Estimado Sr. Martin:
Tal vez no nos recuerde. Estuvimos en Salta hace un par de temporadas y Ud. se ofreciò a hacernos de guìa, cuando nos recogiò en el aeropuerto.
Habìamos estado varias veces en Salta y Jujuy, pero era la primera vez que ìbamos a pasar la noche fuera de la ciudad, en plena montaña. Pernoctarìamos en Iruya, un pueblito literalmente medio colgado desde un balcòn de la montaña, sobre el rìo de ese nombre. Renombrados amaneceres, mentados por otros viajeros.
"Asì que Ud. nos pasò a buscar por el hotel a la madrugada", irìamos sin prisas recorriendo los lugares que màs nos gustan y detenièndonos a tomar fotos donde se pudiera detener con seguridad, evitando curvas y tramos muy angostos. Almorzar donde nos gustara, en fin, nada pautado de antemano y sin màs pasajeros que nosotros, nos encantò verlo aparecer a bordo de una camioneta 4x4.
Pudimos asì bajarnos para "pescar" un grupo de guanacos o una pareja de còndores allà en lo muy alto planeando, planeando ser sostenidos por las corrientes del viento, allì nos contò que el macho del còndor, si la hembra muere, se suicida plegando las alas y estrellàndose en la tierra.
Màs adelante, intentè correr hacia mi marido para evitar que se internara entre los arbustos espinosos, por las vìboras y me apunè. Fueron unos segundos de una sensaciòn de muerte, lleguè a pensar que ustedes dos, iban a poder dejar mi cadàver en alguna cueva; en un segundo pasò esta idea, la que me gustò mucho, pero este otro tema.
Llegamos hasta Iruya, donde pasamos la noche, de forma muy precaria, en ese momento no estaba preparado para el turismo, no era Purmamarca o Tilcara, asì que los hoteles, exceptuando el Iruya eran todos de modesto perfil. Habìamos intentado conocer la iglesia, pero el servicio habìa terminado, el cura habìa cerrado la puerta con llave y se habìa esfumado. Nos quedò, entonces, caminar por callecitas en pendiente, cruzàndonos con burros salvajes que deambulaban por todas partes y en los que nadie reparaba, si se nos exceptuaba . En una hora habìamos dado dos veces la vuelta en redondo, juntando màs hambre que frìo. Las posibilidades de comer no fueron mejores, si uno querìa obviar la carne de llama, la perspectiva era arroz blanco y el huevo duro que pedì, quedaron debièndolo.
Al dìa siguiente, con mucho frìo partimos para Salta despuès de desayunar. A la hora del almuerzo, llegamos a Tilcara, donde nos llevò al hotel y restaurante del Automòvil Club, que a su juicio era de muy alta calidad. El lugar era precioso. El menù especial, superaba con creces nuestros hàbitos gastronòmicos y nuestra intenciòn de pagar bastante por un almuerzo en ruta. Deseàbamos comer algo sencillo y econòmico cerca de la ruta. Por ese motivo, empezamos a descender a pie la ligera cuesta que desde la Hosterìa del ACA, nos permitìa abordar la camioneta.
Esto es lo ùltimo que recordamos ambos.
Tres dìas despuès, mientras cenàbamos en Aires Caseros en Salta capital, nos dimos cuenta que ambos, mi marido y yo, habìamos olvidado todo desde la dichosa cuesta. No podìamos recordar dònde habìamos almorzado, ni què habìamos comido y menos algùn detalle del camino de regreso a la ciudad.
Al principio, lo tomamos a broma. Tenìamos en claro ese dato: el recuerdo desapareciò en el mismo sitio y al mismo tiempo. Bromeàbamos porque en principio comentamos que no notàbamos faltas: ni òrganos, ni dinero ni equipaje, sòlo los recuerdos. Ausentes y sin dejar rastro alguno. Lo extraño era que ambos compartìmos la experiencia, estaba casi descartada entonces, la posibilidad de un accidente vascular cerebral.
Mi marido se molestaba porque yo insistìa en tono de broma, que habìamos sido "abducidos". Habìamos estado hablado de OVNIS con Ud. cuando volvìamos de Cachi unos dìas antes, y nos comentò lo frecuente que era verlos. Que de no ser Parque Nacional, patrullado dìa y noche, donde se prohibìa el acampe, lograr pernoctar allì era garantìa casi segura de avistar luces y formas raras. Pero serpientes y patrullas eran motivos suficientes para aceptar su palabra.
La cuestiòn es que no hubo forma de recordar què habìa pasado en Tilcara.
Al tercer dìa de esta "laguna compartida", propuse en el "Aires", recuperar el recuerdo perdido con este ejercicio: "Imaginemos un plato de tallarines. Ahora empiezo a tirar del extremo de uno de ellos, desenrollàndolo, como el hilo de Ariadna que nos va a llevar a"...y de pronto, empecè a "ver" el sitio, el bar de la ruta, donde entramos para almorzar. Con una nitidez asombrosa, de la nada misma, surgiò la escena: habìamos elegido una mesa para dos cerca de la puerta. El frìo era notable.
Asì que, cuando Ud. desde el fondo del local, nos hizo gestos con la mano para que nos acercàramos, acudimos dòciles. Con una inclinaciòn teatral, nos presentò una enorme chimenea encendida y nos sentamos en la mesa de enfrente, la màs cercana, sintiendo la caricia del calor paulatino. Placer de los placeres. Màs tarde nos sirvieron fideos y pollo. No tomamos alcohol, el agua mineral y la ensalada de frutas completò el menù.
Otras personas habìan empezado a ocupar las mesas vecinas.
Fue en ese instante, cuando la trayectoria invisible del tallarìn-guìa imaginario, me llevò a una conclusiòn. Narcosis!!! le dije a mi marido. "Fue eso! El fuego!, debemos habernos instalado tan cerca que hemos inspirado monòxico de carbono y esa fue la amnesia que nos acometiò despuès!".
No hemos podido comprobar mi teorìa.
Me hubiera gustado que "Ud., Sr. Martìn, fuera el brujo, como su abuela", que curaba a la gente, nos dijo durante el trayecto y les "veìa" las enfermedades a travès de la orina que les hacìa llevar en un frasco transparente colocàndolo delante de un trozo de àlamo blanco. "Este mètodo, me parece que lo practican en Mèxico tambièn", le habìa dicho yo.
Igual que el Don Juan, el brujo de Castaneda, ella habìa traspasado su poder, cuando llegò su hora, a un tìo suyo. Este hombre, falleciò poco despuès y su abuela sorprendentemente dijo lo mismo que Don Juan: lo matò el exceso de poder. Cuando alguien no es suficientemente fuerte es lo que pasa, nos dijo Ud. Simplemente muere. Hilos de Piedra.