viernes, 17 de enero de 2014

PINTURA SUMI-E



Daisetz T. Suzuki, "Ensayos sobre budismo zen", tercer volúmen, Buenos Aires, edit. Kier.

La Pintura Sumiye (o "sumi-e")


El zen llegó al Japón en el siglo XII y durante los ochoscientos años de su historia influyó de diversos modos en las vidas japonesa, no solo en la vida espiritual del Samurai sino también en las expresiones artísticas de las clases ilustradas y cultas. El Sumiye, que es una de tales expresiones, no es pintura en el sentido propio del vocablo; es una especie de boceto en negro y blanco. La tinta se prepara con hollín y cola, y el pincel es de pelo de oveja o tejón; el pincel se confecciona así para que absorba o contenga mucho fluido. el papel que se emplea es mas bien delgado y absorbiera mucha tinta, contrastando grandemente con el lienzo utilizado por quienes pintan al oleo, y este contraste significa mucho para el artista Sumiye.

La razón de por que se escogió ese fragil material como vehículo para transferir una inspiración artística es que la inspiración ha de trasferirse en el del modo mas rápido posible. Si el pincel se demora demasiado tiempo, el papel se rasga. las lineas han de dibujarse lo mas rápidamente posible y en la menor cantidad, indicándose solo las absolutamente necesarias. No se permite la deliberación, ni el borrado, no la repetición. Una vez ejecutadas, las pinceladas son indelebles, irrevocables, no están sujetas a futuras correcciones ni mejoras. Cualquier cosa que se efectúe después queda al final clara y dolorosamente visible, por ser el papel de la naturaleza indicada. El artista debe seguir su inspiración tan espontanea, absoluta e instantáneamente como se mueve; se limita a dejar que su brazo, sus dedos, su pincel sean guiados por aquella como si todos fueses meros instrumentos, junto con todo su ser, en manos de alguien que temporariamente se apodero de el. O podemos decir que el pincel se ejecuta como si la obra estuviera completamente fuera del artista, que se limita a moverse sin esfuerzos conscientes propios. Si media cualquier lógica o reflexión entre el pincel y el papel, se arruina todo el efecto. Este es el modo con que se produce el Sumiye. 

Resulta fácil concebir que las lineas del Sumiye deben mostrar una variedad infinita. En el no hay clarooscuro ni perspectiva. En verdad, no se necesitan en el Sumiye, que no hace concesiones al realismo. Intenta hacer que el espíritu de un objeto se mueva sobre el papel. Así, cada pincelada debe latir con la pulsación de un ser vivo. También debe estar viva. Evidentemente, el Sumiye es gobernado por un conjunto de principios muy diferentes de los de una pintura al óleo. Al ser el lienzo de material tan resistente y al permitir los colores al óleo repetidas pasadas y capas, un cuadro se confecciona sistemáticamente, siguiendo un plan ideado deliberadamente. Grandeza conceptual y fuerza ejecutiva, para no hablar de su realismo, son los características de la pintura al óleo, que puede ser comparada con un ponderado sistema filosófico, el cual tiene ajustadamente tejida cada hebra de la lógica; o puede parecerse a una gran catedral, cuyos muros, columnas y cimientos están compuestos por sólidos bloques de piedra. Comparado con esto, un boceto Sumiye es la pobreza misma, pobre en la forma, pobre el contenido, pobre en la ejecución, pobre en el material, mas los orientales sentimos en el la presencia de cierto espíritu móvil que misteriosamente se cierne en torno de las lineas, puntos y sombras de variadas formas; en ellos vibra el ritmo de su aliento vital. He aquí el simple tallo de un lirio florecido, ejecutado aparentemente con descuido sobre un pedazo de burdo papal, pero allí se revela vívidamente el espíritu tierno e inocente de una doncella refugiada de la tormenta de una vida mundana. Ademas, gasta donde un critico superficial puede ver, no hay mucha habilidad ni inspiración artísticas: un bote de pescadores, pequeño e insignificante, en el centro de una vasta extensión de aguas; pero al mirar no puede dejar de impresionarnos profundamente las inmensidad del océano que no sabe de fronteras, y la presencia de una espíritu misterioso que alienta una vida de eternidad imperturbada en medio de las rizadas olas. Y todos estos prodigios se realizan con facilidad, sin esfuerzo. 

