentaba el magnífico edificio era del color del azabache. <<Hielo negro>>, le extrañó porque nunca había visto ese fenómeno óptico.

Por encima del techo se elevaba en hierro como una flecha hacia el cielo oscuro cubierto por nubes, el pájaro mítico, apenas iluminado por momentos, con acierto, de forma discreta, seguramente para no perturbar el equilibrio del vecindario. Pensó, no sin curiosidad, si Lennox no sería ese Fénix, de alguna forma, aunque ella no hubiera detectado demasiados indicios de renacimiento en su ajetreada y riesgosa vida, o lo poco que conocía de ella.

Rollo apretó su brazo y eso la trajo de nuevo al mundo real.

Había mirado para todos lados en su búsqueda, pero no tendría por qué estar cada noche haciendo de anfitrión, imaginó.

Se encaminaron a la dichosa escalera. Pensó que tendría oportunidad de conocer el interior de alguna de sus numerosas habitaciones. No se hacía ilusiones sobre lo que allí habría. Era un club de sexo para adultos. La discoteca que funcionaba en el salón de la planta baja era para ir entrando en clima, pero, al parecer, Rollo sabía bien lo que quería y por los saludos aquí y allá que prodigaba, supo que era un habitué. Eso le disgustó. No conocía demasiado al hombre, pero le había parecido alguien bien relacionado, pero no un maníaco del sexo. Esperaba no tener que salir corriendo como una ridícula pacata.

Entraron en una habitación que de entrada le pareció extremadamente lujosa. Una enorme piscina de agua caliente bajo una cúpula de vidrio, en el centro de la habitación. Se le antojó como un gran caldero donde le cocinarían y trató de sacudir las imágenes de la mente.

Rollo la guió, tomándola por un codo hacia la barra que estaba en una de las paredes laterales.

— ¿Quieres champagne?

Aceptó gustosa, acercándose al enorme ventanal sin cortinas que daba a los jardines y observó que del techo colgaban carámbanos negros. Se alcanzaba entre la niebla que comenzaba a alzarse, una laguna donde aún se podía ver algún cisne en la orilla o eso le pareció.

Las personas deambulaban por algunas pérgolas vidriadas y copa en mano, se acercaban unas a otras y se dedicaban a entregarse a alguna música que estaría sonando en el interior de las estructuras. Cuerpos que se meneaban, ondulaban, parecían reír, intercambiarse, rozarse para darse las manos y desaparecer en la oscuridad de los jardines cubiertos de hielo.

Se giró cuando sintió el contacto de Rollo a sus espaldas.

Levantó la copa y apuró la burbujeante bebida. Él no le quitaba los ojos de encima.

—No te he dicho lo bien que te queda ese vestido —sonaba sincero.

Victoria sonrió, pero siempre había desconfiado de los elogios. Pidió una segunda copa.

—Tal vez primero debamos cenar algo, luego disfrutaremos de la piscina.

Pidieron algo caro y liviano, ubicado centralmente en un plato. Cocina de autor. Un sabor algo picante adormeció su lengua por un momento y se apoderó de su garganta.

—Necesito agua —pidió.

Él le sirvió de una botella de vidrio azul. Le pareció que las mejillas le ardían.

—No te dije que el estilo, es algo fuerte —pido disculpas. Contrito, se puso una mano en el pecho y sonrió con timidez. Se supone que es afrodisíaco.

Una vez que degustaron una espuma dulce de sabor, algo extraño, rociado con un baño de cognac, Rollo la condujo a un pequeño salón para que se desnudara.

Cuando hubo cerrado la puerta, observó su imagen reflejada en el espejo. La música de fondo suave, envolvente, había estado por todos lados, en cada rincón de la espaciosa habitación. Colocó su vestido en el radiador tibio y retiró un toallón gris y afelpado con un pájaro negro grabado y se envolvió con él recatadamente.

Del otro lado de la puerta oyó voces y pensó que sería el personal retirando la cena que habían consumido al lado de una especie de brasero de hierro del que salían llamas, sentados a una pequeña mesa.

Habían hablado poco y Rollo parecía ausente. Ella imaginó que estaría inseguro de cómo reaccionaría ella cuando él avanzara con lo que sea tuviera planeado obsequiarla esa noche.

Usó una toalla pequeña para secarse el sudor del rostro. El ardor de la comida, todavía persistía en su boca y los labios eran ahora quienes hormigueaban.

Cuando abrió la puerta, él estaba en una camilla boca abajo, desnudo y untado en aceite, mientras una mujer le daba masajes. Parecía ser una profesional y seriamente se dedicaba a lo suyo. Solo tenía colocada una tanga mínima y sus pechos se balanceaban a cada movimiento que hacía en hombros y espalda de él. Emitía sordos gruñidos de placer ante los embates vigorosos de ella.

Victoria sin saber bien qué hacer, se quedó parada cerca del cuarto donde había dejado su ropa.

Él levantó la cabeza y le sonrió.

—Ven aquí, pequeña—susurró. Súmate a la sesión. Tiéndete a mi lado y deja que se encargue de ti.

Vio que la camilla era doble y despojándose del toallón se tendió a su lado. Pronto las manos de la mujer comenzaron con sus hombros y espalda.

—Pensé que iríamos a la piscina, dijo en voz baja.

—Eso, después que nos duchemos. Deja que trabaje en tus músculos. Durante la cena te observé tensa. Has venido a disfrutar y eso haremos. Se giró y quedó boca arriba. Estaba excitado, según pudo ver ella y trató de apartar la vista, incómoda.

—Te dije que no aceptaré tríos, Rollo.

—Lo recuerdo y no los habrá.

— ¿Tú acostumbras a eso?

—Siempre que puedo. Hay que decir que Lennox tiene un gusto exquisito en cuanto a empleadas en sus clubes. Tengo entendido que es muy exigente.

Se levantó y ella  oyó  que la joven abría una ducha.

—Espérame que, cuando termine de ducharme, vamos a bañarnos los dos en la piscina, le dijo él sonriente. Puedes ducharte en la otra, mientras tanto.

Le hizo un gesto a la mujer que se detuviera y le hizo una seña para que fuera a la ducha con él. La joven hizo un gesto con la cabeza y se quitó la tanga sin hacer el mínimo ruido y le siguió, contonéandose.

Cuando ambos desaparecieron, Victoria saltó de la camilla y se dirigió adonde había dejado colgado su vestido. Se lo puso tan rápido como le fue posible. No deseaba permanecer un segundo más en compañía de ese hombre.

Salió al pasillo poniéndose los zapatos. Bajó las escaleras casi corriendo, pero al llegar a la planta baja no sabía dónde estaría algo parecido a una recepción ya que todos parecían saber por dónde ir.

Por fin encontró un camarero que llevaba un servicio para las habitaciones y le indicó la empresa de taxis que ellos utilizaban.

En menos de tres minutos, apareció uno y lo tomó indicándole la dirección de su casa.

Había huido como la cobarde que era. No se sintió lo suficientemente fuerte como para negarse en redondo, sin parecer una asustadiza mujercita, pero era lo que había hecho. Ya en el interior del taxi, escondió la cara entre sus manos, avergonzada. Seguramente, cuando hubiera terminado con ella esa noche, Rollo, la incluiría entre su lista de amigas solo para ir al cine o alguna salida inofensiva. Y después requeriría el servicio de una verdadera mujer, se dijo.

<<No me torturaré>>, se prometió. <<Él sabe lo que quiere y yo solo sé lo que no quiero>>.

Esa noche durmió mal. Había esperado que Rollo le llamara para saber qué le había pasado, pero no recibió ni un mensaje. Bien, eso lo pintaba de cuerpo entero. Había ido allí por sexo ¿Qué pensaba ella? ¿Que era un tipo decente sin vueltas, como se había ilusionado al conocerle? ¿Es que acaso había alguna otra clase de hombres?

Cuando llegó a la oficina, Leo la observó sin decir nada.

Pero Rose, era una bruja para ciertos menesteres.

—Parece que no hubieras dormido ¿Apareció Lennox?

Negó con la cabeza.

—No, salí con otro y fue decepcionante. No quiero hablar del asunto.

—Pues Víctor me llamó anoche y hoy tiene algunas noticias.

— ¿Con respecto a qué?

—Ya veremos.

Víctor llegó media hora después cargado con el consabido envoltorio en la bolsa del sitio de donuts.

Ni bien se quitó el abrigo, se acercó al radiador y tomando un sorbo de café se giró hacia ellos.

Triunfante se irguió.

—En Detroit, se desató una guerra hace un par de noches. Me lo envió un amigo. Al parecer, hay una disputa por territorio como en los viejos tiempos. Nadie sabe de dónde salieron, pero parece que son forasteros y dejaron un tendal de más de veintitrés muertos…Desaparecieron en la nada. Algunos  cadáveres estaban destrozados como si hubieran soltado una jauría furiosa.

—Bueno, pero eso ya no nos incumbe… Victoria sentía el estómago revuelto. Sabía que eso era algo de Lennox.

—Como quieran, pero hacía tanto que no pasaba esto aquí, que está movilizada toda agencia de seguridad que se precie. Leo cerró su móvil, dispuesto a iniciar la jornada.

Lennox estaba en su ofician cuando su secretaria le anunció que Rollo Strauss le aguardaba.

No tenía ninguna reunión pendiente en la próxima media hora que era todo cuanto estaba dispuesto a destinarle.

Se saludaron con cierta distancia. Ambos eran conscientes de lo que les unía y separaba al mismo tiempo: el Fénix.

Rollo no aceptó tomar nada y abordó directamente el tema por el que hacía una semana estaba intranquilo.

—Mira Lennox, no quiero tener problemas contigo, por eso he venido a contarte  que la mujer que llevé al club la otra noche, era tu hermana. Antes que esto llegue a convertirse en un escándalo, debido a lo que pasó o mejor dicho que no pasó y sabiendo que ella es periodista…

Lennox saltó como un resorte y se acercó a la silla donde estaba sentado el otro.

— ¿Qué alcance le das al escándalo? ¿Cómo que  llevaste a mi hermana?

—Nos conocimos a raíz de una documentación que solicitó a mi oficina. Me pareció una hermosa chica y lo sigo pensando, pero, la cuestión es que hace un par de meses que salíamos y quise subir un poco el nivel de intimidad, ya sabes…matizar un poco.

A continuación le describió la fallida cita en el club y la huida intempestiva de Victoria.

—No la he llamado, porque no quiero que esto trascienda. No solo tú, a mí tampoco me beneficiaría que me vinculen con tríos o entretenimientos sexuales consentidos entre adultos, pero, ya sabes cómo es la opinión pública. Estoy durmiendo mal y quisiera que hables con ella para tantear si quedó ofendida por lo que propuse, o algo y asegurarnos que esté dispuesta a no ventilar nada de esto en uno de sus informes.

Lennox tomó aire y se sentó con las manos tocándose las puntas de los dedos, el músculo de su mandíbula sacudiéndose en rítmicos espasmos sumergido en uno de sus proverbiales silencios. Su cerebro, descargaba mil disparos neuronales, imaginando posibles escenarios, probabilidades, movimientos que convenía hacer.

La joven era muy imprudente e ingenua, esa era una combinación peligrosa. Seguramente el imbécil que tenía sentado enfrente se puso insistente y ella decidió probar alguna experiencia nueva, algo presionada. Por lo que sabía, no era una mujer que frecuentara este tipo de lugares y según sus investigaciones, sus anteriores relaciones, podían denominarse <<tranquilas>>. Victoria Arwood, era una mujer tradicional, de las que esperaba un anillo, marido e hijos. O al menos, es lo que él pensó. Solo tendría que asegurarse que no causara problemas. Pero, por otro lado, había sido quien, cuando tuvo la oportunidad, privó a Collin de su analgesia.

—De acuerdo, déjalo en mis manos, Rollo. En adelante, tendrás que ser más cuidadoso con las mujeres que invitas a participar en tus gustos. Tienes suerte que sea familia, creo. Me lo pondrías difícil si tuviera que lidiar con una desconocida, como alguna recatada senadora sureña.

—Tienes toda la razón. No hay que meterse con mujeres sanas, rió.

Este comentario, tuvo la virtud de irritarle y se sorprendió deseando asestarle un puñetazo, manchando con su sangre su traje impecable.

A duras penas, se las arregló para despacharle y volver a prometerle su intervención.

Esa noche no podría ocuparse del asunto, pero le envió un mensaje a Victoria y prometió retomar a la noche siguiente un tema que había quedado pendiente, le dijo, con la esperanza de distraer su atención del asunto Strauss y que se dedicara a enfocarse en la cena de <<nuevos socios>> que él había propuesto hacía un tiempo atrás, cuando tuvo que viajar a terminar el asunto en Detroit.

En verdad, lo de Detroit, que en principio no pintaba tan complicado, había terminado en la guerra anunciada, teniendo que pedir ayuda a los siete, para equilibrar la contienda sangrienta que se desató. Solo llegar al aeropuerto y encontrarse con el esbirro encargado del asunto de los cuerpos y el dinero devuelto, la cosa había escalado a proporciones épicas. El resultado final había sido un enfrentamiento totalmente desparejo, en un área de tinglados y barracas pertenecientes a la banda. Había sido necesario tomar medidas desesperadas para neutralizar el desequilibrio numérico, y, abandonando las armas, llegar a la lucha cuerpo a cuerpo, desnudando sus identidades.

Por más alocada que fuera la versión que podrían dar, si quedaba alguien con vida, darían la impresión de haber sido atacados por una jauría de tigres, gatos, linces, o lo que fueran aquellas bestias furiosas que en minutos desgarraron cuerpos como si de muñecos rellenos se tratara, transformando el lugar en una carnicería. Sabía que eran percepciones y que nada de esto tendría sentido para ningún funcionario policial.

