domingo, 6 de diciembre de 2020

LA GARRA DE LEÓN


 

Desperté en el suelo de la habitación del hotel. La cabeza me pulsaba y dolía, como la peor de mis resacas. Lo malo es, que apenas había tomado alcohol, en cambio, mi cuerpo, había recibido una paliza de aquellas.

Todavía recordaba al marido de la griega, el obeso, parado al pie de mi cama, cuando estaba por… sí, eso, a su mujer, con su total consentimiento y cooperación, hay que decirlo.

Ante la mirada impasible de la dama, dos de sus guardaespaldas, se ocuparon de mí, en la siguiente media hora. Una mujer con entereza, hay que reconocerlo. No se la veía muy afectada por el castigo que estaba recibiendo el hombre, al que hacía unos instantes, le rogaba que la llevara a vivir con él. Ponía de relieve, la profundidad de sus sentimientos hacia mí. Y yo, no tenía la menor intención de hacerlo, aunque tampoco, había necesidad de humillarme. Uno me retenía, inmovilizado por los brazos y el otro se desquitaba conmigo, como si se tratara de un saco de arena, hasta que, a una orden del patrón, me largaron en el suelo, donde me desplomé inconsciente. De manera intermitente, sentía los puntapiés en mis costillas, y riñones.

Cuando mi socio Garrett Stanton me encontró, tuvo un acceso de cólera.

—Agradece que Spyros, está fuera de su territorio, si no a estas horas estarías tirado en un compactador de chatarra —mi socio es muy alentador cuando se lo propone.

—No, no quiso matarme, porque nadie lo hubiera podido detener —argüí, algo picado.

—No, si el tipo encima, quiere tener razón. Amigo, tendrías, que hacerte ver la cabeza. Adentro, me refiero —me miró, todavía irritado.

Nos retiramos del hotel y me subí al auto de Garrett. Habíamos venido en taxi con Sally, la exuberante esposa del griego.

—Esa manía que tienes de andar con mujeres casadas, un día, va a ser tu ruina. Ya, te lo digo.

—Son las relaciones menos complicadas, si salen bien, Garrett. Nadie quiere problemas, cero compromiso, nada de sentimientos y adiós,

—Eso mismo, puedes tenerlo con cualquier chica de las que abundan en la ciudad —me retruca.

—Sí, pero, indefectiblemente, tres de cada cuatro, me localizan para un segundo round y eso no es lo que busco.

Suspira, sin ganas de continuar la discusión que tantas veces hemos tenido, en general, cuando se me ha complicado algún asunto.

— ¿Tienes idea de cuántos tipos han terminado trágicamente, a manos de un marido celoso y, que después se ha convertido en otra cosa, un relato épico, por ejemplo? Puedo nombrarte a varios Padres de la Patria, si quieres.

—Bueno, no voy a cuestionarte como argumentador, eres abogado —me rindo.

—Somos, reforzó la palabra, somos, abogados y especialistas en divorcios —Te recuerdo, en caso que los golpes te hayan dejado amnésico.

—Menos mal que jugamos para el mismo equipo.

—No te pases, Alistair.

—Jamás he quebrado la regla de oro—me defiendo. Nunca con una clienta del estudio.

—Bueno, al menos, eso parece haberse grabado en tu cerebro. El problema, es que, llegado el momento, piensas con otra cabeza y… te pierdes.

Durante el camino, Garrett, intentó convencerle de ir a ver a un médico, pero Alistair, jamás hubiera querido que trascendiera el <<incidente>>. En lo que a él, refería, sería un accidente <<doméstico>>, y algo de razón tenía, en cierto modo.

Fueron a su casa. Se duchó, después de evaluar los daños. Hematomas por todo el cuerpo. Tendría que vigilar si orinaba sangre, y ese tipo de cosas. Por lo demás, parecía estar todo en orden.

Se vistió con uno de sus caros trajes y tomó café con dos comprimidos de analgésicos. Le dolía al inspirar y confió que fuera muscular y no alguna fisura costal. No quería comprometer a Luke, su hermano que era médico.

Obstetra, pero médico al fin. Ya había comprometido su matrícula cuando fue atacado y le fracturaron un brazo, y no había hecho preguntas. Hasta ahí no era nada, pero el impacto de bala que rozó su costado quedando incrustada en la pared de un depósito, había ocasionado un verdadero operativo, para desencajar el proyectil del muro y salir por piernas.

Obvio que Luke, ignoraba eso, cuando le dijo que no sabía cómo se lo había hecho, en el curso de la refriega, seguramente.

Alistair, a sus treinta y cinco estaba que ni pintado, según las mujeres del bufete. Las maduras, que eran las que usaban tal expresión. <<De muerte>>, para las generaciones de mujeres más jóvenes. Aunque tenía un rasgo inusual: era tremendamente sencillo, ignorante del don de su sensualidad, y sería por eso, que no inspiraba desconfianza, sino, que emanaba puro encanto y algo de primitivismo, que enternecía a las mayores, y ponía al rojo vivo, a las más jóvenes.

Ese lunes, estaban liados con el divorcio de un magnate naviero, que tenía ocupado a medio equipo, ya que los socios principales, eran quienes distribuían los casos y ambos amigos, lo estaban manejando juntos.

—Lo más loco de esto, es que el tipo, tiene nuestra edad ¿Puedes creerlo?

La envidia, carcomía a Alistair. Creo que esta noche, si logramos un buen acuerdo, me emborracho por la furia que me produce. Heredó la fortuna familiar y así cualquiera… se consoló luego.

—Te olvidas que quintuplicó el monto de todo el capital recibido. El tipo es muy inteligente, además de astuto. Nosotros, somos astutos y al final inteligentes —respondió Garrett, calmado y sin asomo de envidia.

—Claro, porque tú nunca fuiste pobre —le recriminó el otro. Será un 50/50.

—Nosotros un 80/20 —afirmó Garrett. Acéptalo, Alistair. Más astucia que inteligencia.

—No me importa, detesto al tipo y lo soberbio que es, cuando hace los cheques cada semana de trabajo que nos insume su torpeza. Hubiera firmado un <<prenup>>, y ahora no tendría estos dolores de cabeza.

—Pero se enamoró de verdad y ahora… <<a pagar, amigo>>.

— ¿Ves? Si hubiera sido 70 de astucia y 30 de inteligencia, no se hubiera casado sin firmar antes. Y si hubiera sido un 80/20 como nosotros, jamás se hubiera casado—Alistair, sonreía triunfante.

—Bueno, va siendo la hora que vayamos a reunirnos con la pareja y el abogado de ella.

Si hemos de creerle a Lombroso, pensaba Alistair, el magnate, pagaría con sangre su <<enamoramiento>>, porque, la arpía de la mujer, parecía un buitre rubio. Y cualquiera sabe, lo que los buitres pretenden y saben cómo obtenerlo. Esa nariz ganchuda, le hubiera debido poner sobre aviso, al pronto ex marido, la voracidad de su mujer. Las uñas larguísimas, pintadas de rojo herrumbre, <<sangre vieja>>, pensó. Debían ser los analgésicos. La cabeza parecía estar entre nubes.

La reunión se prolongó durante dos horas, y se dieron por satisfechos cuando el abogado del marido, aceptó el acuerdo. La <<buitresa>>, podría haber ido por todo y, a último momento, había abierto un poco las garras.

Cuando se retiraron, ya casi era hora del almuerzo.

—Deja que te invito yo —le dijo Garrett. Aprecio la calidad de tu trabajo y esta vez te lo has ganado.

—Va a venirme bien. Hoy, Trudy, a última hora, ha programado en mi agenda a la  <<viuda de la ciudad>>.

—No me vas a decir que…

—Sí. Los jefes, no han querido vérselas con ella y, Andy, ayer a la mañana, me ha pedido que trate de acercar posiciones, imagino que es por la sucesión. Todos querrán vender algo, y tal vez, ella se opone. Sinceramente, ni la conozco, y tendré que ocuparme del asunto.

 Andrew <<Andy>> Svenson, era el principal socio de la firma, por lo general, elegía a Alistair como negociador. Tenía un talento innato para convencer a personas intransigentes, y en esta oportunidad, sería todo un reto para él y su bono de fin de año, se vería aumentado.

—La comparan con las arañas —le susurró Garrett, maliciosamente. Ya sabes, cómo tienen sexo…

Su marido, el difunto Lloyd Benett, dueño y presidente del consejo de un holding de empresas de medios, había dejado una herencia billonaria. Como es de suponer, los herederos, hijos de un matrimonio anterior, y Terry Donovan su actual viuda, estaban al <<tira y afloje>> por semejante fortuna.

—Me iré a casa más temprano, estudiaré lo que puede hacerse y a última hora estaré de regreso con alguna propuesta inicial —anunció Alistair.

— ¿Almorzamos? Garrett insistía.

—Vamos.

En el restaurante, a esa hora, no cabía un alfiler. La mayoría de colegas, festejaban buenos acuerdos allí y de paso, mostrándose a la competencia, asiduamente, pasaban a ser exitosos. El <<Òlympos>>, era justamente eso, un mostrador para exhibir triunfos.

—Nunca pensé que la mujer soltaría el hueso —se sinceró Alistair— pasaba los dedos por el cabello hacia atrás, con señal de alivio.

Garrett le observó sonriente. Últimamente, la cara atribulada de su socio y amigo, ex compañero de la Escuela de Leyes, ponía a prueba su paciencia. Un tipo que hacía lo mismo, esperando resultados diferentes, era un necio, se dijo.

—Nos hacía falta algo bueno, hace tiempo que no anotábamos un tanto de este porte, amigo.

Cuando regresó a su casa, Alistair, estuvo estudiando el expediente de la viuda. Venía con la doble tilde en rojo, con la que Andy Svenson, señalaba los <<casos gordos>>. En realidad, la doble tilde, era una constante en el espectro de casos manejado por el socio principal. Que fuera amigo del padre de Garrett, tenía sus ventajas, además que ellos dos, eran buenos en lo suyo.

Volvió a tomarse otros dos analgésicos. Se duchó, cenó algo liviano y se dirigió al bufete nuevamente, para reunirse con la viuda y el abogado de los herederos. Hubiera preferido que la vieja le recibiera en su casa, frente al Central Park, pero ella había insistido, en hacerlo en el estudio y directamente con el lobo enfrente, sin estrategia previa, sin información. Lo había comentado con Andy, poniéndole en <<autos>>, sobre la negativa de ella de planificar nada, lo que dificultaría su gestión. Su jefe, había tratado de convencerla por teléfono, pero todo había sido en vano.

—Es un suicido, una estupidez, que la perjudicará, le costará horas extras nuestras, y le dará a los herederos, la derrota servida en bandeja.

Alistair, se había encogido de hombros. No todos los día se ganaba y perder era un buen ejercicio, para fomentar la humildad, y no convencerse de ser bueno, el mejor en lo suyo, para terminar siendo un pedante insoportable. La vieja ya había sido notificada que saldría escaldada, hasta ahí llegaba su responsabilidad. Allá ella. Tal vez, estuviera senil.

Llegó al bufete temprano. Se sirvió café, todavía faltaba una hora para reunirse. Las secretarias ya se habían retirado, cuando observó a alguien sentado en la sala de juntas, en penumbras.

Abrió la puerta y una mujer giró la cabeza, con la expresión de alguien que ha sido sacado de un ensueño.

A su vez, el ensueño, se apoderó de la mente de Alistair.

— ¿Quién es usted? ¿Se siente mal, señora?

—Ella se incorporó levemente hasta ponerse de pie.

La mujer que quitaría el aliento a cualquiera, se acercó, con la mano extendida.

—Soy la viuda Donovan —susurró—con una voz ronca, aterciopelada. Lamento haberme adelantado, pero necesitaba hablar con usted, señor Haynes, a solas. Y en mi casa, todavía, él está presente, y no me parecía adecuado tener discusiones de dinero, herencias, y ese tipo de cosas.

Pero ¿Qué edad tenía la maldita mujer? Algo más de veinte contra los setenta del magnate. Vaya, qué buena actriz. Alistair, parpadeó, encendió la luz de la sala y se aproximó a ella.

Se desprendía un perfume suave, embriagador, envolvente, y algo cálido que sería su piel. Sacudió su calenturienta cabeza, cerrando los ojos. No esperaba que fuera tan hermosa y tan joven…

—Por lo que veo, no está al tanto de nuestra relación —ella sonrió. Cuando nos casamos, hemos salido en todas las revistas y sitios de internet.

—La verdad es que no veo televisión, solo películas y no me entero más que lo publicado en la bolsa y poco más.

—Bueno, vamos a lo nuestro.

 Ella arrimó una silla hasta que su rodilla, rozó la de él, que sintió algo eléctrico y lo atribuyó a una mala postura.

Habló durante media hora y se atuvo al testamento redactado hacía cinco meses, y certificados médicos donde se hacía hincapié, del excelente estado mental, de lucidez del millonario.

—Quieren invalidar esta última modificación —dijo ella. Pero no es lo que está escrito aquí, quebrantarían su último deseo, así que no me ha quedado más remedio que recurrir a ustedes. Y no deberían quejarse, con todo lo que les ha tocado, además de no venir a verle en los últimos tres meses. Tengo los mensajes que les envié para que vinieran a casa, por si argumentan que les impedí el acceso. Suspiró.