Si el Sumiye, intenta copiar una realidad objetiva es un fracaso completo; jamás hace esto; se trata mas bien de una creación. Un punto zen un boceto Sumiye no representa un halcón, ni un linea curva simboliza al Monte Fuji. El punto es el pájaro y la linea es la montaña. Si el parecido es todo en un cuadro, los dos lienzos dimensionales no pueden representar nada objetivo; los colores distan muchísimo de reflejar el original, y por mas fielmente que el pintor procure con sus pinceles recordarnos un objeto de la naturaleza tal como es, el resultado jamás podrá hacerle justicia; pues en la medida que se trata de una imitación, o representación, es una pobre imitación, es un remedo. El artista Sumiye razona así: ¿por qué no abandonar por completo ese intento? En vez de eso, creemos objetos vivos, salidos de nuestra imaginación. Mientras pertenezcamos al mismo universo, nuestras creaciones pueden mostrar alguna correspondencia con lo que llamamos objetos de la naturaleza. Pero éste no es un elemento esencial de nuestra obra. La obra tiene su propio mérito aparte de su semejanza. ¿En cada pincelada no hay algo distintamente individual? Allí se mueve el espíritu de cada artista. Sus paisajes son creación suya. Esta es la actitud del pintor Sumiye con respecto a su arte, y deseo aclarar que esta actitud es la del Zen para con la vida, y que lo que el Zen intenta con su vida, el artista lo intenta con su papel, pincel y tinta. El espíritu creador se desplaza por doquier, y hay una obra de creación ya sea en la vida o en el arte. 

La línea dibujada por el artista Sumiye es final, nada puede trascenderla, nada puede recobrarla; es inevitable como el resplandor de un relámpago; ni el artista puede deshacerla; de allí surge la belleza de la línea. las cosas son bellas donde son inevitables, es decir, cuando son libres demostraciones del espíritu. Aquí no hay violencia, ni asesinato, ni copia, sino mostración libre, irreprimida, pero auto-gobernante, del movimiento que constituye el principio de la belleza. Los músculos son conscientes de dibujar una línea, de hacer un punto, pero detrás de aquellos hay una inconsciencia. Mediante esta inconsciencia la naturaleza documenta su destino; mediante esta inconsciencia el artista crea su obra de arte. Sonríe una criatura y toda una multitud se alboroza, porque eso es genuinamente inevitable, proviene del Inconciente. El "Wu-shin" y el "Wu-wei" que tanto utiliza el maestro Zen, como ya vimos en otra parte, es asimismo, eminentemente, el espiíitu del artista Sumiye.

Otro rasgo que distingue al Sumiye es su intento de captar el espíritu cuando se mueve. Todo deviene, nada es estacionario en la naturaleza; cuando se tiene la seguridad de aferrarlo, se escapa de las manos. Porque en el momento en que se lo aferra, no está mas vivo; esta muerto. Mas el Sumiye procura atrapar las cosas vivas, lo cual parece algo imposible de lograr. Si, en verdad seria un imposible si el esfuerzo del artista consistiese en representar cosas vivas en el papel, pero puede triunfar hasta cierto punto cuando cada pincelada que ejecuta se conecta directamente con su espíritu interior, libre de  asuntos extraños tales como conceptos, etc. En este caso, su pincel es su propio brazo extendido; más que eso, es su espíritu, y este espíritu se siente en cada movimiento al ser trazado sobre el papel. Una vez cumplido esto, la pintura Sumiye es una realidad, completa en si misma, y no copia de nada. Aquí las montañas son reales en el mismo sentido en que el Monte Fuji es real; así son las nubes, el arroyo, los árboles, las olas, las figuras. Pues el espíritu del artista se está articulando a través de todas estas masas, lineas, puntos y "pintarrajos". 

