lunes, 12 de septiembre de 2016

EL LOBO DEL CONURBANO: DE TODOS LOS LOBOS QUE CONOZCO



De todos los lobos que conozco, los hay más carenciados, insensibles con su propia manada, los que han traspasado los límites, y aquellos que continuamente pasan de un lado al otro. Creo que responden, en definitiva a un gran poder de adaptación. Éstos son los peores.  Yo pertenezco a este último grupo.
Cuando uno ha crecido en un ambiento de "pseudoprotección", es producto de una pareja de lobos que cuidan físicamente el bienestar del cachorro, descuidando en cambio todo lo que se acerque al afecto que hasta los lobos necesitamos. Ese bienestar afectivo es lo que haría de nosotros, lobos seguros. En cambio, cuando nos percatamos que la cosa no pasa por ahí, por la seguridad que brinda el afecto temprano, crecemos protegiéndonos a nosotros mismos. Somos los que hemos vivido a la defensiva, producto de no poder bajar jamás la guardia. Hemos crecido desconfiados, de todo y de todos. El mundo ha sido un lugar peligroso y si uno quería sobrevivir, debía desarrollar una capacidad para defenderse que excedía en mucho nuestros pocos años.
Así es que, también es natural que nuestras respuestas a las agresiones, carecieran de toda proporción, transformándose en reacciones instintivas, las que más de una vez nos han introducido en un sinfín de situaciones peligrosas. Como respuesta de los adultos, hemos obtenido más y más desconfianza para con nuestras buenas intenciones, que alguna vez hemos tenido.
Para un lobo de esta variedad, ocho años es infancia aún. Castigados físicamente por quienes debían enseñarnos, aprendimos a apretar los dientes y a acumular siniestras intenciones. 
Nuestros pares, hacían como podían según su aguante.
A los doce ya estábamos listos para saltarle al cuello a todo aquel que intentara aprovecharse del más débil y ni qué decir de aquel que osara hacernos sentir amenazados.
Donde los veo, los reconozco. A todos esos lobos que viven en condiciones miserables y sólo esperan su momento. El problema con ellos es que sólo viven de un lado. Nosotros, los que pasamos de ambos sin esfuerzo, hemos desplegado un talento muy especial para desaparecer y pasar desapercibidos. Por eso, somos los más peligrosos. Como un lobo adentro de otro. Nunca se sabe cual es el que está por salir. El lobo del conurbano.