Por ello, tuvieron que repartirse las tareas de limpieza, urgidos por el paso de las horas que los acercaban al amanecer, dejando tan solo los cadáveres con los que habían intercambiado disparos y alguno destripado, para confundir. Los demás… procesarlos hasta hacerlos cenizas de la manera habitual. Abordar su propio avión que había volado hasta allí y volver a la ciudad, antes que alguien notara su ausencia.

En todo esto pensaba cuando se iba acercando al sitio de su cita dos noches después. Llegar a perder su apariencia salvaje y brutal o la sensación de serlo, le llevaba de horas a un par de semanas, normalmente. Pero los siete, estaba heridos y él mismo tenía una herida de bala en el brazo  a la que hubo de dedicarle el mejor esfuerzo para que no se notara. Sus aparentes cambios morfológicos, esta vez, deberían ser rápidos, ya que no quería levantar sospechas.

Aunque seleccionó a sus siete mejores hermanos de armas, había albergado la esperanza de no tener que recurrir a ellos. También tenían sus ocupaciones y familias ante las cuales dar explicaciones, por las ausencias prolongadas. Era muy difícil en esta época hallar mujeres que no hicieran preguntas y fueran las compañeras adecuadas para hombres como ellos, con talentos especiales. Las hembras de su especie, eran estériles, casi la mayoría, por ser tan antiguas y las humanas eran demasiado curiosas.

Pensando en ello, llegó al restaurante y entregó el auto al Valet Parking.

Cuando entró buscó con la mirada a Victoria, a la que había ubicado en su mesa de siempre, pero el sitio estaba vacío. Impaciente, miró su reloj y comprobó que llevaba más de diez minutos de retraso. No le gustaba esperar y no toleraba la impuntualidad.

Recibió un mensaje en su móvil de la chica.

—Tengo una situación…

— ¿Qué carajos era <<una situación>>? Furioso, apretó el móvil hasta hacerlo crujir entre sus poderosos dedos.

Continuó leyendo.

<<Realmente intenté llegar, Lennox, pero surgió algo del trabajo y no podré ir. Lo lamento>>.

—Se contuvo para no descargar un puñetazo en la mesa. Cenó solo y rechazó el fugaz pensamiento de invitar a alguna amiga a acompañarle. Esa noche, no le tentaba ninguna mujer. Se quedó en suspenso, cuando reparó que, en verdad, estaba haciendo la vida de un célibe. No entendía qué demonios le estaba pasando. Se sacudió algunos pelos amarillentos de la manga del impecable traje. Sentía como si estuviera mudando la piel, y no era así. La herida le seguía dando tirones, pero no causaría mayores problemas, hasta que recordó a Sybil.  La candidata ideal para ser su acompañante. Tenía todo el tipo de rubia explosiva que alejaría la atención de los fotógrafos de sí mismo para centrarse en ella. Hacía pocas apariciones en público, tanto o menos que él, y era muy cuidadosa seleccionando los eventos a los que asistía. No podía olvidar que hubo una corta historia entre ellos, y pronto había descubierto que Sybil, bajo toda esa capa de belleza era como él. Tan fría y sin sentimiento alguno, que era como estar acompañado por su imagen hecha mujer. No haría preguntas indiscretas ni pediría rendición de cuentas con olor a reproche, sencillamente, porque el centro de su vida era sí misma. Perfecto, pero no para esa noche.

Así que, habiendo fallado la cita, el problema radicaba en asegurarse que Victoria no hablaría con nadie de los gustos y las inclinaciones de Rollo Strauss.

No le cabía duda, al faltar a su cita, que estaba evitándole. A esta altura, la noticia de Detroit ya habría llegado hasta sus oídos, y ella no era tonta. Solo ingenua. Creía que detrás de cada monstruo, yacía un buen hombre o mujer dormido. Pero, tenía un fuerte sentido de supervivencia y por eso, le evitaría llegando a poner distancia con él, si se sentía amenazada. Tenía que adelantarse y evitar que huyese, buscase otro trabajo, sin apuro ya que era inmensamente rica y hasta volver a cambiarse el nombre. Era eso, dejarle en paz y esperar que no hiciera nada estúpido con Strauss o, perseguirle y asegurarse.

Planeó su siguiente movimiento y sería algo imposible de evitar, algo que la atraería como un imán.

Después analizó que, si hasta ahora lo de Rollo no había salido a la luz, nunca lo haría. Pero el hombre era un redomado cobarde.

<< ¿Cómo no iban a ser cobardes, si eran mortales? >> El pensamiento le atravesó como una flecha envenenada.

Davies, seguía ocupado buscando sus oscuros orígenes, pero a él no se le escapaba que su madre también había sido una prófuga desesperada que en su huida, se topó con Collin Awbrey y decidió que sería lo más seguro para él, su único hijo.

Resuelto a dejar atado el asunto esa noche, se coló en la habitación de Victoria. No le costó nada trepar y saltar a sus anchas, sintiendo el viento gélido en su cuerpo. Respiró hondo ese olor a nieve recién caída y supo que, hacía mucho que no se sentía tan libre y tan atado a la vez. La mujer a quien iba a ver, era lo prohibido. Era… ¿Cómo la había definido Strauss? <<Sana>>. No iba a contaminarla con sus oscuridades. No porque fuera un buen hombre, era porque no deseaba complicarse la vida con una mujer mortal y sin ese fondo oscuro. Eso ya le había quedado claro cuando lo intentó con las dos únicas mujeres de ese estilo con las que se había involucrado en el pasado. Resultaron tan poseídas por la oscuridad que el impulso de muerte las poseyó y no quería tener a Victoria formando parte de esa lista. Ahora le estaba quedando claro, a pesar de sus contradicciones y amenazas al respecto.

Todavía recordaba con claridad, el esfuerzo que le constó contenerse y ahogar el impulso que sintió correr en su sangre para que ella se arrojase al vacío.

Esta vez, sería una intervención rápida y antes que ella reaccionara, ya estaría otra vez saltando limpiamente por las terrazas de los edificios, como un patético comic.

Se pegó a la pared del pasillo cuando escuchó el sonido de la cerradura. La alarma la había colocado él y ella, cándidamente, ni siquiera había cambiado el código.

La oyó caminar por el pasillo y escuchó la voz de un hombre junto a ella.

Se pegó más al muro y se deslizó hacia el cuarto de huéspedes. Esto, no era lo que había esperado

No era invisible y no tenía tal capacidad, sonrió a la oscuridad. Tampoco cambiaba su apariencia a voluntad, como los personajes de las series.

En realidad, eran las mentes de sus enemigos las que operaban el cambio. Sonrió en la oscuridad, el terror operaba milagros. Prácticamente, había muy poco que hacer cuando el terror invadía la mente de un ser humano. Casi todo corría por su cuenta, creando monstruos donde apenas había cenizas al rojo vivo.

Reconoció la voz: Rollo. Maldito sea. Cerró los puños con fuerza a los costados de su cuerpo en tensión. Por un espejo del pasillo que daba a la puerta del cuarto donde se había refugiado, pudo ver que Rollo abrazaba a Victoria susurrándole algo en el oído y que ella reía. Luego, los perdió de vista. Oyó ruidos de copas y una botella descorchándose, ruido de la espumante bebida.

Ese tipo era realmente un imbécil. Seguramente quería sentirse en control de la situación. No confiaban uno en el otro y lo bien que ambos hacían. Pero, era su reaseguro en la alcaldía de que todo lo que ingresara de sus empresas, correría sobre rieles.

Pero él, era un animal nocturno y no había ido allí para escuchar cómo se apareaban.

Saltó sobre ambos, dándoles un susto de muerte.

En dos zancadas, estaba tomando del brazo a Rollo Strauss y lo arrastraba hacia la salida.

—Te lo advertí —le gruñó. Yo me iba a encargar, y lo haré, pero, si te le vuelves a acercar para enrollarla en tus sucias mentiras, te aplastaré como una cucaracha.

El otro asintió con la cabeza, manoteando su abrigo, salió trastabillando por el pasillo y cerró dando un portazo.

Sintió algo en la cabeza que se estrelló con fuerza, sin darse casi por enterado, percibió un hilo de sangre tibia que corría por su cuello, escurriéndose por la espalda.

Se giró furioso, lentamente. Victoria, con los ojos abiertos por el terror, tarde, había comprobado que ese hombre era inmune a la violencia física, al menos con su fuerza. La bola de cristal con el paisaje nevado dentro había rodado, inútil, hasta chocar contra la pared y allí había quedado, mientras su níveo contenido iba apelmazándose en el fondo. Las letras que rezaban <<Aspen>>, parecían un deslustrado anuncio barrido por el viento.

Ella retrocedió y chocó a su vez contra la pared.

— ¿Cómo, por qué entraste?

—Porque fue a verme a mi oficina para suplicarme que te hiciera desistir de hacer alguna tontera periodística de lo que pasó la noche que te llevó al Fénix.

— ¿Esa era la razón de la invitación para cenar?

—Sí. Se quitó la camisa pero el daño estaba hecho. Estaba empapada en sangre.

—El cuero cabelludo es lo que tiene —dijo Victoria. Dame la camisa que la lavo enseguida y la pongo en el secarropas, así puedes irte.

—Tengo ropa en el auto, pero, sin embargo, se la entregó y pasó al baño a lavarse.

—Deja que te mire el corte que se hizo.

—No me toques —el tono de él era perentorio. Así no cicatrizará nunca.

—Como quieras. No me siento culpable porque me asustaste y pensé que eras…

—Santa Clauss, antes de tiempo —el tono irónico de Lennox la irritó. Sabías, porque me viste de sobra, no intentes hacer creer que fue por mi intrusión.

—Te lo juro, Lennox. Fue todo tan rápido que ni siquiera, pude distinguir que eras tú ¿Acaso no sabes la velocidad con la que te mueves en ciertas circunstancias?

Claro que lo sabía. Casi se desmaterializaba, en esos momentos y era imposible verle con claridad. Alguna ventaja tendría eso de ser un triste mutante psicológico.

— ¿Vas a explicarme qué haces aquí? Victoria fregaba la camisa con furia.

Lennox se sentó en un sillón y guardó silencio. Experimentaba cierto aturdimiento por el golpe y además, el familiar cosquilleo de la cicatrización que ya estaba en marcha.

Victoria se acercó y le trajo un jarro de café.

—Nunca pensé en escribir nada de Strauss, Lennox —susurró sentándose a su lado.

—Hasta donde le conozco, habrá querido estar seguro de tener el control de la situación —gruñó él dando un sorbo.

—Como siempre —le desafió ella, aludiendo a los hombres de su vida y sonriendo con amargura.

Él se encogió de hombros.

La tomó bruscamente por los hombres y literalmente clavó sus dientes en el cuello de la joven que se paralizó, jadeando.

—No soy un maldito vampiro —susurró Lennox. Apenas vivo para que me dejen en paz y desde hace un tiempo, no hago más que tropezarme contigo ¿Qué es lo que buscas?

Ella no lo sabía a ciencia cierta. A menos que admitiera que el morbo había reemplazado subrepticiamente a la curiosidad de inicio.

—Ya no eres mi objetivo —dio ella. Así que, en realidad que esta noche estuviera con Rollo fue mera casualidad. Aunque no lo parezca, nuestras vidas no están tan separadas, compartimos agenda.

No lo creo— susurró él soltándola. Te mueves en círculos totalmente ajenos a los míos. Lo tuyo son las leches malteadas y las reuniones con amigos, pizza y películas de terror los fines de semana.

— ¿Y qué es lo tuyo, Lennox? Se pasó la mano por el cuello que le ardía un poco y estaba húmedo. Era saliva.

—Lo mío, es sacar lo peor de las personas, Victoria. Que se animen a mostrarlo y a disfrutar con eso, de ser posible en mis términos y en los sitios que me pertenecen.

—Eres una especie de depredador —torció la cabeza.

—Sí, puede decirse así, sí. Delimito mi coto de caza y manipulo a la personas para que sin saberlo, se rindan y compartan la misma forma de diversión bajo mi techo. Creo que se me puede llamar así.

—Solo que tú no las matas ¿Cierto? Se terminaría tu negocio si así fuera —se animó ella.

Lennox no contestó. Se limitó a erguirse, se alisó los pantalones levantándose del sillón y comenzó a ponerse la camisa que ya se había secado.

—Si quisiera que estuvieras a mi lado, solo necesitaría exponer lo peor de ti, Victoria. No querrás eso, acabaría con la luz que te rodea y la alegría sencilla de aquella cría que me espiaba detrás de los árboles. Lo perderías todo.

Se dirigió a la puerta y se marchó.

Todo el resto de aquel mes, Victoria, se dedicó a sus restantes notas de investigación. Encontraba alivio trabajando todo el tiempo que le era posible, ahondando en sus investigaciones y pasaba las horas de los sábados y domingos indagando en archivos y documentos de diversos orígenes.

No se engañaba, necesitaba quitar de su cabeza a Lennox como fuera que ahora se apellidara. Evocaba el calor de su cuerpo, la firmeza de aquellos hombros poderosos en los que había apoyado sus manos, su aliento cálido y el olor a cierta sustancia que no lograba identificar que impregnaba su piel y la ropa.

Tal vez fuera por eso que un día, decidiera pedirle a Harry, unos días de vacaciones que le debían y partió sin avisarle a nadie de su grupo, que se ausentaría.

Recaló en aquella ciudad de Alaska donde se hacía mención al posible nacimiento de Lennox hacía más de treinta años.

Algo había mencionado él, que había enviado rastrear sus orígenes o así le había parecido escuchar. Ella, como investigadora y ávida de curiosidad, había fotografiado la hoja de papel de la partida de nacimiento. Era lo único que había extraído de la caja que le había devuelto. Le pareció algo demasiado íntimo o ajeno como para continuar escarbando la pila de papeles y fotografías que en ella había.

Pero ella, con el tiempo, había desarrollado cierta capacidad para averiguar cosas sin acudir a fuentes oficiales, como sería un registro civil o un hospital, lugares más que obvios, donde iría a buscar el investigador de Lennox.

