Amo la flexibilidad del carnal. Del que retorna del infierno donde recae cada vez que puede. Amo al que no tiene dedo para señalar mis debilidades y múltiples imperfecciones, simplemente porque ya lo está usando para señalarse a sí mismo.
Por eso, últimamente, advierto un cambio sutil en mi "intento" al escribir éste, mi modesto Blog.
Veo que cada vez tienen menos peso para mi, las enseñanzas de los indiscutibles, de los llamados Grandes Maestros o como quiera. Obviamente que no es mi intención discutirles nada de nada.
Simplemente respeto el camino de cada quien, hasta del más inadvertido. Aprendí a descubrir la enseñanza en dos o tres palabras mal pronunciadas por una pastora de cabras, simplemente porque le faltan dientes.
Uno puede zambullirse en el mar de lo mundano, de lo vulgar y siniestro. Puede decir que no posee apego cuando es capaz luego, de salir del agua, secarse y sentarse en la orilla simplemente viendo el agua mundana en la que uno estuvo chapoteando hasta hace un rato. Sin ganas de volver, levantarse, irse de la playa sin mirar atrás y sin saber si mañana o en un rato, querrá sumergirse de nuevo, sin culpa.
Tal vez, sea eso que no me transmitan los Grandes. O no tienen, o han vencido, trascendiéndolas, sus mundanas inclinaciones. No dudan porque han renunciado a preguntarse, porque el "peso" de las revelaciones que albergan los ha abrumado y su única preocupación, pareciera, es esconderlas de la curiosidad del profano, otro, igual a él que tal vez, se sienta, de un tiempo a esta parte, un poco más liviano, ya que la incertidumbre no pesa tanto, si se la sabe llevar con cierto estilo.
Mi debilidad es comprobar su debilidad. Aquella que no muestran. Aprecio su esfuerzo por mantenerse lejos del mar, o tal vez me gustaría conocer a quien se muestre de rodillas no por decisión de venerar nada, sino porque recién lo sorprendo levantándose de las más profunda de sus tentaciones. Hilosdepiedra.