viernes, 14 de febrero de 2014

PUENTES EN LA NIEBLA


PERT. A HILOSDEPIEDRA.BLOGSPOT.COM

Hubo épocas (de hogares/talleres, de granjas familiares) en las que los niños eran productores.

En esas épocas, la división del trabajo y la distribución de los roles familiares se superponían. El niño debía unirse al conjunto de bienes y personas que constituían su familia, hacer un aporte a la fuerza de trabajo del taller o la granja. Y por lo tanto, en esas épocas en las que la riqueza era resultado del trabajo, la llegada de un hijo traía la esperanza de mejorar el bienestar familiar. Quizás los niños fueran tratados con dureza y severidad, (Hilosdepiedra: recordamos la película Padre.Padrone, mucho más que severidad, crueldad/sadismo, nos parece, visto con ojos contemporáneos y en otro contexto histórico/geográfico), pero también el resto de los trabajadores recibía el mismo trato. No se esperaba que el trabajo brindara placer y satisfacción al trabajador: la idea de "satisfacción laboral" todavía no había sido inventada. Y por lo tanto los hijos eran, a los ojos de todos, una excelente inversión, y bienvenidos como tal. Cuantos más, mejor. Más aún, la razón aconsejaba cubrirse de los riesgos, ya que la esperanza de vida era corta y era imposible prever si el recién nacido viviría lo suficiente para que su aporte al ingreso familiar llegara a sentirse.
Para los autores de la Biblia, la promesa que Dios le hiciera a Abraham, "multiplicaré tu descendencia como las estrellas del firmamento y como las arenas del mar", era indudablemente una bendición, mientras que muchos de nuestros contemporáneos la tomarían más bien como una amenaza o una maldición, por no decir ambas.
Hubo épocas (cuando la fortuna familiar pasaba de generación en generación a lo largo del árbol genealógico y de acuerdo con los parámetros hereditarios de la sociedad) en que los hijos constituían un puente entre la mortalidad y la inmortalidad, entre la vida individual, abominablemente corta, y una anhelada duración infinita a través del linaje. Morir sin hijos implicaba no construir ese puente jamás. La muerte de un hombre sin hijos (aunque no necesariamente la de una mujer sin hijos, a menos que se tratara de una reina o algo similar) implicaba la muerte de un linaje: haber descuidado la mayor de las responsabilidades, dejar incumplida la tarea más imperiosa.
Con la nueva fragilidad de las estructuras familiares, con familias con esperanza de vida mucho más corta que la expectativa de vida individual de cualquiera de sus integrantes, cuando la pertenencia a un linaje familiar particular se convierte rápidamente en uno de los "indefinibles" de nuestra moderna era líquida, y la filiación a alguna de las muchas redes de linaje disponibles se transforma para cada vez más personas en una cuestión de elección de tipo "revocable" y hasta nuevo aviso, un hijo puede aún ser un "puente" hacia algo más perdurable. Pero esa otra orilla hacia la cual conduce el puente está cubierta de una bruma que nadie tiene la esperanza de disipar, y por lo tanto es improbable que despierte grandes emociones y menos probable aún que llegue a inspirar un deseo que mueva a la acción. Si una súbita ráfaga de viento disipara esa bruma, nadie sabe bien qué clase de costa dejaría al descubierto, tal vez no sea un terreno suficientemente firme como para sostener un hogar permanente. Puentes que no conducen a ninguna parte, o a ninguna parte en particular....¿Quién los quiere? ¿Para qué?¿Quién desperdiciaría tiempo y dinero en diseñarlos y construirlos?...


De: Amor líquido. Acerca de la fragilidad de los vínculos humanos. De: Zygmunt Bauman.