ENRAIG
Eanraig
estaba terminando de dar los últimos toques al diseño que luciría la mujer
sobre su espalda, luego se dedicó a darle las instrucciones pertinentes, para
su posterior cuidado. Esto era casi innecesario porque la mujer era habitué del
local y eran varios los que tenía en ambos muslos, aunque este era el primero
en su espalda. Había comenzado tímidamente por alguno aislado, en las
pantorrillas, para irse animando, siempre y cuando no fueran muy visibles. No
quería que sus hijos se burlaran de ella, pero, después de su divorcio, casi a
los cuarenta, había sentido la necesidad, cada vez más imperiosa de soltarse un
poco y sus amigas le animaron a concurrir al local de Eanraig.
Le habían
dicho que así no se atreviera, solo para verle, valía la pena el viaje hasta la
ciudad, ya que animales como ese, según le describieron, no se veían todos los
días y esto la estimularía un poco, ante la decisión del marido de marcharse
con una mujer mucho más joven.
Para su
sorpresa, sus hijos no habían hecho ningún comentario burlón, por lo menos
frente a ella del pequeño leopardo que se había tatuado en uno de sus hombros,
que parecía enroscar su flexible lomo más allá de su omóplato, y que, al mover
el brazo, parecía encogerse para saltar, como un dibujo animado que a todas
vistas, resultaba impresionante por lo realista.
En
cuanto al comportamiento del <<animal>> en cuestión, para su
sorpresa, fue siempre de los más correcto y profesional. La había ayudado a
decidirse, en cada sesión, a elegir diseños cada vez más complicados, sin
demasiadas estridencias o acumulación inútil, escuchándola, respetando sus
decisiones y ponderando cosas nimias. Para Mónica, estos eran los principales
gestos por parte de él que le habían animado a volver una y otra vez.
Obviamente no se había lanzado a invitarle a tomar algo después del cierre del
local. Suponía que alguien como él, tendría mujeres a montones y una mujer
grande, ya no le llamaría la atención. Una noche se quedó aguardando a que
saliera, cerrando la cortina metálica, esperando ver a qué auto se subía.
Por toda
respuesta, vio un deportivo de vidrios polarizados, que se detenía y él subía
con la soltura de alguien que lo hace a menudo. Suspirando, puso en marcha el
motor y marchó hacia su casa, despacio, dándose una tregua ¿Qué se había
imaginado? ¿Semejante exponente del género masculino, típicamente alfa, sin
rodeos, iba a prestar atención a alguien como ella?
Obviamente,
no podía evitar observarlo, cuando veía reflejada su imagen en el espejo,
inclinado, atendiendo cuidadosamente el trazado, absolutamente concentrado. Le
hacía preguntas en voz suave y tono paciente si le molestaba, y varias
atenciones que le hacían sentir que era única en ese momento. Y en verdad lo
era. Cada cliente, lo era, le había explicado cuando ella elogió la paciencia
que le demostraba.
Hacía
tiempo que nadie era tan considerado con ella y menos su ex, sobre todo, en los
últimos tiempos de su relación.
Una
noche, hacía ya seis meses, cuando hubo acabado ese día, le avisaron que había
una clienta que esperaba por él. La mujer no tenía turno, pero Sloan, su
asistente, le indicó que la chica en cuestión había estacionado un deportivo
carísimo y se notaba a la legua que era alguna millonaria dispuesta a
experimentar un diseño de su autoría.
Estiró
los poderosos músculos de su espalda, le indicó a Sloan que estaría unos
minutos relajando en su oficina y que luego la atendería. Entre tanto, le
ofrecerían un café o alguna bebida.
Para
Eanraig, el tatuaje, era solo un pasatiempo, lucrativo, ciertamente, pero solo
dedicaba algunas pocas sesiones los fines de semana, ya que trabajaba en una
empresa dedicándose a otros de sus amores, el diseño creativo de personajes
para algunos eventos culturales.
Sus
diseños marcaban tendencia y se cotizaban a precio de oro, pero todavía no
contaba con el capital necesario para montar su propia empresa por lo que tenía
que trabajar para Malcom Roberts, un excéntrico muy adinerado que comerciaba
arte en todas sus manifestaciones, montando exposiciones, eventos, o
comercializando los diseños para bandas de rock, camisetas, ilustraciones
varias, propagandas y lo que le propusieran. A veces pintaban murales
desmontables temáticos, para fiestas que era lo que más disfrutaba Eanraig.
Simplemente le gustaba el desafío de enfrentarse con las superficies desnudas,
que, como una mujer, fuera capaz de irse transformando con sus toques hasta dar
lo mejor de sí. Mimaba cada panel, cada superficie virgen hasta sentir que
había logrado sacar lo máximo de ella.
Abrió
los ojos y se mojó el pelo casi rubio
para despejarse, se echó un vistazo al espejo. Su altísima imagen, sus
brazos torneados y su vientre chato, embutidos en una camiseta estrecha, le
ubicaba entre los que las mujeres denominaban un poderoso animal, junto a sus
vaqueros negros, las piernas largas y las botas militares. Curiosamente, su
cuerpo no mostraba tatuaje alguno, solo tenía algo pequeño, en un pectoral, que
tenía verdadero significado para él, y al verle, nadie hubiera creído que no
participaba del colectivo de aquellos que tenían su oficio.
La mujer
del deportivo, le esperaba sentada en una sala con varios sillones y pasaba
distraídamente las hojas de un catálogo de diseños, como si no estuviera
decidida por algo en especial.
La
evaluó en segundos. Era una joven rica, eso estaba más que clara. Piel
blanquísima, pelo negro y ojos azules más claros que los de él. Algo común en
la zona, donde los ancestros habían dejado su impronta.
Alta,
según pudo comprobar al ponerse de pie, delgada y elegante, sin estridencias,
le sonrió con cierta reserva.
—Hola,
soy Verónika. Le tendió la mano, un gesto que le descolocó ¿Quién de su edad
daba la mano para saludar? Su acento no podía ubicarlo en el mapa. Tendió su
mano, y comprobó que fagocitaba la de ella, pequeña, blanca con dedos largos y
finos.
—Ya
estamos por cerrar —le anunció. Si lo que has elegido es algo muy complicado,
te recomiendo que reserves un turno para cualquiera de nosotros…
—No, una
amiga me recomendó que viniera contigo. Sonrió, esquiva.
—Tendrás
que esperar hasta el sábado que viene, entonces —le dijo, serio. Los días de
semana no trabajo aquí.
—Bueno,
entonces dime dónde trabajas y mañana lunes estaré allí. No quiero darme tiempo
a arrepentirme, ahora que me decidí —sonrió algo avergonzada.
—No va a
poder ser. Solo los fines de semana —comenzó a apagar las luces. Sloan ya se
había marchado. Cuando dudaban, mejor era que lo pensaran. El sábado a la noche
¿Te viene bien?
—No,
tendría que ser en la semana. El sábado que viene, se casa mi hermana y quiero
tener listo el tatuaje.
—No
trabajo los días de semana. Lo siento. Siempre puedes hacértelo con alguien del
staff…
—No,
quiero que lo realices en persona, insistió.
Esa
semana, por excepción, le había hecho el dichoso tatuaje. No quería que se
corriera la voz, porque su dedicación a
la empresa de Malcom requería su total entrega.
En qué
momento habían ido conectándose, nunca pudo ser preciso. Solo supo que una
noche de jueves, se habían encontrado en una discoteca y habían terminado en el
piso de ella y por primera vez, Eanraig quebró su regla de oro: por ningún
motivo debía involucrarse con las clientas.
De allí
en adelante, todo había sido algo en vertiginoso ascenso y pensaba en Verónika
todo el día, algo desconocido que tenía que admitir, le proporcionaba momentos
de intenso bienestar. En otros, apenas reconocía que fuera importante para él.
Ella era
inquieta, demandante, exigente, bastante inmadura para alguien en sus
veintisiete. Se negaba a darle muchos detalles de su vida y llegó un momento en
que él se planteó en dejarlo todo, al sentir que siempre había cierta reserva
en la chica, que, desde el principio se había negado a responder preguntas y
solo se había dedicado a atenderle, satisfacer y disfrutar de aquello que él
pudiera brindarle. En lo que a ella se refería, con eso era más que suficiente.
Visitas inesperadas, furtivas casi sorpresivas, como la noche que le atravesó
el auto en plena carretera, y se bajó vestida de policía sexi, con un
portaligas y una chaqueta abierta por el frente, la gorra inclinada y sus
labios pintados de rojo, mientras mordía un lápiz.
Podía
desaparecer por semanas enteras, sumiéndolo a su pesar, en una ansiedad ríspida
y jornadas de mal humor que le hacían difícil crear.
Al
llegar a su piso, sin saber cómo podía hallarle en su cama, sin nada encima,
con una botella de champagne a medio tomar.
—Nunca
sé cómo te las ingenias para entrar —bromeó él ¿No se te ocurre que puedo venir
con alguien?
— ¿Y
qué? Se revolvía en la cama, mostrando su redondeado trasero y dándose la
vuelta se levantaba contonéandose. No soy celosa y no pretendo exclusividad.
Un día,
Malcom, se encerró en su oficina y mantuvo una airada discusión con alguien que
solo parecía susurrar.
Nadie
pudo permanecer ajeno en la oficina a los potentes gritos de Malcom.
Eanraig
llegaba en esos momentos, con el casco en una mano y hablando por su teléfono,
cuando vio salir a Verónika dando un portazo de la oficina de su jefe. Le
bastaron esos pocos segundos para saber de qué se trataba. Genial. Había estado
acostándose con la novia de su jefe y nadie creería que no tenía idea de ello,
aunque lo hubiese hecho igual, pero eso lo sabía él en su fuero interno.
Después de todo, por lo que sabía, no estaban comprometidos, que era su límite,
en esa cuestión de avanzar sobre la mujer del prójimo. Tampoco a él le habían
respetado tanto en el pasado, después de todo.
Ella le
pasó por al lado, sin mirarlo y él se dio cuenta que no la vería nunca más. Ya
no quería esos jueguitos peligrosos, no, a su edad. Pero si Malcom veía sus
diseños sobre el cuerpo de ella, sus días como empleado estrella, estaban
contados.
Tendría
que averiguar algo más acerca de cómo había quedado la relación entre ellos.
Esperó
un par de interminables días y el viernes, por fin, decidió abordar a su jefe.
En pocas
y descuidadas frases, supo que la historia de Malcom y Verónika, estaba
terminada.
—Pero
deja que atrape al cabrón —masculló Malcom.
— ¿Y si
el tipo no estuviese enterado? Se atrevió a preguntar Eanraig.
—Verónika
es así, no sé de qué me sorprendo. Cuando me conoció, estábamos en una
fiesta corporativa. Ella y su prometido,
su hermana, otro demonio, por lo que tengo entendido, el novio de ésta y su
padre. Imagínate que no perdí el tiempo para acercarme al viejo. Tiene una de
las mayores empresas de este ramo y provee animaciones para los más importantes
de la región. No pude pasar por alto las miradas que me echaba por sobre el hombro
de su novio, al que tenía yendo y viniendo a la barra a buscar tragos. Creo que
estaba bastante borracho cuando lo hicimos en el baño. No me siento orgulloso
de eso, pero me confesó que pensaba cortar con él y yo era la salida justa.
Eanraig
suspiró.
—Una
mujer así no le conviene a ningún hombre, Malcom —le dijo.
—Ya lo
sé, pero se metió como un veneno en mi sangre, viejo. Vive a mil y no tiene
límites. Ha sido una típica <<niña de papá>> y eso, a algunos nos
vuelve locos. La idea de la libertad ¿Entiendes?
Claro
que lo entendía. Si eso era una de las cosas que le había fascinado de ella. Su
actitud de salirse con la suya, siempre.
Pero,
Eanraig, si algo tenía, era su casi suicida vocación por la sinceridad.
—Bueno,
puedo decirte que has encontrado al cabrón, viejo, y procedió a contarle cómo
se conocieron.
Malcom
estuvo guardando silencio varios minutos, observándole. Sabía, por el tiempo
que se conocían, que Eanraig, era un tipo leal, con ciertos códigos y reconocía
que había tenido los cojones para arriesgar su trabajo para contarle la verdad.
—Te lo
cuento, porque, si vuelves con ella, verás mis diseños en su cuerpo. Prefiero
que sea de esta manera, de frente. Tienes mi renuncia, si es lo crees justo, aunque yo no lo vea así. Por supuesto
que no solo no ha vuelto a llamarme, ni ha aparecido por mi casa y espero que
siga así. No quiero líos, estoy tratando de abrirme paso en este rubro y no
quiero perder mi oportunidad por alguien que juega de esa manera.
Observó
que Malcom bajaba los hombros, relajándolos.
—Te creo
—afirmó. Si no hubiese hecho lo mismo conmigo, lo pondría en dudas.
— ¿Cómo
te enteraste que te era infiel?
El otro
sonrió, con gesto de desdén.
—Ella me
lo dijo. No te mencionó, pero me dijo que estaba viendo a alguien y que no
quería que siguiéramos.
—Y
encima no sabremos si ese alguien era yo, sonrió Eanraig.
Malcom
Roberts, se encogió de hombros.
—Toda
tuya, compañero. La verdad, es que desde que ha desaparecido de mi vida, estoy
más tranquilo. No es de la clase de mujeres que se quedan mucho tiempo en un
solo sitio. Ya me entiendes…
Las
semanas que siguieron, las cosas parecieron volver a la normalidad.
La
música atronadora que salía del estudio de Eanraig, le facilitaba la creación.
Había vuelto a revisar antiguos diseños y una y otra vez la caricatura de
Verónika fue poblando sus animaciones. Como una vil pantera, que se había
apoderado del lado creativo de su cerebro, pasó a ser la protagonista absoluta
de sus logos, en realidad, partes de ella. Sus ojos velados por las pestañas,
de mirada fría, su boca que tan bien había explorado, sus pequeñas orejas, y
cada parte de ese increíble cuerpo suyo que había hecho sus delicias de tan
breve duración.
Salía a
correr por la playa, en un intento desesperado por quitarse la obsesión que le
había empezado a atormentar día y noche. Temía que Verónika o parte de ella, se
filtrara en su trabajo para Malcom y quedaría al descubierto como un estúpido
adolescente con su primera pasión.
Comenzó
a frecuentar a sus antiguos amigos. Pero los bares no eran lo suyo. Ya no.
Había terminado con unos cuantos hábitos y ahora, cerca de los cuarenta, se
sentía un náufrago en una playa sin fronteras, que se extendía hacia un
desierto sin fin y sin nada nuevo que ofrecerle. Como, si de un soplido, su
creatividad hubiera desaparecido.
Pensó en
mudarse a la costa este, pero descartó la idea. Sabía, por experiencia, que
marcharse solo significaba una cosa: seguir cargando con lo que él era. O con
lo que él se había convertido. Lamentaba no ser como el resto. No tenía una
vida hogareña, ni una familia propia y a mitad de camino, entre una eterna
soledad, que a veces, podía ser densa. Por experiencia, sabía que podría tener
a casi cualquier mujer que se le antojara, pero no quería a cualquier mujer.
Ella, no era una opción. Pero, desconocía porqué estaba en ese erial en el que
se había transformado su vida.
Mónica, había comenzado a salir con Martin, un
hombre cerca de los cincuenta, separado como ella y con hijos grandes que ya
vivían solos. Era paciente, simpático y con él no se crispaba como le pasaba en
cercanías del tatuador, sino que le permitía estar relajada y ser ella misma
sin temor a ser evaluada por las imperfecciones de su cuerpo.
