Cuando
Lennox llegó a la casa de Collin Awbrey, su padre, se sintió exactamente igual
como cuando llegaba a pasar las vacaciones de verano, después del año escolar
transcurrido en el internado.
La
diferencia era, que Collin, esta vez, estaba en la casa. Esta vez, Lennox no
iba a necesitar deambular por la inmensidad de la mansión de los Awbrey
buscando algo que hacer, a quién perturbar de los numerosos servidores, o algún
pasadizo inexplorado que se le hubiese pasado por alto en veranos anteriores, de
tan inmensa que era la gran casa.
El
hombre que yacía en la cama, distaba mucho de aquel arrogante padre desdeñoso,
frío y distante que había conocido,
cuando llegó de la mano de su madre.
Semi
reclinado en la enorme cama, con una bigotera que aportaba un suave flujo de
oxígeno, mantenía sus ojos cerrados así como una inmovilidad precursora de la
definitiva.
Cuando
lo oyó entrar, el anciano le miró, sin modificar un ápice la expresión que le
había dedicado toda su vida, como la que se destina a un extraño, que, en definitiva,
es lo que había sido Lennox en la vida de su padre adoptivo.
—<<Solo
encuéntrala>> —le exigió con voz más firme de lo que se esperaba. Parecía
que había estado esperando su llegada y ahorrando energía para su última
instrucción. Señaló con un dedo marfileño y delgado el sobre al lado de su
cama, en la mesa de tapa de mármol.
Lennox,
no había esperado un <<Hola, hijo>> y menos un apretón de manos.
— ¿Por
qué no se lo encargas a tus abogados? Le preguntó con voz dura. Lennox le
miraba de pie al costado de la cama con ceño adusto y mirada torva.
Había
sido moldeado en esa horma férrea de no traslucir sus de por sí, escasas
emociones, con un control permanente sobre sí mismo y un cinismo propio del que
no espera nada de nadie y menos del padre.
—Porque
me lo debes. Si no hubiese sido por ti y tu madre, jadeó Collin Awbrey, ella
habría venido a vivir conmigo mucho antes y no habría quedado sola en el mundo
después que su madre murió. Jamás me reclamó nada, tosió y esperó unos segundos
para continuar. Tú, en cambio, tuviste todo lo que un niño rico puede desear y
más. Jamás se te cruzó por la cabeza que no te lo merecieras, solo hacías uso
de lo que había sin preguntas. Ahora vete. No quiero volver a saber de ti y
ella, cuando la traigas, recuperará aquello que le pertenece.
Cerró
los ojos y si no hubiese sido por el cable transparente que aportaba el vital
fluido a sus pulmones, o a lo que quedaba de ellos, habría girado la cabeza,
para no ver, la expresión de intenso desprecio en la cara de su hijo. La
belleza imponente de su difunta madre así como la oscuridad que anidaba en ella.
Eso había tenido aquel niño para él, mirándole con sus ojos ambarinos, cargados
de reproches, su gesto insolente esperando desde siempre, a que él, su padre,
muriera.
Detrás
de la voluntad del pequeño yacía la madre, su ex esposa, la impulsora y
sembradora de la semilla del odio, la desconfianza, el desprecio y el
resentimiento de la mujer repudiada. Y cada verano, allí aparecía con su
silencio, sus ojos fríos y su mutismo para torturar sus días y noches, por lo
que él aprovechaba para salir de viaje. Llevaba sus negocios donde fuera, con
tal de huir del pequeño monstruo, como le llamaba sin disimulos.
Lennox
se subió al deportivo negro y con un chirrido de gomas, salió disparado de la
mansión.
Se
maldecía por haber acudido al llamado de Davies, el abogado de su padre, y
escuchado lo que aquel viejo idiota, pero muy astuto, le había transmitido.
Idiota, por haberse quedado al lado del ser egoísta que era Collin, pero, eso
no quitaba que fuera un demonio en sus tratos comerciales y leal como no lo
había sido él.
Justo es
decir, que, tampoco el letrado, había recibido el maltrato de un padre
despótico, egoísta e indiferente como Collin.
De todos
modos, decidió llamarle y concertar una entrevista.
La vida
amorosa de su padre siempre le había tenido sin cuidado y lo que hubiera hecho
después de haber enviudado, era asunto suyo. Pero, en vida de su madre, sí que
le concernía y por eso, odiaba al bastardo con todas sus fuerzas. Elaine, había
vivido sus últimos años, consciente de las infidelidades de Collin Awbrey y no
había solicitado el divorcio porque estaba muriendo. Se limitaban a existir
bajo el mismo techo, aunque ni siquiera se cruzaban, alimentaba un rencor
silencioso, de manera que ni siquiera podía decir que se sintiera humillada. Pero, sorprendía las
apenadas miradas del servicio y eso a una mujer que había sido tan dueña de sí
misma, le causaba una ira y un dolor sordo, sí, había sido humillada. Su
pequeño hijo Lennox, era adoptivo, pero no por ello no se daba cuenta de casi
todo y había odiado a aquel hombre a quien le habían enseñado a llamar
<<padre>>, desde el día que le conoció cuando tenía cinco años.
Por eso
en la actualidad, estar sentado del otro lado del escritorio de Davies, con el
sobre en la mano, aguardando, le ponía el cuerpo tenso de furia.
—Lamento
mi tardanza, Lennox, se disculpó el abogado. Me imagino que querrás un café o
algo después de venir de ver a Collin.
—No me
ha afectado demasiado, Robert. La voz de tono ronco y bajo tan típicas del
hombre en que se había convertido el niño huraño, no le llamó la atención del
letrado. Estaba más que al tanto de la ríspida relación entre Collin y el chico
al que había dado su apellido. Es solo que considero innecesario que tenga que
ocuparme de buscar una hija de mi padre, su única hija, al parecer y creo que
no estaría de más que se lo trasmitas <<oficialmente>> porque
considero que no le debo nada. Cada dólar que invirtió en mí, mi madre lo pagó
con creces. No se lo dije porque no sabía de qué se trataba. Te confieso, que
abrí el sobre antes de entrar en tu oficina y si tienes problemas, se lo diré
yo cuando salga de aquí.
—No va a
ser tan sencillo, me temo. Davies, clavó su mirada en el semblante airado de
Lennox. Hay una cláusula en el testamento que si no la encuentras en tres meses,
la fortuna que te deja, aparte de la parte de ella, pasará a un fondo privado.
—Pero
eso es trabajo para un detective que es a quien pienso encargar del asunto.
—No. Al
parecer, Collin, quiere absoluta discreción al respecto. Nadie debe saber que
esa hija ha permanecido oculta y desplazada de su vida. Tu empresa está
bastante saneada, pero, por lo que averigüé, mal no te vendrían esos
trescientos millones de herencia.
—Así
que, el hijo de puta, ha decidido que me arrodille para hallar a su preciosa
hijita a la que apartó de su vida y ahora tendré que invertir tiempo y dinero buscando
a alguien que apenas recuerdo.
—Trescientos
millones, Lennox.
—Ya sé.
Es una extorsión, pero en este momento, con ese dinero, podría hacer el
salvataje completo de toda la empresa, a pesar de la crisis, Robert. No dejaría
gente en la calle que ha trabajado para mí y ha soportado mis demoras en los
pagos de salarios y de proveedores.
—Collin
me dijo que crearías un motivo más que suficiente para disfrutar de algo más de
su dinero, tan fuerte, como para aplacar tu orgullo.
Lennox
apretó las mandíbulas con furia. Claro que lo sentía. La mordedura de la ira,
del orgullo herido por tener que aceptar la postrera humillación de aquel hombre
que siempre le había odiado por el hecho de no ser su hijo. Pero, mirando a su
alrededor, pensándolo mejor, se irguió y sabiendo que se llamaría imbécil por
toda la eternidad, se dirigió a la puerta del despacho.
— ¿Sabes
qué? Dile que no voy a aceptar esto —arrojó el sobre al suelo— y se marchó
dando un portazo.
Davies
sonrió satisfecho. <<Psicología invertida>>, pensó. Collin era un
redomado cabrón y sabía manipular a la gente y conocía mejor a Lennox que si
hubiese sido su padre biológico. Ya volvería cuando la realidad golpeara a las
puertas en forma de reclamos laborales, deudas impagas, amenazas de quiebra y
otras lindezas.
Tres
días después, Lennox fue contactado por Victoria Awbrey.
Jamás
soñó con tropezarse con ella. Nunca pensó que sería tan sencillo.
Si le
hubiesen dicho que ella le buscaría en su oficina, no lo hubiese creído, y sin
embargo, allí estaba, de pie junto a su escritorio.
—No te
creas que me he desvinculado de mi padre, Lennox—le confesó. Mi madre, como ya
sabes, formó parte del personal doméstico de la casa por años y muerta tu madre,
se transformó en la amante de tu padre.
Él la
observaba sin hacer siquiera un gesto, con la expresión gélida e indiferente
tan bien aprendida.
— ¿Y
para qué vienes a verme si es a ti a quien reclama en su testamento?
—Me
avisaron desde la casa, los que me conocieron de niña, que Collin agonizaba y
que habían escuchado conversaciones, así que debo unos cuantos favores a
aquellos fieles empleados de la casa Awbrey. En cuanto a ti, te vine a ver para
que finjas haberme encontrado, pensé que puedes tomarte unos días para que
aparezcas por lo del abogado, como si me hubieses encontrado y cada uno tendrá
lo que quiere. Así de sencillo.
—No
quiero nada de ustedes, Victoria. Ya rechacé el ofrecimiento de Collin y Davies
sabe que no haría nada por encontrarte.
—Siempre
puedes decir que cambiaste de parecer.
—No entiendo
a qué viene tu intención de beneficiarme.
—No me
recuerdas, Lennox, pero yo a ti sí —sonrió con tristeza. Era la hija de una
asistente y tú con diez años más ni me registrabas, pero yo te espiaba
escondida desde el desván donde se hallaba el dormitorio de mi madre y el mío.
—Ja, me
hace acordar a la historia de <<Sabrina>>, con algunas variantes.
La sonrisa helada de Lennox la dejó fría. Evidentemente no esperaba un rechazo
así tan de plano.
—No vas
a hacerme creer que trescientos millones de dólares te vendrían mal…
—No,
pero hasta ahora me he arreglado sin la limosna de Collin y pienso seguir así.
Si me disculpas, tengo una reunión en cinco minutos y no puedo faltar.
Victoria
se encontró caminando por la vereda, fuera del edificio de la empresa del hombre
sin modales, que había sido aquel niño solitario y esquivo y que la había
ignorado siempre. Suspiró. Por lo menos, lo había intentado. No entendía cómo
alguien necesitado de dinero, según los rumores, era tan orgulloso como para
decidir hundirse antes que aceptar la ayuda de un hombre que muy pronto sería
ceniza de crematorio.
Para el
caso, ella tampoco había sido considerada, amada o protegida por Collin Awbrey,
a pesar de haber sido su hija biológica, así que, si era por motivos, ambos
tenían más que sobrados para despreciarle, solo que ella no pensaba dejarse
dominar por un orgullo estúpido, a su juicio y haría usufructo de lo que su
padre le dejara, y aun teniendo más motivos para despreciarle que Lennox que ni
siquiera era hijo suyo. Se encogió de hombros y se dirigió al bufete de Davies.
Un mes
después, bajo una lluvia pertinaz, despidió los restos de Collin Awbrey, con un
corazón helado, sin una lágrima perdida y con la misma expresión gélida que había
observado en el rostro de Lennox en su oficina. Por lo visto, estaban
hermanados en más de un sentido, a pesar de sus orígenes tan distintos. La concurrencia
había sido nutrida y la recepción en la mansión le había sabido a farsa.
Obviamente, no conocía a nadie de los que allí desfilaron. Collin Awbrey había
tenido asociados circunstanciales, contactos, empleados fieles como Davies,
pero ni un solo amigo. Esperó ver a Lennox, aunque lo creyó improbable, ya que
era una persona introvertida que se encerraba en la biblioteca durante horas
sin dirigirle la mirada, a diez años de distancia uno de la otra, era lo más
lógico.
A esa
hora, Lennox estaba cerrando su despacho para reunirse con unos socios de
negocios, que jamás hubiera deseado tener, pero que eran de aquellos que
aparecían para imponerse y doblegar.
Y él,
prefería hacerlo ante ellos en vez de ser contemplado por los ojos casi muertos
de un Collin Awbrey triunfante, y menos aún en la muerte, desde el más allá.
La
reunión había durado un par de horas. Los clubes nocturnos donde se practicaba
sexo, a partir de entonces, brotarían como hongos, serían fruto de los
contactos que él aún conservaba en las altas esferas, pero sería un submundo,
al que apenas se asomaría, o eso al menos era lo que esperaba.
Pero las
cosas no habían resultado tan sencillas. Necesitaban a alguien
<<respetable>> al frente. Sería una buena fachada estar al frente
el tiempo necesario, mientras ellos tomaban el control de la ciudad. Inundarían
sus calles con toda la porquería que pudieran y ese ya no sería su problema. Él
solo habría de ser la rampa, le habían dicho. No se engañaba por un momento
pero no le quedaba otra opción. Tenía un escondite, documentos, una identidad
secreta, una posibilidad cierta de escape y refugio en cierto lugar sin ley de
extradición, con suficientes contactos para tener tiempo de ponerse a salvo si
algo fallara. Aunque, conociendo el paño, mientras el aparato burocrático de la
ciudad se mantuviera lubricado con dinero, no habría motivo para pensar en eso
durante un buen tiempo.
Continuó
luego su recorrido rumbo al gimnasio donde practicaba boxeo seis días a la
semana.
El
encargado que le conocía desde hacía al menos siete años, sabía que esa noche,
pulverizaría a cualquier sparring que se pusiera en su camino, por lo que
decidió convocar al <<gran Jimmy>>.
Este era
como un menhir, monolítico e inconmensurable, poco dado a las contemplaciones y
menos con Lennox Awbrey.
El mal
carácter de este último era legendario y su fiereza como encarnizado golpeador
era materia de discusión. La mayoría de las veces había que rescatar a los que
caían bajo la furiosa e imparable lluvia de golpes, por lo que muchos evitaban
su compañía.
A la ira
que Lennox albergaba en su interior, había muy pocas cosas que la calmaran.
Como su
padre adoptivo, carecía de amigos. No había tenido ni tiempo ni ganas de
tenerlos. A la amistad, como concepto, la consideraba una debilidad. Los amigos
pedían saber cosas, conocían las debilidades de uno, perdonaban lo imperdonable
y estaban dispuestos a recordar todo aquello que uno pretendía olvidar.
En
cuanto a las mujeres… Lennox solo tenía relaciones de corta duración, apenas
algunas semanas, las más duraderas, y ninguna que despertara en su cama. Eso,
jamás. Prefería las habitaciones impersonales de los hoteles de categoría, poca
información, cero confidencias, nada de charlas después de terminar con ellas,
nada de intercambio de celulares, y menos compartir la ducha o el desayuno. Eso
sería de una familiaridad inaceptable. Cuando, por razones de empresa,
necesitaba una acompañante, recurría a una agencia de escorts, sin sexo con ninguna de ellas. Podría decirse,
que Lennox Awbrey era un rico marginal, refugiado en un mundo privado
construido por ingente cantidad de dispositivos para mantenerle fuera de redes
sociales, y en general, gastaba fortunas para no formar parte de pools de datos
de tarjetas de crédito, información bancaria en general, registros catastrales,
antecedentes escolares, familiares y sociales. En un mundo en que cada día se
vulneraba la privacidad de miles de millones de personas, podría decirse que él
era una excepción a la regla de la figuración. Sus imágenes eran casi
inalcanzables porque se rodeaba de custodias elegidos que le mantenían apartado
del público en general, mientras que él, se limitaba a recorrer un pasillo
angosto de anonimato, en aviones privados, sin datos de entrada y salida, autos
con vidrios polarizados, y alejamiento de eventos sociales muy publicitados.
Sus
actuales socios no le preocupaban demasiado. Nunca en su vida, hasta ahora,
había mandado matar a ningún indeseable, siempre lo había hecho él mismo, sin
riesgos de delación y esta vez, si las cosas amenazaban desbordarse, no se
detendría.
Victoria
Awbrey, para ingresar a su oficina, había tenido que dejar su celular en
recepción y había sido escaneada en busca de micrófonos ocultos.
Cuando
esa noche, terminó con el <<gran Jimmy>> de rodillas sobre el
cuadrilátero, el rostro reducido a una pulpa sanguinolenta, se hizo cargo con
una gran cantidad de dólares que cubriría no solo gastos médicos sino que
obturaría cualquier fuga de información
del gigante abatido.
Tenía a
su disposición, un equipo médico y un quirófano en las afueras de la ciudad, en
caso de algún ataque, de manera de mantener alejada a la policía.
Cuando
entró en su casa, se quitó el traje, se metió en la ducha y al salir puso en
hielo las doloridas manos. La paliza al gigante no había sido gratis.
Le dolía
al respirar, no sería extraño tener alguna costilla fisurada. Su rostro
indemne, apenas demostró el intenso dolor que
sentía mientras se aplicaba hielo en el costado que había ido
adquiriendo un aspecto tumefacto y rojizo.
Sacó la cena del refrigerador, agua mineral y una caja con analgésicos
inyectables cuando tratara de conciliar el sueño.
Este era
uno de sus puntos débiles: por alguna razón que desconocía, dormía cada vez
menos, a pesar de sus treinta y pico de años y eso le disgustaba ya que no
quería hacerse adicto a cualquier droga u hormona para lograr dormir aunque
fueran tres horas seguidas. Había intentado casi todo y hasta el momento, le
funcionaba bastante bien, provocar un estado de agotamiento lindero con el
desmayo para lograr cinco horas seguidas de sueño, lo cual era un milagro.
No se
cruzaba con sus asistentes domésticas las que apenas le habían visto al pasar.
Entraban y salían, se limitaban a hacer las compras, y preparar ocasionalmente
sus comidas. De su ropa se encargaba personalmente, llevándola a lavar en un barrio alejado de su domicilio,
así como los servicios de la tintorería para sus numerosos trajes.
Limpiaba
escrupulosamente su dormitorio, el baño y su despacho que permanecían cerrados
con un sistema sofisticado de alarma. El resto de la casa era aseada de manera
tradicional, pero en ausencia de fotos familiares, u objetos de esa índole,
poca información brindaba el enorme espacio sobre su habitante.
Se pensaba a sí mismo como un ser fuera de
todo sistema de empatía, de convivencia, solidaridad o necesidad de
comunicación. Jamás se había planteado preguntarse si era feliz. Lo consideraba
una cursilería fuera de toda discusión y un concepto de creación social, que no
merecía consideración ninguna. Pero, era un especialista en crear paraísos para
otros, para su disfrute. Los clubes formarían parte de ello. Allí, cada noche,
al abrirse las puertas, cada quien daría rienda suelta a sus fantasías, sus
deseos y los socios tan selectos como él, celosos de su privacidad, pagaban verdaderas fortunas, para continuar
moviéndose en las sombras.
Sus
otras actividades, las más conocidas por sus conciudadanos, carecían de
verdadero interés. Solo se trataba de ser escrupuloso pagando impuestos y
generoso con sus dádivas.
A los
quince días del fallecimiento de Collin, ni siquiera recordaba haberle ido a
ver a su casa. Relegado al más completo olvido, podría sentirse orgulloso de la
obra realizada por el viejo, con el ser que había crecido entre las paredes de
su casa, y las de los internados, lejos de navidades, cumpleaños, contacto
humano de cualquier clase, a los que le había enviado en su afán de tenerle lo
más lejos posible. Y pensaba en la ironía que significaba que, justo a él, lo
considerara algo así como un monstruo.
Prefería
pensarse, como ser un descendiente
improbable de Kaspar Hauser, el enigmático joven que habría permanecido
encerrado en una jaula, encadenado a la pared durante casi toda su vida y que
un día apareció en la ciudad, sin saber hablar, que vivió muy poco y podría
haber muerto en circunstancias misteriosas, se decía que por ser hijo no
reconocido de un noble.
Sus
similitudes, tal vez no fueran fruto de su imaginación. De niño con escasos
contactos familiares, carente de contención emocional y nulo apoyo maternal, había desarrollado escasa
empatía y socializar no era uno de sus dones, precisamente.
Una
noche, a los dos meses de la muerte de Collin, sonó el
timbre. No esperaba a nadie y por más que escudriñó la pantalla conectada con
la cámara, no pudo detectar nada. Pocas cosas, detestaba tanto, como sentirse
invadido en su propia casa sin previo
aviso.
Decidió
revisar al día siguiente, por las dudas, el aparato del demonio podría haber
estado movido, o girado en un ángulo equivocado, al ser limpiado por la
asistente.
Tenía
una extensa superficie parquizada del portón de entrada hasta la puerta de su
casa.
Jamás le
habían permitido tener un perro y a esta altura ya había perdido esperanza de
necesitar alguno entrenado para vigilar. No le interesaba tener ningún ser vivo
que dependiera de él tan cercanamente. El jardinero podía con las plantas del
jardín, pero un perro… creaba ciertos lazos, generaba sufrimiento incómodo, que
creía, alguna vez, haber experimentado de niño, al morir el que había en casa
de su padre.
Cuando
golpearon la puerta con los nudillos, suavemente, se sobresaltó nuevamente.
Instintivamente,
se llevó la mano a la cintura y extrajo el arma que jamás abandonaba. Tenía una
endiablada puntería fruto de intensas horas de prácticas en su polígono.
Entreabrió
la puerta. Por la mirilla tampoco había podido ver de quién se trataba.
No
mostró sorpresa cuando vio a Victoria parada en su umbral, casi totalmente
tapada por una caja de cartón, que a duras penas, sostenía en sus brazos.
—Perdona
que venga a estas horas, pero es cuando me desocupo —susurró. El viento
revolvía su pelo y lo echaba de a ratos sobre la cara, y con las manos
ocupadas, ella hacía gestos bruscos con el hombro, para apartarlo y despejar su
visión. No tienes celular o tu número no figura en ninguna parte y no me
pareció adecuado llevarte esto a tu oficina, así que, Davies, me facilitó tu
dirección.
Él se
hizo a un lado por toda respuesta y ella entró, haciendo un marcado esfuerzo
bajo el peso de la caja que depositó en el suelo ni bien entrar. Ya se
encargaría de arreglar al viejo abogado, el fiel perro a sueldo de su difunto
padre ¿Qué parte no había entendido de no facilitar a nadie su dirección? ¿Es
que andaría precisando un recordatorio físico el vejete que no debía enviar a
nadie a husmear? No le importaba si el hombre ya era mayor, necesitaría que le
refrescara la memoria. Él no era Collin Awbrey y quería mantener alejado al
abogado tanto como fuera posible.
— ¿Qué
diablos es eso? Gruñó Lennox.
—Lo que
había en casa de Collin. Estuve limpiando y encontré estas cosas que creo que
te pertenecen o por lo menos tienen que ver contigo. Parecía disculparse y eso
le irritó.
— ¿Acaso
te pedí que me las trajeras? Le espetó. No debo necesitarlas porque si no, me
hubiese encargado yo mismo de ir a buscarlas o Davies me hubiese avisado. Su
voz se hizo más ronca.
—Bueno,
el hecho es que la casa está alquilada y necesitaba terminar de una buena vez
con todo. No me importa qué es lo que hagas con ella, pateó ligeramente la
caja, sólo fue un gesto de buena educación. Si no te sirven, decide tú qué
hacer con ellas. No pienso quitarte más tu valioso tiempo. Ya me advirtió
Davies que no viniera, pero por esta cosa, no pensé que montarías este drama de
novela barata —le dijo, observándole hosca.
—Bueno,
ahora que ya sabes donde vivo, te haré una advertencia—la voz ronca de él
apenas era audible y podría ser casi considerada una sibilante variante de
algún ofidio.
—Ya sé,
no te gastes, hermanito —contestó Victoria comenzando a marcharse—apareceré
flotando en el río si se la doy a alguien.
Ese
calificativo pareció ser la rotura en el dique de contención de Lennox. En dos
saltos, la atrapó por los hombros, la hizo girar y le enfocó la cara agachándose
hasta poner su rostro casi pegado al de ella.
—No te
lo tomes a la ligera, ni en broma. Primero, no soy ningún
<<hermanito>>, ni nada tuyo. Segundo soy muy celoso de mi
privacidad y ya arreglaré cuentas con el senil de Davies y tercero, te aconsejo
que no regreses por aquí, así encuentres un legado a mi nombre de miles de
millones de dólares. Solo díselo a él, que para entonces, se habrá recuperado
de lo que pienso hacerle.
Ella se
desasió con un brusco tirón, se arregló el cabello que caía sobre su cara y le
miró furiosa.
—No
trates de intimidarme y ahora la que te advierte soy yo: si al señor Davies, le
llegara a pasar algo en estos días, te denunciaré a la policía, maldito
bastardo.
Las
últimas palabras restallaron en sus oídos como si le hubiesen asestado una
puñalada.
Apretando
los dientes le dijo: <<soy un bastarde, en lo que a mí respecta. No
recuerdo a mi verdadero padre, y ahora que Collin ha muerto, he iniciado los
trámites de desafiliación, así que seré un completo bastardo>>.
Ella,
sonrió. Entrecerró sus ojos y le dijo en un susurro:<< imagino que el
pobre huerfanito soportó estos años el peso de llamarse Awbrey con la esperanza
de ser su heredero y ahora… Una pena, vas a tener que inventarte alguno. Si
quieres te presto el mío>>.
—No
juegues con fuego —le advirtió él. Jamás le pegué a ninguna mujer, pero siempre
puedo cruzar esa línea y entonces verás de lo que soy capaz.
Ella,
decidió no tentar más a la suerte y se dirigió con presteza a su auto, pero,
antes que Lennox cerrara la puerta, se volvió y le dijo: un día, Lennox como te
llames, vamos a encontrarnos, en un terreno neutral, y allí sabrás quién soy,
de verdad, y entenderás por qué no me pongo a temblar ante tus bravatas. No
eres la única víctima del monstruo que fue Collin Awbrey. Ah, y por cierto, mi
apellido a partir de cobrar la herencia, ya es oficialmente Arwood, como mi
madre. Te gané. Riendo como una niña traviesa, se metió en el pequeño
utilitario y partió rápidamente a la salida.
Cuando
hubo cerrado la puerta, Lennox todavía podía sentir el corazón martilleándole
en el pecho. Le costó ganar aire, los oídos le zumbaban y tenía las manos
agarrotadas de tenerlas en los bolsillos, por el esfuerzo que le costó no
estrellar su bonito rostro contra una de las columnas del porche. Había
advertido que era delgada, de huesos pequeños y muy buenas formas, pero que
nada le costaría menos que tirar su cuerpo en cualquier vertedero, cuando fuera
convenientemente de noche.
Se
desplomó en el sillón que daba al ventanal donde se apreciaba la bahía, y los
últimos rayos del sol. Miró la caja de soslayo y no dudó que pasaría bastante
tiempo antes de sentir deseos de abrirla. Ignoraba qué contendría, pero
recordaba haber sido muy cuidadoso con todo lo que se llevó de la casa del
viejo y estaba seguro de haber descartado cuidadosamente cualquier objeto o
documento que le vinculara con aquel ser detestable.
Pensó en
el viejo abogado. No le convenía llamar la atención lesionándole ya que la
entrometida de la joven podría llamar a la policía y en estos momentos, con sus
nuevos socios dando vueltas tan cerca, lo que menos le convenía era despertar
la atención de las autoridades.
Pero,
tenía que asegurarse de no volver a ser importunado. Odiaba dejar cabos
sueltos.
Llamó a
Robert Davies a última hora, cuando calculó que el anciano estaría dormido y le
pescaría con la guardia baja.
La voz
adormilada de Davies, le sonó lejana y cascada. Cuando comenzó a hablarle, casi
pudo sentir el esfuerzo por despabilarse que hacía y sobre todo cuando su voz
seca, algo irritada, le hizo llegar el mensaje. Sabía que hablaba de una
conexión segura pero aun así, decidió que el mensaje fuera breve, claro y
directo a la mente del letrado.
—Robert,
te agradezco que le hayas facilitado mi dirección a la señorita Victoria. No
sabes cómo lo aprecio. Casualmente, comentaba con mis nuevos socios, que han
venido de Detroit, que nada me gustaría más que hacer una reunión familiar.
Ellos están solos aquí y todavía no conocen a nadie en la ciudad, ya sabes. Así que… te espero el fin de semana que digas,
cuando no juegas al golf, trae contigo a
tus adorables nietas, Shirley y Lucy, y cualquier amiga que deseen. Tengo una
piscina cubierta climatizada con vistas a la bahía y la vamos a pasar muy bien,
eso, te lo aseguro. A veces lamento no tener hijas de su edad para que fueran
amigas… pudo escuchar el jadeo del viejo y supo que su mensaje había llegado.
Le deseó buenas noches, después de excusarse por la hora.
Casi en
penumbras, el salón tenía cierto brillo fantasmal, por la cantidad de superficies
pulidas de mesas, repisas de piedras duras que reflejaban ciertos rayos aun
atrapados allí. Debajo, en el valle, ya se percibían los primeros destellos de
las luces de calles y viviendas. Sonrió satisfecho y más tranquilo, se propuso
planear qué hacer con la desafiante <<hermanita>> que había surgido
de la nada. Claro que la recordaba. Acechándole entre los arbustos, trepada a
un árbol, las piernas delgadas, como una torpe y pequeña jirafa. Animal
desgarbado que se había convertido en una mujer delgada, pero voluptuosa en los
lugares justos.
Una
legítima Awbrey, alguien que se notaba ambiciosa, porque como él, no había
dudado en conservar su apellido, genuino, y, a diferencia de él que había cedido a regañadientes a ser
adoptado por el entonces marido de su madre, se aseguró de haber heredado lo
que le correspondía. Y ahora, había vuelto a restregarle su propiedad y a
echarle, simbólicamente con esa mísera caja de cartón enmohecido, exponiendo,
que en la casa, todavía hubiera algo de él, el no deseado, el intruso. En pocas
palabras, se sentía humillado, desalojado, como un paria, el bastardo que era.
