Lo habìan mandado a reeducaciòn, despuès de intentar triturar al diminuto caniche de una vecina, y morderla a ella cuando tratò de poner a salvo a la miniatura.
-¡Y lo logrò! ¡vaya si lo logrò!. Tanta la griterìa que armò, que ahì mismo, cuando al fin pude derribarla, justo se detuvo el auto y bajò el tipo con el paraguas y me lo partiò en el lomo.
-¡Nada! Para que sepa, ¡no sentì na-da!.
-Los pitbull tenemos huesos fuertes, somos aguantadores y lo que es muy importante, esos ojos amarillos que imponen tanto respeto cuando los clavamos fijo, como los colmillos.
-Lo que no entiendo es que a mi dueño le gusta mi caràcter fiero. Es màs, me seleccionò por eso. De la camada fuì el que antes empezò a morder a sus hermanos y eso pareciò encantarle ni bien me viò. A mi padre lo usaban para pelear, en el campo. Tenìa el lomo como el miò, asì de fuerte, no tan liso, el de èl estaba cubierto de cicatrices de distintos tonos de rosa y gris con algunos frunces.
-Tampoco entiendo porquè siento esas ansias. La sangre metàlica y salada, su olor me enardece y hace que me aloque, como dice mi dueño con satisfacciòn.
-Y siempre me quedo con las ganas de seguir. Los gatos. Las pocas veces que alguno ha intentado cruzar el jardìn, queda un revuelto de pelo, huesos, y sangre. Y eso va para las palomas, y el jardinero que un dìa me tirò una patada, y sentì la pantorrilla del tipo, gomosa, eso me excitò màs. Se moldeaba y se retorcìa entre mis dientes, como si tuviera vida propia. Me costò largarlo. Esa vez, me cosieron en el veterinario, porque el hombre se defendiò con una tijera de podar. A èl tambièn tuvieron que coserlo. A su olor lo tengo en mi memoria. Làstima que no ha vuelto màs. Le mordisqueè el mango de la tijera, cuando la costura me pinchaba. Algo parecido al dolor.
-Cuando empiece a sacarlo a caminar y lo canse, le dè de comer y le enseñe quièn es el alfa, se le van a ir las ganas de morder.
Reeducaciòn.
Atado, fijo, o apenas aflojarle. Rienda corte. Tiròn. Voz firme. Vuelta a empezar.
-Este tipo cree que va a poder conmigo. Ya escuchè que no habrà otra. Me llevaràn al veterinario y me castraràn, y si en seis meses no me tranquilizo...
-La chica del maldito caniche se cansò de pasar frente al portòn de reja. Ahì aprendì a ver el color rojo. Dicen que los perros no distinguimos bien los colores. Eso porque no han sentido la furia que sentì cada vez que olìa el miedo y el sudor del asqueroso matojo de rulos del infeliz.
El dìa que alguien por descuido (?) dejò abierto el portòn...
-Conmigo no valen las distracciones. Mi atenciòn, mi vigilancia es natural. Es un estado permanente de tensiòn que siento en cada uno de mis mùsculos, los que logran que mis orejas cortadas giren un poco, que mis mandìbulas se mantengan apretadas,a veces tiemblo, como si me estuviera preparando para una pelea que no llega.
-Sòlo yo sè lo que es estar encerrado, acosado por una urgencia, sin poder salir y los olores provocàndome continuamente.
Dìa y noche. A veces sueño que salto las paredes de los costados y me echo al cuello del doberman del vecino que lo deja afuera para que cuide la casa. Me da risa solo de pensar lo que le harìa a su àngel guardiàn. O la pared del fondo y hago que el labrador que tienen me conozca a fondo. Pero ese no tiene gracia. Es de los que se entrega sin pelear. Cualquiera se da cuenta.
El otro dìa pasò caminando el tipo del paraguas. Me cansè de rebotar de una pared a otra, ladràndoles a èl y a una vieja flaca que lo acompañaba. Cara de bruja. La harìa trizas, ni duda, pero, no me queda claro lo que dijo. ¿A quièn hay que reeducar?.