En su
experiencia, era un amante sin demasiada
imaginación y que no le hacía temer por su cordura, pero era comprensivo y
gentil.
Muchas
noches se sorprendía imaginando cómo hubieran sido sus noches con Eanraig y se
le cortaba la respiración imaginando aquellos poderosos hombros en movimiento,
sus cabellos en desorden cayendo sobre el rostro oscurecido mientras sus ojos
refulgían con pasión.
Invariablemente
suspiraba, mientras observaba a Martin durmiendo pacíficamente a su lado.
Verónika
parecía haberse esfumado y los días de Eanraig volaban, pero sus noches se
arrastraban. Giraba en su amplia cama sin esperanza de conciliar el sueño e
invariablemente terminaba en su estudio diagramando en su computadora los
diseños que darían vida a futuros productos donde estarían presentes partes de
ella, su silueta, sus ojos algo oblicuos cuyo color animaría tal vez el
esfumado de un frasco de perfume de alta gama, la forma de su cabeza en un
nuevo envase. Se había permitido transformarla en una obsesión y aceptaba
sucumbir a ella.
Había
convencido a Mónica que no siguiera cubriendo su cuerpo con tatuajes porque era
demasiado baja y ella parecía haber entendido el mensaje subliminal y la vio
cerrar la puerta del negocio para no volver por allí. Detestaba desilusionar a
alguien, en especial a las mujeres y por eso, carente él mismo de ilusión
alguna, no quería alentar a que estas se apropiaran de otras personas. Pocas
cosas, si las había, fueran peor que las ilusiones. Creía que las obsesiones
tenían ilusiones de fondo.
Si las
cosas habían de continuar así, debería tomarse unos días, pensó con cierto
agobio. Malcom seguro no tendría problemas ya que siempre podría enviar sus
diseños vía web y estar en contacto con los demás miembros de su equipo a
través de Zoom.
Decidió
irse unos días a Nueva Zelanda. Le atraían los paisajes imponentes, montañosos,
volcánicos, como ciertas áreas lunares y pensó que eso sería un buen paliativo
para su desierto interior.
Alquiló
un todoterreno y una precaria cabaña en un complejo y se marchó a hacer
senderismo y tomar fotos de ciertos lugares de los que se enamoró. Llegó hasta
el glaciar Franz Joseph, donde desde un helicóptero tomó las mejores vistas
aéreas de toda la zona.
Decidido
a iniciar algo diferente hizo imprimir las imágenes, buscó entre sus contactos
alguien que le interesara comprarlas y eran tan buenas que obtuvo cierta
ganancia. Generar dinero se le daba bien. Era algo que había aprendido en su
vida. A los casi cuarenta años tenía el aspecto aniñado que desmentía su edad y
que le permitía ser aceptado en casi todos los círculos.
Por esa
causa, cuando viajó a Australia, no tuvo dificultades en incorporarse a un
grupo de surfers y captar las imágenes más rentables de su viaje. Pero él no
había viajado hasta allí para hacer negocios. En teoría era una desconexión
necesaria, tanto como eso. Lo más difícil ya que el rostro de la joven aparecía
en flashes casi todas las noches en las que no estaba tan exhausto como para
dormirse de inmediato.
Una
noche recibió un mensaje de Verónika y dudó en leerlo. Por un lado, no quería
que ella volviera a su vida, por otro deseaba aunque solo fuera verla de lejos.
<<Malcom
lo sabe>>. El mensaje llegaba con atraso y carente de novedad.
Cerró
los ojos y suspiró hondo. Decidió ignorarlo. Ella no podía aparecer y luego
esfumarse para volver a emerger cuando le diese la gana.
Sin
embrago, el sueño no acompañó su decisión. Se vistió y salió al fresco de la
noche. El ruido del mar estrellándose rítmicamente le sacudió el letargo en el
que se hallaba. Se acercó a la orilla y se zambulló en las heladas aguas.
Braceando frenéticamente, estuvo por espacio de media hora, hasta que se dejó
arrastrar hasta la orilla, donde, como un náufrago se quedó boca abajo hasta
que el frío erizó su piel y comenzó a tiritar.
Era hora
de regresar.
Los
diseños, a partir de esos momentos, cambiaron radicalmente. Sus protagonistas
eran fragmentos de espuma de mar, tormentas de arena, crestas blancas de
envolventes olas, para hombres y mujeres que mostraran al mundo las ventajas de
ciertas fragancias, autos de ciertas marcas, joyas y artículos de lujo, para
pocos.
<<Nacida
del agua>>, la marca que detentaban los que <<olían>> a
dinero, se impuso bajo el vestido transparente y el paso felino de la modelo
Nadia Ezerekis.
Eanraig,
con un vaso de whisky en la mano, observaba el desarrollo de la velada en los
espaciosos salones del hotel en los que los dueños de la marca habían elegido
para la presentación. Su mano estaba detrás de toda una galería de productos
asociados con esa elite tan endiosada como envidiada por el resto del planeta.
Miró por
los espacios vidriados la imagen de la imponente ciudad en la que se alzaba la torre
de acero y vidrio, rodeada por un mar de arena. Treinta pisos más abajo, las
limosinas esperaban para llevarlos a sus vuelos de destino.
Detectó
en una espalda desnuda, un diseño de un tatuaje suyo y sonrió. Hasta allí
llegaban sus trazos.
La mujer
en cuestión se giró y vio con un nudo en el estómago, a aquel par de ojos que
tan bien conocía cuando se entornaban en medio del oleaje del placer compartido,
clavarse en los suyos.
Se
volvió bruscamente y se encaminó a la salida.
Estaba
alucinando. Verónika no `podría, no debía estar allí. Su celular comenzó a
vibrar.
<<No
podrás escapar de mí>>.
Abordó una
de las limosinas que iban y venían dejando gente en el aeropuerto y le indicó
al chofer la plataforma por la que tomaría su vuelo.
Estaba
decidido a hablar con Malcom. Enfrentarse con él, sería lo más valiente y
cuerdo.
Una
semana después de su regreso, encontró el momento adecuado para hacerlo.
El
hombre alzó la vista y con un gesto de
cierta sorpresa contempló un rostro con signos de agotamiento.
—Si no
te conociera, podría jurar que has estado de juerga. Le señaló el bar detrás de
sí, pero Eanraig negó con la cabeza.
—Creo
que necesitas ver esto, le enseñó la pantalla de su celular.
—Mi
amigo, te he dicho, que me sentí aliviado cuando se esfumó. En ese momento no
quise alarmarte, pero pasó algo así cuando lo dejamos. El acoso duró un par de
semanas y luego cesó.
—Creo
que algo tengo que hacer al respecto.
—Podría
hacernos más daño que favor —Malcom le miró sin pestañear. Solo queda aguantar
hasta que se le pase. Imagínate la propaganda negativa para la agencia y
nuestros nombres. Si llega a la prensa, nos freirán en las redes sociales. Es
un tema sensible que involucra a dos personas que trabajan en la misma empresa.
Al final, nos dejará como dos acosadores.
—Debo
reconocer que desde afuera, no se ve bien que ambos hayamos ido por la misma mujer,
el jefe y el subordinado.
—Y a
espaldas del primero, agregó Malcom.
—Sí, nadie
va a creer que no tenía idea que salía contigo —se lamentó Eanraig. Admiro cómo
captó mi interés y para complicar más las cosas, siendo cliente del negocio de
tatuajes. Se ve horrible.
—Esperemos
a ver cómo sigue esto —la voz de Malcom era suave y ciertamente parecía un
hombre resignado. No me olvido que tuve sexo con ella, estando con su novio.
Creo que estamos hasta el cuello en esto.
No le
extrañó, pues que dos semanas después, la mujer estuviera en el frente de su
casa, aguardándole.
Con
algunos forcejeos, se la quitó der encima y subió a su piso. Ya no lo dudó más
y a la mañana siguiente estaba con su abogado en la oficina del fiscal.
Malcom llegó
unos minutos después y ambos, no tuvieron más remedio que exponer sus
relaciones, describir lo más exactamente posible, la índole indiscutiblemente
sexual de las mismas y la carencia de toda contemplación ética.
Cuando
salieron, quedó flotando entre ellos, que, a los ojos del fiscal, eran dos
depredadores, ni más ni menos.
Esa
semana, hicieron instalar cámaras en sus viviendas y en las oficinas de la
empresa.
Tuvieron
que notificar al resto del personal que sería sometido a registros visuales.
Los motivos, trascendieron de alguna forma y durante días se sintieron
observados y los cuchicheos y miradas maliciosas no dejaron de cruzar de una
punta a la otra del recinto.
Las
redes sociales, para empeorar las cosas, se nutrieron de las andanzas y
correrías de ambos. No faltó quien publicara sus imágenes en diferentes eventos, solos o acompañados de
mujeres de belleza indiscutible. Hasta esa mañana en que apareció una foto de
un tatuaje en la espalda de una mujer. Una pantera completamente negra con un
par de ojos de mirada torva y amarilla que parecía saltar de la pantalla.
<<Mi
belleza no es causa para que me transformen en un juguete>>, luego frases
similares como una declaración de principios.
Malcom y
Eanraig, estuvieron reunidos con sus abogados toda la mañana.
Siguieron
apareciendo fotos de ellos dos, en las mismas fechas, junto con un tercer
hombre que figuraba como novio oficial.
Las
furibundas llamadas del padre de Verónika, insultándoles y amenazándoles con
llevarlos ante los tribunales.
De nada
parecía servir el argumento que había sido algo consensuado. Los mensajes del
celular de Eanraig, donde ella trataba de ubicarle sin respuesta, no tenían
relevancia.
La frutilla
del postre, fueron las imágenes del forcejeo entre ambos, la última noche que
ella le estaba esperando. Parecía que él la quería introducir por la fuerza en
su piso.
<<La
pantera vuelve al ataque>>, rezaban los titulares.
—Tendremos
que aparecer en algún programa amarillista de entrevistas —se lamentó Malcom,
invocando nuestro derecho de réplica.
—Los
hombres llevamos las de perder en eso —reflexionó el tatuador. Hace dos semanas
que en el negocio no entra nadie. Si sigue así, tendré que cerrar.
—Es
raro, porque la gente es tan morbosa que suele acudir en tropel cuando se
producen hechos de este tipo — irritado, Malcom se rascaba la barbilla. Se le
veía ojeroso y preocupado.
La
joven, había desaparecido, otra vez. Deseaban que esta vez fuera de manera
permanente.
Mónica,
detuvo su auto a pocos metros de la entrada del local.
En la
recepción no había nadie y estuvo tentada de dar la vuelta y regresar al
vehículo.
— ¿Qué
quieres, Mónica? El tono de Eanraig, sonaba áspero e irritable.
—Vine
porque pensé que necesitarías a alguien que crea en ti, digo, en estos
momentos. Mi opinión ya sé que no relevante y tampoco te conozco tanto, pero
desde el comienzo me inspiraste confianza. En realidad, no me pareció que
fueras del tipo que toma por asalto a una mujer.
Él no
quería lastimarla, pero debía hacerlo, por su bien.
—Si
fueras joven y bella…Por eso, no puedes decir nada—clavó más a fondo su certero
arpón verbal.
—Ya lo
sé—sonrió con amargura. Me queda más que claro. Aun así, no me das la impresión
de…
— ¿Qué
sabes qué clase de transformación sufro, que hace que salte sobre una víctima?
Así ella me haya acosado, debí haberme quedado callado porque esto nos está
arruinando. De aquí en más dirán: <<Ah, ese tipo tuvo una denuncia por
acoso, hace un tiempo>>. Y no habrá tribunal ni sentencia que pueda
limpiar nuestros nombres. Somos un par de hombres que se comportó como tantos
otros. Sólo jugamos un juego, con la complacencia de una mujer que nos estaba
llevando al abismo.
— ¿Les
ha pedido dinero?
Eanraig sonrió
triste.
—Tiene
más dinero que los dos juntos. Su padre es muy poderoso. Está bien relacionado
y se dedica casi a lo mismo que nosotros. La única explicación que tengo, es
que esté mortalmente aburrida o enferma.
ALEXEI
Alexei
Solanoff, el magnate ruso, atendió el móvil. Era raro que alguien tuviera su
número privado, exceptuando Malcom, entre otros pocos.
—Tenemos
un problema, susurró, luego de saludarle. Mi mejor empleado y amigo, y yo….
Luego de
un rato, el otro sugirió reunirse los tres en un lugar en las afueras. Malcom
había hecho un ligero resumen de la situación.
Luego de
llegar a su casa, después de una jornada de trabajo en la oficina, había
castigado duramente el saco de arena que colgaba en un rincón de su galería de
tiro. Bosquejó un plan mientras se bañaba. Su cuerpo macizo, pesado en
apariencia, debido a su enorme desarrollo muscular, era asombrosamente ágil,
para un hombre de casi dos metros de altura.
Su
rostro parecía haber sido extraído de la piedra con su mirada glacial, la
mandíbula cuadrada, la cicatriz que cruzaba su mejilla desde el párpado
inferior hasta el mentón, su cabello negro y largo, el pendiente en su oreja,
los tatuajes que lucía en sus anchas espaldas, resultado del impecable trabajo que
Eanraig llevara a cabo varios años atrás, hacían de este personaje un enemigo
implacable en los negocios ya no un competidor, sino otro depredador del mundo
considerado civilizado y que incluían
desde cadenas hoteleras de lujo, hasta fumaderos de opio en Tailandia, pasando
por empresas de bioseguridad, informática y laboratorios farmacéuticos.
El
enorme depósito en el que se reunieron cerca de medianoche, estaba vacío en
aquellos momentos, pero ninguno de los dos socios, dudó que lo estuvieran momentáneamente, ya que el
movimiento de los productos y servicios del ruso eran antológicos.
—Haremos
migajas con esa mujer, prometió el ruso, abriendo y cerrando los puños.
—No
queremos violencia física —la voz de Malcom traslucía cierto temor.
—No la
habrá, pero tengo un equipo nuevo en el sector de informática que puede
encargarse de viralizar su nueva imagen —sus dientes perfectos y blancos
relucían como anticipando saborear carne fresca.
— ¿Qué
será eso? Eanraig le miró fijamente. Debía aceptar que el hombre intimidaba. En
sus años de tratarle como tatuador, sabía que los intrincados patrones que le
había solicitado, tenían un significado en su biografía. Desde las calles de
Moscú donde había sido arrojado hasta los quince años en los que fue
<<reclutado>> por la viuda Katya Petrovna, le habían traído hasta
allí, convertido en un multimillonario. En la espalda estaba plasmada su
terrible historia y solo había que saber <<leerla>> para tratar de
evitarle sin perder el respeto por aquel que se había construido a sí mismo.
—Ya lo verán.
Sonrió de costado, estirando la cicatriz como si ésta fuera a rasgar su piel
curtida y bronceada por la intemperie.
—Parte
de tus honorarios ya están transferidos —dijo Malcom.
—Me
gusta ayudarnos en estos tiempos tan difíciles para los hombres de verdad
—enunció el ruso.
Ya en el
auto de Malcom, ambos amigos compartieron sus reservas porque sabían de su
misoginia y cierta mala fama que tenía con las mujeres.
—Ya
sabes cómo es —Malcom escudriñó la oscuridad a través de la ventanilla.
—Sí, y
eso que apenas le conozco, me pone nervioso que no haya querido darnos
detalles. Verónika es algo desequilibrada y me parece que no está a la altura
de Alexei. En el fondo, es una niña mimada y su padre tiene que ver con esto. Jamás
le debe haber negado nada, pero eso no habilita a nuestro amigo a hacerla
pedazos.
—Yo
esperaría—Malcom tomó aire. Alexei no llegó adonde lo hizo cometiendo
estupideces o actuando por impulsos irracionales.