Por eso, es que estacionó su todoterreno frente al hotel más viejo que pudo hallar en la ciudad, cuando el sol caía sobre aquel sitio, desolado y gélido. No pudo evitar pensar, mientras descendía del vehículo, que habría sido el escenario en el que había vivido un pequeño Lennox en sus primeros años, vaya a saber deambulando de la mano de quién, observándolo todo con aquellos extraños ojos de pupilas hendidas y gesto fiero y agresivo.

Sin poder evitarlo, se enterneció y se extrañó al sentir esta mezcla de sentimientos donde encontraban el miedo, la atracción, la excitación, la curiosidad, la fascinación, la desconfianza…

Pamela, la mujer que atendía el hotel <<Dos Sirenas>>, tendría algo más de cincuenta años. Victoria, trató de entablar conversación casual hasta desembocar donde quería.

—Mary Jane Thortorn… Entrecerró los ojos, pensativa. Pues tienes suerte, porque por aquí, fue un caso bastante resonante. Pobre mujer… cargar con esa criatura problemática, tan salvaje…

— ¿Tiene tiempo? La invito a cenar si hay algún sitio que prefiera…

— ¡No! Ningún sitio como mi casa ¿Por qué quieres saber de ellos?

En un instante sopesó varias posibilidades. Sabía tan poco de la historia de su casi hermano, que no tenía en claro por dónde conseguir datos, pero… la intuición le decía que si esgrimía su calidad de reportera, probablemente la espantaría.

—Tengo una sobrina, Lucy, que tiene seis años y tiene un extraño síndrome llamado de <<ojos de gato>>, tiene algunas malformaciones que deberán ser corregidas y a raíz que mi hermana se encuentra en una penosa situación económica, he contactado a una asociación que tal vez me orienten para conseguir fondos para algunas de las operaciones. El hijo de Mary Jane, tengo entendido patrocina una fundación y me pareció que podría contactar con ella ya que él no recibe a todo el mundo.

—Pero ella lo dio en adopción hace más de treinta años. Estaba sola y no podía con el chico. No creo que pueda ayudarte…

— ¿No podré contactar con la señora Thortorn? Tal vez averigue algo y en el hospital sé que le hicieron estudios, pero, al no ser familiar no me autorizarían a indagar. Tampoco creo que haga falta, para lograr que me reciba.

—Ella… No se encuentra muy bien. El gesto de Pamela parecía querer que fuera suficiente para ser entendido. Pero, Victoria pasó por alto cualquier indicio y hablar de plano

— ¿A qué se refiere con que no se encuentra bien? ¿Está enferma?

—No, del modo que piensas. Ella, quedó bastante trastornada después que el chico fue alejado de aquí. Pero aliviada también. Y no fue la única.

— ¿No prefiere que hablemos más tranquilas después de cenar?

Al final, Pamela aceptó reunirse con ella en un restaurante de la ciudad.

Cuando entró en la habitación, luego de tomar un baño, se tiró en la cama a confeccionar una serie de preguntas que deseaba hacerle.

Al llegar la hora en que debía reunirse con Pamela, se preparó para salir. Todo estaba tan cerca, que decidió ir andando, pese al frío y la nieve que en esa época del año, casi primaveral, cubría las veredas. Le vendría bien respirar el aire nocturno, más limpio que en la ciudad y la atmósfera silenciosa de aquel pueblo casi fantasmal.

Cuando entró al restaurante, Pamela ya estaba sentada en el fondo. Se había cambiado y parecía animada.

Victoria, calculó que pocas ocasiones habría que dieran lugar para una salida con una forastera.

A esa hora, había algunas mesas ocupadas y la gente no ocultó la curiosidad que su presencia despertaba. Tal vez, a esa hora, gracias a Pamela, casi todo el pueblo estuviese informado de su llegada y los motivos de la misma.

Pidieron el menú nocturno, copioso debido a las bajas temperaturas. Una estufa de hierro caldeaba el lugar, con un siseo, como si se tratar de un gato de hierro, templando la estancia.

Los comensales, en ropas de montañeses, algo más aseados que los que ella había visto en las películas, volvieron a lo suyo, luego de haberle estudiado a conciencia.

Después de una charla que incluyó el panorama social de la ciudad, el temperamento de sus habitantes, ciertas miradas huidizas que sorprendió, constató que la atención, aún continuaba puesta en su persona. Decidió enfocarse y atender las respuestas que esperaba lograr de la mujer.

—Bueno, si no te molesta, quisiera saber algo de la historia del hijo de Mary Jane. Mi sobrina, desde su nacimiento manifestó ciertos síntomas y…

—No, el chico, al parecer era normal desde lo médico —interpuso la mujer. Solo los ojos revelaban su condición, ya sabes —dibujó unas rayas invisibles verticales con ambos dedos índices. Miraba raro. Pero lo peor vino después.

— ¿Cómo que lo peor?  ¿No me acabas de decir que en lo médico era alguien <<normal>>?

—Me refiero a que el carácter era lo difícil y tal vez, me expresé mal. Lo físico, también, ahora que pienso, tampoco era normal eso.

— ¿Qué <<eso>>? Verónica pidió dos cafés.

—A los dos o tres años, tenía una fuerza descomunal. De verdad, te daba impresión. Cuando enfurecía, esos berrinches que tienen algunos niños, bueno… él era capaz de levantar esta mesa y arrojarla como si fuera de juguete.

— ¿Y le daban esos ataques seguidos?

—Creo que sí. Pobre madre. Le destrozó casi todos los muebles de la sala y sin dinero, la pobre. Consultó en el pueblo con el médico que ha muerto hace unos años, el doctor Anderson, quien creo que le prescribió algún sedante. Lo sé porque en la farmacia se comentó, se encogió de hombros. Este es un pueblo solitario, que conoció mejores épocas cuando se encontraba oro en el río. Ahora, bueno, hay algún yacimiento y ya ves que, jóvenes no hay. Todos se han ido en busca de mejores horizontes y solo quedamos los antiguos.

—Sí, es verdad, he visto poca gente por las calles.

—Niños, no hay ninguno —agregó Pamela. Mis nietos y mi hija con su marido viven a más de seiscientos kilómetros. Suspiró.

—Así que, a cualquiera que le pregunte, recordarán al hijo de Mary Jane.

—Yo te recomendaría que eligieses a quién preguntarle.

—No te entiendo.

—Yo no tuve problemas con ella y su hijo. El hotel está a la entrada del pueblo, pero sus vecinos…

—No te sigo, Pamela ¿Te refieres a que era un niño travieso y que a veces se pasaba?

—No, no solo eso. Te juro que detesto hablar de ello, porque, después de todo, le puede pasar a cualquiera…

—No demos tantas vueltas —Victoria sintió impaciencia. Había viajado en avión, alquilado el todoterreno cubriendo muchos kilómetros para llegar a esa ciudad casi abandonada y estaba muy cansada. La sensación de no avanzar y tener que extraer la información con fórceps, en ese momento, la irritaba. Procuró ocultar su contrariedad.

—Llegó un momento, en que el chico pareció enloquecer de furia. Cualquier cosa lo irritaba hasta el límite y los sedantes no le hacían nada. Mary Jane terminó atándole.

— ¿Qué? Los ojos enormemente abiertos de Victoria, tragando saliva, conteniendo la respiración por el espanto,  despertó de sus recuerdos a la mujer.

—No fue culpa de ella. Los animales de los vecinos aparecían degollados, destripados con saña. Como si los atacara un león de las montañas o un oso pequeño. Desangrados. Nadie entendía qué era lo que pasaba, hasta que un día, a alguien se le ocurrió espiar por la ventana de la casa de Mary Jane. El niño, estaba de pie al lado del fregadero, con los brazos cubiertos por rasguños y las manos chorreando sangre. Los trozos de la cadena estaban desparramados por el suelo.

Al día siguiente, la noticia se esparció por toda la comunidad y acudieron a la casa de Mary Jane, encabezados por el comisario.

Ella sufrió una especie de ataque de nervios y al chico se lo llevaron en un patrullero. En esa época, y en este lugar, no había que pensar en psicólogos o asistentes sociales, así que el niño fue tratado como cualquier criminal adulto y tenía apenas cuatro años… Creo que algunos lo recordarán, con el pelo chorreando agua después que lo bañaron a la fuerza, la cara pálida mirándonos por la ventanilla del móvil, y esos ojos salvajes de gato, los surcos sangrientos de las cadenas en los tobillos… no era forma de mantener así a la criatura y si lo hubiese dejado suelto, seguro que tarde o temprano, algún trampero iba a terminar por pegarle un tiro.

—Un gato acorralado, se vuelve peligroso —reflexionó Victoria, en un murmullo ¿Qué pasó con Mary Jane?

—Estuvo recluida en un instituto en la capital del estado. Algo así como seis meses. Parece que había sufrido una crisis profunda y no sé cuál sería el diagnóstico, pero volvió más huraña de lo que fue siempre fue. A ver si me explico, ella ya llegó embarazada al pueblo. Y sola. Las cosas no le deben haber sido fáciles cuando entró a trabajar en la gasolinera a la entrada. Tuvo a la criatura en las montañas. De allí, escuché decir, era el padre del pequeño. Sacudió la cabeza. A la semana había vuelto con la criatura envuelta en pieles de foca. Jamás contó nada al respecto. Por eso, te digo, que si te acercas por su cabaña, tengas cuidado. No sabes cómo puede reaccionar si le mencionas a su hijo.

— ¿Qué pasó con él?

—Bueno, lo sometieron a muchos estudios por esa alteración de los ojos y cuando se lo devolvieron, ella tuvo que prometer que le llevaría a control como a cualquier niño. Pero, a los dos meses de tenerle de regreso, viajó a la capital y volvió sin él. Nos enteramos que lo dio en adopción a una familia rica y este es el fin de esta historia en lo que al pueblo concierne.

— ¿Nunca han vuelto a verle? Me refiero al niño.

—Jamás regresó por acá y Mary Jane, lo sepultó en su mente. No nos juzgues, este es un sitio muy difícil para vivir. Me refiero a que en soledad y sin medios, atender a un niño especial, es casi imposible.

— ¿Cesaron los ataques a los animales?

— ¡Pues claro! ¿Acaso crees que era una leyenda de viejos ignorantes?

Victoria apuró el café ya frío y se levantó.

— ¿Me puedes indicar cómo llego a la cabaña de Mary Jane?

—No sé si es buena idea, pero… lo averiguarás de todos modos. No sé por qué haces esto, la verdad. Por lo poco que me has contado, veo que de adulto, ese Lennox, sigue siendo el mismo. Jamás recibió afecto, el pobre, no sé qué habría podido suceder si la madre se hubiese quedado en las montañas con su gente, pero si había huido, por algo sería ¿No?

Detuvo el vehículo frente a la cabaña de Mary Jane. En un estado total de abandono, no parecía haber conocido tiempos mejores, ni un solo día.

Un perro atado con una cadena le ladraba furiosamente. No pudo evitar preguntarse si sería uno de los trozos de cadena con la que la madre había atado a Lennox en el pasado.

Tampoco tenía respuestas acerca del porqué había hecho este viaje. Era mucho más que remontar una historia ajena y mirarla con la atención y los ojos de una periodista. Sabía o así lo creía, que poco incidiría en Lennox el enterarse que había visitado su casa de la infancia y había visto a Mary Jane…Si es que decidía decirle alguna vez.

La puerta se abrió con rudeza, haciendo un chasquido seco y una mujer desgreñada surgió del oscuro interior. Una columna de humo pálido salía por la chimenea. Imaginó Victoria, los inviernos en aquel desolado paraje y sin evitarlo, se estremeció.

La mujer la miró con la misma torva expresión de animal acorralado que tenía Lennox a veces. El mismo color de ojos, sin las curiosas hendiduras, solo que el oscuro cabello tenía hebras grises. Su estatura era elevada, pero de huesos delicados y le apuntaba con un rifle.

—Si me dejas explicarte, podrás saber quién soy y a qué vine —la voz de Victoria sonaba amigable. Esperaba que el contacto visual alcanzara para inspirar confianza en la huraña mujer.

—Sé a lo que vienes. Vivo en el pueblo, como ves. Pegó un fuerte grito al perro que gruñendo se hizo un ovillo y aguardó expectante.

La joven avanzó por el sendero embarrado, las manos a la vista.

—Entonces me ahorras un tiempo precioso para regresar a tiempo de tomar el último vuelo de hoy ¿Podemos hablar en alguna parte?

—Ya lo estamos haciendo. Mary Jane, apartó el rifle, solo apenas.

—No voy a hacer nada estúpido, Mary Jane. No tienes por qué seguir apuntándome.

— ¿Te manda él?

— ¿Quién?

— ¿Quién va a ser? Mi hijo.

—No. Él no sabe que he venido hasta aquí, ni que he estado averiguando ciertas cosas que esconde celosamente.

—No tengo nada que decirte. Ya sé lo que te habrán contado y es todo cierto. Lo entregué en adopción, del dinero no queda nada y sé que es alguien conocido y muy rico. Me alegro por él. Lamento que hayas venido en vano. No vas a fotografiarme. No quiero que vea en qué me he transformado.

—Todavía no sé si llegaré a decirle. Tampoco tengo claro si esto solo es curiosidad periodística o algo más.

—Déjame que te diga algo. Si ha salido a su padre, ya puedes despedirte de tu cordura. Ellos son así. Enloquecen a las mujeres que se les aproximan y luego se olvidan de ellas.

— ¿Quiénes son exactamente <<ellos>>?

—La gente que tienen esos ojos, la fuerza y ejercen el poder como ellos lo hacen. Sin proponérselo ¿Sabes? Solo están allí, para que una tropiece con su fuerza, su atractivo hasta que, cuando se da cuenta, es tarde. Sonrió de costado, con amargura.

— ¿Tiene que ver con un par de mujeres que perdieron la vida luego de estar con él?  Me refiero a tu hijo.

