Para el Zen, todas las actuaciones cotidianas pueden transformarse en ejercicio de entrenamiento. Desde la correcta respiración, el estilo de andar que brota de lo profundo del ser, el modo de estar de pie o sentado, de hablar, escribir, todo se transforma en campo de entrenamiento.
Lo único importante es la actitud y disposición de base que se pone en ejercicio.
El cuerpo participa en este entrenamiento como rumbo a su interior, no como una carga que arrastramos, sino en ese cuerpo que somos.
El cuerpo como centro unitario de ademanes, con que el hombre se produce al exterior, mirado desde su ser profundo.
En su forma de producirse y presentarse, la persona se manifiesta dentro de una concepción integral que está más allá de la duplicidad "cuerpo/alma".
Con la atención adecuada, también las llamadas "cualidades primarias de la sensibilidad", como colores, sonidos, olfato y tacto y la sensibilidad del propio cuerpo (propiocepción), así vividas y entendidas, constituyen una raíz del "espíritu suprasensorial", que es el que produce la eclosión de la plenitud de la vida. Estas cualidades y lo demás que hemos descrito, deben atravesar la conciencia y superar el análisis, ocupando el puesto que les corresponde como parte del desarrollo del ser profundo.
Tropezamos con una definición que nos parece acertada: "El neurótico es una persona perdida en su propio cuerpo". La curación debe pasar a través de la integración de ese mismo cuerpo, tomando conciencia de las actitudes erróneas.
Se necesita esta toma de conciencia como factor esencial e irreemplazable.
Estar presente en el mundo desde el ser, es lo más importante y lo que enseña el Zen.