—Ya lo
sé, pero no te olvides que es un salvaje. Si conocieras la historia que me juré
no contar cuando le tatué en la espalda, también estarías nervioso. Eanraig, parpadeó
varias veces, mirando la ruta con fijeza. Le gustaba conducir y Malcom se lo
agradecía ya que detestaba hacerlo.
Tres
días después de la reunión nocturna, se hizo viral un video donde se veía a
Verónika entre dos hombres vestidos con ambos blancos y siendo conducida hasta
un cuarto de lo que parecía ser una clínica. En su rostro intensamente pálido,
resaltaban los ojos abiertos de mirada fija y notablemente extraviada, los
cabellos revueltos.
Luego,
otras imágenes le mostraban sentada en una cama, vestida con una bata de
hospital, abrazándose las rodillas, y una enfermera administrando una inyección
en un brazo delgado, mientras que la paciente no parecía ni enterada.
Los
textos indicaban que Verónika había sufrido de depresión hacía un par de años.
En otros videos se observaba a un hombre
que manifestaba haber sido su novio y recibió amenazas por su parte cuando
quiso terminar su relación. Amenazas que duraron meses, con audios incluidos.
—Creo
que esto soluciona nuestros problemas —Malcom lucía casi radiante.
—Veremos
—Eanraig parecía cauteloso. Verónika no va a quedarse quieta.
—No hay
manera que conecte a Alexei con lo que salió publicado y menos con nosotros.
Eanraig
se encogió de hombros con incertidumbre.
—Propongo
llamar a nuestro amigo. Ya le transferí el resto del dinero, pero quiero oír su
impresión.
Cuando
lo hizo, le informaron desde el celular del ruso que su número estaba fuera de
servicio.
—No
tenemos cómo conectarnos con él. Malcom parecía perplejo. No soy tan estúpido
como para llamar a su empresa y menos ir a verle.
—Deberemos
esperar hasta que dé señales de vida.
En esos
momentos, en Atenas, Alexei hacía seis
días estaba detrás de un trato de compra de una empresa naviera.
Había
tratado de terminar antes, pero los abogados de los vendedores se habían puesto
difíciles.
De
vuelta en su hotel, arrojó el saco del traje y la corbata en un sillón de la
suite. Se acercó a la barra y se sirvió un whisky.
Su
rostro de aspecto adusto mostraba las huellas del cansancio de doce horas de
negociaciones.
Se sentó
en el amplio sofá y abrió su portátil.
Recorrió
los correos y sus amigos le habían enviado un par esa mañana. Se notaban
inquietos por los resultados y él se había retirado luego de poner en escena
los videos, según su costumbre. Guardaba una distancia y hacía silencio hasta
su regreso y no iba a quebrar sus propios códigos.
Volvió a
observar las imágenes de Verónika en la cama de la institución psiquiátrica y
gracias a su hacker había podido extraer fragmentos de esos videos que habían
sido hechos en su momento y luego alguien había intentado borrarlos sin
demasiado éxito.
Debía
reconocer que la mujer era inquietante de una manera oscura y fascinante. Su vista
fija en la ventana de su habitación, imaginando que era de esas que podían
hacer perder la cabeza y el sueño a un hombre, pero, de allí a transformarse en
una acosadora, eso le parecía algo retorcido y algo morboso.
Pasaron
tres semanas antes que se reunieran nuevamente los tres.
El ruso,
más bronceado y satisfecho por su más reciente adquisición, los otros dos, no
habían tenido novedades y parecían más tranquilos.
—
¿Podemos dejar este asunto atrás? Malcom fue al grano sin esperar. En su fuero
interno estaba irritado con el magnate que se había tomado su tiempo para dar
señales de vida.
—Me temo
que no será tan fácil —Solanoff les miró ambos. Recuerden que es una mujer
perturbada, que no tiene problemas en acosar, traicionarles y jugar con ambos.
Encendió
un puro y exhaló una bocanada de humo, entornando los ojos. Se arrellanó en el
sofá. Su poderoso tórax se expandió y tomó unos papeles.
—Copia
de su historia clínica —susurró. La verdad es que la chica no lo pasó bien,
luego de graduarse en económicas.
—Danos
un resumen —pidió Malcom.
—Luego
del divorcio de sus padres, a los catorce años, cayó en un cuadro depresivo y
estuvo internada un tiempo. Tuvo un par de recaídas y hace varios años que está
recuperada. Le cuesta dar por terminada las relaciones, por lo menos algunas
—clavó sus ojos en Eanraig.
—Casi
nos cuesta la amistad y nuestra relación comercial —apuntó Malcom.
—Sólo
queda esperar para ver sus próximos movimientos. Si fuera inteligente, dejaría
estar ya de acosarte, Eanraig. Si no fuera así, no tendré más remedio que
hacerle una visita.
—Tú no
te dedicas a intimidar gente, Alexei —Malcom estaba serio—y nosotros no somos
gangsters.
—Soy
bastante peor que un gángster, Malcom —el ruso sonrió levemente—los ojos
glaciales parecían atravesarle. Imagínate que uno no llega hasta donde estoy,
sin mancharse las manos con sangre.
—Tendrás
que matarnos—Eanraig deseaba no seguir escuchando. Será mejor que terminemos
aquí.
—Tranquilos
—el ruso volvió a sonreír—sólo era una humorada para distender los ánimos. En ningún momento, les dijo que conocía a la chica. Cuanto menos supieran sobre él, mejor.
El
mencionado recordó algunos de los diseños que había hecho en el cuerpo del
ruso, distaban bastante de ser una simple humorada.
Algunos
eran patrones intrincados, de una atrapante violencia, donde se mezclaban
expresiones de terror, manos en garras, gotas de sangre, armas, calaveras…O,
tal vez eran sólo manifestaciones de aspiraciones de alguien muy controlado,
que respiraba poder y derrochaba su dinero el cual entraba a espuertas en sus
empresas.
Eran
cerca de las dos de la mañana, cuando Alexei se duchó, apuró un par de tazas de
café y llamó a sus guardaespaldas y al chofer.
El
todoterreno negro y blindado, se detuvo frente a un edificio de la periferia.
Tecleó el código en la entrada, subió por el ascensor utilizando una tarjeta.
La puerta se abrió y una rubia sinuosa, le echó los brazos al cuello y ambos se
introdujeron en el interior del piso, cerrando la puerta a sus espaldas.
A la
mañana siguiente, ambos amigos, evaluaban la visita al piso del ruso.
—Tengo
la sensación que hemos firmado un pacto con el diablo —Eanraig miró a Malcom.
Ambos tenían huellas de no haber dormido bien la noche anterior.
—Recuerdo
que cuando le conociste, te impresionó bien —en el tono de Malcom no había reproche
o eso quiso creer el tatuador.
—Sí, era
la viva imagen de un hombre endurecido por el infortunio y que supo alzarse
sobre una infancia miserable llegando a ser uno de los hombres más influyentes
y ricos del planeta.
—Sí,
pero demasiado accesible para hacer ciertos favores oscuros —ahora sí la voz de
Malcom sonaba algo aguda con signos de irritación.
—La
verdad, no tenía ni idea que estuviera tan <<disponible>> para
nosotros, pero lo atribuí a nuestra relación de las horas y los días que pasé
tatuándole el cuerpo. Debo recordarte que le conociste en casa y también te
pareció un buen tipo —se defendió Eanraig.
—Sí,
pero me inquieta lo de hacerle una visita a la chica y esa manera mafiosa de
hablar del tema.
—Sí
—convino el tatuador. Me parece una reacción algo exacerbada por su parte.
Pensé que era más frío y espero que acepte respetar nuestros términos, si
Verónika vuelve a la carga.
—En cuyo
caso… ¿Qué haríamos?
—Dentro
de la ley, amigo. Le volveremos a denunciar, consultaremos con los abogados. Lo
normal.
Esa
noche, el todoterreno se estacionó frente al piso de Verónika.
Alexei
Solanoff no era un hombre que aceptara jugar dentro de una cancha marcada por
otros y sólo acataba sus propias reglas.
Tenía la
certeza que Verónika no se detendría. Había tenido oportunidad de verle haría
cosa de un mes en una fiesta de recaudación con fines benéficos y había quedado
impresionado con la mujer.
El
padre, con aspecto arrogante, la mantenía cerca de él y trataba de que su hija
no se alejara mucho del grupo de conocidos que pronto se formó a su alrededor.
La maniobra de Zeus Samsó era evidente. Mantenía su vaso siempre lleno y la
chica parecía aburrida sin remedio.
El ruso
había considerado acercarse pero, desechó la idea, cuando contempló el hecho de
la diferencia de edad entre Verónika y él, cosa que no escaparía a los ojos del
halcón que era Zeus. No iba a enojar a la bestia, pudiendo abordar a la hija en
alguna otra oportunidad. En el pasado, había hecho algunas inversiones con el
viejo y habían festejado juntos las ganancias obtenidas, compartiendo mucho
alcohol y mujeres. Sabía que eso no sería olvidado por él y quería contar con la ventaja de contactarla
a solas sin la presencia del celoso progenitor.
Ahora,
estacionado fuera de su edificio, sin chofer ni guardaespaldas, saboreaba el
momento previo al inicio de la cacería. Sonrió, en la oscuridad de la calle
mojada por la lluvia reciente. Había respirado el frío y apreciado las nubes de
vapor que escapaban por su boca entreabierta.
Recordó
a los hombres que habían pedido su ayuda. Realmente, había sido providencial la
excusa de su generosa intervención. Normalmente, nunca hubiera metido la nariz
en ese tipo de asuntos. La hubiera considerado <<Caza menor>>. Pero
ahora, tenía interés personal en la presa. Esto, sí que lo era. Miró hacia
arriba a las ventanas a oscuras del piso. Acaso durmiera…
<<Mejor que mejor>> —pensó
colocándose unos guantes de cuero negro, delgado y suave. Palpó el arma que
siempre llevaba y abriendo la puerta del vehículo, se deslizó en la oscuridad.
VERÓNIKA
Al fin
estaba de regreso. En la clínica, esta vez habían sido más agresivos. Habían
reemplazado a su psiquiatra, por un joven de aspecto bien intencionado. La
buena disposición se palpaba en las miradas empáticas que le revolvían las
tripas. No obstante eso, era enérgico, inflexible con la rutina diaria que había
trazado para ella, una especie de fundamentalista terapéutico con el que no
sería posible entablar negociación alguna. Desde el principio, fijó un cambio
radical en sus hábitos y su conducta autodestructiva. Le habían quitado el
alcohol, por supuesto, una dieta equilibrada y saludable, nada de salidas los
fines de semana ni fiestas locas. Ahora, mojada aún por el agua de la ducha, se
hallaba parada frente al ventanal de su living, la vista perdida. Estaba
evaluando su próxima jugada en aquel desafío en el que se había embarcado con
aquel desconocido que había publicado el secreto más oscuro de su vida: la
internación, su locura y la obsesión como había sido la originada por Eanraig,
quien ahora formaba parte de aquel muro invisible de ladrillos /hombres que,
por una u otra razón, hubieran decidido expulsarla de sus vidas.
Sintió
más que escuchar, un ruido leve a sus espaldas y se giró en la oscuridad.
Inmediatamente
divisó los contornos de la gigantesca silueta, totalmente vestida de negro y el
corazón golpeó hasta zumbar como un destello rojo detrás de sus párpados y
oídos. Era terror, el más puro de la gama de terrores que le acosaban, aquellos
que la amenazaban desde la infancia, resumiendo, su propia escala cromática del
terror.
Por
alguna razón que desconocía, el miedo se agrupaba por colores según su
intensidad y caprichosamente iban del gris hasta el rojo furioso, antes de
llegar al negro que era acompañado por la pérdida de consciencia y el patético
intento de su cerebro de desconectarse de lo intolerable.
—No te
muevas —la voz grave, profunda, amenazadora con ese extraño acento ríspido que se
hundía en las <<erres>> como un serrucho. Supo que estaba detrás
del video. No necesitaba más datos. La venganza de Eanraig. Ya no precisaba que
su instinto le confirmara lo que compulsivamente había llevado a cabo con el
tatuador. Dejarse obsesionar por él había sido un error y sospechó que bien podría
ser el último.
—Si es
dinero, podemos arreglarlo, mi padre…
La risa
cálida, casi misericordiosa del ruso, le erizó los pelos de la nuca. Sabía que
no venía por dinero. Que, esta vez, el dinero de su padre no podría rescatarla
de las garras de Eanraig.
— ¿Puedo
sentarme? Las olas de frío que recorrieron su espalda le recordaron que debajo
de la afelpada bata no tenía nada.
—Estás
en tu casa —la voz sonó sardónica, suave y continuaba siendo amenazadora y allí
donde irás, no necesitarás ropa.
— ¡Juro
que no volveré a molestar a Eanraig! Su voz temblorosa sonó como un patético
graznido. Ni dignidad para enfrentar las consecuencias de su enfermedad. Estoy
en tratamiento. Si me permites te mostraré lo que estoy tomando para evitar las
obsesiones…
—Mis
amigos, saben valorar a las chicas como tú —continuó el ruso impasible.
Invisibles para ella, sus facciones aterradoras, imponentes y brutalmente
cinceladas, se acentuaron con los claros oscuros de sus irregulares altibajos
en el mentón cuadrado, fuerte y la cicatriz que estiraba su piel hasta límites
imposibles de describir, como si fueran a descoser unas costuras internas y tan
antiguas como su vida en las calles de su madre patria.
Ella se
quedó sin voz. Sabía a qué se refería. Esclavitud sexual. Eso sería todo.
—Debe
haber algo que pueda hacer para convencerte que ya no represento una amenaza
para él —Verónika sintió que le faltaba el aire.
—Pero,
habrá otros, pequeña. Pobres tipos que tengan la desgracia de dejarse
encandilar por las formas de tu cuerpo y tu bella cara…Y yo ¿Sabes? Me encargo
de evitar que arrastres al desastre a otro pobre desgraciado. Cuando mis amigos
terminen contigo, créeme, no quedará un rincón de tu cuerpo libre de la
oscuridad que te espera. Sacó su teléfono del bolsillo del saco.
—No, no,
espera…debe haber algo que pueda hacer para que cambies de idea…Intentó soltar
el cinturón de su bata, pero una mano enorme apresó la suya impidiendo que la
moviera.
—Ni lo
intentes, preciosa. Si es por encantos, tengo montones de mujeres que no se muestran
tan asustadas negociando sus cuerpos conmigo. Te diría, sin ser jactancioso,
que se muestran complacidas, no con aspecto de ir rumbo al patíbulo.
—No, no
te tengo miedo por eso. Pareció dudar…eres convincente y sé cuándo he perdido,
así que si me das una oportunidad, me iré nuevamente a la clínica y no volverán
a saber más de mí. Seguramente, alguien te ha dado una oportunidad a ti
también.
—
¿Cuántas te han dado en tu vida, pequeña? Desde que eras una niña, has estado
ingresada… al menos siete veces. Si esas no son oportunidades…No sé qué lo sea.
Los ojos metálicos de él la recorrieron entera, en la penumbra que los rodeaba,
parecía no necesitar más.
—Bueno,
creo que ya has decidido así que terminemos con esto. Cobra lo que tus amigos
te den y ya está.
—Te
equivocas, el que les paga soy yo. Ellos me sacan la basura ¿Entiendes? Soy yo
quien está en deuda con ellos, aunque en tu caso, será mercadería de primera y
ganarán una fortuna el tiempo que dures con vida.
Se
colocó el aparato en la oreja, luego de marcar y aguardó.