—Ah, eso… sí, entre otras cosas. Su padre me necesitaba para perpetuar la especie y me conservó a su lado hasta que pude huir, pero había días en que el abismo de la montaña, se hacía difícil de resistir. Cuando se situaba cerca de mí, erguido, mirando el horizonte blanco, esperando que apareciera algo para dispararle una flecha y bajar a buscarlo, carnearlo y poder comer, yo podía sentir el impulso de saltar al vacío. Luego, me acordaba del niño que esperaba y eso me contenía. Viven de esta forma desde siempre. Desde el principio de los tiempos.

— ¿Cómo le conociste?

—Me topé con él, un día que cazaba por el bosque. Yo lo hacía por diversión porque en casa se iba al supermercado del pueblo. Pero, esa vez, coincidimos y disputamos un triste conejo. Éramos apenas unos niños de quince años, pero jamás volvimos a separarnos, hasta que nació Lennox y decidí darle una oportunidad de vivir de otra manera. Me sentía perdida, cuando volví al pueblo. Fue entonces, que lejos de su padre y de su gente, Lennox enloqueció, a pesar de ser tan solo un bebé. Lo mío, en cambio, mi locura, fue por verle sufrir una adaptación tan dolorosa. No lo soporté. Estuve así cuatro años, tratando de dominar a un niño que era presa de una furia insana y que terminaría huyendo montaña arriba, si llegaba a soltarse. No era vida para nadie. Él les pertenece y es como ellos, pero yo le aparté de su gente. Imagino que su madre adoptiva, le habrá podido enviar a escuelas caras, hacerle ver por psiquiatras de renombre, lograr que calce zapatos, sonrió tan triste que a Victoria se le plegó el corazón en un nudo en la base de la garganta. Ahora ya tienes tus respuestas. Si estás pensando en que puede cambiarle, ni siquiera lo sueñes. Nada ni nadie lo hará.

— ¿Y si él volviera?

—Sería un completo extraño. Ya no es de aquí, y  será de allí, donde está. Por eso, jamás tendrá paz. Sacudió la cabeza, se dio la vuelta y cerró la puerta sin despedirse.

A regañadientes, aceptó que le tomara una foto.

De regreso a la ciudad, Victoria estuvo indagando en el Instituto de Antropología de la ciudad. Descubrió que la región que había visitado, estaba habitada por algunas pequeñas comunidades que jamás se habían rendido. Desconocían el poder del hombre blanco, carecían de cualquier medio para acercarse a la civilización y solo hablaban el idioma porque acechaban a las poblaciones blancas para aprender a sobrevivir preservando su seguridad y para ello, tenían que entender el lenguaje y los signos escritos que les permitían saber si alguna amenaza se avecinaba.

No sabía qué hubiera hecho ella en el caso de Mary Jane. Lennox era un inadaptado pero, gracias a la educación recibida, había aprendido a vivir entre, los que para él, seguirían siendo extraños.

Esa noche, en la habitación de su hotel, Victoria decidió encontrar al último cabo suelto de la familia perdida de Lennox: su padre.

Al despuntar el alba, ya estaba trepando por el sendero en el que años atrás, Mary Jane se había topado con él. La mujer había accedido a hacerle un bosquejo para intentar dar con el poblado. En invierno, sería imposible hallarlos porque emigraban. El campamento de verano, pensaba que sería más amigable, aunque albergaba pocas ilusiones de dar con el hombre.

<<Kenai tiene los mismos ojos que Lennox>> le había dicho Mary Jane pero debe haber algo más en él.

<< Es un ser oscuro y creo que también lo ha transmitido a nuestro hijo>>. Le aconsejó que se cuidara y que no se acercara al poblado si sentía que no iba a ser bien recibida.

¿Cómo sentir eso? ¿Cómo detectar el peligro latente en aquel grupo de humanos que vivían poco más que en el neolítico? Había leído que no hacía mucho, un grupo había matado a flechazos a un joven blanco que se había acercado demasiado, pero no recordaba en qué lugar exacto del planeta había sido.

Lo peor era que no tenía claro el motivo, si es que había uno solo para hacer lo que estaba haciendo. Había tratado de convencerse que era su curiosidad periodística la que la impulsaba a efectuar aquel periplo. Pero, no era solo eso. Todavía no podía conocer la verdad de querer indagar en el pasado de alguien que solo la había trastornado desde que le había conocido y había intentado causarle daño psicológico y físico.

Tal vez, a su regreso, pudiera escribir algo para alguna columna independiente o un libro que no llevaría hasta Lennox, pero que, si llegaba a sus manos, le demostrara que no todos eran enemigos. Descartó la causa por pueril y cursi. Era él, esa clase de animales que yacen acorralados sin remedio, o eso parecía.

Caminó varias horas, bebió agua y comió parte de lo que había llevado para dos días de marcha. Se había agenciado una escopeta, sin tener demasiada idea de cómo podría salir de la situación si aparecía algún oso o lobo. Llevaba además una pequeña tienda de dormir, lo suficiente para encender fuego y un GPS.

Había casi anochecido, cuando a la luz del fuego que había encendido, surgieron tres hombres, cubiertos por pieles, desgreñados y sucios. Tomó la escopeta y les apuntó hablándoles despacio por las dudas no entendieran su lengua. Les ofreció algo de la comida que tenía, y solo pronunció un nombre: Kenai. Un perro flaco les acompañaba que era quien, sin dudas, les había conducido hasta su rastro.

Ellos no dieron señales de aceptar su comida. El perro, en cambio, había olisqueado los restos de una tarta de queso y la había devorado en segundos.

Volvió a pronunciar el nombre de Kenai. Puso el arma en el suelo, a su lado, sabiendo que era muy arriesgado y estúpido, pero ellos, no parecían intimidados por el arma ni por ella.

— ¿Qué buscas aquí?

La voz del que parecía el jefe del grupo, rompió el silencio. El viento, arreciaba por momentos y la joven se estremeció.

—A Kenai. Necesito hablar con él. Luego me marcharé y jamás he de volver. En el hotel, saben que me dirigido hacia aquí. Esto último, podía ser un reaseguro o algo muy estúpido. Solo hablar.

Le hicieron un gesto con la cabeza y les siguió por un sendero escarpado. El corazón no solo le latía rápido por el esfuerzo sino por miedo, auténtico pavor a terminar sus días como un triste puñado de huesos desenterrados por las animales, que nadie lamentaría su pérdida por mucho tiempo. Trató de alejar esos pensamientos de su mente.

Luego tuvo que detenerse y aguardar todo lo que quedaba de la noche, mientras dos de los tres permanecían con ella. Se tendió debajo de la carpa que había traído, mientras el tercero, desapareció en la espesura.

Apenas durmió, a pesar de estar agotada, ya que no deseaba ser degollada mientras dormía. Quería poder mirar a la cara de la bestia que lo intentara. Le habían permitido recuperar su arma y se acomodó, hecha un ovillo, deseando que no hiciera tanto frío. El perro permaneció junto a ellos. De vez en cuando entreabría los ojos, las orejas atentas a los ruidos del bosque.

Al amanecer del segundo día, surgieron dos hombres. Uno, era el que había trepado la montaña, y el otro, supuso que sería Kenai.

Renqueaba de una pierna que parecía bastante rígida y el tono de su piel era amarillento, malsano. Cuando estuvo lo suficientemente cerca, pudo observar sus ojos y pensó en Lennox. Se lo imaginó allí, de no haber huido su madre, encontrando por el camino descendente, su propia ruina que aún duraba.

Kenai tosía y parecía que el pecho podía rasgarse de alguna manera, profunda e interna. La ropa le colgaba y ella supuso que habría bajado de peso y supo, que moriría pronto.

Solo pudo ofrecerles café instantáneo en el único jarro que pasó de mano en mano. Se sentaron cerca de lo que quedaba del fuego nocturno. Hasta ese momento nadie había dicho una sola palabra.

— ¿Eres Kenai? ¿El padre de Lennox? Ella deseó que él no le atacara por lo dicho.

Sacó su teléfono y le mostró una de las pocas fotos que pudo obtener, de una revista, la noche de la reinauguración del Fénix.

Agrandó la imagen todo lo que le permitió el móvil hasta que las extrañas pupilas hendidas, surgieron con bastante nitidez.

El rostro de Kenai, no demostró emoción alguna. Conocía los aparatos, pensó ella. Solo que había elegido vivir así.

— ¿Podría tomarte una foto? Ella lo intentaría de entrada. No sabía la reacción que podría tener el hombre.

Al no contestarle, ella hizo ademán de tomarle una, y él, le dejó hacer, mirando a la cámara con ojos amarillentos, de felino cansado y Victoria pensó que no hacía falta ni una palabra para que Lennox conociera, con esa foto, el resto de la historia perdida. Aquel trozo de biografía que, junto con el perro atado en casa de su madre, con sus mismas cadenas, el rostro de ella, ajado por la intemperie y las privaciones, hacían innecesarias  palabras. Luego, que él decidiera, cómo seguir. Podría continuar arrojando gatos a las piscinas ajenas y aterrorizando niños o rendirse al calor de algún pedazo de humanidad interno que albergara.

A la mañana siguiente, rumbeó lentamente hasta la salida de aquel pueblo.

Cuando llegó a su piso, fue abrir la puerta y ver el caos en el que se hallaba el interior del mismo. Había sido arrasado. Allí no tenía nada de valor. Era un mensaje, simple como eso.

En un principio, pensó que podía ser obra de Lennox, pero deshechó la idea. No era su estilo. Así que le llamó.

La voz de él sonó gutural. Parecía salido del sueño. Luego vio la hora y apenas eran las cinco de la tarde.

En media hora estaba parado en el vano de su puerta.

—Estuve viendo los videos de vigilancia —susurró. Anoche ingresaron tres hombres, maniataron al custodia que he despedido. Se quedó dormido, porque, según él, es un edificio vacío y nunca pasa nada.

— ¿Llamaré a la policía? Sentía la necesidad de pedirle instrucciones, a pesar que detestaba hacerlo, porque tenía el íntimo convencimiento que Lennox no quería tenerlos cerca. Como sospechaba, negó con la cabeza.

Se giró hacia Ray Simpson y le murmuró: nos ocuparemos nosotros. Mandaré que limpien esto. Esta noche te quedarás en un hotel y dejarás esto en mis manos.

— ¿Tiene que ver con los hombres de Detroit? Ella se puso en cuclillas tratando de enderezar un marco de fotografía estrellado en el piso. Al hacerlo, se clavó los vidrios en la mano, comenzando a sangrar. De la palma, extrajo un trozo triangular y apretó con fuerza.

Lennox se dio la vuelta, la tomó por la muñeca bruscamente y la arrastró hasta el baño, donde abrió el grifo. Revolvió en un cajón hasta que halló vendas y desinfectante.

Se notaba que tenía práctica porque estuvo vendada en un momento.

—Sostén la mano elevada —le recomendó. Deja que limpien los que enviaré. Dime qué quieres llevarte y vámonos. Órdenes secas, tajantes, desprovistas de calidez, como si se tratare de una herida en batalla.

Luego aceptó que era la guerra de Lennox y que ella, era un daño colateral.

Observó que Ray tecleaba en un ordenador como un poseso.

—Tengo las imágenes del auto utilizado. Mostró las imágenes de las cámaras de la calle. Hizo un acercamiento y en un segundo los números y letras de la patente se observaron con nitidez. Voy a seguirlos para saber hasta dónde llegaron.

Lennox se había equivocado. Pensó que había acabado con todos ellos, pero, comprobaba que había más.

Antes de llegar al hotel, reservó una suite para Victoria, hizo, además algunas llamadas.

Había un par de hombres aguardándoles que la acompañaron a la quinta planta, revisaron la habitación, las ventanas herméticas, el baño y hasta el último rincón. Apenas sí se hablaban entre ellos. Parecían entenderse con la mirada.

Cuando hizo ademán de marcharse, ella, frenándole, le tomó de la manga del traje. Él dio un respingo y Victoria, pudo percibir la tensión muscular y el estado de alerta en la que estaba. El cuerpo, como un resorte, la mirada vigilante, el gesto crispado, la mandíbula cerrada perfilándose, como cuerdas, los maseteros.

—Son parte de los hombres de Detroit —respondió a su pregunta. A un gesto suyo, uno de los hombres le alcanzó un frasco con analgésicos. Si el corte te molesta mucho, toma dos o tres de estos, acuéstate y duerme. Mañana vendré a ver cómo está todo. Ellos —señaló a los dos hombres— se quedarán de guardia por las dudas.

Ella pudo observarles y tenían cierto parecido físico con él. Quizá fueran familia, pensó. Algunos parientes lejanos… Después en su cama, luego de darse una ducha, había pensado el porqué de haber recurrido justamente a él y no a cualquiera de sus compañeros o amigos. Sencillamente, porque tenía claro que esta era una de las cuestiones que Lennox resolvía sin preguntas ni dudas.

Además, si estaba en esa situación, se debía a su intervención. En realidad, había sido ella quien lo había ido a buscar y lo había encontrado. Tal vez, pudiera reflotar lo que había recolectado en el anterior intento de reportaje. Era cuestión de cortar y pegar. Intercalar algunos datos biográficos que… No. Eso era inaceptable. Había ido al sitio adonde él había nacido y, a sus espaldas habló con sus padres, observado el entorno en el que creció y las cadenas con las que permaneció sujeto casi tres años. No era justo pero… ¿Qué ética podía tener ella que la diferenciara de Lennox? De una cosa estaba segura: si él se enteraba lo que planeaba, publicar un libro, con toda seguridad le mataría. No quería saber si podría controlar a la bestia interna que albergaba. Pero, por algo viajó allí. Tendría que lograr que él le permitiera publicarlo, con nombre y apellido. En una palabra, domesticarlo lo suficiente, como para asegurarse que sobreviviría para llegar a firmar los ejemplares de una obra que, estaba casi segura, pondría al tanto al público de la existencia de un pueblo desconocido con aquellos extraños poderes. Tal vez, concedería ocultar el sitio del que él era oriundo, pero no estaba segura de poder lograrlo. Internet era cada vez más efectiva en poner al alcance de todo el mundo datos celosamente guardados en el pasado.

