De todos los lobos que conozco, los hay
más carenciados, insensibles con su propia manada, los que han traspasado los
límites, y aquellos que continuamente pasan de un lado al otro. Creo que
responden, en definitiva a un gran poder de adaptación. Éstos son los peores.
Yo pertenezco a este último grupo.
Cuando uno ha
crecido en un ambiento de "pseudoprotección", es producto de una
pareja de lobos que cuidan físicamente el bienestar del cachorro, descuidando
en cambio todo lo que se acerque al afecto que hasta los lobos necesitamos. Ese
bienestar afectivo es lo que haría de nosotros, lobos seguros. En cambio,
cuando nos percatamos que la cosa no pasa por ahí, por la seguridad que brinda
el afecto temprano, crecemos protegiéndonos a nosotros mismos. Somos los que
hemos vivido a la defensiva, producto de no poder bajar jamás la guardia. Hemos
crecido desconfiados, de todo y de todos. El mundo ha sido un lugar peligroso y
si uno quería sobrevivir, debía desarrollar una capacidad para defenderse que
excedía en mucho nuestros pocos años.
Así es que,
también es natural que nuestras respuestas a las agresiones, carecieran de toda
proporción, transformándose en reacciones instintivas, las que más de una vez
nos han introducido en un sinfín de situaciones peligrosas. Como respuesta de los
adultos, hemos obtenido más y más desconfianza para con nuestras buenas intenciones,
que alguna vez hemos tenido.
Para un lobo de
esta variedad, ocho años es infancia aún. Castigados físicamente por quienes
debían enseñarnos, aprendimos a apretar los dientes y a acumular siniestras
intenciones.
Nuestros pares,
hacían como podían según su aguante.
A los doce ya
estábamos listos para saltarle al cuello a todo aquel que intentara
aprovecharse del más débil y ni qué decir de aquel que osara hacernos sentir
amenazados.
Donde los veo, los reconozco. A todos
esos lobos que viven en condiciones miserables y sólo esperan su momento. El
problema con ellos es que sólo viven de un lado. Nosotros, los que pasamos de
ambos sin esfuerzo, hemos desplegado un talento muy especial para desaparecer y
pasar desapercibidos. Por eso, somos los más peligrosos. Como un lobo adentro
de otro. Nunca se sabe cual es el que está por salir. El lobo del conurbano.