—Sergei…
susurró. Sí, amigo otro de estos especiales favores… esta vez puedo asegurarte
que te llevarás algo de primera. La chica tiene estilo y está firmada. Rió de
su chiste. Sí, un trabajo digno del artista de Eanraig. Él no lo sabe pero
estamos por quitarle un peso de encima. Nos vemos.
Verónika
se abalanzó sobre el ruso, quien sacó una pistola con silenciador y la aplicó
sobre su abdomen.
—
¡Dispara, hijo de puta! Ella forcejeó para apretar el gatillo, manoteando a
ciegas. La bata se abrió y como un relámpago él pudo sentir los pechos
bamboleándose incitadores, la boca húmeda de ella, que, jadeando junto a su
oreja, pugnaba por disparar el arma sobre sí.
La tumbó
hacia atrás y cayeron al suelo. La tuvo debajo en un segundo, ya totalmente
desnuda, dándole puñetazos inútiles en el enorme pecho. La estaba aplastando y
pronto ella comenzó a perder el sentido, sin poder llevar aire a sus pulmones.
Imaginó
sus ojos abiertos llenos de terror, los vasos de su cuello dilatados y ambas carótidas pulsando.
Y perdió
el poco control que le quedaba. Sintió su ignorado poderío de hembra joven algo
demente, sobre un desquiciado como él. Y supo que estaba a su merced, sin que
ella lo sospechara siquiera. Y en eso radicaba su poder: en la carga de
sensualidad de todo lo que ignoraba de sí misma.
La
poseyó allí mismo, y pronto ella, como salida de un trance, pareció recuperar
el sentido del movimiento rítmico y acompasado, tan antiguo como el tiempo.
Luego, ambos quedaron acostados mirando el techo, ingrávidos, sin resuello, en
un lío de piernas, pantalones apenas caídos, el arma a un lado, con la
oscuridad lóbrega del caño apuntándoles.
Por un
segundo, Alexei Solanoff pensó en dispararle y llegar a otro acuerdo con sus
amigos. En esta oportunidad, no habría mercancía viva y el precio sería otro,
que estuvo tentado de pagar, sino fuera por las pulsaciones de su cuerpo que le
intimaban a ir por más. Y por ello fue a buscarla, a rescatarla de esa especie
de catatonía para montarla sin piedad por su aspecto ajado y algo desmadejado,
palpando el cabello, pegado a la cara por el sudor. No tuvo piedad por ella.
Trabajó
intensamente entre sus muslos y los pechos, la boca carnosa y todo lo que se le
cruzó por su enfebrecida mente en aquella noche interminable. Perdió la cuenta
de las veces que llegó hasta sus profundidades así como las que la puso con la
cara contra la alfombra, asfixiándole casi, como una muñeca desarticulada
Lo de
él, no podría denominarse técnicamente violación ya que fue consensuado hasta
que los primeros indicios del amanecer se hicieron presentes.
Ella se
había quedado dormida hecha un ovillo contra su cuerpo. La tapó con la bata que
había quedado reducida a un trapo húmedo en un rincón, cuando la apartó de una
violenta patada al sentirla enredada en una de sus musculosas piernas.
Recogió
el arma y volvió a ponerla en su sitio, se incorporó y se subió los arrugados
pantalones, se acomodó el pelo. Arrancó el cable de la lámpara y ató sus manos.
Ella, ni se inmutó.
Fue
hasta el dormitorio y buscó una manta con la que la tapó por completo. La cargó
en brazos y bajó a la calle hasta su todoterreno.
Con
cuidado, la colocó en el asiento de atrás y subiéndose puso en marcha el motor
y se perdió en la bruma. Volvió a llamar a sus amigos y les canceló la entrega
por el momento.
Tenía
ahora el problema entre sus manos pensó y suspiró algo cansado. El cuerpo le
pesaba agradablemente. Se había quitado el dolor de la entrepierna, sonrió de
costado y pensó en el que ella sufriría ese día. Pero, aun así, no se sentía
del todo conforme. Era un perfeccionista. Tenía la sensación que ella era un
gigantesco cabo suelto.
Verónika
abrió los ojos, los párpados se sentían pesados y volvió a cerrarlos.
Como una
flecha, un pensamiento se abrió paso en la bruma que era su mente. Recordó a la
bestia que la había atacado la noche anterior y deseó que fuera parte de una
pesadilla. <<Su>> pesadilla, decidió que sería desde entonces. Se
incorporó en la enorme cama, le dolían las muñecas y al observarlas en la
penumbra, observó las líneas rojas que el cable había marcado allí; se las restregó
suspirando.
Se
terminó de levantar de la cama y localizó una puerta que daba al baño.
Era un
enorme cuarto con un jacuzzi de mármol negro. Al aliviarse, descubrió el ardor
en los labios y la vagina. El animal que no se había detenido un instante con
ese percutor que debería tener entre las piernas. Soltó una maldición al
recordar que ella no se había resistido. Cedido, entregado partes de su cuerpo
que nunca antes había concedido en otorgar a nadie, esa noche, como un
baluarte, habían ido cayendo una a una, ciertas partes prohibidas de su cuerpo.
Parpadeó tratando de impedir que las lágrimas brotaran como parecían querer
hacerlo.
Se metió
bajo la ducha y se restregó a conciencia con el gel y el champú. Debería
aparecer donde fuera que la hubiese llevado. Parecía un sitio de enorme lujo,
seguramente la guarida de la bestia. Pero, al menos, no le había entregado
todavía, al mercado de cuerpos, tal como le oyó decir. O, tal vez, la destinara
a su uso personal hasta que, cansado de ella, la arrojara con aquellos tipos.
Trató de descartar ese pensamiento que le hacía sentir físicamente peor.
Se
dirigió hasta el dormitorio y en el vestidor halló algo de ropa cuidadosamente
colgada en el extenso lugar. Eligió un pantalón negro y un buzo de igual tono,
manoteó algo de lencería de un cajón e hizo lo mismo con un par de borceguíes.
No se
atrevió a mirar su rostro en un espejo, pero, antes de irse del lugar, observó
que no había ninguno. Sintió un escozor y al palparse el cuello descubrió unas
marcas dolorosas, insultó en voz alta al bastardo. Buscó un poco más y encontró
un pañuelo de seda negro que ató a su sensible cuello. Tiró del cabello hacía
atrás y salió por la puerta.
El ancho
pasillo era casi tan largo como el de un hotel y había una sucesión de cuartos
todos vacíos. El corredor mencionado, se abría en un recinto circular que daba
a un barandal y dos escaleras a cada lado que, como en una película de los
cuarenta, se abrían como si de un abanico se tratara. La ausencia de muebles le
llamó la atención y empezó a bajar con precaución.
En la
planta baja, un vestíbulo también circular desembocaba en varios pasillos.
Eligió al azar, buscando la cocina. No esperaba hallarla a la primera, pero
pronto se dio cuenta que era el punto común en el que desembocaban los pasillos
restantes.
La
puerta estaba cerrada pero al abrirla el olor a café casi la hizo levitar. El
recinto era enorme, como la cocina de un hotel de lujo, un par de islas, electrodomésticos
de aspecto galáctico. Pero, seguía sin ver a nadie. Abrió las puertas de la
heladera industrial y sacó la leche, yogur, frutas y se sirvió café que parecía
recién hecho. No se había dado cuenta de lo hambrienta que estaba hasta que no
vio el contenido de los estantes. Parecía que allí vivieran muchas personas,
pero el silencio era total. Miró la hora en el reloj de pared de diseño
imaginativo y con sorpresa comprobó que eran las cinco de la tarde del
siguiente día. Había dormido unas cuantas horas, mucho más de lo que suponía.
Luego de
devorarlo todo, se dedicó a deambular por la enorme mansión. Observó la
multitud de cámaras en cada estancia. Abrió puertas y cajones en los pocos
muebles que allí había, pero todos estaban vacíos. El piso en damero negro y
rojo parecía un tablero de ajedrez alucinante, donde ella sería un peón que no
tardaría en ser sacrificado.
Llegó a
la conclusión que era la única ocupante y que su habitación fuera, tal vez, lo
único amoblado en su totalidad de toda la casa, sin contar la cocina.
Decidió
salir al exterior y no se asombró cuando comprobó que la puerta de la entrada
estaba cerrada, lo mismo que las ventanas. Los vidrios eran a prueba de las
sillas de la cocina que corrió a buscar para estrellarlas contra ellos. No pudo
hallar un acceso a algún garaje donde seguramente habría más de un vehículo. En
el sótano sólo había luz en el techo
protegida contra golpes. Las alarmas estaban invisibles si acaso las había.
Detectores de humo en la cocina, bien. Eso tal vez serviría. Prendería fuego a
la casa del cabrón y los bomberos por fuerza, deberían derribar la puerta y
ella podría escapar.
La
maldita cocina era eléctrica y ella no tenía idea, de cómo provocar un incendio
con cables. Maldijo su ignorancia sobre el tema y su poca imaginación al respecto.
Continuó su exploración para hallar una terraza y finalmente pudo observarla a
través de los amplios ventanales herméticamente cerrados que daban a ella.
Maldijo
hasta agotarse. Observó que los alrededores parecían despoblados. Masas de
árboles rodeaban aquella especie de jaula en la que se hallaba recluida. Ningún
vecino hasta donde podía divisar.
Derrotada,
regresó a su habitación pero se equivocó de puerta y observó que la cámara pegada
a la suya estaba amoblada con una enorme cama, un vestidor y otro baño similar
al que ella había utilizado. Evidentemente, al menos dos personas podrían
dormir allí.
Por lo
demás, las paredes desnudas, ni un espejo. El monstruo no se afeitaría allí. O,
tal vez estuviera en poder de un extraño vampiro… Su mente le traía imágenes
que en otro momento la hubiesen hecho reír.
Sobre
una mesa, a un costado de la cama había un papel y un frasco que reconoció,
contenía su medicación.
Lo leyó
y pudo observar la letra de aguzados trazos, agresivos en imprenta y en tinta
negra.
<<Verónika,
imagino que a esta altura ya habrás irrumpido en mi habitación, de modo que
dejo aquí tu medicación. No dejes de tomarla.
Espero
que no necesites nada hasta que yo esté de vuelta. No intentes hacer alguna
tontería. A. >>.
Hizo un
bollo con el papel y lo arrojó al suelo, furiosa.
Comprobó
que el frasco contenía solo la dosis para ese día. Decidió tomarla. No iba a
ponerse en riesgo de ceder a impulsos que la pusieran en riesgo y a merced de
aquel demente. Ya le quedaban pocas dudas sobre lo que era. Un loco, un
desquiciado que seguramente estaba detrás del video que había hecho que su
padre, en su momento, llenara su casilla de mensajes sin dignarse a
responderle.
¡Su
padre! Seguramente él la haría buscar cuando no le fuera posible encontrarla,
pondría la ciudad patas arriba de ser necesario. Sólo que pasaría bastante
tiempo, ya que, para su desdicha, ella solía desaparecer por períodos de tiempo
bastante largos y era habitual que no contestara sus llamados o mensajes. Sospecharía
que habría caído en otro de sus períodos de extravío y divagaciones sin sentido,
detrás de alguna relación tormentosa.
Miró el
cielo y vio que era de noche. No tenía idea de la hora. Volvió a bajar. Estaba
frustrada, en el baño de aquel hombre no halló ni una navaja ni un alicate o
una tijera. Los cinturones eran inexistentes en su guardarropa, al menos ella
no había podido hallarlos. Dobladas y apiladas con esmero estaban las toallas
todas en las gamas del gris así como las sábanas. Las camisas blancas todas
iguales, los trajes negros y grises, seis o siete smokings, los zapatos
ausentes. Ropa interior, lo usual, boxers negros, todos iguales. Nada de ropa
de deporte o todo aquello relacionado con el esparcimiento y lo casual, así
como frascos de vidrio con lociones, o para después de afeitarse. Nada. Un
cuarto de hotel le hubiese brindado más información.
Supuso
que, tal vez fuera un sitio solo usado para el trabajo. Tendría a su familia en
alguna casa típica de las cercanías, o no tanto. No le había pasado
desapercibido el sitio con la H para el aterrizaje de un helicóptero, así que,
los tendría lo suficientemente lejos como para que ignorasen las actividades
del esposo y padre. Podría muy bien tener hijos de trece o catorce años o
menos, ya que, si bien su rostro le era desconocido, su cuerpo mostraba una
flexibilidad y fortaleza notables, pero distaba de ser el de un jovenzuelo. En cuanto a su
acento, como lo recordaba, sonaba a alguien proveniente del este de Europa,
Rusia incluida. Pero eso podía fingirse.
Bajó
nuevamente a la cocina. En la pared, el reloj apenas mostraba las siete y media
de la noche. Reparó que ni siquiera había perros que ladraran. Volvió a subir.
No podía distinguir luces en las cercanías. No pudo evitar sentirse asustada,
angustiada por lo que sucedería, hasta cuándo estaría encerrada allí, si él
regresaría y no quería pensar en que la dejara hasta que, agotados los
alimentos, se dejara morir de hambre. Parpadeó de nuevo y pensó que, si tuviera
el físico adecuado podría sorprenderle detrás de la puerta empuñando una sartén
de hierro fundido que había visto en un armario de la cocina. Pero, evocó el
tamaño del tipo. Ni siquiera podía soñar con llegarle a la cabeza a menos que
saltara con una técnica de la que carecía. No sólo era alto, calculó los dos
metros sino que su masa muscular era imponente y sospechó que no era de los que
se dejaba sorprender. Tendría que treparse a una silla y saltarle justo en el
momento en que abriera la puerta.
Se
acordó de las cámaras y calculó que por el celular, el hombre barrería la zona
antes de entrar.
Se sentó
en el suelo y puso la cabeza entre las manos. Se maldecía por haberse
involucrado con Eanraig, por haberse creído enamorada de él, por haber jugado
con Malcom, por amenazar, por iniciar ese juego enfermizo que, hasta ahora
siempre le había salido bien. Entonces, recordó, que su sensación de triunfo
era muy placentera cuando podía vengarse de alguien que le quitaba del medio,
la empujaba fuera de su vida y ella pasaba, una vez más a no ser nada, menos
que nada, como siempre había sido.
Si bien
era ella, la que habitualmente se esfumaba, ellos no la reclamaban de vuelta.
Ni uno, en toda su vida, había salido en su búsqueda.
A esto,
le siguió el regreso a su dormitorio, donde se echó, hecha un ovillo, en la
cama, se puso a pensar en lo que le había despertado el hombre la noche
anterior y no dudó que había desarrollado algún maldito síndrome de Estocolmo. El
esfuerzo de la víctima por complacer a su captor, al ser dominante, a quien
tenía el control de su destino y la posibilidad de poder
<<comprar>> su libertad. Antes que ser entregada a aquellos
chacales que comerciaban carme, había preferido entregarse dócil, pero
frenéticamente a aquella especie de máquina de hacer sexo semejante a un
vórtice que despertaba emociones y sensaciones que hombre alguno hubiera
provocado antes, al costo de llevarse consigo, los últimos jirones de dignidad
que pudieran quedarle.
Y si
tenía que volver a hacerlo, se arrastraría si eso era lo que quería él. No le
cabían dudas que haría lo que había dicho: la entregaría a los mercaderes de
esclavas sexuales, así que no había dudado en serlo para él en exclusividad.
Cabía la posibilidad que fuera de aquellos que compartían todo, mujeres
incluidas y su final sería el mismo que le espantaba. Estaba exhausta y pronto,
volvió a quedarse dormida. Así que no escuchó llegar al todoterreno, ni a los
cuatro guardaespaldas, ni la puerta de su habitación cuando se entreabrió y
despacio, con cautela, asomó la cabeza de Alexei Solanoff, su silueta recortada
contra el tenue haz de luz que se filtraba desde el pasillo.
