Cuando el ser humano, desenvuelve su existencia en el marco de la estricta construcciòn urbana, sin estar del todo consciente, firma un pacto. Las reglas de un juego que no alcanza a percibir del todo, y que son las que rigen su jornada y casi seguramente la de sus hijos.
Sometido a los estrechos espacios de cubìculos laborales, con ventanas, cuando hay suerte que pueden otorgarle algo de luz solar, algo de cielo, siluetas de edificios, puede sentirse afortunado y màs aùn si tiene àrboles en los que pueda perder su mirada, descansando en el verde, aunque sea unos momentos al dìa.
Por algo, cuando puede, almuerza en una plaza, el humano necesita conectarse con la naturaleza de cualquier forma. Atesorando una maceta con una planta, colocando protectores de pantalla donde estèn sus hijos, si los tiene, en algùn lugar que han disfrutado todos juntos, habitualmente a orillas del mar, o en algùn parque.
Cuando pueda, y si dispone de algo de tierra segura, deberìa caminar descalzo sobre esa tierra de la que està tan desconectado.
Siendo consciente de apoyar su planta, sintiendo esa conexiòn que le es tan ajena y extraña, dado el empeño en interponer tanto cemento, entre sus pies àvidos, sus manos y una tierra sobre exigida aunque pròdiga todavìa.
Algunos sostienen que aunque sea sobre el piso de su casa, sabiendo que por debajo yace ella, deberìa caminar descalzo, tirarse en el suelo, cuando se pone a resguardo, cuando retorna de su jornada, como quien saluda a una vieja y generosa amiga. Hilosdepiedra.