miércoles, 25 de enero de 2017

EL ENOJO

¿Còmo seguir despuès de casi dos meses de silencio de Blog?
Sin contar los viajes, a lugares geogràficos. Los viajes que valen tambièn la pena, aquellos que uno se dirige hacia lo profundo, en soledad. Un viaje, en fin, conformado por muchos dìas de pensar y no pensar. Todo me parecìa absolutamente banal, para volcar acà. Y aùn lo creo. Tambièn veo que lo banal es muy popular. Lo que uno considera banal, no lo es para otro. Lo màs probable que si uno enumera aquello que considera banal, alguien se enoje, inevitablemente. Y este mundo ya tiene gente suficientemente enojada.  
Se ha dicho y escrito mucho, acerca que la meditaciòn ayuda a observar el enojo y en general aporta beneficios, como lo reportan personas iracundas que la practican con regularidad. Como casi todo lo que enoja, nada va a desaparecer, el que va a cambiar de posiciòn, en ese campo de batalla imaginario, es el meditador. Ser consciente que hay cosas que no han de modificarse, al menos en lo inmediato, ser conscientes que uno puede desde su sentarse diario, ver su enojo, sus causas, concentrarse en ir cada vez màs profundamente, ver que indefectiblemente siempre pero siempre hay una idea detràs de la que se escuda el iracundo para desde allì arrojar su ira/idea como quien arroja piedras. Desde ese sentarse, ver què hay detràs de esa idea. El deseo de tener razòn, de acertar, de estar en lo correcto. Eso no importa, lo que sì es interesante es que siempre està el deseo. Deseo de lograr imponer su idea, deseo de comprobar que estaba asistido por la razòn, deseo, y màs deseo de lograr que las cosas se hagan tal y como quiere. El solo hecho de que algo no se acomode a su deseo, es motivo de contrariedad, frustraciòn e inevitable enojo. Como surgido desde el primer enojo ya olvidado.
Cualquier cosa que lo motive, es una idea pre-existente. 
Diferente es la indignaciòn que surge ante una injusticia, un acto de violencia que vulnera a otro ser indefenso. 
Sentarse, y observar què cosas son dignas de una indignaciòn que no impregne a los que nos rodean, como hace la ira que se desparrama como un gas tòxico. 
Ser iracundo es, al final, ser portador de veneno. El iracundo lo ùnico que desea con urgencia es poder arrojar ese veneno sobre otro, contagiarlo. Sentarse y ver porquè necesita compartir su sufrimiento con otro, traspasàndole parte de su ira. Dedicarle el tiempo que merece la ira, como un objeto de meditaciòn es empezar a dar el primer paso.