miércoles, 22 de abril de 2015

EL FARDO




¡¡¡Ese fardo de la culpa!!! ¿Quién lo dijo? Para Oriente, nosotros hemos cultivado una conciencia, que es "en esencia un tipo de culpabilidad". Al examinar nuestra conciencia, a fondo, vemos que está condicionada por la cultura en la que hemos crecido, que en esencia, "aprueba" y legitima la sensación de culpa. Por lo que se ve, la conciencia no sería libre, clara o aquella en quien se confíe  por que actúe con soltura, y sea quien nos guíe con seguridad en todo momento.
Al menos, empezar siendo conscientes cuando  la culpa acecha y se muestra clavando sus dientes, donde más duele.
Sumado a este accionar, la conciencia tiene muy buena memoria, no duda a la hora de echar mano a culpas "casi" olvidadas. Las capas "geológicas" de culpas sumadas con los años, puede ser de un peso abrumador. 
Si tratamos de "desterrar" la culpa, ésta retornará revitalizada. Sólo yéndola a buscar, adonde se esconde, podremos con ella. Ir al fondo es ver ese sentimiento que nos menoscaba, nos quita energía y nos impide transitar el presente, como sea.
Saber que la culpa golpea a la puerta de nuestra mente. Como dice una instructora en Constelaciones Familiares, poder acudir a cenar con la culpa como invitada, como una más, aceptando que está allí y que no la perderemos de vista. Esto, podrá darnos la posibilidad de tenerla a la vista, no dejar que se exceda y ser conscientes que también es una manera de "reaccionar" habitual que tiene nuestra mente entrenada en el ejercicio de culparnos.  
En la meditación diaria, es bueno ahondar en este sentimiento, explorar cuán libres podemos ser cuando entendemos que reaccionamos en vez de accionar. La culpa es algo impuesto por una mente que ha sido entrenada por padres, maestros, sacerdotes a actuar de esta forma. Solo es eso, una muestra de que puede lo externo cuando permitimos que ello suceda, sin prestar atención al interior, a nuestra verdadera esencia.
Recordamos un episodio que vivimos a los ocho años, cuando desobedeciendo la orden de los maestros echamos a correr en un pasillo que era el único lugar en el que no se podía correr. Sabrá alguien el por qué. la cuestión es que "atropellamos" a un compañero menor, se cayó y se golpeó. Nuestro padre fue llamado y seriamente presenciamos cómo se nos culpaba de haber desobedecido, el niño en cuestión la pasó bastante mal, por lo poco que entendimos. A pesar de ello, si bien nos asustamos ante la reprimenda, no experimentamos culpa alguna. Tampoco nos preocupamos realmente por su salud. Nada, sólo pasó y aunque no volvimos a correr por allí, creemos que fue porque decidimos que era peor mirar desde abajo a los adultos enojados.
Interiormente no registramos el hecho en forma culposa ya que estos golpes sucedían a diario y debíamos convivir con ello. Cuando los caídos "en acción" fuimos nosotros, solo sabíamos que eso formaba parte de la vida cotidiana en la escuela. Soportamos golpes de maestros y compañeros mayores, nos quejamos y poca atención y credibilidad tuvimos, de modo que, pronto, nos dimos cuenta que estas cosas nos competían sólo a nosotros. Y esto es así.
Lo que hicimos ya está sucedido. Cada vez que volvemos a evocar un episodio dado, que hemos vivido con culpa, una y otra vez nos estaremos juzgando. Esto no se ve ni en los tribunales más severos. Con una vez alcanza y sobra. Alcanza con ver esto. Alcanza con saber que hicimos lo que pudimos en ese instante. Estemos en paz. No dudemos en pasar de todo sistema que naturalmente culpa, como la mayoría de religiones. Nos sentimos más afines con aquellas que hacen de la libertad un estado natural, y tampoco le demos a ellas nuestro apego incondicional. No pertenecemos a sistema alguno. Equidistantes de todos, los vemos, aceptamos sus limitaciones y eso también está bien para nosotros. Hilosdepiedra.