domingo, 18 de marzo de 2018

EL TRIUNFO DE LOS BUENOS


Si bien en lìneas generales, el relato es fiel al argumento de la pelìcula, los personajes, sus nombres y oficios, excepto el protagonista, son ficticios, y no pertenecen al guiòn de la misma. Ficciòn dentro de otra ficciòn dentro de otra ficciòn...........

El nuevo desempleado, uno màs para cobrar el seguro de desempleo, habìa visto una pelìcula francesa empezada, asì que sin tìtulo ni elenco. El argumento giraba alrededor de un grupo de personas que por una razòn u otra se hallaban fuera del sistema, sucesivos despojos del naufragio laboral. El azar hizo el resto y lo que primitivamente fue un espacio abierto con soportales de concreto, se transformò en una ciudad subterrànea, en la que los objetos acumulados delineaban funcionales cubìculos.  Cada noche clasificaban lo que encontraban tirado en las calles durante el dìa. En ese mundo en penumbras se fabricaban toda clase de artefactos. La mayorìa habìa desempeñado un oficio allà arriba, cuando habìan sido visibles y registrados.   
A partir del despido, en aquel inmenso sòtano urbano, conformaron una gran familia subterrànea, en la que aùn aquellos que no estaban muy cuerdos y que carecìan de debido registro de existencia previa, tenìan su lugar y ocupaciòn. Aportaban lo suyo, la mùsica que podìa tocar Bartok, con algùn instrumento arrojado por la marea de la mudanza apresurada, la sopa que le torcìa el brazo al invierno,  gracias a la creatividad de Madame, ex encargada de un modesto restaurante aplastado por la topadora inmobiliaria del perìmetro de Parìs, la trampa de Pascal, que ponìa fin al ruido de las carreras de ratas en las noches de insomnio. Lo mejor era cuando llegaba "La Hora del Capìtulo", pomposo tìtulo que ellos habìan puesto a la lectura del libro favorito. El antiguo, el Decano, leìa cada noche gracias a los faroles que habìa recuperado Hammett (una de las guitarras del grupo Metallica) ex empleado de una metalurgia ahora cerrada. Al libro en cuestiòn le faltaban partes, tal vez en eso radicara la fascinaciòn que ejercìa, participando quienes querìan  llenar los huecos argumentales. Las historia, de esta forma tomaba un curso insospechado. No era extraño que en La Impura, de Guy Des Cars, el favorito en aquella època, en vez del aceite de chalmoogra para la lepra, Chandal hallara el agua de un manantial dormido y se curara, cuando Smila, la pequeña cantante, tomaba a su cargo el relato, quedàndose dormida a continuaciòn, como un gato, enrollada en su historia. Si el que retomaba era Tesla, el mago de los cien inventos, el que doblaba alambres y componìa objetos rotos y deshechados, la impura, perdìa dos de sus dedos por la lepra antes de hallar el agua de Smila. Tal vez fuera el reflejo de sus dedos perdidos en la màquina, lo que motivò que allì se estableciera el sendero argumental del mago. Rellenaban con sus propias historias las partes faltantes y se establecìa una competencia para seleccionar las mejores. Era cuestiòn de tiempo, suponemos, para que arribara un psicòlogo para completar el cìrculo de interpretaciones biogràficas y otras no tanto. Algunos fragmentos eran insostenibles en el hilo argumental de la obra. Pero nadie iba a negarles el derecho a intervenir a Marat y Carlota, la pareja demencial, cuyos derroteros con los faltantes eran francamente geniales. En sus vacilantes escenarios verbales, Chantal, la protagonista, la bella leprosa, firmaba contrato con una marca de moda diseñada exclusivamente para ella y sus mutilaciones, segùn Carlota. Marat, asentìa por lo general, hacièndole gestos de rebanar su cuello. El de Chantal.
Cierto dìa, todos habìan cobrado un propòsito alternativo al de recolectores cotidianos, cambia el ritmo del filme: el protagonista, el reciente desempleado, se embarca en una investigaciòn por fraude y estafa al estado, por parte de una empresa perteneciente a un fabricante de armas. Dicho sea de paso, la fàbrica donde trabajaba y en la que por accidente se entera de una siniestra trama que requiere de las habilidades de su nuevo equipo. Surge la necesidad de elaborar un plan que incluye tender cables, instalar micròfonos ocultos, grabar conversaciones, intervenir telèfonos, acceder a viviendas disfrazados de ejecutivos con trajes italianos y conseguir un par de camiones desvencijados. Lo màs difìcil fueron los trajes italianos. El robo no tenìa cabida en la soterrada comunidad. Debìan tomar prestado dichas prendas entrando por los fondos de una tienda de alquiler de ropa. Despuès de muchas vicisitudes, el bien triunfaba. Ante una asombrada cùpula policial y judicial se desenmascaraba el fraude y llegaba el final feliz, aquel donde triunfa la justicia y se reconoce el valor de cada individuo, sin importar de dònde viene, ni  què hace. Se abren los estrechos brazos del sistema que habìa hecho oìdos sordos a sus carencias.
Lo màs disparatado de todo el argumento, no fueron los aportes de Carlota y Marat. Lo fantàstico, lo que hace que la pelìcula casi parezca de ciencia ficciòn, es que el cìnico refugio construido por la estructura policial, polìtica, empresarial y judicial, cayera aplastada por el peso insobornable de la verdad y la justicia. De otra forma: que triunfaran los buenos. Hilos de Piedra.