jueves, 6 de marzo de 2014

TRAPITOS DE ANTAÑO


CARRERO DE PIE. SEPIA. HILOSDEPIEDRA.BLOGSPOT.COM

El Rengo: Era un pelafustán digno de todo aprecio. Habíase acogido a la noble profesión de cuidador de carros, desde el día que le quedó un esguince en una pierna a consecuencia de la caída de un caballo. Vestía siempre el mismo traje, es decir, un pantalón de lanilla verde y un saquito que parecía de torero.
Se adornaba el cuello que dejaba libre su elástico negro, con un pañuelo rijo. Grasiento sombrero aludo le sombreaba la frente y en vez de botines calzaba alpargatas de tela violeta adornadas de arabescos rosados.
Con un látigo que nunca abandonaba recorría rengueando de un lado a otro la fila de carros para hacer guardar compostura a los caballos que por desaburrirse se mordisqueaban ferozmente.
El Rengo, además de cuidados, tenía sus cascabeles de ladrón, y siendo "macró" (diccionario: francés/castellano: alcahuete, informante. Lunfardo) de afición no podía dejar de ser jugador de hábito. En substancia, era un pícaro afabilísimo, del cual se podía esperar cualquier favor y también alguna trastada.
El decía haber estudiado para jockey y haberle quedado ese esguince en la pierna porque de envidia los compañeros le espantaron el caballo un día de prueba, pero yo creo que no había pasado de ser bostero en alguna caballeriza.....
Si iba a verle, abandonaba los puestos donde conferenciaba con las barraganas y cogiéndome de un brazo decía a vía de introito:
-Pasá un cigarrillo, que...y encaminándonos a la fila de carros subíamos al que estaba mejor entoldado para sentarnos y conversar largamente.
Decía:
-Sabés, lo amuré al turco Salomón. Se dejó olvidada en el carro una pierna de carnero, lo llamé al Pibe (un protegido) y le dije: Rajando esto a la pieza.
-El otro día se viene una vieja. Era una mudanza, un bagayito de nada....Y yo andaba seco, seco....Un mango , le digo, y agarro el carro del pescador.
-¡Qué trotada, hermano! Cuando volví eran las nueve y cuarto, y el matungo sudado que daba miedo. Agarro y lo seco bien, pero el gayego debe haber junado, porque hoy y ayer se vino una punta de veces a la fila, y todo para ver si estaba el carro. Ahora cuando tenga otro viaje le meto con el de la mondonguera , y observando mi sonrisa, agregó: 
-Hay que vivir, che, date cuenta: la pieza diez mangos, el domingo le juego una redoblona a Su Majestad, Vasquito y la Adorada...y Su Majestad me mandó al brodo (italiano, lunfardo: estafa), mas reparando en dos vagos que estaban rodando con disimulo en torno de un carro al extremo de la fila, puso el grito en el cielo: -¿Che, hijos de una gran puta, qué hacen ahí?, y enarbolando el látigo fue corriendo hacia el carro....
-Estoy arreglado si me roban un cabezal o unas riendas...
-¿No es cierto, che Rubio, que tengo pinta de "chorro"? Si no, contaba en voz baja, entre las largas humadas de su cigarro, historias del arrabal...
"Yo era un pibe. Siempre en la esquina de Andés y Bella Vista, recostado en la vidriera del almacén de un gallego. El gallego era un gil. La mujer dormía con otros y tenía dos hijas en la vida. ¡Siempre estaban allí, tomando el sol y jodiendo a los que pasaban. Pasaba alguno de rancho y no faltaba quien gritara: ¿Quién se comió la pata e`chancho?.
-El del rancho.... gritaban....Me acuerdo. Era la una. Venía un turco. Yo estaba con un matungo en la herrería de un francés que había frente al boliche. Fue en un abrir y cerrar de ojos. El rancho del turco voló al medio de la calle, quiso sacar el revólver, y zás, el Inglés de un castañazo lo volteó. Arévalo cachó la canasta y Cabecita de Ajo el cajón. Cuando vino el cana solo estaba el rancho y el turco, que lloraba con la nariz revirada. El más desalmado fue Arévalo. Era lungo, moreno y tuerto. Tenía unas cuantas mujeres. La última que hizo fue la de un cabo. Estaba ya con la captura recomendada. Lo cacharon una noche con otros de la vida en un cafetín que había antes de llegar a San Eduardo. Lo registraron y no llevaba armas. Un cabo le pone la cadena y se lo lleva. Antes de llegar a Bogotá, en lo oscuro, Arévalo saca una faca que tenía escondida en el pecho bajo la camiseta y envuelta en papel de seda, y se la enterró hasta el mango en el corazón. El otro cayó seco, y Arévalo rajó; fue a esconderse en la casa de una hermana que era planchadora, pero al otro día lo cacharon. Dicen que murió tísico de la paliza que le dieron con la "goma".
El Juguete Rabioso, 1926, Roberto Arlt.