Aunque, si en algo Lennox era escrupuloso, era en mantener su vida privada fuera del alcance de las personas. No tenía motivos para traicionarle, así que, debería estar convencido que no se transformaría en un fenómeno circense. Se durmió antes de decidir qué tareas serían prioritarias para lograr su objetivo.

El resto de la semana, los custodios desaparecieron y ella continuó trabajando en los diversos temas que proponía Evans o su equipo. Lennox no regresó como había dicho y no supo nada de él. Pasó por el club varias veces y no logró distinguir su todoterreno negro con el que prefería movilizarse antes que en los deportivos que tenía en el garaje de su casa.

Lennox y Ray habían salido de cacería. Los dos custodios, siguiendo a la joven sin que ella lo advirtiera, permanecían invisibles. Todavía podían estar rondando los de Detroit, aunque Lennox era un hábil rastreador. Su olfato tan fino, sus oídos tan perceptivos, formaban parte de aquellos diseños pupilares, algo que le distinguía a él así como a los siete, del resto del género humano. Ray no sabía hasta dónde eran características morfológicas genuinas o una intuición profundamente refinada, aunque, con el paso del tiempo, había desistido de hacerse preguntas.

A Lennox le había llevado años aprender a conocer los límites de sus atributos, de aquellos poderes, y mucho más tiempo, dominarlos. Se había acostumbrado a una vida algo errante y solitaria cada vez más rica en experiencias de conocimiento de su poder y, para cuando quiso acordar, la intrusión de una niña transformada en mujer, curiosa e impertinente, pretendía dar media vuelta su mundo, cuidadosamente construido.

Percibió algo extraño cuando la tuvo en su poder, asomándola al borde de la terraza aquella noche, cuando ella, confiada, se dejó guiar sin dudar de él ni de sus intenciones o aparentó una seguridad que no tenía. Lo que pudo darse cuenta fue que, a partir de esa noche, todo lo que a ella le sucediera, le concernía. Pero, era algo más, había empezado a importarle, hasta teñirse de una posesividad peligrosa, que ella no había pedido, pero a la que él no se estaba resistiendo. Tal vez, fuera algo <<reparativo>>, tratando de enmendar los episodios de su adolescencia, eso no le parecía que tuviera tanta entidad en su mente, y lo que sí lo tenía era la pura reacción física que ella le había generado, una atracción difícil de controlar, a diferencia de lo que le había sucedido con las mujeres anteriormente, en las que apenas registró los letales efectos de su influencia sobre ellas, al menos, las que se precipitaron hacia su muerte. Aquellas dos mujeres que sucumbieron a su influencia, no pesaban en su consciencia de manera alguna. Sabía que esto era así debido a su condición, la cual estaba más allá de lo genético de la especie a la que él pertenecía. En su genoma, así como en la de su padre, y los siete, había una ligera mutación que les apartaba ligeramente de la especie humana, así como se le conocía. Un casi imperceptible cambio que apenas se manifestaba, una ligera bifurcación.

Respiró hondo y olfateó en la noche helada. La escarcha se amontonaba contra el cordón de las veredas y la gente caminaba apurada por las calles húmedas y resbaladizas, el cuerpo inclinado contra el viento. A su fina nariz, llegaban perfumes, sudores y olores diversos, pero nada aún de los hombres de Detroit. Ray, había rastreado las cámaras hasta que ya no arrojaron más resultados, cuando los hombres habían entrado en los barrios bajos, allí donde ellos se estaban dirigiendo en esos momentos. Barrios sin ley, donde las cámaras duraban apenas minutos antes de caer destrozadas, acribilladas por ráfagas anónimas, o no tanto.

— ¿Hacia dónde? La voz de Ray, rompió el silencio dentro del todoterreno.

Las fosas nasales de Lennox se hincharon, dilatándose sin captar nada. Achicó sus ojos y algo le dio la sensación de movimiento.

—Bajemos —susurró. Abrió la puerta, furtivo y se pegó a los muros. La oscuridad perimetral era casi absoluta.

—Se siguen moviendo, Ray. Se dirigió dando grandes zancadas al foco donde la oscuridad era más densa. Se detuvo y levantó la mano para que Ray se rezagara, arma en mano mirando para todos lados. Confiaba en los sentidos de Lennox.

De pronto, este, saltó estirándose como si fuera un animal furioso, trepó hasta un balcón y continuó trepando hasta la azotea de un edificio abandonado.

Una ráfaga de disparos resonó en la noche y Lennox siguió corriendo en zigzag.

Ray le seguía corriendo desde la calle, asomándose en el callejón desierto y se plantó contra un muro respirando agitadamente. De pronto, escuchó un disparo y un grito ahogado, un cuerpo cayó pesadamente a sus pies.

Con la punta de su bota giró al muerto y reconoció a uno de los hombres de Detroit. El silencio, volvió a caer como un pesado manto. Lennox, surgió a su lado como una sombra. Volvió a detenerse para aspirar el aire, hinchando su pecho poderoso. Gruñó apenas y salió corriendo sin hacer ruido alguno, como si se deslizara sin tocar el suelo. Un disparo detonó iluminando la oscuridad, Lennox volvió a pegarse al muro, luego se agazapó y saltó sobre un bulto que se deslizaba refugiándose en el vano de una puerta atada con una cadena algo floja. Un jadeo entrecortado le bastó para detectar los latidos del corazón del atacante. Sin dudarlo, se plantó de un salto delante del umbral, tomando por el cuello al hombre que se debatía tratando de acertarle apuntándole. Pero su mano se cernió sobre el cuello, haciendo crujir la tráquea en un chasquido seco. El líquido tibio y viscoso le empapó la mano, arrojó el cuerpo estrellándole contra el piso y aplastándole contra el suelo mojado por la lluvia.

Corrió hasta el todoterreno y Ray le siguió presuroso.

Se movieron a toda velocidad por las calles desiertas. Había comenzado a llover y en la oscuridad del vehículo, Lennox manoteó un trapo para tratar de limpiarse la sangre de la mano. Con una sola había alcanzado para triturar la tráquea de aquel cobarde. Con la otra, se echó los mechones de pelo desordenado hacia atrás.

Volvieron a la casa de Victoria, donde los dos hombres les informaron que no había habido novedades. No obstante eso, quedarían el resto de la noche vigilando.

En su casa, Lennox se metió bajo la ducha y luego de tomar de una botella de agua helada, se tiró en la cama, desnudo y algo agotado. Durmió inquieto, girando a cada rato.

Necesitaba saber que ella estaba bien. No tenía en claro qué era esa sensación de tener que verle cada día.  Él era y sería una bestia cada minuto de su vida, por más que intentara cubrir las apariencias con esa pátina sofisticada de crueldad burlona. Debajo, sabía a quién llevaba. Los genes de su padre, y antes que él sus demás ancestros que hacía que hubieran escapado de la vida en sociedad, para trepar hacia las cumbres inhóspitas y nevadas de las montañas, abandonando todo intento de integrarse a la vida social, exceptuando a aquel niño, mitad humano, mitad animal, al que su madre, en un intento desesperado por salvarlo, prefirió darlo en adopción.

En ese momento, tal vez, fugazmente, captado por su mente. Su madre, impotente por mantenerle a salvo en ese ambiente, había tomado el camino que pudo, para no tener que regresar al poblado llevándolo de regreso con su padre. Fue, en ese momento, en que hizo las paces con ese pasado brutal de maltrato, abandono y desprotección emocional.

Al día siguiente, regresó a la casa de Victoria y ella había salido según el informe recibido esa madrugada de parte de sus hombres.

Estaba reunida con su editor en jefe.

La reunión estaba pactada para las nueve. Había sido ríspida, en la que ella se empeñaba en interesarle, para presentarle un resumen de lo que sería el libro. Le enseñó las imágenes, le relató la historia y los poderes que tenían ciertos integrantes de la comunidad autoexcluida. Los que carecían de nombre. Montañeses, que portadores de esos misteriosos poderes, habían decidido recluirse, escapando de una sociedad que no les entendería, y los exhibiría como fenómenos circenses. Eran gente libre y que así había elegido vivir. El de Lennox, era la excepción. Un ser indómito, sin domesticar completamente, el que, antes ciertas circunstancias, no dudaba en echar mano a métodos brutales, que normalmente, hubieran descansado en ejecutores de la ley completamente marginales y anónimos. En apariencia, era alguien integrado, sofisticado e inalcanzable, pero nadie sabía, con exactitud cómo era o lo que albergaba en sus profundidades.

—Prepara un manuscrito y veremos — Evans la miró fijamente. Si no creyera, que es algo observado por ti, pondría en dudas lo que me has contado. Puedes quedarte tranquila, si no vas a hacerlo, seguirá todo igual entre nosotros.

—Antes voy a hablar con Lennox —afirmó ella. No se merece que le traicione, es algo que tengo que resolver.

En su casa, comenzó a deambular, tratando de reconocer el nuevo orden que había surgido después del vandálico mensaje que había recibido. En realidad pensaba, que el mensaje había sido para él, y que estaba conectado  con las muertes de los integrantes de la banda en Detroit de hacía un tiempo atrás.

Esa madrugada, se despertó súbitamente. Escuchó un roce en la planta baja a pesar de haber activado la alarma. Se incorporó en la cama. Descalza, se deslizó hasta la puerta y entreabriéndola, salió al pasillo en penumbras.

El gran cuerpo, aquel que ya le era tan conocido, salió de la oscuridad y le bloqueó el paso.

—No sé por qué sigues tratando de sorprenderme —irritada le miró sin verle.

—Lo siento, es un impulso, ese de moverme en la oscuridad que no puedo controlar. No, todavía.

—No voy a preguntarte qué demonios le haces a las alarmas.

—No vale la pena, pero sigue utilizándolas—murmuró él, en tono imperativo.

— ¿A qué has venido?

—Quería saber cuándo ibas a hablarme del manuscrito que te tiene tan motivada ¿Necesitas dinero, a pesar de ser multimillonaria?

—No, no lo hago por eso. Me apasiona escribir y todo lo relacionado con la narración de historias, Lennox.

—Tenías que apasionarte con mi historia, por lo que sé.

—Te iba a avisar antes de hacer algo con el manuscrito. Jamás lo publicaría, si te sintieras traicionado. Después de todo, nunca me has hecho daño, estrictamente hablando.

— ¿Acaso no he sido el responsable de un trauma de tu infancia?

Se había sentado en el sofá de su salón y la miraba intensamente.

—En honor a la verdad, he sido yo la que he irrumpido en tu vida, así que… Se acercó a una lámpara y la encendió, alumbrando tenuemente la estancia.

—Quiero leerlo antes que lo vea tu editor. Además, necesito ver lo que has conseguido de mi familia.

Victoria se quedó de una pieza al escuchar a Lennox.

— ¿Cómo lo has sabido? El pulso se había acelerado y notaba un extraño calor, en las mejillas.

Lennox, esbozó una sonrisa esquiva. Su genio, adusto por lo general, pocas veces había mostrado una expresión relajada y parecía estar continuamente en tensión, como un depredador continuamente al acecho.

—En realidad, no necesito tu permiso para acceder a él—manifestó. Es un gesto de mi parte que podría llamarse de <<cortesía>>, accionó los dedos índice y medio de cada mano, como había aprendido tan cuidadosamente a hacerlo, como tantos otros gestos y frases hechas que su mente había  acuñado con el tiempo y que le indicaban un momento, un lugar y una persona indicados para utilizarlos.

Los primeros signos de aprobación que aprendió a leer, le permitieron acceder a un mundo de intercambio gestual y discursivo que era apreciado por los demás, cuando en realidad, no le interesaba más que emitir un gruñido, que era lo más espontáneo.

—Sé bastantes cosas —continuó. Por suerte, tengo algo que podría llamarse intuición, y sé cuándo tengo que moverme, o pedir ayuda a mis pares. Desde el primer momento en que tocaste el timbre, supe, que tendría problemas y no me he equivocado.

Ella se acercó y le dio un pendrive.

—El manuscrito está todo aquí. Tengo varias copias, no voy a mentirte, pero, dije que no iba a traicionarte, Lennox. Porque, si algo aprendí del viaje que hice a tu tierra, es lo importante que es para cualquiera, poder confiar en alguien. Se retiró hacia atrás, justo para darle sitio cuando él se levantó bruscamente, arrancándole el dispositivo de la mano. A mi editor y jefe le dije que tengo que prepararlo para darnos tiempo de discutirlo, reflexionar o lo que quieras que haga.

— ¿Por qué estás haciendo todas estas concesiones? ¿Acaso te sientes culpable por algo?

Ella se indignó.

— ¿Qué tengo que hacer para convencerte que no tienes motivo para desconfiar de mí, que no intento perjudicarte, que hasta me gustaría ayudarte a superar ciertas cosas, que te des cuenta que no somos todos tan viles, que… Parpadeó intentando que las lágrimas no afloraran. Sentía un nudo en la garganta y aunque quedaban interrogantes, no quería que él se fuera sin tener en claro quién era ella.

Él pasó como una ráfaga a su lado, dando un portazo y se escurrió en la noche.

Casi la mayor parte de la noche, leyó y releyó lo que ella había escrito. Pensó que volver a ver el rostro ajado de su madre, el inexpresivo de su padre, le traería algo parecido a una emoción, pero se equivocaba. Su mente, se negaba a arrancar. No sentía nada. Ni odio, ni gratitud, o resentimiento. Todo eso, hubiera sido lo lógico de ser experimentado, sin embargo, en su caso, no le generaba nada. Su madre, a la que consideraba como tal, era quien se había ocupado de hacer de él, lo más parecido a un ser humano adaptado, con sus limitaciones, obviamente, pero había sido la única persona que lo intentó. Ella y ahora, a su manera, Victoria. En los últimos tiempos, fue quien se arrimó por motivos que no le quedaban del todo claros. Tal vez fuera su vocación periodística, pero no estaba en su naturaleza analizar las motivaciones humanas. Sabía demasiado de sus dobles y triples intenciones, de la culpa subyacente debajo de cada acto bondadoso, de su crueldad innecesaria, su insaciable y ociosa curiosidad, de los falsos altruismos, como para intentar acertar en el caso de ella.

