El dìa habìa empezado despertàndome por el sonido de una lluvia tranquila y persistente. Sabido es el efecto de la lluvia en el lobo, sea cual sea hoy el sexo que he de adoptar. Salì "literalmente" de un sueño profundo, oscuro, como la cueva que habito. No me sentìa cansada, a pesar que habìa sido un sueño muy cambiante. Tuve un profesor en la facultad, un cardiòlogo. del que estuve secretamente enamorada, a la manera de ciertos lobos, es decir sin que èl jamàs lo supiera. En mi sueño. èl era mi ginecòlogo. No se necesita ser Freud, ¿no?. Habìa parido recientemente y me hacìa el control post parto. El tipo en cuestiòn, me revisaba en una sala repleta de gente y para que me sintiera màs còmoda, me proponìa con una ternura que jamàs habìa mostrado, ir a su consulta privada. Y me preguntaba ¿porquè ahora se muestra tan tierno y cuando fui alumna suya ni la hora me diò?. Subimos a su auto, conducido por un negro de piel lustrosa y librea oscura. Mudo. Llegamos al consultorio que resultò estar en la Boca. De pronto, habìa saltado fuera del auto y habìa pensado en Quinquela. Allì levanto la cabeza y veo el puente oscuro, el de sus cuadros, gigante, recortado apenas sobre un cielo negro y estrellado. Entramos en una especie de galpòn que era su consultorio. Me quedè esperando en la entrada y en silencio apareciò un ovejero belga, negrìsimo, amistoso. Entrè en una cocina revuelta y tratè de avisar a mis padres por el celular dònde me hallaba, (han muerto ambos hace muchos años), pero a pesar de oir voces del otro lado, no pude contactarme con ellos. Ya en la camilla èl mirò y me dijo, o puede ser muy bueno, o màs o menos o muy malo. Sabìa que hablaba del cuello uterino. Y allì me despertò la lluvia.
Impreganada, como suelo quedar despuès de estos sueños, salì a caminar bajo una lluvia tenue y sentir en el pelo y el lomo la humedad fresca que me aliviò. Caminè varios quilòmetros, habìa llegado a la Catedral. Siempre bien mantenida, su vereda es lisa y pareja. Asì que empecè a caminar hacia atràs. Es un ejercicio que practico con el objeto de cambiar mis puntos de vista. Trato de hacerlo cuando no hay personas. Los humanos tienden a juzgar, a burlarse de lo que no entienden y no me siento lista aùn para soportar la burla sin inmutarme. Tan concentrada estaba, que olvidè que seguìa caminando para atràs, cuando oi que una voz me decìa: lindo dìa para caminar asì. Era el hombre de una pareja muy joven de cartoneros que refugiados sentados debajo de un àrbol, estaban ahì, junto a un carro con cartones y un coche con un bebè muy chiquito. Levantè los dos pulgares en asentimiento. Su tono no me pareciò de burla, sòlo un comentario tan neutro como la nada misma. Allì recièn me di cuenta que seguìa caminando para atràs.
Bueno, pensè para los creyentes, estoy en tierra sagrada. Para los que no, no importa nada. ¿En què cree un lobo?. ¿A quièn puede interesarle?.
Ya antes habìa sido un dìa especial. Habìa oìdo còmo una mujer vieja le ofrecìa màs libros de historia para leer a un custodia. Y habìa pensado: no està todo perdido. Mientras haya quien lea. El aislamiento propio del trabajo, no le han hecho atontarse con la radio insensata todo el dìa.
Ya casi de vuelta, cerca de la cueva, pensaba mientras cruzaba una sendacebra, ¿còmo termina èsto?... Y supe que no todos los senderos terminan....