De manera que es natural que el Sumiye evite toda clase de colores, pues este nos recuerda un objeto de la naturaleza, y el Sumiye no pretende ser una reproducción, perfecta ni imperfecta. A este respecto el Sumiye semeja la caligrafía. En calgrafía, cada rasgo, compiesto por trazos horizontales, verticales, inclinados, fluidos, ascendentes y descendentes, no indica necesariamente una idea defendida, aunque no lo ignora por completo, pues primeramente, se supone que un rasgo significa algo. Más como arte peculiar del Lejano Oriente donde para escribir se usa un pincel largo, puntiagudo y suave, cada trazo efectuado con él tiene un significado, aparte de su función como un elemento compuesto de un rasgo que simboliza una idea. El pincel es un instrumento dúctil y obedece prestamente todo movimiento volitivo del escritor o del artista. He aquí que el Sumiye y la caligrafía son considerados en el Oriente como perteneciente a la misma clase de arte. 

La evolución del pincel de pelo suave es un estudio en si mismo. Sin duda tuvo muchísmo que ver con los accidentes de los ideogramas y escrituras chinos. Fue un suceso afortunado que se pusiese en manos del artista un instrumento suave, dúctil y flexible como ese. Las líneas y trazos producidos por él, tienen algo de la frescura y ternura que son perceptibles en los objetos animados de la naturaleza, especialmente en el cuerpo humano. Si el instrumento usado fuese un pedazo de acero, riíido e indócil, el resultado seria muy opuesto, y no habría llegado hasta nosotros el Sumiye de Liang-kai, Mu-chi'i y otros maestros. El hecho de que el papel sea de naturaleza tan frágil que no permita que el pincel se demore mucho en él es, asimismo, de gran ventaja para que el artista se exprese con él. Si el papel fuese demasiado fuerte y duro, sería posible el dibujo y la corrección deliberados, lo cual es, sin embargo, demasiado injurioso para el espíritu del Sumiye. El pincel debe correr rápidamente sobre el papel, audaz , plena e irrevocablemente, tal como la obra de la creación cuando nació el universo,. tan pronto sale una palabra de la boca del creador, debe ser ejecutado. La demora puede significar alteración, la cual es frustración; o la voluntad fue controlada en su movimiento de avance; se detiene, vacila, reflexiona, razona, y finalmente cambia su rumbo; este titubeo y vacilación,  interfieren la libertad de la mente artística. Si bien la artificialidad no significa regularidad ni trato simétrico del tema, y la libertad significa irregularidad, hay siempre un elemento de lo inesperado y abrupto en el Sumiye. Donde se espera ver una línea o una masa esto falta, y esta vacancia, en vez de contrariar sugiere algo mas allá y es completamente satisfactoria. Un pequeño trozo de papel, generalmente oblongo, de menos de dos pies y medio por seis pies, incluirá ahora todo el universo. El rasgo horizontal sugiere la inmensidad del espacio y un círculo la eternidad del tiempo -no solo con lo ilimitado de éstos sino también,  llenos de vida y movimiento. Es extraño que la ausencia de un solo punto donde convencionalmente se lo esperaba realice este misterio, pero el artista Sumiye es un consumado maestro en esta empresa. Lo hace con tanto arte que en su obra no discierne para nada, no hay artificialidad ni finalidad explicita. Esta vida de ausencia-de-finalidad (propósito) deriva directamente del Zen.

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Se nos ocurre, que el empleo de color, sería como aplicarle la refexiòn a lo ya hecho, contrapuesto al espíritu del Zen. Esto, no quiere decir que estéticamente no sea bello, este aspecto no se cuestiona. Simplemente despojaría al trazo de su esencia, de lo espontáneo, no meditado intelectualmente, y lo despojaría de otra cuestión esencial al Zen: el salto al vacío. Ese salto que no tiene vuelta atrás, que es experiencia pura.Hilosdepiedra.