Le ofreció un café y ella, accedió gustosa. Giraba nerviosamente la alianza que todavía conservaba en su dedo.

—He estudiado todo lo que me acaba de mostrar, no deberíamos tener problemas, aun solicitando una impugnación del último testamento.

—Armand Sommer, el notario, guarda cada una de las modificaciones testamentarias, a lo largo del tiempo.

— ¿Cuánto tiempo han estado casados?

—Seis años.

Le costó cerrar la boca, del asombro. Vaya precocidad. Por los pelos, el millonario no había sido un abusador de menores. Igualmente, no creía que fuera amor. Esto, era impensable. No le creería ni en mil vidas. Le seguía maravillando el precio que ella había estado dispuesta a pagar, con tal de salirse de la vida que llevara, cualquiera fuese.

—No se ofenda, pero, señor Haynes, he pagado para que lleve el caso el señor Svenson, en persona.

—Le informaré, señora Donovan, pero le comento, que es él quien me ha designado.

 Picado, agregó: <<hace más de diez años que ejerzo la especialidad, pero como usted lo desee>>.

—No se ofenda —repite. Hay cansancio en su voz.

<<Vete al infierno de las viudas>>, le deseo. Si es que acaso existe, debe estar allí. Cuando el que acababa de ingresar en él, era yo. Pronto tendría oportunidad de conocerlo.

Hace un gesto con la mano y salió del despacho rumbo al de Andy.

Tuvo que esperar un cuarto de hora porque el jefe se hallaba reunido en video conferencia.

—Siento interrumpir, Andy, pero la viuda Donovan dice que desea que lleves su caso en forma personal y que ha pagado por eso.

Él palidece a ojos vista.

—Ella desconoce que tenemos códigos éticos y normas, Alistair, y tú, debiste haberte dado cuenta qué estaba sucediendo.

<<Ahora, es mi culpa que te hayas acostado con la viuda, cretino>>.

—Lo lamento, no estoy pendiente de esas cosas, Andy.

—Bueno, infórmale que luego la llamaré, y mientras tanto, dile que estoy muy ocupado y para ir ganando tiempo, tú te encargarás de llevar el asunto. Te deberé una.

<<Ya lo creo que vas a pagarme>>.

Accedo sin inmutarme y regreso a la sala de juntas. Está desierta. Terry Donovan, se ha marchado.

Tendré que ir a su casa, ya es cerca de medianoche.

Es una mujer peligrosa, me temo. Debería andarme con cuidado. Amante de mi jefe, una hermosa criatura, con ese tipo de belleza que se mete debajo de la piel de cualquier hombre. Pero, en el momento en que me dirigía a su casona de la quinta avenida, solo pensaba en eso, en el <<debería>> y no en el <<debo>>. Garrett tiene razón, ya he recorrido este camino. Una y otra vez. Como un imán, detecto a la mujer imposible, prohibida, ajena o en vías de serlo.

Una asistente me abre el portal vidriado, de la lujosa casona.

Me hace aguardar otros quince minutos. Ni siquiera hemos comenzado a plantear ningún acuerdo y solo he usado el tiempo yendo y viniendo. Genial, sigamos sumando honorarios.

Me recibe en un salón íntimo. Acepto café, no sabía que se usaban las cafeteras de plata. Hay música de fondo, muy suave igual que la luz.

Ella, ha reemplazado, su traje sastre de pollera tubo ajustado, por algo más cómodo y flexible… un vestido de lana suave, con un hombro caído, no observo bretel alguno de sostén, tal vez, no lleve nada debajo. Cuando se coloca cerca de la lámpara de pie, puedo observar que la lana desprende un halo de pelo fino, como un animal sinuoso que recorriera la prenda. Parpadeo, algo aturdido.

Cuando, al fin logro arrancar mis ojos de esa tentación animal, la sorprendo observándome con mirada burlona. Sus ojos verdes, algo entornados, me están apreciando. Me advierte, alzando una ceja, y, con eso me basta. Ella no es para mí, y, nunca lo será.

Leo en voz alta lo que redacté para presentar a la otra parte, intentando que frenen cualquier demanda de revisar testamentos anteriores u objetar certificados médicos del finado. Veremos qué solicitan más concretamente.

—Desconfían de mí —aclara con voz ronca. Creen que ejercí una mala influencia sobre Lloyd, cuando siempre he respetado su voluntad, pero ya sabe cómo son estas cosas. Esta noche, le diré a Andy, que no cederé y vaya tomando en cuenta todos los intentos para dejarme ver como la malvada en esta historia. A través de los medios que van a pasar a controlar, no dejarán de difamarme y deteriorar mi imagen pública, cosa que espero, ustedes se encarguen de preservar.

—En eso, estaremos más que atentos —le aseguro.

—Conozco a la gente de esa calaña —se le nota furiosa, pero es de las personalidades frías, que esconden la ira debajo de ciertas cualidades de palidez en su piel, dilatación de las fosas nasales y aceleración de la respiración. Después, sus gestos son mesurados, calmos, calculados.

Enciende un cigarrillo y termino de leer el documento que, si Andy está de acuerdo, presentaré en la reunión. No hace falta que ella asista.

Cuando me estoy por marchar, aparece Andy. No he escuchado timbre alguno y no hace falta, porque está guardando el llavero en su bolsillo, así que aprovecho y le dejo una copia de lo que elaboré, para que lo lean juntos.

Juntos. Me lleno de rabia. Él está saboreando una deliciosa mujer, libre, mientras que yo, estoy acechando a dudosas bellezas, con maridos peligrosos dispuestos a asesinarme. Esto tiene que cambiar.

Esa noche, no puedo dormir, me sirvo whisky, hasta que me hundo en la cama, en un sueño profundo, que tiene más de sopor que de descanso.

Con la intención de un cambio de vida, en mi voluntad, una discreta resaca, y bastante irritación, a la mañana siguiente, llego a mi despacho. En una hora tengo la reunión con el abogado de la viuda Donovan y el de los herederos.

En la sala de juntas, además de los dos abogados, una mujer del lado de los herederos, a quién no he visto previamente. Imagino, cuando la presentan que es parte del bufete, pero resulta que es la última de los herederos de Donovan. Tiene la misma edad que aparenta su viuda, y no entiendo nada ¿Hasta cuándo seguirán brotando aspirantes a su fortuna?

Una hija, que ha decidido representarse sola, ya que es abogada, recién salida de la Escuela de Leyes y extramatrimonial.

Genial, para completar el panorama, aparecen herederos extramatrimoniales, reconocidos y con pleno derecho.

Parece haberse incorporado ahora a las discusiones. Justo cuando pensé que estaría todo arreglado y terminaríamos hoy este engorroso asunto, surge esta perturbadora australiana. Me lleven los diablos, maldigo. Solo falta que también sea casada y ya ni siquiera podré distraer a mis pensamientos, cuando las cosas se pongan tediosas. Lamento cuando las discusiones suben de tono, por lo general, me retiro y hasta que no se van callando, no tomo parte. Tratar de intervenir antes, garantiza sumarse al caos reinante. Eso, lo aprendí de Andy. Me ha enseñado a hacerme a un lado cuando comienzan a subir el tono de voz y discuten de ambos lados de la mesa. Cuando se agoten, hay que regresar con la propuesta o estudiar si algo ha surgido, como pasa con los divorcios. A veces, es una minucia, que hay que ceder para conseguir una firma de acuerdo y todos contentos.

Así que, vuelvo a la casa de la viuda Donovan, con la noticia. La chica, parece querer solamente lo que le corresponde y se atiene a los términos del último testamento.

Ella ha estado llorando. Trata de disimular o eso, al menos, es lo que me parece.

La eterna cafetera de plata, me da la excusa para quedarme un rato más, ya que no hay sustanciales modificaciones con la aparición de esta última hija. Siento la necesidad de acercarme y abrazarla, sin segundas intenciones.

Me siento más cerca de ella, y le aparto un mechón de pelo que le oculta la cara. Girando la cabeza, me mira con los ojos húmedos y ahí ya no puedo más y tomo su boca entreabierta por asalto.

Cuando deja de responderme, me retiro y sorbo mi café hasta terminarlo.

—Lo lamento —empezó diciendo en voz baja, apenas audible. Va a pensar que soy una…

—No pienso nada. Si lo hiciera, ya hace rato que me habría levantado de aquí, y salido de su casa volando a ras de los techos de la ciudad. Solo falta que Andy se entere, y estaré fuera de su empresa, en menos de un minuto.

Ella sonríe.

—Me hace reír —me dice. Me imagino cómo sería eso de volar a ras de los techos. Como si New York, fuera ciudad gótica.

—Batman no vuela —le digo suavemente. Aunque, no estoy seguro.

—Se me acerca, me echa los brazos al cuello y me besa. Sí, lo hace ella. La mujer inalcanzable.

—Usted me hace sentir mejor —me dice. Quiero que escuche mi alegato ¿Así se llama? Hace un mohín con la boca, que me enardece, de mi boca sale un involuntario quejido.

—Sí, algo así. Transpiro.

—Me casé con Lloyd cuando era muy joven y porque casi fui un legado de mi padre a su amigo, para que los cazafortunas, no me estafaran. Luego, Andy, amigo de Lloyd, se acercó más a mí, en los últimos meses de vida de Lloyd, y me ayudó a soportarlo, en el interín, me convertí en su amante. Yo amo a Andy y él también, por supuesto. Pero, sería imposible un divorcio en sus circunstancias.

Alistair, sabe que el dueño original del bufete fue su suegro y por ende, la accionista mayoritaria, sería Dorothy, su esposa y empleadora. Los principales clientes, son miembros de la alta sociedad neoyorquina y divorciarse, sería su ruina social y económica.

—Así que, de entrada, las cosas entre nosotros, quedaron claras. No habría exigencias por mi parte y él, me daría lo mejor del tiempo que dispusiera, sin poner en peligro la estabilidad matrimonial. Así que debía renunciar a una vida pública a su lado. Nos hemos cruzado en eventos, por supuesto, pero sin mirarnos y ha sido un verdadero suplicio.

—No sé por qué me cuentas esto —le digo. Naturalmente, he comenzado a tutearla, después del beso/iniciativa.

—Porque quiero que, si tú lo deseas, podamos salir, mostrarnos, disfrutar. He estado prisionera muchos años y necesito hacer cosas que suelen hacer personas de nuestra edad sin compromiso. Andy, no podrá echarte porque le haré entender y sabe que tengo derecho a ello.

— ¿Y el sexo?

—No estará sujeto a horario fijo, a vacaciones con la familia o viajes con esposas. Solo, tendrás que respetar los de Andy, que puedo asegurarte, sus visitas, no son lo frecuentes que necesitaría. Y, no te preocupes, él siempre avisa antes de venir. No tendrás que salir huyendo por la ventana.

Hago una mueca, su arreglo me seduce, pero temo las sutiles represalias de mi jefe. Amordazado como estará, por el obligado silencio que le impondrá Terry, se desquitará conmigo. Me designará los casos menores, los que les damos a los pasantes.

—Tengo que pensarlo, le digo, no muy convencido.

Procedo a describirle los pros y los contras de su proyecto.

— ¿Puedes quedarte esta noche? Andy está fuera de la ciudad y no vendrá hasta mañana —me pide. Su voz acariciadora, algo ronca, termina por derribar el último de mis reparos.

Salimos de la mano, y vamos a cenar a un restaurante cerca de su casa.

Conversamos de mil cosas, reímos y mi manera de enfocar la vida, le divierte. No puede creer la paliza que recibí hace un mes, a manos de los esbirros del mafioso. Se detiene a mirar, horrorizada, mis hematomas apenas visibles en mi parrilla costal. Mira para todos lados, ahogada por la risa, al ver que carezco de toda pudicia al levantar mi camisa en público, atrayendo miradas indignadas, por lo improcedente de mi comportamiento.

Llegamos corriendo hasta su puerta y me lleva a su baño. Nos duchamos juntos, y me arrastra hasta la enorme cama, donde ha retozado con Andy, y que, luego de superar mi reticencia, me sumerjo entre las sábanas limpias. Buen detalle. Hay cosas que no se mezclan. El olor entre amantes, es una de ellas.

—Entre risas, me propone que redacte un contrato, y ese será un primer punto de cosas que no hay que traspasar.

—No tengo ropa limpia para cambiarme cuando me iré, le advierto. Pero no parece inmutarse.

—Hay ropa de Lloyd que todavía no doné.

Eso de vestir la ropa del marido muerto de mi amante, me parece algo más de todo lo raro que está trepando a mi vida.

— ¿No hay ropa de Andy?

Se muere de risa, y me muestra todo un ropero lleno con las cosas de él.

—Nos imaginamos entrando a su despacho, vistiendo una de sus famosas camisas con monograma bordado, que ha dejado en casa de su amante.

Terminamos de reírnos y nos ponemos serios, cuando comienzo a acariciarle.

—Necesito saber de cuánto tiempo dispongo —le digo.

—Hasta el desayuno—susurra.

—Bueno, entonces averiguaré yo solito, qué te gusta, cómo, dónde y si ves que me desvío, me avisas en tu mapa y te prometo corregir mi rumbo.

No me deja terminar de exponer mis intenciones, cuando se trepa encima de mí, y empieza por ser más que clara, indicándome por dónde quiere que comience. Me apresuro a complacerle.

