Una vez leímos acerca de una especie de "ingenuidad" que por lo menos había sido observada en varios líderes mundiales y que en algunos determinaron su muerte. El artículo mencionaba ejemplos tales como Kennedy, el Che Guevara, Ghandi, Augusto Sandino etc. Ellos y otros, decidieron confiar en sus adversarios, enemigos, o en todo aquel que encarnó su perseguidor histórico. Fue un instante, y la suerte ya estaba echada. Personajes que desafiaron las medidas de seguridad, que desestimaron anuncios o amenazas de muerte, que descartaron indicios de complots contra ellos. Los minimizaron, prefirieron seguir sin prestarles atención, o en el fondo de sus mentes no los tomaban en serio, jamás se sabrá, o se sintieron íntimamente capaces y poseedores del valor suficiente para hacerles frente y salir victoriosos.
Nos preguntamos, ¿Qué sucede cuando el que advierte está dentro nuestro?. ¿Porqué se minimizan nuestras señales internas de alarma, de amenaza? El temor sostenido en el tiempo, la preocupación por el bienestar y la seguridad ajena, sin notarlo, tal vez, minan nuestra confianza en nosotros mismos. Al final, la culpa tal vez aparece por lo que pudieran hacerles a los afectos, los extraños no tan extraños que amenazaban desde la sombra. El contacto con el inframundo, cuando es prolongado, confunde la mente, la va corroyendo en lo que tiene que ver con el equilibrio, la confianza.
Cuando la magnitud del horror que se descubre abruma, ¿Quién puede estar a salvo, sobre todo en soledad?
¿Quien puede estar a salvo de los demonios interiores que acechan a todo aquel que ha intentado restaurar el orden sin más recursos que los propios?
Estas y otras preguntas se nos ocurren. No sabremos lo que pasa por la mente antes de decidir, antes de ejecutar una muerte segura.
No nos sentimos capaces de juzgar.
Tampoco sabemos qué pasa por la mente cuando nos sorprenden y nos traicionan y acaban con los sueños y las esperanzas, así, con un tiro de gracia.