Abrió su
portátil y comenzó a rastrear datos de ella y poco le costó enterarse que era
periodista, una buena cadena de noticias y diarios digitales. Lo suyo, parecía
ser la investigación y en su haber estaban enlistados, los casos más resonantes
que la joven talentosa había expuesto. Nombres conocidos, personajes de los
bajos fondos, bandas criminales, especialmente aquellas vinculadas con la trata
de personas, parecía tener cierta inclinación por librar una guerra personal
contra los abusadores de niños. Lo sabía. Imaginaba que Collin había
pertenecido a cierta red que ella habría descubierto y por eso, un día se había
marchado y dejó a su madre en compañía del monstruo. Tal vez eso fueran puras
especulaciones. Por allí vendría la pista cuando se refirió a que él no había
sido la única víctima. No obstante eso, aunque esa fuera la causa de su cambio
de apellido, su aversión y el empeño que puso en desaparecer de la vista de
Collin, jamás había ido lo suficientemente lejos como para perderse algo de la
vida de su padre. Algo raro, o no tan típico de las personas abusadas que
tratan de esfumarse de verdad. No había costado nada hallarla porque ella es la
que había aparecido. Todo bastante extraño.
No
podría titular de venganza lo que haría, ya que en lo personal, esos gestos no
eran tan irritantes, después de todo, era una caja, por el demonio. No, lo que
necesitaba realmente, era rehacerse, recobrar ante ella, el respeto y el temor
que sentía que debía imponer. Antes que nada, debía evitar a toda costa que
Victoria iniciara una investigación sobre el <<hijo adoptivo>> de
Collin, y eso complicaría su situación no solo en lo personal, sino
comprometiéndole con sus nuevos socios.
Durmió
pesadamente, luego que ella se hubiera esfumado lentamente de su mente, cerca
de las cuatro de la mañana. Ese día, a las once tenía una reunión a la que no
podía faltar.
Se
vistió, después de salir de la ducha, ese día golpearía sacos de arena humanos,
como le gustaba imaginar.
Apenas
desayunó con una taza de café del tamaño de un tazón para avena y salió
zumbando de la casa.
No
estaba para sonidos estridentes en el auto. Habló por teléfono durante casi
todo el trayecto. No vería el contenido de la maldita caja hasta no sentir que
así debía ser.
Victoria
Arwood, ahora había reemplazado el rótulo en sus carpetas, en el cartel de su
oficina y en todo lugar donde estuviera el antiguo <<Awbrey>>.
Su jefe
estaba esperándola y, puntual como siempre, se reunió con él en su espaciosa
oficina del ático de la torre.
—Tengo
novedades —anunció Harry Evans. El veterano y cínico periodista estaba a solas
en ese momento, le indicó que se sentara frente a su escritorio.
—Tengo
una muy buena información, al parecer, ha desembarcado parte de la mafia de Detroit,
para hacerse con los clubes nocturnos, y contando con un socio inmejorable,
impoluto e intocable como tu… lo que sea, hermano, o eso, Lennox Awbrey. Sería
un bombazo.
Ella
suspiró. Lo que le faltaba.
— ¿Es
imprescindible que lo maneje yo?
—Promete
ser algo muy grande, Victoria.
—Y muy
peligroso, Harry.
— ¿Puede
ser que sea la primera vez que empleas esa palabra? ¿Desde cuándo te intimida a
ti algo que sea <<peligroso>>? Reforzó la palabra con el gesto de
ambas manos.
—Desde
que conocí al Lennox adulto, Harry. Desde niños siempre le veía, ya sabes, como
el hijo del dueño, del jefe de mi madre y siempre me evitó, huraño como era y
siempre me sentía en peligro ante su presencia. Anoche, cuando le llevé una
caja con algunas cosas que quedaron en el altillo, que le pertenecen, sentí que
si cree que debe asesinarme, va a hacerlo y personalmente. No exagero. Ese tipo
está enfermo, es una fiera oscura, un mal bicho lleno de odio. No me pagas
tanto como para exponerme así. Imagínate que no le costará nada detectar quién
está detrás de alguna investigación que le vincule con los tipos de Detroit, y,
créeme, no habrá lugar en esta tierra donde pueda esconderme si sale a la luz
algún negocio turbio donde ellos estén involucrados, los políticos y policías
que fuere.
— ¿No
estarás exagerando?
—Te
aseguro que no, Harry. Es una mala bestia. Imagínate que prefirió cualquier
cosa antes que aceptar buscarme para que Collin muriera en paz, perdiendo
trescientos millones de dólares, que le hubieran permitido sanear sus empresas
en riesgo. Tal es el odio que le tenía al viejo.
—Bueno,
piénsalo. Sino mañana, le paso el caso a Lydia. Esta era una periodista
veterana y ducha en lides de investigación <<pesada>> que había
orientado a Victoria en sus comienzos.
—No,
Harry, déjalo, lo tomaré yo. No sé si la <<cercanía>>, por decirlo
de alguna manera con Lennox Awbrey, me dará ciertas ventajas, aunque desde ya
sabemos que es famoso por su hermetismo.
—Deberás
ingeniártelas, descubrir su talón de Aquiles, como todo el mundo, solo tendrás
que encontrarlo.
Victoria
había estado al tanto de la compleja personalidad del hombre en cuestión,
pensaba que estaba más cerca de la locura que nadie que conociera y debía
confesarse que le inspiraba cierto temor. Había podido ver el extraño diseño en
sus ojos, cuando le increpó furioso, que le intrigó sobremanera. En efecto,
tenía cierta configuración vertical de ambas pupilas, como se advierten en los
ofidios y reptiles. Tal vez fuera algo constitucional, pero jamás había visto
ese patrón en los ojos humanos.
Lo que
debía pensar era cómo atraerlo, logrando que se abriese y confiase en ella. No
disponía de tanto tiempo y estaba casi segura, que por el lado de la confianza,
era transitar una vía muerta.
Esa
misma noche se puso en contacto con las personas que habitualmente colaboraban
en sus investigaciones. Esa el principal motivo por el que le costaba obtener
algún margen de ganancia en su trabajo. Con el monto de la herencia de Collin,
tendría más que suficiente, para dejar de trabajar, pero, el periodismo, desde
que era una niña, le había fascinado y la labor de investigación era una
actividad por lo menos excitante.
Se
reunieron en su casa, y sus tres colaboradores llegaron con sus portátiles y
algunos otros artilugios.
Víctor
Stanton, llevaba los micrófonos.
Cuando
hubieron dado cuenta de la comida rápida en la sala de Victoria, comenzaron a
intercambiar planes y estrategias.
—Tendrías
que colarte solo una vez más en su casa —concluyó Víctor. Te indicaré dónde
convendría ubicar los micrófonos. No puedo interceptar su teléfono móvil,
porque usa equipos especiales. Nos ocuparemos de las cámaras,
—Pero ¿Y
si tiene esos sensores de micrófonos? Victoria aventuró su hipótesis.
—Pues
deberás abordarle desde otro ángulo.
—Yo creo
que localizar a alguno de los de Detroit, sería más productivo —Rose hizo
volutas de humo de su cigarrillo. Victoria, no tenía problemas con los
fumadores, no era una obsesiva de los ambientes limpios y solo quería que esa
noche saliera de allí algo concreto.
— ¿Acaso
tienes idea de lo peligrosos que son esos tipos? El gesto de pavor de Leo, no
dejó de sorprenderles. Era por todos sabido que Victoria le gustaba, pero
además, tenía razón.
—Solo
puedo decirles que, por ejemplo, en dos semanas, hay una fiesta de re-inauguración
de uno de los clubes, el más grande y que ha estado cerrado por
<<refacciones>> —anunció Rose, triunfante; su nariz sumergida en la
pantalla de su portátil. Es absolutamente necesaria la invitación. Dejó caer
los hombros, algo desanimada.
—No
puedo tocarle el timbre y decirle <<Hola, Lennox… ¿Por casualidad no te sobra
alguna entrada? O… ¿Tienes con quién ir a la fiesta de tu club? —la mueca de
Victoria, tampoco contribuyó a elevar el ánimo.
—Te dijo
Harry que buscaras sus puntos débiles—recordó Leo. Por lo que veo, este tipo es
un extraterrestre.
—No les
conté lo que he visto, aunque tal vez, no tenga ninguna importancia —Victoria
se sentó en el borde del sillón. Tiene las pupilas verticales como los
reptiles.
—<<Síndrome
de ojo de gato>>, la voz suave de Rose Biener, los dejó pasmados y
continuaron en silencio escuchando lo que seguramente seguiría. Al parecer, es
una anomalía cromosómica del par 22, que determina pupilas verticales, y otras
malformaciones renales, anales, cardíacas, esqueléticas, en la piel de las
orejas, retraso mental… o puede ser la única manifestación que se llama
<<coloboma>> de la pupila.
—Eso, no
nos lleva a ninguna parte. Lennox, hasta donde recuerdo, ha sido siempre muy
saludable y jamás he escuchado nada que permitiera sospechar que tuviera algún
problema. Creo que en todos los veranos en que lo he visto, jamás le he visto
enfermo —recordó Victoria.
—Por lo
que puede verse, tu <<pariente>> está <<cañón>>, rió
Rose.
—Sí
—admitió Victoria— es una pena que un hombre tan guapo, tenga ese carácter tan
horrible y esa mente retorcida… Les contó el episodio de la caja de la noche
anterior.
—Nos
estamos alejando del objetivo —refunfuñó Leo. No sé ustedes, pero tengo sueño y
mañana debo madrugar, así que propongo que esta noche y mañana, cada uno
pensemos algo y nos reunimos.
—Creo
que lo del club y un encuentro <<casual>> con él o trabar alguna
relación con uno de los de Detroit, o alguien que aporte datos, será la única
oportunidad —Víctor terminó de redondear.
—Ustedes
porque no arriesgan nada —la voz de Victoria sonaba tensa y algo aguda. No le
conocen. Puede ser un tipo cruel y ambivalente. Me demostró que no tiene el
menor interés en volverse a cruzar conmigo.
—Llamaré
a alguien para tratar de conseguir un pase —dijo Leo. El resto, corre por tu
cuenta. Eres la que más arriesgas, la cara visible, pero cobras más, no lo
olvides—Leo le guiñó un ojo.
Victoria
puso los ojos en blanco.
—En el
catastro —prosiguió Rose—figura como único propietario. Tal vez, en la oficina,
nos brinden alguna información.
— ¿Dónde
está ubicado el club? Victoria se sirvió café y volvió a sentarse. La vida
nocturna nunca había sido lo suyo.
—Aquí.
El dedo de Rose se posó en un mapa de su celular. Observa el barrio, querida.
Se nota que está en un sector muy selecto.
— ¿No
sería posible que alguien les denuncie por ruidos molestos y esperamos su
reacción?
— ¿Cómo
quién? Digo, el denunciante —Víctor parecía pensar con rapidez.
—No lo
sé, es algo que se me ocurrió. Hacerles enojar, obstruirles la re-inauguración,
que tuvieran una clausura y que se pongan nerviosos. Allí comenzarán a moverse
y se notará. Llamarán a cierta gente, no sé, imagino que harán jugadas
imprudentes, presionarán a ciertas personas… Victoria terminó de beberse el
café y se echó un mechón de pelo hacia atrás.
—Esa es
buena —se entusiasmó Leo. Además, se nota que te has quedado algo enojada con
el trato que el salvaje te ha dado ¿O me equivoco?
—La
verdad es que nunca esperé que me ladrara de la forma en que lo hizo y me
molestó. Además le ofrecí en su momento, un trato más que generoso y faltó poco
para que me arrojara escaleras abajo. Aunque preferí pensar que estaba pasando
por un momento difícil. Cuando le llevé la caja, se pasó tres pueblos.
—Bueno,
ahí tenemos una punta. Es una zona bastante residencial y aunque fuera
insonorizado, los autos que salen, entran, el movimiento típico de un lugar
como este, creo que alteraría al vecindario —Víctor los miró de uno en uno.
—Si no
podemos entrar, deberíamos grabar el ruido exterior —Rose era práctica. Esta
gente es muy celosa de sus invitados. No creo que podamos conseguir algún pase.
Podríamos generar una <<falsa riña de borrachos>> en la puerta, así
lo documentamos, la prensa estará allí y luego comenzarán las especulaciones y
trascendidos cuando les coloquen la faja de clausura.
—Conozco
un par de tipos que por dinero se pelearían dentro del mismísimo vaticano
—Víctor se entusiasmó.
—Mañana
terminamos —concluyó Victoria. Seleccionaremos lo mejor. Recuerden que no tengo
tiempo de elaborar algo demasiado complicado.
Victoria
durmió poco y al día siguiente, no tenía mejores ideas que el anterior. Sus
métodos, lo aceptaba, no eran de lo más éticos, pero, después de todo, se
trataba de mafiosos buscando expansión para lavar su dinero y sembrar la ciudad
con sus basuras, no había porqué tener tantas contemplaciones.
En
cuanto a Lennox, no parecía ser mejor que ellos. Hubiera sido más sencillo
aceptar lo que ella le había ofrecido en bandeja que asociarse con esa clase de
gente. Y menos riesgoso. Hasta donde sabía, siempre había vivido bien y esta
declinación de sus negocios, sería momentánea. Aunque, de caer la banda de
asociados, él no correría mejor suerte. Era el socio local, el dueño de los contactos,
el facilitador. En ese punto, no se sentía tan segura de permanecer indiferente
con alguien que, en realidad solo la había tratado con rudeza, con problemas y
que ella bien pudo acercarse al abogado y que él se encargara. Si era sincera,
quería hacerlo en persona, porque, porque…Lennox le gustaba. A su pesar, le
había gustado desde que era tan solo una niña y él un huraño adolescente que ni
caso le hacía o a lo sumo, le gruñía cuando le dirigía la palabra.
Pero, no
le había ocasionado ningún daño. Por el contrario, se había apartado
cuidadosamente a partir de la lectura del testamento.
Un
ramalazo de culpa rozó su mente. Lo empujaría a un sitio en el que no había
pensado. Hasta podría acabar en la cárcel. O algo peor. Tal vez sus socios
fueran de los que descargaran su furia con él y eso solo podía conducir a un
solo resultado. Trató de apartar imágenes de Lennox hallado en un callejón, el
traje caro empapado en sangre, el cabello negro caído sobre los ojos sin vida y
aquellas pupilas verticales resaltando en sus iris amarillentos, fijas y sin
brillo.
Sacudió
la cabeza. No empezaría con eso. Cuando llegara a aquel puente, vería. Tenía
que moverse con cautela y hacerse invisible a los ojos de él, para investigar a
sus espaldas.
Por
empezar, llegó hasta la zona donde se llevaría a cabo la re-inauguración del
club y estacionó el auto por breves minutos.
Este era
un edificio de magnitudes imponentes, aunque solo podían atisbarse a través de
las rejas de la entrada. Luego todo era un recinto amurallado. Se notaba que
había sido una mansión de estilo victoriano, con sus torres, escaleras y techos
en complicados encuentros. Un sistema de cámaras de vigilancia, hizo que
acelerara y pasara con los vidrios oscuros levantados. Era una calle de poco
tránsito y el sitio contaba en la calle con escasas propiedades similares. Por
lo demás, estaba rodeada por extensos jardines, y una entrada de autos que se
imaginó, circularían alrededor de una fuente, deteniéndose para dejar a los
invitados y continuar hasta el estacionamiento en la parte posterior de la
propiedad.
Era muy
poco probable que se pudiera montar una pelea en la calle, alejada como estaba
de la suntuosa entrada. Eso, estaba casi descartado. Maldijo en voz baja. El
tiempo corría y pocas opciones le quedaban.
Lo más
artero del mundo, sería alertar de un artefacto explosivo y provocar una
estampida en masa, y, aunque eso
agitaría el avispero, llamando la atención de la prensa apostada afuera,
nada indicaba que sería conveniente investigar el origen del dinero que
sostenía el gasto de la re- inauguración. Tal vez, enfocar la atención del
público sobre una autorización para funcionar ese tipo de establecimiento en un
barrio residencial, concretar algo así, podría ser más sencillo.
Había
descartado provocar un incendio. Estas cosas podían tornarse inmanejables y
ella no quería tener sobre su consciencia la vida de personas ajenas a sus
propósitos. Después de todo, se trataba de una investigación periodística, casi
lindero con la prensa policial, pero podía ser algo muy grande y este, solo el
comienzo.
Esa
mañana, sus socios, no aportaron nada nuevo. Estaba todo en gestión. Parecía
que los funcionarios que siempre habían atendido sus teléfonos, ahora, por
alguna razón eran inhallables.
— ¿Y si
me aparezco con una última caja? La voz de Victoria les sacó de sus tareas a
los otros tres.
—Se me
ocurre que le drogues y entran juntos al estacionamiento y que pase por estar
borracho… Rose suspiró frustrada. Olvídense, no bebe. Está blindado, chicos. Es
de otro planeta.
—A menos
que seas su talón de Aquiles —Víctor la miró por sobre su máquina.
—Necesitaría
seis meses, por lo menos —musitó Victoria. Ni utilizando hipnosis o perdiera la
memoria. Me detesta. No olviden que soy la única hija legítima del hombre que
ha odiado toda su vida…Mi oferta de cobrar esa inmensa cantidad de dinero, le
humilló y como es tan resentido, jamás lo olvidará.
—Narcisista
—gruñó Leo. Ya odio a este tipo.
—Acá
conseguí una lista de sus socios de Detroit —Rose retiró la hoja de la
impresora.
—Estos
nombres no me dicen nada.
—Tres de
los más peligrosos, por lo que pude ver. Vinculados con crímenes en su ciudad,
de los que han salido más limpios que antes. Son intocables.
—Buscaremos
la debilidad de ellos, entonces —Victoria observó los rostros. Aterradores, en
más de un sentido.
—Bueno
—sonrió Rose. Son divorciados, todos, gustan de las chicas, ya sabes. Las
facilonas y vulgares, tendrías que esforzarte con tu porte aristocrático,
querida. Rubias, de formas generosas —sacudió la cabeza. Engorda unos cinco
kilos, tíñete el cabello y cruza los dedos. La competencia es feroz.
—Sabes
que eso no es lo que hago —Victoria parecía molesta. Además, si me dejara caer
por allí esa noche, Lennox debe haber buscado mi perfil y estará al tanto que
ando husmeando. Hay que hacerlo de otra manera.
Con
desgano, Lennox levantó la tapa de la
caja con la punta de su zapato.
Se
agachó y la levantó colocándola sobre la mesa del café.
Dentro
había una pila de papeles doblados y fotografías.
Las
imágenes de su madre, en traje de noche, al pie de la enorme escalera,
sonriendo a la cámara. En París, tomada de su mano, por entones, de unos cinco
años, que, con ceño fruncido observaba al fotógrafo, seguramente Collin. Otra,
le mostraba en traje de graduación, su partida de nacimiento.
Estaba
seguro de tener el original en casa.
Cuando
la abrió y la leyó, se quedó frío. Su nombre estaba, casi al final, pero el nombre
de su madre no coincidía con la mujer a la que había considerado como tal todos
estos años. Donde debería figurar el nombre de su padre estaba en blanco.
Fue
raudo, hasta su estudio y abrió la caja fuerte hurgando entre los papeles.
La
partida de nacimiento rezaba Elaine Higgins. Comparó con el otro papel y el
nombre de la mujer era Mary Jane Thortorn.
Como
si de un cachorro se tratase, se habían cambiado los nombres de los
compradores, intercambiando, en este caso a las madres. El padre, obviamente un
desconocido sin datos. No solo era un bastardo, sino que, además había sido
vendido y adoptado o entregado en adopción. Genial.
Pateó
la tapa de la caja que había caído de nuevo al suelo.
Entregaría
la documentación a Davies y que investigara su verdadero origen.
A
ello, le siguió una ficha médica de un hospital en Faibanks, Alaska. Se hacía
mención a los controles que habían sido llevados a cabo durante un año y medio,
de ese niño que aparentemente había sido, de nombre Lennox Thortorn, que
padecía un síndrome llamado de <<ojos de gato>>. Al parecer, luego
de exhaustivos estudios, no le habían detectado ninguna otra malformación, por
lo que le otorgaban el alta y ese, parecía haber sido el momento en que Mary
Jane Thortorn había considerado oportuno desembarazarse de él. Al parecer, la
mujer quería asegurarse que entregaba mercancía sin daños, pensó con ácida
amargura.
Cuando
estaba por cerrar la caja, observó en el fondo, doblada, la hoja de un cuaderno
de espiral. Era un dibujo infantil. No hacía falta ser Winnicott para darse
cuenta lo que representaba.
Debajo
de la figura de un hombre de gran tamaño y aspecto amenazante, otorgado por
cejas pobladas, una mujer diminuta de cabellos oscuros le miraba, ella, puro
ojos marrones. Detrás apenas asomando a la altura de sus caderas, una cabecita
de cabello oscuro sin facciones visibles, antes bien, oscurecidas a fuerza de
borronear con los dedos para hacerla irreconocible. Así que esa era la historia
familiar de Victoria al lado o bajo la mirada de Collin, su padre biológico.
Apartó
la hoja de papel y la guardó en la caja fuerte. Necesitaba apenas unos datos
más y su querida <<hermanita>> estaría fuera de su radar, si
continuaba importunándole.
Apartó
esos papeles y procedió a sacar copias para el abogado. A esta altura, no
quería llevar ninguno de los tres apellidos que danzaban ante sus ojos y para
ello, solo quedaría satisfecho de poder elegir lo que le hiciera sentirse libre
de aquella forzosa orfandad por partida triple.
Al
día siguiente, dejó en la oficina del abogado la documentación. Robert Davies
no hizo mención alguna de la llamada que había recibido de él, hacía dos
noches. Aceptó encargarse del tema y manifestó no estar al tanto de nada.
—Yo
fui el abogado de Collin —aclaró. Lo relativo a su esposa que ya venía con un
hijo, ya no era de mi incumbencia. Solo gestioné para ti, el apellido Awbrey.
Creo que por entonces, ellos estaban recién casados y Collin hubiera aceptado
cualquier cosa, hasta adoptarte.
—Luego
que quede claro parte de mi origen, quisiera cambiar mi apellido. Pensaré alguno y te lo
diré, así haces las gestiones, Robert. El tono suave de su voz, era más
peligroso que sus explosiones de furia.
Fue
esa noche que recibió una llamada de un número privado. Pensando que era alguno
de sus socios, decidió atender.
Había
pasado el día reunido con ellos en el club, luego había ido al ayuntamiento
donde había tocado ciertas puertas y mantenido reuniones y, satisfecho había
regresado a su casa.
Entrenó
durante dos horas y estaba por irse a duchar cuando el móvil sonó.
—Soy
Victoria —la voz suave de ella tuvo la virtud de erizarle los pelos de la nuca.
Estaba sudado, cansado y ya quería dar por terminado el día.
—
¿Y ahora qué quieres? De mala manera le ladró al otro lado de la línea.
—Empezamos
con mal pie, Lennox. Creo que debí entregarte todo a través de Davies. Debes
haber tenido la sensación que fui a husmear a tu casa.
—
¿Acaso no fue así? ¿Te faltó averiguar algo? ¿Viste el contenido de la caja? ¿O
encontraste más información? Tal vez, con lo que ya sabes de mí, puedes hacer
una publicación de esas que tanto les gusta a los carroñeros.
—No,
mira, sé que no es de mi incumbencia, pero…estuve pensando que tal vez,
deberíamos reunirnos en algún lugar neutral para aclarar algunos puntos y luego
no volverás a verme.
—
¿Para qué querría reunirme contigo? No aceptaré chantajes para no publicar
cosas que hayas averiguado.
—No
es mi estilo.
—
¿Cuál es ese estilo? ¿Pasar por delante del Fénix y detenerte a espiar?
Victoria
se quedó sin habla.
—
¿Crees que no se nota cada automóvil que se detiene enfrente y el conductor
observa el interior, no se baja y luego arranca? Las cámaras hacen su trabajo,
Victoria y la gente que trabaja para mí, es profesional.
—Tenía
curiosidad. Corren rumores que estás por re-abrirlo en breve y todo el mundo
que importa querrá asistir. Eso era lo que quería hablar contigo. Mi jefe me ha
encargado que haga una nota de tu <<resurrección>> y obtenga una
entrevista con el dueño. Siempre has sido noticia, aunque no quieras dar entrevistas,
pensé que…
—Pensaste
mal, sigo sin dar entrevistas. No necesito publicidad, los socios no es lo que
buscan. Colgó si dudar.
Victoria
colgó lentamente. Sus compañeros escucharon la grabación completa, que había
colocado en una memoria.
No
sabía por qué, pero omitió proporcionarles el dato que esa noche se reuniría
con él.
—Mira,
Lennox —lo volvió a llamar a las dos horas—mi jefe está empeñado en lograr lo
de tu club como sea, y si yo no lo hago, enviará a mi colega y puedo asegurarte
que a ella no vas a sacártela de encima tan fácilmente como lo haces conmigo.
En realidad, me intrigas, pero, no estoy desesperada por saber cosas sobre ti,
porque las intuyo y creo que somos más cercanos de lo que te gustaría saber, y…
puedo ser piadosa con lo que sé, no te gustaría que salga a la luz. Esto, no es
un chantaje, es la descripción del panorama opcional.
Sopesó
la situación. Lo que la chica decía en parte era cierto. Conocía a las
reporteras ambiciosas, se habían colado en su cama en el pasado y pronto aprendió
a detectarlas. Con Victoria ese problema no existía. Para él, siempre sería la
niñata que se escondía detrás de un arbusto para espiarle. Con sorpresa
comprobó que eso parecía ser lo que se le daba bien a ella. Esconderse.
De
manera que aceptó encontrarse la noche siguiente para hablar en terreno
neutral, como había propuesto.
Los
socios ese día, estaban ansiosos. Cuanto menos demorara la apertura del nuevo
club, antes podrían marcharse de la ciudad. El socio local, les reportaría
millones y garantías. Y sin embargo, a cada paso, había alguien intentando
frenar la iniciativa con nuevas demandas.
Muy
temprano, su secretaria le anunció que estaba el encargado de algunas
regulaciones y tuvo que salir con los planos aprobados de la reforma, arrancando
de paso a Davies de su oficina.
De
camino, pensó que debería reemplazarlo por alguien más joven, ambicioso y tan
controlable como lo era él.
Tuvieron
que ir al club que a esa hora era un hervidero de operarios, gritos, corridas y
guiar al tipejo aquel del ayuntamiento por laberínticos pasillos,
demostrándole, una vez más, las salidas de emergencia, las obligatorias y
aquellas opcionales que a Lennox se le daban bien tanto en su cochera privada
como en su club.
Solo
que, el plano era falso. En realidad, como las mentiras que funcionan, estaba
cercano a la realidad, ofreciendo una vía alternativa de escape a una calle
lateral y tranquila. Pero, más abajo, en un nivel paralelo que desembocaba a
dos calles de allí.
No sería
la primera vez que hubieran de hacer huir a algún político famoso para evitar
ser sorprendido en actitudes comprometedoras.
Lo que
sucedía en Fénix era entre adultos y consentido, para Lennox, los límites eran
borrosos. No habían sido pocas las veces que tuvieron que hacer desaparecer rastros
de sustancias prohibidas, ese tipo de cosas, y, esos túneles secretos, le
permitían tener liberado el camino para cierto tipo de trámites. Construirlos,
en su momento, le había costado un montón de dinero adicional, pero los
operarios indocumentados sin conocimientos del idioma, habían sido depositados,
al terminar, nuevamente en sus playas de origen.
Es por
eso, que esta mañana, se hallaba tan irritado con el inoportuno funcionario
celoso de sus deberes ¿Acaso consideraban que era poco lo que gastaba en ellos?
Por un momento, le costó refrenar el impulso de estrellar la cabeza del tipo
contra la pared y arrojar el cuerpo a un vertedero y hacerlo cubrir con
cemento. No sería la primera vez y en esos momentos, de no ser por la recatada
presencia de Davies, lo habría hecho con gusto. Pensó que hacía nada, sintió el
impulso de hacerlo con Victoria y se sorprendió sabiendo que no podría llevarlo
a cabo, por alguna razón que se le escapaba y que no estaba bajo su control.
Decidió postergar el análisis de esto para dedicarse a lo que tenía entre
manos.
—Bueno,
esto parece ser suficiente —concluyó el hombrecito. Sucede, señor Awbrey que
queremos asegurarnos que todo esté en regla para evitarnos molestos reclamos.
Puedo asegurarle, en confianza, que si el establecimiento se encontrara situado
en otro barrio, algo más… comercial, usted me entiende, las cosas hubieran sido
más sencillas…
<<Y
más baratas también>> pensó con desagrado Lennox.
—No
queremos que los vecinos que son contribuyentes como usted, se sientan
perjudicados con este nuevo proyecto suyo.
El
rostro impávido de Lennox le miró como si se tratara de una cucaracha en
retirada.
—Bueno,
si ya ha finalizado, firme todas las constancias de inspección y entrégueselas
a mi abogado—finalizó con tono irritado.
Media
hora después de regreso en su oficina, tenía a los tres mafiosos instalados en
la misma.
Discutieron
por espacio de una hora.
Estaban
ante un tipo duro, como ellos y sin escrúpulos, de manera que se habían
ahorrado los buenos modales de entrada. Por más que el acento de él denotara
caras escuelas privadas, era tan salvaje y rufián como ellos.
Sabían
que andaba armado, que tenía un guardaespaldas casi invisible, tal vez, la
única persona en el mundo que se había acercado tanto a Lennox, aunque, ambos
eran conscientes, que todos perderían de malograrse el trato que tenían. Podían
manejar a estos enviados y asociarse, para evitar futuros desembarcos de otros
grupos, pero no iban a permitir su permanencia.
