Hace unos días, a raíz de una película que mencioné acá, (Elvira, te daría mi vida pero la estoy usando), leí algunos comentarios relacionados con el realizador, los que le comparan con Almodóvar en unos sitios, en otros, aluden a su condición de discípulo, etc. etc.
En el curso de una entrevista, el escritor y músico que exponía, describió cómo un autor famoso ya fallecido, comparó en su último libro, a Ernesto Sábato, definiéndolo como "el Dovstoieski de Santos Lugares". Nos intriga si hay una ponderación oculta o un refinado y malintencionado comentario debajo de la pulida comparación. Esperamos con ansias, conseguir el voluminoso libro y sacar nuestras conclusiones. En el curso de los siglos, las comparaciones se vienen aplicando a todo. Desde estilos de pintura, que permitió agrupar a los pintores por escuelas, a los directores de cine, a los escritores por el género cultivado y si hacen acordar o no a los precursores o descollantes de cada disciplina. Nadie se ha mantenido a salvo de las comparaciones, ni cocineros, ni psicoanalistas, ni diseñadores de moda, ni actores, ni científicos, ni políticos, ni reyes y mucho menos los dioses.
De este lado del río nos expresamos maliciosamente de alguna personalidad: "puede ser la hermana pobre de fulana, o el hermano feo de tal. O el fulano de tal del subdesarrollo".
La famosa frase "las comparaciones son odiosas", sólo sirve para descorrer el telón de la comparación inminente, la que ha de exponerse a continuación, una vez que con esta frase se asegura el interés del auditorio de manera exponencial. Práctica ésta de una hipocresía monumental.
La tendencia universal a la comparación, es una propiedad cognitiva ancestralmente diseñada, gracias a la cual, el cerebro nos informa de las similitudes o diferencias en el proceso de identificación de una amenaza, y cuyo objetivo primitivo y no tanto, es la supervivencia.
De este lado del río nos expresamos maliciosamente de alguna personalidad: "puede ser la hermana pobre de fulana, o el hermano feo de tal. O el fulano de tal del subdesarrollo".
La famosa frase "las comparaciones son odiosas", sólo sirve para descorrer el telón de la comparación inminente, la que ha de exponerse a continuación, una vez que con esta frase se asegura el interés del auditorio de manera exponencial. Práctica ésta de una hipocresía monumental.
La tendencia universal a la comparación, es una propiedad cognitiva ancestralmente diseñada, gracias a la cual, el cerebro nos informa de las similitudes o diferencias en el proceso de identificación de una amenaza, y cuyo objetivo primitivo y no tanto, es la supervivencia.
Lo que uno describe aquí, es una observación consciente de lo que hacemos cada vez que incurrimos en este hábito.
Más profundamente, también caemos víctimas de nuestras comparaciones internas. Aquellas que nos hacen sufrir de verdad. Son situaciones en las que nos situamos cuando apreciamos nuestro valer que cae mermado inexorablemente ante los pies de otro ser cercano o conocido. Cuanto más cercano, mayor la intensidad del sufrimiento autoinflingido.
Ser conscientes de estas situaciones y estar atentos al accionar de nuestra mente, sabiendo que los amenazados son el yo y la autoestima, facilita un poco las cosas:
Nuestra hermana se transforma en rival porque tiene una pareja que la lleva a dar la vuelta al mundo (metáfora) y su relación está pasando por su mejor momento.
Tomamos distancia de nuestra mejor amigo porque su hijo es un triunfador en toda actividad de la vida que encara y todo parece destinado a mejorar su estatus.
Podemos seguir indefinidamente.
La comparación es válida y extensiva a todo lo material, casa, auto, actividades laborales (promociones ajenas que consideramos inmerecidas), remuneración, experiencias placenteras etc.
Ser conscientes de los sentimientos que se generan, no necesariamente nos transforma en personas ruines, mezquinas o como quiera que las denominemos. Es un guión al cual nos apegamos el día a día, llegando a transformar nuestras relaciones en verdaderas fuentes de desdicha. Sin apenas darnos cuentas podemos aislarnos, para evitarnos el dolor de presenciar el bienestar del otro.
El lamento es el portavoz universal de todas las situaciones descritas u otras similares.