Evocó la esbelta figura, su languidez de movimientos, la mirada de intenso asombro, como si no pudiera creer que alguien como él, existiera en un mundo hostil y que le era ajeno. El esfuerzo que hacía por interpretarlo, temiendo que hubiera un cierto momento y lugar en el que él no le permitiría seguir avanzando. Esa mujer en la que se había transformado la niña flacucha, a su pesar, le intrigaba, tal vez, el primer ser humano por el que se interesaba. No era con espíritu de disección, fría y con el único propósito de apropiarse de más conductas y accionares humanos apropiados. Volvía a caer en la tentación de analizar a otro ser. Eso también le sorprendía. Así como algo parecido a cierta expectativa que le causaba cualquier próximo contacto con la heredera de Awbrey.

Aceleró el vehículo y se perdió en la noche.

Se dirigía al Fénix, el que jamás cerraba sus alas, sus misteriosas y lujuriosas puertas.

Le vendría bien una noche entre las piernas de Sybil, pensó sonriendo. Antes que saliera el sol, le tendría en su cama, en el club, donde ella era habitué, siempre esperanzada de hallarle. La había estado evitando mientras estaba de cacería, pero ahora, después de haber aspirado el olor a miedo y excitación de Victoria, necesitaba calmar anhelos profundos, comunes a cualquier mamífero.

La rubia estaba ante la barra, y miraba lánguidamente a su alrededor. Sabía que él estaba próximo. Después de todo, eran de la misma especie y nada mejor que una compañera de juegos luego de frustrar una y otra vez eso que latía en el fondo, un deseo casi irrefrenable por la periodista, la usurpadora, la curiosa e irritante criatura que hacía que cada despedida de ella, le ponía cada vez más furioso. Tenía miedo de no poder controlarse un día cualquiera y ver con horror cómo la joven se precipitaba en cualquier abismo, si llegaba a dar rienda suelta a sus impulsos.

Halló a la mujer irritante. Leyó en sus pupilas hendidas, un mudo reproche, y por más que se retorcía casi imperceptiblemente, de aquella manera gatuna que tanto le enardecía hacía algunos meses, ahora le parecieron desprovistos de verdadero atractivo.

Se dirigió a la oficina, donde varios de ellos monitoreaban el club.

—Por fin te dignas aparecer —uno de ellos, el de pelo pardo y áspero, le dirigió una mirada burlona, perece que la humana ha capturado tu interés. Esbozó una sonrisita socarrona. Lennox le dedicó una mirada glacial que tuvo como efecto desanimarle a él o a cualquier otro de continuar en esa tesitura.

No contestó y se dispuso a observar a las criaturas que se movían al compás de <<su>> música, ya fuera en la pista de baile o en las habitaciones privadas, al compás del sexo, cualquiera fuera la aburrida combinación, que miraran sus ojos, algo cansados.

Los cerró por un instante e inspiró hondo, dilatando sus fosas nasales.

—Me he transformado en un personaje de novela —anunció con voz monocorde y ronca. Así que, cualquier día de estos me verán reflejado en la pantalla de un televisor protagonizando una serie en cualquier plataforma y encarnado por algún idiota maquillado con lentes de contacto.

Les narró superficialmente el contenido del manuscrito, con una mueca de hastío.

—O los tendremos husmeando como pasó con los de Detroit —gruñó el del pelo gris, el zarco.

Asintió ligeramente sin decir nada.

— ¿Por qué la sigues conservando con vida? El de pelaje negro, casi azul, el mayor de todos, le dirigió una mirada franca y directa. Fue una mala idea dejar que se aproximara tanto. Lo sabías y la dejaste.

Sintió que la rabia hervía en su interior. Era el líder, el alfa y no permitiría que pusieran en duda sus decisiones. Aunque en este caso tenía que admitir que se estaba equivocando. Tal vez era él quien se estaba aproximando al abismo creado por Victoria.

—La has subestimado—aleonado y burlón ajustó algo en una pantalla para luego apartar la vista. Tal vez, bajo su apariencia frágil se esconda el espíritu y la voluntad que te ha estado faltando últimamente, aunque con apariencia humana. Se encogió de hombros. No sería la primera ni la última vez que nos cruzáramos con hembras humanas. Es una experiencia deliciosa, eso lo sabes. Por mucho que te ofrezca Sybil —aleonado continuó—jamás tendrá el sabor de lo prohibido. Creo que te lo has ganado, Lennox.

Se resistía a mostrarse vulnerable delante de ellos, aunque sabía que no le juzgarían. Eran sus hermanos de guerra y le seguirían siempre. Todos habían deleitado sus cuerpos con Sybil pero, sabían de lo que hablaban cuando mencionaban lo prohibido. Las humanas eran insuperables, en su capacidad de entrega, que las hacía tan apetecibles. Pero, como Lennox, ellos habían dejado de analizar las causas profundas de tal atracción y solo se dedicaban a tomar y disfrutar cuando se daba.

Al día siguiente, Victoria, entregó el manuscrito a su editor. Solo había recibido un mensaje de Lennox en que decía <<de acuerdo>>.

Pasaron los días y una noche llegó la presentación del libro. Había dudado en el momento de elegir un título. <<Los Abismales>>, le había parecido apropiado, y a esa hora, después de la campaña de prensa, que había convocado a muchos curiosos, tenía ganas de volver a casa y arrojar los zapatos lejos, darse un baño relajante, y esperar la crítica.

Sus compañeros de equipo, habían recibido un ejemplar y se habían debatido entre la incredulidad y el recibimiento sin grandes cuestionamientos. Después de todo, en el mundo de los libros cualquiera podía publicar casi cualquier cosa. Una ficción más, revestida de investigación seria, formaría parte de la llamada <<posverdad>> y eso sería todo. Veinte años atrás, tal vez hubiera habido programas de investigación, de los llamados <<serios>> que hubieran destinado un par de emisiones a poner negro sobre blanco pero ahora casi todo se aceptaba como algo que podría ser cierto y mejor dejarlo donde estaba. Después de todo, con la cuántica casi todo podía tener una explicación, o los Multiversos. No sería el único pueblo fuera del ojo controlador de la civilización que transitaba bajo las narices de los satélites, escondidos en la espesura, en las cuevas y oquedades de las montañas. Además un personaje marginal y excéntrico, con extrañas características, tampoco era tan inhallable y poco común. El mundo estaba lleno de multimillonarios excéntricos que hacían del misterio y del aislamiento, un culto.

Cuando divisó a Lennox apoyado en una de las columnas del espacioso ático donde habían decidido hacer el evento, vestido con su traje de marca, costosa, como era costumbre en él, los ojos fijos en ella, a Victoria se le aceleró el pulso. Se acercó a ella, deslizándose en la penumbra del lugar, alejándola del foco de atención donde había estado firmando los ejemplares, para dirigirla a la terraza. El gentío era extraordinario.

Su belleza era indiscutible. De una animalidad joven y hambrienta que a ella le provocaron sequedad en la boca. Se dio cuenta que era miedo, en parte. La tomó suavemente por el codo y la guió hacia el espacio exterior. Pocos le reconocerían y ella descartó que alguien prestara atención a una pareja más que buscaba un rincón en penumbras para estar tranquilos.

—Me ha gustado —le comentó él. No creí, sinceramente que pudieras captar tanto en tan poco tiempo.

—Tengo algún grado de conocimiento por haber estudiado Psicología, aunque nunca llegué a graduarme —sonrió Victoria complacida.

—Si me hubieran llevado con alguien como tú… siguió él, como continuando cierta línea de pensamiento.

—No creo haber podido modificar algo en ti, Lennox. Bebió de su copa. Observó que él no tomaba nada. Además, como eres ahora, me agradas.

Era la primera vez que lo llevaba a un terreno tan personal, tan cercano. Parecía haber vencido ciertas resistencias internas y estar más tranquila que en los meses precedentes.

— ¿Quieres venir a casa cuando esto acabe? La invitación de Lennox, la sorprendió, a pesar de todo.

—No sé si será prudente. Hay muchas cosas que…

—Los hombres de Detroit han desaparecido y por ahora las apetencias de las bandas rivales están fuera de circulación. Los castigos ejemplares, a veces surten algún efecto que perdura. Sonrió en la oscuridad.

—Vamos dijo ella de pronto. Hora de acercarme al abismo.

Cuando llegaron al ático de Lennox, hacía rato que la ciudad dormía a sus pies. Ella, como venía deseándolo toda la noche, se sacó los refinados zapatos.

Hablaron sin parar, enroscados en la oscuridad, en voz baja. Vaciaron lo que fuera que tenían en sus mentes. Una catarsis, impulsada vaya a saber por qué necesidad.

Esa madrugada, claro que corrió la sangre. Garras, dientes y gruñidos imaginarios en la mente de ella, aunque la corporeidad más brutal y humana fue puesta a prueba y fue tan real como prolongada.

A él le costó su mundo, mantener a raya el impulso de transmitirle el deseo de correr a través del amplio barandal de vidrio para abrazar el vacío, lográndolo a duras penas. Pero, sabía que ella valía el esfuerzo. El aroma de cada gota de su poderoso almizcle que era lo que se ponía en juego como expresión de su poder sexual animal, se vertió en la pequeña nariz de ella, elevándola hasta límites inimaginables, dejándola exhausta y colmada cuando se produjeron ambos clímax.

 Victoria abrió los ojos gracias a la luz que se filtraba por las rendijas del black out, permaneció quieta, atenta a los ruidos. Había esperado oír la respiración de Lennox detrás de sí, pero no fue así. No tenía idea si él había dormido a su lado todo el tiempo, o, por el contrario, había partido a la madrugada, o inmediatamente luego de esa posesión animal. Desconocía los hábitos privados de su especie. Ahora lo tenía claro. Los enormes huecos emocionales del adolescente que iban más allá de una rebeldía común, el odio hacia las imposiciones de Collin Awbrey y su carácter despótico. Era absolutamente cierto que dos machos alfas no podían convivir bajo el mismo techo.  Al principio, él mayor, pudo establecer una relación jerárquica basada en un sometimiento para con el niño, pero cuando este se hizo mayor, las cosas cambiaron. Esto se había agravado, cuando su madre adoptiva enfermó y fue marginada al piso superior y una total falta de contención emocional por parte de aquel marido, se hizo tan evidente ¿Cómo no iba a detestarle Lennox si su padrastro se había refugiado en su propia madre antes de morir Elaine?

Tal vez, la mujer no había alcanzado a compensar las carencias afectivas del niño primero y del huraño adolescente después, por lo que él, librado a su aire, hizo lo que pudo. Y esto fue, seguir las inclinaciones propias de su naturaleza primitiva. No le había faltado lo material, los colegios caros, la mejor ropa, pero había carecido de la amorosa contención que hubiera debido rodearle por ser quién era. Los psicólogos no podían equilibrar los huecos de empatía de los que casi carecía totalmente, ocupado como estaba, en ponerse a salvo de otro confinamiento, otras cadenas y otra jaula. Como una epifanía le quedó el tablero completo y decidió escribir la segunda parte, tal vez, la aproximación más humana que podría haberse hecho de estos seres, productos de culturas híbridas y mal ensambladas.

Se giró en la cama, la puerta estaba cerrada, la ropa arrojada sobre una silla, como había quedado la noche anterior. Estaba claro que Lennox no sería de aquellos que prepararan el desayuno o que se quedaran esperando a que una mujer abriera sus ojos para quitarle el cabello de los ojos, arrasar su boca y tal vez, hacer el amor pausada y relajadamente.

Hasta donde le conocía, a pesar de lo hablado la noche anterior, intuía que estaría ocupado, impecablemente vestido en la oficina del club, luego de haber pasado por el gimnasio. Aunque había cosas de su vida de las que nunca sabría nada y tal vez fuera mejor así.

No se engañaba, pensó mientras se incorporaba con sensación de molicie en el cuerpo, lo de la noche pasada solo había sido para él algo pendiente tal vez, una especie de hambre atrasada, pero poco más que eso.

Se metió bajo la ducha y cuando bajó se encontró con café preparado y al desconocer sus gustos, había dejado sobre la encimera de la isla de la cocina, una serie de combinaciones que ella no tardó en devorar, hambrienta como se percibía.

Cerró la puerta antes de marcharse. Llamó un taxi y marchó a su oficina, donde se reunió con el equipo. Una nueva tarea asignada, le mantendría ocupada durante días y eso constituiría un alivio, porque tenía la plena seguridad que no volvería a saber de Lennox. Por lo menos, era así como solía comportarse con sus conquistas. Mujeres de una noche, si exceptuaba a la única mujer de su especie que él había citado varias veces, Sybil Warner. El muro de contención y el desahogo a la vez de todos ellos, aunque ella no intentaba disimular su preferencia por el líder, según admitió él, tan naturalmente como si hablara del clima.

Procuró reprimir una puntada de celos. No tenía derecho a sentir nada en ese ni en ningún aspecto. Había quedado claro que esa noche no había habido sentimientos en juego. Solo lujuria y deseos reprimidos.