Cuando
se hubieron ido, Ray Simpson emergió de las sombras desde donde le gustaba
acechar.
—En
cuanto puedas, quítalos de en medio —susurró—nada bueno traen estos tipos acá.
Van a perjudicar la imagen del club.
Ray no
necesitaba permiso para hablarle.
—Ya lo
he pensado. En cuanto salde mi deuda, aunque me cueste una guerra. Si se ponen
difíciles, no esperaré tanto.
—Vas a
necesitar a tu gente, si las cosas se tuercen —puntualizó Ray.
—Ya lo
sé y estoy en eso. Cambiando de tema ¿Qué has podido averiguar de mi hermana?
—No lo
es—corrigió el otro, ceñudo. Piensas dejar de lado todo, cambiar el apellido y
te empeñas en recordar un parentesco inexistente. Creo saber por qué lo haces.
Reclinándose
en su sillón, Lennox le clavó los ojos.
— ¿Ahora
también eres psicólogo? ¿No crees que de niño me sometieron lo suficiente a
terapia?
—Deja
que te enuncie mi teoría, al menos.
—Si no
te dejara, igual irás largándola durante horas.
—Creo
que estás tratando de poner más distancia con la chica, y nada mejor que
llamándole <<hermana>>, cuando sabes perfectamente que no lo es, ni
tiene nada que ver contigo. Será que te gusta y eso no puedes permitírtelo. No,
con ella.
—Me
parece que no estuviste la noche que trajo la caja a mi casa.
—Claro
que estuve, lo escuché todo y el esfuerzo que hiciste para no echártele encima
y allí no podría decir si para estrangularla o tener sexo con ella.
—Viene a
ser casi lo mismo —susurró Lennox. No sería la primera mujer que muere en mis
brazos, literalmente.
—Eso
trata de tenerlo bajo control, Lennox. Ya sabes que si dejas salir a la bestia
que llevas dentro, los tipos de Detroit serán como personajes de cuentos para
niños.
—La
cuestión es que de ellos, me desharé de la única forma que conozco. No hay otra
solución.
—Vendrán
más, lo has dicho. La guerra es inevitable. No creo que tu plan funcione. No
podrás mantener alejados a otros tipos eliminando a estos.
—Estoy
en eso, te repito lo de hace un rato, que sigan creyendo que necesito su dinero
y lavaré para ellos, pero, afortunadamente, no es así. Solo quiero dar el ejemplo
de lo que le pasa a todo aquel que quiera venir a mi ciudad.
—
¿Cuándo vendrán ellos?
—Ya los
verás, bueno, si es que se dejan. Lennox sonrió y sus ojos de pupilas
verticales se achicaron hasta hacerse apenas dos rendijas de la que emergía el
fulgor amarillo de un felino.
—La
chica no se merece el final que puedas darle —la voz de Ray sonaba preocupada.
—Eso
depende de ella. Ha venido por mí y ahora tendrá que hacerse cargo de las
consecuencias. Si sabe lo que le conviene, esta noche se alejará y será la
última vez que nos veamos.
Victoria
se miró al espejo antes de apagar las luces de su departamento, mientras iba de
salida. Obviamente, no estaba en plan de seducir. Era trabajo y además con su
forzoso pariente. No sentía que tenía que agradarle. Solo se trataba de
convencerle para que al menos pudiera invocar en su informe las dudas sobre los
fondos para la remodelación del selecto club. Sabía perfectamente que no
aceptaría hablar del tema, pero tal vez, solo tal vez, admitiera que estaban
bajo estricto escrutiño de la oficina del Alcalde y eso, no sucedía todos los
días. Después, sus colegas, harían su magia, introduciéndose en las
aprobaciones de planos. Luego, un muro de concreto. Jamás en la historia de los
sobornos, existía prueba física alguna, solo suposiciones, la falta de
cumplimiento de ciertas regulaciones, que se hubieran <<pasado por
alto>>. Para ello, el equipo legal de su diario, lo tendría todo en
bandeja, y, con suerte, en un par de meses…BUM.
En
cuanto a la participación de la gente de Detroit…era otro cantar. Por más
riesgosa que hubieran sido sus investigaciones en el pasado, esto era otra
cosa. Eran peligrosos de verdad. No pensaba bucear en aguas tan profundas. Eso,
se lo había advertido a Harry esa misma tarde. Tal vez, a Lydia, eso no le
hubiera importado. Tenía que confesar que le costaba admitir que ciertos
riesgos, le intimidaban. Eso no era bueno en su especialidad, pero aquel rasgo
de carácter la había acompañado en sus veintitrés años de vida y ya no podría
modificarlos. El miedo, por lo general la paralizaba. Era de esas personas. No
optaba por huir y mucho menos atacar. La peor de las reacciones y eso, por más
años de terapia que llevara a cuestas, seguía allí.
Como si
toda su vida se la hubiera pasado detrás de los arbustos espiando, pero
dispuesta a no hacer nada más. Eso no había cambiado y, Lennox, tenía que ver
con ello.
Fue la
última vez que se habían visto, cuando aquellos veranos acabaron. Ella, tendría
seis años y él diez más. Estaba fumando sentado al borde de la piscina y su
pelo negro refulgía por las gotas de agua que aún persistían. Nunca le había
visto tan de cerca, en traje de baño. La cintura estrecha, una espalda que
algún día sería ancha y unos brazos que ya comenzaban a despuntar.
No pudo
huir, se quedó clavada allí, agazapada, cuando el chico, se plantó en tres
saltos y la arrastró por fuera del arbusto, tironeando de sus brazos. Ella
pataleó chillando, pero él le tapó la boca y con una sola de sus anchas manos
la continuó arrastrando hasta las cocheras de la gran casa.
Allí la
arrinconó contra la pared, había acercado su cara blanca de ira, con aquellos
ojos extraños a escasos centímetros de los suyos y le advirtió, en tono muy
bajo, suave como un gruñido, que si le sorprendía espiándole, le ahogaría en la
piscina y la hallarían flotando, como el gato muerto, que había aparecido días
atrás.
Recordaba
el espanto que le acometió, ya que Philippe, había aparecido, flotando en el
agua. Cuando le quitaron de allí, el animal tenía el cuello roto.
Ella
estaba segura que había sido él. Había coincidido con las vacaciones invernales
y estaba en la casa. Todo el mundo sabía que Lennox odiaba a los gatos y a
Philippe en particular. No quedaban claros los motivos, pero, ella pensaba que,
los causantes de ese odio, eran esos extraños ojos suyos que tanto tenían que
ver con los del animal. No podían saber que en la escuela le decían que su
padre había sido el gato familiar que embarazó a su madre y cosas por el
estilo.
Sacudió
la cabeza, para alejar los malos recuerdos de aquella vez. La reprimenda que le
dieron por estar toda sucia de tierra, sus brazos magullados, y las piernas
cubiertas por arañazos. Jamás diría la verdad, porque temía que antes de
ahogarla cuando nadie oyera sus gritos, Lennox le había advertido, le cortaría
la lengua por chivata.
Se
prometió mostrarse segura de sí misma y no dejarse intimidar. El psicólogo le
había sugerido que no intentara embaucar a un psicópata, si es que acaso Lennox
lo fuera, por las dudas, que no se expusiera inútilmente. Por eso, no
intentaría llevar las cosas al extremo. Si se sentía amenazado, no dudaría en
hacer algo extremo, de eso, estaba segura.
Cuando
llegó al restaurante en el que él la citó por el móvil, lo divisó en el fondo
del lugar. Desde allí se observaban las puertas y a la totalidad de los
comensales, así como estaban cerca del pasillo que iba hacia los baños y la
cocina.
Vestido
con un traje negro, una corbata del mismo tono y una camisa blanca, Lennox
parecía absorto en la carta del lugar.
No hizo
ademán de levantarse cuando ella se acercó, y el mozo tuvo que retirar la silla
donde Victoria se ubicó.
—Fui
puntual —aclaró ella. Sentía la necesidad de afirmarlo, insegura y se odió por
eso.
—Eres la
interesada, así que es lo menos que puedes hacer. Lennox apartó los ojos del
menú y la observó sin expresión.
—Primero,
podríamos comer algo y luego tratamos el tema ¿Te parece? La voz de ella,
trataba de ser conciliadora.
—Dame tu
teléfono —la mano de él cruzó el espacio que los separaba, la palma hacia
arriba, esperando.
Ella se
lo entregó, dócil.
—No
traigo micrófonos ocultos, Lennox.
—Eso lo
veremos después —susurró él.
— ¿Cómo
dices? Victoria se irguió en su silla. En ese momento, el mozo se acercó para
que hicieran el pedido.
Lennox
apenas comió algo, acompañando con agua mineral. Victoria se decidió por la
lasagna y una copa de vino tinto.
—Bueno,
comamos primero, ya que se nota que estás necesitándolo —Lennox bebió de su
copa y escarbó con el tenedor la langosta a la que había abierto expertamente.
Victoria,
observaba fascinada la pericia de sus manos, cuando procedió a partir el cuerpo
del crustáceo, seguido por las patas con el cascanueces, produciendo un
crujido, escarbando el remanente con el extremo de una espátula delgada,
retornado al resto del cuerpo, terminando de partirlo, echando jugo de limón,
sin manteca en cada trozo que se introdujo en su boca cincelada.
A la
joven no se le escapaba la habilidad con la que partía los diferentes segmentos
de las patas, le recordó a las películas cuando le cortaban los dedos a los
cautivos de un secuestro, los crujidos de pronto, habían tenido la capacidad de
remitirle a verdaderos huesos. Apenas observó la expresión concentrada de su
rostro, con la que se disponía a terminar en escasos minutos con el cuerpo del
animal, devorado lentamente y sin cubiertos. Cómo secó su boca, antes de
proceder a utilizar el lienzo húmedo para terminar la higiene.
Entornó
los párpados, como si ya estuviera satisfecho.
—Prefiero
venir a un sitio sencillo para comer langosta —la voz de Lennox se había
tornado casi un ronroneo. En los lugares de lujo, la sirven lista para
consumir, y yo evito que nadie toque lo que me llevaré a la boca ya cocinado y…
siento un extraño placer en descuartizarla con mis manos —sonrió y la miró.
A ella
le produjo cierta aprensión, como si nada fuera dejado al azar por Lennox
Awbrey quien ahora bebía lentamente de su copa y secando sus labios después.
Notó
que, a su vez, él observaba su boca y pensó que tendría salsa de la lasagna,
por lo que volvió a secarse con la servilleta.
—Es la
primera vez que comemos juntos —observó la joven como para ir entrando en
materia.
—La
última —la voz de él, no se oía irritada ni nerviosa. Era una afirmación.
Aunque, si hubiera una próxima, también sería bajo mis propios términos.
El mozo
retiró los platos y volvió a entregarles el menú.
—No como
postres —aclaró él. Tú pide lo que quieras.
Ella se
decidió por un helado de limón y él pidió un café.
—Bueno,
el objetivo de la nota —decidió abordar el tema directamente—es investigar cómo
has logrado una re-inauguración tan compleja, en un sitio residencial que, sin
dudas vulnerará la tranquilidad del lugar.
—Y la
financiación, imagino.
—Eso,
creo que no va a ser materia de discusión, Lennox.
— ¿Te
gustaría recorrerlo? De pronto él, decidía, conducirla al sitio sin mediar
ninguna explicación.
—Si no
me arrojas en algún pozo, me encantaría —confesó ella. Jamás pensó que él sería
tan directo.
—No
puedes olvidarte de la piscina y del gato. Fue una afirmación.
—La
verdad es que ha constituido un trauma infantil, Lennox. Si hubiera dicho algo
en ese entonces…
—Me
hubieran internado, seguramente —sonrió levemente. Hoy, estarías temblando cada
vez que alguien llama a tu puerta.
—O, me
hubiera librado del fantasma que has representado todo este tiempo.
—En
cambio, te paralizaste y preferiste guardar silencio porque me temías.
—Te
equivocas, idiota. La voz de ella sonó más fuerte de lo que hubiera querido.
Sabía que eso te perjudicaría muchísimo con lo cruel que podía ser Collin y
decidí callarme y aguantar lo que vino después.
Él la
observó callado. Sus ojos recorrieron su cara, volvieron a quedarse detenidos
en sus labios y sonrió.
— ¡Ay,
Victoria! Siempre has sido tan buena…Bueno… ¿Vienes o no?
Salieron
al frío de la madrugada. El auto de Lennox estaba a tres calles de allí.
Anduvieron
un buen rato, todavía ella no estaba segura de no estarse metiendo en la boca
del lobo. Casi literalmente. Después de todo ¿Ella no había presionado por una
entrevista? ¿Podía olvidar el gato flotando? ¿Los tipos de Detroit?
Se
detuvieron frente al edificio del Fénix.
Lennox
sacó unas llaves del bolsillo y el gran portón de obra se abrió sin hacer
ruido. Le cedió el paso.
Recorrieron
el espacio blanqueado de cal y cemento hasta la escalinata. Otra puerta, esta
con una combinación electrónica. Al parecer, no había personal de guardia.
Genial.
Encendió
las luces del hall central, enorme que terminaba en dos escaleras sinuosas e
interminables, el olor a humedad típico de las obras en construcción.
—Esto no
puede llegar a estar listo en dos semanas —reflexionó Victoria.
—Ten
cuidado donde pones los pies —le advirtió Lennox, cuando comenzaron a subir los
peldaños.
— ¿Cómo
está diseñado? Quiso saber ella, sin perder de vista la mareante espiral que
parecía no tener fin, la planta baja cada vez más lejana y la baranda que
comenzaba a flaquear, dándole una ligera sensación de vértigo que iba en
aumento.
—Estás
recorriendo el plano a pie —susurró él sonriente. Es lo mejor.
—Imagino
que habrá ascensores —Victorias notó que empezaba a cansarse del ascenso.
Lennox
rió. En realidad, solo hay <<descensores>>.
— ¿Y eso
qué es?
—Opciones
rápidas de escape.
Tragó
saliva. Se atisbaba el pasillo que vino a buscarlos, casi coincidiendo con el
fin de las barandas que se esfumaron ni bien terminaron de pisar el último
escalón. Respiró aliviada.
El
pasillo infinito flanqueado de innumerables puertas.
—Parece
un hotel —algo decepcionada, Victoria todavía necesitaba aire.
—Sí, de
afuera lo parece —concedió Lennox.
— ¿Y por
dentro?
—Lo que
te imaginas y así seguirá siendo.
—No veo
la gracia de una visita guiada por el dueño y solo superficial.
Él no
respondió. Abrió la puerta del final, donde había otra escalera más que daba a
una puerta.
Al abrirla,
la terraza salió a su encuentro.
Una
terraza donde el viento arreciaba por momentos. Sin advertirlo, habrían subido
al menos tres pisos.
—Tres
pisos, máximo —dijo Lennox como leyendo su pensamiento. No hay autorización
para más en esta zona. De cierta manera, recreo las escaleras de Penrose.
— ¿Qué
habrá aquí? Victoria no se animaba a despegarse de la pared porque no había
barandas de ninguna clase y el vértigo comenzó de nuevo a estrujarle la boca
del estómago, creando una sensación de vacío.
— ¿Para
qué llegamos hasta aquí si no vas a admirar la vista? Lennox extendió un brazo,
invitándola a acercarse al borde.
—En
realidad, he venido a saber algo para hacer un informe, no veo cómo el paisaje
nocturno y un puñado de luces puede…
En dos
saltos, casi sin darle posibilidad de sostenerse del marco de la puerta, el
hombre la arrastró hacia el borde, tomándola de la cintura y precipitándose tan
cerca del fin del piso que ella creyó que la soltaría. En realidad, estaba
segura.
—Quiero
que experimentes el vértigo, hermanita —susurró Lennox.
Ella sin
quererlo y sin desearlo se aferró a los brazos de Lennox, pero él la maniató
soltándolos y dándole la vuelta, la sostuvo por los brazos e hizo ademán de
arrojarle al vacío.
—Así de
cerca estás —le advirtió. Si de lo que
escribas sugiera algo más de lo que ves, esto te parecerá una noche romántica, al
lado de lo que harán contigo mis socios, si yo lo permito. Así que ya empieza
con las preguntas, y de acuerdo a lo que me parezca, iré aflojando mi presión y
no podré detener tu caída. Como un adelanto, la soltó de uno de los brazos y
ella no pudo evitar gritar. El viento, se llevó su voz que se perdió en el
silencio que sobrevino luego de la caprichosa ráfaga.
— ¿Cómo
has logrado reflotar el negocio, luego de la estrepitosa caída de tus acciones
en la bolsa el último semestre?
Sí, ella
había tocado el tema tabú. Aquello de lo que nunca se hablaría y, sin embargo,
por algún motivo desconocido, era lo primero que saltó a su embotada mente.
Sintió
una vez más que su brazo izquierdo era soltado y medio cuerpo oscilo en el vacío.
El viento la envolvió sacudiendo y
enredándole el pelo alrededor de la cara. Manoteando en el vacío, ella trató de
girarse apartándose del borde, pero la férrea mano de Lennox la sostenía del
otro brazo.
—Próxima
pregunta, solo una chance, Victoria. Tienes solo este brazo.
—
¿Revisaste el contenido de la caja? Cerró los ojos. Los latidos del corazón le
impedían escuchar los ruidos externos, se habían instalado como un zumbido en
ambos oídos. Decidió que su último acto sobre la tierra, no sería propio de la
cobardía y la parálisis con los que había convivido toda su vida, casi toda.
Desde la advertencia del gato flotando. En breve, sería ella flotando en el
vacío y luego… nada ¿Es que acaso no era así como pasaba? La negrura final,
como cualquier muerte, suponía.
Lennox soltó el brazo restante y ella dio un
alarido, para sentir cómo la aferraba por la cintura nuevamente. Le oyó jadear
en su oído y luego mordisquearle el lóbulo de la oreja. Por un momento, pensó
que era como un endemoniado coreógrafo que, cuando todo parecía indicar que la
soltaría, dejándola caer, a último momento, una mano en su espalda o un brazo
en torno a su cintura detenían la caída inevitable.
La alejó
del borde, lo suficiente como para darle la vuelta y tomarle del pelo con
brusquedad, causándole daño mientras mordía su boca con avidez casi animal.
Sintió la rodilla de él separando sus muslos y deseó clavarle las uñas que no
tenía, en aquel rostro inexpresivo de mirada glacial, un manipulador en toda
regla.
Maldiciendo
entre dientes él, tratando de zafarse ella, balbuceando insultos, intentaba
golpearle donde fuera.
Pronto
advirtió lo inútil de su tarea y se sintió caer en el suelo pedregoso que se
incrustó en sus rodillas y piernas.
Lennox
le dio la espalada y se acomodó el pantalón impecable. Volvió a acercarse y la
levantó de un tirón.
—Hablaremos
en mis términos, ahora. La empujó fuera de la terraza.
La
arrastró por la escalera rumbo al pasillo que habían dejado atrás.
Eligió
una de las puertas cerradas y la abrió, pateándola.
Tiró de
ella hasta que cayó sobre la alfombra.
Encendió
la luz, una tenue tulipa en alguna parte. Le indicó un sillón de cuero en el
que ella se desplomó. Lennox, se dirigió a una barra que había estado oculta y
le sirvió algo en un vaso tallado.
Fuego
puro. Victoria no estaba acostumbrada a eso y tosió mientras sentía que la
garganta le ardía.
—En
verdad no querrás conocer a mis socios.
Era la
primera vez que lo admitía.
De otro
de sus saltos felinos, casi intangibles, se acercó hasta ella, le arrancó el
vaso y a continuación lo hizo con la ropa.
—Sin
micrófonos, buena chica —sonrió.
Ella
tratando de cubrirse con los restos que caían desgajados, casi inútilmente.
—
¿Podrás darme algo para cubrirme, si crees que salga de aquí alguna maldita
vez?
—Déjame
ver qué hay. Ha pasado bastante de mi última vista a este cuarto.
Ella no
quiso saber detalles, ni qué habría sucedido con la desdichada que le habría
acompañado.
—Otra
vez pensando mal de mí —se burló él, como si leyera su pensamiento. Subió
voluntariamente pero… bueno, también se mostró demasiado curiosa y no tuvo tu
suerte.
— ¿La
mataste?
—No, se
soltó, se encogió de hombros. Al parecer, no soportó la idea de que no amo ni
me enamoro, ni me apego ni nada. Cada mujer… siempre fantasea con ser la que te
cambiará.
— ¿Sabes
que estás enfermo, Lennox?
—Sí,
imagino que nadie emerge del infierno de Collin totalmente cuerdo…
—Esa no
es excusa —ella parecía irritada. Si fuera por eso, debería haberme sumergido
en las pastillas y todo eso. Pero… eres más débil de lo que suponía.
Ahora lo
había desafiado. Y eso desencadenó destellos de los ojos de pupila hendida. No
podía descubrir la verdad, pero tal vez, un día lo haría, de la peor forma.
Lennox
sacudió la cabeza, como evitando sucumbir a alguna tentación oculta.
—Sí,
pero eso no tiene que ver con Collin, solamente. Sabes, desconozco mi origen
pero imagino que no hay nada sano ahí, de manera que poco pueda decirte para tu
informe que sea publicable, me refiero—mentía.
— No
creo que no sepas nada, Lennox ¿Por qué de una vez no lo sueltas y ya?
— ¿Para
que mañana salga en todos los portales de la red? Además dije
<<publicable>>. No, gracias.
— Si tan
temible eres ¿Por qué no te sacudes a tus socios? La voz de ella ahora sonaba
algo irónica.
—Lo haré
a su debido tiempo, Victoria. Antes, debo poner en orden ciertas cosas y creo
que tendremos que dar por terminada la entrevista. Por cierto, de esto, nada.
Te irán a buscar, te repito.
— ¿Y
para qué me trajiste hasta aquí?
—Porque
pensaba que, tal vez me hicieras perder el control de tal forma que haría que saltaras
en la terraza y nada pasó. Bueno, solo un poco de juego de hermanos, rió con
expresión lujuriosa.
—Eso no
fue un juego de hermanos, y ni por asomo compartimos una mínima partícula de
sangre, por suerte —advirtió ella. Además te importó mantener cierto control.
No me engaño. Pude sentirte retorciéndote como luchando contra algo, tus
músculos en tensión hablan por ti,
Lennox. Eso me recordó al día de la cochera, peleas contra algo que temes.
—Tienes
razón, al menos no despertaste lo que suponía, así que la bestia no sintió
necesidad de salir.
— ¿Es
literal eso?
— ¿Crees
en eso? ¿En posesiones? ¿En Mr. Hyde? ¿En personalidades alternativas?
—No sé.
Al que llevaban al psiquiatra era a ti, no a mí, Lennox. Ahora, en serio… ¿Por
qué habrías preferido asociarte con estos tipos (resaltó el potencial), antes
que aceptar la condición de Collin?
—Por lo
visto, ignoras quién ha sido tu padre, Victoria. La fortuna que ha logrado, su
financiación inicial, no la hizo en base a ser un <<self made
man>>. Eso, si no contamos que el miserable dispuso de parte de la
fortuna de mi madre…
—Razón
de más para aceptar, te lo debía.
—No
quise nada de él, a ver si de una vez lo entiendes. Mejor ser socio del mismo
diablo que recibir algo de ese monstruo.
—Necesito
algo, de verdad, Lennox. Al menos, que pueda ilustrar el interior de tu club,
en parte al menos, que pueda soslayar el esfuerzo para financiarte, el logro de
renacer, como el fénix al que hace mención el nombre… Sé que no necesitas
propaganda, pero es el trabajo que me han encomendado y…
—No me
gusta que me repitan las cosas. El tono de voz de él denotaba cansancio e
irritación. Comenzó a salir del club a grandes zancadas. A ella le costaba
seguirlo.
—
¿Adónde vamos?
—A
cierto sitio que quiero mostrarte, antes que olvides parte de lo que has visto.
No sabía
por qué le seguía si estaba claro que nada lograría. Se felicitó por no haber
contado nada a sus colegas de aquella reunión.
Cuando
Lennox detuvo el auto frente a una casa enorme en las afueras de la ciudad, a
ella se le ocurrió pensar que tal vez sería otro club, algo diferente.
Cuando
ingresaron, utilizando una llave magnética, el interior, estaba lleno de gente.
Música atronadora, luces estroboscópicas, una enorme barra, un sector VIP,
palcos y privados como en un inmenso laberinto. Atentas y voluptuosas
camareras. Lennox se detuvo varias veces a intercambiar fugaces saludos. Por lo
que Victoria pudo apreciar, era conocido por casi todos y las mujeres, en
especial, le destinaban miradas ansiosas e interesadas.
Se
internó por un pasillo hasta detenerse en una puerta que abrió con una clave
numérica.
Las
paredes del recinto estaban cubiertas por vidrios por los que se apreciaba cada
rincón del club, además de inmensos paneles con monitores de video vigilancia.
Desde el
exterior, hubiera sido imposible apreciar lo que sucedía en el interior.
Tres
hombres sentados en sillones de cuero, con botellas medio vacías, conversaban
animadamente.
En
cuanto le vieron guardaron un silencio expectante.
Victoria
había observado que ella vestía sencillamente para aquel sitio, con lo que
había podido hallar en el Fénix, comparada con las mujeres que se regalaban a
sí mismas, con vestidos lujosos y sofisticados, antes que para otros. Leo las
hubiera definido como <<hembras majestuosas>>, así que no temió
despertar nada y pasar desapercibida. Se imaginó que serían los famosos hombres
de Detroit. No sabía qué demonios se proponía el sádico aquel de Lennox.
Con solo
dos palabras, él desalojó un par de féminas, que estirando sus mínimos vestidos
se alejaron riendo por el pasillo.
El humo
de cigarrillo tampoco le molestó. La música, una continua y sorda decadencia
electrónica, la tranquilizó.
Lennox
hizo las presentaciones, omitiendo decir que era periodista. Solo la describió
como su <<hermana>>.
— ¿Sabes
que han estado fisgoneando en el Fénix? Uno de los hombres se dirigió a él, sin
preámbulos.
—Ya me
he ocupado de eso —aseguró sirviéndose una copa. Victoria negó con la cabeza.
Pueden hablar delante de ella, es familia y socia, agregó.
Ella
tragó saliva y se tambaleó ¿Es que acaso estaba loco? Sí, pero ¿Qué se
proponía? ¿Involucrarle? Eso parecía claro.
—Quién
lo diría —comentó uno de ellos. Tiene aspecto de niña de colegio caro.
—Las
apariencias engañan. Recién llegamos del Fénix. La terraza le pareció lo más
prometedor del lugar.
— ¿Ha
visto los cuartos?
Lennox
sonrió.
—En
realidad, ella me ha dado algunas ideas que hasta esta noche no habían surgido.
— Deja
que ella hable, Awbrey.
Victoria
tomó aire y se ubicó en un sitio casi en penumbras en una esquina del enorme
recinto.
Se
aclaró la garganta.
—Me ha
fascinado la terraza, especialmente y por eso, le propuse a mi hermano que como
los socios no estarán al tanto, sería interesante arrojarlos al vacío, por
sorpresa, algo especial para las
mujeres, sobre todo.
Se
miraron enarcando las cejas. Uno de ellos rió.
—Pero,
mi querida…
—Victoria,
y no soy tu querida. Le pertenezco a Lennox —sonrió seductoramente, acercándose
al cuerpo de él.
—Había
pensado disponer una red al estilo de los mejores circos, en todo el perímetro
del edificio. Acabo de comprobar que la adrenalina y la excitación que provoca
la caída, es muy estimulante. Hicimos un simulacro con Lennox y puedo
asegurarles, que me mojé. Así que… una pena tener que venir aquí, porque
hubiéramos terminado en una de las habitaciones. Pero, los negocios, primero.
Se hizo
el silencio hasta que uno de ellos, rompió en una carcajada soez.
—Con lo
serio que parecías, ya sabía que tenías tu costado perverso. Brindo por tu
hermosa hermana. Lástima que no puedas regalarme una visita privada…
—O tal
vez sí —aventuró ella mirando fijamente a Lennox. Cuando inauguremos, te
prometo acompañarte. Mi hermano estará ocupado haciendo de anfitrión.
No pudo
dejar de observar los ojos fijos en ella de Lennox, pero no hubiera podido
descifrar el significado de aquella mirada.
Cuando
una hora más tarde se marcharon de allí, Lennox guardó silencio hasta que ella
se giró en el asiento.
— ¿Crees
que los haya convencido?
—No veo
qué has logrado con eso.
—Que
vale la pena quedarse y jugar. Esa noche, ya te desharás de uno, cuando la red
desaparezca. Te hago ese favor y te quedarán dos para acabarlos. Te liberas de
tu deuda, de ellos y yo puedo escribir algunas cosas.
— ¿Fue cierto que te mojaste en la terraza?
—Sí.
Creo que padezco de parafilia. Al principio, pensé que del miedo, me había
orinado, pero luego sentí una excitación que me es familiar y ya no tuve dudas.
—Tu
padre se sentiría orgulloso de su hija.
—No sé.
Todo le parecía poco a Collin. Mi madre sufrió bastante por sus abusos y por
protegerme, tuvo una vida bastante penosa.
— ¿Te
mantuviste al margen completamente?
—No. A
la distancia, como ya te he dicho, me enteraba de lo que pasaba allí adentro.
Cuando enfermó, estuve en su habitación un par de veces. Sonrió en la
oscuridad.
— ¿Para
qué? ¿Querías comprobar que sufría?
—No solo
eso —admitió. Esas veces, estaba algo enojada y manipulé algo en sus goteos
endovenosos. Digamos que suprimí los analgésicos por un tiempo. Los reemplacé,
hasta que las enfermeras se dieron cuenta. Otra noche, le coloqué un par de
auriculares y le hice escuchar heavy metal por dos horas, a fondo, la cinta de
embalar es útil para silenciar a los ancianos rebeldes.
—Estoy
impresionado —Lennox sonrió. Creo que eso de trabajar juntos, me está gustando.