Hasta las seis de la mañana, estuvimos explorándonos, tres honrosos orgasmos, y ella es tan generosa, que retribuye de inmediato, todas mis gentilezas y disposición amatoria.

Así que, después del desayuno, me ducho y me encamino a la oficina, dentro de uno de los últimos e impecables trajes de Lloyd Donovan. Hay que reconocer que es de excelente calidad y de lo mejor de Londres, de donde vienen todos ellos. Una pena, donarlos —me digo.

Todavía continúo algo aturdido. Mis pensamientos son desordenados y me siento cansado, pero de una manera relajada. Las piernas no me sostienen y durante una reunión que teníamos con Garrett, ahogo bostezo tras bostezo y después de la tercera taza de café, hace que la mirada perspicaz de mi amigo, me taladre.

— ¿Pasaste la noche con una mujer?

Me quedo callado. No sé cómo o por dónde empezar.

—Te cuento cuando vayamos a almorzar.

—Espero que no te metas en líos —vuelve a escudriñarme con su mirada.

Estamos sentados esperando que nos sirvan el almuerzo.

—Vamos, suéltalo —me insta.

Cuando le cuento, se toma la cabeza con las manos.

—Estás buscando tu ruina, que te expulsen de la barra de abogados, ella es cliente de la firma y tuya, en particular, además del pequeño detalle que tu jefe es su amante.

—Ya lo creo que mía —bromeo—refiriéndome a que es mi cliente.

—No seas idiota, Alistair. O estás dispuesto a morir joven, o a suicidarte laboral y civilmente ¿Por qué no te tomas unos días? Te cubriré, me pasarás tus casos y…

—No, Garrett. Por primera vez, siento que estoy haciendo lo correcto —afirmo. Creí que, a la luz del día, lo que Terry me planteó anoche, me parecería una locura, pero es algo sensato.

— ¿Sensato? Exclama. Mira para todos lados, y baja la voz.

— ¿Sabes las mil maneras de vengarse de Andy? ¿La cantidad de contactos en la corte que tiene, los cientos de abogados y jueces que conoce para asegurarse de hacer de tu vida, un infierno y termines haciendo de defensor de indigentes o teniendo que mudarte a un triste pueblo?

— ¿Piensas que contrariará el deseo de Terry, muy lógico, por otra parte? La chica es muy joven, tiene veintiséis años, yo treinta y cinco, soy soltero, guapo, y sin compromisos. Andy tiene cincuenta y tres, casado, sin poder divorciarse sin quedar en la ruina, y, si de verdad la ama, no pretenderá tenerla enclaustrada en sus mejores años. Además, en ningún momento, ella dejará de cumplir sus compromisos íntimos con él. Solo que, a ella, ya no le alcanza el tiempo que él puede darle, ni la calidad del mismo, me temo. Necesita mucho más, poder salir sin temor a ser vista, a lugares que él detestaría, con personas que no entiende y creo que va a ser razonable. Confío en Terry. Ella, sabrá manejar la situación.

— ¿No te inquieta ni un poco compartirla como mujer? ¿Ni una pizca de celos?

—No, te lo juro. Entiendo que él haya enloquecido ni bien la conoció. Y creo, que él, hará lo mismo conmigo, si no se siente amenazado. Si decidiera vengarse en mí, Terry me ha dado su palabra que va a dejarle. Es demasiado mujer para extorsionarle con exponerle, si intenta algo contra mí. Por mi parte, ajustaré mi agenda a la de Andy, que no se verá perjudicado en lo más mínimo.

La noche que Andy iba a lo de Terry, no se esperaba la conversación que iba a tener con la joven.

Una hora después, seguían intercambiando argumentos. Había gritado, amenazado y terminado por reconocer que Terry tenía razón y que Alistair, era un hombre muy seguro de sí mismo, y lo había puesto en evidencia cuando se avino al trato sin protestar ni reclamar ni cuestionar derecho alguno.

Él nada podía ofrecerle a ella, más de lo que ya le daba. Solo quedaba comprobar su atención para con él. Necesitaba comprobar si su dedicación a complacerle, seguía siendo la misma, o mostraría desinterés y frialdad.

Esa noche, recibió una de las más tórridas sesiones de sexo que tuviera memoria. Terry, parecía renovada, contenta. Un brillo extra en su piel y ojos, demostraba más amor que cualquier otra noche reciente. Su desempeño fue increíble y él trató de no quedar rezagado, descartando la comparación con la actuación de Alistair, cuando vio que para ella, no había, en esa cama y en ese momento, nadie tan importante como él. Una a una, fueron cediendo las resistencias y lamentando tener que ir a su casa, se despidió bastante apaciguado. Ella, parecía saciada y conforme. Le recomendó que no se notara nada en la oficina, y que pensara en esa noche, cada vez que los celos o el enojo, surgían en su mente.

Cuando él se hubo marchado, llamó a Alistair y solo le dijo que quedaría por tratar el tema del nuevo letrado que tomaría el caso, ya que él, a primera hora, hablaría con Andy.

Él no preguntó cómo lo había tomado su jefe, ni pidió detalle alguno. Se había propuesto, aceptar libremente el fluir de la relación y se comprometió con Terry a hacerlo.

Andy se paseaba como una fiera enjaulada en su despacho. Ya había perdido la cuenta de las tazas de café que había consumido desde lo de Terry. Ya sabía que era cuestión de tiempo, pero, como un maldito imbécil, la había dejado en manos de su empleado depredador, aunque el mejor negociador que recordaba. Cínico, por profesión, prefería que ella quedara en manos <<conocidas>>, antes que caer en las redes de un cazafortunas. Podría decirse de todo de Alistair, pero el dinero para él solo era un medio, y no lo había hecho la razón de ser. Tomaba lo que se le daba, pero mantenía una ambición controlada, que le asegurara, poder complacer a la mujer de turno.

Aunque, tratándose de Terry, se necesitaba mucho dinero para estar a la par de sus gustos caros. Allí, él, no había tenido problemas en satisfacer el mínimo de sus caprichos, pero, como ella, le había hecho ver esa noche ¿De qué le servía tener su vestidor abarrotado de modelos exclusivos y cientos de zapatos, si los tenía que lucir sola?

No era la primera vez que ella lo planteaba, y si era sincero, Alistair, no había influido, proporcionándole a la viuda, un argumento imbatible, ya que databa de mucho tiempo antes de conocerse ambos.

Ahora, debía apretar las mandíbulas y reconocer que había llegado la hora de compartir a la dama, como dos caballeros.

Miró su reloj y observó que, Alistair, debería estar llegando. Cuanto antes, mejor. Suspiró hondo y se sirvió otra taza de café.

Cuando golpearon a la puerta, Alistair, entró con un rostro impávido. Él le señaló una butaca a un costado de su escritorio. Las que estaban enfrentadas al mismo, estaban reservadas para los clientes.

Le indicó con otro gesto que se sirviera café, cosa que hizo con evidente buen grado.

—Bueno, ya imagino de qué hablaremos —decidió pegar primero.

Si esperaba titubeos o algo de incomodidad en la actitud de Alistair, este no lo dejó traslucir. Se limitó a asentir con la cabeza.

— ¿Podremos con esto, Alistair?

—Estoy seguro que sí. A continuación, con voz suave expuso su pensamiento, mirándole con intensidad, mientras, Andy no había dejado de caminar en el despacho a grandes zancadas, demasiada cafeína en su torrente circulatorio, pensó.

Más temprano, había dado órdenes que no debían ser molestados.

— ¿A qué conclusión has llegado?

—Es imperativo, contactar con un bufete competente y pensé en Roberts y Asociados —susurró Alistair. Son los mejores.

—Ya hablé con Malcom, ni bien llegué esta mañana y me dijo que no habría inconvenientes. Sigue con lo otro.

—Hablamos con Terry y acordamos que tu agenda será prioridad para ella, como hasta ahora. De manera que, no habrá ningún cambio en tus… hábitos. Obviamente que no te cruzarás conmigo durante todo el tiempo que permanezcas en su casa. Luego, con respecto a su vida social, podremos mostrarnos en público y salir como cualquier pareja normal. Oficialmente seré su novio, y eso, esperamos que no te moleste. Me refiero a los medios. Ya sabes cómo son de perseverantes.

—Sí, lo sé.

Parecía abrumado ante la velocidad de puntos que desarrollaba Alistair, como quien había estado mucho tiempo meditando acerca de ellos.

—No creemos que sea conveniente dejar nada por escrito, tipo contrato. Es algo…odioso.

— ¿Cómo te arreglarás con la enorme fortuna de tu <<novia>>? El tono empleado por Andy, fue mordaz. En el fondo, sería un hombre dolido, pero no tenía alternativa.

—Eso, déjalo por mi cuenta. Si lo deseas, puedes seguir siendo su administrador y sabrás entonces, que no me he acercado a ella, por dinero alguno.

—Eso haré, a menos que ella no quiera.

—Obviamente.

Andy, carraspeó, incómodo. A continuación, vendría un tema espinoso, varios, en realidad.

—No te atrevas a lastimarla. Ya sabes a qué me refiero. Tus infidelidades, escapadas y desprolijidades, se terminan aquí. Si es necesario, te haré seguir y sabes que tengo poder suficiente para destruirte.

—Sé que la amas de verdad, y yo me enamoré también, así que no intentaría traicionarla. Nos juramos que cuando se termine, lo diremos y no haremos cosas a espaldas del otro.

—Si quedara embarazada… la voz de Andy, se quebró un tanto, pero se recompuso enseguida.

—En ese caso, se hará lo que ella decida. Cualquier cosa.

—Algo más, Andy.

— ¿Qué quieres?

—Prométeme que esto no alterará mi desempeño ni la índole de mi trabajo en la firma.

—No voy a tomar represalias. No me conoces lo suficiente. Ella me hizo jurar que no lo haría y puedo decirte que de verdad le importas, así que, una vez más, no juegues con ella, Alistair.

No hallaron nada pendiente, en ese momento, que mereciera la pena como para que continuaran viéndose las caras.

Le mandó un mensaje a Terry con lo conversado. No podía pretender que Andy, formara parte de su club de fans, pero le sorprendió lo razonable de su actitud.

De verdad, cuánto valoraría su posición social, sus contactos y su poder en esa ciudad, como para renunciar a una mujer así, para suerte suya.

Andy tuvo que viajar a Chicago para entrevistarse con los dueños de una corporación, y esa semana, sería casi toda para ellos, le prometió Terry, entusiasmada.

— ¿Cómo que <<casi toda>>? Quiso saber él.

— ¿No estás enterado? A ella, le brillaban los ojos. Maureen, se instalará en mi casa.

— ¿Maureen? ¿La hija extramatrimonial de Lloyd? Él no dejaba de asombrarse de ella.

—La única con la he simpatizado, desde el principio. Nos ha unido el rechazo de sus hijos y hemos congeniado. Tenemos casi la misma edad…

Alistair, estaba, de golpe, de regreso en el infierno.

La voluptuosa hija extramatrimonial, en casa, bajo el mismo techo que su amante. Las cosas no podrían ser más difíciles. Sus ojos, durante la reunión donde la conoció, habían volado hasta sus curvas, las visibles, e imaginado, lo que no podía ver; ser tan esclavo de sus pasiones, a veces, le atormentaba.

Maldijo a su padre, una vez más, que había sido un infiel por naturaleza, un ser despreciable que, no había dudado en abandonar a su esposa e hijo para seguir a una jovencita que se cansó de él a los tres meses.

Se había prometido no tener hijos, para no hacerles sufrir como su padre había hecho con él. Hasta, había pensado hacerse una vasectomía y siempre se arrepentía a último momento.

Andy, se hubiera sorprendido de saber las pocas horas que pasaban en casa de Terry, ahora libre de mostrarse con un hombre, abrazado a su cintura, besándola por la calle, sin esconderse, vestido con jeans rotos y zapatillas, una remera blanca y los cabellos revueltos, sin necesitar modelos exclusivos. Almorzando y cenando en pequeños y sencillos restaurantes, casi desconocidos, fuera de los de primera línea, sin ninguna estrella en su puntuación. Visitas a casa de amigos que disfrutaban reunirse en torno del fuego, tocando una guitarra, bailando en lugares de bajo perfil, sin famosos de incógnito. Caminando por alguna playa cercana, escapando del frío de las olas, al compás de alguna música que él siempre llevaba en su auto, un viejo convertible, en el que la capota se trababa y a veces amenazaba con volarse. Él le prometía, una y otra vez, llevarlo al taller, pero un día le encontró en el jardín de la mansión, arreglándola, todo sucio y sudado. La había cargado en brazos y la llevó a la ducha entre gritos y protestas, acalladas luego, de mutuo acuerdo y reemplazadas por otros sonidos, apagados, roncos, profundos, lentos y en aumento.

Una tarde, sonó el timbre y Maureen, apareció en la entrada.

La asistente les avisó que la señorita Donovan estaba allí.

De la mano, ambos fueron a su encuentro.

La chica se sorprendió, al ver al abogado que había estado en su reunión, defendiendo, los intereses de su… madrastra.

Le informaron que, hacía diez días, la firma Roberts y asociados, eran quienes llevaban a adelante las negociaciones.

