PATIO DE CONVENTILLO. LA BOCA. HILOSDEPIEDRA. |
Barrios: Buenos Aires es el Norte y el Sur, y es el Centro, y es Palermo y Belgrano, y es la tentación de campo donde se aroma el Oeste. Es el barrio del Sur, donde sonaron los primeros talerazos de la Mazorca para entregar un recado de muerte, mientras por los fondos los caballos sacudían a ancazos el portón, entre un santiguarse de negros despavoridos. Por sus calles anduvo el terror de mil ochocientos cuarenta y tantos, cuando Ciriaco Cuitiño apuñalaba unitarios y le llevaba la lista de almas, todavía caliente, a don Juan Manuel de Rosas, el Ilustre Restaurador de las Leyes. Buenos Aires es la noche del Sur y es la calle Balcarce, donde las puertas tienen estatura de ahorcado. Es la mañana del Sur en el Parque Lezama y es la siesta del Sur en el Museo Histórico, provisto como una pulpería de la Historia. Es el carro que avanza por la vía con una lentitud de dueño de la calle y es el tranvía que taconea su campana con la amenazadora insistencia del que reclama un derecho. Es el almacén mayorista y la mercería mayorista. Es el sol mofletudo que les dice piropos a las cocineras y es el conventillo que se despioja de chicos en la vereda. Es el carnicero que pasa con su clavel de sangre asegurado en la oreja, y es el carrito del verdulero con sus letreros floridos: "Hasta mañana, señorita"; "Yo soy como el picaflor: canto, pico y me voy"; "No me besés, que me osido". Es el amor de barrio de las muchachas románticas que perfuman la calle de jazmines, y es la Plaza Constitución, cruzada de carreras y soñolienta de vagabundos que esperan sin esperanza. Es la calle Montes de Oca, con sus baldazos de luz en las esquinas y con sus noches calladas que todavía no perdieron la costumbre de ser noches de quintas, con su luna en camisa como la luna del campo y con sus esquinas acechadas de sombras espesas como las sombras del campo. Es el barrio de la Boca y es la calle Almirante Brown, iluminada con una luz que duele, como de labios demasiado pintados, y es la calle Pedro de Mendoza, que se alumbra con fósforos en la oscuridad de la noche para enseñar su escenografía a los turistas. Es el barrio acriollado como los gorriones, con el acriollamiento alerta de los hijos de italianos. El barrio de los viejos que salen los domingos con su cadena de oro y su medallón de oro colgando de en medio de la cadena; el barrio de los compadritos y de los que se visten como compadritos. Es la esquina tenebrosa y es el tranvía que no llega y la pareja de hombres que se nos acerca con el ala del sombrero echada sobre los ojos. Es la noche callada y es el tiro que rebota como una tiza arrojada contra el pizarrón de la noche. Y es la barca que arrastra su pesadez sobre el Riachuelo que tiene un olor a orilla y a pintura de Quinquela Martín. Es el tango malevo de las quebradas resbalosas y de las piernas acalambradas de ganas de tango; es el bandoneón que desenfunda su quejumbre gangosa para arrugarse luego entre las rodillas con su llanto de niño. Es la pista cruzada de cuerdas de goma para las atropelladas elásticas, y es el abrazo fiero de los hombres y es el afirmarse de las parejas contra el pechazo de la música, hasta que la ola del tango las arrastra en una desbandada de piernas flojas y gambetadoras. Es el violín que estira su desperezo agudo como un largo grito de gallina, y es la mujer que ahonda la severidad de sus ojeras en los ojos del hombre, que se suelta como para echar el freno del tango....
Buenos Aires es el Norte y el Sur, y es el Centro, y es Palermo y Belgrano, y es la tentación de campo donde se aroma el Oeste. Es la tarde de Palermo, con sus calles olorosas de árboles, Palermo de ayer no más; Palermo de los botines de charol de los compadritos, que iban pisando lujo malevo por las veredas de sombra, hasta entrarse en los zaguanes oscuros donde unos ojos esperaban la llegada del novio; Palermo de los zaguanes largos y suspiradores, que en el anochecer se llenaban de palabras furtivas y de reproches de espera. Es el barrio de Palermo, por donde rodaron las nazarenas de plata de los colorados de Rosas, gritonas como roldanas de aljibe; Palermo de los almacenes, donde junto al mostrador había un federal borracho que desafiaba a Urquiza en nombre del Restaurador. Es la tarde de Palermo que se pasea por la vereda, y es la madrugada de Palermo, donde los gallos tiran desde las azoteas su canto con trayectoria de pedrada; el canto de los gallos desvelados que se comieron en la noche todo el maíz de las estrellas.
Ignacio B. Anzoátegui.Extremos del mundo, 1942