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EL TEMPLO DE LA TANGUERA |
Estimado Sr/a Hilosdepiedra. Ud. verá si sigue leyendo.
Me jubilé de Profesora de Literatura en una escuela secundaria en la localidad de Belgrano, Buenos Aires, Argentina. Tengo 82 años. No voy a hacer la típica novena del jubilado promedio argentino, así que no espere que hable del precio de los remedios.
Tengo un nutrido grupo de amigas, jubiladas como yo, y más o menos con los mismos ingresos, que con el tiempo han seguido un derrotero distinto, que no critico. Verá, se han refugiado en la vida de sus hijos y nietos, lo que les va recortando el cultivo de otros intereses. Será por eso que las frecuento cada vez menos. Soy lo que podría definirse como una "vieja egoísta".
Nunca me casé y fuí como quien dice "la otra". Así que ni soñar con pensión de ningún marido. Amantes menos que concubinas, no tenemos casi ninguna protección. Como quien dice, aprendimos a vivir a la intemperie. No voy a polemizar ahora sobre otro pendiente y vacío legal, sobre todo para muchas concubinas que conozco de mi edad con una vida en común de treinta o más años con el mismo hombre y que han tenido que irse de la casa que habitaban sólo por el hecho de no estar casadas y quedaron virtualmente en la calle. Dije que no iba a transitar por ahí.
No lamento nada. Viví un gran amor atravesando momentos difíciles de robar porque para colmo éramos casi vecinos. Cada una de las tres hijas que tuve con él fueron motivo de gran alegría me atrevo a decir que para ambos. Nunca les oculté su origen y desde el vamos sentí que era afortunada porque lo tomaron con naturalidad, como supongo hacen los niños cuando no les transfieren cargas emocionales innecesarias. Siempre supieron que no iban a recibir sobrantes de amor. Su tiempo con papá iba a ser distinto al de cualquier otro amigo o compañero de la infancia. En general fue más pleno y con ganas. Si acaso fueran sobras, serían de muy buena calidad porque jamás presenciaron tirantez indiferencia, hastío o irritación de un papá que llegara cansado del trabajo.
Siempre me resistí a definir la nuestra como una "familia paralela", así que sigo considerándome "la otra", su amante. Eso, en mis tiempos, me parecía muy excitante, y aún me lo parece. Fíjese Ud. que estuvimos juntos un poco más de veinte años. Después que él murió nunca pensé en nadie más que no fuera yo. Me fuí de viaje, dejé a mis hijas adolescentes con una amiga y estuve un mes en Europa. Había ahorrado con la ayuda de él y fuí a los lugares a los que nunca pudimos ir juntos. Eso me hizo sentir inconmensurablemente feliz. Algunas amigas, las que han retornado como viudas a París, Londres, Venecia etc, ya recorridos en pareja, no han podido evitar chocar de frente con la nostalgia, la tristeza y la añoranza en medio del vacío del ausente. Sensaciones que no me interesa experimentar.
Me niego a frecuentar los Clubes para la Tercera Edad, concurrir a Cursos de tejido, cerámica, talleres literarios, Clubes de lectura y actividades por el estilo. Eso incluye a la iglesia, aunque fui bastante amiga del Padre Baltasar que en sus días usaba un péndulo para armonizar a las personas y de acompañante de una amiga, me transformé en la suya, sin segundas lecturas, le pido. Era una persona muy mayor así que al poco tiempo lo trasladaron y se ha retirado como yo. No me resulta sencillo llegar hasta la localidad de Montes. Le escribí un par de veces sin respuesta. Jamás tomamos lo nuestro como una confesión en lo que a su oficio se refiere. Sucede que ambos compartimos una pasión desenfrenada por las novelas negras y los hombres de ojos azules.
Tampoco me refugio en mis recuerdos. Hice un pacto conmigo, tengo un reloj de arena de esos de cinco minutos y cuando terminó de pasar el último grano, dejo las evocaciones de lado. Creo que sirven para controlar el hervor del huevo, algo así. No soy amiga de los crucigramas, soy una persona que se aburre con facilidad de las cosas que se repiten. Con mi amor nunca sabía cuándo iba a poder venir, no planeábamos nada simplemente porque no había nada que planear. Cuando sabía que se iba de vacaciones, se las ingeniaba para ubicarme cerca y nuestros encuentros furtivos eran simplemente mágicos. Sin saberlo, su esposa ha salido con los dos y mentiría si alguna vez lamenté no ser la titular del equipo. Ha habido, confieso, toqueteos furtivos, situaciones que le entusiasmaban especialmente, y que a mí me divertían enormemente. Jamás hubiera querido que dejara su casa y su familia. Hubiera sido muy rutinario y seguro habría habido roces, daños y conflictos de ambos lados.
No tengo otros familiares cercanos, salvo mis hijas y nietos pero no los cargo con la obligación de la visita culposa. He sido joven y sé cuánto molesta ir de peregrinación a la casa de alguien que nos parece tan viejo que nos sentiríamos más cerca de un marciano.
No poseo ninguna planta, ni mascota. Así puedo quedarme en cama cuando llueve sin la obligación de sacar al perro aunque se caiga el cielo. He conseguido una de esas camas gigantes que aparecen en el cine y puse un espejo enfrente y me arreglo el pelo antes de dormir sin maquillaje, sin joyas y sin camisón, no sea que muera durmiendo y me encuentren con sábanas viejas o zurcidas. No veo mucha TV. porque me aburre. Y he renunciado a quejarme.
De a poco, he ido vaciando mi casa de todo recuerdo y adornos. Uso, eso sí, la loza inglesa de mi madre para todos los días, para mi disfrute visual. Jamás guardé nada para homenajear a otros. He puesto las mejores toallas para sentirme agasajada.
Me ha quedado grabada una anécdota que le atribuyen a una actriz y cantante argentina llamada Tita Merello. Cuando estaba en una racha de las malas, como decimos acá, no sé si será cierto, descorchaba una botella de champán, para seguir tratándose bien aún en momentos duros, supongo. Como si hubiese sido alguien que cultivó hasta el final eso de "a tu enemigo no le des el gusto de verte llorar". HILOSDEPIEDRA.