Cada vez que miraba furtivamente a Alistair, le parecía más joven en ropa informal, el cabello revuelto y sin el aire grave, casi solemne, para ver en su lugar a un joven de mirada traviesa y que cada vez que miraba a Terry, parecía ver al sol, le parecía sentir calor en ciertas partes de su cuerpo.

Así que, durante tres días, salieron los tres juntos a comer, a la playa, a tomar el sol, abrigados, a pasear entre los puestos de las ferias callejeras, bajo un paraguas, rumbo al teatro. Hasta que sucedieron dos cosas: Andy estaba de regreso en la ciudad y una función de caridad, a la que Terry, debería asistir, como miembro de la asociación, vestida de gala y acompañada por ambos, como insistió.

Sería la prueba de fuego, Andy en casa y ellos dos, en otra parte de la gran casa, Maureen y Alistair.

La chica nada dijo, cuando Andy se hizo presente. Ambos estaban viendo una serie en la pantalla plana, enorme, casi de cine, comiendo de un balde.

Miró de reojo, el rostro impávido de Alistair, que ni registró los ojos de la joven clavados en su cara, masticando palomitas, con el entusiasmo propio de un niño, su mirada clavada en la pantalla.

Andy, se percató que el deportivo de Alistair estaba en la entrada de la cochera. Supuso que el joven se habría instalado allí de manera permanente. Usó su llave, como siempre. Terry salió a su encuentro y se colgó de su cuello, buscando su boca, como siempre. Él rió y la apartó para contemplarla. Lucía preciosa, con un minivestido de marca y zapatos de diseño, como a él le gustaba. Hurgó en sus bolsillos y sacó una cajita.

Ella palmoteó como una niña, para saber qué le había traído de su viaje.

Un anillo de plata con una amatista que le encantó. Volvió a abrazarlo. La piedra, estaba tallada admirablemente y sus violáceos reflejos, la entusiasmaban haciéndolo girar entre sus dedos, antes de colocarlo en uno de ellos.

Prudentemente, él, hizo pocas preguntas y dejó que ella tomara la iniciativa.

Así que, mientras tomaban una copa, ella procedió a describirle las salidas de los tres. Luego, tomándole de la mano, le guió, escaleras arriba hasta el dormitorio.

Él, ni bien entrar, algo tenso, observó que había sido re decorado totalmente.

—Nos pareció, no aludió a Alistair, pero estaba sobreentendido, que sería mejor que este dormitorio, fuera exclusivamente nuestro, con todo nuevo, como podrás observar.

<<Muy delicado de su parte>>, pensó él, sin asomo de ironía.

— ¿Estás intranquilo? Maureen, decidió  acercarse a Alistair. La serie había terminado hacía bastante y él se dedicaba a explorar la pantalla de su teléfono, absorto. No debe ser fácil —susurró la chica. Digo, si me pasara a mí, bueno… creo que estaría incendiando la casa.

— ¿Y eso? Los ojos azules de él, la miraban, incrédulo. No tengo motivos para dudar de lo que siente Terry por mí, ni por Andy, que es un gran sujeto, atrapado por las circunstancias, ya sabes.

—No los juzgo, digo simplemente que, en tu lugar estaría pensando qué y cómo lo hacen en este momento. La chica se irguió con el ceño fruncido.

—No es de mi incumbencia—afirmó él. Cada uno, tendrá su estilo—sonrió divertido.

—Pues yo, instalaría cámaras secretas —rió ella.

—Ni se te ocurra ¿Para convertirte en una patética voyerista? Eres tan bella, que el hombre que te enamore, no tendrá que ser filmado, a menos que tú lo quieras. Tengo hambre ¿Cenamos?

Ella se levantó sin responder y le siguió hasta el comedor de la casa. No era el principal, pero era de notables proporciones y algo informal, al gusto de Alistair. Le dejaba a su jefe, lo más grande y lujoso, para su uso exclusivo. Él disfrutaba algo más minimalista y actual.

—Esta noche, cocino yo —anunció Maureen.

— ¿Estás segura? La miró con desconfianza, divertido. Podemos encargar algo, si prefieres.

—No, insisto. Ya verás.

Realmente, era una cocinera asombrosa.

—Tengo cursos pagados por mi padre en Francia, con los mejores. Siempre quise abrir un restaurante de autor y creo que, con algo de la herencia, voy a llevarlo a cabo. No me interesa el derecho.

—Si necesitas público, al comienzo, le aviso a mis amigos —le dijo Alistair. Incluso, conozco a varios famosos, ya sabes cómo es la gente con esas cosas.

—Cuento con ello y además la semana que viene, comenzaré a buscar un piso, para instalarme.

Él se puso serio, de golpe. Su rostro se ensombreció y frunció el ceño.

— ¿Terry te ha dicho algo? ¿Te sientes incómoda aquí?

Ella agitó una mano riéndose, divertida.

— ¡No, para nada! Pareces triste, es increíble. Pero necesito mi propio espacio, ya sabes, tengo amigos, y no quiero invadir la privacidad que tienen aquí.

—Pero esto es enorme, Maureen —protestó Alistair. Con algunas modificaciones, podrías tener tu propio piso, cocina y sala independientes. Prométeme que lo hablarás con Terry. Voy a extrañarte, de verdad.

— Pero ¿Qué dices?

—Bueno, en esta semana, me he encariñado contigo, no sé, no quiero dejar de verte, tan alegre, tan vital, tan hermosa… Él bajó los ojos. Parecía algo avergonzado. Ya lo hablé con Terry, le dije que me gustas tanto que… no sé. Por primera vez, quiero serle fiel a dos mujeres, sin importarme nada sobre lo que opinen los demás. Tan solo verte en la sala de juntas, supe, que había salido un sol, algo más pequeño que el de Terry, en ese momento, y ahora son dos hermosos soles en mi vida. Nunca he sido tan feliz.

Ella juró que una lágrima había escapado de la formidable mirada azul de aquel hombre hermoso que le proclamaba algo parecido al amor, o lo que fuera aquel sentimiento…

Sin pensarlo demasiado, ella, se acercó a él y le besó.

Él, retrocedió horrorizado, mirándola con extrañeza.

— ¿Qué crees que estás haciendo? ¿Crees que traicionaría a Terry y tendría algo contigo a sus espaldas?

—Perdón, no sé qué me pasó. No te entendí, entonces. Recién proclamabas algo que sentías y cuando te demuestro que también siento cosas, me rechazas.

—Esto no se trata de nosotros dos, Maureen, no has entendido. Nosotros, con Terry, ya somos dos, tú serías la tercera en esta relación. En simultáneo, no en paralelo —le dijo, quitándole un mechón de pelo de la cara.

— ¿Estás proponiendo un trío? Ahora, la escandalizada, parecía ser ella.

Él inclinó la cabeza, y abrió sus manos.

— ¿A ti qué te parece? Claro que es la idea. Una experiencia que estamos dispuestos a vivir contigo, porque, después de hablarlo, eres la elegida.

— ¿Cómo es lo que proponen? Yo, lo hice con otra chica en la preparatoria, pero no es lo mío…

—No, serían ustedes dos y yo. Los tres, a la vez. A Terry y a ti, les prodigaría todo mi amor y aquello de lo que soy capaz para satisfacerlas y ustedes para conmigo. Así de sencillo.

— ¿Sencillo, te parece?

—Después de darle la vuelta de campana a tu mundo, tal y cual lo conocías, lo será. La abrazó y le besó en la cabeza suavemente. Iré a dormir, que descanses.

Un mes después, Garrett estaba almorzando en el Olympos, cuando entró su amigo. Se le notaba cansado y con poco apetito.

— ¿Estuviste en una orgía? Le miró sonriente. Era uno de los pocos, que estaba al tanto del nuevo estilo de vida de Alistair.

—No, anoche recibimos a nuestros amigos y a los de Maureen en casa y la cosa, se descontroló un poco. Me refiero a que recién a las once de la mañana, se marcharon. Estoy destruido de limpiar la casa, mientras las chicas dormían.

— ¿O sea que en esta relación, el que limpia eres tú?

—No, la última vez lo hizo Terry, la anterior, Maureen. Pero yo me siento algo engripado y eso no ayuda.

— ¿No tiene asistente tu novia?

—Sí, pero no para nuestros excesos. No queremos que anden fisgoneando por ahí. Hemos tenido que modificar ciertas cosas.

—Fíjense a quiénes invitan. Mira que hay personas que llevan cámaras ocultas y…

—He instalado un sistema de bloqueo de aparatos de escucha, y a la entrada dejan los celulares. No quiero que Terry o Maureen se vean perjudicadas por algún crápula.

Cuando se sirvieron, Garrett, le observaba con curiosidad.

—Andy se lo está tomando bastante bien, parece.

—Sí, porque Terry, tal vez por culpa, no sé, se esmera con él. No le reprocha la falta de libertad que antes tenía, en fin, que estamos muy bien. Si todo sigue así, el mes que viene, intercambiaremos nuestros anillos.

—Nunca pensé que salieras con una mujer por más de dos semanas seguidas.

—Ni yo, pero esta es una sensación nueva y excitante. No tienes idea, cuando salimos a elegir cosas para la casa. Es una experiencia increíble. Son tan distintas en sus gustos, que vivimos en tres casas a la vez.

—Terry, ha remodelado la casa y cada uno dispone de un espacio privado, a su gusto y aislado del espacio común. Para ella y Andy hay todo un abismo y nuestra casa, la que compartimos con Maureen, la que dispone de su propio lugar, bastante diferente del nuestro. Nos consideramos socios fundadores, así que, ha respetado nuestro gusto en la materia.

—No quiero preguntarte por cosas privadas, aunque no sé cómo…

—No puedes imaginártelo. Maureen, además de su restaurante, está escribiendo con Terry, un libro, una especie de guía para todos aquellos que se animen a la experiencia.

— ¿Y el jefe cómo se lo ha tomado?

—Mucho mejor de lo que pensé. Le hemos quitado mucha presión al hombre. Ya no tiene que sentirse culpable por tenerla encerrada y sabe que está en buenas manos. Ahora somos dos, las que la amamos y la entendemos, además de respetar su espacio y necesidad de trabajar, cosa que Lloyd, ignoró toda la vida.

— ¿Y con las familias?

Alistair, rió divertido.

—Bueno, hay un poco de todo. Mi madre, como buena psicóloga, se entusiasmó enseguida y las aceptó encantada. Las considera como mis esposas, de hecho. Mi padre, es algo más reticente, pero mantiene las formas. La familia de Maureen, son católicos, irlandeses, una buena combinación que asegura un tiempo más largo de aceptación. Hasta entonces, su hija, vive en el pecado. Y, en cuanto a la familia de Terry, solo tiene un hermano que está encantado con nuestra experiencia y está programando imitarnos. Todo, muy variado.

— ¿Y cómo harán cuando salgan de vacaciones? Digo, por los hoteles, ese tipo de cosas.

—En principio, contrataremos cabañas, y la opción es una habitación doble y otra simple adyacente con puerta que comunique por dentro, nada imposible de conseguir. Pero, la prueba de fuego vendrá en los eventos de caridad, y ese tipo de actividad de cara a la sociedad. Terry, ha sido miembro de varias asociaciones y la familia típica, convencional es el eje alrededor del cual gira la omnipresente hipocresía. Y si no quedara otro remedio, renunciaría a ello. No tiene dudas.

—La otra prueba serán los hijos, si es que han decidido tenerlos.

—Sí, es lo más difícil de organizar. En principio, el seguro médico puede ser ampliado y ese no sería problema. En cuanto a la convivencia, sabrían, desde el principio, que serían niños casi <<tribales>>, con una madre y otra de repuesto, por decir así. La respuesta de los colegios, será el gran escollo. La sociedad, no está preparada para familias múltiples y no queremos que nuestros hijos sufran, así que, en caso que no tengamos alternativa, las chicas, están abocadas a hacer cursos para maestros y les enseñarán en casa. Los amigos serán los niños que tengan nuestros amigos. Pero, todavía es muy pronto, para plantearse tal cosa. Estamos de luna de miel y durará bastante, por ahora, si de nosotros depende.

Un par de meses después, la firma ha tenido que representar el caso de Betty Holmes, contra la ciudad de New York. Vaya desafío. Si llegábamos a ganarlo, sería el <<caso emblema>> y en lo que al estudio le compete, serían horas y horas de facturación y personas aplicadas a reflotar jurisprudencia similar.

Andy, nos reunió en la sala de juntas.

—El asunto es que la mujer, ha heredado de un tío una calle completa en pleno corazón de la ciudad. En su mayoría, son pisos semiderruidos, algunos en alquiler, y no hay otro propietario, ya que desde hace medio siglo, pagan una miseria por verdaderos cuchitriles. No han tenido mantenimiento en cincuenta años y la ciudad pensaba comprárselo para poner en valor el complejo de apartamentos y tener una fuente de ingresos, con aportantes privados. Hay una reglamentación de principios del siglo XX que impide cambiar la fachada de ese tipo de viviendas, así que a ella, se le ha ocurrido, indemnizar a los inquilinos, no modificar en nada los frentes, solo adecentarlos, apenas un poco e invertir en sus interiores. Por decirlo de alguna manera, <<recrear>> un Whitechapel, en el East end de Londres, en tiempos de Jack the Ripper, en 1888. Serían bares temáticos, clubes de lujo, algunos con sexo, y los vecinos han reaccionado mal a sus pretensiones.