En realidad, lo malo no es comparar, lo perjudicial para uno es el lamento. Éste, es el lenguaje universal que sin darnos cuenta, va empañando nuestros momentos de disfrute, aquellos momentos que podrían ser placenteros y que se oscurecen y consigue sumergirnos en la más profunda amargura y resentimiento.
Sepamos que va a costar mucho, en principio, alegrarnos sinceramente por el éxito ajeno, sobre todo si nuestra situación personal es penosa o desventajosa a nuestro parecer.
Seamos conscientes que la alegría por el reconocimiento de los demás va a ser sencillo si están menos favorecidos en otros aspectos de la vida. Si alguien consigue un triunfo de cualquier índole va a cosechar elogios más sinceros, si camina sostenido por unas muletas por alguna malformación.
Enfocarnos en nuestros propios asuntos, con mayor concentración, sin mirar tanto para los costados, hará que progresivamente vayamos perdiendo atención sobre el accionar ajeno.
Estaremos ocupados en nuestros propios logros, por modestos que éstos sean.
Tal vez, fijarnos metas sencillas de complejidad creciente, nos ayude a superar nuestra incomodidad toda vez que nos sintamos tentados a"medirnos" con los otros.
La envidia y la aprobación ajena serán en definitiva nuestra recompensa.
Saber que cuanto más sensibles seamos a la mirada del otro, más pendiente estemos de esos ojos, más exigencias nos pondremos, más necesidad de demostración sentiremos y terminaremos transformándonos en un mono imaginario que tiene que mostrar sus habilidades para conseguir su comida.
Ser conscientes de estas situaciones y estar atentos al accionar de nuestra mente, sabiendo que los amenazados son el yo y la autoestima, facilita un poco las cosas:
Nuestra hermana se transforma en rival porque tiene una pareja que la lleva a dar la vuelta al mundo (metáfora) y su relación está pasando por su mejor momento.
Tomamos distancia de nuestra mejor amigo porque su hijo es un triunfador en toda actividad de la vida que encara y todo parece destinado a mejorar su estatus.
Podemos seguir indefinidamente.
La comparación es válida y extensiva a todo lo material, casa, auto, actividades laborales (promociones ajenas que consideramos inmerecidas), remuneración, experiencias placenteras etc.
Ser conscientes de los sentimientos que se generan, no necesariamente nos transforma en personas ruines, mezquinas o como quiera que las denominemos. Es un guión al cual nos apegamos el día a día, llegando a transformar nuestras relaciones en verdaderas fuentes de desdicha. Sin apenas darnos cuentas podemos aislarnos, para evitarnos el dolor de presenciar el bienestar del otro.
El lamento es el portavoz universal de todas las situaciones descritas u otras similares.
En realidad, lo malo no es comparar, lo perjudicial para uno es el lamento. Éste, es el lenguaje universal que sin darnos cuenta, va empañando nuestros momentos de disfrute, aquellos momentos que podrían ser placenteros y que se oscurecen y consigue sumergirnos en la más profunda amargura y resentimiento.
Sepamos que va a costar mucho, en principio, alegrarnos sinceramente por el éxito ajeno, sobre todo si nuestra situación personal es penosa o desventajosa a nuestro parecer.
Seamos conscientes que la alegría por el reconocimiento de los demás va a ser sencillo si están menos favorecidos en otros aspectos de la vida. Si alguien consigue un triunfo de cualquier índole va a cosechar elogios más sinceros, si camina sostenido por unas muletas por alguna malformación.
Enfocarnos en nuestros propios asuntos, con mayor concentración, sin mirar tanto para los costados, hará que progresivamente vayamos perdiendo atención sobre el accionar ajeno.
Estaremos ocupados en nuestros propios logros, por modestos que éstos sean.
Tal vez, fijarnos metas sencillas de complejidad creciente, nos ayude a superar nuestra incomodidad toda vez que nos sintamos tentados a"medirnos" con los otros.
La envidia y la aprobación ajena serán en definitiva nuestra recompensa.
Saber que cuanto más sensibles seamos a la mirada del otro, más pendiente estemos de esos ojos, más exigencias nos pondremos, más necesidad de demostración sentiremos y terminaremos transformándonos en un mono imaginario que tiene que mostrar sus habilidades para conseguir su comida.