—Tú me
ayudas, yo te ayudo. Aunque, no —sacudió la cabeza como si emergiera lentamente
de una pesadilla—yo no soy así. Señaló hacia atrás como si los de Detroit
permanecieran al pasado. No soy lo que dije, y menos lo que les has dicho. Te
preguntarán por qué, de entrada, no les has dicho que soy tu socia.
—Nosotros
ahora, mal que te pese, estamos en esto —afirmó Lennox. No dejarán que te
salgas y no lo harás.
—Digamos
que es una manera sutil de controlarme —de pronto, todo quedó claro.
—Es
<<esto>> o tener que matarte. Se tocó el costado del saco del
impecable traje.
—No
percibí que estuvieras armado —recordó cuando la tuvo apretada contra su cuerpo
balanceándola sobre el vacío.
—No,
entonces, no —dijo Lennox. Pero, mientras tú te dejabas absorber por la
atmósfera tóxica de mi despacho, tomé mi arma y la coloqué justo aquí. Se abrió
el costado del saco y en su cintura, ahora brillaba apenas el metal de una
pistola. Supe que ni bien saliéramos de allí, recuperarías tu forma habitual.
Victoria
sabía que hablaba en serio. Pensó en su grupo de trabajo ¿Qué podría decirles
de esa noche y cómo los mantendría apartados? Ahora sabía que estaría en la
inauguración, debía estar y había prometido una noche a uno de los tres. Cerró
los ojos al borde del pánico.
Lennox
detuvo el vehículo frente a su edificio.
—Por
empezar, deberemos mudarte —anunció. Si realmente tuviera una hermana, jamás
permitiría que viviera en una ratonera. Miró con desprecio el antiguo edificio
del barrio de clase media. No entiendo qué has hecho con el dinero de Collin,
no me hubieran dado los segundos para salir huyendo de este sitio. Frunció la
nariz.
A ella
eso la hirió. Quizá más profundamente que todo lo sucedido en esa noche eterna
que había volcado de campana su vida. Conocía a casi todos sus sencillos
vecinos que la habían asistido en sus malos momentos, como si hubieran sido de
su familia y ella había estado para ellos. Deseó poder golpear a Lennox, pero
se contuvo. No sabía cómo respondería y supo con certeza que le temía. Siempre
había sido así. Y el gato flotando en la piscina, reapareció ante los ojos de
la mente.
—En
cuanto a tus colaboradores —la voz de él sonó fría e impersonal—tendrás que prescindir
de ellos. No podré por ahora, ocuparme de cada uno.
— ¿Cómo
crees que va a poder ser posible? Ya empezamos a trabajar en tu caso y ¿Qué les
voy a decir? ¿Que me has amenazado?
—Lo que
quieras, menos eso. Tienes consciencia y sus muertes te pesarían tanto que no
saldrías de eso.
—Déjalos
en paz, Lennox.
— ¿Me
estás amenazando? Se acercó más a ella y pudo sentir el olor que emanaba su
cuerpo. Humo de cigarrillo, y algo más sutil que no pudo definir. Atisbó en las
penumbras del auto, un brillo que emanaba de sus ojos de gato, una visión
pasajera fugaz, como un mal sueño de unas garras, asiéndola por los hombros, la
boca del felino abierta en su cuello, la hizo retroceder hasta chocar su cabeza
contra el vidrio de la ventana.
Lennox
la observó con curiosidad. Pero enseguida se rehízo.
—Encárgate
de tenerlos entretenidos en las tonteras legales con las que seguro iniciarán
la investigación, le dijo. Envíalos a ver a Rollo Strauss. No les digas que te
lo he dicho. Él va a encargarse de todo. Quedarán satisfechos y tu
investigación conjunta, lamento decirlo, quedará desarticulada; pero al menos,
seguirán con vida ¿Tenemos un trato?
— ¿Y la
historia que podría contar? Me refiero a lo de anoche.
—Ten
paciencia y tal vez, solo tal vez, cuando esto acabe según mis planes, serás
libre de contar lo que quieras. Hasta podrás llevar excavadoras en busca de
cuerpos al Fénix, sonrió. Le acarició la mejilla con el dorso de dos dedos en
forma ascendente, luego sacudió la cabeza y le susurró: Victoria, eres
demasiado buena. Tu nombre se asocia con triunfo pero con puritanismo y eso es
una lástima.
Ella
salió del auto, sin aguardar nada más. Ya tenía suficiente.
Eran
casi las cuatro de la mañana cuando se acostó. Se había duchado antes porque le
parecía oler a sexo, pero de una forma perversa, que la rebajaba, sin haberlo
tenido, en realidad. La sensación de haber descendido a un submundo vicioso y
degradante le daba náuseas. No es que se considerara virtuosa. No era una
pacata. Pero aquello a lo que se había asomado, la abrumaba. Era como un abismo
al que se había asomado y así había sido, literalmente. Recordó el viento, el
vacío y la sensación acuciante de su sexo y eso la aterró. Tendría que pasar
los siguientes días con aquel ser fuera de toda ley, de todo sentimiento humano
decente y cuerdo. Eso, le daba miedo. Se había sentido en cierto momento, casi
igual a él. Era cierto, había caído bajo el dominio de aquellos tipos y había
sentido la necesidad de demostrar que era peor o igual a ellos. Síndrome de
Estocolmo, quiso tranquilizarse. O, eran los que le mostraban quién y cómo era
en realidad, una legítima hija de Collin Awbrey.
A la
mañana siguiente, después de dos cafés cargados, esperó frente a la puerta de
la oficina que solían usar para trabajar. Sentía acidez y decidió comer lo que
hubiera a mano, así fueran las espantosas donuts de Víctor.
Les
expuso la idea de contactar a alguien del ayuntamiento, un tal Rollo Strauss.
— ¿De
dónde lo has sacado? ¿Tienes idea de quién es? Rose parecía asombrada. Parece
que le has sacado provecho a tu noche, la miró con suspicacia.
— ¿A qué
te refieres?
— ¿Te
has mirado en el espejo? Rose Biener podía ser demasiado perspicaz o su cara
mostraba signos evidentes de… se giró y buscó un espejo en la mochila.
Se quedó
sin respiración cuando vio las ojeras, la palidez y el pelo revuelto que ni
siquiera se había acordado de aplacar antes de salir. Había dormido apenas y no
dudó en tomar un ansiolítico. En mal momento, porque tenía los sentidos algo
embotados y le hubiera gustado tenderse sobre la alfombra raída de la entrada
para echarse una siesta.
—Necesito
comer algo y poner las ideas en orden —anunció, tomando una, de las apestosas
donuts de Víctor.
—Si te
dan asco ¿Es eso lo que quieres comer ahora? Parecía sorprendido.
—
¿Alguien puede convidarme unas tostadas de pan integral untadas con humus? Les
miró tratando de recuperar su dominio.
Víctor
hizo un gesto con la mano, dándole paso hacia el envoltorio de las rechonchas y
chorreantes estructuras. No se le ocurría describirlas de otra forma. Frunció
la nariz ¿Cómo podían engullir eso?
Apenas
dio un mordisco, la grasa o lo que fuera impregnó su paladar y salió corriendo
al baño a vomitar. La bilis acudió presurosa y decidió recuperar completamente
la dirección de aquello que se estaba yendo al garete, si no reaccionaba a
tiempo. Maldito fuera Lennox.
Salió
del baño, luego de enjuagarse la boca y les dio los datos del tal Strauss.
—Es el
número dos —Rose volvía a retomar lo que se había interrumpido y todavía no
cuentas de dónde lo has sacado.
Tomó
aire con fuerza. Tenía que inventar algo y rápido o de lo contrario la sagaz
mujer la destriparía con su infalible olfato para las mentiras. Cuando iba a
hablar, Rose gritó: ¡Viste a tu hermano!
Guardó
silencio y asintió. Ya estaba, tal vez ahora fuera más fácil.
—Me
pidió reserva y pienso respetar eso —la voz le salió firme y decidida como
estaba a cerrar la cuestión, siguió enunciando: Solo esto puedo decir: desea
que le dejemos en paz, y, para que todo este asunto se aclare, si queremos salir
de toda duda, me facilitó el contacto de este hombre que nos recibirá y nos
dejará husmear todo lo que queramos.
— ¿Lo de
los socios fantasmas también?
—Eso no
lo admitió, pero está dispuesto a que vaya a la inauguración, explore lo que
desee, aquí mintió sobre cuán extensa podría ser su investigación, y luego que
escriba lo que quiera. Se trataba de ganar tiempo. Darles<<algo que
entretuviera>> su insaciable curiosidad.
—No veo
porqué debes ajustarte estrictamente a sus condiciones, por más familia que
sea. En realidad, hasta donde sabemos, ustedes dos, no han cruzado ni diez
palabras en toda su vida, o nos has mentido todo este tiempo —Leo intervino por
primera vez. No le debes nada. El perceptivo Leo. Pensar que hubo un día en que
pensó que entre ellos, podría haber química…
—Es la
verdad —porfió. Pero, si algo he conocido de Lennox Awbrey, es que me conviene
mantenerme lo más lejos posible, pero no quiero dejarle el caso a Lydia.
— ¿Es
esto o nada? Leo parecía no conformarse ¿Desde cuándo has aceptado condiciones
en todos los trabajos que hemos hecho? Parecía decepcionado. O, debemos pensar
que hay algo que no nos estás diciendo.
— ¿Qué
quieren que diga?
—La
verdad, para variar, Rose frunció el ceño. Esto no es serio. No podemos
permitir que nuestro investigado te diga a quién debes ver o a quien no. Es
inaceptable y porque me respeto como periodista, me niego a hacerlo. Lo haremos
a nuestra manera. Iremos con Strauss, obviamente, pero seguiremos nuestro
estilo de trabajo. Si no es así, dile al jefe que, por mi parte, me abro. O se
lo digo yo y los motivos. Estás escondiendo información y deberías apartarte
para darle el caso a Lydia o hacer según tu instinto.
Entonces,
Victoria, se sentó en su butaca y habló. Cuando hubo terminado el silencio se
apoderó de la estancia. Así de raras y serias eran las cosas. No tanto raras,
pero sí alarmantes. Todos tenían familia, menos ella, así que anunció que
seguiría sola.
—Si esto
termina con la verdad saliendo a la luz, les incluiré en los créditos, pero, si
debo ocultar o alterar el informe, asumiré las consecuencias, pero no puedo
permitir que ninguno salga muerto de esto o alguien que les importe. Como
entenderán, no voy a ir a la policía porque también algunos, pertenecen a la
nómina de Lennox y no sabremos nunca quiénes son. No hay por dónde cortar.
Hasta donde llega la corrupción es imposible de saberlo.
— ¿Vas a
contarle al jefe? Leo la observaba inquisitivo.
—Ni
hablar. Si Lennox se entera que les he contado lo que sé… bueno, sería otra de
sus chicas que sale volando por la dichosa terraza.
— ¿En
serio le crees capaz de ello? Rose la miraba con gesto preocupado.
—Absolutamente.
Anoche no jugaba. Algo pasó que mencionó una transformación que no había estado
presente, en ese momento, no entendí y la cuestión es que no me arrojó al
vacío, pero en un momento sentí que era eso exactamente lo que quería hacer. No
sé qué otras formas de hacerme desaparecer tenga, pero no voy a arriesgarles a
ustedes. Él tiene razón, no podría vivir con eso.
—Te está
manipulando, por si no lo notaste —Leo parecía furioso. No aceptaba ser
apartado, así, sin más.
—Sí,
Leo, claro que lo he notado —su voz denotaba fastidio. Diez palabras o no, en
casa, se hablaba de él. Tengo el dudoso privilegio de haber tenido ambos mundos
para disponer de información de Lennox Awbrey. En uno, era en el que se
comentaba sus avances con el psiquiatra, o sus planes para que no se notara su
existencia y en el otro, se comentaban los macabros hallazgos de sus andadas,
sus peleas por la ropa que había que reparar o la sangre que no salía con
facilidad, sus animales muertos colgando de las patas, cabeza abajo en las
puertas de las habitaciones de sus padres y los golpes de Collin. Los gritos,
bueno, las peleas… era imposible sustraerme de ellas.
—Debes
haber vivido un infierno. Sobre todo cuando su madre descubrió que eras la hija
de su marido con alguien del servicio.
— Eso,
ardió toda la noche y dio como resultado que me adoptara—recordó Victoria.
—Pero él
usa el apellido paterno, también.
—Sí,
pero él vino con su primera esposa y lo adoptó, pero lo desheredó.
—Vaya
cabrón —reflexionó Víctor.
— ¿A
quién te refieres? Victoria le miró sin pestañear.
—Al
padre, por supuesto.
Ella
ladeó la cabeza dudando, pero no dijo nada.
—Bueno,
de todos modos, no hemos llegado a nada —Rose miró su móvil.
—Haremos
lo del tipo este… Strauss —enunció Victoria. Yo permaneceré inactiva esperando
a que Lennox me contacte. Esta vez les mantendré al tanto de lo que vaya
surgiendo.
—Yo, si
no tienen inconvenientes, buscaré algunos nombres de mujeres vinculadas con él
—Leo se levantó y nadie se opuso.
—Si no
me convoca para entonces ¿Les parece que nos reunamos después de cenar en mi
casa? Propuso Rose. Mi marido esta noche juega a las cartas y suele llegar
tarde y tu casa, miró a Victoria, no es un sitio seguro.
Todos
estuvieron de acuerdo.
Al
llegar a su piso, Lennox se quitó la ropa y arrojándola en un canasto, se
sumergió en la ducha y luego en el jacuzzi.
Se
sirvió un whisky y lo llevó a la mesa al lado de la cama. Jamás probaba el
alcohol, pero siempre podía hacerlo.
Esperaba
poder dormir. Era tarde para llamar a alguna mujer y pronto amanecería.
Pero dio
vueltas en la penumbra de su dormitorio y ya casi amanecía cuando se levantó,
fue al gimnasio, donde sudó el alcohol que había ingerido la pasada noche, se
volvió a duchar y desayunó antes de salir para su oficina.
Ray lo
esperaba parado al lado del auto. De un vistazo, se dio cuenta de la noche que
había pasado su jefe.
—
¿Adónde vamos?
Quiero
ir a ver un piso cerca de aquí que está a la venta —la voz de Lennox sonó algo
ronca.
—
¿Quieres tenerla cerca?
—No demasiado,
pero sí lo suficiente.
—
¿Dijeron algo tus socios?
—Les
gustó. Creen que es como ellos. cuando se transformó en un bicho lascivo bajo
sus ojos.
—Te
preguntarán por qué no figura en el título de propiedad del Fénix.
—Eso puedo
arreglarlo. Como casi familia, habría acciones conjuntas o ella haberse negado,
por Collin, a participar de hecho, en el negocio. Los asuntos familiares, no
creo que les quiten el sueño. Son cuidadosos con el que figura como
propietario, lo demás es secundario.
—No te
confíes.
—No,
Ray. Conozco cómo camina la cabeza de esta gente. Ahora mismo están pensando en
recuperar su inversión y están apurados aguardando la re-inauguración. Lo que
pase en el medio…mientras los políticos y la ley estén amañados, todo estará
bien.
— ¿Y
cómo piensas convencerla para que abandone su vecindario?
Lennox
no contestó, se limitó a mirar la pantalla de su móvil, hasta llegar al
edificio de su empresa.
Strauss,
les facilitó el acceso a los planos y les proporcionó toda la información
pertinente. No les sorprendió la actitud del hombre. Parecía estar esperándoles
y les recibió de inmediato y les cedió un espacio para consultar todas las
carpetas y archivos que solicitaron.
En la
oficina, rastrearon a las mujeres que habían salido con Lennox. Tarea nada
fácil que puso a prueba la pericia de Leo.
—En los
últimos años, ha salido con incontables mujeres —suspiró cansado. Solo dos han
tenido una muerte que puede llamarse <<sospechosa>>. Una, se ahogó
en las costas de las Seychelles, en un viaje de placer, supuestamente ya que
sabemos cómo se puede mover el dinero en algunas zonas. Y tengo la impresión
que Lennox Awbrey no hace nada sin un propósito definido. El rescate del cuerpo
solo demostró que la mujer se ahogó, sin señales de lucha o golpes ya que fue
hallada casi de inmediato. No había drogas o demasiado alcohol en sangre. Estaba
en una fiesta a bordo y nadie se percató de ninguna pelea previa hasta que se
arrojó por la borda.
— ¿Cómo,
acaso saltó? Se quedaron sorprendidos.
—Solo
tendría que averiguar si tenía algún antecedente de depresión o algo por el
estilo. Así —hizo un gesto con la mano. De golpe, ya no estaba. Ah y un
detalle, estaba desnuda. Completamente.
—Así que
lo más probable es que estuvieran en el camarote de él y nadie sabe qué habría
pasado.
—Si
había música, sexo, alcohol, alguna substancia y ruido ¿Quién se habría
percatado si discutieron?… Victoria parecía pensativa.
—Puede
ser, pero es raro. Saltar por la borda después de una pelea… Víctor meneó la
cabeza.
—No
estaba embarazada —agregó Leo. Digo, porque a veces uno puede perder la cabeza.
—
¿Tienes experiencia en eso? Rose le miró achicando los ojos.
—No
personalmente, pero a veces las mujeres reaccionan de forma desesperada, si el
padre no quiere hacerse cargo.
—Pero no
es el caso de esta chica —Victoria se encogió de hombros, por la autopsia,
aclaró sin necesidad.
—La
otra, es más extraño, saltó por el balcón de un piso de un amigo de Lennox.
También estaban en una reunión y en las mismas circunstancias. Sin mediar
peleas, ni gritos, ni sustancias y todos la vieron impulsarse por la baranda y
saltar. Estaba vestida, por cierto. Ambas eran muy atractivas, hermosas chicas…
—Bueno,
Rose se miró las uñas, debemos creer que tu hermano tiene un extraño efecto
sobre las mujeres.
— ¿Qué
te hace pensar eso? Victoria entornó los ojos. Tal vez le atraigan las mujeres
mentalmente inestables. Dos en tanta cantidad como dicen, puede ser una
coincidencia.
—No lo
es, afirmó Leo, rotundo. No de la misma forma. Algo está sucediendo aquí y que
no lo sepamos, no significa que nada extraño suceda y solo sea una mera
<<coincidencia>>. Solo puedo decirte, Victoria que tengas cuidado
con él. Creo que debes estar más que atenta, no solo los tipos de Detroit
pueden ser letales. Como si ella no les hubiera advertido —se recordó molesta.
— ¿Sabes
si siendo menor de edad tuvo algún incidente grave y haya un expediente
cerrado? Rose, golpeaba sus dientes con un lápiz, pensativa.
—Victoria
negó con la cabeza. No tengo ni idea.
— ¿Cuál
era el diagnóstico de los psiquiatras? Leo la miró por encima de sus gafas.
—Nunca
se comentó, por lo menos delante de mí. Solo mi madre, me advirtió que me fuera
lo más rápido de la casa, aun siendo ya la segunda esposa de Collin. Siempre
pensé que era por él, que siempre fue muy violento y yo le temía, pero jamás me
tocó. Ahora que pienso, puede haber sido en relación a Lennox. Tampoco les conté del gato flotante.
—Unos
minutos después, el grupo estalló en comentarios y exclamaciones de todo tipo.
— ¡No
puedo creer que no hayas dicho nada! Rose parecía indignada ¡Eso es bullyng! Y
ya puedo imaginarme el trauma que te ha dejado.
—No le
dije a nadie porque temía que me pasara lo mismo que al gato —se defendió ella.
Nadie le quería en la casa, pero, por alguna razón, Collin seguía tolerándole
los veranos hasta que terminó la universidad. Ese fue el último que volvió por
la casa. Me fui ni bien terminé, pero pasaron varios años, antes de poder
marcharme.
No les
dijo que esos veranos que pasó en la casa silenciosa, extrañaba la errática
figura de Lennox, escurriéndose como una sombra, entre los árboles que daban al
lago. Echaba de menos sus ojos tan raros, tan escrutadores, hasta su gesto
despectivo con ella, una cría que corría a esconderse ni bien le veía.
Ahora
esa casa estaba alquilada y ella seguía viviendo en su piso de siempre. Recordó
el comentario despectivo de Lennox la noche anterior. Sabía que, después de
reunirse en el club, tendría que mudarse. En caso contrario, la falsedad de su
actuación se pondría en evidencia. Suspirando supo que eso sería una prioridad.
Como si
le hubiese leído el pensamiento, la pantalla de su móvil se iluminó y vio que
era Lennox.
La citó
en una calle cerca de su casa, frente a un edificio.
—Debo
irme y tendré cuidado —anunció antes que el grupo comenzara con las
recomendaciones.
Cuando
llegó, había anochecido. Sus compañeros, decidieron continuar el día siguiente.
El tema se agotaba en un callejón sin salida y el hermano parecía blindado. Ni
una multa de tránsito. Estaban acostumbrados a la frustración, las personas que
son un fraude ambulante, esconden sus flaquezas bajo múltiples capas de
mentiras y verdades. Jamás queda completamente claro dónde acaban unas y
comienzan otras.
— ¿Qué
hay? Victoria, miró hacia el edificio.
—Tu
nueva casa —le dijo Lennox dándole una llave computarizada.
—
¿La pagaré yo?
—No, la
sociedad que conformamos recientemente, se encargó de ello.
Entraron
en silencio por la cochera subterránea. El frente era refinado pero nada
ostentoso, materiales de calidad y buen gusto en el diseño.
— ¿Eso
incluye dinero de Detroit?
—Te dije
que la sociedad que conformamos, ellos son un paquete aparte, en realidad, me
pertenecen —lo dijo tranquilamente, mientras abría la puerta del ascensor
marcando una serie de números.
— ¿Cómo
es eso? ¿Acaso no son tus acreedores?
—Eso es
lo que ellos piensan, pero no vine a hablar de ellos, ahora.
—Y
siempre ha de hablarse de lo que tú quieres, imagino.
—Quedarme
callado me hace mejor y creo que para ti lo sería también.
—En mi oficio,
es difícil —comenzó a irritarse.
El
ascensor se detuvo ante una puerta de cristal y accedieron a un espacioso hall
que desembocaba en un salón luminoso revestido por paneles de vidrio que daban
al cielo de la ciudad. Esa zona cara, evitaba que algo se interpusiera en la
trayectoria de las miradas, hacia el vacío más definido que ella jamás viera,
algo similar al de él, pero de mayores dimensiones, pensó. Habría costado una
fortuna y apenas estaba amoblado con lo básico.
—Compartiremos
el abogado, si no tienes inconveniente. Después de todo, quedó claro que
trabajaremos así.
—Espera
un poco. Yo no llegué hasta este punto para que nos asociáramos o nos vinculáramos
de cualquier manera, solo es una nota de investigación, un informe que cuando
entregue, ya no habrá motivo alguno para que sigamos en contacto. Recuerda
quién soy, Lennox. Una usurpadora, el objeto de rechazo, repudio, intimidación,
sujeta al terror por el maldito gato. La niña a la que hiciste eso, ha
desaparecido aunque a veces, aparezca y hace que te odie hasta desear matarte y
patear tu cadáver. Lo que me has hecho, quiero que lo pagues hasta el último
día de tu miserable vida. Jadeó sin aire.
—Sin
embargo allá arriba, me pareció sentir otra cosa —susurró él señalando la
terraza. Deja que te muestre tu casa.
—Gracias,
pero puedo recorrerla sola.
—No será
lo mismo, puedo asegurarlo.
—Quiero
que sepas que esta madrugada, comencé a escribir —anunció ella. Nada de lo que
digas, podrá hacer que cambie de idea, ahora más que nunca. Mis compañeros,
andan erráticos como has exigido, para mantenerlos vivos. Tienes razón se han
extraviado entre todas tus capas de supervivencia y engaño, pero, yo soy la que
conoce el hilo conductor. La que me llevará hasta tu centro y la muerte de esas
chicas, hasta que el último de tus crímenes quede expuesto. No sentía seguridad
que lo que decía fuera del todo cierto. El tema de las chicas…
—Aquí
tienes una consola con las cámaras de vigilancia —continuó como si no le
hubiese escuchado. Los muebles llegarán mañana. Para los de Detroit, estás
mudándote con dudas, porque eres muy… apegada.
— ¿Pero
es que acaso no estás escuchándome? Victoria ardía de furia.
—Sí,
creo que intentarás vengarte y todo eso. No parecía impresionado, al contrario,
lucía una sonrisa radiante y perfecta, desprovista de malicia. Sus extraños
ojos, se achicaron con abandono.
Casi
podía oírle ronronear, como si de un enorme gato se tratase. Pero no se dejaría
engañar. Sabía que, cuando se lo proponía, Lennox podía ser encantador, y
conseguir lo que quisiera, hasta que…
—Ellas
se arrojaron solas, tú no las empujaste. No las forzaste a hacerlo, tartamudeó.
No sé cómo lo haces, pero puedo sentirlo, lo sentí allí arriba. Por un momento,
ahora lo recuerdo, sentí ganas de saltar, a pesar de estar aterrorizada y
excitada, el vacío me atraía. En cambio, tú te empeñabas en retenerme. Estoy
segura de lo que sentí. Frunció el ceño.
—No era
yo, era él, no te engañes, hermanita, dentro mío llevo <<algo>>,
que es lo que produce los impulsos destructivos.
— ¡No soy
tu puta hermana! Gruñó ella entre dientes.
—Tiene
más morbo para ellos y para mí… Bueno, vamos, si no quieres seguir conociendo
tu nueva casa…
—Pediré
un taxi.
—Casi es
de noche y no es seguro que andes por la ciudad tú sola, déjame llevarte hasta
el piso donde vives.
—He
dicho que no. Tanteó la puerta de salida y el cristal se había oscurecido por
dentro, haciendo imposible visualizar el ascensor.
—
¿Quieres abrirme? La voz le temblaba.
Lennox
se acercó por detrás y tomándola por la cintura la desplazó levemente.
—No
tengas miedo, el gato estaba muerto cuando tocó el agua. Lo encontré entre las
plantas y lo arrojé a la piscina. Por lo visto, surtió efecto. Eres una
sobreviviente y odias lo suficiente. Creo que, después de todo, no somos tan
distintos —susurró en su oído y ella sintió erizarse el vello de sus muslos.
Era una sensación placentera, un reflejo, analizó. Solo una respuesta animal a
un roce cualquiera.
— ¿Y las
chicas?
— ¿Qué
hay con ellas? Él retrocedió, molesto.
— ¿Saltaron
o las indujiste de alguna forma?
—Eso, es
más difícil, no de explicar, sino de entender, Victoria. Tregua. Te muestro tu
casa y otro día te explico. Debo irme para tomar un vuelo a Detroit en media
hora. Acabo de intentar decirte lo que me ocurre. Algo que se apodera de mí y
mi voluntad no puede contra eso.
— ¿No
tenías que abordar un avión? ¿No debes someterte como todos los mortales a los
trámites del aeropuerto?
Sonrió
de costado.
—Voy en
el avión de ellos. Jamás pisarían el mío.
—
¿Tienes uno?
—Dos, en
realidad. Pero los uso para distintas actividades. No movería el mío para
transportar tres cadáveres.
Ella
palideció.
— ¿Qué
quieres decir? Victoria sintió frío y calor. Esto estaba llegando demasiado
lejos.
— Eres
periodista —se quejó él. Deberías saber que esta mañana llegando de un viaje de
Las Vegas, tuvieron un percance que…no acabó bien.
—No
importa a cuantos mates, vendrán más —le miró con fiereza.
—Pensé
que te alegraría saber que la vida de los malos también es efímera…cándidamente
la observó, mientras se mordía el labio inferior.
— ¿Cómo
sucedió?
—Sabes
que la ruta es algo monótona, tal vez se durmieron. Habían estado de juerga
toda la noche y bueno… habrá que esperar los resultados forenses ¿No te parece?
Lo menos que pude hacer fue retirar los cuerpos, cosa que ya hizo mi abogado y
devolver sus restos a Detroit.
—Todo el
mundo sabrá que estaban vinculados contigo, de alguna manera.
—No es
ningún misterio, habían pasado la noche en uno de mis hoteles —se encogió de
hombros.
—No te entiendo.
Necesitas dinero para reflotar un club y tienes un hotel, dos aviones y… aunque
dijiste que no lo precisas, el dinero, jamás sobra, Lennox.
—Tengo más
de lo que necesito, realmente. Pero quería sacarme de encima a esta gente.
Vamos.
De
camino al piso de Victoria le explicó.
—Ellos
se presentaron hace tres meses en mi despacho y quisieron manejar la ampliación
del club, y apoderarse de ciertas vertientes del negocio. Eso no podía
permitirlo. La ciudad es mía, así que hice correr el rumor que estaba en
dificultades económicas. De manera, que el perjudicado sería yo que me he
quedado sin aportantes. Ellos ahora se enterarán que en realidad no acepto
extorsiones, y resuelvo a mi manera ciertas cuestiones. No niego que al
principio, pensé en llevarlo a cabo, a través de intermediarios, pero eso,
olería a una guerra que no estoy dispuesto a permitir. El Fénix es un lugar
enclavado en una zona de bajo riesgo criminal y no podía permitir una vulgar
guerra de pandillas.
—Creo
que me estoy enterando de ciertas cosas que preferiría no saber, aunque ya es
algo tarde, y eso me hace pensar que debo estar en tu lista de pendientes.
Muertos ellos, ya solo queda una nota de sociales con la re-inauguración, pero
poco más.
—En
realidad, no puedes ir a la policía y contarles nada de lo que he dicho, porque
he estado visible en todo momento, y si bien es cierto que ellos se hospedaron
en mi hotel, yo tengo testigos que he permanecido en la ciudad todo el tiempo.
— ¿Cómo
lo has hecho?
—Yo no
hice nada. Ya llegamos. Mañana, podemos salir a cenar en plan nuevos socios y
te cuento lo que me entere al llegar a Detroit. Luego decidimos si vas a
incluirlo en tu informe.
— ¿Qué
hay con la deuda que tienes con ellos?
