En un curso al que asistimos, de Psicoterapia Zen, el organizador, describió la siguiente experiencia: un paciente de su consulta, se presenta a la sesión presa de la angustia. Tiene que aguardar unos resultados de laboratorio. De un lado su angustia, del otro la realidad del informe. En el medio, vale decir en la espera, ese largo correr de los días entre ambos extremos.
Así que el Psiquiatra, luego de entender absolutamente su angustia (compasión), le dice: "Cuando nacimos, hacé de cuenta que vinimos a bordo del Titanic. Ya sabemos cómo termina, ¿no?.
En tus manos está la decisión: o te arrojás al mar helado preso de desesperación o, te venís conmigo al bar y nos tomamos unos whiskies".
Esta curiosa forma de contener, del más absoluto estilo Zen, nos acompaña en los trances que esta vida tiene para nosotros, a bordo.
Dentro de nuestras posibilidades, elegimos ir al bar. Muchas veces, expulsaremos la bebida, fruto del más puro terror. Pero sabemos que la vida es el Titanic. Puede haber quien diga, muchos sobrevivieron, con la lógica discursiva de la mente en acción. Siguiendo su estilo, podríamos decirle: si, tenés razón. pero, a estas alturas, nadie queda ni en cubierta, ni en el mar helado ni en el bar. Así que, ¿Hay muchas cosas más que podamos hacer?.
Como hacen los Maestros Zen, respirar, mientras estemos.
Asistir al bar todas las veces que podamos (¿hace falta aclarar que es una metáfora?).
Estamos leyendo un libro profundo, bello, casi poético, género del que no somos especialmente cultores. A pesar de los cual, recomendamos leer. "Las Ciudades Invisibles" de Italo Calvino.
Cada ciudad, guarda el secreto que despliega y vuelve a guardar.
En la historia del laberinto, esa ciudad que nació fruto del sueño de los hombres, es una de nuestras favoritas. Cada uno soñó la misma noche, que seguían a una mujer desnuda por las calles de una ciudad. Ella se internaba en los callejones laberínticos y ninguno logró alcanzarla. Luego, al despertar, cada uno empezó a construir una réplica de esos callejones soñados (todos distintos para cada soñador), con la esperanza de verla de nuevo y poder atraparla. Los visitantes que hoy llegan a ella, sólo contemplan un agrupamiento sin sentido de callejones, techos y paredes. Ninguno sabe, que está contemplando el sueño de otro. No diremos si alguno pudo volverla a ver.
Los que elijen contemplar la ciudad con ojos materiales, podrán ver el caos de una metrópoli común y corriente. Aquellos que opten por "ver" sin "ver" con estos ojos, tal vez, capten la esencia del sueño de otro. Los menos, "verán" que los sueños propios y los ajenos han desaparecido. Son pura ilusión. Esta, creemos, es la ciudad que nos propone el Zen. Hilosdepiedra.