Él
escuchó la respiración pausada, rítmica de la joven e intuyó la silueta
enrollada literalmente sobre la cama revuelta. Entró despacio y la cubrió con
una fina manta. Luego volvió a salir.
—Todo en
orden, Obrecht, susurró el ruso desde su dormitorio, un par de horas más tarde.
— ¿Estás
seguro de seguir con esto? La voz del otro hombre sonaba preocupada. Como él,
tenía ese acento similar, que los había hermanado en una historia común que
había comenzado en las calles de Moscú y que continuaba con la fructífera
sociedad que habían fundado juntos, después de incontables penurias y
tenebrosas historias compartidas por más de veinte años.
—Obviamente,
imagina que este tipo de mujeres merece destinos similares—la voz del ruso sonó
ronca y apenas audible.
—Todas
no deben ser como Sonya, Alexei —su tono era conciliador. Bastante había tenido
ya de la terrible historia de su amigo y socio.
—Pues,
esta lo es y el tipo al que le hice el favor, me lo agradecerá con el tiempo.
Todavía debe estar bajo los efectos de sus falsedades. Son como brujas, todas
ellas, egoístas que sólo buscan conseguir lo que quieren y dejan todo atrás. A
estos dos, casi les cuesta la amistad y los negocios. Sabes que esas son cosas
sagradas.
—
¿Cuánto tiempo la piensas tener cautiva? Y que sepas que creo que corres el
riesgo que te demande.
El ruso sonrió torvamente.
—Lo dudo
mucho. Además, no termino de decidir qué haré con ella cuando me canse. Si la
entregaré a mis amigos o la despacharé esperando que reconozca mi generosidad.
—Bueno,
cuídate y piénsalo bien. Yo sigo todavía aquí y el acuerdo todavía está
bastante verde.
—Eso no me preocupa —Alexei Solanoff
suspiró.
Se
sirvió un whisky del armario disimulado en la pared y que a Verónika se le
había pasado por alto, como todo aquello cuidadosamente oculto en paneles
secretos. Lugares que albergaban todo aquello que podría darle la libertad que
aún no terminaba de ganarse así como el tiempo de reflexión necesario para su
rehabilitación.
Pensó en
la mujer que en la habitación aledaña dormía plácidamente, desmadejada sobre la
cama. Se le antojó el sumo de la sensualidad, su hombro desnudo asomando por
debajo de la mata de cabello negro, el bretel caído, la boca entreabierta, su
pálida piel. Podía entender que hubiera puesto de cabeza el mundo de Eanraig y
ni hablar del de Malcom, más superficial, pero no acostumbrado a que le
engañaran.
Una
mujer para la cual, traicionar a los hombres, era como un estilo de vida, un
juego excitante. Seguramente, habría aprendido la primera lección al manipular
a su padre desde su nacimiento. La noche anterior, había empujado a esa misma
mujer a un abismo de placer y dolor que jamás habría esperado. Pero no quería
equivocarse, no pretendía saltar con ella a ningún abismo compartido. Apuró el
vaso y se dirigió a la ducha.
A la
mañana siguiente, Verónika supo que se hallaba sola. Otra vez. En sueños le
había parecido que alguien entreabría la puerta del dormitorio, pero el sueño
pudo más.
El
pensamiento le golpeó en pleno rostro: la habían drogado. Normalmente, se
hubiera incorporado de un salto. Jamás olvidaría que estaba cautiva de un
sádico, un tipo dispuesto a entregarla a tratantes de mujeres y sabía que, por
más agotada por los nervios que estuviera, su reacción no sería la de seguir
durmiendo. Evaluó lo que haría con aquello que sospechaba. Era indudable que la
comida tenía alguna sustancia que la sedaba sin remedio, pero que no sería la
del desayuno, imaginó que sería algo que comería cerca de la hora de la cena
porque era durante ese momento en que él se haría presente. Analizó el tipo de
alimentos consumidos.
No
pensaba dejar de comer, por el momento. Tal vez, necesitaría todas sus fuerzas
para idear algo y tratar de escapar o, simplemente, sobrevivir. Notaba, que el
apetito se había incrementado, con lo que siguió sumando elementos a las
sospechas de los sedantes. El monstruo evidentemente, había contemplado todos
los aspectos, así que, decidió abstenerse de probar nada después de las cinco
de la tarde. Trataría de tomar el mismo café que consumía a la mañana y, en lo
posible repetiría el mismo menú que le parecía bastante seguro.
En su despacho, Alexei trabajó toda la mañana
hasta cerca del mediodía donde interrumpió para atender el llamado de Malcom.
—Debo decirte, que por ahora no hemos
sido molestados, Alexei.
—Esperemos
todavía —recomendó el ruso. La semana que viene, tengo que viajar a Bruselas
pero me mantendrán informado. Tengo vigilada a la chica.
— ¿Sigues
apostando gente en su casa? Malcom sonaba asombrado. No sabía que fuera tan
obsesivo.
—Podría
decirse que algo así —la voz suave, engañosamente amable del ruso le produjo un
escalofrío.
Los
hombres del ruso llegaron a la mansión cerca de medianoche. Su jefe, en vuelo a
Bruselas, había designado a algunos para hacer las rondas, mientras decidía
cuáles serían sus siguientes movimientos.
Verónika
despertó al día siguiente y el silencio era absoluto. La noche anterior había
observado por la ventana, un par de todoterrenos y las siluetas borrosas de varios
hombres de traje oscuro descender de los mismos, distribuirse y rodear el
perímetro sin decir una sola palabra. Al paso de las horas, se recostó en la
cama, ya que por esa noche parecía que no iba a suceder nada. Su captor, por lo
visto, no estaba entre ellos. Respiró aliviada.
A la
hora del almuerzo, había tenido cuidado de no apartarse de la dieta del
desayuno. Al acabarse la leche no se atrevió a abrir otro envase. En esos
momentos, se sentía famélica y devoró lo que comía desde hacía dos días. Con
preocupación, notó que el yogur también se estaba terminando. Si aquello se
prolongaba, le quedaban las frutas y, de no quedarle más remedio, se arriesgaría
con otra cosa.
Volvió a
patrullar incansablemente la casa con la esperanza de descubrir algo que le
hubiese pasado por alto, pero para su consternación, todo estaba exactamente
igual, si exceptuaba que no había caído fulminada por el sueño y eso le
permitía vigilar lo que podía ver desde las ventanas.
A los
tres días, sentía pánico. No había regresado el tipo del acento del este y
podría ser que no apareciera nunca más o que los guardias fueran, de aquí en
adelante, la única presencia. Desde donde les veía, sólo podía ver sus cabezas
pero apenas sus rostros y menos percibir alguna palabra.
Necesitaba
hablar con alguien o se volvería loca. El frasco con las pastillas era
religiosamente llenado cada día, por lo que se prometió vencer al sueño para
tratar de sorprender al que cumplía la misión.
Luego de
estrellarla contra el piso muchas veces, pudo empuñar la pata de una de las
sillas de la cocina. No pesaba mucho pero, tal vez podría atontar al que
manipulaba las pastillas. Otra idea se le ocurrió, podría ser que las pastillas
tuvieran además, algún sedante incorporado a la fórmula original.
Esperó
lo que le pareció una eternidad a que alguien entrara en la habitación de
Alexei. Los párpados le pesaban y tenía mucho sueño. Había dormido poco y mal,
preocupada por no escuchar nada. En cierto momento, le pareció oír un roce en
dicho cuarto. Entreabrió la puerta que daba al mismo de su dormitorio y observó
una figura corpulenta que estaba parada frente a la mesa donde se hallaba el
frasco de su medicación. Se abalanzó blandiendo la pata de la silla, intentando
llegar hasta el cráneo del tipo, pero sin darse cuenta, se vio tomada por los
hombros, girada y estrellada contra la pared. Quedó atontada unos segundos y le
pareció que iba a desmayarse, luego sintió un pinchazo en el cuello. Todo se
volvió negro y eso fue lo último que recordó.
Despertó
varias horas más tarde en su cama, El dolor de su frente era bastante notable.
Se llevó las manos a la frente y palpó un bulto de considerables proporciones
que le dolió al tocarlo. Profirió un quejido y una maldición. Había arruinado
su única chance, hasta donde alcanzaba a percibirlo, de poder hacerse con
alguna arma de verdad, acceder a la puerta de la entrada, conseguir las llaves,
o algo.
Cuando
Alexei cortó la comunicación, estaba en vuelo de regreso. Sus hombres le habían
informado de lo sucedido en la casa. No habían tenido más remedio que drogar a
la chica con algo más pesado para evitar que se hiciera daño. Obrecht le había
recomendado cautela y era uno de los pocos a quien escuchaba. Cerró las manos
en un puño. Todavía faltaban varias horas de trayecto para llegar, porque antes
tenía que pasar por la oficina. Abrió el portátil y siguió trabajando. Nunca
había permitido que sus asuntos interfirieran con el trabajo, y no iba a
empezar ahora.
Cerca de
medianoche llegó a la casa y relevó a los hombres con el nuevo equipo que venía
con él.
—La
chica está dormida —le informó el jefe del equipo saliente. Ha estado tirada en
la cama y no ha tocado ni la comida ni líquido alguno. Durante el día, sólo
come lo del desayuno. Debe tener miedo que la droga esté en el resto de
alimentos. Anoche casi me sorprende y tuve que defenderme.
—Está
bien —dijo Alexei. Me ocuparé de este asunto.
Se había
bañado en el avión y cenado algo liviano.
Cuando
se asomó por la puerta, Verónika parecía dormir profundamente.
Se
acercó a su cama y acarició con un dedo calloso la mejilla de ella. No observó
que su respiración se alterara. Decidió salir de la duda. Con el dorso de la
mano, rozándola apenas, enganchó un bretel del camisón, deslizándolo a lo largo
de su brazo. El pecho ligeramente visible, terminó por sobresalir del todo.
Siguió con sus caricias y notó un casi imperceptible temblor.
Sonrió
en la oscuridad. Ella podría no haber visto su cara, pero su cuerpo,
reconocería al suyo. De eso estaba seguro.
Se tumbó
a su lado y ella se volvió a agitar. No le cupo duda que estaba despierta y
alerta. Había dejado el arma en su habitación, pero no tenía intenciones de
acabar con ella. Por el momento.
Le
terminó de bajar el camisón hasta las rodillas. Lo desgarro de un brusco tirón
y ella se sobresaltó con el chasquido de la tela rompiéndose. Jadeó y eso le
enardeció. Hacía varios días que no estaba con una mujer y ella intentó tocarle
la cara, pero le apresó las muñecas con una de sus manos. Jamás dejaría que
palpara la cicatriz y le reconociera.
Accedió
a su interior de manera salvaje, y ella se sacudió como si le doliera, pero,
por lo que fuera, dejó de corcovear, tratando de salirse de debajo de él, para
volverse colaboradora, otra vez. Se retiró bruscamente y ella gruñó sin poder
evitarlo, desquiciada.
—Por
esta noche, será suficiente, pequeña —susurró él. Me han dicho que no te has
portado bien y eso no voy a tolerarlo.
Se
levantó y se marchó.
En la
oscuridad, Verónika sollozó de furia y terror. La situación podría prolongarse
hasta que ella no fuera más que un guiñapo. Ignoraba su aspecto pero sospechaba
que era deplorable. Los vidrios eran ligeramente esmerilados y apenas podía ver
las siluetas de los hombres que la custodiaban pero no los detalles de su
rostro.
¿Acaso
pretendía estar hermosa para él y seducirle?
¿Es que acaso estaba ya completamente desquiciada? Se sentía furiosa por su frustración sexual,
se maldijo internamente. Eso podría deberse al aislamiento, la privación
sensorial, o cómo fuera…Las intenciones de él eran doblegarla, devolverla, si
decidía hacerlo, privada de voluntad, maltrecha y aterrorizada.
Lo que
fuera que sucediera con su mente, ansiaba que él regresara a la noche. La
alimentaria, tal vez, sin drogarla, la acariciaría, le trataría bien, la
arroparía, como sucedía cuando pensaba que se había quedado dormida y en plena
noche abandonaría el lecho para marcharse de la casa. Desde el principio, jamás
había pasado una noche entera junto a ella. Hasta empezaba a extrañar el calor
de su gran cuerpo, como si junto a él, devorada por sus brazos y su boca, ella
pudiera estar a salvo de todo lo demás.
Pero no
quería engañarse. Sabía que pronto se desharía de ella, de una manera u otra.
Si tan solo, pudiera llegar a un acuerdo que él quisiera cumplir…Algo que le
permitiera desaparecer del estado, se mudaría y jamás volvería. Pero él, no
daba señales de cansarse. Noche tras noche, durante dos semanas la visitaba. La
trataba con cierta gentileza, atento a su placer, generoso, contenedor, le
gustaba acariciarle el pelo, luego de tironearla como una cometa. Murmuraba ásperas
palabras en sus oídos, en esa lengua y con aquel tono de voz ronca que
reconocería aunque jamás le viera el rostro. Eso, él debía saberlo bien y tal
vez fuera lo que le impedía liberarla.
Lo que
jamás había hecho era besarla. Al menos no en la boca y ella llegó a sentir
cierta variedad de hambre de ello. No se atrevía a pedir nada, jamás hablaba,
se limitaba a gemir, cuando ya no podía soportar más sus torturas amorosas.
Los días
pasaron y una noche, él no regresó. En su lugar, la silueta ya familiar del
guardián, le inyectó algo en un brazo.
Verónika
despertó en una habitación que desconoció. Revisó el cuarto. Había algunas
prendas en un armario, un bolso con sus documentos y algo de dinero.
Se
vistió rápidamente y probando, la puerta se abrió a la primera. Caminó por el
pasillo y salió a un hall donde una mujer estaba detrás de un mostrador.
Salió a
la calle, pero no reconoció el sitio. Se alejó sin girar la cabeza. Pondría
toda la distancia de lo que fuera aquel lugar antes que alguien se lo impidiera.
SOLANOFF
Dos
semanas atrás, había tomado la decisión de liberarla. Esa velada de gala,
vestido con smoking, se dirigía a una de las subastas de lujo en el centro. Las
obras de arte eran otro de sus pasatiempos e inversiones y en su casa de
Londres, tenía una colección notable de obras de arte. Obrecht, llegaría más
tarde y ansiaba reconectar con su vida anterior. Eso incluía mujeres también.
Cuando
llegó su socio, se sentaron juntos en la gran sala donde se llevaría a cabo la
subasta.
—Quiero
comprar ésta, señaló con su dedo un cuadro de grandes proporciones. Ya hice una
oferta electrónica, pero quiero ver quiénes pujan —susurró mirando en derredor.
—Es
imponente —tuvo que reconocer Obrecht. Se fijó el número que le correspondía.
<<Mujer en retirada>> —dijo ¿Quién es el pintor?
—La
pintora —corrigió Alexei. Es Anna Lenova, una amiga de Rusia. En realidad, me
interesa la modelo.
— ¿Vive
aquí tu amiga? Obrecht curioseó el resto del catálogo. Un murmullo sordo indicaba
que la sala se estaba llenando.
—Sí, lo
pintó hace poco.
—Ah,
pero entonces es ella… Lo miró asombrado.
—Él
asintió con la cabeza. La voz del ruso sonó fría e impersonal. Parece que ha
quedado bastante impresionada por la experiencia que ha vivido. Ha salido
después de varios días de encierro en su casa y mi amiga siempre camina las
calles en busca de personajes límites para sus obras. No fue una coincidencia,
porque le facilité la dirección, suspiró dejando escapar un breve gruñido desde
las profundidades de su pecho.