Alistair queda impactado ante el proyecto. Amante de las novelas victorianas, quería a toda costa, integrar el plantel de negociadores con los vecinos y se ofreció sin dudarlo.

—Creo que, antes, deberías tener una entrevista con la dueña, y luego, si lo consideras necesario, ir con ella, en persona, puerta por puerta para lograr que los vecinos desistan de su petición de impedir el proyecto.

Así que, una vez más, Alistair es <<expuesto>>, al virus de la tentación. No tiene inmunidad contra él. De esta manera, cuando observa a Betty Holmes, se queda sin respiración y sin registro de latido cardíaco, por cinco segundos.

La criatura más etérea, que hubiera contemplado, extraída de una novela victoriana, le abre la puerta de un moderno departamento, al otro extremo de la ciudad.

Ha sacado del arcón, las viejas enaguas de su tatarabuela, de tela blanca, liviana, transparente, con finos cordoncitos entrelazados para ajustar su escote que se entrecruzan en un diseño caprichoso debajo de sus pechos, y leve puntilla en los remates. La enagua, ahora es un vestido de verano. Calza unas botitas minúsculas de cabritilla color crema, abotonadas a los costados, de forma puntiaguda y algo de taco. Sus cabellos rojizos, recogidos en lo alto de su cabeza, desbordan mechones ondulados, a los costados de sus orejas rosadas, de las que cuelgan unos pendientes pequeños de perlas grises. Una preciosidad.

Traga saliva. Previamente, había arreglado la entrevista y durante las próximas dos horas, le expone su estrategia para lograr la aceptación del vecindario.

—Solo se harán visitas nocturnas al barrio. Los bares cerrarán a medianoche, estoy pensando instalar un reloj que toque campanadas solo a esa hora, cuando, se supone, que Jack saldría de cacería. El barrio no será más ruidoso por eso.

—He pensado contratar a actores para que se disfracen con trajes de la época y circulen en silencio por la calle, incluida la sombra furtiva de un Jack —los ojos de ella brillaban. Tenía un aspecto perversamente aniñado y a Alistair, se le dificultaba seguirle, porque se perdía en sus propios proyectos, acerca de lo que le haría a la joven victoriana. No esperaría a que los vecinos dieran su conformidad, pero, si lo conseguía, todo sería más fácil para él. La chica le estaría agradecida, y podría darse un par de días para concretar sus planes, cuando ya no estuviera vinculada con la firma.

Así, que puso manos a la obra. Recurrió a un equipo de diseñadores para hacer una simulación de cómo sería el barrio de Jack, así como un video de la placidez del lugar que estaría asegurada, si se exceptuaba, la mayor cantidad de visitantes que se derramarían por las adyacencias, gastando su dinero en las tiendas del lugar. Ese no era un detalle menor. Contaba con la codicia humana.

Betty se ofreció para llevarle al lugar y fueron tres horas de recorrido. Había posibilidades de explotar callejones, muy interesantes. Pensó arrinconarla en alguno de ellos, pero supo resistirse. No tendría excusas con las dos mujeres de su vida.

La noche anterior lo habían hablado y estaban de acuerdo que él necesitaba una nueva conquista y ¿Quién sabe? La incorporación de una belleza victoriana de piel alabastrina, aportaría mucho al triángulo.

Luego, fueron a almorzar a un restaurante arrinconado, en la zona del puerto, de dudosa reputación. No pudo dejar de observar las miradas de los hombres, allí reunidos, hacia la etérea belleza de la mujer que le acompañaba. Ella, ni siquiera reparó en ello. Observaba con mirada curiosa, desprovista de juicio, lo que ocurría a su alrededor, pero sin reparar en las reacciones masculinas.

Eligieron una mesa del fondo, un rincón oscuro, reservado para grandes confidencias. Intuía, y él, raras veces se equivocaba, en cuanto a mujeres se refería, todo aquello que podría negociar con ella y hasta dónde llegar, sin escandalizarle. Sospechaba, que, a pesar de su aspecto angelical, casi de un hada escapada del siglo XIX, se escondía una mujer ardiente, pero reprimida, a la que había que ir despojando de cada una de sus capas, hasta dejar el núcleo ígneo de sus instintos, en estado puro. Y creía, ser el hombre encargado de descubrirlo y apropiarse de él.

—Estuve pensando, Betty —le dijo—cuando el camarero le hubo dejado los platos pedidos, acompañados con algo de vino blanco, que, sin ser fino, pensó que haría juego con la que ahora se mostraba delante de él. Luego se vería. No le extrañaría que, luego, se dejara cubrir por vino tinto, tendida en una bañera con patas de plata y música de fondo, para ser ávidamente sorbida.

— ¿Qué? Quiso saber ella, masticando y aprobando lo encargado por Alistair.

—He visto donde vives en la ciudad y, me parece que, tengo algo que proponerte que podría interesarte.

Ella puso una mano debajo del mentón y se dispuso a escucharle, atenta,

—Con mi familia, habitamos una enorme casa victoriana. Genuina. Si la vieras, no podrías resistirte. Hay un par de inquilinos, por así decirlo (Maureen y él), pero, son verdaderas viviendas separadas, bajo la apariencia de ser una gran mansión familiar. Disponemos de un departamento que da íntegro al Central Park. Es algo pequeño, tiene un dormitorio, una cocina, un baño y una sala comedor, bañados por la luz. Pensé que, tal vez, te gustaría extender la excursión por la cuadra de tu propiedad, terminando en esta casa, donde hasta se puede teatralizar, algunos días, si deseas hacerlo, una parodia de persecución entre un Jack a medianoche y una mujer que se escurra en las sombras y cierre a tiempo, el portal de la gran casona a oscuras. Le daría cierto morbo, que él también ingresara, pero eso tendrías que meditarlo. Cuando conozcas a mi familia, te darás cuenta que son seres encantadores, sencillos, y que aceptan lo que la vida y los sentidos les ofrecen.

—El alquiler, sería muy costoso en ese barrio, aun cuando yo alquilara mi piso actual —reflexionó ella.

Al menos, no había descartado la idea.

—Si lo deseas, le hablaré a mi familia que casi siempre está en casa, cuando no salimos juntos, para que te ofrezcan una recorrida por las diferentes estancias, de día y si quieres, puedes quedarte a cenar así observas las posibilidades de lo que te comenté. Te adelanto, que estamos acostumbrados a recibir a muchos amigos, y no molestarán para nada, pero quiero que sepas, que, no será ninguna molestia contar contigo y no precisamos el dinero tan desesperadamente.

— ¿Puedo preguntar por qué sería tan importante que fuera inquilina allí?

— Por tu aire victoriano, tu apariencia frágil, tu diáfana belleza, tu aire angelical. Aportaría luz en muchos aspectos y sería para ti, una experiencia diferente, eso puedo asegurártelo. Si quieres, podemos ir ahora, te dejo en compañía de mi familia. Yo tengo que regresar a la oficina y cuando vuelva, si lo deseas, cenas con nosotros, a ver cómo te sientes al respecto.

La joven se dejó llevar. Él, mágicamente, había conseguido convencer a casi la totalidad de los vecinos, con el despliegue de su magia, sus imágenes, sus descripciones de incorporarse a ser espectadores de las correrías nocturnas de un Jack de ficción, pero, a la vez, muy real. No había faltado alguno que se ofreciera a transitar las calles, caracterizado, como experiencia. La sensación de pasar a formar parte de un espectáculo para turistas y visitantes locales, era algo tentador y por el dinero que acostumbraban a percibir los extras.

Cuando el auto se detuvo frente a la mansión, Betty, se quedó sin respiración. Si esperaba algo lúgubre y con signos de decrepitud, se encontró con una mansión antigua, pero aún robusta y saludable.

Alistair, la presentó a sus dos mujeres y la dejó en sus manos.

Ella no dejó de observar, ligeramente turbada, el apasionado beso que dispensó a cada una. Se dejó conducir adentro, mientras, sentía que el rubor, se apoderaba de sus mejillas.

Alistair, de regreso a su despacho, no podía menos que sonreír. Betty, era una joven solitaria, sin familia, candidata ideal para integrarse en el seno de una familia algo atípica, pero, indudablemente amorosa.

Cuando regresó, después de un día agotador, lo esperaban las tres mujeres.

Tomaron una copa. Betty, se veía pensativa y algo cansada. Parecía reflexionar mientras miraba aquellos tres seres, libres de restricciones, que se prodigaban abiertamente sus sentimientos, sin disimular ante ella y sintió que se le secaba la boca y se mordió un labio.

Le habían pedido un precio irrisorio, por el alquiler del departamento, que le cautivó, apenas lo vio.

Así que, sin tardanza, esa misma semana, se mudó allí, mientras alquilaba el suyo. No habían vuelto a tratar el tema espinoso de una convivencia algo más íntima. Ni ella, había hecho el más mínimo comentario al respecto.

Solo que era plenamente consciente que la cercanía de Alistair Haynes, la turbaba profundamente. Por suerte, él estaba poco en la casa y la mayoría del tiempo, las dos mujeres trabajaban en lo que parecía un libro.

Tenían una asistente por toda ayuda, que se retiraba prudentemente, antes de llegar el <<señor Haynes>>.

Ella, por su parte, se reunía con los arquitectos encargados de remodelar por dentro la ingente cantidad de pisos que había heredado. Pero, lo que se dice dinero, no había un solo dólar a su disposición, para llevar a cabo semejante obra. Así que tendría que tratar el tema con Alistair, cuando él llegara a cenar.

Tuvo que esperar a que los tres tomaran una copa en los jardines, retozaran un poco entre sí, ahogando carcajadas y exclamaciones.

No quería que pensaran que era una fisgona, pero estaba al acecho cuando por fin, él se liberara de sus dos ávidas esposas, o lo que ellas fueren.

Cuando por fin, ambas mueres se dirigieron al estudio a continuar con su trabajo, la joven se acercó y tímidamente carraspeó.

—Perdón —le dijo suavemente—pero tengo que hacerte una consulta y no quería ir a la firma.

—Hiciste bien, no me molesta ¿Quieres que te sirva algo?

—No, gracias.

Estaba más pálida que de costumbre, eso acentuaba toda la belleza de heroína de Jane Eyre.

—Hoy estuve reunida con los proyectistas del barrio de Jack y me pasaron un presupuesto. Imagina que no dispongo de efectivo y lo último que quiero es solicitar un crédito al banco, sin aval y con la única prenda de esa calle de frente victoriano y futuro incierto. Creo que no me lo otorgarían ni en mil vidas.

—Necesitas socios capitalistas —diciéndolo sin rodeos era mejor.

—Me temo que sí. O deberé vender por la cuarta parte del valor a una empresa que sea capaz de llevar adelante mi proyecto o uno mejor.

—Mejor, no lo creo —afirmó Alistair, categórico ¿Puedo disponer de un par de días para ver si tengo alguna idea?

—Sí, por supuesto. Ella hizo ademán de levantarse. Sé que las… tus mujeres jamás te esperan con preocupaciones de ninguna índole y lamento tener que hacer esto, pero, sonrió, en vista que sigo siendo una clienta del bufete y no soy una de ellas, se me ocurrió que no te molestaría.

—En absoluto. Ella, se alejó hasta entrar en la casa.

Esas habían sido las reglas de la convivencia. Ambas mujeres habían solucionado los problemas de puertas para adentro y él, se encargaba de la lucha fuera de las puertas del hogar. Una manera tradicional, pero, efectiva de aligerar la carga que se suponía, llevaban, los matrimonios convencionales. Y la causa de su estrepitoso fracaso. Entre marido y mujer se encargaban de cavar trincheras alrededor de la pareja, abriendo varios frentes de lucha que terminaban desgastándolos a ambos, en vez de ahorrar y distribuir energía para los momentos en que sí era imprescindible, que los hallaran juntos. Las grandes pruebas, aquellas en que uno solo, no podría con eso.

La mujer, podía encargarse de llevar el auto al mecánico, llamar al fontanero por algún caño tapado o encararse con pintores desprolijos, sin dar intervención a un marido ya de por sí agotado, extraviado en un mar de conflictos de oficina.

Por suerte, ella, parecía haberse dado cuenta de cómo funcionaba ese triángulo original.

Así había sido cuando Maureen, se había cortado con una sierra y Terry llamó a la ambulancia, tratando de detener el abundante sangrado. Cuando, al anochecer, Alistair llegó, arrojando su americana sobre el sillón, dejándose caer en el sofá, se encontró con que ambas mujeres  estaban en el hospital. Betty le informó que la herida había necesitado siete puntos, Maureen estaba bien y en un par de horas volverían a casa. Luego, se dirigió a su piso, sin agregar nada más.

Él llamó al celular de Terry, pero esta le dijo que no hacía falta que él acudiera, que estaba todo solucionado.

Se preparó la cena, y les dejó la de ellas en la heladera. Comió solo, la vista perdida y sintiéndose algo culpable por dejarlas, pero, ellas habían insistido que solo ante una verdadera emergencia, o un parto, le llamarían. Estaba perfectamente consciente que ella estaba en el tercer piso de la mansión.

Prestó atención y escuchó voces en el piso de Betty.

La voz de un hombre y risas.

