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La fusión, describe Ambrosetti, entre las creencias de los ancestros
en los Valles Calchaquíes y la fe católica impuesta a la fuerza o persuasión por el invasor, dio por necesidad, un sincretismo especial, colorido, particular, que ha perdurado hasta ahora en las ceremonias religiosas de los diferentes pueblos de los Valles.
Estas, también tienen que ver con la celebración del Carnaval, compartiendo con esta festividad mucho más que lo que han estado dispuestos a admitir los colonizadores españoles.
Ambrosetti sostiene que los (citados así), los "indios que me ocupan", adoptaron con facilidad las manifestaciones "externas" de la fe católica, compuesta ésta como estaba de coloridos atavíos para el sacerdote, música, cantos, incienso, velas etc. en los que alegremente tomaron parte desde el principio, siéndoles familiares con sus propios ritos. En cuanto a lo "interno", el aspecto estrictamente "doctrinario", acota el investigador, nunca fue entendido por lo que califica de "mentes infantiles". Reconoce, justo es decir, que tampoco se les hizo sencillo entender, cuando se le inculcaban principios morales que ningún conquistador codicioso, cumplió jamás.
De modo, que en los sacerdotes, habrían visto simples "continuadores" de sus propios oficiantes.
Los santos, en algunos casos, fueron adoptados con facilidad por su forma humana, reconocibles rodeados de ceremonias entretenidas.
Así que, en su interior continuaron con sus creencias ancestrales y en lo externo adoptaron la figura de un santo particular para cada familia.
Las había pintadas de colores vivos, traídas desde Bolivia, o de yeso de mayor o menor tamaño. Las encerraban en una especie de cajoncito de madera pintada con puertas, donde colocaban un santo de mayor tamaño en el centro flanqueado por dos santos de menor tamaño, cubiertos por vidrio.
Todos los años, cuando llega la fecha de la conmemoración de sus santo, se le coloca en una especie de angarillas y se lo desplaza al pueblo vecino, en procesión y cantando. Allí se oficiará una misa cantada.
El grupo será escoltado por el "cajero", personaje de gran consideración en la ceremonia, indispensable que va tocando la caj o especie de tamboril liviano, suspendidas en la mano izquierda, y tocada con uno o dos palillos.
Se turnan los que llevan el santo en andas, mientras que el cajero no es relevado. Este repica cuando llegan al pueblo, acompañado del estruendo de la cohetería y escopetazos.
Previo arribo a la iglesia, se le hace la visita a alguna vecina "para componerla". Los compositores ya tienen preparadas guirnaldas de flores de trapo y papel, adornando el templete donde ha viajado el santo, lo acompañan a este especie de ritual con la venta de chicha que ha sido transportada en tinajas. Aquí hay nuevos repiques y cohetería, se lleva la imagen a la iglesia, donde se le dirá su correspondiente misa.
Esa noche, los fieles empiezan a festejar al santo de su devoción, libando chicha copiosamente, bailando los bailes típicos de la región.
Al día siguiente, la misa oficiada será cantada, con procesión alrededor de la plaza, escoltada por los que llevan la bandera (alféreces), y portando el resto cirios encendidos y cintas. De vez en cuando se detienen y saludan con el estandarte: "hacen la venia al santo". A esto se le puede sumar bombo y clarinete, entonando salmos el cantor a intervalos.
Repican las campanas, resuenan los disparos y los cohetes, una vez más. Allí llevan el santo a sus domicilios donde se efectúa el "misa chico". Significa el remate de algunos de los adornos del santo, fragmentados en pequeños trozos, a cambio de dinero, que van dando los participantes, asegurando la ceremonia del año entrante. Terminado el misa chico, el santo es guardado y al son de la música, el baile y el alcohol, dan por terminada la fiesta.
Aclara Ambrosetti, que una vez terminada cada ceremonia religiosa, los participantes se consideran libres de compromisos religiosos, entregándose a los "excesos".
MISA CHICO EN CASABINDO, JUJUY. |
Termina su comentario, agregando que en el pasado, hubo un exceso de celo manifestado por algún religioso. Queriendo copiar las ceremonias de Semana Santa con flagelación incluida, prepararon a los participantes con maíz en los botines, cactus en sus cabezas, espinos en el cuerpo y frecuentes arremetidas contra los cercados de espinos en medio de alaridos. No faltaron los látigos, ni portadores de cruces de buen peso.
Terminada la ceremonia, se reunieron en casa de una de las "Magdalenas" que más arrepentimiento habían mostrado y se entregaron a pintorescos bailes y desenfrenado "beberaje", tal vez para resarcirse del mal rato pasado.