En la
pintura, se observaba una calle húmeda y desierta, en un oscuro atardecer una
mujer huyendo, la cara vuelta hacia el observador, los cabellos ocultaban
parcialmente sus facciones, pero Verónika estaba allí, sin duda. Los ojos denotaban un
mudo terror y la boca entreabierta parecía gritar en un entrecortado jadeo.
Perseguida por sus propias pesadillas, la mujer estaba casi desnuda, apenas una
falda corta que dejaban apreciar sus torneadas piernas, iba descalza y no muy
limpia.
—Esta vez
te has pasado, Alexei. Ella no es Sonya, eso lo sabes y creo que ha aprendido
la lección.
Alexei
guardó silencio, pero sus ojos destellaron por la luz de un flash cuando
alguien les tomó una foto. Se giró bruscamente e hizo un gesto a sus custodias
quienes se abalanzaron sobre el que tomó las fotos, hubo un forcejeo y el
celular fue a pasar al poder de los fornidos guardaespaldas, quienes lo
incautaron. Le dieron un puñado de billetes al hombre quien se escurrió con
desagrado, perdiéndose entre los asistentes.
—Por
eso, me mantengo lejos de estos eventos. Solanoff miró hacia la salida. Será
mejor que nos vayamos —dijo cambiando de idea. La obra ya es mía —anunció
guardando el móvil en el bolsillo.
— ¿Y la
chica? Obrecht le miró, atento.
—Espero
que se mantenga lejos de mis amigos y por lo demás no me interesa si está
viviendo en una cueva.
—No es
del tipo de mujeres que nosotros frecuentamos, Alexei. Ellas, jamás se
espantan, les hagas lo que les hagas. Saben de qué va este juego que
practicamos los hombres que tenemos dinero y cero conciencia. A pesar de todo,
no deja de ser una chica enferma y no una oportunista. Creo que padece todo eso
que le pasa.
—No
olvides que tiene dinero y eso ya no la hace una <<pobre chica>>,
sólo alguien muy trastornado, con problemas y tiempo para causarlos, típico de
ricos ¡Ah, Obrecht! Siempre tan compasivo. Le miró con aprecio.
En el
fondo, sigues siendo el mismo huérfano que vino a casa de mi abuela.
Alexei, era alguien que no había dudado nunca
en eliminar de su vida todo riesgo o amenaza de cualquiera que se transformara
en alguien importante o riesgoso. Y Verónika era, esto último. Desde el momento
en que había advertido lo precario que era su equilibrio, lo inconsciente que
era de su alucinante presencia, alguien que dejaba su impronta sólo con mirar
de cierto modo. Simplemente, mirando los tatuajes que le había hecho Eanraig
cuando empezaba a caer en su tela de araña, ya sabía que traería problemas a su
ya compleja vida. Pero, estaba empeñado en rescatarle a<<su
manera>>, aunque para ello, tuviera que echar mano a procedimientos
retorcidos e intimidantes. Y, de paso, trataría de obsesionarla con él, para
vengarse en ella del resto de las mujeres, sobre todo, una de ellas.
Sería
erradicar sus obsesiones por los demás hombres reemplazándolas por la que
tendría con él, una vez terminada lo que fuera aquello que había implantado en
ambos y de eso estaba seguro, a diferencia de Eanraig y los demás hombres, él
sí que sabría manejarla…
Tenía en
claro que no tenía vocación de rescatista de mujeres en apuros. Ese, era un
cliché y él tenía cosas importantes que hacer y era a lo que se dedicaba.
Cada
noche que pasaba en su casa, miraba el cuadro perturbador de ella, huyendo en
la noche, cuando la liberó sin mediar explicación alguna. Sin embargo, le había
costado dejar que se fuera, porque se había aficionado a ciertas cosas. El
temor que le inspiraba, su respiración agitada que empezaba por deberse al
stress hasta terminar siendo una muda súplica por más, más de él, antes del
éxtasis. Pero, en ese salvaje intercambio, él también había implicado partes
suyas. No era una pérdida, en realidad, ya que en cuanto lo deseara, podía
recuperar lo que fuera que ella retuviese, sin saberlo. Nunca había deseado a
una mujer como le pasaba con ella. Compadeció a Eanraig en un primer momento,
pero luego, a esto se le agregó un genuino deseo de lastimarla, verla sufrir,
como imaginaba había sucedido con Sonya. Poco a poco, había desterrado a Sonya
de sus pensamientos, pero no había día que no asociara a Verónika con ella y
eso le hacía sentirse débil, porque, si tanto se parecían ambas mujeres,
debería haber entregado a Verónika a sus amigos y sin embargo, no lo había
hecho.
Desde
que ella era libre, no le había perdido pisada. Se había asegurado insertándole
un rastreador en su nuca estando drogada, del tamaño de una lenteja y eso le
había permitido dormir cinco horas de un tirón.
Tendría
que planear muy bien sus siguientes movimientos.
Haberla
llevado a Nueva Orleans, desde el otro extremo del país, le dificultaría su
regreso y podría poner en orden algunas piezas sueltas que todavía estaban
allí.
Los
negocios, no obstante, eran su prioridad y no le quedaba tanto tiempo para
dedicarle, pero, desde donde estuviera, siempre podría conocer su localización.
VERÓNIKA
Volver a
su vida anterior, haber estado en lo de su padre, mudarse de piso hasta
encontrar algo que le gustara y al mismo tiempo, le brindara cierta seguridad,
le demandó varias semanas, amén de la corta estadía en la clínica, para ajustar
la medicación.
Alexei
Solanoff era su peor recuerdo y al mismo tiempo, en su fuero interno, deseaba
ver su rostro, así fuera de lejos. Pero, al no conocerlo, debería confiar en su
memoria táctil y en su olfato, así que, de producirse un encuentro, debería
estar lo suficientemente cerca como para estar segura y debía admitir que era
muy difícil que tal cosa llegara a suceder.
Su
pesquisa y el rastreo que había hecho, sólo le había permitido acercarse a su
guarida y en vano había aguardado cerca del portón de acceso sin lograr ver a
alguien en algún vehículo de los numerosos que entraban y salían con cristales
polarizados. Se trasladaban de a tres en fila, como si de una comitiva se
tratase. Evidentemente, él, estaría en el del medio, había imaginado, en una de
las prolongadas veladas que se había impuesto casi cada día y muchas noches.
Esperas que se le hacían eternas.
Imaginaba
que el ruso, podría haberse presentado en su antiguo piso, pero se había mudado
hacía una semana, tomando infinitas precauciones, pasada la media noche y
evitando llevar más de una valija mediana. Dentro de ella, estaba toda la vida
que merecía ser rescatada.
Comparado
con el resto de la misma que se extendía por delante, le sabía a desierto, a
poco. Seguía sin hallar un sentido y el hastío y la sensación de vacío que
experimentaba desde que había sido liberada, le hacían temer por su precaria
cordura.
Se sabía
vigilada, pero no de una forma tangible. Era otra la sensación de ser
observada, como si una cámara omnipresente le siguiera a cada paso.
Salió de
la duda, la noche que volvió a encontrar a Solanoff en su nueva casa, a pesar
de todas las precauciones.
— ¿Qué
quieres ahora? Le increpó con fiereza. Deja de ser un cobarde y muestra tu
cara, de una vez. No serás un fantasma por mucho más tiempo.
La risa
ronca que había añorado escuchar desde hacía semanas, no se hizo esperar.
—Sé que
te has portado bien —le susurró. Has sido una buena niña y eso hace que pronto
no vuelvas a tenerme cerca.
Ella
tembló sin entender qué era eso que le recorría las entrañas. Miedo. A no
volver a sentirle, a ser libre, en una palabra. Decididamente, estaba
desequilibrada y esa situación paradojal, se le antojaba parte de un complejo
síndrome que estaba construido en base a sus fragmentos. Pobres trozos
esparcidos que aquel ser despreciable rompía un poco más cada vez que la
visitaba. Le enfrentaba con la disolución progresiva de sí misma y la creciente
dependencia de su presencia, elusiva y misteriosa.
Cuando
no se contactaba con él, ella extrañaba algo salvaje, rudo, inmisericorde,
presente en cada encuentro que habían tenido y que completaba su interior, le
daba sentido, sin haberlo buscado. No iba a admitirlo frente a él, pero le
parecía experimentarse como una mujer valiosa para sí misma. Era alguien que
merecía algo bueno. Eso, en definitiva, era lo que él le daba. Satisfacción
plena, tocaba y hacía vibrar cada cuerda íntima de aquel delicado instrumento
que era su cuerpo. Pero, además tocaba algo más. No solo era un encuentro
íntimo y profundo, era un bucear en las posibilidades, en lo que vendría luego,
a continuación, entre un espasmo y otro, en cada remanso de aquel río
tumultuoso que era el río sexual que le obligaba a remontar. No había remansos
en esa corriente. Era un continuo requerimiento de su atención y una constante
alerta de su intuición. Sentía que, para acompañarle en cada viaje, ella debía
acoplarse perfectamente con él, adivinando cada uno de sus movimientos, pero
había más, tenía que aguzar sus sentidos para llevarse su olor, su sabor
salado, el aire tibio con el que premiaba su cuerpo, en cada caricia. Apreciaba
la pericia de aquella lengua que no dejaba sitio sin arrasar, las manos,
ásperas y sus guturales gruñidos hasta el rugido final en que la sumergía a
cada recodo del torbellino de su río privado.
Quedaba
desmadejada, agotada, e invariablemente avergonzada de sí misma. Humillada más
allá de la locura que le alcanzaba.
Le
acechaba con la esperanza de alterar sus planes, fueran los que fueran y le
obligaran a tomarla allí, en el asiento trasero de su auto, contra el muro de
su casa, donde fuera.
Cuando
contempló, una vez más, los harapos a los que quedaba reducida su ropa, como si
de un animal furioso se tratara, la lencería, arrancada y hecha pedazos a
zarpazos, mientras su boca hacía estragos allá adonde estuviere, supo que la
noche anterior había sido la última. La bestia, le había visitado por última
vez y eso la redujo a un ser desvalido, sentada en el suelo de la cocina con
una taza de café en el suelo.
No tenía
ni fuerzas para arrastrarse hasta la ducha. Por el contrario, quería conservar
lo más posible, su olor sobre su cuerpo. Pasó su nariz por los brazos y el sándalo
que emanaba de él, la terminó de sumir en la desesperación. A continuación,
lamió sus manos, el gusto salado, mezcla de sudor y sexo, se le antojó el
elixir de una felicidad perdida para siempre. Ya no conocería un amante así y
eso terminó de arrojarla a un abismo emocional demasiado poderoso. Había
conocido la masculinidad en su pleno poderío y por más que quisiera, no
volvería a encontrar otro Alexei Solanoff.
Se
despertó un par de horas después, con una sed abrasadora. La cabeza le pulsaba
por el llanto vertido y sacando fuerzas de flaqueza, se metió bajo el agua de
la ducha. Se obligó a comer, a vestirse y salir a la calle.
Detuvo
su auto frente a la casa de Eanraig. Sabía que estaba arriesgándose demasiado,
pero ya no tenía mucho más que perder.
Él se
mostró sorprendido y aprensivo.
— ¿Qué
es lo que haces aquí?
—No vine
a molestarte, Ean —susurró Verónika. Vengo por él. Necesito saber cómo
encontrarle. No quiero volver a lastimar a nadie, lo juro, pero quiero saber
dónde está. Creo que ha terminado de romperme del todo y quiero que sepa que ya
no debe seguirme más y que me alejaré de la vida de todos ustedes. Pero, quiero
ver su cara. Necesito mirarle a los ojos, que vea dentro de los míos y que sepa que ya no represento ningún riesgo.
Eanraig le
indicó un sillón y se sentó enfrente.
—No
tengo idea de dónde hallarle. El que tiene su número es Malcom y el que me dio a mí cuando era mi cliente ya no
existe. Si quieres puedo llamar a…
—No, no
quiero que le preguntes. No me porté bien con él y no quiero que vaya a
llamarle para desatar su furia y vuelva a secuestrarme…
—
¿Pero…qué dices? Eanraig la miraba extrañado. Su hermoso rostro parecía
demudado.
Ella le
contó la historia de su cautiverio y sus visitas nocturnas.
—Estoy
segura que sabe que estoy aquí y temo que pueda entregarme a sus amigos, los
traficantes de personas…
—No sé
de qué hablas… Eanraig estaba cada vez más espantado, conforme se enteraba de
los detalles.
—Es lo
que utiliza para amedrentarme y le creo capaz de ello.
—Dime la
verdad ¿Te ha violado? Hablaban en susurros, como si él pudiera escucharles a
ambos.
—Sé que
me merezco lo que está pasando. Si te hubiese dejado en paz, nada de esto
habría pasado. Pero, no podemos volver atrás. No lo ha hecho
<<formalmente>> y lo que describió causó el espanto del joven
tatuador. Sonrió con amargura, es la venganza perfecta, así como la cura de
cualquier obsesión futura, reconoció.
—Esto se
nos ha ido de las manos, Verónika, a todos, y lo correcto es compartirlo con
Malcom. Solanoff, debe tener algo personal en su pasado que le obliga a hacer
lo que hace, pero que esté demente, nos indica que, tal vez no sepa cuándo
parar. Y eso nos expone a los tres por igual. No sabemos de qué sea capaz, pero
yo le vi, físicamente hablando y puedo asegurarte que no lo quieres de enemigo.
Eso puedo asegurártelo.
—Llámalo,
entonces.
Verónika
parecía derrotada y Eanraig le aseguró que podía pasar la noche en su casa. A
pesar de todo, la joven le daba lástima y le creía, porque era la misma
sensación que tenía él, cuando el ruso había aparecido en sus vidas. Habían
abierto una caja de Pandora cuyo contenido, todo él, estaba envenenado.
Pasaron
un par de horas antes que un Malcom pálido y desencajado apareciera por la
puerta del tatuador.
Apenas
miró a la chica y se sentó al lado de su socio y amigo.
Éste, le
puso al tanto en veinte minutos y, a intervalos, Malcom clavaba la vista en el rostro
pálido de Verónika. Contrariamente a lo que sentía Eanraig, Malcom era más duro
e intransigente con ella. En su momento, se había sentido humillado y no
perdonaba con facilidad y prefería estacionar a un costado el tema, antes de
mostrar compasión por ella. Eanraig no quiso recordarle que había tenido sexo
con ella estando su novio a metros de ambos.
Coincidían
en que la situación era muy delicada en cuanto al equilibrio del ruso se
tratare. No consideraban reunirse nuevamente con él y Malcom accedió a hablarle
por teléfono como máxima concesión. No estaba convencido que Alexei Solanoff,
dejara de ser un tiburón en los negocios, como prioridad en su vida, para
dedicarse a incluirlos en un baño de sangre por algo personal. Le parecía un
tipo frío y calculador y para nada emocional, aunque no dudaba que en lo
sexual, fuera un depredador de mucho cuidado.
Pero, se
sorprendió cuando nadie atendió su llamado.
— ¿Creen
que deberíamos ir por su empresa? Eanraig les miró, esperando.
—Sí. Ya
es hora de blanquear todo esto. Él sabe que jamás iríamos a la policía, porque
nadie quiere quedar expuesto y hay algunas soluciones y pautas que podemos
acordar sin hacer de esto una guerra.
OBRECHT
Accedió
a recibirlos en su oficina.
Si se
sorprendió de ver a Verónika con sus antiguos enemigos, no lo demostró.
Resumieron
sucintamente lo acaecido y Obrecht tampoco en esa oportunidad, no demostró
asombro alguno.