Con cautela, subió en puntilla los dos niveles que le separaban del departamento de la chica.

Tenía un visitante masculino. No cabían dudas, y estaba en plan de amigo. No era ningún operario.

Las mujeres llegaron y él bajó corriendo hasta ver a una todavía pálida Maureen entrar y sentarse en la sala, mientras Terry, le servía un trago.

Alistair la besó y abrazó y ella se refugió allí, como un cachorro asustado.

Terry se acercó y la besó con preocupación, observando a Maureen.

—Estará bien. Salvó el dedo por milagro —le comentó Terry.

—Ya les tengo dicho que, no traten de hacer cosas que las superan —las reprendió suavemente. La próxima vez, me consultan a quién llamar. Prométanlo.

—Sí, quédate tranquilo —Maureen sonrió más animada.

— ¿Betty tiene un amigo? La voz de Alistair parecía algo indiferente.

—Uno muy bueno. Ambas mujeres se miraron y no pudieron evitar reírse con picardía.

— ¿Y desde cuándo, si se puede saber?

—Hace un par de semanas. Justo cuando volvió del banco y se tropezó con un ex compañero que es banquero ¿Puedes creerlo? Sucede que el tipo, le dijo que podría conseguir el crédito para su proyecto, pero, luego de lograr… ya te lo imaginas, dejó a nuestra Betty, deshecha y sin crédito. Parece que era virgen —cuchicheó Terry— su voz, parecía algo malévola.

Él se indignó. Buscaría a ese cretino, y le haría pagar de alguna manera. Las decisiones de Betty, eran casi de su incumbencia, ya que se hallaba en el círculo de sus afectos cercanos. Si no lo era más, no era por su culpa, si no, por los reparos de la joven.

—Pero esta tarde, me pareció que charlaba con un hombre y reían —dijo—mientras ustedes estaban en el hospital.

—Ah, ese puede ser él, que ha regresado.

—Me consultó a mí y prometí pensar algo y le pedí un par de días, pero se nota que hace rato ya tenía en marcha algo —una lástima.

—Tal vez, debieras decirle si tienes alguna idea.

—Le pedí dos días. Tengo que hacer unas llamadas y luego aguardar —el tono de él parecía irritado.

—Bueno, entonces espera a ver qué te dicen.

— ¿De cuánto dinero estamos hablando? Su amigo, del otro lado del teléfono es lo primero que quiso saber.

Cuando le dijo el cálculo aproximado, el otro silbó.

—Creo que esto no se arregla con créditos. Se arregla conformando una sociedad anónima, una constructora, alguien que aporte el capital y que se alegre si le dan un porcentaje. Sin dinero y poniendo solo las fachadas, y el terreno… puede sacar bastante, pero la crisis está en todos lados. Te averiguaré por alguien decente.

— ¿Puedes conseguirme ciertos datos sobre un tipo que se dice banquero? Le pasó los datos que la misma Betty, accedió a facilitarle la noche anterior.

—Eso es fácil, entre nosotros, nos conocemos todos. Espero que tu amiga no se fíe de nadie, en el interín.

Cuando cortó la comunicación, llamó a Betty y le puso al tanto de las recomendaciones de su amigo.

Sus palabras cayeron como en un pozo vacío, casi juraba que había eco del otro lado de la línea.

— ¿Es tarde ya? Betty, dime que no has hecho nada aún.

—Bueno, algo como solicitar una parte y él, hablará con unos conocidos que tienen una financiera para…

—Detén todo —exclamó. Dile que te has arrepentido ¿Firmaste algo?

—No, mañana vendrá a primera hora con la solicitud, así no tengo que ir al banco…

<<Y antes se va a volver a revolcar contigo>>, pensó, expresado de una manera más vulgar.

—Esta noche, hablamos antes de la cena. Prométeme que no hablarás de esto con nadie. Y menos con tu amigo.

— ¿Le conoces? La voz de ella, sonaba algo irritada.

—Alguien me deslizó su nombre y no tiene buena fama en el mundo de las finanzas, Betty.

—Pero es tan…

—No hace falta que me detalles, cómo es. De pronto, se sentía absurdamente molesto con ella. En vez de confiar en él antes que en otro, había salido corriendo detrás del primero que se le cruzaba, solo por haber sido compañeros de banco en la escuela, una tontería.

—Lo lamento, sé que no te gusta que te vengan con dolores de cabeza después del trabajo…

—No es eso, ni remotamente. Ni idea tienes, cómo es el mundo, niña.

Ella parpadeó, sorprendida del trato <<paternalista>> de su abogado.

—Todavía eres mi abogado —le recordó, algo mosqueada.

—Por eso, deberías haber acudido a mí, antes que a cualquier otro.

—Sí, tienes razón. Mi encuentro con Robbie, fue tan sorpresivo que lo tomé como una señal. Avergonzada, bajó, el tono al final, haciéndose casi inaudible.

Esta mujer necesitaba protección, <<su>> protección. Le inspiraba algo que nunca había experimentado antes. Ternura, si esa era la jodida y cursi palabra, bueno, pues, eso era. Al carajo, con la rudeza. Tenía tanta capacidad de supervivencia como una ardilla en una autopista.

Pensó en sus mujeres, autosuficientes, seductoras, seguras y con amplia experiencia en la cama. Y el tal Robbie Nelson, ahora conocía sus datos, el muy truhán, se la había llevado a la cama, ni bien la vio, para continuar desplumándola, si él lo permitía.

Empezaron a rondarle una serie de peligrosas ideas en la cabeza. Le sacaría las ganas de aprovecharse de personas indefensas.

No es que la subestimara. Ella, venía de un mundo en el que las mujeres, al parecer, estaban confinadas en el hogar y con la única misión de atender a sus maridos y procrear.

Al día siguiente, un Robbie sorprendido, se encontró con el abogado de la señorita Holmes, que le sacó con cajas destempladas, amenazándole con querellarlo por…  tirándole medio código penal por la cabeza.

Ella se retorcía las manos, nerviosa y mirando a Alistair con ojos agrandados por el miedo. Desconocía ese costado casi feroz del letrado. No querría tenerlo como enemigo.

Alistair, esa mañana, desayunó, después del desagradable episodio, distraído. Sus ojos fijos en la pantalla sin prestarle atención a las noticias.

Terry y Maureen se miraban, inquietas. Conocían el desasosiego del hombre, de sobra. La noche pasada, la había pasado girando en la cama, tironeando de las sábanas y desarmando toda la ropa, hasta que se levantó, pateando todo que cayó al suelo y se fue rumbo a la cocina a tomar agua de la heladera. Se quedó sentado un rato, en penumbras.

—Esto es difícil —Terry susurró a Maureen.

—Ni él sabe lo que le ocurre.

—Esta niña tonta que no quiere ni que se le acerque —Maureen protestó. Ya la habría tranquilizado y él, estaría como una seda. Hace tres noches que ni nos toca, se quejó.

—Algo deberíamos hacer —propuso Terry.

—No se me ocurre nada. Parece salida de un cuento de Vicky Wilcox. Alistair, había escuchado perfectamente lo dicho en la oscuridad.

Las abrazó a ambas, y restregó su cabeza en los cabellos sueltos y se embriagó de sus perfumes, comenzó a acariciarlas  y decidió enmendar la omisión del perfecto amante.

Luego, les habló de lo que hacía rato, turbaba su mente.

Cuando acabó, ellas se habían quedado mudas.

Pero, el sexo, las había agotado y no estaban para aceptar a esa hora de la madrugada, semejante suposición. El hombre, debería probar aquella locura que les había confiado y que le desvelaba desde hacía tres días.

Había comenzado por llamar al despacho de Garrett.

Este, estaba en medio de algo, pero aceptó almorzar adonde Alistair invitara.

Así que, se dejó conducir a la taberna del puerto, donde había estado con la Betty hacía unos días atrás.

— ¿Adónde me has traído? Garrett, sonaba entre sorprendido e indignado.

—Quiero que mires con atención, Dime qué ves.

— ¿Qué quieres que te diga? Parece salida de un cuento de Dickens.

—Exacto, mi amigo. Ahora, pidamos el menú, pero tú sigue observando todos los detalles.

El camarero, parecía salido de una película de época. El menú, no lo era menos. El aserrín en el piso, las salivaderas en los rincones, el olor a repollo acre. Garrett frunció su nariz.

—Bueno, dime qué te parecen los comensales.

—Jornaleros, caballerizos, cocheros, truhanes, pero de otra época. Deben estar filmando por aquí cerca.

—Fíjate cómo hacen las cuentas…

—En una… no, computadora a la vista, no había.

—Ahora, mira las luces.

—Bueno, eso se usa ahora, algo retro.

—Dije que te fijes bien.

—Echó un vistazo a la lámpara que colgaba sobre sus cabezas.

—Parece aceite de verdad —reconoció.

—Es aceite de verdad. Le pregunté al camarero y me dijo que, por supuesto, estaban usando aceite de ballena.

—No sé adónde quieres llegar con esto. El dueño, debe ser fanático de la época pasada y seguro en la cocina tienen heladeras y freezer.

El otro, negó con la cabeza.

—También le pregunté al camarero.

—Hasta fuman adentro, sin restricción antitabaco —reconoció Garrett.

Estamos en otra época, amigo. De verdad.

—No empieces con el tema del portal y esas memeces…

—No lo sé. Solo he de decirte, que traje a comer aquí a Betty Holmes y ni se mosqueó al ver este tugurio.

— ¿Qué idea loca se te cruzó?

—Bueno, noté que la chica es medio rara. Parece salida de otra época y quería saber si se sorprendía del ambiente, pero no dijo nada.

—Tú dijiste que vive en un piso ultramoderno.

—Pero quedó fascinada, cuando Terry, le alquiló un piso en la tercera planta que es de época victoriana, aunque con todos los adelantos que tampoco le sorprenden. Además mira. Le tomé, unas fotos a su ropa, cuando se estaba bañando.

—Ahora eres fetichista —bromeó Garrett, no muy convencido.

—Y eso no es todo.

Procedió a contarle el encuentro con su ex compañero Robbie Nelson, banquero de profesión y lo mandó rastrear.

—No existe ningún banquero con ese nombre en la ciudad. Por las dudas, hice rastrear ciento cincuenta años hacia atrás y ¿Qué piensas que encontré?

—A un banquero Robbie Nelson. Por ahí, el tipo es un timador.

—Pero eso, no es todo. Nuestra Betty Holmes…

—No me digas que…

—Está anotada en la ciudad de Pennsylvania, nacida en 1866.

Le pedí su partida de nacimiento y me dijo que la estaba tramitando y de esto hace unos meses. Está esquivándome.

— ¿Quieres decir que estamos trabajando para un fantasma?

—No sé qué quiere decir. Llegué hasta aquí. Mis mujeres, aún no saben nada. Iba a decirles algo anoche, pero… me pareció mejor contártelo a ti, primero.

—Has hecho bien. Ni se te ocurra decirle a Andy.

—A nadie. Y menos a ella. Quiero esperar y ver qué más me tiene reservado. Hasta ahora, parece de una ingenuidad sorprendente.

—No te dejes engañar. Estas <<mosquitas muertas>>, son las peores aves de presa —afirmó amargamente, Garrett. Lo basaba, por supuesto, en su experiencia personal, de la que irradiaban todas sus apreciaciones sobre el género femenino en general. No era un misógino, pero sí un desencantado. Quizá se ha cambiado el nombre y adoptó la de una mujer fallecida hace más de un siglo, igual que su cómplice, el <<banquero inexistente>>.

— ¿Para qué querría asociarse con un tipo así?

—Para sacarte dinero, obviamente, amigo. Estás tan ciego, cuando se trata de mujeres hermosas y misteriosas, que ya se dieron cuenta dónde clavar el clavo de tu ataúd.

—Eso ya lo veremos. Además, no te olvides que, en caso de fingir, lo está llevando hasta el fondo. Ni celular tiene, y la computadora la maneja con dificultad.

—Son tonterías, esas cosas se fingen fácilmente —objetó Garrett Stanton.

—Tengo a Ruby, siguiendo sus pasos, investigando sus cuentas.

Ruby Chandler era el detective de la firma.

—Lo más acertado que he oído desde que llegamos. Porque, la verdad, Alistair, tener que habértelas con personas fallecidas hace más de un siglo… solo te aseguran sitio en una institución mental.

—Ya sé, que suena raro. Pero si la conocieras, suena extraña, hasta en su manera de hablar, es rara. Emplea giros que ya ni se oyen, como si fueran extraídas de <<Cumbres Borrascosas>>.

—Ten cuidado con los <<Heathcliff>>, entonces.

—Sé que sueno delirante…

—Eso me temo. Así que, te advierto, no andes pregonando por ahí y menos que menos a Ruby, ahora que lo pienso mejor. Va directo a Andy, ya lo sabes. No sé si no debieras recurrir a otro investigador.

—Es condenadamente bueno y lo pago de mi bolsillo. Sabe que es algo personal y eso no está prohibido.

—Me parece mejor que busques a otro, insisto.

—Bueno, creo que tienes razón. Tendrá que ser alguien muy especial.

—Tengo a la candidata ideal. Es una investigadora privada que siguió a Carol, cuando, ya sabes… Tiene mucha experiencia y es discreta.

— ¿Quién es?