Los días pasaron y ella continuó haciendo su vida de costumbre. Salía algo más con sus amigos que se guardaron de comentar nada si la habían visto taciturna. También estuvo atendiendo de sus negocios incipientes. Lentamente, había ido asumiendo su nueva condición de multimillonaria, por lo que hubo de buscar alguien de confianza que le asesorara al respecto. No había querido tener nada que ver con el viejo abogado de su padre y eso la había tranquilizado. Ignoraba cómo se movía Lennox en ese terreno. Su montaje del año anterior, de estar en dificultades económicas como cebo para los recién desembarcados hombres de Detroit, era agua pasada. Le iba mejor que nunca, según pudo enterarse, pero su <<gurú>> en lo financiero, seguía siendo un misterio. Era muy activo al respecto, ya que tenía múltiples emprendimientos, fusiones en marcha y compra de empresas en dificultades, sin mencionar intereses en industrias farmacéuticas de primera línea con sedes en países imposibles. Laboratorios de investigación que solventaban o eran solventados por ciertas fundaciones de las a veces, no era posible, seguir el enmarañado rastro y que solo él, parecía conocer. El Fénix y el rubro hotelero, eran tema aparte.  Constituían la faceta pública que él estaba dispuesto a mostrar al mundo para explicar sus cuantiosos ingresos, pero ella no era tan tonta como para ignorar que con eso solo no bastaba para justificar el monto de la fortuna, dato tan celosamente guardado. Supuso que los paraísos fiscales serían escalas frecuentes de ambos aviones privados que él poseía, así como transacciones virtuales.

Su teléfono sonó sobresaltándole.

—Estoy de regreso en la ciudad—anunció la voz ronca, casi gutural de Lennox. El otro día tuve que marcharme de manera urgente y… Bueno, ya sabes cómo es esto.

—No, en realidad no —le confesó ella. Apareces y desapareces esperando que la mujercita de turno esté dispuesta como <<congelada en el tiempo>> desde que la dejas en tu cama. Creo que esa imagen es una fantasía, Lennox.

Él rió fuertemente. Era la primera vez que le escuchaba reír así, tan abiertamente.

—No, estás equivocada. Rió un poco más hasta extinguir la risa. Tuve problemas, de verdad.

—No quiero saber lo que corrió en el medio de <<esos problemas>> dijo ella seriamente.

—No, mejor no. Tus pequeñas y rosadas orejas, son demasiado delicadas para captar determinados sonidos.

—Esto que dices es peor, Lennox. Ahora has instalado imágenes de seres atados y torturados en sótanos de piedra, llenos de humedad y paredes goteantes… No olvides que escribo, mi imaginación es algo fértil.

—Te ajustas bastante a la realidad —admitió él. Sabes que hay cosas que no soporto, porque lo hablamos, una de ellas es la traición y el robo entre asociados, así como yo lo veo.

—Sí, eso es verdad —la voz de ella sonó convencida. Todos los matices de la traición son imperdonables —continuó.

—Te dije que éramos más parecidos de lo que querrías admitir.

—Sí. Tal vez tengas razón. Bueno, ya nos hemos puesto al día y tengo que seguir trabajando, Lennox.

—Eso me hace acordar que pasaré por ti en veinte minutos, Victoria. Era una afirmación, no había rastro de dudas acerca de que ella estaría esperándole.

—Otra vez, no, Lennox. Te dije que no soy la mujercita que…

—No, son negocios. Tus negocios, para ser más específico.

— ¿Qué tienen que ver  mis…

—Ya lo verás. Prepárate y espérame abajo, no hay mucho tiempo. Colgó sin esperar respuesta.

Veinte minutos después el todoterreno negro se detuvo, y ella entró de un salto.

— ¿Adónde vamos? Le miró sorprendida. Él con las manos en el volante, la vista al frente, parecía ensimismado en algo distante que no iba a compartir con ella. Después se obligó a girar la cabeza, clavarle su mirada amarilla, y rozarle la mejilla con un beso tenue que le puso la carne de gallina.

Lucía impecable con aquella campera negra de cuero finísimo, su remera blanca, los jeans negros y las botas militares. El cabello apenas sujeto atrás, sin afeitar, una versión relajada del estricto traje habitual en él.

Llegaron a la pista de vuelo en media hora y luego de una hora aterrizaron en un lugar desierto, todo arena roja y, a lo lejos, cañones escarpados, rodeados por una bruma caliginosa y ondulante. La temperatura era ardiente y el sol caía a pleno y plomo.

Otro todoterreno idéntico les esperaba a un costado y ambos se dirigieron presurosos hacia el vehículo.

Ella no hizo preguntas porque intuía que no recibiría respuestas. El que manejaba, de pelo áspero y pardo, apenas giró la cabeza y arrancó ni bien cerraron las puertas.

— ¿Nos quedaremos mucho tiempo? Quiso saber Victoria. No he traído equipaje…

—No, solo el necesario para que veas a ciertas personas y luego tendremos una conversación.

Anduvieron una media hora hasta llegar a una casa de piedra de líneas modernas, emplazada en un terraplén, mirando hacia el cañón rojizo que parecía servirle de marco.

—Es un lecho de río, pero hace miles de años que no corre agua por aquí —explicó él. Casi nunca llueve y todo es fruto de la erosión del viento y el agua del neolítico o algo así.

Entraron por una rampa, hasta una cochera subterránea donde se alineaban motos y vehículos de toda gama y para cualquier uso.

Salieron a recibirles dos hombres más que intercambiaron algunas palabras con Lennox en voz baja.

—Síguenos —le indicó él.

Bajaron una escalera más y entraron en un recinto, donde dos hombres estaban sentados frente a frente, en sendas sillas atados. Las cabezas caídas sobre sus pechos y las ropas manchadas de sangre. Una imagen que ella solo había visto en películas, se había corporizado para su observación.

Tomando del cabello de uno de ellos, Lennox, tiró bruscamente hacia atrás.

— ¿Le conoces?

Ella se acercó con cautela.

Detrás de la masa de carne sangrante, el rostro casi desaparecido de  Ric Owen surgió como una revelación, que hizo que diera un salto hacia atrás tapándose la boca, horrorizada.

—Este otro, no podrá hablar más, hizo lo mismo con el hombre sentado al frente del tal Owen y ahogó otro grito.

— ¡Es Harpers! Le miró interrogándole con los ojos.

—Owen-Harpers y asociados —afirmó Lennox. Asesores financieros y hasta hace nada, personas de tu confianza que estaban robándote, Victoria.

— Pero… ¿Cómo? ¿Qué les has hecho? ¿Tienes pruebas? No sabía en qué orden alinear las preguntas. Me los recomendó Davis. Awbrey le confió sus asuntos toda su vida y…no tuve otra opción conocida más que recurrir a él, a pesar que es lo último que querría haber hecho.

—Pues, los hombres ceden, a veces y se tientan. Deberías saberlo. Por cierto, con Davis, todavía no sé qué haré. No tolero dudar por mucho tiempo —anunció.

Acto seguido, un hombre de pelo negro, casi tan imponente como Lennox, procedió a mostrarle sus estados de cuentas, extractos bancarios, detalles contables que a ella por momentos, se le escapaban pero que, a la larga mostraban diferencias notables en ingresos, egresos y movimientos internos, como transferencias a cuentas que desconocía tener. Cosas que él manifestó ser burdas debido, tal vez, a la poca experiencia de ella.

—En pocas palabras, te estaban drenando tus cuentas y desviando fondos hacia paraísos fiscales. Tuve que ocuparme de ello a mi manera, claro pero, por suerte, hemos obtenido los números de dichas cuentas y estos hombres han sido tan colaboradores como para restituir hasta el último dólar.

— ¿Cómo los descubriste?

—Ya te dije, no suelo descuidar lo que me importa.

Parecía ser toda la explicación que obtendría.

—Así que, ahora, tendremos una conversación de negocios, Victoria. Si sigues desconfiando de mis métodos o algo no te deja tranquila, me dices y consultas con quien quieras.

—No, he decidido confiar en ti, Lennox. Hablemos, entonces.

Él asintió con la cabeza y volvieron a montar en el todoterreno.

De regreso en la ciudad, se reunieron en el Fénix. Era la hora de la caída del sol y Lennox no vio motivos para no reunirse en la oficina, rodeado de las pantallas, ese mundo nocturno y furtivo que tan bien conocía.

En cambio para ella, era territorio desconocido.

—Tendremos que delimitar mi intervención en tus asuntos. No somos ni seremos socios, como intenté hacer que creyeran los de Detroit —comenzó anunciando Lennox.

—Estoy de acuerdo.

—Déjame hablar primero y luego harás las objeciones pertinentes.

En su voz, no había irritación. Le había aclarado que sería una reunión de negocios. Separar lo privado de ellos, para él era algo tan natural como respirar y no se notaba ningún esfuerzo en el proceso. La otra opción, pensó Victoria, es que lo de la noche anterior, hubiera sido el episodio aislado, una más de sus incursiones sexuales, hábitos de depredador. Volvió a pensar que era lo más probable. Procuró, pues, centrarse y atender lo que vendría, porque era, después de todo, su patrimonio y él, no había dudado en ayudarla descubriendo la trama que habían tejido aquellos en los que había confiado erróneamente. Regresó, con dificultad al momento presente, haciendo una breve escala de pensamiento dedicado a Davis y su rol en todo aquello. Seguramente, el anciano abogado, estaba en una situación de alto riesgo, esperaba que fuera ajeno a las maniobras de sus asesores, aunque no estaba tan segura de eso.

Lennox, se hallaba de pie, apoyado en el escritorio y de brazos cruzados, aguardando a que ella aterrizara, una ceja arqueada y suspirando levemente. Aquella humana que había dejado entrar en su vida, requería paciencia. Bien sabía, que no era esta, una de sus virtudes.

—Estoy lista —anunció Victoria con voz queda.

—Como dije, nuestras finanzas no se cruzarán jamás. Eso queda claro. Puedo recomendarte asesores que no serán los mismos que utilizo, por razones obvias, pero son gente confiable. En cuanto a Davis, voy a pedirte, que termines lo que tengas sin resolver con él, en lo referente a tu herencia. Luego, me informarás y veré de disponer de él. Estoy en condiciones de orientarte, yo o cualquiera de mis hermanos en algo concreto que pueda interesarte, referente a tus inversiones. Hace mucho que estamos en esto, Victoria y sobre todo, somos cuidadosos de nuestra privacidad y es por eso que nos moveremos en circuitos financieros separados.

Ella aguardó por algo que siguiera, pero Lennox hizo un ademán con la mano que era su turno.

— Puedo preguntar ¿Qué harás con esos hombres? ¿Con Owen, que estaba vivo, por ejemplo?

—Es preferible que no te integres en esto. No es algo que te incumba, a pesar que sean ex empleados tuyos. De esa parte, nos encargamos nosotros.

— ¿Qué pasará con Davis?

—De nuevo, ya te dije qué hacer con Davis y el resto, aclarar su participación en esto, es cosa nuestra.

—Sabes que estás moviéndote fuera de toda ley ¿Verdad?

Lennox entornó los ojos y rió levemente.

—Jamás he dicho lo contrario y cuento con tu lealtad. Por excepción he pensado que debías ver con tus ojos el resultado de malas decisiones, para que en el futuro seas cuidadosa, cautelosa y consultes con personas que tienen más experiencia.

—Por eso fui a ver a Davis.

—Sí. Pero, ignoras que el ciclo de Davis estaba agotado, desde que te facilitó mis datos. No puedo recriminarte por eso.

Se acercó a ella y le acarició el pelo, rozándole la mejilla.

Ella necesitaba algo más. Un refugio, consuelo, no lo tenía bien en claro. Sentir el cuerpo fuerte que brindara calor en ese día de fuerte experiencia, en el que apenas había comido algo y de pronto comprendió que lo que a ella le quitaba el aliento del espanto y la dejaba sin fuerzas por el estrés de lo contemplado, para él y los suyos, era cosa de todos los días. No podría esperar más de un hombre como Lennox, no debería si no quería decepcionarse y, por el contrario, guardar para sí, como algo único la experiencia del encuentro previo, el único y último seguramente.

Tomó aire en una bocanada profunda y algo entrecortada, irguió el pecho, tomó su bolso y se dispuso a marcharse, dando por terminada la reunión de negocios.

—No te marches, aún —pidió Lennox con voz ronca. Si tienes algo más de tiempo, podremos ocuparnos ahora de otros temas. La tomó de la mano y la condujo fuera de la habitación. La guió por uno de los pasillos que habían recorrido el año anterior, flanqueados por puertas, iluminado tenuemente. De vez en cuando, se abría una ventana donde se observaba una escenificación del fondo marino, con peces de verdad, tiburones, en realidad, que nadaban en una semipenumbra espectral y azulosa, en pleno silencio. No llegaba hasta allí la música de abajo. Como un santuario marino, él abrió una puerta ingresando en una habitación de enormes proporciones, que ella imaginó, serían los dominios de Lennox, las noches que decidía pernoctar en el club. Pensó en Sybil y se prometió no dejar que nada sucediese allí. No compartiría el lugar, tal vez el hombre, sin saberlo, creía que podría complacerla, pero tenía que salir de allí y esa magia que parecía paralizarla que emanaba del lugar, se esfumaron. Forcejeó con él y cuando le dejó que se separara, se quedó mirándola, impasible. Sabía que Lennox guardaba sus emociones y que esperar sorpresa, decepción o alguna emoción humana de baja o mediana intensidad, era completamente inútil.

Él se limitó a sentarse delante de una barra bien provista y le sirvió una copa, mientras colocaba un plato con una cena fría encima.

—Solo te he traído aquí para que recuperes fuerzas —sonrió levemente. Se sirvió para él y comenzó a comer con ganas sin esperar a que ella se decidiera.

Lentamente, Victoria se acercó y se sentó en el taburete a su lado. Se dio cuenta que estaba realmente hambrienta, devoró lo que estaba servido, sin disimular. Luego, siguió un plato caliente y por último algo dulce y liviano que Lennox se abstuvo de probar, según su costumbre.

Terminada la cena, ella se dispuso a marcharse. De reojo, al rumbear hacia la salida, vio un dormitorio que parecía enorme, con una cama de iguales proporciones, apuró el paso, apoyó su mano sobre la manija de la puerta, entreabriéndola.