—No me
dieron nada. Querían, claro que querían darme el dinero, pero no lo usé y se
los envié de regreso a su hotel aquí. Ya sabes que no andan con transferencias
bancarias. Así que estoy llevándolo, junto con sus cuerpos.
—Creo
que con este nuevo giro, se terminaría nuestra relación, Lennox. Ya puedes
disponer del piso que compraste y…
—La
sociedad lo hizo y ya no hay vuelta atrás.
— ¿Por
qué quieres ahora que esté cerca de ti, cuando todo el tiempo intentaste
dejarme fuera? No entiendo.
—Vendrán
más peligros, puedo verlos y será mejor que estemos preparados.
Ya a
solas, su mente era un torbellino de interrogantes, dudas y sospechas. Haberse
acercado a Lennox Awbrey, había sido pésima idea. Ahora se sentía atrapada en
su tela de araña y temía que solo hubiese una forma de salir y no era buena.
Amaneció
lloviendo y en la oficina, reinaba un clima denso y de muy alto voltaje, como
si fuera a llover con electricidad de fondo. La animación y entusiasmo de días
atrás ante la perspectiva de ciertos hallazgos se diluían ahora con la
desaparición física de los tres de Detroit, el dinero y cualquier vinculación
que hubiera podido haber con Lennox Awbrey. El informe había ido a parar a la
papelera, un montón de tiempo desperdiciado.
La noche
loca que había tenido lugar, ahora parecía una pesadilla brumosa y con más
dudas que certezas.
El
hombre en el que se había convertido Lennox era un ser trastornado, con
demasiadas caras ocultas o versiones peligrosas de una personalidad que era
atractiva para las mujeres que, como ella, parecían enamorarse del lado oscuro
de los hombres.
Harry
estaba detrás de otra nota, y parecía haberse enfocado sin pérdida de tiempo.
Esta vez, era el turno de Lydia Evans.
Victoria
abonó escrupulosamente las horas trabajadas por su equipo y se dedicó a mudarse.
Sus vecinos se mostraron felices por su cambio, más que merecido para una hija
tan ignorada por un padre desalmado. Iba siendo hora que disfrutara de todo
aquello por lo que había padecido en su infancia y parte de adolescencia.
Ese día,
no tuvo noticias de Lennox y no llamó para concertar su cena de nuevos socios,
como había anunciado.
Ni esa
noche ni ninguna otra en dos meses.
Paulatinamente,
su vida continuó con sus carriles habituales. Había perdido todo contacto con
él y no iba a tratar de buscarle. Había tenido suficiente con acercarse a su
peligroso mundo y ahora dormía mejor por la noche. Pudo retomar un par de
investigaciones que tuvieron cierta resonancia y aquel piso enorme y desierto,
parecía ser el único testigo de su misteriosa sociedad. Tampoco acudió a la
re-inauguración del Fénix y eso le supo, a cierta decepción. En el fondo,
esperaba una invitación por su parte y no fue así. Se enteró por los portales
de noticias, que había sido todo un éxito. Por lo que pudo averiguar
discretamente, nada indicaba que los forasteros, hubieran vuelto a aparecer.
Las imágenes mostraban a un Lennox Awbrey
sonriente, con una rubia explosiva colgada de su brazo. La noche había sido un
éxito y una vez más, el Fénix renacía.
Ella
conoció por entonces a Rollo Strauss, el número dos del alcalde. Lo que comenzó
con ciertos requerimientos de material se transformó en una invitación a cenar
y luego más. Parecía un dedicado funcionario y parecía increíble que figurara
en la nómina de Lennox Awbrey.
Posiblemente,
estuviera jugando con fuego, pero, por una vez, decidió dejarse llevar.
Al cabo
de unos dos meses, el hombre la invitó al Fénix ¿Tenía que ser justamente allí?
No quería ver a Lennox ni de perfil.
Trató de
negarse y Rollo insistía cada vez más vehementemente.
— ¿A qué
tanto interés?
Los ojos
de él, recorrieron con avidez y lujuria su cuerpo.
—Soy
socio de allí, honorario, claro, pero necesito que lo disfrutemos juntos. Ya no
me interesa ir solo. Cada vez, me gustas más y lo quiero todo de ti.
Era
apuesto y parecía un tipo decente, a pesar de sus <<deslices
éticos>> como funcionario ¿Quién no los tenía? ¿Acaso ella no había
planteado en el grupo, desde generar escándalos frente al Fénix hasta una
amenaza de incendio? Eso tampoco era ético y solo considerarlo, la acercaba
bastante a Rollo y su invitación.
— ¿Qué
es exactamente lo que hay allí, que tanto te seduce?
—Podemos
ser como en realidad somos, Victoria.
— ¿Y
cómo se supone que somos? ¿Acaso estuviste fingiendo cosas que no eres?
—No, es
que soy como soy y siento que necesito más.
—Los
tríos no me van, desde ya te aclaro ni disciplina ni nada de eso.
—Solo
acompáñame y dejémonos llevar, por favor.
—No me
gusta que el club pertenezca a Lennox Awbrey. Por si no lo sabías él y yo…
—No son
nada, Victoria. Ya me lo ha explicado todo. Además está en trámite de cambiarse
el apellido paterno y eso te aliviará saberlo.
—Pareces
conocerlo bastante —ella le observó con la suspicacia propia de su oficio.
—Nuestros
caminos se juntan y se separan periódicamente y tenemos gustos parecidos, en
ciertas cosas. A ambos nos gusta vivir bien y privarnos de poco. Pero, eso no
me transforma en un depravado, te aclaro, que serás quien lleve la voz cantante
en esto. Si te sientes incómoda, lo dejamos y listo. Amigos.
<<Amigos>>,
pensó ella ¿Así era como quedaba Rollo con las mujeres que no querían dejarse
llevar? Pero, era una mujer adulta, tenía que acercarse a la experiencia, sabía
qué era lo que quería y necesitaba, así que, sería quien pusiera los límites, o
eso esperaba.
La noche
que entraron al Fénix, estaba fría, más que de costumbre. Parecía que el hielo
sobre el que se asentaba el magnífico edificio era del color del azabache.
<<Hielo negro>>, le extrañó porque nunca había visto ese fenómeno
óptico.
Por
encima del techo se elevaba en hierro como una flecha hacia el cielo oscuro
cubierto por nubes, el pájaro mítico, apenas iluminado por momentos, con
acierto, de forma discreta, seguramente para no perturbar el equilibrio del
vecindario. Pensó, no sin curiosidad, si Lennox no sería ese Fénix, de alguna
forma, aunque ella no hubiera detectado demasiados indicios de renacimiento en
su ajetreada y riesgosa vida, o lo poco que conocía de ella.
Rollo
apretó su brazo y eso la trajo de nuevo al mundo real.
Había
mirado para todos lados en su búsqueda, pero no tendría por qué estar cada
noche haciendo de anfitrión, imaginó.
Se
encaminaron a la dichosa escalera. Pensó que tendría oportunidad de conocer el
interior de alguna de sus numerosas habitaciones. No se hacía ilusiones sobre
lo que allí habría. Era un club de sexo para adultos. La discoteca que
funcionaba en el salón de la planta baja era para ir entrando en clima, pero,
al parecer, Rollo sabía bien lo que quería y por los saludos aquí y allá que prodigaba,
supo que era un habitué. Eso le disgustó. No conocía demasiado al hombre, pero
le había parecido alguien bien relacionado, pero no un maníaco del sexo.
Esperaba no tener que salir corriendo como una ridícula pacata.
Entraron
en una habitación que de entrada le pareció extremadamente lujosa. Una enorme
piscina de agua caliente bajo una cúpula de vidrio, en el centro de la
habitación. Se le antojó como un gran caldero donde le cocinarían y trató de
sacudir las imágenes de la mente.
Rollo la
guió, tomándola por un codo hacia la barra que estaba en una de las paredes
laterales.
—
¿Quieres champagne?
Aceptó
gustosa, acercándose al enorme ventanal sin cortinas que daba a los jardines y
observó que del techo colgaban carámbanos negros. Se alcanzaba entre la niebla
que comenzaba a alzarse, una laguna donde aún se podía ver algún cisne en la
orilla o eso le pareció.
Las
personas deambulaban por algunas pérgolas vidriadas y copa en mano, se
acercaban unas a otras y se dedicaban a entregarse a alguna música que estaría
sonando en el interior de las estructuras. Cuerpos que se meneaban, ondulaban,
parecían reír, intercambiarse, rozarse para darse las manos y desaparecer en la
oscuridad de los jardines cubiertos de hielo.
Se giró
cuando sintió el contacto de Rollo a sus espaldas.
Levantó
la copa y apuró la burbujeante bebida. Él no le quitaba los ojos de encima.
—No te
he dicho lo bien que te queda ese vestido —sonaba sincero.
Victoria
sonrió, pero siempre había desconfiado de los elogios. Pidió una segunda copa.
—Tal vez
primero debamos cenar algo, luego disfrutaremos de la piscina.
Pidieron
algo caro y liviano, ubicado centralmente en un plato. Cocina de autor. Un
sabor algo picante adormeció su lengua por un momento y se apoderó de su
garganta.
—Necesito
agua —pidió.
Él le
sirvió de una botella de vidrio azul. Le pareció que las mejillas le ardían.
—No te
dije que el estilo, es algo fuerte —pido disculpas. Contrito, se puso una mano
en el pecho y sonrió con timidez. Se supone que es afrodisíaco.
Una vez
que degustaron una espuma dulce de sabor, algo extraño, rociado con un baño de
cognac, Rollo la condujo a un pequeño salón para que se desnudara.
Cuando
hubo cerrado la puerta, observó su imagen reflejada en el espejo. La música de
fondo suave, envolvente, había estado por todos lados, en cada rincón de la
espaciosa habitación. Colocó su vestido en el radiador tibio y retiró un
toallón gris y afelpado con un pájaro negro grabado y se envolvió con él
recatadamente.
Del otro
lado de la puerta oyó voces y pensó que sería el personal retirando la cena que
habían consumido al lado de una especie de brasero de hierro del que salían
llamas, sentados a una pequeña mesa.
Habían
hablado poco y Rollo parecía ausente. Ella imaginó que estaría inseguro de cómo
reaccionaría ella cuando él avanzara con lo que sea tuviera planeado
obsequiarla esa noche.
Usó una
toalla pequeña para secarse el sudor del rostro. El ardor de la comida, todavía
persistía en su boca y los labios eran ahora quienes hormigueaban.
Cuando
abrió la puerta, él estaba en una camilla boca abajo, desnudo y untado en
aceite, mientras una mujer le daba masajes. Parecía ser una profesional y
seriamente se dedicaba a lo suyo. Solo tenía colocada una tanga mínima y sus
pechos se balanceaban a cada movimiento que hacía en hombros y espalda de él. Emitía
sordos gruñidos de placer ante los embates vigorosos de ella.
Victoria
sin saber bien qué hacer, se quedó parada cerca del cuarto donde había dejado
su ropa.
Él
levantó la cabeza y le sonrió.
—Ven
aquí, pequeña—susurró. Súmate a la sesión. Tiéndete a mi lado y deja que se
encargue de ti.
Vio que
la camilla era doble y despojándose del toallón se tendió a su lado. Pronto las
manos de la mujer comenzaron con sus hombros y espalda.
—Pensé
que iríamos a la piscina, dijo en voz baja.
—Eso,
después que nos duchemos. Deja que trabaje en tus músculos. Durante la cena te
observé tensa. Has venido a disfrutar y eso haremos. Se giró y quedó boca
arriba. Estaba excitado, según pudo ver ella y trató de apartar la vista,
incómoda.
—Te dije
que no aceptaré tríos, Rollo.
—Lo
recuerdo y no los habrá.
— ¿Tú
acostumbras a eso?
—Siempre
que puedo. Hay que decir que Lennox tiene un gusto exquisito en cuanto a
empleadas en sus clubes. Tengo entendido que es muy exigente.
Se
levantó y ella oyó que la joven abría una ducha.
—Espérame
que, cuando termine de ducharme, vamos a bañarnos los dos en la piscina, le
dijo él sonriente. Puedes ducharte en la otra, mientras tanto.
Le hizo
un gesto a la mujer que se detuviera y le hizo una seña para que fuera a la
ducha con él. La joven hizo un gesto con la cabeza y se quitó la tanga sin
hacer el mínimo ruido y le siguió, contonéandose.
Cuando
ambos desaparecieron, Victoria saltó de la camilla y se dirigió adonde había
dejado colgado su vestido. Se lo puso tan rápido como le fue posible. No
deseaba permanecer un segundo más en compañía de ese hombre.
Salió al
pasillo poniéndose los zapatos. Bajó las escaleras casi corriendo, pero al
llegar a la planta baja no sabía dónde estaría algo parecido a una recepción ya
que todos parecían saber por dónde ir.
Por fin
encontró un camarero que llevaba un servicio para las habitaciones y le indicó
la empresa de taxis que ellos utilizaban.
En menos
de tres minutos, apareció uno y lo tomó indicándole la dirección de su casa.
Había
huido como la cobarde que era. No se sintió lo suficientemente fuerte como para
negarse en redondo, sin parecer una asustadiza mujercita, pero era lo que había
hecho. Ya en el interior del taxi, escondió la cara entre sus manos,
avergonzada. Seguramente, cuando hubiera terminado con ella esa noche, Rollo,
la incluiría entre su lista de amigas solo para ir al cine o alguna salida
inofensiva. Y después requeriría el servicio de una verdadera mujer, se dijo.
<<No
me torturaré>>, se prometió. <<Él sabe lo que quiere y yo solo sé
lo que no quiero>>.
Esa
noche durmió mal. Había esperado que Rollo le llamara para saber qué le había
pasado, pero no recibió ni un mensaje. Bien, eso lo pintaba de cuerpo entero.
Había ido allí por sexo ¿Qué pensaba ella? ¿Que era un tipo decente sin vueltas,
como se había ilusionado al conocerle? ¿Es que acaso había alguna otra clase de
hombres?
Cuando
llegó a la oficina, Leo la observó sin decir nada.
Pero
Rose, era una bruja para ciertos menesteres.
—Parece
que no hubieras dormido ¿Apareció Lennox?
Negó con
la cabeza.
—No,
salí con otro y fue decepcionante. No quiero hablar del asunto.
—Pues
Víctor me llamó anoche y hoy tiene algunas noticias.
— ¿Con
respecto a qué?
—Ya
veremos.
Víctor
llegó media hora después cargado con el consabido envoltorio en la bolsa del
sitio de donuts.
Ni bien
se quitó el abrigo, se acercó al radiador y tomando un sorbo de café se giró
hacia ellos.
Triunfante
se irguió.
—En
Detroit, se desató una guerra hace un par de noches. Me lo envió un amigo. Al
parecer, hay una disputa por territorio como en los viejos tiempos. Nadie sabe
de dónde salieron, pero parece que son forasteros y dejaron un tendal de más de
veintitrés muertos…Desaparecieron en la nada. Algunos cadáveres estaban destrozados como si hubieran
soltado una jauría furiosa.
—Bueno,
pero eso ya no nos incumbe… Victoria sentía el estómago revuelto. Sabía que eso
era algo de Lennox.
—Como
quieran, pero hacía tanto que no pasaba esto aquí, que está movilizada toda
agencia de seguridad que se precie. Leo cerró su móvil, dispuesto a iniciar la
jornada.
Lennox
estaba en su ofician cuando su secretaria le anunció que Rollo Strauss le
aguardaba.
No tenía
ninguna reunión pendiente en la próxima media hora que era todo cuanto estaba
dispuesto a destinarle.
Se
saludaron con cierta distancia. Ambos eran conscientes de lo que les unía y
separaba al mismo tiempo: el Fénix.
Rollo no
aceptó tomar nada y abordó directamente el tema por el que hacía una semana
estaba intranquilo.
—Mira
Lennox, no quiero tener problemas contigo, por eso he venido a contarte que la mujer que llevé al club la otra noche,
era tu hermana. Antes que esto llegue a convertirse en un escándalo, debido a
lo que pasó o mejor dicho que no pasó y sabiendo que ella es periodista…
Lennox
saltó como un resorte y se acercó a la silla donde estaba sentado el otro.
— ¿Qué
alcance le das al escándalo? ¿Cómo que llevaste a mi hermana?
—Nos
conocimos a raíz de una documentación que solicitó a mi oficina. Me pareció una
hermosa chica y lo sigo pensando, pero, la cuestión es que hace un par de meses
que salíamos y quise subir un poco el nivel de intimidad, ya sabes…matizar un
poco.
A
continuación le describió la fallida cita en el club y la huida intempestiva de
Victoria.
—No la
he llamado, porque no quiero que esto trascienda. No solo tú, a mí tampoco me
beneficiaría que me vinculen con tríos o entretenimientos sexuales consentidos
entre adultos, pero, ya sabes cómo es la opinión pública. Estoy durmiendo mal y
quisiera que hables con ella para tantear si quedó ofendida por lo que propuse,
o algo y asegurarnos que esté dispuesta a no ventilar nada de esto en uno de
sus informes.
Lennox
tomó aire y se sentó con las manos tocándose las puntas de los dedos, el
músculo de su mandíbula sacudiéndose en rítmicos espasmos sumergido en uno de sus
proverbiales silencios. Su cerebro, descargaba mil disparos neuronales,
imaginando posibles escenarios, probabilidades, movimientos que convenía hacer.
La joven
era muy imprudente e ingenua, esa era una combinación peligrosa. Seguramente el
imbécil que tenía sentado enfrente se puso insistente y ella decidió probar
alguna experiencia nueva, algo presionada. Por lo que sabía, no era una mujer
que frecuentara este tipo de lugares y según sus investigaciones, sus anteriores
relaciones, podían denominarse <<tranquilas>>. Victoria Arwood, era
una mujer tradicional, de las que esperaba un anillo, marido e hijos. O al
menos, es lo que él pensó. Solo tendría que asegurarse que no causara
problemas. Pero, por otro lado, había sido quien, cuando tuvo la oportunidad,
privó a Collin de su analgesia.
—De
acuerdo, déjalo en mis manos, Rollo. En adelante, tendrás que ser más cuidadoso
con las mujeres que invitas a participar en tus gustos. Tienes suerte que sea
familia, creo. Me lo pondrías difícil si tuviera que lidiar con una
desconocida, como alguna recatada senadora sureña.
—Tienes
toda la razón. No hay que meterse con mujeres sanas, rió.
Este
comentario, tuvo la virtud de irritarle y se sorprendió deseando asestarle un
puñetazo, manchando con su sangre su traje impecable.
A duras
penas, se las arregló para despacharle y volver a prometerle su intervención.
Esa
noche no podría ocuparse del asunto, pero le envió un mensaje a Victoria y
prometió retomar a la noche siguiente un tema que había quedado pendiente, le
dijo, con la esperanza de distraer su atención del asunto Strauss y que se
dedicara a enfocarse en la cena de <<nuevos socios>> que él había propuesto
hacía un tiempo atrás, cuando tuvo que viajar a terminar el asunto en Detroit.
En
verdad, lo de Detroit, que en principio no pintaba tan complicado, había
terminado en la guerra anunciada, teniendo que pedir ayuda a los siete, para
equilibrar la contienda sangrienta que se desató. Solo llegar al aeropuerto y
encontrarse con el esbirro encargado del asunto de los cuerpos y el dinero
devuelto, la cosa había escalado a proporciones épicas. El resultado final
había sido un enfrentamiento totalmente desparejo, en un área de tinglados y
barracas pertenecientes a la banda. Había sido necesario tomar medidas
desesperadas para neutralizar el desequilibrio numérico, y, abandonando las
armas, llegar a la lucha cuerpo a cuerpo, desnudando sus identidades.
Por más
alocada que fuera la versión que podrían dar, si quedaba alguien con vida, darían
la impresión de haber sido atacados por una jauría de tigres, gatos, linces, o
lo que fueran aquellas bestias furiosas que en minutos desgarraron cuerpos como
si de muñecos rellenos se tratara, transformando el lugar en una carnicería.
Sabía que eran percepciones y que nada de esto tendría sentido para ningún
funcionario policial.
Por
ello, tuvieron que repartirse las tareas de limpieza, urgidos por el paso de
las horas que los acercaban al amanecer, dejando tan solo los cadáveres con los
que habían intercambiado disparos y alguno destripado, para confundir. Los
demás… procesarlos hasta hacerlos cenizas de la manera habitual. Abordar su
propio avión que había volado hasta allí y volver a la ciudad, antes que
alguien notara su ausencia.
En todo
esto pensaba cuando se iba acercando al sitio de su cita dos noches después.
Llegar a perder su apariencia salvaje y brutal o la sensación de serlo, le
llevaba de horas a un par de semanas, normalmente. Pero los siete, estaba
heridos y él mismo tenía una herida de bala en el brazo a la que hubo de dedicarle el mejor esfuerzo
para que no se notara. Sus aparentes cambios morfológicos, esta vez, deberían
ser rápidos, ya que no quería levantar sospechas.
Aunque
seleccionó a sus siete mejores hermanos de armas, había albergado la esperanza
de no tener que recurrir a ellos. También tenían sus ocupaciones y familias ante
las cuales dar explicaciones, por las ausencias prolongadas. Era muy difícil en
esta época hallar mujeres que no hicieran preguntas y fueran las compañeras
adecuadas para hombres como ellos, con talentos especiales. Las hembras de su
especie, eran estériles, casi la mayoría, por ser tan antiguas y las humanas
eran demasiado curiosas.
Pensando
en ello, llegó al restaurante y entregó el auto al Valet Parking.
Cuando
entró buscó con la mirada a Victoria, a la que había ubicado en su mesa de
siempre, pero el sitio estaba vacío. Impaciente, miró su reloj y comprobó que
llevaba más de diez minutos de retraso. No le gustaba esperar y no toleraba la
impuntualidad.
Recibió
un mensaje en su móvil de la chica.
—Tengo
una situación…
— ¿Qué
carajos era <<una situación>>? Furioso, apretó el móvil hasta
hacerlo crujir entre sus poderosos dedos.
Continuó
leyendo.
<<Realmente
intenté llegar, Lennox, pero surgió algo del trabajo y no podré ir. Lo
lamento>>.
—Se
contuvo para no descargar un puñetazo en la mesa. Cenó solo y rechazó el fugaz
pensamiento de invitar a alguna amiga a acompañarle. Esa noche, no le tentaba
ninguna mujer. Se quedó en suspenso, cuando reparó que, en verdad, estaba
haciendo la vida de un célibe. No entendía qué demonios le estaba pasando. Se
sacudió algunos pelos amarillentos de la manga del impecable traje. Sentía como
si estuviera mudando la piel, y no era así. La herida le seguía dando tirones,
pero no causaría mayores problemas, hasta que recordó a Sybil. La candidata ideal para ser su acompañante.
Tenía todo el tipo de rubia explosiva que alejaría la atención de los
fotógrafos de sí mismo para centrarse en ella. Hacía pocas apariciones en público,
tanto o menos que él, y era muy cuidadosa seleccionando los eventos a los que
asistía. No podía olvidar que hubo una corta historia entre ellos, y pronto
había descubierto que Sybil, bajo toda esa capa de belleza era como él. Tan
fría y sin sentimiento alguno, que era como estar acompañado por su imagen
hecha mujer. No haría preguntas indiscretas ni pediría rendición de cuentas con
olor a reproche, sencillamente, porque el centro de su vida era sí misma.
Perfecto, pero no para esa noche.
Así que,
habiendo fallado la cita, el problema radicaba en asegurarse que Victoria no
hablaría con nadie de los gustos y las inclinaciones de Rollo Strauss.
No le
cabía duda, al faltar a su cita, que estaba evitándole. A esta altura, la
noticia de Detroit ya habría llegado hasta sus oídos, y ella no era tonta. Solo
ingenua. Creía que detrás de cada monstruo, yacía un buen hombre o mujer
dormido. Pero, tenía un fuerte sentido de supervivencia y por eso, le evitaría
llegando a poner distancia con él, si se sentía amenazada. Tenía que
adelantarse y evitar que huyese, buscase otro trabajo, sin apuro ya que era
inmensamente rica y hasta volver a cambiarse el nombre. Era eso, dejarle en paz
y esperar que no hiciera nada estúpido con Strauss o, perseguirle y asegurarse.
Planeó
su siguiente movimiento y sería algo imposible de evitar, algo que la atraería
como un imán.
Después
analizó que, si hasta ahora lo de Rollo no había salido a la luz, nunca lo
haría. Pero el hombre era un redomado cobarde.
<<
¿Cómo no iban a ser cobardes, si eran mortales? >> El pensamiento le
atravesó como una flecha envenenada.
Davies,
seguía ocupado buscando sus oscuros orígenes, pero a él no se le escapaba que
su madre también había sido una prófuga desesperada que en su huida, se topó
con Collin Awbrey y decidió que sería lo más seguro para él, su único hijo.
Resuelto
a dejar atado el asunto esa noche, se coló en la habitación de Victoria. No le
costó nada trepar y saltar a sus anchas, sintiendo el viento gélido en su
cuerpo. Respiró hondo ese olor a nieve recién caída y supo que, hacía mucho que
no se sentía tan libre y tan atado a la vez. La mujer a quien iba a ver, era lo
prohibido. Era… ¿Cómo la había definido Strauss? <<Sana>>. No iba a
contaminarla con sus oscuridades. No porque fuera un buen hombre, era porque no
deseaba complicarse la vida con una mujer mortal y sin ese fondo oscuro. Eso ya
le había quedado claro cuando lo intentó con las dos únicas mujeres de ese
estilo con las que se había involucrado en el pasado. Resultaron tan poseídas
por la oscuridad que el impulso de muerte las poseyó y no quería tener a
Victoria formando parte de esa lista. Ahora le estaba quedando claro, a pesar
de sus contradicciones y amenazas al respecto.
Todavía
recordaba con claridad, el esfuerzo que le constó contenerse y ahogar el
impulso que sintió correr en su sangre para que ella se arrojase al vacío.
Esta
vez, sería una intervención rápida y antes que ella reaccionara, ya estaría
otra vez saltando limpiamente por las terrazas de los edificios, como un
patético comic.
Se pegó
a la pared del pasillo cuando escuchó el sonido de la cerradura. La alarma la
había colocado él y ella, cándidamente, ni siquiera había cambiado el código.
La oyó
caminar por el pasillo y escuchó la voz de un hombre junto a ella.
Se pegó
más al muro y se deslizó hacia el cuarto de huéspedes. Esto, no era lo que
había esperado
No era
invisible y no tenía tal capacidad, sonrió a la oscuridad. Tampoco cambiaba su
apariencia a voluntad, como los personajes de las series.
En
realidad, eran las mentes de sus enemigos las que operaban el cambio. Sonrió en
la oscuridad, el terror operaba milagros. Prácticamente, había muy poco que
hacer cuando el terror invadía la mente de un ser humano. Casi todo corría por
su cuenta, creando monstruos donde apenas había cenizas al rojo vivo.
Reconoció
la voz: Rollo. Maldito sea. Cerró los puños con fuerza a los costados de su
cuerpo en tensión. Por un espejo del pasillo que daba a la puerta del cuarto
donde se había refugiado, pudo ver que Rollo abrazaba a Victoria susurrándole
algo en el oído y que ella reía. Luego, los perdió de vista. Oyó ruidos de
copas y una botella descorchándose, ruido de la espumante bebida.
Ese tipo
era realmente un imbécil. Seguramente quería sentirse en control de la
situación. No confiaban uno en el otro y lo bien que ambos hacían. Pero, era su
reaseguro en la alcaldía de que todo lo que ingresara de sus empresas, correría
sobre rieles.
Pero él,
era un animal nocturno y no había ido allí para escuchar cómo se apareaban.
Saltó
sobre ambos, dándoles un susto de muerte.
En dos
zancadas, estaba tomando del brazo a Rollo Strauss y lo arrastraba hacia la
salida.
—Te lo
advertí —le gruñó. Yo me iba a encargar, y lo haré, pero, si te le vuelves a
acercar para enrollarla en tus sucias mentiras, te aplastaré como una
cucaracha.
El otro
asintió con la cabeza, manoteando su abrigo, salió trastabillando por el
pasillo y cerró dando un portazo.
Sintió
algo en la cabeza que se estrelló con fuerza, sin darse casi por enterado,
percibió un hilo de sangre tibia que corría por su cuello, escurriéndose por la
espalda.
Se giró
furioso, lentamente. Victoria, con los ojos abiertos por el terror, tarde,
había comprobado que ese hombre era inmune a la violencia física, al menos con
su fuerza. La bola de cristal con el paisaje nevado dentro había rodado, inútil,
hasta chocar contra la pared y allí había quedado, mientras su níveo contenido
iba apelmazándose en el fondo. Las letras que rezaban <<Aspen>>,
parecían un deslustrado anuncio barrido por el viento.
Ella
retrocedió y chocó a su vez contra la pared.
— ¿Cómo,
por qué entraste?
—Porque
fue a verme a mi oficina para suplicarme que te hiciera desistir de hacer
alguna tontera periodística de lo que pasó la noche que te llevó al Fénix.
— ¿Esa
era la razón de la invitación para cenar?
—Sí. Se
quitó la camisa pero el daño estaba hecho. Estaba empapada en sangre.
—El
cuero cabelludo es lo que tiene —dijo Victoria. Dame la camisa que la lavo
enseguida y la pongo en el secarropas, así puedes irte.
—Tengo
ropa en el auto, pero, sin embargo, se la entregó y pasó al baño a lavarse.
—Deja
que te mire el corte que se hizo.
—No me
toques —el tono de él era perentorio. Así no cicatrizará nunca.
—Como
quieras. No me siento culpable porque me asustaste y pensé que eras…
—Santa
Clauss, antes de tiempo —el tono irónico de Lennox la irritó. Sabías, porque me
viste de sobra, no intentes hacer creer que fue por mi intrusión.
—Te lo
juro, Lennox. Fue todo tan rápido que ni siquiera, pude distinguir que eras tú
¿Acaso no sabes la velocidad con la que te mueves en ciertas circunstancias?
