Texto de la crítica de 20 minutos.es/cine que en su oportunidad se hizo de la película "Un prophete", que compitió por el Oscar con la mirada....
El cine
de Jacques Audiard ha ido oscureciendo a ojos vista película a película; la
inquietante ambigüedad moral de los personajes que las pueblan ha ido dotando
de profundidad progresivamente a su cine, que cuaja, película a película, en un
umbral de excelencia superior; entre radiografías de almas que sucumben a la
quebradiza apariencia de una humanidad defectuosa. Al director galo le faltaba
un salto para instalarse en el cine mayúsculo. Y es precisamente "Un
profeta" la película que escenifica esa promoción de nivel entre los nervios
a flor de piel de una de las obras cumbre del cine criminal universal de los
últimos tiempos. Audiard comienza escarbando entre los límites turbios y el
desasosiego de serie de las grandes películas carcelarias; desde la disección a
corazón abierto de la degradación inmunda de un sistema que aplasta
irremisiblemente cualquier atisbo de luz en el corazón de las bestias; pero
poco a poco va subiendo el tono y abriéndose el foco; "Un profeta"
deviene en ventana a una cárcel multiétnica contemporánea como una suerte de
estado fallido virtual y en miniatura a la sombra del gran estado real, como
epicentro de perversión inhumana, pozo de corrupción, chantajes, extorsiones y
peleas territoriales a brazo partido con la connivencia infame de la autoridad
competente. Audiard va ampliando la contundencia del demoledor discurso y su
película va asumiendo los perfiles de un drama gangsteril-criminal operístico
absolutamente grandioso, coppoliano y magistralmente sucio que describe el
apasionante camino de perdición de un robagallinas de mala muerte que, bajo
tutela institucional, entre las grietasdel sistema penitenciario internacional,
deviene un monstruo, un emperador del crimen, un salvaje sin alma ni conciencia
y, en definitiva, un espeluznante engendro del sistema. Estamos, no hay duda,
ante una de las grandes películas francesas de la década, un impresionante
fresco universal acerca del demencial sistema de retroalimentación del gran
crimen organizado, que se alimenta y regenera en las cloacas a expensas del estado;
un retrato brutal y sin contemplaciones acerca de la trastienda de las falaces
políticas integradoras de los estados primermundistas y, por encima de todo, un
dramón criminal portentoso, sobre las aves carroñeras que guerrean por el
control clandestino de los cuerpos moribundos pero aún aprovechables; todo
desde la enorme pegada de una puesta en escena limpia, naturalista y a degüello
apoyada en la composición en carne viva de dos actores en estado de gracia:
Tahar Rahim y, sobre todo, un Niels Arestrup en una composición memorables de
esas destinadas a durar en la retina para los restos.