Se había
criado con Alexei en las calles impiadosas de Moscú y hacía rato que ambos
habían aprendido la lección de no demostrar sus sentimientos. Al menos,
aquellos que les hicieran parecer vulnerables.
—Esto
tendrán que exponerlo a Alexei. Es un tema demasiado personal y el alcance de
la <<enseñanza>> que tenía planeada para Verónika —la observó casi
con curiosidad, no lo conozco. Él es quien ha tomado las riendas del tema y
hasta que no esté de regreso, creo que pueden estar tranquilos ya que nadie
hará nada en contra de ninguno.
— ¿Y qué
hay si le dejó instrucciones a alguien?
Malcom podía ser difícil de convencer.
—Eso no
podemos saberlo. Yo soy su socio y amigo, pero… en otros negocios, los favores
que decida hacerle a sus conocidos es cosa suya.
—
¿Cuándo estará de regreso?
—En una
semana vuelve de visitar a su abuela, en Rusia.
Los
hombres parecían asombrados.
Obrecht
sonrió divertido. De los dos amigos, él era quien tenía en buen humor y le
gustaba divertirse. El oscuro y taciturno era Alexei y así había sido siempre.
—Sí, una
vez por año, se toma vacaciones para visitarla en Rusia. Tiene ciento dos años
la señora y está fuerte como un cosaco.
— ¿Y no
tiene forma de comunicarse con él?
Malcom
parecía refractario a dejar el despacho y quería irse con cierta seguridad de
allí. Estaba harto de dormir mal, temiendo que, alguno de los sicarios del ruso,
le hicieran una visita.
Obrecht
le miró, sagaz. Había aprendido tempranamente el arte de leer las expresiones
humanas y, a excepción de Alexei Solanoff, los demás eran para él como un libro
en su propio idioma.
—Si lo
que teme es alguna sorpresa de Alexei, puedo asegurarle, que este tipo de
<<ajustes>> en los tratos, prefiere realizarlos en persona.
—Si yo
soy <<ese tipo de ajustes>>, Verónika le miró con fiereza, creo que
nadie conoce a fondo lo que es su socio, como yo.
—Bueno,
pues —Obrecht se encogió de hombros—eso ya no me incumbe. Me refiero a sus
experiencias de índole personal.
—Es
amigo de los eufemismos —Malcom le fulminó con la mirada. Usted, sabe
perfectamente de lo que es capaz.
—Sí, eso
es verdad —confesó con una sonrisita—pero, si les confiara algo de lo que sé,
créanme, estarían en migraciones a esta altura y prefiero que aclaren todo
antes de hacer algo que lamenten.
— ¿Eso
es una amenaza? Malcom volvió su mirada a Eanraig que había permanecido callado
hasta ese momento. Por lo general, era él quien llevaba a cabo las
negociaciones de sus tratos y el tatuador, prefería quedarse en un segundo
plano, observando.
—No,
para nada. Sólo me limito a describir la situación. A mi manera de ver,
ustedes, por razones que no me quedan claras, deciden unirse, después que
Alexei Solanoff les dedicó tiempo y esfuerzo para resolver el pequeño problema
al que se enfrentaban. Miró a Verónika que pareció encogerse en su asiento.
Y…les aclaro que sus honorarios fueron para la gente de su equipo y ciertas
reformas de último momento, que tuvo que hacer en su casa. Esta sociedad, no ha
recibido un mísero dólar del trato. En todo caso, estoy frente a tres personas
que no han respetado los términos del mismo y, según tengo entendido, el seños
Solanoff, ha dejado bien claro que entre ustedes no habría más contacto, de
ninguna especie y eso, sí les aseguro, no se lo tomará bien.
—Otra
vez vuelve a amenazarnos —Malcom parecía a punto de explotar.
—Es una
mezcla de advertencia y observación.
Obrecht se preciaba de ser el que ponía en
palabras los gruñidos de su socio. Siempre había sido así. Una mirada a sus
ojos gélidos, y ya sabía cómo debían enfrentar determinada situación. Eso, si
el ruso accedía a dejarle participar de su mínima expresión. Su cara angulosa
de pómulos acentuados, normalmente era inescrutable.
—De
acuerdo —capituló Malcom—esperaremos a que contacte con nosotros para aclarar
esta situación. Si el problema que usted considera <<pequeño>> lo
fuera en verdad, no estaríamos aquí. No somos personas de exagerar, miró a
Verónika que no había abierto más la boca y que parecía ausente.
Ya en la
calle, observó el rostro impávido de Eanraig. El antiguo macho alfa, parecía
haberse empequeñecido por la manipulación de Verónika y no era inmune a su
presencia. No todavía. Confió en que el ruso tuviera planes para ella que
facilitara la liberación de su amigo del hechizo involuntario de aquella bruja
algo demente.
Cuando
se hubieron retirado, Obrecht tomó un celular desechable y marcó un número.
SOLANOFF
Alexei,
abrió los ojos. Una noche sin pesadillas, sin despertar abrupto, sin sudores de
terror, le parecían una experiencia extrasensorial. Pero eso es lo que poseía
la casa de Natasha Ibramova, su abuela.
Como
pudo se metió en el reducido cuarto de baño y a duras penas pudo darse una
ducha aceptable. Si bien, era un hombre muy corpulento, la casa se adaptaba a
los gustos y necesidades de la anciana, tan diminuta como un duende.
Tenía
que andar inclinando la cabeza al atravesar los dinteles de las puertas y a eso
ya se había acostumbrado a partir de los diez y seis años cuando dejó de
crecer. Inútilmente, había tratado de comprarle una mansión acorde a su gusto
en la ciudad. Su abuela había sido intransigente al respecto. Moriría en la
granja y así se lo había dicho cada vez que el ruso tocaba el tema. Allí tenía
todo lo que ella necesitaba y estaba acostumbrada al ambiente rural que no
cambiaba por el ruido de las grandes ciudades y ni hablar de una mansión en
medio de la nada, como era la propuesta de su nieto.
—Siéntate
y toma tu café —la voz crujiente de un ruso áspero como la geografía del lugar,
le recibió cuando bajó la escalera, agachado y con el pelo negro húmedo y
recién afeitado. Parecía remontarse a su niñez cuando le regañaba si se quedaba
dormido un rato más, antes de expulsarlo para ir a vivir en plena ciudad, para
endurecerle y que fuera un sobreviviente genuino, como lo había sido ella.
La
anciana, con sus ojos verdes, limpios, le miró detrás de un mar de arrugas y
frunció el ceño. Su cabello había sido negrísimo y aún conservaba algunos
mechones de aquel color igual al suyo.
Con ella
no tendría dónde esconderse. No podría mentirle ni disimular. Las ruindades de
su estepa interior, quedaban despojadas de cualquier apariencia que intentara
dar detrás de sus caros trajes y su aspecto formidable e intimidante.
—Esta
vez, has cometido un gran error. No todas son Sonya, Alexei.
Nadie
sabía cómo funcionaba la mente aún lúcida de la abuela. Había sacado a flote a
sus siete hijos desde la miseria más absoluta, echando mano a sus poderes de
vidente que la habían hecho temida y respetada en toda la región. A pesar de
toda la superstición de la que quisieran rodearla los monjes, nada había podido
con su poder e influencia, a pesar de no ir acompañada por riqueza ya que los
vecinos eran todos tan pobres como ella. Pero era a Natasha Ibramova a quien
acudían las autoridades cuando uno de ellos caía víctima de las enfermedades
pulmonares tan comunes en la época de crudo invierno.
Alexei
clavó sus ojos grises en el rostro tan inescrutable como el suyo.
—Lo que
hice, lo volvería a hacer, abuela. Me refiero a Sonya.
—Eso
estuvo bien. Tuvo lo que se merecía, pero, con ésta, ya has expuesto demasiado
de esa tundra que llevas dentro desde la muerte de tu hijo.
Así era
ella, concisa y siniestramente precisa en su diagnóstico. Inútil era
preguntarse cómo lo hacía.
—No has
sabido protegerte y has creído que con tu poder era más que suficiente, y no es
nada comparado con el que ella tiene. Puede aniquilar a un hombre con solo
proponérselo porque su poderío está sin pulir y su mente vaga sin rumbo, así
que nada podrás hacer para evitar que te dome. En algún momento, lo hará y
sabrás lo que es el verdadero infierno.
Alexei,
sonrió y levantándose la abrazó. Apenas le llegaba a la altura de la axila y su
cabello olía a humo de innumerables fuegos encendidos una y otra vez, en las
profundidades de un bosque helado.
Así que,
el daño ya estaba hecho. Sólo le quedaba aceptar que tendría que pagar por
ello. Sonya, de alguna manera, lo venía a buscar para vengarse, allá donde
estuviera, en caso de estar aún viva.
Había
visto cómo, una y otra vez las visiones de aquella pequeña mujer echaban raíces
y se cumplían a rajatabla, se hiciera lo que se hiciera.
Una vez,
ella había intentado explicarle cómo funcionaba, pero él no lo había captado.
Al
parecer, el tiempo no existía como uno lo consideraba, no había pasado,
presente, futuro. Todo era una ilusión, un continuo. Por eso lo que habría de
suceder en la artificial separación en tiempos, en realidad, ya había sucedido,
de alguna manera era como la luz de las estrellas, él la veía pero en realidad,
hacía miles de años que la estrella en cuestión había dejado de existir y ya
debía estar sumergiéndose en el infierno diseñado por Verónika y el hambre que
sentía por ella, que nada podía saciar. Era, en su arrogancia, el fracaso de su
intención de quitarle las obsesiones por métodos de dependencia brutales,
apropiándose de esas mismas obsesiones.
Permaneció
allí durante una semana. Una noche, su teléfono satelital sonó en la silenciosa
estancia.
—Obrecht…
—Han
estado aquí, los tres, Alexei. Al parecer, la chica contó su experiencia, y se
han espantado, para ser breve. Están aterrorizados de que, al romper el pacto
de no estar más en contacto, la tomes contra ellos. Obviamente, no irán a la
policía porque el escándalo les haría peor a su imagen.
— ¿Cómo
la viste a ella?
—Parece
un animal apaleado. Hecha un ovillo, apenas si se atrevió a levantar la mirada.
Creo que, de algún modo has matado algo en su interior y puede que las
obsesiones ya no aparezcan pero…
— ¿Pero
qué? Su voz, ronca e imperativa sonó forzada para no mostrar su quebranto y la
ansiedad.
—Pues,
que parece drogada, Alexei. Esa mirada…Ya sabes, como desenfocada. Lo peor, es
que no creo que esté consumiendo substancias.
—Destina
un equipo frente a su casa. Refuerza su seguridad, si es necesario, vuelve a
encerrarla en mi casa hasta que yo vuelva. Mi equipo ya sabe qué hacer.
—Me
pareció que debías saberlo.
—Sí, eso
es lo que esperaba. Puede ser una etapa de ajuste hasta que recupere el
control.
— ¿Y con
ellos dos?
Hubo un
instante de silencio.
—Discretamente,
sería bueno que los siguieran. Si se acercan a la policía, impídelo. Interviene
sus teléfonos, jaquea sus correos, lo que solemos hacer en estos casos. Vamos a
tener que clonar sus equipos para interceptar sus mensajes emergentes, algo de
eso.
—Con
impedirles el contacto con la policía ¿Qué alcances le damos?
—Ya lo
sabes.
—Bien.
—La
semana que viene ya estaré allí.
—
¿Natasha, fue muy dura contigo?
—Nada
que ya no sepa. Tú la conoces. Imposible ocultarle algo a la maldita bruja.
Obrecht
sonrió a la oscuridad de su habitación. Desde que era un niño enjuto, ella le
había aceptado en su casa y dado de comer, sólo porque era quien parecía poder
con los demonios de su nieto y lograba arrancarlo de sus abismales silencios.
VERÓNIKA
Regresó
a su piso. Tenía algunos pendientes. Informes económicos y ponerse al día con
el detalle de sus inversiones. Fuera de sus períodos de oscuridad, era una
persona lúcida y con objetivos.
Se
maldecía por la deslucida reunión en la que sentía que había perdido el tiempo.
Sólo habían obtenido la atención de Obrecht, que parecía ser el que conocía al
monstruo mejor que nadie y que podría acercarse a él sin peligro. En internet
no encontró nada de él, como ya había imaginado. Desde hacía varios días, tenía un nombre para
la bestia que la había secuestrado. En minutos, tendría su rostro. Era todo lo
que precisaba. A su cuerpo, lo conocía demasiado bien. La pintora que había
ilustrado la tela con su expresión, la noche que creyó que la seguían para
volver a atraparla, se había presentado en su casa.
Anna
Lenova, era amiga de Alexei Solanoff y se conocían desde Rusia. Tendría la
misma edad que él, era una mujer de cabello negro y rostro adusto, labios
gruesos y sensuales. Parecía conocerle íntimamente y durante su breve estancia
en casa de Verónika, quedó en claro, que le era leal por completo.
—Pinto
de memoria —le aclaró. Mi mente, trabaja como una cámara fotográfica y
habitualmente voy por las calles recogiendo expresiones que luego vierto en mis
obras. Cuando Alexei me llamó, no me extrañó que quedara impactado por tu
aspecto. Tienes esa vulnerabilidad falsa que le vuelve loco —sonrió. Me dejó
que expusiera el cuadro, pero pujaría por él para obtener el máximo precio para
mi beneficio. Así es él. Generoso hasta el extremo.
Con lo
que sucedió, por fin lo halló y se quedó congelada ¡Era ese tipo! Claro que le
había visto antes, en funciones benéficas y veladas de gala, junto a su padre. Lo
había visto desde hacía años, cuando era una adolescente, él ya rondaba los
círculos en los que se movían los que importaban, de manera algo periférica. En
ese entonces, le recordaba ser alguien enjuto, muy alto pero sin la notable
masa muscular, la extraordinaria corporeidad que había alcanzado en estos años
sin la feroz cicatriz que cruzaba media cara, sin aquella mirada de animal
acorralado pero no vencido. Una parte de ella, la maldita, la enferma, quería
volver a verle, a tocarle, a sentirle, una maldición. Si dejaba que aquella
parte de su humanidad ganara la batalla, estaba perdida. Se habría obsesionado
con él.
Se pasó
una lengua por sus labios resecos. Ya podía reconocer los síntomas, de la
irrupción en su vida, o lo que aquello fuera, de aquel oscuro fruto de la
venganza pergeñada por Eanraig y el otro ex, Malcom Roberts.
Habían
juntado sus diferencias, pero seguirían siendo enemigos. Pensó unos instantes.
Si no se abría del dúo, el ruso se vengaría de los tres. Habían traicionado el
pacto. Seguramente, Obrecht ya le tendría al tanto. Un desastre al que había
sido arrastrada. Seguía siendo tan manipulable como cuando era una niña. Se
odiaba por ello, pero ya no le podía poner remedio. A menos que…
Obrecht,
atendió la llamada desde su despacho.
—Quiero
hablar contigo —la voz ronca de Verónika le puso la erizó la piel.
— ¿Qué
es lo que quieres? El tono seco del socio, restalló en sus oídos. Desde luego
no poseía el tono profundo, arrastrado y suave de Alexei…
—Necesito
aclarar las cosas que sucedieron. No soy estúpida. Sé que rompimos una de las
condiciones del convenio, y no fue ésa mi intención. Después de la experiencia
que tuve, necesitaba compartirla con ellos, por ser los responsables de todo.
—Me
parece, que estás omitiendo una parte de la ecuación, querida. Tú
desencadenaste todo ensañándote con Eanraig, que, detrás de su apariencia
formidable, es un ser sensible, demasiado para este mundo en el que nos
movemos. Imagina que, en manos de Alexei, duraría muy poco.
