En la obra que estamos profundizando "El Secreto de la Flor de Oro", nos sorprendemos al ver cómo Jung hace casi un siglo ya estaba explorando el funcionamiento de la conciencia en el territorio abstruso de la meditación y el vacío de la mente.
Así, desde lo que prefiere llamar "separación"de la conciencia respecto al mundo y a la vez un retraimiento con respecto a sí misma, ha captado la esencia misma del acto meditativo. Logra ver que la conciencia, en la plenitud meditativa está vacía y no-vacía. Que ha cesado la mente de preocuparse por cosas, imágenes, y demás cuestiones y que sencillamente "contiene" al mundo. Se ha desentendido de él y las trampas que ofrece.
A su vez, Dhiravamsa, nos advierte de la importancia de llegar a la raíz del dolor. Pone el ejemplo de cuando queremos estar solos. No podemos estar ni donde queremos y encima nos sentimos preocupados, alterados por los pensamientos. Es allí, cuando queremos algo que no es posible en ese momento (estar solos, un lugar determinado, tranquilos etc), cuando surge el dolor. Dolor de querer y no poder. Dhiravamda sostiene que al no examinar lo que sucede, la raíz del dolor persiste y se queda. Entender el deseo que subyace en esta situación es fundamental. No deberíamos expulsarlo, sino entenderlo. Sostiene que es posible utilizar la energía del deseo, estando atentos a todas sus actividades. El hábito de observar el deseo, "nos aporta comprensión y transforma su naturaleza de ansia en creatividad". Saber que los deseos que hemos realizado, harán que nos apeguemos a lo obtenido. Saber esto, estar atentos a los engaños del orgullo por nuestros logros, es evitar caer en el encierro que el orgullo trae aparejado. Los deseos son vitales para nosotros. Pero solo como el medio, el transporte en que nos movemos para obtener mayor comprensión. Son medios, los deseos, no fines en sí mismos.
Nos invita a observar nuestro pensamiento: cuanto más se instala el placer de la anticipación; cuando lo previsto se logra, más placer sigue a estas operaciones.Todo esto se debe al deseo. "El pensamiento es un instrumento en el intento de retener placer". Pero el mismo mecanismo hace con el dolor, lo retiene y lo refuerza. Por eso hay que saber lo peligrosos que son los pensamientos. Enraizados en el deseo, el deseo domina, la mente adhiere a esta pauta, allí aparecen los motivos para que recorra una y otra vez la misma senda, la posibilidad de liberarse se aleja cada vez más y se siguen alimentando cada vez más pensamientos relacionados con deseos. Si fuera posible ir más a fondo con este proceso, más allá de él, surgiría la posibilidad de pausar los pensamientos vinculados con el deseo. "Aquí surge esto, lo veo, y este otro, como redoblando una apuesta"... Cuando empezamos a explorar el deseo que subyace en todo descontento y frustración, habremos atrapado un hilo conductor que ni imaginamos dónde pueda llevarnos. Así como Ariadna, nuestra madeja irá desenrrollándose a lo largo de la que vamos
Allí la mente, brevemente se aquieta, intenta mover más deseos, y si somos capaces de verlos, empiezan a perder su fuerza y su vitalidad. Sin pensamientos, no existe el placer. La clase de placer que surge y se desvanece. Lo que surge de una mente tranquila es el auténtico gozo, la tranquilidad. Cuando obramos sin tener una meta de logro o realización, sin el resultado esperándonos, nos sacamos un peso de encima. Podemos hacer ciertas cosas sin que la ganancia vaya implicada.