Bhikkhu Yen Chung, Maestro del Dharma, estaba dictando conferencias en el Templo sobre el Sutra Maha Parinirvana. Aconteció un día que mientras una banderola estaba siendo ondeada por el viento, dos monjes comenzaron una disputa acerca de qué era lo que se movía, si el viento o la banderola. Como no podían llegar a un acuerdo, consultaron con el Maestro Bhikkhu Yen Chung, quien les contestó: "Ni una cosa ni la otra. Lo que ondea y realmente se mueve son sus mentes".
Así en efecto, nuestras mentes se mueven al compás de los pensamientos que brotan sin cesar en todas las direcciones posibles.
Esto ha sido analizado en varias entradas, sin dejar por eso de enfocar el tema desde diferentes ángulos y con una sola finalidad. La mente tranquila es para nosotros, los occidentales, un logro. Nos guste o no, nuestra cultura nos impele a la reflexión y al análisis continuo de todas las situaciones por las que atravesamos.
Ya hemos planteado que esta actitud de la mente responde a un ancestral "mandato de supervivencia". Cuantas más rápidos sean los pensamientos, las decisiones, las reflexiones, el análisis y se correspondan con una reacción adecuada, con más probabilidades habremos sobrevivido ese día. Si bien no en todos los casos los depredadores están presentes y exigen de nosotros la respuesta correcta de ataque, huida o expectación, en esencia todo lo abordamos de esta forma y así encaramos, por lo general nuestra jornada diaria.
Si cada vez que suena el teléfono, estamos listos para la acción, si el ver a determinadas personas, se activan todas nuestras alarmas, viviremos absolutamente "secuestrados" por una mente ansiosa, angustiada, condicionada para ponernos a salvo de cualquier contingencia.
Esta información, la hemos traído con nosotros desde el comienzo de los tiempos. Ya no cuestionamos esto y lo más probable es que lo adoptemos como un estilo de vida y aún nos permita sobresalir en circunstancias laborales de muy alta competitividad.
¿Qué sucede ahora cuando la exigencia empieza a pesarnos de manera creciente?. Vivir es stress nos repiten una y otra vez. El adaptarse es la norma. Sobreadaptarse significa una puerta que se abre al sufrimiento y al intento de mente y cuerpo por ponernos a salvo, enfermándonos. No atender a estos reclamos es de necios.
Ese "detenerse antes que sea tarde", es de sabios. Todos los días, los minutos que le podamos dedicar a sentarnos y permanecer en silencio, con la mente sosegada, atentos a la respiración, seguramente serán momentos de recuperación, de reparación. No solo las neuronas se beneficiarán. Todos los sistemas se verán "bendecidos" con esta rutina de sanación y bienestar. La tregua será bienvenida, en medio del ajetreo diario y los problemas.
Seguir la respiración, será el método disponible y el que podremos llevar con nosotros en todos los momentos, haciendo de esto una costumbre que con la práctica, nos permitirá experimentar que otra vez, muchas veces, a lo largo del día, recuperamos el invisible centro que como un ancla, nos mantiene en sereno equilibrio.