El beso llegó sin aviso, los labios de Lennox, duros, secos, implacables se apoderaron de la boca suave y desprevenida de ella, dejándola pasmada. Una mano la retenía por la nuca y la otra en la espalda, la fijaba contra su cuerpo inquieto.

Luego, la soltó suavemente.

—Te llevo a tu casa —susurró.

—No hace falta, puedo tomar un taxi, Lennox. Estoy agotada, la verdad.

—Me imagino. Sé que tal vez has necesitado algo que esperabas recibir de mi parte, y no he sabido dártelo. Todavía trato de captar algunas necesidades humanas que me son extrañas. Si te interesara, podrías tener paciencia para que aprenda muchos matices.

—Son más que matices, Lennox —le miró casi apenada. Además hay algo que debes saber.

Él aguardó impaciente, de pie, al lado de la puerta entreabierta.

—No son emociones básicas humanas, las innatas. Estas, en cambio, se aprenden desde niño, imagino y… creo que luego ya no seríamos capaces de experimentarlas, por más que las aprendamos a expresar de manera adecuada y oportuna. En verdad, no hay muchas conclusiones rotundas a ciertas manifestaciones como la empatía, por ejemplo, puede aprenderse, pero, obviamente es cuestión de práctica… Tal vez llegues a comprender la realidad emocional de otro, no significa que la compartas y puede que hasta te deje frío, si soy sincera.

—Entonces puedes hacerme ver qué necesitas hasta que aprenda a darme cuenta y  puede que me ponga en tu lugar… Sus ojos brillaban con mirada expectante. No había súplica en las inflexiones de su voz.

Victoria pensó qué empatía pudo haber desarrollado un niño encadenado por casi tres años, y por todo contacto, una madre desesperada y casi ausente. Sacudió la cabeza.

—Lo tuyo me supera, Lennox. No soy Psicóloga, no obtuve mi diploma y no podría intervenir éticamente hablando, pero creo que hay personas que están muy bien capacitadas para tratar personas con carencias como las tuyas.

—Me refiero a que puedes esperar y ver qué pasa mientras estoy entre sus paredes…

—No hablaba de internación, Lennox.

—Yo sí.

— ¿Tan mal te sientes?

—No, no es eso. Pero debo protegerte de mí, eso es lo que siento a veces y por eso me ausento y me sumerjo en mis negocios, en mis batallas, mi guerra contra mis enemigos. Eso, me alivia, pero si quiero ofrecerte seguridad, tengo que saber que seré incapaz de dañarte, que no perderé el control de la bestia que anida dentro de mí, que no cederé al impulso de plantar en tu mente ideas suicidas, por un exceso de energía mal encausada, o algo así…

—Tampoco me gustaría un hombre que estuviera la mitad del día medicado, sedado para mitigar sus impulsos. Tú eres tan vital, resolutivo, jamás dudas, y parece que siempre te has ocupado de organizar las que llamas batallas y que irradias seguridad… A su pesar, sintió que se avergonzaba de mostrar así sus propias emociones. Pero la noche que hablaron durante horas, ya recorrieron ese y otros caminos. Por eso, daba la impresión que Lennox se mostraba más suelto expresando lo que sentía, abría su casa, la invitaba y si bien ella, no conocía el otro mundo, el oscuro y siniestro del cual era el líder, casi no le importaba, con tal de tenerle allí en ese momento, de pie junto a la puerta, después de haber cenado juntos, en su casa, por primera vez.

—Tal vez tengas razón y deberé darle el poder de entrar en mi mente solo a alguien que me inspire confianza y no recurra a la medicación como si ser un híbrido, fuera una enfermedad —reflexionó.

—Será un trabajo arduo. Me refiero a hallar a alguien así y solo deberás contar algo guionado. Mi libro es una ficción, pero si cuentas la verdad, lo que pasará luego, no lo podremos parar, le recordó Victoria.

—Deberé matarle luego de terminar el tratamiento —Lennox le sonrió con malicia, pero ella no pudo evitar que le corriera frío por la espalda.

—No lo digas ni en broma, Lennox.

—No he dicho que lo sea. De pronto se puso serio.

—Creo que tienes que meditar qué harás. No puedes renunciar a tu naturaleza solo porque crees necesitar mi aprobación. Eso no lo acepto ni tú debieras planteártelo siquiera.

—No, si lo hago es porque desde que estuvimos juntos, o tal vez antes, cambiaron cosas aquí adentro —se señaló el pecho.

Será un camino largo y cuidadoso. Tendrás que estar muy atento sobre lo que revelas —le aconsejó.

—Ya lo sé, niña. No te olvides que cuando tú naciste, hacía varios años que estaba en tratamiento. Pero, en ese entonces eran pobres animales los que sufrieron mis arranques de violencia inexplicable. Luego, traté de encauzarla hacia fines más <<nobles>> y socialmente aceptables, por lo menos algunos que ven en nosotros, defensores contra la escoria que asola el planeta.

—Yo sería capaz de vivir con ello —le aseguró Victoria. No te olvides que desde que era una niña, te espiaba y sabía que tus arranques no serían dirigidos contra mí, a pesar de un par de cruces que tuvimos.

—La vez que te arrinconé en la cochera fue para protegerte de mí, no quería que vieras la clase de monstruo que puedo llegar a ser. A menos que te conviertas en uno de los nuestros y eso no lo permitiré.

—Ni yo lo quiero. Somos y seremos distintos, solo me gustaría que pudiéramos confluir en un sitio donde esas diferencias quedaran fuera.

—Sólo hay una forma —le contestó él— pero sería por tu parte, entregarse con una confianza absoluta. Algo que jamás he pedido a humano alguno, si exceptúo a Ray Simpson. Pero, ambos éramos muy jóvenes y estábamos desesperados.

— ¿Qué prueba sería esa? Victoria, tenía ante sí un desafío como nunca habría otro. Tal vez, se transformara en una víctima más de los impulsos irrefrenables de Lennox, tal vez no.

—No puedo sugerírtelo siquiera —susurró él. Las cosas se nos han ido de las manos, ya no quiero fingir que no me importa lo que pueda sucederte.

Cuando fui a Detroit… Para ese entonces, había vuelto a cerrar la puerta detrás de ella, nos enfrentamos con la banda entera, parte de la que vino a disputarnos este lugar, nuestra ciudad, nuestro territorio. En un principio, lo hice para eliminar toda competencia, señalar a otros que desearan lo mismo, lo qué puede pasarles. Pero cuando volvía hacia aquí, y parte de los míos quedaron haciéndose cargo del desastre que dejamos, me di cuenta que había algo detrás de todas esas motivaciones. Una mujer que sin darse cuenta o luego de saberlo, no lo sé bien, siguió protegiéndome a su manera, cuidando mis secretos, cuando habría podido revelarlos al mundo entero. Y era a ella a quien quería proteger de esos tipos, que no llegaran a mí a través de su daño físico, de la posibilidad de arrebatarme algo mío a través de una debilidad de la que me hice consciente en ese viaje. Tú eres el punto vulnerable al cual protejo con cada una de mis acciones. Las que inicié al llegar, como la vigilancia, el seguimiento y el asesoramiento financiero y el encargarme de aquellos que intentaron estafarte. Te convertiste en mi responsabilidad. No sé si eso es empático. Tampoco me interesa averiguarlo. Pero, si ambos queremos saber adónde nos lleva lo que se ha iniciado, debemos hacer ciertas cosas que van a demostrarnos lo que realmente estamos dispuestos a invertir en esto.

Yo elegiré un centro de rehabilitación, para un <<trastorno de ira>>, vamos a ponerlo de esa forma. No será necesario que el profesional sepa qué clase de mutante tiene en su consulta.

— ¿Y para mí qué tienes pensado?

—Depende de ti. Si estás dispuesta. Será un acto de confianza supremo y será lo más cercano a tu límite.

Así comenzó aquella extraña asociación entre ambos. No era posible definirlo como una relación, ya que por separado, durante varios meses, cada uno recorrió su propio y arduo camino de aprendizaje. Acordaron que sería por el lapso de un año.

Lennox, dedicado a su trabajo, dedicó gran parte de horas a su terapia. Ejercicios, teatralizaciones, puestas en escena, hasta que las conductas humanas, dejaron de parecerle tan ajenas. Podía saludar y acompañar con una sonrisa, que curiosamente, comprobó que tenía el don de cautivar a quienes se las dedicaba, logrando sus propósitos más fácilmente que de la manera intimidatoria, en la que siempre se había manejado. Primero simuló, luego empezó a escuchar el mensaje verbal ajeno, primero fingiendo un interés que no sentía ni remotamente, y que, progresivamente, llegó a interesarle, con limitaciones, ya que las conversaciones banales, siguieron aburriéndole ferozmente y se dedicó con verdadero ahínco a seleccionar a sus interlocutores. Allí, pudo lograr apreciar el calor, la intimidad y la comunión que una buena conversación tenía, con ciertos humanos escogidos. Se dedicó a profundizar en las emociones que podía ir capturando, a medida que se hacía consciente de su gradual aparición, las que habían empezado a asomar tímidamente, hasta transformarse en fuertes y poderosos impulsos que le <<movían>> a acciones que no le tenían a él como principal objetivo. Aprendió a conmoverse por el mal ajeno, a indignarse por su desdicha y vulnerabilidad y un día se sorprendió haciendo algo por otro, parecido a él en su aspecto, pero desconocido. Fue capaz, de emerger del círculo férreo de la manada primigenia. Los siete y Victoria, seguían siendo su mundo, su pertenencia, pero no era ajeno al mal ajeno. Después pasó a compartir la alegría y los sentimientos positivos de los demás seres anónimos, ante hechos bien concretos, como el nacimiento del hijo de uno de sus empleados. Le asombró observar la emoción en los ojos de la madre y el pequeño puño del bebé aferrado al dedo del orgulloso padre.

Quería eso. Algo como eso, que sintiera próximo, parte de sí mismo. Alguien a quien enseñaría a protegerse, a cuidarse, a pelear en ese mundo al que había llegado, pero que, a diferencia de él, no se aislaría como protección, o reprimiría sentimientos de hostilidad, apilados y comprimidos durante años de  ser ignorado, temido u odiado. Un ser que supiera que podía confiar enteramente en el círculo que le rodeaba, y que a su vez, sería capaz de brindar apoyo si la ocasión así lo requiriese.

Victoria, en cambio, luego de tomarse un año sabático, pasó ese tiempo, recluida en una jaula, encadenada al piso de la misma, con el espacio suficiente como para hacer ejercicios matinales, alimentarse con las manos de un simple plato y haciendo sus necesidades en un cubo que alguien limpiaba cada noche, mientras dormía, tapada con una manta sucia, sobre un jergón. Se le permitía bañarse una vez por semana, y luego volvía a dicha jaula. La privación sensorial, era casi absoluta ya que en todo ese tiempo, no oyó sonido alguno y hubo días en los que creyó que no lo resistiría. Sabía del paso de las horas porque veía un rectángulo de cielo a través de una claraboya cubierta por vidrios semitransparentes.

Confiaba que, del otro lado, aguardándole, estaría Lennox. Si tal no fuera el caso, había intentado prepararse para esa contingencia, siempre cabía la posibilidad de volcar su experiencia en la escritura. No le había visto desde que ambos se habían separado después de acordar que sus caminos debían bifurcarse. Luego, lo que pasaría sería incierto.

¿Acaso la vida no lo era?

En ese momento, la luz del techo se apagó por primera vez en meses, y quedó sumida en la más pura oscuridad. El silencio era abrumador y supo que estaba frente a una nueva alternativa, antes de perder la cordura para siempre. Se había preparado para ese momento. A pesar de estar desnuda, hacía rato que eso había dejado de importarle. Estaba dispuesta a sobrevivir al precio que fuera. Con gran paciencia, había ido puliendo un trozo de hierro del soporte del camastro hasta darle la forma de un puñal. Si era necesario, liberarse de los grilletes de los tobillos, no le importaba desangrarse cortando el tendón de Aquiles si era necesario, así tuviera que arrastrarse luego, degollar a quien fuera, apenas percibiera, con sus sentidos extrañamente aguzados, que no había intenciones de liberarla.

Ese era el precio que había estado dispuesta a pagar y no lo había dudado.

Del otro lado del mundo de la jaula, en una de los senderos de la bifurcación, Lennox aguardaría al año de separación voluntaria. Era un ser mejor de lo que jamás hubiera podido imaginarse. Le faltaban muchos atributos emocionales, aún, para incorporar a su nutrido espectro, pero estaba seguro que su bestia interna, seguiría bajo control.

Entre los barrotes, reclinada en el jergón, raspando las costras de su piel mugrienta y sudorosa, Victoria, husmeó el aire. Detectaba la carne humana a muchos metros, acercándose. Observó por la claraboya, la negrura del cielo y aguardó, con el improvisado cuchillo en la mano. Si tenía suerte, pensó tendiéndose en el camastro, simulando dormir, cuando el hombre se acercara a retirar el balde de las inmundicias, le degollaría y sacaría las llaves de los grilletes de los bolsillos.

Se estaba por cumplir el año de reclusión, no iba a esperar que Lennox tuviera a bien acordarse de su existencia. En los últimos tres meses, había hecho un amigo invisible que se desdoblaba durante las largas y tediosas horas de cautiverio, que le hablaba de las múltiples posibilidades de su mente, para inducir conductas en los débiles, como ella lo había sido alguna vez. También en los bien intencionados que se acercarían sin desconfianza, ofreciéndose a la manera de un ignorante cordero para ser sacrificados.

Aguzó el oído extraordinariamente desarrollado en los meses de vanos intentos por discernir una voz humana que atenuara ese calvario autoimpuesto.

Observó el cuerpo desnudo del hombre hecho un ovillo en medio de un charco de sangre sobre el piso de la jaula.

Renqueando, salió al exterior y comenzó a bordear la ruta. Era hora de ir por Lennox. Apretó el cuchillo y lo sepultó en unos pantalones que le iban demasiado grandes.