La vieja se reìa y decìa:
-¡Què lindo que es!. ¡Còmo me gustarìa que se enfrente con un mastìn napolitano y ver què pasa!. Hilos de Piedra.
-Lo que no entiendo es que a mi dueño le gusta mi caràcter fiero. Es màs, me seleccionò por eso. De la camada fuì el que antes empezò a morder a sus hermanos y eso pareciò encantarle ni bien me viò. A mi padre lo usaban para pelear, en el campo. Tenìa el lomo como el miò, asì de fuerte, no tan liso, el de èl estaba cubierto de cicatrices de distintos tonos de rosa y gris con algunos frunces.
-Tampoco entiendo porquè siento esas ansias. La sangre metàlica y salada, su olor me enardece y hace que me aloque, como dice mi dueño con satisfacciòn.
-Y siempre me quedo con las ganas de seguir. Los gatos. Las pocas veces que alguno ha intentado cruzar el jardìn, queda un revuelto de pelo, huesos, y sangre. Y eso va para las palomas, y el jardinero que un dìa me tirò una patada, y sentì la pantorrilla del tipo, gomosa, eso me excitò màs. Se moldeaba y se retorcìa entre mis dientes, como si tuviera vida propia. Me costò largarlo. Esa vez, me cosieron en el veterinario, porque el hombre se defendiò con una tijera de podar. A èl tambièn tuvieron que coserlo. A su olor lo tengo en mi memoria. Làstima que no ha vuelto màs. Le mordisqueè el mango de la tijera, cuando la costura me pinchaba. Algo parecido al dolor.
-Cuando empiece a sacarlo a caminar y lo canse, le dè de comer y le enseñe quièn es el alfa, se le van a ir las ganas de morder.
Reeducaciòn.
Atado, fijo, o apenas aflojarle. Rienda corte. Tiròn. Voz firme. Vuelta a empezar.
-Este tipo cree que va a poder conmigo. Ya escuchè que no habrà otra. Me llevaràn al veterinario y me castraràn, y si en seis meses no me tranquilizo...
-La chica del maldito caniche se cansò de pasar frente al portòn de reja. Ahì aprendì a ver el color rojo. Dicen que los perros no distinguimos bien los colores. Eso porque no han sentido la furia que sentì cada vez que olìa el miedo y el sudor del asqueroso matojo de rulos del infeliz.
El dìa que alguien por descuido (?) dejò abierto el portòn...
-Conmigo no valen las distracciones. Mi atenciòn, mi vigilancia es natural. Es un estado permanente de tensiòn que siento en cada uno de mis mùsculos, los que logran que mis orejas cortadas giren un poco, que mis mandìbulas se mantengan apretadas,a veces tiemblo, como si me estuviera preparando para una pelea que no llega.
-Sòlo yo sè lo que es estar encerrado, acosado por una urgencia, sin poder salir y los olores provocàndome continuamente.
Dìa y noche. A veces sueño que salto las paredes de los costados y me echo al cuello del doberman del vecino que lo deja afuera para que cuide la casa. Me da risa solo de pensar lo que le harìa a su àngel guardiàn. O la pared del fondo y hago que el labrador que tienen me conozca a fondo. Pero ese no tiene gracia. Es de los que se entrega sin pelear. Cualquiera se da cuenta.
El otro dìa pasò caminando el tipo del paraguas. Me cansè de rebotar de una pared a otra, ladràndoles a èl y a una vieja flaca que lo acompañaba. Cara de bruja. La harìa trizas, ni duda, pero, no me queda claro lo que dijo. ¿A quièn hay que reeducar?.
La vieja se reìa y decìa:
-¡Què lindo que es!. ¡Còmo me gustarìa que se enfrente con un mastìn napolitano y ver què pasa!. Hilos de Piedra.