—Es por
eso que te llamo. Sé que él no ha intervenido para mezclar a tu amigo en esto.
Todo es cosa de Malcom y no le culpo, pero bueno, ya está hecho. Tampoco él es
un santo.
—Lo sé, pero
tendrás que entender que, al presentarse los tres en la empresa, han puesto en
marcha cierto <<operativo>> que llamaríamos <<control de
daños>> y no pienses que puedo interceder con Alexei para que desista de
aquello que quiera hacer.
—Imagino
que no—suspiró desalentada. Bueno, espero que pueda reflexionar y darse cuenta
que sus métodos son difíciles de procesar y que estoy en eso.
Obrecht
guardó silencio. Por su parte, ya no le correspondía decir nada. Todo estaba en
manos de Alexei.
Cuando,
tres noches después se topó con el mismo en una de las tantas cenas a las que
asistía acompañando a su padre, no pudo seguir ignorándole, a pesar que
Solanoff estaba acompañado por una de las intérpretes de la embajada rusa, famosa
por su fría belleza y su profesionalismo.
Él le
miró fijamente, mientras su padre los presentaba. La intérprete, miraba para
otra parte, demasiado atenta a los millonarios que circulaban copa en mano y, de
vez en cuando le echaba a Verónika miradas cargadas de advertencias.
—Quiero
que conozcas a mi hija, Alexei, Zeuss observaba con atención al ruso que,
imperturbable recorría con aires de propietario el cuerpo de Verónika. No
entendía por qué le molestaba aquello. Sabía que su hija atraía las miradas de
casi todos los hombres en un salón y eso, habitualmente, le hacía sentir
orgulloso, por eso, ahora, no acertaba a
saber qué era la alerta que se había disparado en su cerebro. Fue como
presentarle el cordero al lobo. Cerró los ojos ante las imágenes perturbadoras.
Se dijo que debería indagar más en ello. Su intuición había sido su aliada para
hacer ciertos negocios y había aprendido a no desoírla.
Verónika
permanecía parada a su lado, algo tensa, parecía fatigada cuando elevó sus ojos
hasta el rostro del ruso que se erguía ante ellos.
—Ya nos
hemos cruzado antes —susurró. En otras situaciones parecidas y otras no tanto,
pero jamás habíamos sido presentados. Tendió una mano pequeña y
extraordinariamente frágil, hacia la mano del ruso que la devoró cuando cerró
la suya, reteniéndola.
—De cerca,
con luz, señaló las arañas del techo, debo admitir que es más impresionante,
Verónika.
El
nombre pronunciado con su acento, se adhirió a su mente como cera derretida y
caliente. Claro que reconocía el tacto de aquella poderosa y encallecida mano,
tibia y conocedora.
Cuando
hubieran seguido circulando por la estancia, Zeuss se volvió a su hija.
— ¿Qué
demonios fue todo ese jueguecito? ¿Acaso te ha puesto en la lista del rebaño de
hembras que tiene?
Verónika
sonrió, sacudiendo la cabeza.
—No, padre.
Nos hemos visto por ahí, en sitios como éste. Puedo asegurarte que no se me
ocurriría acercarme a ese tipo, estando cuerda (no mentía, lo suyo, se
originaba en su costado de locura y abandono, cuando no era dueña de sí).
—Espero
que sigas así, porque lo conozco un poco y no quieras estar en su radar. Sabes,
estas cosas siempre aparecen en las redes, las mujeres le persiguen, es un tipo
listo, un Midas moderno y tengo entendido que consume de estas mujeres, señaló
en la dirección adonde habían seguido el ruso y su acompañante, que las deja
sin explicación y jamás regresa. Eres adulta, sabes que hay tipos algo
desviados que en materia de intimidad, no conocen límites y ellas, algunas, no
están preparadas para embarcarse con él en ese tipo de actividades.
<<Ese
barco ya zarpó>>, en su caso ya había experimentado lo que él podía hacer
sentir a una mujer, pensó ella, apretando los dientes y suspirando. <<Sólo
necesito seguir en control y perderle de vista>>.
<<No
te dejó probar su boca>>, el pensamiento se disparó como un cohete en su
mente y decidió doblar un poco el alcohol que se permitiría esa noche. Más del
que los psiquiatras habían terminado por aceptar a regañadientes, pero, la
situación lo merecía. No eran muchos los casos en los que, raptor y cautiva se
cruzaran en un evento social, y que nada anómalo fuera a suceder. Esa noche, si
fuera necesario, tomaría un comprimido extra para dormir sin sueños. Con
Eanraig, había sucedido algo similar, pero muchísimo menos potente, se le
presentaba en sus sueños, los más húmedos y prohibidos que desencadenaron sus
otras crisis. No dudaba que esta vez, serían más duros de soportar, verdaderas
poluciones nocturnas, se dirigió a la barra.
En
cuanto pudo, se disculpó con su padre y tomó un taxi hacia su casa.
En el
asiento de atrás, se estiró y descansó la cabeza en el respaldo. No quería
limusinas ni nada para volver sintiéndose una princesa ultrajada en secreto.
Una princesa muy, pero muy enferma.
SOLANOFF
Despachó
a la intérprete que dormía enroscada entre sus sábanas. Esa noche, por
excepción la había dejado quedarse a dormir, cosa que odiaba: sentir su enorme
lecho usurpado,
Abrió su
portátil y comenzó a ordenar la mañana del domingo y la agenda de negocios.
Una y
otra vez, Verónika, aquella maldita bruja, se presentaba con su cabello
negrísimo, su rostro pálido y limpio, su gesto impávido y, ese cuerpo que…Cerró
de un golpe la tapa, maldiciendo en ruso.
No
entendía cómo, dos horas después, habiendo saciado su enorme apetito en la
escuálida mujer que acababa de marcharse, imaginando que estaría calmado, se
sentía presa de una furia extrema, pensando una y otra vez en las mil maneras
en que poseería a Verónika Samsó. Se dirigió al gimnasio donde descargó parte
de su energía en su saco de boxeo, en la cinta de correr, en los tremendos
abdominales a los que se sometió y las pesas atormentadoras, mientras una enorme
banda sonora se precipitaba sobre sus oídos, atronando el espacio.
¿Es que
acaso debería ir a la empresa a trabajar, como un perro solitario?
¿Llamar
a Obrecht? Si algo anómalo se hubiera presentado, ya lo sabría. Miró la
pantalla de su teléfono. Nada.
¿Acaso
ir a verla? ¿Presentarse a la luz del día, sacarla de la cama a la rastra, y
poseerla sobre el piso de la manera más humillante, con su escolta, con la
vista fija en el vacío, fingiendo no oír ni ver? ¿Es que acaso, había sido
siempre esa clase de bestia abusiva? Recordó la mirada aterrada de Sonya y se
detuvo. Hasta allí había llegado. Verónika traccionaba y arrojaba a su mente
las imágenes de su ex esposa, cuando la entregó a sus amigos. Cerró los ojos,
apretando los puños.
Se duchó
y sacando el deportivo negro, se dirigió a la casa de ella.
Para su
sorpresa, le estaba esperando. En la escalera que daba acceso a su piso, con
una pistola en el regazo.
—No
esperaba este recibimiento —dijo Alexei. Estaba pensando que fue un error dejar
a mi custodia abajo, después recordé que, durante tu internación, han
reemplazado las balas por salva —sonrió. Cabos sueltos…que he tratado de atar
en tu ausencia.
Ella
disparó sin pestañear y sólo el ruido la dejó aturdida.
El salto
del ruso derribándole, haciendo que rodara los tres escalones y el breve
forcejeo, fueron suficientes para aterrorizarla. Había sido una bala de verdad
y él estaba jugando con la muerte, esa especie de ruleta rusa que le enardeció
y se revolvió furioso. Se equivocó si había pensado que ella se acobardaría, y
no apretaría el gatillo.
Verónika,
se tapó la boca con la mano y se arrastró, trepando los escalones, hasta la
puerta entreabierta de su casa, tratando de ponerse a salvo de la ira del ruso.
El arma estaba caída fuera de su alcance y sólo atinaba a tratar de ponerse a
resguardo de aquella masa de músculos y mirada enceguecida, que jadeaba
ruidosamente por la ira.
Pero no
llegó muy lejos. La levantó en el aire, como si fuera una muñeca de trapo y la
metió adentro cerrando la puerta de una patada.
Tres
horas después, ella dormía, la cara bañada de lágrimas. Todavía sollozaba y se quejaba
en sueños.
El
asalto había sido brutal. En sueños, le pareció oírlo hablar con sus hombres.
Seguramente se había comunicado con ellos, para resolver el asunto del disparo
y los ruidos que ellos habían hecho con los vecinos.
No había
ahorrado energía cuando saltó sobre ella, arrancándole la ropa, furioso.
—Es todo
culpa tuya —le gritó, y siguió en ruso. La había cargado sobre sus hombros
poderosos hasta introducirla en su piso donde la remontó por las escalas que
tan bien conocía, sumiéndola en el infierno de humillación al no poder
resistir, el placer, al fin.
Cuando
ella salió de la ducha, el café estaba recién preparado sobre la mesada de su
cocina. Él, sentado de espaldas, parecía abismado en la contemplación de las
vistas de la ciudad que se ofrecían por los ventanales.
Verónika
se sentó en uno de los bancos opuestos al que el ruso ocupaba. Le miraba
furtivamente y no mostraba señales de querer decir algo.
—Supe
por Obrecht de la llamada que le has hecho en estos días. Sólo espero que
tengas buenos motivos para aliarte con los que me pagaron para sacarte de sus
vidas.
—Si
tenerme cautiva y todo lo demás, no es motivo suficiente no sé qué sería.
Además, quería mirarles a la cara cuando se los contara y lo que vi, me
convenció que no estaban al tanto de lo que hiciste. Así que, el que espero,
tenga buenos motivos para hacer lo que hizo, seas tú.
—Sí,
confieso que se transformó en algo más personal, pero tenía que asegurarme que
no reincidieras. No creo en la terapia y esas cosas, así que empleé los métodos
que usó mi abuela con nosotros cuando nos arrojó al mundo para que
aprendiéramos a sobrevivir. Tu padre, será muy astuto para hacer negocios, pero
criando a su hija deja bastante que desear.
—No eres
quién para decir qué está bien y qué no —los ojos de Verónika relucían de
furia. Desde el comienzo, he tenido problemas y él ha hecho todo cuanto pudo
para encontrar una solución.
—Amparándote,
sacándote de la circulación, para que pudieras escudarte detrás de tus
obsesiones, sin afrontar lo que has hecho con el hato de hombres con los que te
obsesionaste.
— ¿Y tú
nunca has cometido errores en esa vida oscura que llevas?
La
carcajada de Solanoff la sorprendió. En ella, sólo había amargura y desprecio
por sí mismo.
Verónika
dejó la taza vacía sobre la mesada. Él se le acercó y sorpresivamente, extendió
su mano y le alisó el cabello, como si de una niña se tratara. La tomó por los
hombros y la guió hasta el sillón de la sala.
—Te
habrá sorprendido que te dejara saber quién era, por mi amiga la pintora. Eso,
fue, respiró profundamente, bastante arriesgado por mi parte, pero necesitaba,
que supieras mi nombre.
Continuó
hablando…
—Sabrás
que estuve casado, hace unos siete años.
Ella,
supo que no era momento para intervenir.
—Desde
el comienzo, la dejé sola, con la excusa de mis negocios, mis viajes, mis
eternas reuniones. Fue el tiempo de fundar mi compañía, por eso, me dediqué de
lleno a eso. Jamás tuve tiempo para interesarme por ella, por Sonya. Dejaba
montones de dinero, tarjetas de crédito para que se entretuviera y no me
importunara con preguntas y temas femeninos. Sólo quería llegar a casa y olvidar
el mundo de allá afuera. No deseaba escuchar, ni ver nada que alterara mi
equilibrio para no distraerme, así que no teníamos casi diálogo, ni presté
atención a que mi mujer se volviera una alcohólica y que pasara las noches de
fiesta, cada vez que yo me ausentaba en viajes de negocios. Cuando quedó embarazada,
ni siquiera sabía si era mío. Hasta ese punto se había deteriorado todo. Ese
día, estuve trabajando en casa hasta tarde, esperándole. Quería tratar de
arreglar las cosas y cuando llegó, tambaleándose, la llevé en brazos hasta
nuestra cama, pero no fue una buena idea. Le amonesté por seguir tomando
alcohol en su estado y se burló, diciéndome que al padre no le importaba. Yo,
me enfurecí y discutimos. Una pelea a los gritos. Sin esperar al chofer, se
marchó de casa al volante y cuando supe que se había estrellado y había perdido
el embarazo, enloquecí de la furia. No me
justifico. Sólo describo los hechos.
<<Así
que, cuando una semana después le dieron el alta…respiró pesadamente, decidí castigarla
y la entregué a mis amigos, los traficantes de personas. Hice que realizaran
una prueba de paternidad en el cuerpo del feto y era mi hijo>>.
La
expresión de horror que se pintó en el rostro de Verónika, le golpeó como si
fuera un puño.
<<A
diferencia de ti, no pensé en ella como una enferma, alguien que necesitaba
ayuda, desintoxicación, ese tipo de cosas y no intenté nada. Por eso, cuando
Malcom me contó los detalles de tu <<adicción>> decidí reparar a mi
manera, cuidar de ti, de una manera enferma, lo acepto, pero no sé hacerlo de
otra forma. Alejarte a través del terror, de los hombres, sólo para que dejaras
de hacerles daño y luego devolverte al mundo real>>.
Verónika,
vio el tormento de su mirada. Lógicamente, él no sentiría remordimientos como
los demás. Su furia era legítima y defendería sus métodos por siempre, así
fuera responsable del trágico final que hubiere tenido Sonya.
—Nunca
quise saber qué pasó con ella —como leyéndole el pensamiento, reclinó su anchas
espaldas en el sillón, mientras le acariciaba una mejilla con un dedo de su
ancha y cálida mano. Lo volvería a hacer, así como lo haría contigo, si me
hicieras algo así, aunque ella era débil, pero tú eres fuerte, una y otra vez
te has levantado.
—No
sabes qué hubiera hecho de ser entregada a tus amigos.
—No lo
sabremos. Después de hoy, ya eres libre. No volveremos a vernos. Lo que pasa
entre nosotros, es demasiado poderoso para poder encauzarlo. Sé que no debí
involucrarme contigo, por eso, debo dejarte marchar. También ellos pueden
quedarse tranquilos. Ya no me interesan. Si no pueden librarse de ti, ya no es
mi problema. Tú aprendiste lo que puede pasar cuando uno se rinde y cae en las
garras de la sombra que anida en cada uno. Yo cargo la mía y seguiré mi camino.
Dile a Zeuss que respire, no me acercaré a su preciada niña.
La
abrazó y le dio un suave beso en la cabeza, para marcharse a continuación.
EANRAIG
El
diseño lucía como una fantástica ilusión óptica. La espalda de Verónika tenía
un nuevo tatuaje en tonos negros, grises y esfumados.
Un lobo
de ojos grises, en medio de una estepa, que arremolinaba su pelaje en forma
salvaje y la soledad se apoderaba de quien observara el desolado entorno del
poderoso animal.
En un
sillón en un moisés, dormía, plácido, el niño de pocos meses. Su enmarañado
pelo negro, le daba el aspecto de un pequeño lobezno.
— ¿Vas a
decirle?
—Sí,
claro. Está preparado para cualquier cosa, dijo levantándose de la camilla y
clavando los ojos en el poderoso contorno de los brazos de su hijo.
Cargando
el moisés, se marchó hacia la noche.