Claro
que lo sabía. Casi se desmaterializaba, en esos momentos y era imposible verle
con claridad. Alguna ventaja tendría eso de ser un triste mutante psicológico.
— ¿Vas a
explicarme qué haces aquí? Victoria fregaba la camisa con furia.
Lennox
se sentó en un sillón y guardó silencio. Experimentaba cierto aturdimiento por
el golpe y además, el familiar cosquilleo de la cicatrización que ya estaba en
marcha.
Victoria
se acercó y le trajo un jarro de café.
—Nunca pensé
en escribir nada de Strauss, Lennox —susurró sentándose a su lado.
—Hasta
donde le conozco, habrá querido estar seguro de tener el control de la
situación —gruñó él dando un sorbo.
—Como
siempre —le desafió ella, aludiendo a los hombres de su vida y sonriendo con
amargura.
Él se
encogió de hombros.
La tomó
bruscamente por los hombres y literalmente clavó sus dientes en el cuello de la
joven que se paralizó, jadeando.
—No soy
un maldito vampiro —susurró Lennox. Apenas vivo para que me dejen en paz y
desde hace un tiempo, no hago más que tropezarme contigo ¿Qué es lo que buscas?
Ella no
lo sabía a ciencia cierta. A menos que admitiera que el morbo había reemplazado
subrepticiamente a la curiosidad de inicio.
—Ya no
eres mi objetivo —dio ella. Así que, en realidad que esta noche estuviera con
Rollo fue mera casualidad. Aunque no lo parezca, nuestras vidas no están tan
separadas, compartimos agenda.
No lo
creo— susurró él soltándola. Te mueves en círculos totalmente ajenos a los
míos. Lo tuyo son las leches malteadas y las reuniones con amigos, pizza y
películas de terror los fines de semana.
— ¿Y qué
es lo tuyo, Lennox? Se pasó la mano por el cuello que le ardía un poco y estaba
húmedo. Era saliva.
—Lo mío,
es sacar lo peor de las personas, Victoria. Que se animen a mostrarlo y a
disfrutar con eso, de ser posible en mis términos y en los sitios que me
pertenecen.
—Eres
una especie de depredador —torció la cabeza.
—Sí,
puede decirse así, sí. Delimito mi coto de caza y manipulo a la personas para
que sin saberlo, se rindan y compartan la misma forma de diversión bajo mi
techo. Creo que se me puede llamar así.
—Solo
que tú no las matas ¿Cierto? Se terminaría tu negocio si así fuera —se animó
ella.
Lennox
no contestó. Se limitó a erguirse, se alisó los pantalones levantándose del
sillón y comenzó a ponerse la camisa que ya se había secado.
—Si
quisiera que estuvieras a mi lado, solo necesitaría exponer lo peor de ti,
Victoria. No querrás eso, acabaría con la luz que te rodea y la alegría
sencilla de aquella cría que me espiaba detrás de los árboles. Lo perderías
todo.
Se
dirigió a la puerta y se marchó.
Todo el
resto de aquel mes, Victoria, se dedicó a sus restantes notas de investigación.
Encontraba alivio trabajando todo el tiempo que le era posible, ahondando en
sus investigaciones y pasaba las horas de los sábados y domingos indagando en
archivos y documentos de diversos orígenes.
No se
engañaba, necesitaba quitar de su cabeza a Lennox como fuera que ahora se
apellidara. Evocaba el calor de su cuerpo, la firmeza de aquellos hombros
poderosos en los que había apoyado sus manos, su aliento cálido y el olor a
cierta sustancia que no lograba identificar que impregnaba su piel y la ropa.
Tal vez
fuera por eso que un día, decidiera pedirle a Harry, unos días de vacaciones
que le debían y partió sin avisarle a nadie de su grupo, que se ausentaría.
Recaló
en aquella ciudad de Alaska donde se hacía mención al posible nacimiento de
Lennox hacía más de treinta años.
Algo
había mencionado él, que había enviado rastrear sus orígenes o así le había
parecido escuchar. Ella, como investigadora y ávida de curiosidad, había
fotografiado la hoja de papel de la partida de nacimiento. Era lo único que
había extraído de la caja que le había devuelto. Le pareció algo demasiado
íntimo o ajeno como para continuar escarbando la pila de papeles y fotografías
que en ella había.
Pero
ella, con el tiempo, había desarrollado cierta capacidad para averiguar cosas
sin acudir a fuentes oficiales, como sería un registro civil o un hospital,
lugares más que obvios, donde iría a buscar el investigador de Lennox.
Por eso,
es que estacionó su todoterreno frente al hotel más viejo que pudo hallar en la
ciudad, cuando el sol caía sobre aquel sitio, desolado y gélido. No pudo evitar
pensar, mientras descendía del vehículo, que habría sido el escenario en el que
había vivido un pequeño Lennox en sus primeros años, vaya a saber deambulando
de la mano de quién, observándolo todo con aquellos extraños ojos de pupilas
hendidas y gesto fiero y agresivo.
Sin
poder evitarlo, se enterneció y se extrañó al sentir esta mezcla de
sentimientos donde encontraban el miedo, la atracción, la excitación, la curiosidad,
la fascinación, la desconfianza…
Pamela,
la mujer que atendía el hotel <<Dos Sirenas>>, tendría algo más de
cincuenta años. Victoria, trató de entablar conversación casual hasta
desembocar donde quería.
—Mary
Jane Thortorn… Entrecerró los ojos, pensativa. Pues tienes suerte, porque por
aquí, fue un caso bastante resonante. Pobre mujer… cargar con esa criatura
problemática, tan salvaje…
— ¿Tiene
tiempo? La invito a cenar si hay algún sitio que prefiera…
— ¡No!
Ningún sitio como mi casa ¿Por qué quieres saber de ellos?
En un
instante sopesó varias posibilidades. Sabía tan poco de la historia de su casi
hermano, que no tenía en claro por dónde conseguir datos, pero… la intuición le
decía que si esgrimía su calidad de reportera, probablemente la espantaría.
—Tengo
una sobrina, Lucy, que tiene seis años y tiene un extraño síndrome llamado de
<<ojos de gato>>, tiene algunas malformaciones que deberán ser
corregidas y a raíz que mi hermana se encuentra en una penosa situación
económica, he contactado a una asociación que tal vez me orienten para
conseguir fondos para algunas de las operaciones. El hijo de Mary Jane, tengo
entendido patrocina una fundación y me pareció que podría contactar con ella ya
que él no recibe a todo el mundo.
—Pero
ella lo dio en adopción hace más de treinta años. Estaba sola y no podía con el
chico. No creo que pueda ayudarte…
— ¿No
podré contactar con la señora Thortorn? Tal vez averigue algo y en el hospital
sé que le hicieron estudios, pero, al no ser familiar no me autorizarían a indagar.
Tampoco creo que haga falta, para lograr que me reciba.
—Ella…
No se encuentra muy bien. El gesto de Pamela parecía querer que fuera
suficiente para ser entendido. Pero, Victoria pasó por alto cualquier indicio y
hablar de plano
— ¿A qué
se refiere con que no se encuentra bien? ¿Está enferma?
—No, del
modo que piensas. Ella, quedó bastante trastornada después que el chico fue
alejado de aquí. Pero aliviada también. Y no fue la única.
— ¿No
prefiere que hablemos más tranquilas después de cenar?
Al
final, Pamela aceptó reunirse con ella en un restaurante de la ciudad.
Cuando
entró en la habitación, luego de tomar un baño, se tiró en la cama a
confeccionar una serie de preguntas que deseaba hacerle.
Al
llegar la hora en que debía reunirse con Pamela, se preparó para salir. Todo
estaba tan cerca, que decidió ir andando, pese al frío y la nieve que en esa
época del año, casi primaveral, cubría las veredas. Le vendría bien respirar el
aire nocturno, más limpio que en la ciudad y la atmósfera silenciosa de aquel
pueblo casi fantasmal.
Cuando
entró al restaurante, Pamela ya estaba sentada en el fondo. Se había cambiado y
parecía animada.
Victoria,
calculó que pocas ocasiones habría que dieran lugar para una salida con una
forastera.
A esa
hora, había algunas mesas ocupadas y la gente no ocultó la curiosidad que su
presencia despertaba. Tal vez, a esa hora, gracias a Pamela, casi todo el
pueblo estuviese informado de su llegada y los motivos de la misma.
Pidieron
el menú nocturno, copioso debido a las bajas temperaturas. Una estufa de hierro
caldeaba el lugar, con un siseo, como si se tratar de un gato de hierro,
templando la estancia.
Los
comensales, en ropas de montañeses, algo más aseados que los que ella había
visto en las películas, volvieron a lo suyo, luego de haberle estudiado a
conciencia.
Después
de una charla que incluyó el panorama social de la ciudad, el temperamento de
sus habitantes, ciertas miradas huidizas que sorprendió, constató que la
atención, aún continuaba puesta en su persona. Decidió enfocarse y atender las
respuestas que esperaba lograr de la mujer.
—Bueno,
si no te molesta, quisiera saber algo de la historia del hijo de Mary Jane. Mi
sobrina, desde su nacimiento manifestó ciertos síntomas y…
—No, el
chico, al parecer era normal desde lo médico —interpuso la mujer. Solo los ojos
revelaban su condición, ya sabes —dibujó unas rayas invisibles verticales con
ambos dedos índices. Miraba raro. Pero lo peor vino después.
— ¿Cómo
que lo peor? ¿No me acabas de decir que
en lo médico era alguien <<normal>>?
—Me
refiero a que el carácter era lo difícil y tal vez, me expresé mal. Lo físico,
también, ahora que pienso, tampoco era normal eso.
— ¿Qué
<<eso>>? Verónica pidió dos cafés.
—A los
dos o tres años, tenía una fuerza descomunal. De verdad, te daba impresión.
Cuando enfurecía, esos berrinches que tienen algunos niños, bueno… él era capaz
de levantar esta mesa y arrojarla como si fuera de juguete.
— ¿Y le
daban esos ataques seguidos?
—Creo
que sí. Pobre madre. Le destrozó casi todos los muebles de la sala y sin
dinero, la pobre. Consultó en el pueblo con el médico que ha muerto hace unos
años, el doctor Anderson, quien creo que le prescribió algún sedante. Lo sé
porque en la farmacia se comentó, se encogió de hombros. Este es un pueblo
solitario, que conoció mejores épocas cuando se encontraba oro en el río.
Ahora, bueno, hay algún yacimiento y ya ves que, jóvenes no hay. Todos se han
ido en busca de mejores horizontes y solo quedamos los antiguos.
—Sí, es
verdad, he visto poca gente por las calles.
—Niños,
no hay ninguno —agregó Pamela. Mis nietos y mi hija con su marido viven a más
de seiscientos kilómetros. Suspiró.
—Así
que, a cualquiera que le pregunte, recordarán al hijo de Mary Jane.
—Yo te
recomendaría que eligieses a quién preguntarle.
—No te
entiendo.
—Yo no
tuve problemas con ella y su hijo. El hotel está a la entrada del pueblo, pero
sus vecinos…
—No te
sigo, Pamela ¿Te refieres a que era un niño travieso y que a veces se pasaba?
—No, no
solo eso. Te juro que detesto hablar de ello, porque, después de todo, le puede
pasar a cualquiera…
—No
demos tantas vueltas —Victoria sintió impaciencia. Había viajado en avión, alquilado
el todoterreno cubriendo muchos kilómetros para llegar a esa ciudad casi
abandonada y estaba muy cansada. La sensación de no avanzar y tener que extraer
la información con fórceps, en ese momento, la irritaba. Procuró ocultar su
contrariedad.
—Llegó
un momento, en que el chico pareció enloquecer de furia. Cualquier cosa lo
irritaba hasta el límite y los sedantes no le hacían nada. Mary Jane terminó
atándole.
— ¿Qué?
Los ojos enormemente abiertos de Victoria, tragando saliva, conteniendo la
respiración por el espanto, despertó de
sus recuerdos a la mujer.
—No fue
culpa de ella. Los animales de los vecinos aparecían degollados, destripados
con saña. Como si los atacara un león de las montañas o un oso pequeño.
Desangrados. Nadie entendía qué era lo que pasaba, hasta que un día, a alguien
se le ocurrió espiar por la ventana de la casa de Mary Jane. El niño, estaba de
pie al lado del fregadero, con los brazos cubiertos por rasguños y las manos
chorreando sangre. Los trozos de la cadena estaban desparramados por el suelo.
Al día
siguiente, la noticia se esparció por toda la comunidad y acudieron a la casa
de Mary Jane, encabezados por el comisario.
Ella
sufrió una especie de ataque de nervios y al chico se lo llevaron en un
patrullero. En esa época, y en este lugar, no había que pensar en psicólogos o
asistentes sociales, así que el niño fue tratado como cualquier criminal adulto
y tenía apenas cuatro años… Creo que algunos lo recordarán, con el pelo
chorreando agua después que lo bañaron a la fuerza, la cara pálida mirándonos
por la ventanilla del móvil, y esos ojos salvajes de gato, los surcos sangrientos
de las cadenas en los tobillos… no era forma de mantener así a la criatura y si
lo hubiese dejado suelto, seguro que tarde o temprano, algún trampero iba a
terminar por pegarle un tiro.
—Un gato
acorralado, se vuelve peligroso —reflexionó Victoria, en un murmullo ¿Qué pasó
con Mary Jane?
—Estuvo
recluida en un instituto en la capital del estado. Algo así como seis meses.
Parece que había sufrido una crisis profunda y no sé cuál sería el diagnóstico,
pero volvió más huraña de lo que fue siempre fue. A ver si me explico, ella ya
llegó embarazada al pueblo. Y sola. Las cosas no le deben haber sido fáciles
cuando entró a trabajar en la gasolinera a la entrada. Tuvo a la criatura en
las montañas. De allí, escuché decir, era el padre del pequeño. Sacudió la cabeza.
A la semana había vuelto con la criatura envuelta en pieles de foca. Jamás
contó nada al respecto. Por eso, te digo, que si te acercas por su cabaña,
tengas cuidado. No sabes cómo puede reaccionar si le mencionas a su hijo.
— ¿Qué
pasó con él?
—Bueno,
lo sometieron a muchos estudios por esa alteración de los ojos y cuando se lo
devolvieron, ella tuvo que prometer que le llevaría a control como a cualquier
niño. Pero, a los dos meses de tenerle de regreso, viajó a la capital y volvió
sin él. Nos enteramos que lo dio en adopción a una familia rica y este es el
fin de esta historia en lo que al pueblo concierne.
— ¿Nunca
han vuelto a verle? Me refiero al niño.
—Jamás
regresó por acá y Mary Jane, lo sepultó en su mente. No nos juzgues, este es un
sitio muy difícil para vivir. Me refiero a que en soledad y sin medios, atender
a un niño especial, es casi imposible.
—
¿Cesaron los ataques a los animales?
— ¡Pues
claro! ¿Acaso crees que era una leyenda de viejos ignorantes?
Victoria
apuró el café ya frío y se levantó.
— ¿Me
puedes indicar cómo llego a la cabaña de Mary Jane?
—No sé
si es buena idea, pero… lo averiguarás de todos modos. No sé por qué haces
esto, la verdad. Por lo poco que me has contado, veo que de adulto, ese Lennox,
sigue siendo el mismo. Jamás recibió afecto, el pobre, no sé qué habría podido
suceder si la madre se hubiese quedado en las montañas con su gente, pero si
había huido, por algo sería ¿No?
Detuvo
el vehículo frente a la cabaña de Mary Jane. En un estado total de abandono, no
parecía haber conocido tiempos mejores, ni un solo día.
Un perro
atado con una cadena le ladraba furiosamente. No pudo evitar preguntarse si
sería uno de los trozos de cadena con la que la madre había atado a Lennox en
el pasado.
Tampoco
tenía respuestas acerca del porqué había hecho este viaje. Era mucho más que
remontar una historia ajena y mirarla con la atención y los ojos de una
periodista. Sabía o así lo creía, que poco incidiría en Lennox el enterarse que
había visitado su casa de la infancia y había visto a Mary Jane…Si es que
decidía decirle alguna vez.
La
puerta se abrió con rudeza, haciendo un chasquido seco y una mujer desgreñada
surgió del oscuro interior. Una columna de humo pálido salía por la chimenea.
Imaginó Victoria, los inviernos en aquel desolado paraje y sin evitarlo, se
estremeció.
La mujer
la miró con la misma torva expresión de animal acorralado que tenía Lennox a
veces. El mismo color de ojos, sin las curiosas hendiduras, solo que el oscuro
cabello tenía hebras grises. Su estatura era elevada, pero de huesos delicados
y le apuntaba con un rifle.
—Si me
dejas explicarte, podrás saber quién soy y a qué vine —la voz de Victoria
sonaba amigable. Esperaba que el contacto visual alcanzara para inspirar
confianza en la huraña mujer.
—Sé a lo
que vienes. Vivo en el pueblo, como ves. Pegó un fuerte grito al perro que
gruñendo se hizo un ovillo y aguardó expectante.
La joven
avanzó por el sendero embarrado, las manos a la vista.
—Entonces
me ahorras un tiempo precioso para regresar a tiempo de tomar el último vuelo
de hoy ¿Podemos hablar en alguna parte?
—Ya lo
estamos haciendo. Mary Jane, apartó el rifle, solo apenas.
—No voy
a hacer nada estúpido, Mary Jane. No tienes por qué seguir apuntándome.
— ¿Te
manda él?
—
¿Quién?
— ¿Quién
va a ser? Mi hijo.
—No. Él
no sabe que he venido hasta aquí, ni que he estado averiguando ciertas cosas
que esconde celosamente.
—No
tengo nada que decirte. Ya sé lo que te habrán contado y es todo cierto. Lo
entregué en adopción, del dinero no queda nada y sé que es alguien conocido y
muy rico. Me alegro por él. Lamento que hayas venido en vano. No vas a
fotografiarme. No quiero que vea en qué me he transformado.
—Todavía
no sé si llegaré a decirle. Tampoco tengo claro si esto solo es curiosidad
periodística o algo más.
—Déjame
que te diga algo. Si ha salido a su padre, ya puedes despedirte de tu cordura.
Ellos son así. Enloquecen a las mujeres que se les aproximan y luego se olvidan
de ellas.
—
¿Quiénes son exactamente <<ellos>>?
—La
gente que tienen esos ojos, la fuerza y ejercen el poder como ellos lo hacen.
Sin proponérselo ¿Sabes? Solo están allí, para que una tropiece con su fuerza,
su atractivo hasta que, cuando se da cuenta, es tarde. Sonrió de costado, con
amargura.
— ¿Tiene
que ver con un par de mujeres que perdieron la vida luego de estar con él? Me refiero a tu hijo.
—Ah,
eso… sí, entre otras cosas. Su padre me necesitaba para perpetuar la especie y
me conservó a su lado hasta que pude huir, pero había días en que el abismo de
la montaña, se hacía difícil de resistir. Cuando se situaba cerca de mí,
erguido, mirando el horizonte blanco, esperando que apareciera algo para
dispararle una flecha y bajar a buscarlo, carnearlo y poder comer, yo podía
sentir el impulso de saltar al vacío. Luego, me acordaba del niño que esperaba
y eso me contenía. Viven de esta forma desde siempre. Desde el principio de los
tiempos.
— ¿Cómo
le conociste?
—Me topé
con él, un día que cazaba por el bosque. Yo lo hacía por diversión porque en
casa se iba al supermercado del pueblo. Pero, esa vez, coincidimos y disputamos
un triste conejo. Éramos apenas unos niños de quince años, pero jamás volvimos
a separarnos, hasta que nació Lennox y decidí darle una oportunidad de vivir de
otra manera. Me sentía perdida, cuando volví al pueblo. Fue entonces, que lejos
de su padre y de su gente, Lennox enloqueció, a pesar de ser tan solo un bebé.
Lo mío, en cambio, mi locura, fue por verle sufrir una adaptación tan dolorosa.
No lo soporté. Estuve así cuatro años, tratando de dominar a un niño que era
presa de una furia insana y que terminaría huyendo montaña arriba, si llegaba a
soltarse. No era vida para nadie. Él les pertenece y es como ellos, pero yo le
aparté de su gente. Imagino que su madre adoptiva, le habrá podido enviar a
escuelas caras, hacerle ver por psiquiatras de renombre, lograr que calce
zapatos, sonrió tan triste que a Victoria se le plegó el corazón en un nudo en
la base de la garganta. Ahora ya tienes tus respuestas. Si estás pensando en
que puede cambiarle, ni siquiera lo sueñes. Nada ni nadie lo hará.
— ¿Y si
él volviera?
—Sería
un completo extraño. Ya no es de aquí, y será de allí, donde está. Por eso, jamás
tendrá paz. Sacudió la cabeza, se dio la vuelta y cerró la puerta sin
despedirse.
A regañadientes,
aceptó que le tomara una foto.
De
regreso a la ciudad, Victoria estuvo indagando en el Instituto de Antropología
de la ciudad. Descubrió que la región que había visitado, estaba habitada por
algunas pequeñas comunidades que jamás se habían rendido. Desconocían el poder
del hombre blanco, carecían de cualquier medio para acercarse a la civilización
y solo hablaban el idioma porque acechaban a las poblaciones blancas para
aprender a sobrevivir preservando su seguridad y para ello, tenían que entender
el lenguaje y los signos escritos que les permitían saber si alguna amenaza se
avecinaba.
No sabía
qué hubiera hecho ella en el caso de Mary Jane. Lennox era un inadaptado pero,
gracias a la educación recibida, había aprendido a vivir entre, los que para
él, seguirían siendo extraños.
Esa
noche, en la habitación de su hotel, Victoria decidió encontrar al último cabo
suelto de la familia perdida de Lennox: su padre.
Al
despuntar el alba, ya estaba trepando por el sendero en el que años atrás, Mary
Jane se había topado con él. La mujer había accedido a hacerle un bosquejo para
intentar dar con el poblado. En invierno, sería imposible hallarlos porque
emigraban. El campamento de verano, pensaba que sería más amigable, aunque
albergaba pocas ilusiones de dar con el hombre.
<<Kenai
tiene los mismos ojos que Lennox>> le había dicho Mary Jane pero debe
haber algo más en él.
<<
Es un ser oscuro y creo que también lo ha transmitido a nuestro hijo>>. Le
aconsejó que se cuidara y que no se acercara al poblado si sentía que no iba a
ser bien recibida.
¿Cómo
sentir eso? ¿Cómo detectar el peligro latente en aquel grupo de humanos que
vivían poco más que en el neolítico? Había leído que no hacía mucho, un grupo
había matado a flechazos a un joven blanco que se había acercado demasiado,
pero no recordaba en qué lugar exacto del planeta había sido.
Lo peor
era que no tenía claro el motivo, si es que había uno solo para hacer lo que
estaba haciendo. Había tratado de convencerse que era su curiosidad
periodística la que la impulsaba a efectuar aquel periplo. Pero, no era solo
eso. Todavía no podía conocer la verdad de querer indagar en el pasado de
alguien que solo la había trastornado desde que le había conocido y había
intentado causarle daño psicológico y físico.
Tal vez,
a su regreso, pudiera escribir algo para alguna columna independiente o un
libro que no llevaría hasta Lennox, pero que, si llegaba a sus manos, le
demostrara que no todos eran enemigos. Descartó la causa por pueril y cursi.
Era él, esa clase de animales que yacen acorralados sin remedio, o eso parecía.
Caminó
varias horas, bebió agua y comió parte de lo que había llevado para dos días de
marcha. Se había agenciado una escopeta, sin tener demasiada idea de cómo
podría salir de la situación si aparecía algún oso o lobo. Llevaba además una
pequeña tienda de dormir, lo suficiente para encender fuego y un GPS.
Había
casi anochecido, cuando a la luz del fuego que había encendido, surgieron tres
hombres, cubiertos por pieles, desgreñados y sucios. Tomó la escopeta y les
apuntó hablándoles despacio por las dudas no entendieran su lengua. Les ofreció
algo de la comida que tenía, y solo pronunció un nombre: Kenai. Un perro flaco
les acompañaba que era quien, sin dudas, les había conducido hasta su rastro.
Ellos no
dieron señales de aceptar su comida. El perro, en cambio, había olisqueado los
restos de una tarta de queso y la había devorado en segundos.
Volvió a
pronunciar el nombre de Kenai. Puso el arma en el suelo, a su lado, sabiendo
que era muy arriesgado y estúpido, pero ellos, no parecían intimidados por el
arma ni por ella.
— ¿Qué
buscas aquí?
La voz
del que parecía el jefe del grupo, rompió el silencio. El viento, arreciaba por
momentos y la joven se estremeció.
—A
Kenai. Necesito hablar con él. Luego me marcharé y jamás he de volver. En el
hotel, saben que me dirigido hacia aquí. Esto último, podía ser un reaseguro o
algo muy estúpido. Solo hablar.
Le
hicieron un gesto con la cabeza y les siguió por un sendero escarpado. El
corazón no solo le latía rápido por el esfuerzo sino por miedo, auténtico pavor
a terminar sus días como un triste puñado de huesos desenterrados por las
animales, que nadie lamentaría su pérdida por mucho tiempo. Trató de alejar
esos pensamientos de su mente.
Luego tuvo
que detenerse y aguardar todo lo que quedaba de la noche, mientras dos de los
tres permanecían con ella. Se tendió debajo de la carpa que había traído,
mientras el tercero, desapareció en la espesura.
Apenas
durmió, a pesar de estar agotada, ya que no deseaba ser degollada mientras
dormía. Quería poder mirar a la cara de la bestia que lo intentara. Le habían
permitido recuperar su arma y se acomodó, hecha un ovillo, deseando que no
hiciera tanto frío. El perro permaneció junto a ellos. De vez en cuando entreabría
los ojos, las orejas atentas a los ruidos del bosque.
Al
amanecer del segundo día, surgieron dos hombres. Uno, era el que había trepado
la montaña, y el otro, supuso que sería Kenai.
Renqueaba
de una pierna que parecía bastante rígida y el tono de su piel era amarillento,
malsano. Cuando estuvo lo suficientemente cerca, pudo observar sus ojos y pensó
en Lennox. Se lo imaginó allí, de no haber huido su madre, encontrando por el
camino descendente, su propia ruina que aún duraba.
Kenai
tosía y parecía que el pecho podía rasgarse de alguna manera, profunda e
interna. La ropa le colgaba y ella supuso que habría bajado de peso y supo, que
moriría pronto.
Solo
pudo ofrecerles café instantáneo en el único jarro que pasó de mano en mano. Se
sentaron cerca de lo que quedaba del fuego nocturno. Hasta ese momento nadie
había dicho una sola palabra.
— ¿Eres
Kenai? ¿El padre de Lennox? Ella deseó que él no le atacara por lo dicho.
Sacó su
teléfono y le mostró una de las pocas fotos que pudo obtener, de una revista,
la noche de la reinauguración del Fénix.
Agrandó
la imagen todo lo que le permitió el móvil hasta que las extrañas pupilas
hendidas, surgieron con bastante nitidez.
El
rostro de Kenai, no demostró emoción alguna. Conocía los aparatos, pensó ella.
Solo que había elegido vivir así.
—
¿Podría tomarte una foto? Ella lo intentaría de entrada. No sabía la reacción
que podría tener el hombre.
Al no
contestarle, ella hizo ademán de tomarle una, y él, le dejó hacer, mirando a la
cámara con ojos amarillentos, de felino cansado y Victoria pensó que no hacía
falta ni una palabra para que Lennox conociera, con esa foto, el resto de la
historia perdida. Aquel trozo de biografía que, junto con el perro atado en
casa de su madre, con sus mismas cadenas, el rostro de ella, ajado por la
intemperie y las privaciones, hacían innecesarias palabras. Luego, que él decidiera, cómo
seguir. Podría continuar arrojando gatos a las piscinas ajenas y aterrorizando
niños o rendirse al calor de algún pedazo de humanidad interno que albergara.
A la
mañana siguiente, rumbeó lentamente hasta la salida de aquel pueblo.
Cuando
llegó a su piso, fue abrir la puerta y ver el caos en el que se hallaba el
interior del mismo. Había sido arrasado. Allí no tenía nada de valor. Era un
mensaje, simple como eso.
En un
principio, pensó que podía ser obra de Lennox, pero deshechó la idea. No era su
estilo. Así que le llamó.
La voz
de él sonó gutural. Parecía salido del sueño. Luego vio la hora y apenas eran
las cinco de la tarde.
En media
hora estaba parado en el vano de su puerta.
—Estuve
viendo los videos de vigilancia —susurró. Anoche ingresaron tres hombres,
maniataron al custodia que he despedido. Se quedó dormido, porque, según él, es
un edificio vacío y nunca pasa nada.
—
¿Llamaré a la policía? Sentía la necesidad de pedirle instrucciones, a pesar
que detestaba hacerlo, porque tenía el íntimo convencimiento que Lennox no
quería tenerlos cerca. Como sospechaba, negó con la cabeza.
Se giró
hacia Ray Simpson y le murmuró: nos ocuparemos nosotros. Mandaré que limpien
esto. Esta noche te quedarás en un hotel y dejarás esto en mis manos.
— ¿Tiene
que ver con los hombres de Detroit? Ella se puso en cuclillas tratando de
enderezar un marco de fotografía estrellado en el piso. Al hacerlo, se clavó
los vidrios en la mano, comenzando a sangrar. De la palma, extrajo un trozo
triangular y apretó con fuerza.
Lennox
se dio la vuelta, la tomó por la muñeca bruscamente y la arrastró hasta el
baño, donde abrió el grifo. Revolvió en un cajón hasta que halló vendas y
desinfectante.
Se
notaba que tenía práctica porque estuvo vendada en un momento.
—Sostén
la mano elevada —le recomendó. Deja que limpien los que enviaré. Dime qué
quieres llevarte y vámonos. Órdenes secas, tajantes, desprovistas de calidez, como
si se tratare de una herida en batalla.
Luego
aceptó que era la guerra de Lennox y que ella, era un daño colateral.
