Se los conoce con el nombre de "Santuarios de altura de los Incas". Hay un dicho de probable origen inca "sembrar muertos para cosechar vivos", que podría ser un hilo conductor para "descifrar el enigma de enterramientos de niños a lo largo de los Andes, en el área correspondiente al Imperio Incaico".
Los cuerpos que han sido hallados en varias ubicaciones a partir de los cinco mil metros de altura, pertenecen a niños de no más de doce años con excepciones. Lo más cerca del Sol que han podido subir, formaría parte de un ritual de probable índole propiciatorio.
Estas montañas que albergaron a estos niños, han sido consideradas sagradas.
En la Argentina, hasta el momento, se localizó en el Aconcagua, los restos de un niño de no más de doce años, en 1985, A más de cinco mil metros de altura.
Rodeado por una pirca (especie de muro de piedras colocadas como ladrillos sin argamasa), semicircular, adyacente a otra de similares características, estaba cubierto por varias mantas, una de las cuales muy colorida. Solo asomaba la parte superior del cráneo, que mostraba signos de deterioro por haber estado a la intemperie. Uno de los guías que lo localizó, recuerda la deformación craneana (propia de clase alta, según se cree) y perforado desde arriba. Esta última se supone que al ser la parte expuesta del enterratorio, fue la más dañada.
La causa del hallazgo, fue la de una celebración. En efecto, ese año, se celebraba el cincuenta aniversario de la fundación del Club Andinista Mendoza (CAM). Con ese motivo, se organizaron varias expediciones por cuatro rutas del Aconcagua. Uno de los que transitaba la arista Sureste, Alberto Pizzolon, había observado algo que le impresionó "como pasto". Los que le acompañaban se extrañaron ya que a esa altura, la presencia de un manchón de pasto era impensable. Es de resaltar, que al comprobar el origen de su observación, que era un tocado de plumas amarillas y negras que tenía el niño, no intentaron extraer el cuerpo, ni tocar nada.
De este modo, gestionaron la presencia de un arqueólogo de origen suizo que se encontraba de vacaciones en la costa argentina. En aproximadamente quince días, había organizado un grupo expedicionario de especialistas.
Es así como en el Cerro Pirámide (uno de los contrafuertes del Aconcagua), se localiza el enterratorio descrito, que se transformaría en un hito arqueológico de la alta montaña.
El arqueólogo en cuestión, Juan Schobinger, quien publicó un libro de la expedición, describió que por el agujero del cráneo se podía observar el cerebro retraído por la deshidratación a la que estuvo expuesto. Describe que el cuerpo fue retirado del permafrost (tierra congelada), por el laboratorista J. Ferrari quien embaló el cuerpo, para su transporte de descenso.
Junto al cuerpo se hallaron componentes de un ajuar funerario constituido por estatuillas en plata y oro antropo y zoo morfas, que fueron semejantes a las halladas en similares enterratorios a lo largo de los andes.
En la actualidad, el cuerpo no está en exposición, y se halla en un freezer en Mendoza (ver abajo).