—Se llama Grace Rupert, y tiene experiencia en encontrar gente desaparecida. Le facilita los datos y pronto, Alistair, se encuentra embarcado en la aventura de desentrañar la identidad de la inquilina de sus mujeres.

Les hace la confidencia esa noche, entre las sábanas, cuando tiene a las dos abrazadas y genera un poco de todo. Incredulidad por parte de Terry, desconfianza por Maureen, quienes se comprometen a husmear en las cosas de su inquilina, con discreción.

—Tengan mucho cuidado, no sabemos quién es de verdad y lo más probable es que sea una impostora —les advirtió.

A los tres días, Betty Holmes estaba enferma en su cama y se doblaba en dos por la tos.

— ¿Quieres que llamemos al médico? Se ofrecieron ambas mujeres.

La chica no aceptó de ninguna manera, pero esa tarde se había puesto peor, y la fiebre no le bajaba con nada.

Por esa vez, Terry, llamó a Alistair, alarmada. Estaba reunido con un cliente y se asustó pensando que era Maureen. Cuando supo que era Betty, se mostró aliviado.

—Llama a mi hermano. Necesito una opinión desinteresada. No le adelantes nada, hasta ver qué opina.

Bertrand Haynes, cuando recibió la llamada de una de las mujeres de su hermano, siendo obstetra, se imaginó lo peor. Un embarazo de alguna de ellas, seguro que metería a Alistair en otro lío de proporciones y no sabía qué debería esperar de este loco hermano suyo.

Pero, la mujer, solo le comentó acerca de una inquilina en mal estado de los pulmones y que necesitaba que la viera.

—Soy obstetra— argumentó por décima vez en los últimos tiempos.

—Pero eres médico ¿No? Lo mismo que Alistair. Al final, se contagiaban todos de sus respuestas y sus emprendimientos alocados. Puso los ojos en blanco y terminó cediendo.

La joven, tapada en la cama, vestía un camisón con botoncitos de perlas desde el ombligo al cuello, que terminaba en un volado erguido hasta rozar los lóbulos de sus orejas.

Dudaba que su abuela, hubiera usado una prenda tan antigua y recatada, cuando la invitó a levantarlo por la espalda. Comenzaría por el lado más sencillo. Por suerte, la prenda, era suficientemente amplia y no tendría necesidad de desabotonar ninguna perla ¿De dónde, sacaba Alistair estos personajes? Lo que oyó, le dejó sorprendido. Un pulmón, directamente ausente o tan lleno de líquido que no entraba aire por ninguna parte.

—Va a ser necesario que saquemos una radiografía, porque el pulmón del lado derecho está…

—Ella sonrió, débilmente.

—No va a hacer falta, doctor. Como consecuencia de una tuberculosis, hace años, me provocaron un neumotórax para salvar mi vida.

—Pero esa técnica está en desuso hace como casi un siglo, o más, al menos.

—Sí, pero en las zonas rurales… ella no siguió, porque un nuevo ataque de tos se lo impidió.

—De todas formas, insisto. Necesitamos ver qué pasa del otro lado. Para quedarnos tranquilos. Le habían llamado la atención la cicatriz en el hemitórax derecho, pero nunca había visto nada parecido.

—No es necesario —insistió ella.

—Bueno, no voy a comprometer mi matrícula por su negativa —él se irritó.

—Quisiera revisar el corazón, tomarle la tensión arterial y dejar asentada mi impresión.

Pero ella, se negó en redondo.

—Mi propio doctor, me conoce, y si no se ofende, preferiría que él me viese, porque me conoce hace mucho tiempo.

— ¿De quién se trata? Quiso saber Bertrand.

—Es el doctor Ralph Stone. Ha atendido a toda mi familia. Lamento que le hayan molestado, pero ya le dije…

Más tarde, llamó a Alistair.

—Bien rara tu paciente —le dijo. Le describió cómo había ido la malograda entrevista. Ni la abuela Henriette, habría tenido ese camisón —comentó, burlón.

Alistair, se hizo facilitar los datos del médico que conocía a Betty y lo agregó a la lista que le facilitaría a Grace Rupert, nada más cortar la comunicación.

Ralph Stone, según averiguó Grace Rupert, tenía su consulta en lo que había sido, alguna vez una margen selecta del Hudson. Era una casa, de las que antes, se hubiera podido llamar importante, pero ahora era un pálido reflejo de antiguos esplendores, arrinconada como estaba entre barracas que solo servían para estibar mercaderías varias.

No encontrando timbre, recurrió a un llamador de bronce, en forma de garra de león que le impresionó no poco. Le hubiera gustado tenerla sobre el escritorio, como pisapapeles. A las chicas, les vendría bien, en la preparación del manuscrito, como ya estaban. Pensó en hacerle una oferta por el extraño objeto.

El hombre que acudió al llamado, era un septuagenario, alto y enjuto con unas patillas blancas y frondosas que necesitarían un buen recorte o a menos que estuviera filmando la propaganda de algún whisky.

Intentó centrarse en Betty Holmes.

Cuando se la mencionó, notó un extraño brillo en el fondo de esos ojos azules que le observaban, desconfiados.

Le dijo que era su abogado y que ella era su inquilina y estaba enferma. A pesar de haber sido revisada, quería verle y como su estado no había hecho más que empeorar, estaría obligado a internarla.

Tal vez, fuera la palabra <<hospital>>, que hizo que el viejo médico pegara un respingo y  accedió a ir a verle enseguida.

Cuando subió en su auto, pudo detectar la torpeza con la que lo hacía. Parecía poco familiarizado a los automóviles, pero descartó la idea, por ridícula.

No se había animado a preguntarle por la garra del león, y esperaba lograrlo de Betty, dejaría que ella le convenciera.

Cuando llegaron, se dirigieron a la planta alta enseguida. Le sorprendió la agilidad demostrada por el anciano.

La cara de Betty, al verle, fue de un conmovedor alivio. Continuaba febril y estiró sus brazos, nada más verle.

—Pequeña, por fin te encuentro —la exclamación del médico dejó a todos estupefactos.

—Lléveme a <<Strong RockVille>> suplicó ella.

—No estás en condiciones de viajar aún —le susurró él.

—Si me permiten, voy a revisarla —anunció.

Los tres se retiraron al pasillo y se quedaron en silencio aguardando.

Al rato salió, bajándose las mangas de la camisa. En pleno verano usaba un anticuado traje oscuro con chaleco. La cadena de un reloj cruzaba de lado a lado la parte delantera de la prenda.

—Ella quiere —carraspeó—viajar a un lugar donde ya ha estado antes, pero… ahora no es posible.

— ¿Cree que deba ser hospitalizada? Alistair, se notaba inquieto y angustiado. Por lo que había visto, Betty, carecía de seguro social. El dinero se conseguiría de alguna forma, pero era esa orfandad, la que le llamaba la atención.

—No, para nada, eso solo ha de empeorar su situación —enfatizó el médico. Con su tono autoritario, aventaba cualquier discusión.

Pero, Alistair, no estaba dispuesto a desistir así nomás.

—Mire, doctor Stone, no sé cómo o de dónde la conoce a Betty y creo que aquí suceden cosas muy extrañas que no se resuelven con una chica rara, empecinada en mantener en secreto cosas de su salud muy interesantes que tal vez usted, pueda esclarecernos, sin violar su secreto profesional.

—No veo cómo podría hacer una cosa sin violar la otra —el tono del anciano era firme.

— ¿Me quiere decir cómo es que tiene en su cuerpo lesiones de prácticas que han incurrido en desuso hace más de un siglo, por ejemplo?

El anciano abrió la boca y pareció que iba a contestar cuando la cerró de golpe, negando con su cabeza.

—Eso, a usted no le interesa.

—Se equivoca, doctor, me interesa. No solo Betty es mi cliente, es una persona a la que aprecio muy especialmente y que ansié tomar bajo mi protección cuando le vi, cómo casi cae víctima de un estafador que no la despojó de su herencia, por los pelos. Realmente, creo que me necesita.

—Bueno, ahora no es momento de hablar de eso. Hay que tratarla para que se recupere. Iré a mi consultorio a preparar lo que preciso y esta misma noche se lo administraré.

Betty, parecía exhausta, la cabeza desmadejada sobre la almohada. Costaba reconocer a la chica animosa y compuesta que Alistair disfrutaba mirar sin disimulo. Las ojeras, parecían haber sepultado los ojos en el fondo de las cuencas que todos llevamos debajo, acercándolas más al presente. De vez en cuando, se sacudía por la tos que, en espasmos que provocaban sacudidas en su cuerpo espigado y grácil; parecía una muñeca de trapo olvidada en el banco de una plaza.

Alistair, cerró los ojos. Intuía, más que ver, que a la chica, mucho no le quedaba.

Se dio una ducha, mientras las mujeres alistaban la cena. Se sentía derrotado. Cuando salió del baño, llamó a Grace.

—Quiero que investigues qué es <<Strong RockVille>>.

—Te tengo algo, pero pensaba llamarte mañana —la voz de la mujer era calmada. Le transmitía un extraño sosiego.

 Necesitaba los abrazos de Maureen, que era especialista en confortar y los besos de Terry, especialista en templar la sangre helada por el miedo.

—Te escucho —la voz de Alistair, sonaba desanimada.

—Lo que supusiste, el doctor Ralph Stone ha muerto hace más de un siglo.

Fui hasta el cementerio. Ya está cerrado. Me refiero a que donde él se haya sepultado, no hay más sitio. Pero me dejaron entrar porque mostré mi credencial de Historiadora.

—No sabía que eras historiadora.

—No dije que lo fuera. Grace, tosió por toda respuesta.

—Sigue, Grace.

—Ahí te envío la foto de la lápida de nuestro doctor. Lamento que no haya imágenes de él, pero, harías bien en enseñársela al actual doctor Stone y observa qué cara pone.

—Dirá que es su descendiente.

—Bueno, con probar, no perdemos nada ¿Verdad?

— ¿Qué crees que hay detrás de esto? Él sonaba ansioso y estaba comenzando a inquietarse. Demasiado esfuerzo, montar semejante farsa con elenco y todo, por no mencionar las cicatrices del hemitórax de Betty.

— ¿De Betty, has encontrado algo?

—Nada. Solo varias mujeres del mismo nombre y ninguna parece ser contemporánea de tu inquilina. Tengan cuidado.

—Si la vieras, en su lecho, Grace. Parece moribunda, de verdad.

—Puede que haya ingerido algo y él, se aparezca con un elixir misterioso y la reviva, delante de tus ojos.

—Sigo sin ver para qué. No lo entiendo. Está claro que nadie vive más de doscientos años pareciendo de veinticuatro.

—Eso, es imposible, Alistair. Si así lo quieres, puedo ir a tu casa y presenciar el acto de magia que llevará a cabo nuestro impostor.

—La verdad, es que me vendría bien. Estoy deshecho, Grace. Porque le creo. Me detesto porque, le creo, maldita sea. Estoy jodido.

—Ya salgo para allí.

Cuando esa noche, el doctor Stone llegó, ya estaba Grace Rupert, que le fue presentada como una amiga de la familia.

En comitiva, le siguieron hasta la habitación de Betty Holmes.

Antes de entrar, el anciano se detuvo ante la puerta cerrada.

—Pido privacidad para mi paciente. Es un acto médico, y como cualquier actividad de esa naturaleza, veré a mi paciente a solas.

—Me gustaría ver su matrícula, doctor, si no le molesta. Alistair, le miró fijo, con una sonrisa que no alcanzaba a sus ojos.

—Eh, bien. La tengo en mi casa, en realidad.

— ¿Será porque no existe o porque expiró hace más de cien años? Grace le fulminaba con la mirada.

— ¿Se atreve a llamarme impostor, señora?

—Es usted muy perspicaz.

—Para que lo sepa, soy tan médico como el mejor —se revolvió furioso.

—Bueno, díganos entonces qué opina de los receptores pulmonares para la angiotensina II. Grace le miró, inclinando su cabeza.

—Toda mi vida, he salvado vidas sin recurrir a tanta sofisticación.

— ¿Entonces debo asumir que la hipertensión no la trata con ningún bloqueador del sistema renina angiotensina? ¿Acaso recurre al ajo? ¿A las sangrías? La mujer, implacable, le acorralaba.

El anciano retrocedía, tanteando el picaporte de la puerta del cuarto de Betty.

—Déjenme a solas con ella, le administraré lo que le traje y luego, si quieren hablaremos.

—Quiero saber qué es— Alistair, le tomó por el brazo, firmemente, impidiendo su ingreso al cuarto.

Forcejearon, hasta que la puerta se abrió y Betty, insegura sobre sus piernas, sudada y con una mano huesuda extendiéndola hacia la flacucha figura de su doctor, le arrastró hacia el interior de su casa. La fuerza del miedo, se había apoderado de ella.

—Dejémosles —aconsejó Grace, finjan o no, la chica no se ve bien.

—Tu responsabilidad, como locataria —Alistair, miró a Terry Donovan— está limitada y puesta a salvo con lo que has hecho llamando a mi hermano quien certificó la conveniencia de hospitalizarla, así que, técnicamente, no estarías enfrentado un cargo de abandono de persona, en caso que falleciera.

—Estás hablando de Betty, tu adorable criatura victoriana, Alistair, y escúchate ahora.