Observó
que Ray tecleaba en un ordenador como un poseso.
—Tengo
las imágenes del auto utilizado. Mostró las imágenes de las cámaras de la calle.
Hizo un acercamiento y en un segundo los números y letras de la patente se
observaron con nitidez. Voy a seguirlos para saber hasta dónde llegaron.
Lennox
se había equivocado. Pensó que había acabado con todos ellos, pero, comprobaba
que había más.
Antes de
llegar al hotel, reservó una suite para Victoria, hizo, además algunas
llamadas.
Había un
par de hombres aguardándoles que la acompañaron a la quinta planta, revisaron
la habitación, las ventanas herméticas, el baño y hasta el último rincón.
Apenas sí se hablaban entre ellos. Parecían entenderse con la mirada.
Cuando
hizo ademán de marcharse, ella, frenándole, le tomó de la manga del traje. Él
dio un respingo y Victoria, pudo percibir la tensión muscular y el estado de
alerta en la que estaba. El cuerpo, como un resorte, la mirada vigilante, el
gesto crispado, la mandíbula cerrada perfilándose, como cuerdas, los maseteros.
—Son
parte de los hombres de Detroit —respondió a su pregunta. A un gesto suyo, uno
de los hombres le alcanzó un frasco con analgésicos. Si el corte te molesta
mucho, toma dos o tres de estos, acuéstate y duerme. Mañana vendré a ver cómo
está todo. Ellos —señaló a los dos hombres— se quedarán de guardia por las
dudas.
Ella
pudo observarles y tenían cierto parecido físico con él. Quizá fueran familia,
pensó. Algunos parientes lejanos… Después en su cama, luego de darse una ducha,
había pensado el porqué de haber recurrido justamente a él y no a cualquiera de
sus compañeros o amigos. Sencillamente, porque tenía claro que esta era una de
las cuestiones que Lennox resolvía sin preguntas ni dudas.
Además,
si estaba en esa situación, se debía a su intervención. En realidad, había sido
ella quien lo había ido a buscar y lo había encontrado. Tal vez, pudiera
reflotar lo que había recolectado en el anterior intento de reportaje. Era
cuestión de cortar y pegar. Intercalar algunos datos biográficos que… No. Eso
era inaceptable. Había ido al sitio adonde él había nacido y, a sus espaldas
habló con sus padres, observado el entorno en el que creció y las cadenas con
las que permaneció sujeto casi tres años. No era justo pero… ¿Qué ética podía
tener ella que la diferenciara de Lennox? De una cosa estaba segura: si él se
enteraba lo que planeaba, publicar un libro, con toda seguridad le mataría. No
quería saber si podría controlar a la bestia interna que albergaba. Pero, por
algo viajó allí. Tendría que lograr que él le permitiera publicarlo, con nombre
y apellido. En una palabra, domesticarlo lo suficiente, como para asegurarse
que sobreviviría para llegar a firmar los ejemplares de una obra que, estaba
casi segura, pondría al tanto al público de la existencia de un pueblo
desconocido con aquellos extraños poderes. Tal vez, concedería ocultar el sitio
del que él era oriundo, pero no estaba segura de poder lograrlo. Internet era
cada vez más efectiva en poner al alcance de todo el mundo datos celosamente
guardados en el pasado.
Aunque,
si en algo Lennox era escrupuloso, era en mantener su vida privada fuera del
alcance de las personas. No tenía motivos para traicionarle, así que, debería
estar convencido que no se transformaría en un fenómeno circense. Se durmió
antes de decidir qué tareas serían prioritarias para lograr su objetivo.
El resto
de la semana, los custodios desaparecieron y ella continuó trabajando en los
diversos temas que proponía Evans o su equipo. Lennox no regresó como había
dicho y no supo nada de él. Pasó por el club varias veces y no logró distinguir
su todoterreno negro con el que prefería movilizarse antes que en los
deportivos que tenía en el garaje de su casa.
Lennox y
Ray habían salido de cacería. Los dos custodios, siguiendo a la joven sin que
ella lo advirtiera, permanecían invisibles. Todavía podían estar rondando los
de Detroit, aunque Lennox era un hábil rastreador. Su olfato tan fino, sus
oídos tan perceptivos, formaban parte de aquellos diseños pupilares, algo que
le distinguía a él así como a los siete, del resto del género humano. Ray no
sabía hasta dónde eran características morfológicas genuinas o una intuición
profundamente refinada, aunque, con el paso del tiempo, había desistido de
hacerse preguntas.
A Lennox
le había llevado años aprender a conocer los límites de sus atributos, de
aquellos poderes, y mucho más tiempo, dominarlos. Se había acostumbrado a una
vida algo errante y solitaria cada vez más rica en experiencias de conocimiento
de su poder y, para cuando quiso acordar, la intrusión de una niña transformada
en mujer, curiosa e impertinente, pretendía dar media vuelta su mundo,
cuidadosamente construido.
Percibió
algo extraño cuando la tuvo en su poder, asomándola al borde de la terraza
aquella noche, cuando ella, confiada, se dejó guiar sin dudar de él ni de sus
intenciones o aparentó una seguridad que no tenía. Lo que pudo darse cuenta fue
que, a partir de esa noche, todo lo que a ella le sucediera, le concernía.
Pero, era algo más, había empezado a importarle, hasta teñirse de una
posesividad peligrosa, que ella no había pedido, pero a la que él no se estaba
resistiendo. Tal vez, fuera algo <<reparativo>>, tratando de
enmendar los episodios de su adolescencia, eso no le parecía que tuviera tanta
entidad en su mente, y lo que sí lo tenía era la pura reacción física que ella
le había generado, una atracción difícil de controlar, a diferencia de lo que
le había sucedido con las mujeres anteriormente, en las que apenas registró los
letales efectos de su influencia sobre ellas, al menos, las que se precipitaron
hacia su muerte. Aquellas dos mujeres que sucumbieron a su influencia, no
pesaban en su consciencia de manera alguna. Sabía que esto era así debido a su
condición, la cual estaba más allá de lo genético de la especie a la que él
pertenecía. En su genoma, así como en la de su padre, y los siete, había una
ligera mutación que les apartaba ligeramente de la especie humana, así como se
le conocía. Un casi imperceptible cambio que apenas se manifestaba, una ligera
bifurcación.
Respiró
hondo y olfateó en la noche helada. La escarcha se amontonaba contra el cordón
de las veredas y la gente caminaba apurada por las calles húmedas y
resbaladizas, el cuerpo inclinado contra el viento. A su fina nariz, llegaban
perfumes, sudores y olores diversos, pero nada aún de los hombres de Detroit. Ray,
había rastreado las cámaras hasta que ya no arrojaron más resultados, cuando
los hombres habían entrado en los barrios bajos, allí donde ellos se estaban
dirigiendo en esos momentos. Barrios sin ley, donde las cámaras duraban apenas
minutos antes de caer destrozadas, acribilladas por ráfagas anónimas, o no
tanto.
— ¿Hacia
dónde? La voz de Ray, rompió el silencio dentro del todoterreno.
Las
fosas nasales de Lennox se hincharon, dilatándose sin captar nada. Achicó sus
ojos y algo le dio la sensación de movimiento.
—Bajemos
—susurró. Abrió la puerta, furtivo y se pegó a los muros. La oscuridad
perimetral era casi absoluta.
—Se
siguen moviendo, Ray. Se dirigió dando grandes zancadas al foco donde la
oscuridad era más densa. Se detuvo y levantó la mano para que Ray se rezagara,
arma en mano mirando para todos lados. Confiaba en los sentidos de Lennox.
De
pronto, este, saltó estirándose como si fuera un animal furioso, trepó hasta un
balcón y continuó trepando hasta la azotea de un edificio abandonado.
Una
ráfaga de disparos resonó en la noche y Lennox siguió corriendo en zigzag.
Ray le
seguía corriendo desde la calle, asomándose en el callejón desierto y se plantó
contra un muro respirando agitadamente. De pronto, escuchó un disparo y un
grito ahogado, un cuerpo cayó pesadamente a sus pies.
Con la
punta de su bota giró al muerto y reconoció a uno de los hombres de Detroit. El
silencio, volvió a caer como un pesado manto. Lennox, surgió a su lado como una
sombra. Volvió a detenerse para aspirar el aire, hinchando su pecho poderoso.
Gruñó apenas y salió corriendo sin hacer ruido alguno, como si se deslizara sin
tocar el suelo. Un disparo detonó iluminando la oscuridad, Lennox volvió a
pegarse al muro, luego se agazapó y saltó sobre un bulto que se deslizaba
refugiándose en el vano de una puerta atada con una cadena algo floja. Un jadeo
entrecortado le bastó para detectar los latidos del corazón del atacante. Sin
dudarlo, se plantó de un salto delante del umbral, tomando por el cuello al
hombre que se debatía tratando de acertarle apuntándole. Pero su mano se cernió
sobre el cuello, haciendo crujir la tráquea en un chasquido seco. El líquido
tibio y viscoso le empapó la mano, arrojó el cuerpo estrellándole contra el
piso y aplastándole contra el suelo mojado por la lluvia.
Corrió
hasta el todoterreno y Ray le siguió presuroso.
Se
movieron a toda velocidad por las calles desiertas. Había comenzado a llover y
en la oscuridad del vehículo, Lennox manoteó un trapo para tratar de limpiarse
la sangre de la mano. Con una sola había alcanzado para triturar la tráquea de
aquel cobarde. Con la otra, se echó los mechones de pelo desordenado hacia
atrás.
Volvieron
a la casa de Victoria, donde los dos hombres les informaron que no había habido
novedades. No obstante eso, quedarían el resto de la noche vigilando.
En su
casa, Lennox se metió bajo la ducha y luego de tomar de una botella de agua
helada, se tiró en la cama, desnudo y algo agotado. Durmió inquieto, girando a
cada rato.
Necesitaba
saber que ella estaba bien. No tenía en claro qué era esa sensación de tener
que verle cada día. Él era y sería una
bestia cada minuto de su vida, por más que intentara cubrir las apariencias con
esa pátina sofisticada de crueldad burlona. Debajo, sabía a quién llevaba. Los
genes de su padre, y antes que él sus demás ancestros que hacía que hubieran escapado
de la vida en sociedad, para trepar hacia las cumbres inhóspitas y nevadas de
las montañas, abandonando todo intento de integrarse a la vida social,
exceptuando a aquel niño, mitad humano, mitad animal, al que su madre, en un
intento desesperado por salvarlo, prefirió darlo en adopción.
En ese
momento, tal vez, fugazmente, captado por su mente. Su madre, impotente por
mantenerle a salvo en ese ambiente, había tomado el camino que pudo, para no
tener que regresar al poblado llevándolo de regreso con su padre. Fue, en ese
momento, en que hizo las paces con ese pasado brutal de maltrato, abandono y
desprotección emocional.
Al día
siguiente, regresó a la casa de Victoria y ella había salido según el informe
recibido esa madrugada de parte de sus hombres.
Estaba
reunida con su editor en jefe.
La
reunión estaba pactada para las nueve. Había sido ríspida, en la que ella se
empeñaba en interesarle, para presentarle un resumen de lo que sería el libro.
Le enseñó las imágenes, le relató la historia y los poderes que tenían ciertos
integrantes de la comunidad autoexcluida. Los que carecían de nombre.
Montañeses, que portadores de esos misteriosos poderes, habían decidido
recluirse, escapando de una sociedad que no les entendería, y los exhibiría
como fenómenos circenses. Eran gente libre y que así había elegido vivir. El de
Lennox, era la excepción. Un ser indómito, sin domesticar completamente, el que,
antes ciertas circunstancias, no dudaba en echar mano a métodos brutales, que
normalmente, hubieran descansado en ejecutores de la ley completamente
marginales y anónimos. En apariencia, era alguien integrado, sofisticado e
inalcanzable, pero nadie sabía, con exactitud cómo era o lo que albergaba en
sus profundidades.
—Prepara
un manuscrito y veremos — Evans la miró fijamente. Si no creyera, que es algo
observado por ti, pondría en dudas lo que me has contado. Puedes quedarte
tranquila, si no vas a hacerlo, seguirá todo igual entre nosotros.
—Antes
voy a hablar con Lennox —afirmó ella. No se merece que le traicione, es algo
que tengo que resolver.
En su
casa, comenzó a deambular, tratando de reconocer el nuevo orden que había
surgido después del vandálico mensaje que había recibido. En realidad pensaba,
que el mensaje había sido para él, y que estaba conectado con las muertes de los integrantes de la banda
en Detroit de hacía un tiempo atrás.
Esa
madrugada, se despertó súbitamente. Escuchó un roce en la planta baja a pesar
de haber activado la alarma. Se incorporó en la cama. Descalza, se deslizó
hasta la puerta y entreabriéndola, salió al pasillo en penumbras.
El gran
cuerpo, aquel que ya le era tan conocido, salió de la oscuridad y le bloqueó el
paso.
—No sé
por qué sigues tratando de sorprenderme —irritada le miró sin verle.
—Lo
siento, es un impulso, ese de moverme en la oscuridad que no puedo controlar.
No, todavía.
—No voy
a preguntarte qué demonios le haces a las alarmas.
—No vale
la pena, pero sigue utilizándolas—murmuró él, en tono imperativo.
— ¿A qué
has venido?
—Quería
saber cuándo ibas a hablarme del manuscrito que te tiene tan motivada
¿Necesitas dinero, a pesar de ser multimillonaria?
—No, no
lo hago por eso. Me apasiona escribir y todo lo relacionado con la narración de
historias, Lennox.
—Tenías
que apasionarte con mi historia, por lo que sé.
—Te iba
a avisar antes de hacer algo con el manuscrito. Jamás lo publicaría, si te
sintieras traicionado. Después de todo, nunca me has hecho daño, estrictamente
hablando.
— ¿Acaso
no he sido el responsable de un trauma de tu infancia?
Se había
sentado en el sofá de su salón y la miraba intensamente.
—En
honor a la verdad, he sido yo la que he irrumpido en tu vida, así que… Se
acercó a una lámpara y la encendió, alumbrando tenuemente la estancia.
—Quiero
leerlo antes que lo vea tu editor. Además, necesito ver lo que has conseguido
de mi familia.
Victoria
se quedó de una pieza al escuchar a Lennox.
— ¿Cómo
lo has sabido? El pulso se había acelerado y notaba un extraño calor, en las
mejillas.
Lennox,
esbozó una sonrisa esquiva. Su genio, adusto por lo general, pocas veces había
mostrado una expresión relajada y parecía estar continuamente en tensión, como
un depredador continuamente al acecho.
—En
realidad, no necesito tu permiso para acceder a él—manifestó. Es un gesto de mi
parte que podría llamarse de <<cortesía>>, accionó los dedos índice
y medio de cada mano, como había aprendido tan cuidadosamente a hacerlo, como
tantos otros gestos y frases hechas que su mente había acuñado con el tiempo y que le indicaban un
momento, un lugar y una persona indicados para utilizarlos.
Los
primeros signos de aprobación que aprendió a leer, le permitieron acceder a un
mundo de intercambio gestual y discursivo que era apreciado por los demás,
cuando en realidad, no le interesaba más que emitir un gruñido, que era lo más
espontáneo.
—Sé
bastantes cosas —continuó. Por suerte, tengo algo que podría llamarse
intuición, y sé cuándo tengo que moverme, o pedir ayuda a mis pares. Desde el
primer momento en que tocaste el timbre, supe, que tendría problemas y no me he
equivocado.
Ella se
acercó y le dio un pendrive.
—El
manuscrito está todo aquí. Tengo varias copias, no voy a mentirte, pero, dije
que no iba a traicionarte, Lennox. Porque, si algo aprendí del viaje que hice a
tu tierra, es lo importante que es para cualquiera, poder confiar en alguien.
Se retiró hacia atrás, justo para darle sitio cuando él se levantó bruscamente,
arrancándole el dispositivo de la mano. A mi editor y jefe le dije que tengo
que prepararlo para darnos tiempo de discutirlo, reflexionar o lo que quieras
que haga.
— ¿Por
qué estás haciendo todas estas concesiones? ¿Acaso te sientes culpable por
algo?
Ella se
indignó.
— ¿Qué
tengo que hacer para convencerte que no tienes motivo para desconfiar de mí,
que no intento perjudicarte, que hasta me gustaría ayudarte a superar ciertas
cosas, que te des cuenta que no somos todos tan viles, que… Parpadeó intentando
que las lágrimas no afloraran. Sentía un nudo en la garganta y aunque quedaban
interrogantes, no quería que él se fuera sin tener en claro quién era ella.
Él pasó
como una ráfaga a su lado, dando un portazo y se escurrió en la noche.
Casi la
mayor parte de la noche, leyó y releyó lo que ella había escrito. Pensó que
volver a ver el rostro ajado de su madre, el inexpresivo de su padre, le
traería algo parecido a una emoción, pero se equivocaba. Su mente, se negaba a
arrancar. No sentía nada. Ni odio, ni gratitud, o resentimiento. Todo eso,
hubiera sido lo lógico de ser experimentado, sin embargo, en su caso, no le
generaba nada. Su madre, a la que consideraba como tal, era quien se había
ocupado de hacer de él, lo más parecido a un ser humano adaptado, con sus
limitaciones, obviamente, pero había sido la única persona que lo intentó. Ella
y ahora, a su manera, Victoria. En los últimos tiempos, fue quien se arrimó por
motivos que no le quedaban del todo claros. Tal vez fuera su vocación periodística,
pero no estaba en su naturaleza analizar las motivaciones humanas. Sabía
demasiado de sus dobles y triples intenciones, de la culpa subyacente debajo de
cada acto bondadoso, de su crueldad innecesaria, su insaciable y ociosa
curiosidad, de los falsos altruismos, como para intentar acertar en el caso de
ella.
Evocó la
esbelta figura, su languidez de movimientos, la mirada de intenso asombro, como
si no pudiera creer que alguien como él, existiera en un mundo hostil y que le
era ajeno. El esfuerzo que hacía por interpretarlo, temiendo que hubiera un
cierto momento y lugar en el que él no le permitiría seguir avanzando. Esa
mujer en la que se había transformado la niña flacucha, a su pesar, le
intrigaba, tal vez, el primer ser humano por el que se interesaba. No era con
espíritu de disección, fría y con el único propósito de apropiarse de más
conductas y accionares humanos apropiados. Volvía a caer en la tentación de
analizar a otro ser. Eso también le sorprendía. Así como algo parecido a cierta
expectativa que le causaba cualquier próximo contacto con la heredera de
Awbrey.
Aceleró
el vehículo y se perdió en la noche.
Se
dirigía al Fénix, el que jamás cerraba sus alas, sus misteriosas y lujuriosas
puertas.
Le
vendría bien una noche entre las piernas de Sybil, pensó sonriendo. Antes que
saliera el sol, le tendría en su cama, en el club, donde ella era habitué,
siempre esperanzada de hallarle. La había estado evitando mientras estaba de
cacería, pero ahora, después de haber aspirado el olor a miedo y excitación de
Victoria, necesitaba calmar anhelos profundos, comunes a cualquier mamífero.
La rubia
estaba ante la barra, y miraba lánguidamente a su alrededor. Sabía que él
estaba próximo. Después de todo, eran de la misma especie y nada mejor que una
compañera de juegos luego de frustrar una y otra vez eso que latía en el fondo,
un deseo casi irrefrenable por la periodista, la usurpadora, la curiosa e
irritante criatura que hacía que cada despedida de ella, le ponía cada vez más
furioso. Tenía miedo de no poder controlarse un día cualquiera y ver con horror
cómo la joven se precipitaba en cualquier abismo, si llegaba a dar rienda
suelta a sus impulsos.
Halló a
la mujer irritante. Leyó en sus pupilas hendidas, un mudo reproche, y por más
que se retorcía casi imperceptiblemente, de aquella manera gatuna que tanto le
enardecía hacía algunos meses, ahora le parecieron desprovistos de verdadero
atractivo.
Se
dirigió a la oficina, donde varios de ellos monitoreaban el club.
—Por fin
te dignas aparecer —uno de ellos, el de pelo pardo y áspero, le dirigió una
mirada burlona, perece que la humana ha capturado tu interés. Esbozó una
sonrisita socarrona. Lennox le dedicó una mirada glacial que tuvo como efecto
desanimarle a él o a cualquier otro de continuar en esa tesitura.
No
contestó y se dispuso a observar a las criaturas que se movían al compás de
<<su>> música, ya fuera en la pista de baile o en las habitaciones
privadas, al compás del sexo, cualquiera fuera la aburrida combinación, que
miraran sus ojos, algo cansados.
Los
cerró por un instante e inspiró hondo, dilatando sus fosas nasales.
—Me he
transformado en un personaje de novela —anunció con voz monocorde y ronca. Así
que, cualquier día de estos me verán reflejado en la pantalla de un televisor
protagonizando una serie en cualquier plataforma y encarnado por algún idiota
maquillado con lentes de contacto.
Les
narró superficialmente el contenido del manuscrito, con una mueca de hastío.
—O los
tendremos husmeando como pasó con los de Detroit —gruñó el del pelo gris, el
zarco.
Asintió
ligeramente sin decir nada.
— ¿Por
qué la sigues conservando con vida? El de pelaje negro, casi azul, el mayor de
todos, le dirigió una mirada franca y directa. Fue una mala idea dejar que se
aproximara tanto. Lo sabías y la dejaste.
Sintió
que la rabia hervía en su interior. Era el líder, el alfa y no permitiría que
pusieran en duda sus decisiones. Aunque en este caso tenía que admitir que se
estaba equivocando. Tal vez era él quien se estaba aproximando al abismo creado
por Victoria.
—La has
subestimado—aleonado y burlón ajustó algo en una pantalla para luego apartar la
vista. Tal vez, bajo su apariencia frágil se esconda el espíritu y la voluntad
que te ha estado faltando últimamente, aunque con apariencia humana. Se encogió
de hombros. No sería la primera ni la última vez que nos cruzáramos con hembras
humanas. Es una experiencia deliciosa, eso lo sabes. Por mucho que te ofrezca
Sybil —aleonado continuó—jamás tendrá el sabor de lo prohibido. Creo que te lo
has ganado, Lennox.
Se
resistía a mostrarse vulnerable delante de ellos, aunque sabía que no le
juzgarían. Eran sus hermanos de guerra y le seguirían siempre. Todos habían
deleitado sus cuerpos con Sybil pero, sabían de lo que hablaban cuando
mencionaban lo prohibido. Las humanas eran insuperables, en su capacidad de
entrega, que las hacía tan apetecibles. Pero, como Lennox, ellos habían dejado
de analizar las causas profundas de tal atracción y solo se dedicaban a tomar y
disfrutar cuando se daba.
Al día
siguiente, Victoria, entregó el manuscrito a su editor. Solo había recibido un
mensaje de Lennox en que decía <<de acuerdo>>.
Pasaron
los días y una noche llegó la presentación del libro. Había dudado en el
momento de elegir un título. <<Los Abismales>>, le había parecido
apropiado, y a esa hora, después de la campaña de prensa, que había convocado a
muchos curiosos, tenía ganas de volver a casa y arrojar los zapatos lejos,
darse un baño relajante, y esperar la crítica.
Sus
compañeros de equipo, habían recibido un ejemplar y se habían debatido entre la
incredulidad y el recibimiento sin grandes cuestionamientos. Después de todo,
en el mundo de los libros cualquiera podía publicar casi cualquier cosa. Una
ficción más, revestida de investigación seria, formaría parte de la llamada
<<posverdad>> y eso sería todo. Veinte años atrás, tal vez hubiera
habido programas de investigación, de los llamados <<serios>> que
hubieran destinado un par de emisiones a poner negro sobre blanco pero ahora
casi todo se aceptaba como algo que podría ser cierto y mejor dejarlo donde
estaba. Después de todo, con la cuántica casi todo podía tener una explicación,
o los Multiversos. No sería el único pueblo fuera del ojo controlador de la
civilización que transitaba bajo las narices de los satélites, escondidos en la
espesura, en las cuevas y oquedades de las montañas. Además un personaje
marginal y excéntrico, con extrañas características, tampoco era tan inhallable
y poco común. El mundo estaba lleno de multimillonarios excéntricos que hacían
del misterio y del aislamiento, un culto.
Cuando
divisó a Lennox apoyado en una de las columnas del espacioso ático donde habían
decidido hacer el evento, vestido con su traje de marca, costosa, como era
costumbre en él, los ojos fijos en ella, a Victoria se le aceleró el pulso. Se
acercó a ella, deslizándose en la penumbra del lugar, alejándola del foco de
atención donde había estado firmando los ejemplares, para dirigirla a la
terraza. El gentío era extraordinario.
Su
belleza era indiscutible. De una animalidad joven y hambrienta que a ella le
provocaron sequedad en la boca. Se dio cuenta que era miedo, en parte. La tomó
suavemente por el codo y la guió hacia el espacio exterior. Pocos le
reconocerían y ella descartó que alguien prestara atención a una pareja más que
buscaba un rincón en penumbras para estar tranquilos.
—Me ha
gustado —le comentó él. No creí, sinceramente que pudieras captar tanto en tan
poco tiempo.
—Tengo
algún grado de conocimiento por haber estudiado Psicología, aunque nunca llegué
a graduarme —sonrió Victoria complacida.
—Si me
hubieran llevado con alguien como tú… siguió él, como continuando cierta línea
de pensamiento.
—No creo
haber podido modificar algo en ti, Lennox. Bebió de su copa. Observó que él no
tomaba nada. Además, como eres ahora, me agradas.
Era la
primera vez que lo llevaba a un terreno tan personal, tan cercano. Parecía
haber vencido ciertas resistencias internas y estar más tranquila que en los
meses precedentes.
—
¿Quieres venir a casa cuando esto acabe? La invitación de Lennox, la
sorprendió, a pesar de todo.
—No sé
si será prudente. Hay muchas cosas que…
—Los
hombres de Detroit han desaparecido y por ahora las apetencias de las bandas
rivales están fuera de circulación. Los castigos ejemplares, a veces surten
algún efecto que perdura. Sonrió en la oscuridad.
—Vamos
dijo ella de pronto. Hora de acercarme al abismo.
Cuando
llegaron al ático de Lennox, hacía rato que la ciudad dormía a sus pies. Ella,
como venía deseándolo toda la noche, se sacó los refinados zapatos.
Hablaron
sin parar, enroscados en la oscuridad, en voz baja. Vaciaron lo que fuera que
tenían en sus mentes. Una catarsis, impulsada vaya a saber por qué necesidad.
Esa
madrugada, claro que corrió la sangre. Garras, dientes y gruñidos imaginarios
en la mente de ella, aunque la corporeidad más brutal y humana fue puesta a
prueba y fue tan real como prolongada.
A él le
costó su mundo, mantener a raya el impulso de transmitirle el deseo de correr a
través del amplio barandal de vidrio para abrazar el vacío, lográndolo a duras
penas. Pero, sabía que ella valía el esfuerzo. El aroma de cada gota de su
poderoso almizcle que era lo que se ponía en juego como expresión de su poder
sexual animal, se vertió en la pequeña nariz de ella, elevándola hasta límites
inimaginables, dejándola exhausta y colmada cuando se produjeron ambos clímax.
Victoria abrió los ojos gracias a la luz que
se filtraba por las rendijas del black out, permaneció quieta, atenta a los
ruidos. Había esperado oír la respiración de Lennox detrás de sí, pero no fue
así. No tenía idea si él había dormido a su lado todo el tiempo, o, por el
contrario, había partido a la madrugada, o inmediatamente luego de esa posesión
animal. Desconocía los hábitos privados de su especie. Ahora lo tenía claro.
Los enormes huecos emocionales del adolescente que iban más allá de una
rebeldía común, el odio hacia las imposiciones de Collin Awbrey y su carácter
despótico. Era absolutamente cierto que dos machos alfas no podían convivir
bajo el mismo techo. Al principio, él
mayor, pudo establecer una relación jerárquica basada en un sometimiento para
con el niño, pero cuando este se hizo mayor, las cosas cambiaron. Esto se había
agravado, cuando su madre adoptiva enfermó y fue marginada al piso superior y
una total falta de contención emocional por parte de aquel marido, se hizo tan
evidente ¿Cómo no iba a detestarle Lennox si su padrastro se había refugiado en
su propia madre antes de morir Elaine?
Tal vez,
la mujer no había alcanzado a compensar las carencias afectivas del niño
primero y del huraño adolescente después, por lo que él, librado a su aire,
hizo lo que pudo. Y esto fue, seguir las inclinaciones propias de su naturaleza
primitiva. No le había faltado lo material, los colegios caros, la mejor ropa,
pero había carecido de la amorosa contención que hubiera debido rodearle por
ser quién era. Los psicólogos no podían equilibrar los huecos de empatía de los
que casi carecía totalmente, ocupado como estaba, en ponerse a salvo de otro
confinamiento, otras cadenas y otra jaula. Como una epifanía le quedó el
tablero completo y decidió escribir la segunda parte, tal vez, la aproximación
más humana que podría haberse hecho de estos seres, productos de culturas
híbridas y mal ensambladas.
Se giró
en la cama, la puerta estaba cerrada, la ropa arrojada sobre una silla, como
había quedado la noche anterior. Estaba claro que Lennox no sería de aquellos
que prepararan el desayuno o que se quedaran esperando a que una mujer abriera
sus ojos para quitarle el cabello de los ojos, arrasar su boca y tal vez, hacer
el amor pausada y relajadamente.
Hasta
donde le conocía, a pesar de lo hablado la noche anterior, intuía que estaría
ocupado, impecablemente vestido en la oficina del club, luego de haber pasado
por el gimnasio. Aunque había cosas de su vida de las que nunca sabría nada y
tal vez fuera mejor así.
No se
engañaba, pensó mientras se incorporaba con sensación de molicie en el cuerpo,
lo de la noche pasada solo había sido para él algo pendiente tal vez, una
especie de hambre atrasada, pero poco más que eso.
