viernes, 16 de marzo de 2018

UN MICRO A LA ETERNIDAD



Ilustraciòn de Marius van Dokkum, quien, en nuestra opiniòn es uno de los mejores ilustradores con ancianos. Recomendamos ver su pàgina.

Sr. Hilos de Piedra: segùn supe, Ud. requerìa historias cortas para publicar en su blog asì que le hago llegar èsta que por lo demàs es verìdica. Sucediò en un viaje que mi mamà y mi suegra hicieron en micro a Camboriù, Brasil. Como Ud. sabrà, es un viaje muy largo y cansador. Màs de veinte horas insume el trayecto, asì que , como es lògico, conforme el tiempo pasa, el tedio, el sueño y la desatenciòn van en aumento. Mi mamà toda su vida fue fanàtica de la radio y se llevò su pequeña portàtil con una provisiòn de pilas de repuesto. Una vez agotada la conversaciòn con mi suegra, que ha sido mujer de pocas palabras, tratò de localizar alguna emisora de su gusto. Asì fueron transcurriendo las horas, las paradas para ir al baño, tomar un cafè, comer algo o simplemente estirar las piernas. En una de las tantas, mi mamà se olviò la radio encendida en el portaequipajes.
Cuando subieron todos, cerca ya de la frontera con Brasil, medio amodorrados, el chofer puso en marcha el motor y se empezò a escuchar la voz suave de un locutor que los guiaba en un rezo desde el fondo del coche. Por los parlantes salìa su voz modulando, "en el nombre del padre, y del hijo..." y asì empezò la letanìa de un rosario, "santa marìa....madre de dios..." de a poco, el micro entero acompañò a coro el rosario, somnolientos pero voluntariosos rezos por kilòmetros y kilòmetros. Mi mamà, empezò a buscar su amada radio, poco amiga como ha sido de la religiòn, y cuando por fin la encuentra, se diò cuenta que habiendo quedado encendido en la emisora que estaba transmitiendo el programa del rosario, el aparato se habìa abocado al parlante del micro y era la responsable del fervor colectivo, valga la metàfora. Lentamente empezò a retirar la radio, hasta que el sonido fue inaudible y  lo màs discretamente que pudo, se sentò y cambiò el dial. Silencio. Rojas y muertas de risa, cuando le contò en susurros a mi suegra, lloraban por esa especie de mal entendido, sofocàndose y parecièndose a dos colegialas tardìas en plena travesura. Los demàs pasajeros, nunca se enteraron del asunto y el chofer siguiò poniendo canciones de moda a continuaciòn de la piadosa convocatoria.
Desde fuera, y haciendo una escena para una pelìcula, hubiera colocado el micro,  continuando su eterno viaje, tomado desde una curva, en perspectiva y dando FIN al corto. Atentamente, Patricia de Beccar.