—Detesto que intenten estafarme y usarme, a través de mis debilidades —se le veía contrariado.

El doctor Stone salió en esos momentos, del piso de Betty Holmes.

—La dejé dormida. Vamos a esperar hasta mañana. Me quedaré esta noche, si ustedes lo permiten. Necesito darle toda el agua que pueda beber y no tiene a nadie más.

—Nosotras podríamos ocuparnos —Terry le observó seriamente. Pero, usted le infunde tranquilidad y nosotros… solo desconfiamos de ella.

—Prometió hablar con nosotros después de darle la… lo que fuere que le haya dado —Alistair, no iba a dejarle tan fácil.

El anciano suspiró. Se le notaba cansado, pero se rehízo enseguida y les siguió hasta el salón.

Cuando se hubieron instalado en el salón de la casa común, Terry y Maureen, se dirigieron a preparar algo parecido a una cena tardía.

—Pregunten lo que necesiten saber —se le notaba resignado.

— ¿Por qué han montado esta pantomima? Me refiero a elegir datos de personas fallecidas hace más de un siglo, por ejemplo.

El doctor Stone, sonrió tristemente sacudiendo la cabeza.

—Hemos llegado hasta acá, señor Haynes, sin saber cómo ni porqué. Con Betty, nos conocemos hace tanto tiempo… la tuve en mis brazos de recién nacida y le atendí de su afección pulmonar cuando a los veinte años contrajo la tuberculosis, que abatió a su prometido, y, desde entonces, nos hemos vuelto muy cercanos.

—Pero, usted sabe que sus datos filiatorios son falsos —objetó Grace Rupert. Usted, o, un ancestro, yace sepultado en el cementerio, lo he visto esta misma mañana. O alguien que les ha prestado el nombre. Igual que al banquero, el compañero de escuela de Betty, me refiero a Robbie Nelson.

—Ese miserable le ha perseguido desde siempre —el anciano cerró sus puños. Ignoramos por qué nos ha seguido gasta aquí.

— ¿Desde dónde les ha seguido? Alistair, le miraba fascinado.

—A través del tiempo, señor Haynes. No nos importa que lo crean o no. Le repito, nos ha pasado lo que nos pasó e ignoramos la causa. Somos varios que estamos atrapados, como fantasmas en este mundo extraño, cuando nuestro tiempo ya pasó. El restaurante del puerto es otro sitio donde se reúnen algunos de nosotros. No sé si haya más. Mi tumba, verán que está vacía, porque, simplemente no la ocupo aún, alguien me dio por muerto en 1889, pero, los que lo han hecho, han muerto y yo, sigo levantándome cada día, mirando mi cara y esperando que un día se esfume.

— ¿Y cuál es la historia de Betty Holmes?

—Ella, quedó así, congelada en el día que falleció su prometido. No ha sido totalmente consciente de que el tiempo ha transcurrido. Creo, que, como dirían ahora, sigue en shock. Entre el pasado y el presente. Se ha adaptado mejor que yo a los cambios de este tiempo, pero, cada vez que se acerca el aniversario de la muerte de él, cae enferma con un cuadro bastante parecido y luego, se levanta y sigue con su vida, sus proyectos. Obviamente, no espero que me crean. Yo tampoco lo haría. Solo, el paso del tiempo, ha de convencerles que no mentimos. Se tomó la cabeza con ambas manos. Les aseguro, que no es nada fácil, ver desaparecer uno a uno a todos los que hemos amado, sin poder irnos.

A los tres días, Betty Holmes, deambulaba por la casa. Se le veía mejor, más animada y hasta con algo del color perdido.

Pero, el dinero seguía sin aparecer, y el proyecto de modernización y renta de la calle heredada, parecían perder color y difuminarse, conforme ella iba mejorado, la idea original iba perdiendo la fuerza y energía que ella iba ganando.

Alistair, intrigado sobre aquello que le había administrado el doctor Stone, intentó averiguar, pero todo fue en vano. La joven estaba taciturna por momentos y parecía desinteresada por todo lo que le rodeaba. Se había refugiado en un silencio que nada pedía a cambio, y del que costaba extraerla. Las mujeres de Alistair, habían intentado un poco de todo, pero había sido en vano. Las energías de los primeros días estaban esfumándose. La melancolía se había apoderado de ella.

Detestaban preocupar a Alistair, pero a las dos semanas de su recuperación, temían que ella tuviera una recaída y le pidieron al marido que fuera a buscar al anciano doctor. Tuvo que ir en persona ya que el médico no disponía de teléfono.

Decidieron ir los tres, ya que Betty, se encontraba durmiendo y no parecía que iría a despertar en las próximas horas, tan agotada se la había empezado a ver.

Grace Rupert, había llamado esa mañana y le había informado qué era Strong RockVille.

—Fue un hogar para personas que carecían de él —le informó, lacónica.

— ¿Fue?

—Hace casi un siglo que el edificio está abandonado. Durante un tiempo, fue un hospital, en la Guerra de Secesión, pero por un breve tiempo. Luego, lo tomó a su cargo una asociación de beneficencia y lo mantuvo en pie, gracias a donaciones, brindó albergue a personas sin hogar. Ahora, está en ruinas y deshabitado. Tal vez, algún yonki, lo utilice de refugio, amén de las ratas, pero nada más.

Antes de llegar a lo del doctor Stone, pasaron con el auto por allí, cuando Rupert le dio la dirección y era un enorme edificio, rodeado por malezas y una reja con una cadena y candado oxidados. Se notaba que nadie había ingresado por el portón, durante mucho tiempo. Había sido un sólido y magnífico edificio. Pero, como todo, sin mantenimiento, había ido por el camino natural de todas las cosas, hacia el declive.

Tocaron a la puerta de la casona del médico.

Estaba anocheciendo y hasta que abrió la puerta, tardó varios minutos.

En pocas palabras, Alistair, le puso al corriente del estado actual de Betty Holmes.

Pesaroso, el anciano sacudió la cabeza.

—Me temo que no queda mucho más qué hacer por ella —se lamentó.

—Consultaremos a un psiquiatra, entonces—Alistair sonaba decidido.

—No pierda su tiempo y dinero, Alistair —el anciano clavó sus ojos en él. La historia de Betty Holmes, está por acabar. Creo que falto yo, tal vez, con suerte, el próximo sea Robbie Nelson, eso nunca debió pasar.

— ¿A qué se refiere?

—A los que quedamos atrapados en el tiempo —le contestó. Robbie era un indeseable y siempre lo ha sido. Este tiempo extra, se suponía que era una recompensa, y solo nos ha traído desdicha a nuestras vidas. Si es que puede llamarse vida a esta prolongación de las funciones biológicas nuestras.

— ¿Quedan más como ustedes? Aparte de las personas del restaurante, me refiero. Alistair, sabía que, en otro tiempo, hubiera parecido un demente al hacer tal pregunta, pero allí, en ese entorno de hacía doscientos años, no lo era tanto.

—Cuando Betty venga, ella podrá mostrarles. Ya le dije que es algo que ignoro.

— ¿Betty vendrá? Alistair le miraba como hipnotizado. Parecía una obra teatral con pautas ya prefijadas, de acuerdo a un guión que alguien había pergeñado, insertando a esos seres de otro tiempo en este siglo, pero no encajaban y dudaba que hubiera alguno que lo hubiese logrado, si es que había más <<como ellos>>.

—Ella quiere venir desde que enfermó, recuérdelo —le contestó Stone.

—Entonces la traeremos —decidió de pronto. La idea de verla sufrir y consumirse día tras día, era intolerable.

—Es raro hallar a alguien que, sin pruebas de lo que hemos vivido en estos días, acepte nuestra historia, como usted lo ha hecho. En el pasado, nadie ha querido creernos y nos han tomado por estafadores o locos. Cuando traiga a Betty, ella por fin podrá verse libre del tiempo. Me gustaría darle algo que usted se lleve y que le pruebe y recuerde que esto ha sido real, tan real, como puede ser un determinado hecho, escondido entre los pliegues del tiempo.

—Me gustaría su garra de león.

—El doctor no entendía a qué se refería, pero las mujeres señalaron el llamador de la puerta.

— ¡Ah, eso! Sí, con todo gusto. Cuando Betty y yo, nos hallamos marchado, no quedará nadie que necesite de mis servicios profesionales. Si hay otros como nosotros, nadie ha venido a verme en más de cien años, sonrió. A mí me ligaba el juramento que le hice a ella de cuidar de su frágil salud.

Se despidieron y cerca de medianoche, Betty fue llevada en el auto, y las mujeres de Alistair, de regreso a la casa del doctor Stone.

Utilizaron el llamador, quizá por última vez.

Ralph Stone les estaba esperando. Les guió por pasillos oscuros o apenas en penumbras, hasta un patio con plantas y árboles. Betty estaba animada y sus mejillas rosadas, parecía la joven del vestido transparente que había cortado la respiración de Alistair, ni bien la conoció. Le tomó de la mano y encabezó el sendero empedrado hasta una puerta.

—Quiero que vean algo —les dijo alegremente.

Abrió la puerta y en el fondo del enorme jardín, detrás de las rejas, se levantaba, en toda su majestuosidad y elegancia Strong RockVille, reluciendo bajo un sol de mediodía.

Alistair, se dio vuelta y la noche estaba a sus espaldas, aposentada en el jardín, mientas que, detrás de la puerta abierta por Betty Holmes, el sol brillaba en lo alto.

Los cabellos de ella refulgían. Se alejó hacia la casona.

—Ella vivió allí durante su niñez, cuando se quedó huérfana —evocó el doctor Stone. Allí la conocí junto con otros niños y adultos desposeídos. Viudas de guerra, soldados mutilados que lo habían perdido todo en la guerra. Allí estaba el niño que luego, se convirtió en su prometido.

En efecto, al final del sendero un joven bien vestido, rubio y alto, parecía esperar a Betty Holmes que sin dudarlo, se arrojó en sus brazos. Saludó con la mano y desaparecieron detrás de la puerta entreabierta del antiguo hospicio.

El anciano se acercó a Alistair con una sonrisa y le entregó un objeto pesado envuelto en un trozo de terciopelo negro.

—Gracias, por habernos dado una oportunidad, les deseo una larga y fructífera vida, pero que se prolongue solo lo suficiente, sin excesos, rió y desapareció detrás de la misma puerta por la que hiciera Betty con su novio.

Entreabro un ojo. El otro, está ciego o cubierto por una venda. Me toco y siento un dolor agudo en el codo y miro con mi ojo, un cable con una aguja insertada en mi vena.

—Has despertado. La voz de Garrett, proviene de alguna parte que no alcanzo a ver.

Trato de mover la cabeza, pero estoy algo aprisionado por un collar ortopédico.

—Esta vez, te pasaste, amigo —me dice.

Le miró con gesto de asombro.

—Mira que tomar por asalto a la mujer de un mafioso griego, te hace superar tu marca del idiota del año —me dice, sin ocultar su gesto divertido, aunque percibo alivio detrás de su expresión burlona.

— ¿Cuánto estuve inconsciente?

—Una semana, Alistair. Y, todavía tienes para algo más. Un par de ajustes óseos aquí y allá, ya sabes, lo usual cuando te tiras a la mujer de otro.

— ¿Y Terry y Maureen se han enojado mucho?

— ¿Quiénes?

—Terry y Maureen, Garrett. Mi voz, refleja impaciencia e irritación.

—No sé quiénes sean. Aquí no hemos venido más que Andy, yo y una joven que me dijeron que vino a medianoche, fuera del horario de visita.

— ¿Cómo se llamaba?

—No saben, ni siquiera cómo subió hasta el piso, pero, debe ser la que te trajo esto.

Miro con mi ojo sano sobre la mesa de luz y veo la garra del león.

Como abogado, pedí revisar las cámaras instaladas en el piso de mi habitación. Solo se percibe el vuelo leve de un fragmento de enagua transparente, cuando la que lo lleva puesto, dobla la esquina del pasillo que lleva al corredor y de allí, a la salida.

—Debes haber enloquecido por los golpes en tu cabeza —Garrett me increpa, furioso.

Pero mi decisión es firme.

A los dos meses, cuando por fin, puedo volver a caminar, apoyándome en bastones canadienses, puedo llegar a mi antiguo despacho, le informo que deseo vender mis acciones de la firma e instalarme por mi cuenta.

Los matones del griego, me han quebrado literalmente ambas piernas y salvé mis partes por milagro.

Así que, gracias a la intervención de Andy Svenson, y a sus contactos en el ayuntamiento, consigo que esta, actual propietaria de la vivienda del antiguo doctor Stone, me la venda a un precio bastante razonable.

Me mudo allí, luego de refaccionarla. He vuelto a colocar la garra del león como llamador en mi puerta y una chapa donde anuncio mi nombre y profesión. Por ahora, ninguno de mis antiguos clientes ha venido o me ha llamado, pero yo estoy esperando otra cosa.

Hay días en que puedo escuchar el roce de su falda corriendo por el pasillo, espero que alguna noche se anime, y abra la puerta que comunica con Strong RockVille y venga para mí. Solo es cuestión de tiempo y a pesar que Betty, tal vez, se haya casado por fin, con el rubiete desgarbado que llegué a ver, con su pinta de tísico, pálido y  espigado, ya se sabe que el estado civil de una mujer, nunca ha sido un obstáculo para mí.