Se metió
bajo la ducha y cuando bajó se encontró con café preparado y al desconocer sus
gustos, había dejado sobre la encimera de la isla de la cocina, una serie de
combinaciones que ella no tardó en devorar, hambrienta como se percibía.
Cerró la
puerta antes de marcharse. Llamó un taxi y marchó a su oficina, donde se reunió
con el equipo. Una nueva tarea asignada, le mantendría ocupada durante días y
eso constituiría un alivio, porque tenía la plena seguridad que no volvería a
saber de Lennox. Por lo menos, era así como solía comportarse con sus conquistas.
Mujeres de una noche, si exceptuaba a la única mujer de su especie que él había
citado varias veces, Sybil Warner. El muro de contención y el desahogo a la vez
de todos ellos, aunque ella no intentaba disimular su preferencia por el líder,
según admitió él, tan naturalmente como si hablara del clima.
Procuró
reprimir una puntada de celos. No tenía derecho a sentir nada en ese ni en
ningún aspecto. Había quedado claro que esa noche no había habido sentimientos
en juego. Solo lujuria y deseos reprimidos.
Los días
pasaron y ella continuó haciendo su vida de costumbre. Salía algo más con sus
amigos que se guardaron de comentar nada si la habían visto taciturna. También
estuvo atendiendo de sus negocios incipientes. Lentamente, había ido asumiendo
su nueva condición de multimillonaria, por lo que hubo de buscar alguien de
confianza que le asesorara al respecto. No había querido tener nada que ver con
el viejo abogado de su padre y eso la había tranquilizado. Ignoraba cómo se
movía Lennox en ese terreno. Su montaje del año anterior, de estar en
dificultades económicas como cebo para los recién desembarcados hombres de
Detroit, era agua pasada. Le iba mejor que nunca, según pudo enterarse, pero su
<<gurú>> en lo financiero, seguía siendo un misterio. Era muy activo
al respecto, ya que tenía múltiples emprendimientos, fusiones en marcha y
compra de empresas en dificultades, sin mencionar intereses en industrias
farmacéuticas de primera línea con sedes en países imposibles. Laboratorios de
investigación que solventaban o eran solventados por ciertas fundaciones de las
a veces, no era posible, seguir el enmarañado rastro y que solo él, parecía
conocer. El Fénix y el rubro hotelero, eran tema aparte. Constituían la faceta pública que él estaba
dispuesto a mostrar al mundo para explicar sus cuantiosos ingresos, pero ella
no era tan tonta como para ignorar que con eso solo no bastaba para justificar
el monto de la fortuna, dato tan celosamente guardado. Supuso que los paraísos
fiscales serían escalas frecuentes de ambos aviones privados que él poseía, así
como transacciones virtuales.
Su
teléfono sonó sobresaltándole.
—Estoy
de regreso en la ciudad—anunció la voz ronca, casi gutural de Lennox. El otro día
tuve que marcharme de manera urgente y… Bueno, ya sabes cómo es esto.
—No, en
realidad no —le confesó ella. Apareces y desapareces esperando que la mujercita
de turno esté dispuesta como <<congelada en el tiempo>> desde que
la dejas en tu cama. Creo que esa imagen es una fantasía, Lennox.
Él rió
fuertemente. Era la primera vez que le escuchaba reír así, tan abiertamente.
—No,
estás equivocada. Rió un poco más hasta extinguir la risa. Tuve problemas, de
verdad.
—No
quiero saber lo que corrió en el medio de <<esos problemas>> dijo
ella seriamente.
—No,
mejor no. Tus pequeñas y rosadas orejas, son demasiado delicadas para captar
determinados sonidos.
—Esto
que dices es peor, Lennox. Ahora has instalado imágenes de seres atados y
torturados en sótanos de piedra, llenos de humedad y paredes goteantes… No
olvides que escribo, mi imaginación es algo fértil.
—Te
ajustas bastante a la realidad —admitió él. Sabes que hay cosas que no soporto,
porque lo hablamos, una de ellas es la traición y el robo entre asociados, así
como yo lo veo.
—Sí, eso
es verdad —la voz de ella sonó convencida. Todos los matices de la traición son
imperdonables —continuó.
—Te dije
que éramos más parecidos de lo que querrías admitir.
—Sí. Tal
vez tengas razón. Bueno, ya nos hemos puesto al día y tengo que seguir
trabajando, Lennox.
—Eso me
hace acordar que pasaré por ti en veinte minutos, Victoria. Era una afirmación,
no había rastro de dudas acerca de que ella estaría esperándole.
—Otra
vez, no, Lennox. Te dije que no soy la mujercita que…
—No, son
negocios. Tus negocios, para ser más específico.
— ¿Qué
tienen que ver mis…
—Ya lo
verás. Prepárate y espérame abajo, no hay mucho tiempo. Colgó sin esperar
respuesta.
Veinte
minutos después el todoterreno negro se detuvo, y ella entró de un salto.
—
¿Adónde vamos? Le miró sorprendida. Él con las manos en el volante, la vista al
frente, parecía ensimismado en algo distante que no iba a compartir con ella.
Después se obligó a girar la cabeza, clavarle su mirada amarilla, y rozarle la
mejilla con un beso tenue que le puso la carne de gallina.
Lucía
impecable con aquella campera negra de cuero finísimo, su remera blanca, los
jeans negros y las botas militares. El cabello apenas sujeto atrás, sin
afeitar, una versión relajada del estricto traje habitual en él.
Llegaron
a la pista de vuelo en media hora y luego de una hora aterrizaron en un lugar
desierto, todo arena roja y, a lo lejos, cañones escarpados, rodeados por una
bruma caliginosa y ondulante. La temperatura era ardiente y el sol caía a pleno
y plomo.
Otro
todoterreno idéntico les esperaba a un costado y ambos se dirigieron presurosos
hacia el vehículo.
Ella no
hizo preguntas porque intuía que no recibiría respuestas. El que manejaba, de
pelo áspero y pardo, apenas giró la cabeza y arrancó ni bien cerraron las
puertas.
— ¿Nos
quedaremos mucho tiempo? Quiso saber Victoria. No he traído equipaje…
—No,
solo el necesario para que veas a ciertas personas y luego tendremos una
conversación.
Anduvieron
una media hora hasta llegar a una casa de piedra de líneas modernas, emplazada
en un terraplén, mirando hacia el cañón rojizo que parecía servirle de marco.
—Es un
lecho de río, pero hace miles de años que no corre agua por aquí —explicó él.
Casi nunca llueve y todo es fruto de la erosión del viento y el agua del
neolítico o algo así.
Entraron
por una rampa, hasta una cochera subterránea donde se alineaban motos y
vehículos de toda gama y para cualquier uso.
Salieron
a recibirles dos hombres más que intercambiaron algunas palabras con Lennox en
voz baja.
—Síguenos
—le indicó él.
Bajaron
una escalera más y entraron en un recinto, donde dos hombres estaban sentados
frente a frente, en sendas sillas atados. Las cabezas caídas sobre sus pechos y
las ropas manchadas de sangre. Una imagen que ella solo había visto en
películas, se había corporizado para su observación.
Tomando
del cabello de uno de ellos, Lennox, tiró bruscamente hacia atrás.
— ¿Le
conoces?
Ella se
acercó con cautela.
Detrás
de la masa de carne sangrante, el rostro casi desaparecido de Ric Owen surgió como una revelación, que hizo
que diera un salto hacia atrás tapándose la boca, horrorizada.
—Este
otro, no podrá hablar más, hizo lo mismo con el hombre sentado al frente del
tal Owen y ahogó otro grito.
— ¡Es
Harpers! Le miró interrogándole con los ojos.
—Owen-Harpers
y asociados —afirmó Lennox. Asesores financieros y hasta hace nada, personas de
tu confianza que estaban robándote, Victoria.
— Pero…
¿Cómo? ¿Qué les has hecho? ¿Tienes pruebas? No sabía en qué orden alinear las
preguntas. Me los recomendó Davis. Awbrey le confió sus asuntos toda su vida y…no
tuve otra opción conocida más que recurrir a él, a pesar que es lo último que
querría haber hecho.
—Pues,
los hombres ceden, a veces y se tientan. Deberías saberlo. Por cierto, con
Davis, todavía no sé qué haré. No tolero dudar por mucho tiempo —anunció.
Acto
seguido, un hombre de pelo negro, casi tan imponente como Lennox, procedió a
mostrarle sus estados de cuentas, extractos bancarios, detalles contables que a
ella por momentos, se le escapaban pero que, a la larga mostraban diferencias
notables en ingresos, egresos y movimientos internos, como transferencias a
cuentas que desconocía tener. Cosas que él manifestó ser burdas debido, tal
vez, a la poca experiencia de ella.
—En
pocas palabras, te estaban drenando tus cuentas y desviando fondos hacia paraísos
fiscales. Tuve que ocuparme de ello a mi manera, claro pero, por suerte, hemos
obtenido los números de dichas cuentas y estos hombres han sido tan
colaboradores como para restituir hasta el último dólar.
— ¿Cómo
los descubriste?
—Ya te
dije, no suelo descuidar lo que me importa.
Parecía
ser toda la explicación que obtendría.
—Así
que, ahora, tendremos una conversación de negocios, Victoria. Si sigues
desconfiando de mis métodos o algo no te deja tranquila, me dices y consultas
con quien quieras.
—No, he
decidido confiar en ti, Lennox. Hablemos, entonces.
Él
asintió con la cabeza y volvieron a montar en el todoterreno.
De regreso
en la ciudad, se reunieron en el Fénix. Era la hora de la caída del sol y
Lennox no vio motivos para no reunirse en la oficina, rodeado de las pantallas,
ese mundo nocturno y furtivo que tan bien conocía.
En
cambio para ella, era territorio desconocido.
—Tendremos
que delimitar mi intervención en tus asuntos. No somos ni seremos socios, como
intenté hacer que creyeran los de Detroit —comenzó anunciando Lennox.
—Estoy
de acuerdo.
—Déjame
hablar primero y luego harás las objeciones pertinentes.
En su voz,
no había irritación. Le había aclarado que sería una reunión de negocios.
Separar lo privado de ellos, para él era algo tan natural como respirar y no se
notaba ningún esfuerzo en el proceso. La otra opción, pensó Victoria, es que lo
de la noche anterior, hubiera sido el episodio aislado, una más de sus
incursiones sexuales, hábitos de depredador. Volvió a pensar que era lo más
probable. Procuró, pues, centrarse y atender lo que vendría, porque era,
después de todo, su patrimonio y él, no había dudado en ayudarla descubriendo
la trama que habían tejido aquellos en los que había confiado erróneamente.
Regresó, con dificultad al momento presente, haciendo una breve escala de
pensamiento dedicado a Davis y su rol en todo aquello. Seguramente, el anciano
abogado, estaba en una situación de alto riesgo, esperaba que fuera ajeno a las
maniobras de sus asesores, aunque no estaba tan segura de eso.
Lennox,
se hallaba de pie, apoyado en el escritorio y de brazos cruzados, aguardando a
que ella aterrizara, una ceja arqueada y suspirando levemente. Aquella humana
que había dejado entrar en su vida, requería paciencia. Bien sabía, que no era
esta, una de sus virtudes.
—Estoy
lista —anunció Victoria con voz queda.
—Como
dije, nuestras finanzas no se cruzarán jamás. Eso queda claro. Puedo
recomendarte asesores que no serán los mismos que utilizo, por razones obvias,
pero son gente confiable. En cuanto a Davis, voy a pedirte, que termines lo que
tengas sin resolver con él, en lo referente a tu herencia. Luego, me informarás
y veré de disponer de él. Estoy en condiciones de orientarte, yo o cualquiera
de mis hermanos en algo concreto que pueda interesarte, referente a tus
inversiones. Hace mucho que estamos en esto, Victoria y sobre todo, somos
cuidadosos de nuestra privacidad y es por eso que nos moveremos en circuitos
financieros separados.
Ella
aguardó por algo que siguiera, pero Lennox hizo un ademán con la mano que era
su turno.
— Puedo
preguntar ¿Qué harás con esos hombres? ¿Con Owen, que estaba vivo, por ejemplo?
—Es
preferible que no te integres en esto. No es algo que te incumba, a pesar que
sean ex empleados tuyos. De esa parte, nos encargamos nosotros.
— ¿Qué
pasará con Davis?
—De
nuevo, ya te dije qué hacer con Davis y el resto, aclarar su participación en
esto, es cosa nuestra.
—Sabes
que estás moviéndote fuera de toda ley ¿Verdad?
Lennox
entornó los ojos y rió levemente.
—Jamás
he dicho lo contrario y cuento con tu lealtad. Por excepción he pensado que debías
ver con tus ojos el resultado de malas decisiones, para que en el futuro seas
cuidadosa, cautelosa y consultes con personas que tienen más experiencia.
—Por eso
fui a ver a Davis.
—Sí.
Pero, ignoras que el ciclo de Davis estaba agotado, desde que te facilitó mis
datos. No puedo recriminarte por eso.
Se
acercó a ella y le acarició el pelo, rozándole la mejilla.
Ella
necesitaba algo más. Un refugio, consuelo, no lo tenía bien en claro. Sentir el
cuerpo fuerte que brindara calor en ese día de fuerte experiencia, en el que
apenas había comido algo y de pronto comprendió que lo que a ella le quitaba el
aliento del espanto y la dejaba sin fuerzas por el estrés de lo contemplado,
para él y los suyos, era cosa de todos los días. No podría esperar más de un
hombre como Lennox, no debería si no quería decepcionarse y, por el contrario,
guardar para sí, como algo único la experiencia del encuentro previo, el único
y último seguramente.
Tomó
aire en una bocanada profunda y algo entrecortada, irguió el pecho, tomó su
bolso y se dispuso a marcharse, dando por terminada la reunión de negocios.
—No te
marches, aún —pidió Lennox con voz ronca. Si tienes algo más de tiempo,
podremos ocuparnos ahora de otros temas. La tomó de la mano y la condujo fuera
de la habitación. La guió por uno de los pasillos que habían recorrido el año
anterior, flanqueados por puertas, iluminado tenuemente. De vez en cuando, se
abría una ventana donde se observaba una escenificación del fondo marino, con
peces de verdad, tiburones, en realidad, que nadaban en una semipenumbra
espectral y azulosa, en pleno silencio. No llegaba hasta allí la música de
abajo. Como un santuario marino, él abrió una puerta ingresando en una
habitación de enormes proporciones, que ella imaginó, serían los dominios de
Lennox, las noches que decidía pernoctar en el club. Pensó en Sybil y se
prometió no dejar que nada sucediese allí. No compartiría el lugar, tal vez el
hombre, sin saberlo, creía que podría complacerla, pero tenía que salir de allí
y esa magia que parecía paralizarla que emanaba del lugar, se esfumaron.
Forcejeó con él y cuando le dejó que se separara, se quedó mirándola,
impasible. Sabía que Lennox guardaba sus emociones y que esperar sorpresa,
decepción o alguna emoción humana de baja o mediana intensidad, era
completamente inútil.
Él se
limitó a sentarse delante de una barra bien provista y le sirvió una copa,
mientras colocaba un plato con una cena fría encima.
—Solo te
he traído aquí para que recuperes fuerzas —sonrió levemente. Se sirvió para él
y comenzó a comer con ganas sin esperar a que ella se decidiera.
Lentamente,
Victoria se acercó y se sentó en el taburete a su lado. Se dio cuenta que
estaba realmente hambrienta, devoró lo que estaba servido, sin disimular.
Luego, siguió un plato caliente y por último algo dulce y liviano que Lennox se
abstuvo de probar, según su costumbre.
Terminada
la cena, ella se dispuso a marcharse. De reojo, al rumbear hacia la salida, vio
un dormitorio que parecía enorme, con una cama de iguales proporciones, apuró
el paso, apoyó su mano sobre la manija de la puerta, entreabriéndola.
El beso
llegó sin aviso, los labios de Lennox, duros, secos, implacables se apoderaron
de la boca suave y desprevenida de ella, dejándola pasmada. Una mano la retenía
por la nuca y la otra en la espalda, la fijaba contra su cuerpo inquieto.
Luego,
la soltó suavemente.
—Te
llevo a tu casa —susurró.
—No hace
falta, puedo tomar un taxi, Lennox. Estoy agotada, la verdad.
—Me
imagino. Sé que tal vez has necesitado algo que esperabas recibir de mi parte,
y no he sabido dártelo. Todavía trato de captar algunas necesidades humanas que
me son extrañas. Si te interesara, podrías tener paciencia para que aprenda
muchos matices.
—Son más
que matices, Lennox —le miró casi apenada. Además hay algo que debes saber.
Él
aguardó impaciente, de pie, al lado de la puerta entreabierta.
—No son
emociones básicas humanas, las innatas. Estas, en cambio, se aprenden desde
niño, imagino y… creo que luego ya no seríamos capaces de experimentarlas, por
más que las aprendamos a expresar de manera adecuada y oportuna. En verdad, no
hay muchas conclusiones rotundas a ciertas manifestaciones como la empatía, por
ejemplo, puede aprenderse, pero, obviamente es cuestión de práctica… Tal vez
llegues a comprender la realidad emocional de otro, no significa que la
compartas y puede que hasta te deje frío, si soy sincera.
—Entonces
puedes hacerme ver qué necesitas hasta que aprenda a darme cuenta y puede que me ponga en tu lugar… Sus ojos
brillaban con mirada expectante. No había súplica en las inflexiones de su voz.
Victoria
pensó qué empatía pudo haber desarrollado un niño encadenado por casi tres
años, y por todo contacto, una madre desesperada y casi ausente. Sacudió la
cabeza.
—Lo tuyo
me supera, Lennox. No soy Psicóloga, no obtuve mi diploma y no podría
intervenir éticamente hablando, pero creo que hay personas que están muy bien
capacitadas para tratar personas con carencias como las tuyas.
—Me
refiero a que puedes esperar y ver qué pasa mientras estoy entre sus paredes…
—No
hablaba de internación, Lennox.
—Yo sí.
— ¿Tan
mal te sientes?
—No, no
es eso. Pero debo protegerte de mí, eso es lo que siento a veces y por eso me
ausento y me sumerjo en mis negocios, en mis batallas, mi guerra contra mis
enemigos. Eso, me alivia, pero si quiero ofrecerte seguridad, tengo que saber
que seré incapaz de dañarte, que no perderé el control de la bestia que anida
dentro de mí, que no cederé al impulso de plantar en tu mente ideas suicidas,
por un exceso de energía mal encausada, o algo así…
—Tampoco
me gustaría un hombre que estuviera la mitad del día medicado, sedado para
mitigar sus impulsos. Tú eres tan vital, resolutivo, jamás dudas, y parece que
siempre te has ocupado de organizar las que llamas batallas y que irradias
seguridad… A su pesar, sintió que se avergonzaba de mostrar así sus propias emociones.
Pero la noche que hablaron durante horas, ya recorrieron ese y otros caminos.
Por eso, daba la impresión que Lennox se mostraba más suelto expresando lo que
sentía, abría su casa, la invitaba y si bien ella, no conocía el otro mundo, el
oscuro y siniestro del cual era el líder, casi no le importaba, con tal de
tenerle allí en ese momento, de pie junto a la puerta, después de haber cenado
juntos, en su casa, por primera vez.
—Tal vez
tengas razón y deberé darle el poder de entrar en mi mente solo a alguien que
me inspire confianza y no recurra a la medicación como si ser un híbrido, fuera
una enfermedad —reflexionó.
—Será un
trabajo arduo. Me refiero a hallar a alguien así y solo deberás contar algo
guionado. Mi libro es una ficción, pero si cuentas la verdad, lo que pasará
luego, no lo podremos parar, le recordó Victoria.
—Deberé
matarle luego de terminar el tratamiento —Lennox le sonrió con malicia, pero
ella no pudo evitar que le corriera frío por la espalda.
—No lo
digas ni en broma, Lennox.
—No he
dicho que lo sea. De pronto se puso serio.
—Creo
que tienes que meditar qué harás. No puedes renunciar a tu naturaleza solo
porque crees necesitar mi aprobación. Eso no lo acepto ni tú debieras
planteártelo siquiera.
—No, si
lo hago es porque desde que estuvimos juntos, o tal vez antes, cambiaron cosas
aquí adentro —se señaló el pecho.
Será un
camino largo y cuidadoso. Tendrás que estar muy atento sobre lo que revelas —le
aconsejó.
—Ya lo
sé, niña. No te olvides que cuando tú naciste, hacía varios años que estaba en
tratamiento. Pero, en ese entonces eran pobres animales los que sufrieron mis
arranques de violencia inexplicable. Luego, traté de encauzarla hacia fines más
<<nobles>> y socialmente aceptables, por lo menos algunos que ven
en nosotros, defensores contra la escoria que asola el planeta.
—Yo
sería capaz de vivir con ello —le aseguró Victoria. No te olvides que desde que
era una niña, te espiaba y sabía que tus arranques no serían dirigidos contra
mí, a pesar de un par de cruces que tuvimos.
—La vez
que te arrinconé en la cochera fue para protegerte de mí, no quería que vieras
la clase de monstruo que puedo llegar a ser. A menos que te conviertas en uno
de los nuestros y eso no lo permitiré.
—Ni yo
lo quiero. Somos y seremos distintos, solo me gustaría que pudiéramos confluir
en un sitio donde esas diferencias quedaran fuera.
—Sólo
hay una forma —le contestó él— pero sería por tu parte, entregarse con una
confianza absoluta. Algo que jamás he pedido a humano alguno, si exceptúo a Ray
Simpson. Pero, ambos éramos muy jóvenes y estábamos desesperados.
— ¿Qué
prueba sería esa? Victoria, tenía ante sí un desafío como nunca habría otro.
Tal vez, se transformara en una víctima más de los impulsos irrefrenables de
Lennox, tal vez no.
—No
puedo sugerírtelo siquiera —susurró él. Las cosas se nos han ido de las manos,
ya no quiero fingir que no me importa lo que pueda sucederte.
Cuando
fui a Detroit… Para ese entonces, había vuelto a cerrar la puerta detrás de
ella, nos enfrentamos con la banda entera, parte de la que vino a disputarnos
este lugar, nuestra ciudad, nuestro territorio. En un principio, lo hice para
eliminar toda competencia, señalar a otros que desearan lo mismo, lo qué puede
pasarles. Pero cuando volvía hacia aquí, y parte de los míos quedaron
haciéndose cargo del desastre que dejamos, me di cuenta que había algo detrás
de todas esas motivaciones. Una mujer que sin darse cuenta o luego de saberlo,
no lo sé bien, siguió protegiéndome a su manera, cuidando mis secretos, cuando
habría podido revelarlos al mundo entero. Y era a ella a quien quería proteger
de esos tipos, que no llegaran a mí a través de su daño físico, de la
posibilidad de arrebatarme algo mío a través de una debilidad de la que me hice
consciente en ese viaje. Tú eres el punto vulnerable al cual protejo con cada
una de mis acciones. Las que inicié al llegar, como la vigilancia, el
seguimiento y el asesoramiento financiero y el encargarme de aquellos que
intentaron estafarte. Te convertiste en mi responsabilidad. No sé si eso es
empático. Tampoco me interesa averiguarlo. Pero, si ambos queremos saber adónde
nos lleva lo que se ha iniciado, debemos hacer ciertas cosas que van a
demostrarnos lo que realmente estamos dispuestos a invertir en esto.
Yo
elegiré un centro de rehabilitación, para un <<trastorno de ira>>,
vamos a ponerlo de esa forma. No será necesario que el profesional sepa qué
clase de mutante tiene en su consulta.
— ¿Y
para mí qué tienes pensado?
—Depende
de ti. Si estás dispuesta. Será un acto de confianza supremo y será lo más
cercano a tu límite.
Así
comenzó aquella extraña asociación entre ambos. No era posible definirlo como
una relación, ya que por separado, durante varios meses, cada uno recorrió su
propio y arduo camino de aprendizaje. Acordaron que sería por el lapso de un
año.
Lennox,
dedicado a su trabajo, dedicó gran parte de horas a su terapia. Ejercicios,
teatralizaciones, puestas en escena, hasta que las conductas humanas, dejaron
de parecerle tan ajenas. Podía saludar y acompañar con una sonrisa, que
curiosamente, comprobó que tenía el don de cautivar a quienes se las dedicaba,
logrando sus propósitos más fácilmente que de la manera intimidatoria, en la
que siempre se había manejado. Primero simuló, luego empezó a escuchar el
mensaje verbal ajeno, primero fingiendo un interés que no sentía ni
remotamente, y que, progresivamente, llegó a interesarle, con limitaciones, ya
que las conversaciones banales, siguieron aburriéndole ferozmente y se dedicó
con verdadero ahínco a seleccionar a sus interlocutores. Allí, pudo lograr
apreciar el calor, la intimidad y la comunión que una buena conversación tenía,
con ciertos humanos escogidos. Se dedicó a profundizar en las emociones que
podía ir capturando, a medida que se hacía consciente de su gradual aparición,
las que habían empezado a asomar tímidamente, hasta transformarse en fuertes y
poderosos impulsos que le <<movían>> a acciones que no le tenían a
él como principal objetivo. Aprendió a conmoverse por el mal ajeno, a
indignarse por su desdicha y vulnerabilidad y un día se sorprendió haciendo
algo por otro, parecido a él en su aspecto, pero desconocido. Fue capaz, de
emerger del círculo férreo de la manada primigenia. Los siete y Victoria, seguían
siendo su mundo, su pertenencia, pero no era ajeno al mal ajeno. Después pasó a
compartir la alegría y los sentimientos positivos de los demás seres anónimos,
ante hechos bien concretos, como el nacimiento del hijo de uno de sus
empleados. Le asombró observar la emoción en los ojos de la madre y el pequeño
puño del bebé aferrado al dedo del orgulloso padre.
Quería
eso. Algo como eso, que sintiera próximo, parte de sí mismo. Alguien a quien
enseñaría a protegerse, a cuidarse, a pelear en ese mundo al que había llegado,
pero que, a diferencia de él, no se aislaría como protección, o reprimiría
sentimientos de hostilidad, apilados y comprimidos durante años de ser ignorado, temido u odiado. Un ser que
supiera que podía confiar enteramente en el círculo que le rodeaba, y que a su
vez, sería capaz de brindar apoyo si la ocasión así lo requiriese.
Victoria,
en cambio, luego de tomarse un año sabático, pasó ese tiempo, recluida en una
jaula, encadenada al piso de la misma, con el espacio suficiente como para
hacer ejercicios matinales, alimentarse con las manos de un simple plato y
haciendo sus necesidades en un cubo que alguien limpiaba cada noche, mientras
dormía, tapada con una manta sucia, sobre un jergón. Se le permitía bañarse una
vez por semana, y luego volvía a dicha jaula. La privación sensorial, era casi
absoluta ya que en todo ese tiempo, no oyó sonido alguno y hubo días en los que
creyó que no lo resistiría. Sabía del paso de las horas porque veía un
rectángulo de cielo a través de una claraboya cubierta por vidrios
semitransparentes.
Confiaba
que, del otro lado, aguardándole, estaría Lennox. Si tal no fuera el caso,
había intentado prepararse para esa contingencia, siempre cabía la posibilidad
de volcar su experiencia en la escritura. No le había visto desde que ambos se
habían separado después de acordar que sus caminos debían bifurcarse. Luego, lo
que pasaría sería incierto.
¿Acaso
la vida no lo era?
En ese
momento, la luz del techo se apagó por primera vez en meses, y quedó sumida en
la más pura oscuridad. El silencio era abrumador y supo que estaba frente a una
nueva alternativa, antes de perder la cordura para siempre. Se había preparado
para ese momento. A pesar de estar desnuda, hacía rato que eso había dejado de
importarle. Estaba dispuesta a sobrevivir al precio que fuera. Con gran
paciencia, había ido puliendo un trozo de hierro del soporte del camastro hasta
darle la forma de un puñal. Si era necesario, liberarse de los grilletes de los
tobillos, no le importaba desangrarse cortando el tendón de Aquiles si era
necesario, así tuviera que arrastrarse luego, degollar a quien fuera, apenas
percibiera, con sus sentidos extrañamente aguzados, que no había intenciones de
liberarla.
Ese era
el precio que había estado dispuesta a pagar y no lo había dudado.
Del otro
lado del mundo de la jaula, en una de los senderos de la bifurcación, Lennox
aguardaría al año de separación voluntaria. Era un ser mejor de lo que jamás
hubiera podido imaginarse. Le faltaban muchos atributos emocionales, aún, para
incorporar a su nutrido espectro, pero estaba seguro que su bestia interna,
seguiría bajo control.
Entre
los barrotes, reclinada en el jergón, raspando las costras de su piel mugrienta
y sudorosa, Victoria, husmeó el aire. Detectaba la carne humana a muchos
metros, acercándose. Observó por la claraboya, la negrura del cielo y aguardó,
con el improvisado cuchillo en la mano. Si tenía suerte, pensó tendiéndose en
el camastro, simulando dormir, cuando el hombre se acercara a retirar el balde
de las inmundicias, le degollaría y sacaría las llaves de los grilletes de los
bolsillos.
Se
estaba por cumplir el año de reclusión, no iba a esperar que Lennox tuviera a
bien acordarse de su existencia. En los últimos tres meses, había hecho un
amigo invisible que se desdoblaba durante las largas y tediosas horas de
cautiverio, que le hablaba de las múltiples posibilidades de su mente, para
inducir conductas en los débiles, como ella lo había sido alguna vez. También
en los bien intencionados que se acercarían sin desconfianza, ofreciéndose a la
manera de un ignorante cordero para ser sacrificados.
Aguzó el
oído extraordinariamente desarrollado en los meses de vanos intentos por discernir
una voz humana que atenuara ese calvario autoimpuesto.
Observó
el cuerpo desnudo del hombre hecho un ovillo en medio de un charco de sangre
sobre el piso de la jaula.
Renqueando,
salió al exterior y comenzó a bordear la ruta. Era hora de ir por Lennox.
Apretó el cuchillo y lo sepultó en unos pantalones que le iban demasiado
grandes.